En el libro del Génesis (4,24), se dice que si “Caín fue vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete”, introduciendo así una espiral de venganza sin límite. “Sin límite”: ésa podría ser la traducción del bíblico “setenta veces siete”. Pues bien, frente a la “espiral de la venganza”, Jesús promueve la “espiral del perdón”.
El perdón radical nace de la comprensión y se vive como compasión, dos rasgos básicos de la personalidad de Jesús y dos pilares fundamentales del mensaje del evangelio. Podemos entender la comprensión como la capacidad de saber o de ver la verdadera naturaleza de lo real, más allá de tópicos, ideas hechas, creencias… y (también) engaños mentales. Los místicos nos advierten de que la identificación con la mente constituye un velo que desfigura la realidad, haciéndonos tomar como real lo que únicamente es una ilusión. Por eso, sólo cuando aprendemos a tomar distancia de la mente, al acallarla, podemos “ver”. ¿Cuál es la causa de que la mente nos confunda? La inevitableseparatividad que establece en todo lo real, al objetivar todo lo existente y contraponerlo al “sujeto” que ella cree ser. Esa distinción primera sujeto/objeto será el germen de separaciones interminables, así como de un dualismo omnipresente. Cuando la mente se absolutiza –como ha ocurrido, particularmente, en la tradición occidental-, el conocimiento se reduce a la razón o al pensamiento, y se olvida (se niega) cualquier otra forma de conocer que no sea la mental. Sin embargo, pensar no es lo mismo que conocer. Una cosa es pensar y otra muy distinta saber que se está pensando. En este segundo caso, ya no hay identificación con la mente. Se trata de un “saber silencioso”, preconceptual, anterior a la razón. Un saber al que los propios místicos han denominado “No-saber”, dada la identificación que la cultura occidental había establecido entre “pensar” y “saber”. Frente a la absolutización de la razón, los místicos han invitado siempre a descansar en el “no-saber”: así lo proponía el anónimo autor de La Nube del no saber, en el siglo XIV; y así lo proclamaba san Juan de la Cruz, en su sabio verso: “entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo”. Este no-saber del que hablan no es otra cosa que tener la mente abierta para percibir lo que no puede ser percibido por el pensamiento. En ese no-saber, cuando el pensamiento se aquieta, lo que queda es conciencia. Y al atenderla, lo que se produce es que la conciencia se hace consciente de sí misma. Y, cuando eso acontece, se deshace la ilusión de la separación entre el perceptor y lo percibido. Conocedor y conocido se descubren fundidos en la Unidad, o mejor, abrazados en la No-dualidad: ha emergido la comprensión. En síntesis, la comprensión nos hace ver toda la realidad inextricablemente interconectada, en una totalidad en la que todo se halla en todo. Interconexión y holismo son dos características fundamentales de lo real, que la mente nos oculta (y que, sin embargo, hoy reconoce ya incluso la física cuántica, a partir de sus experimentos con partículas subatómicas): no hay nada que pueda existir desconectado. No existe un mundo “ahí fuera”, separado de nosotros; eso es sólo una construcción mental. Y, como escribe Marià Corbí, “el mundo de nuestras construcciones no está ahí fuera, está en nuestra mente individual y colectiva… Todo viviente se interpreta en esta dualidad fundamental [como un “yo” separado frente al mundo como campo donde sobrevivir]. Nosotros estamos sometidos a esta ley. Pero esa dualidad no es lo que realmente hay, es sólo lo que los vivientes necesitamos ver, es sólo lo que los vivientes nos vemos precisados a construir. Lo que realmente hay es «no dos», «eso no-dual»”. (M. CORBÍ, Silencio desde la mente. Prácticas de meditación, Bubok, Barcelona 2011, p.12). Pues bien, la comprensión que nace de la conciencia nos aporta unadoble luz, de donde brotan la compasión y el perdón. Por un lado, la certeza de que los otros son no-separados de mí; por otro, la certeza de que el mal que hacemos –como el mal que me hacen- es fruto de la ignorancia. Si el otro “forma parte” de “mí”, y si ha obrado por ignorancia, ¿qué me impide perdonar? Sólo una cosa: mi identificación con el ego que se ha podido sentir agraviado y la creencia ilusoria de la separación en la que me mantiene la identificación con la mente. Todo ello puede apreciarse en lo que llamamos “runruneo mental”. Cuando el ego se ha sentido agraviado, es probable que empiece a construir historias mentales en torno a lo sucedido, adoptando el papel de víctima que reclama venganza. Sin embargo, ese runruneo mental no es otra cosa que remover cadáveres: estamos dando vueltas a lo que ya ha pasado, agravando innecesariamente el sufrimiento y alimentando mecanismos tan nefastos como el victimismo, la queja y el resentimiento. Todo esto no significa que no aprendamos de lo ocurrido, o incluso que no tomemos decisiones que, teniendo en cuenta la situación en su conjunto, sean las más adecuadas –o menos inadecuadas-, como puede ser el hecho de “poner distancia” o favorecer una separación… Estas decisiones dependerán de diversos factores. Pero de lo que aquí estamos hablando es de favorecer la actitud de perdón, fruto de la comprensión. Gracias a ella, como decía más arriba, dejamos de “remover cadáveres”, nos ejercitamos en el aprendizaje de venir al presente y nos abrimos a reconocer la Unidad que somos, más allá de los comportamientos de cada cual. Al mismo tiempo, dejamos de alimentar el ego –y de mantener actitudes egocentradas-, para reconocernos en nuestra identidad más profunda, estable y compartida. Todo resulta admirablemente coherente: acallar la cháchara mental, venir al presente, salir del ego, reconocer nuestra identidad más profunda… son movimientos que se dan a la vez y, como resultado, producen la vivencia de la compasión: la capacidad de sentir como propio lo que le ocurre al otro –la capacidad de “vibrar” o de “estremecernos en las entrañas” ante su sufrimiento-, para poner más amor donde vemos más dolor. Todo esto puede ayudarnos a ver hasta qué punto Jesús fue el hombre de la comprensión y de la compasión. Bien consciente de su Identidad más profunda, se supo y se vivió como no-separado de nadie ni de nada, hasta el punto de poder afirmar: “El Padre y yo somos uno” y “Lo que hicisteis a cada uno de estos más pequeños, me lo hicisteis a mí”.
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Esta parábola no tiene paralelos en los otros evangelios, y su forma es profundamente aramea, Galilea.
La proposición de Pedro es ciertamente generosa. Siete veces es ya un número simbólico (todos los números suelen serlo en la Escritura), que indica abundancia, generosidad. Pero generosidad con límite legal: después de perdonar siete veces, ¿qué pasará con la ofensa número ocho? La respuesta de Jesús "setenta veces siete", no significa cuatrocientas noventa veces sino "siempre". Son los modos, concretos y plásticos de expresarse de aquel tiempo. Significa que mi disposición a perdonar es permanente, no depende del número de las ofensas recibidas. El mensaje de la parábola no está en la manera de actuar del señor sino en la manera de actuar del siervo "malvado", como retrato negativo. Es importante hacer esta precisión, en ésta y en todas las parábolas, si no queremos sacar de ellas consecuencias no queridas por Jesús. Las parábolas, no nos cansemos de recordarlo, no son alegorías en las que todo detalle tiene su significado: son historietas con muchos detalles que sólo dan colorido a la narración, para sacar una conclusión,un mensaje. Aquí, la conducta del señor es solamente un detalle de la narración, sin significado. Lo vemos claramente en que el Señor no perdona más que una vez al siervo malvado, -no “setenta veces siete”- cuando Dios sí que perdona. Sacar de esta parábola la conclusión de que Dios acaba castigando con el fuego eterno está en contradicción con toda la enseñanza de Jesús. Es la imagen del siervo, perdonado en lo mucho e incapaz de perdonar en lo poco, lo que constituye el centro del mensaje. El texto que leemos tiene una conclusión: “Así lo hará Dios con vosotros, si no perdonáis a vuestros hermanos”. Es más que dudoso que la conclusión sea de Jesús. Jesús suele dejar las parábolas “abiertas”. Una vez concluida la narración, “el que tenga oídos que oiga”. Pero no pocas veces, el uso de las parábolas en las catequesis y en las eucaristías les ha ido añadiendo moralejas y consecuencias, que no pocas veces representan más las reflexiones de la comunidad que las palabras de Jesús. La “conclusión” de la parábola de hoy parece ser un ejemplo claro de esto. El perdón es uno de los centros neurálgicos de la Buena Noticia, y es un buen test de la sinceridad y también de la madurez de nuestra fe. Jesús habla del perdón de muchas maneras. En sus dichos: "perdonad y seréis perdonados", "la parábola del hijo pródigo", "perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores"... Y muy especialmente en sus hechos, en su manera de comportarse con las personas: la adúltera, la mujer que le unge los pies en casa de Simón, la rehabilitación de Pedro, el Buen ladrón, y el “perdónales porque no saben lo que hacen”. La parábola de hoy muestra el fundamento último de nuestro talante de perdonar. Perdonamos porque Dios perdona, y esto, a dos niveles. Ante todo, el que ha conocido a Dios, a Abbá, sabe que está perdonado de antemano, que Dios es un permanente perdón, una acogida inquebrantable. Es la aplicación concreta de lo que vimos ya el domingo pasado: me siento querido y respondo queriendo; me siento perdonado y respondo perdonando. Pero no solamente como una obligación sino, ante todo, como una conversión, un cambio de corazón. He experimentado que estoy vivo gracias a que Dios no pasa factura. He experimentado que puedo existir a pesar de mis errores. He experimentado en mí mismo cómo es el modo humano de vivir: dándose una y otra vez oportunidades, no exigiendo de nadie la perfección sino el afán de mejorar a pesar de los fallos. Lo he experimentado en mí, en cómo se porta Dios conmigo, y vivo así, portándome así con todos. No por exceso de misericordia, sino porque esa es la verdad, la condición humana, limitada y caminante. Dios es así, Dios acierta, yo quiero ser así. La parábola del hijo pródigo muestra bien la esencia de la relación paterno-filial. El hijo vuelve, y es considerado otra vez como hijo. La justicia misericordiosa le habría admitido como criado. El padre le reconoce como hijo. De ahí que el hijo se sienta urgido en el futuro a portarse como hijo. Esa es la fuente de nuestro amor a Dios y a los demás, la fuente del perdón que dispensamos siempre. Jesús, en el momento de ser crucificado, se porta como Hijo. No se porta como los que le están crucificando. No les devuelve el mal que le hacen. Se porta como Hijo, sigue queriendo su salvación. Se porta como Dios, su Padre. Quizá la expresión más atrevida de este clima es la que propone el Padrenuestro. "Perdónanos como nosotros perdonamos". Si se considera como una proposición a Dios, invitándole a que su perdón sea respuesta al nuestro, es un suicidio. La realidad debería ser la opuesta: "haz que perdonemos como Tú nos perdonas". Pero no se trata de un pacto, de un comercio. Se trata de expresar nuestra condición de hijos, de reconocer que estamos dispuestos a instalarnos entre nosotros en el mismo clima de perdón en que cada uno se sitúa delante de Dios. No debemos omitir sin embargo un aspecto extraordinariamente delicado en la aplicación de todo lo anterior a las circunstancias concretas. Si unos pocos de la sociedad perdonan siempre todo, y los demás siguen ofendiendo. Si los ladrones son perdonados sin más, si los políticos corruptos son perdonados sin más, si los terroristas asesinos son perdonados sin más, si los poderosos siguen explotando a los débiles y son perdonados sin más... la sociedad canoniza a sus mismos destructores, deja inermes a las personas y se destruye a sí misma. El perdón no es un salvoconducto para obrar mal, ni significa que lo mal hecho no tenga importancia. Dicho de manera quizá demasiado tajante, aspiramos a que sea posible una sociedad basada en el perdón. Pero no estamos en ella. El perdón radica en la conversión. El mundo del pecado no deja sitio al perdón; puede aspirar como mucho a imponer la justicia. Y hay muchas circunstancias en el mundo en que no podemos aspirar a otra cosa que a la justicia. Sin embargo, los que siguen a Jesús no se conforman con que se haga justicia, aunque esto sea evidentemente necesario: aspiran a la reconciliación cordial de las personas. Aspiran a que sea posible el perdón, pero esto no depende solo de ellos. Tendrán que limitarse a hacer justicia, aunque, si son seguidores de Jesús, añorando no poder condonar la deuda sin más. La cumbre del perdón, lo más difícil e incluso incomprensible, es el amor a los enemigos. En esto, como en todo, el modelo perfecto es el mismo Jesús. Mientras le crucifican, Jesús ora por los que le están clavando. Evidentemente, no es que le caigan bien, no es que sienta amistad por ellos. Pero sí es que por su parte no les desea mal. Ellos son enemigos de Jesús, pero Jesús no es enemigo de ellos. Pero este "amor a los enemigos" no le ha impedido a Jesús atacar, ridiculizar y agredir verbalmente a los escribas y fariseos, y expulsar del Templo a latigazos a los traficantes de ganado. Y también a todos esos les ama Jesús y desea su salvación. Tampoco los considera enemigos. Pero les desenmascara, les ataca, les excluye. El fondo de todo esto está sin duda en una disposición interior, en un deseo de ser hermano de todos y de portarse como tal. Son mis pecados y sus pecados los que pueden hacerlo imposible. Y cuando es imposible de hecho, cuando mis o sus pecados, o ambos, nos obligan a descender al terreno de la simple justicia, el corazón cristiano deberá sangrar. Alegrarse del castigo puede significar renunciar a la compasión, manifestando así que nuestro corazón no es fraternal, no es como el de Jesús. El ego o “yo superficial” es, por definición, egocéntrico y narcisista. El motivo es el siguiente: cuando el “yo particular” (o, simplemente, el yo) se desconecta de nuestra verdadera identidad (el “Yo universal”), se descubre carente de consistencia propia e incapaz de auto-fundamentarse por sí mismo; a partir de ahí, únicamente puede “sentirse vivo” en la medida en que se identifica con algo, apropiándoselo. Objetos o aplausos, riquezas o títulos, posesiones o creencias…
Para el yo, todo se convierte en materia a la que aferrarse porque, gracias a ella, puede percibirse y exhibirse a sí mismo como un “yo” rico, famoso, noble, poderoso, superior, maestro, religioso, poseedor de la verdad y de la razón… Son este tipo de “adjetivos” los que le otorgan una –aunque efímera y falsa, satisfactoria- sensación de existir. No es extraño que el yo no busque otra cosa en la vida que ese tipo de identificación y apropiación. Debido a su propia carencia esencial, el yo teme particularmente lainseguridad. Una inseguridad que, por otra parte, como era de esperar, le acecha por todos los lados y le amenaza definitivamente con la muerte. Al yo no le queda otro camino que tratar de exorcizarla, aferrándose a aquello que más sensación de seguridad pueda aportarle. En esa búsqueda ansiosa de seguridad, el yo encuentra en la religión lo que cree ser el antídoto definitivo. Las creencias religiosas le aportan los dos ingredientes más ansiados: por un lado, le garantizan la pervivencia eterna; por el otro, le otorgan la sensación de poseer la verdad. En un caso y en otro, lo que las creencias consiguen no es sino alimentar, fortalecer y consolidar al propio yo. Justamente lo contrario de lo que pretendía la intuición espiritual que se halla en el origen de toda religión: “negar el propio yo” –en lenguaje cristiano- para acceder a una nueva identidad que trasciende los límites egoicos y se percibe como no-separada de todo lo real. La religión tiende a poner el acento en “lo que se debe creer” y “lo que se debe hacer”, pero de ese modo no consigue sino fortalecer el yo, que asume un papel cada vez más protagónico. De lo que se trataría, más bien, es de saber quiénes somos, de acceder a nuestra verdadera identidad que trasciende la egoica, con la que nuestra mente nos había identificado. Porque, más allá de la aparente y separada “identidad individual”, somos el Espíritu que vive en una forma concreta y, por tanto, células de un mismo organismo. No somos “partes” que, sumadas, darían por resultado un “todo”, sino el Todo que se expresa en infinitas y variadísimas “partes” o “formas”. Es lo que expresaba, extasiada, la mística santa Catalina de Génova: “Mi Yo es Dios y no reconozco otro Yo que a Dios mismo”. Ésa es la experiencia mística. Por el contrario, para el yo, Dios nunca es realmente Dios, sino una mera proyección de su mente y su deseo, con la que se identifica y a la que se apropia, en un intento de asegurar su propia supervivencia. El yo crea un dios a su medida, un “doble” al que referirse y en el que asegurarse. Toda esta introducción puede ayudarnos a entender la postura de Jesús frente a la religión y la autoridad religiosa. Jesús es consciente de que el yo tiende a utilizar incluso lo más sagrado para inflarse a sí mismo. Cuando eso ocurre, la religión alcanza su peor perversión: la persona se engaña (incluso de un modo inconsciente), los otros son dominados y Dios se convierte en un ídolo perverso. Demasiadas consecuencias y demasiado trágicas como para que Jesús no arremetiera contra esas formas religiosas. En el texto de hoy, Jesús denuncia a los letrados (o escribas), los especialistas e intérpretes oficiales de la Escritura, los teólogos oficiales del judaísmo. Amigos del prestigio, buscaban ser siempre los primeros y utilizaban la religión para sacar dinero a los pobres. Vestir ropaje extraño y exclusivo, buscar los primeros puestos, “utilizar” lo religioso incluso para obtener beneficio económico… Ninguna autoridad religiosa se halla libre de estos riesgos. Porque pertenece a la esencia misma de lo religioso establecer separaciones: entre quienes creen y los que no creen; entre quienes “saben” y los que no “saben”; entre la autoridad religiosa y los “fieles”; entre los “pastores” y el “rebaño”… Separaciones que nacen, en último término, de la naturaleza separativa del yo que sólo puede afirmarse en la medida en que separa, dado que sólo puede ser “yo” si se coloca “frente” a todos los demás. A los seguidores de Jesús nos duele particularmente constatar cómo se ha desactivado el mensaje de Jesús, en la propia Iglesia que dice continuarlo. Al convertir a Jesús en “objeto de culto”, se olvidó su historia concreta y su posicionamiento ante lo religioso, y el cristianismo terminó convertido en una religión más, con los mismos defectos de aquélla a la que Jesús se enfrentó, y que terminaría asesinándolo. Al desactivar el mensaje, se lo ha domesticado. Y nuestras categorías “religiosas” –categorías propias del yo- sustituyen las posturas claras de Jesús. ¿Cómo explicarse, por ejemplo, que grandes dictadores se hayan considerado grandes cristianos? ¿Cómo explicarse y aun justificar determinados comportamientos eclesiásticos, a lo largo de la historia? Jesús fue acusado de “blasfemo” y “endemoniado” por parte de la institución religiosa. Y eso le acarreó la muerte. Pero no se debió a una especial “maldad” de aquella autoridad, sino a la trampa mortal que constituye la identificación con el yo y, en concreto, con el yo religioso. Por el momento histórico en el que nace, la religión no puede sino reunir en sí una doble característica: es egoica y mítica. Como consecuencia, pivota necesariamente en torno al “yo”, considerado como la identidad definitiva y vive a su servicio, con lo que termina exacerbándolo. Al final, quien termina prevaleciendo es el “yo religioso” que, no por ser religioso, deja de comportarse egoicamente, apropiándose incluso de lo absoluto y poniéndolo a su servicio. A eso hay que añadir una segunda consecuencia: la religión se ciñe a unacreencia, a la que otorga un valor absoluto, como si esa creencia –incluso en su misma formulación literal- describiera la verdad a la que remite. Hoy somos más conscientes de que toda creencia no es sino una “formulación mental” que, en el mejor de los casos, apunta hacia la Verdad que siempre nos superará. Sumado todo ello, el resultado más dañino, visto desde hoy, parece ser el siguiente: la religión fortalece el yo, que se aferra a la creencia, en lugar de promover un crecimiento en conciencia de quiénes somos. Lo que Jesús –como tantos maestros y maestras espirituales- buscaba no era hacernos más “religiosos”, sino que accediéramos a descubrir nuestra identidad más profunda, la única desde la que sería posible vivir y construir el Reino de Dios. La religión que se aferra a las creencias no puede aportar respuestas a nuestros contemporáneos, que no buscan en qué creer, sino saber quiénes son. Por eso, como escribía con ironía Heinz Zahrnt, “los hombres de nuestro tiempo nos preguntan a los teólogos qué hora es y nosotros les explicamos cómo está hecho el reloj, nos piden pan para vivir y nosotros les recitamos el menú”. El ser humano busca saber quién es. Pero la respuesta no puede venir de ninguna creencia –que nunca podrá trascender el límite de lo mental-, sino de la experiencia de lo que ocurre justamente cuando la mente se silencia. Y lo que ocurre entonces es que emerge, en su belleza y su sentido, la naturaleza no-dual de lo real. Y es esta comprensión, no el voluntarismo, la que nos permitirá trascender nuestra identificación con el yo individual y, sin negarlo, acceder a una percepción ajustada de lo que somos y a un comportamiento coherente con esa nueva conciencia adquirida. Habremos llegado así al territorio de la espiritualidad. Y constataremos que –como proclamaba Rumi, el gran místico sufí- "el hombre de Dios está más allá de la religión”. Porque tampoco Dios es “religioso” –como el “yo religioso” había imaginado-, sino el Misterio unificador presente en todo, que constituye el núcleo de todo y a todo abraza. PETIT-GOȂVE, Haití, ago (Tierramérica/Haitian Grassroots Watch) - Ochenta mil minúsculas viviendas están desperdigadas en los alrededores de esta ciudad costera haitiana, situada apenas al oeste del epicentro del terremoto que el 12 de enero de 2010 mató a unas 200.000 personas y desplazó a más de un millón.
Estas mini-casas de un solo ambiente llamadas T-Shelters (abreviación de refugios transitorios en inglés) están pensadas para durar entre tres y cinco años, pero costaron más de 200 millones de dólares y hoy albergan a 80.000 familias cuyas viviendas estaban entre las 171.584 dañadas o destruidas por el sismo, de acuerdo a cifras oficiales. La Comisión Interna de Recuperación de Haití, encabezada por el expresidente estadounidense Bill Clinton (1993-2001), aprobó proyectos por valor de 254,5 millones de dólares para reparar, ampliar o construir hasta 41.759 unidades habitacionales. Otros planes incluyen casi 20.000 viviendas más. El nuevo gobierno haitiano, encabezado por el cantante Joseph Michel Martelly, organizó del 18 al 24 de julio la Semana de la Reconstrucción, en la que, entre otras actividades, Clinton y el mandatario inauguraron una “exposición de viviendas” con más de 60 modelos de casas y un nuevo plan hipotecario llamado “Kay Pa M” (mi casa, en lengua créole). ¿Toda esta actividad significa que la reconstrucción está en marcha? ¿Se mudarán pronto a viviendas seguras las 634.000 personas que todavía viven en 1.001 campamentos y otras decenas de miles que habitan estructuras endebles o al borde del derrumbe? La haitiana Louise Delva, madre de cinco hijos, vive en el campamento Regal de Petit-Goâve, unos 68 kilómetros al sudoeste de Puerto Príncipe. Ella no está enterada de ningún plan destinado a ella o a decenas de miles de refugiados como ella. “Nos han abandonado”, dijo Delva con desdén mientras guiaba a un grupo de reporteros radiales de Haitian Grassroots Watch (HGW) por su comunidad. “Estas son las sórdidas condiciones en las que vivimos”, dijo señalando una oscura y fétida tienda abarrotada de pertenencias, dos colchones y un machete. “Cuando llueve estamos en peligro. Miren lo cerca que estamos del lecho del río”, agregó Delva indicando una cañada casi seca que los residentes del campamento usan de letrina. Mientras ella hablaba, dos niños hacían sus necesidades en el riachuelo. A fines de este mes, el huracán Irene perdonó la zona de Haití donde Delva y otros cientos de miles habitan campamentos improvisados. Pero eso no significa que las familias no corran riesgo de un próximo huracán y del cólera que sigue encarnizándose con Haití. La mayor parte del país y todos los 1.001 campamentos carecen de instalaciones sanitarias adecuadas. “A inicios de junio tuvimos 21 casos de cólera aquí”, dijo a los periodistas de HGW el presidente del comité del campamento Regal, Guyvlard Bazile. Agencias ausentes Aunque ya no aparece en los títulos de la prensa, el cólera sigue atacando. Por día se hospitalizan más de 300 personas. Al 8 de este mes, los contagiados sumaban 426.285 y al menos 6.169 habían muerto. Pero a inicios de este verano boreal, las agencias humanitarias que limpiaban las letrinas y suministraban agua y atención médica se retiraron de la mayoría de los campamentos, alegando que se habían quedado sin fondos. De hecho, ya en marzo la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA por sus siglas en inglés) había advertido que “la mayor parte de la financiación para apoyar las acciones de saneamiento, distribución de agua y administración de los campamentos se habrá terminado en junio de 2011″. “Si se acaban las acciones de saneamiento, aumentarán la defecación al aire libre, la disposición incontrolada de heces, la contaminación del cólera y la inseguridad, en especial para las mujeres que buscan un lugar privado para hacer sus necesidades”, agregó la OCHA. Toda la evidencia reunida por HGW, otros periodistas y activistas en varios campamentos indican en efecto que la “defecación” y los “excrementos” han aumentado, a pesar de que, según las propias cifras de la OCHA, los programas de asistencia en agua y saneamiento de las agencias humanitarias habían recibido ya más de 40 millones de dólares para 2011. Bazile, el coordinador del campamento Regal, dijo no entender adónde se fueron el dinero y las agencias. Hay una que sí está en Regal: la International Emergency and Development Aid (Ayuda al Desarrollo y Emergencia Internacional, IEDA), que es la “administradora del campamento”. Pero con apenas dos letrinas para cientos de personas, una sola canilla y ni una clínica, resulta difícil hallar evidencias de esa administración. “Vienen a ver si hay mujeres embarazadas con dificultades, cuánta gente está enferma y quién necesita ir al hospital”, describió Bazile. En un correo electrónico a HGW, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), que también supervisa todos los campamentos, confirmó que la IEDA tiene “un administrador cuya responsabilidad es estar todos los días en el campamento, reunir todas las informaciones a través del comité y la comunidad, y luego compartirla con los distintos actores”. La OIM no tenía cifras sobre el presupuesto que maneja la IEDA, pero registros públicos indican que en lo que va de este año, la propia OIM recibió más de 20 millones de dólares para su trabajo en los campamentos y con sus poblaciones. Bazile dijo que la OIM también está “presente” en Regal. “A veces ellos también nos llaman. Por ejemplo, después de una tormenta, nos preguntan ‘¿Cómo están las cosas? ¿La lluvia causó algún daño?’ Hacen montones de preguntas, pero luego no hacen nada”, agregó. Campamentos de horror Hay cientos de campos como Regal en Haití, y todos carecen de saneamiento y agua suficiente. Un estudio realizado en marzo por las agencias humanitarias concluyó que: * Sólo 48 por ciento de los residentes tenían acceso diario y adecuado a agua potable. * Sesenta y un por ciento del agua distribuida tenía la proporción correcta de cloro para evitar el contagio de cólera. * Había un promedio de 112 personas por letrina. * Apenas 18 por ciento de los campamentos tenían instalaciones para lavarse las manos. * Sólo 29 por ciento de los campos tenían un sistema de recolección y disposición de la basura sólida. Los números de Petit-Goâve son peores: 141 personas por cada letrina, 185 por cada ducha. “En lugar de mejorar, o incluso de estancarnos, creo que vamos para atrás”, dijo Bazile. Planes sin los pobres La mayoría de las 634.000 personas que viven en los campamentos no están incluidas en los planes de reconstrucción, que incluyen 68.025 viviendas nuevas o refaccionadas, porque antes del terremoto eran inquilinos y éstos no forman parte del programa Marco para el Regreso a los barrios y la Reconstrucción de Viviendas. La investigación de HGW determinó también que: * Incluso si se realiza la reparación o construcción de todas las 68.025 unidades, éstas abarcarán a solo 22 por ciento de las 304.020 familias que fueron censadas en los campamentos el año pasado. Hoy hay menos gente en ellos por varios motivos: desde el desalojo de más de 50.000 personas por presuntos propietarios o autoridades municipales hasta el regreso de miles de familias a viviendas ruinosas. * Al menos 5.400 de esas viviendas están en verdad previstas para el Departamento del Norte, lejos del epicentro del sismo y de sus víctimas, pero muy cerca del sitio donde empresas extranjeras planifican erigir un parque industrial con fábricas de ensamblaje. * Los 116.000 T-Shelters se entregaron a muchas familias necesitadas, pero la mayoría eran propietarias de una vivienda o de un terreno antes del terremoto. Más de la mitad de las 304.020 familias desplazadas censadas el año pasado –más de 173.000 de ellas– no poseían una casa ni tierra y están excluidas de todos los planes. * Hay muchos casos documentados de corrupción con los T-Shelters, básicamente el desguace de las viviendas y la venta de sus materiales, como madera. Todavía no hay una institución de referencia, nacional o internacional, que conduzca la reconstrucción de viviendas, aunque parece que finalmente se está avanzando en ese aspecto, pues se dotaría de recursos y facultades a la Entreprise Publique de Promotion de Logements Sociaux (Empresa Pública de Promoción de la Vivienda Social). Delva, que no recibió un T-Shelter y cuya tienda de lona podrida deja pasar la lluvia, se ha rendido. “¿Dicen que tenemos líderes? No hay líderes en este país. Nos han abandonado, como a perros de la calle”. * Este artículo resume una investigación en cuatro partes, incluyendo videos, y publicada en francés e inglés en el sitio web de Haiti Grassroots Watch, una iniciativa de AlterPresse, la Sociedad de Animación de la Comunicación Social (SAKS), la Red de Mujeres Radialistas Comunitarias (Refraka) y emisoras de la Asociación de Medios Comunitarios de Haití. Publicado originalmente el 27 de agosto por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base) El Papa presidió hace unos días, en Madrid, las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) un acontecimiento tan festejado por algunos como vilipendiado por otros, pero lo que a mi juicio faltó y hubiera sido deseable es una convocatoria que reuniese en una sola expresión esperanzada a los “indignados” españoles, decididos a luchar por un mundo mejor y a ese millón o más de jóvenes católicos cuyo norte no debiera diferenciarse demasiado del de aquellos.
Pero lamentablemente faltó grandeza tanto en quienes programaron y convalidaron ese multitudinario acto cristiano, a mi criterio, demasiado sectario, como en las palabras del Papa cuya homilía final acentuó algunos aspectos mucho más próximos al individualismo que al verdadero sentido solidario y comunitario que hubiera sido mínimamente de esperar en su homilía final. Habló así de alegría, lo que no está mal, del misterio de la persona de Cristo, que seguramente compartimos, habló del don de la fe, dirigiéndose por lo tanto solo a los creyentes, de la relación personal con Él siguiendo la tradicional convicción de que el ser humano se salva individualmente y no con “el otro” y por “el otro”, instando al seguimiento de Jesús en razón de esa fe pero sin referirla a la aceptación y sobre todo a la puesta en práctica de sus enseñanzas, sino fundándola sobre criterios que están más cerca del misticismo o de la obtención de beneficios espirituales personales que de los avatares cotidianos y de los problemas de nuestro tiempo. Habló de confianza, de fuerza sin especificar tampoco dónde, cuándo y en qué sentido ejercerlas, afirmando en cambio que la Iglesia “no es una simple institución humana, como otra cualquiera sino que está estrechamente unida a Dios” como si de ello se desprendiera la ancestralmente proclamada infalibilidad papal, proclamando al mismo tiempo la necesidad de poner a Dios en el centro de la vida pero sin citar la famosa frase de San Agustín “ama y haz lo que quieras” que para mí es mucho más abarcativa, le da verdadero sentido y constituye la más genuina manifestación de fe. Una fe que debería manifestarse en las conductas, en la praxis cotidiana, en el trabajo, en la política, en la docencia, pero no he encontrado ni siquiera una leve insinuación a desarrollar acciones que diferencien a los cristianos de los que no tienen ese “don de la fe” para dar verdadero testimonio de cristianismo. Rechazó, es cierto, “la mentalidad individualista” pero mencionó el apoyo mutuo entre quienes comparten la misma fe, para sugerir luego una especie de individualismo comunitario, centrado en las prácticas litúrgicas y sacramentales y en la inserción casi excluyente de los jóvenes en actividades parroquiales, sin recordar que es en el seno de la sociedad laica en el que los cristianos deberíamos ser fermento y ejemplo, aunque -nobleza obliga-, no dejó de mencionar, a mi juicio un poco tibiamente, que se debe dar “testimonios de fe en los más diversos ambientes”. Pero fue precisamente a ese final en que se regocijó por la presencia de tantos jóvenes de los cinco continentes al que le faltaron mayores y más esperanzadores estímulos sobre la necesidad de trabajar mancomuna-damente con creyentes y no creyentes, por una sociedad más justa, por generar los cambios que el mundo pide a gritos, por el respeto a los otros de cualquier origen, condición y religión y al planeta en que vivimos… Aludió a la necesidad de ser “discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes” con un nivel de vaguedad que tienta preguntarse con un dejo de ironía: ¿qué cosas más grandes? ¿casas más grandes, autos más grandes, fortunas más grandes? ¿Por qué no puede el papa hablar de la crisis por la que como dice Leonardo Boff: “crecerán en todo el mundo las multitudes que no aguanten más las consecuencias de la super explotación de sus vidas y de la vida de la Tierra (…) y se rebelen contra este sistema económico que castiga a la madre Tierra y aflige a sus hijos e hijas”? ¿Por qué no habló de la pobreza, del hambre, de las guerras, de las injusticias? ¿por qué no le dijo a esa juventud y a todas las juventudes del mundo que -como dice José Arregi- “creer en Dios es creer que otro mundo es posible y querer construirlo”. ¿Cómo no les recordó que Cristo no se encarnó vanamente sino que vino a dejarnos la esperanza de que con su Palabra podemos lograr el milagro de transformarnos en una sociedad más justa, más solidaria, más humana? En síntesis, una oportunidad desaprovechada, una reiteración de expresiones religiosas que han perdido, si alguna vez la tuvieron, su profundidad y su capacidad de convicción. Una vez más creo que las revoluciones hay que hacerlas en nuestro propio espíritu, en nuestras rutinas, en nuestras conductas. Y que si la Iglesia no ayuda, haciéndose eco del dolor de los pueblos, mostrando su compasión en el nombre de esa fe que proclama, y una auténtica vocación por estimular la búsqueda de nuevos caminos que permitan superar las adversas condiciones en que sobreviven o mueren millones de seres humanos en el planeta, pocas esperanzas me quedan de poder seguir soñando un mejor porvenir. La semana pasada, un hermoso sueño me quitó la paz. Desde ese día, todas las mañanas, al oír el despertador, me abalanzo a la TV y los diarios con la esperanza de ver una nota de prensa que diga algo así como lo siguiente:
17 de Agosto de 2011. "El papa Benedicto XVI ha desaparecido del Vaticano. Los servicios de inteligencia de todo el planeta se afanan en hallarlo con vida. La OTAN está en estado de máxima alerta por temor a que se trate de un magnicidio, tal vez de un secuestro por parte de Al Qaeda. El catolicismo al borde de la guerra." 18 de Agosto de 2011. "Desconcierto internacional. Benedicto XVI ha sido hallado sonriente y sudoroso en Mogadisho, capital de Somalia. Desde un campo de refugiados, acaba de anunciar que iniciará una huelga de hambre en solidaridad con la población hambrienta. Su determinación es mantenerla hasta morir si la comunidad internacional no toma medidas urgentes para acabar con la miseria que asola el planeta. El mundo escucha atónito la declaración." 19 de Agosto de 2011. "Todo es caos, preocupación e incertidumbre. Se suceden las reacciones oficiales. Nadie sabe cómo interpretar un gesto que viola los protocolos diplomáticos. Las autoridades de las cancillerías europeas y norteamericanas, a la vez que saludan tímidamente el gesto, lo desautorizan como un chantaje inadmisible por parte del líder de una Iglesia. De admitirse podría dar lugar a una serie indefinida de injerencias por parte de otros dirigentes religiosos en el orden político internacional. Le exigen el cese inmediato de la huelga de hambre." 20 de Agosto de 2011. "El Vaticano, presionado por los gobiernos occidentales, ha convocado un conclave urgente y extraordinario para dar respuesta al insólito y perturbador acontecimiento. Se filtra la idea de que el Papa podría haber perdido sus facultades mentales y debería ser incapacitado como legítimo sucesor de Pedro." 21 de Agosto de 2011. "Los mercados han entrado en un estado de pánico generalizado. Las bolsas se desploman. Las multinacionales temen una intervención de la ONU que pudiera limitar sus beneficios a escala global. Los principales centros financieros exigen a los gobiernos una respuesta urgente a la crisis provocada por Benedicto XVI, al que califican abiertamente de comunista e irresponsable." 22 de Agosto de 2011. "Se espera una acción inminente por parte de la OTAN, como respuesta a la demanda de la curia romana, para capturar al sumo Pontífice, devolverlo con vida al Vaticano y realizarle un exhaustivo diagnóstico de salud mental por parte de eminentes psiquiatras. Se especula con un brote de demencia senil. El derecho canónico admitiría in extremis la posibilidad de nombrar un nuevo sucesor si se verifica la grave enfermedad mental del actual Vicario de Cristo." 23 de Agosto de 2011. "La imagen de un Papa despojado de sus pomposas vestiduras, ataviado con las raídas ropas de los nativos y dispuesto a llevar hasta el sacrificio final su compromiso con los más pobres del planeta, ha conmocionado a la opinión pública mundial. Es como un delirio colectivo. La gente se echa a la calle presa de un sentimiento de júbilo, ocupando calles, plazas y parlamentos." 24 de Agosto de 2011. "Todo parece irreal, es como si el mundo hubiera perdido de pronto su gravedad y flotara en un estado de gracia y ligereza. Hay gente por todas partes. Unos lloran de emoción, otros cantan salmos, otros rezan tomados de las manos, otros comparten lo que tienen con los más pobres, otros se abrazan sin motivo, los enemigos se declaran la tregua. Un sentimiento de hermandad surca la tierra. Es indescriptible. Nadie recuerda algo semejante." 25 de Agosto de 2011. "Ante el riesgo de captura del santo Padre, el Dalai Lama, el patriarca de Constantinopla, numerosos imanes y rabinos, y los principales líderes protestantes han decidido sumarse a la huelga de hambre de Benedicto XVI. Se añade cada día una marea de niños, mujeres y ancianos, en cuyo rostro se refleja el orgullo de saber que, al menos por una vez, Dios está de su parte." 26 de Agosto de 2011. "Filósofos e intelectuales afirman que lo que está ocurriendo, tanto si el Papa muere o logra derrotar al hambre, supondrá un punto de inflexión en la humanidad. Su importancia ya se compara con el final del imperio romano, el descubrimiento de América o la derrota del nazismo. Sectores izquierdistas, ateos y liberales se movilizan a favor de los cristianos y el parlamento de Israel ha acordado devolver los terrenos ocupados a Palestina. La historia parece haber perdido su racionalidad. Ningún estudio sociológico, económico o político había previsto un suceso tan enorme. ¿Qué está pasando? ¿El mundo se ha vuelto loco? ¿quizás de amor?" Conclusión: el Papa es uno de los pocos seres humanos capaces, por su estatus, de realizar tan hermosa quimera. Por eso cada día, apenas me despierto, me lanzo a los kioscos para ver si es hoy está la gran noticia, el día en que el Papa de mis sueños realizará la gesta que salvará al mundo. Hemos dado un salto en la lectura del evangelio. Del capítulo 16 hemos pasado al 18, en el que comienza una serie de discursos sobre la comunidad.
Cuando los textos del NT hablan de Iglesia (sólo en Mateo) no se refieren a una superestructura mastodóntica, sino a la pequeña asamblea local que es la que vive la fe en Jesús. Es la primera vez que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la comunidad. Es importante notar que este texto está a continuación de la parábola de la oveja perdida. Ésta termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.” El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo dan por supuesto, y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha fallado, para la comunidad. Lo que nos relata el evangelio de hoy, es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mateo. Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos. EXPLICACIÓN Hoy la primera dificultad la encontramos en el mismo texto. En muchos de los códices griegos dice: “Si tu hermano peca contra ti” o “Si tu hermano te ofende”. Pero la última parte falta en algunos muy importantes, como el Sinaiticus y el Baticanus. En cuanto a las traducciones, la opinión esta dividida casi al cincuenta por ciento.
La continuación al texto que hemos leído hoy, parece apostar sin embargo por la opción de “contra mí”, porque Pedro pregunta: “¿cuántas veces tengo que perdonar?” Incluso J. Mateo traduce: “Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? Lo cual me parece muy coherente. En caso de aceptar la otra versión (“Si tu hermano peca”), tiene el peligro de que lo entendamos como una falta abstracta, sin referencia ni a un individuo ni a la comunidad. Y esto nos haría perder la perspectiva histórica. La práctica penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados contra la comunidad, no se tenía en cuanta, ni se juzgaba la actitud personal con relación a Dios, sino el daño que se hacía a la comunidad. De esta forma, para aquellas primeras comunidades, el “si tu hermano peca” debía entenderse como una ofensa a la comunidad llevada a cabo por uno de sus miembros en perjuicio de otro u otros miembros de la comunidad. La respuesta de la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino su relación con la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus miembros, los ofendidos y los que ofenden. “Atar y desatar”. Es una imagen del AT muy utilizada ya por los rabinos de la época; aquí se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o de excluirlo de ella. Así lo entendieron también las primeras comunidades, cuyos miembros eran judíos. El concepto de pecado, como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, aún tardaría siglos en surgir. No podemos entender el texto como un poder conferido por Dios para perdonar las ofensas contra Él. “Todo lo que atéis en la tierra...” Hace dos domingos, el mismo Mateo decía exactamente lo mismo, referido a Pedro. No puede haber dos instancias últimas. ¿Cuál de los dos textos estará en la verdad? Sólo hay una solución: que Pedro actúe como cabeza, en nombre de la comunidad, pero sólo para determinar quién pertenece a la comunidad y quién se autoexcluye de ella. En todo el evangelio de Mateo no se encuentra un solo dato que haga pensar en una autoridad que toma decisiones. Teniendo en cuenta los textos y el contexto, podemos concluir, que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como a veces, se nos quiere hacer ver. “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Esto es muy importante a la hora de tomar conciencia de lo que significa una reunión (eklesia) de los seguidores de Jesús. ¿Qué significa estar reunidos en su nombre? No se trata de compartir y aunar criterios humanos, sino de aceptar los criterios de Jesús. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos lo hombres, también de los que no perteneces al grupo o están contra él. Esa es la única manera de hacer presente a Jesús. APLICACIÓN Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, y lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante, lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la comunidad de Mateo, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad. Una vez más queda patente que lo profundamente humano es lo divino, porque las enseñanzas del evangelio no dejan lugar a duda a este respecto. La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios y con los demás. Fijaros que insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el único fin de que no siga haciendo daño a la comunidad. La solución final no es la adecuada al espíritu de Jesús, porque manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad de integrarlo. Aquí tenemos que encontrar el verdadero sentido de la comunidad: la ayuda mutua en la consecución del fin del hombre, su plenitud, que sólo a trompicones puede alcanzar. La Iglesia debe ser sacramento de salvación para todos, no refugio de seguridades para sus miembros. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El relato de hoy nos advierte del fallo más letal de nuestro tiempo: la indiferencia. Martín Descalzo la definió como “la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades. El otro no existe para mí. Con toda naturalidad decimos: “Es su problema”. “Allá él”. Que haga lo que quiera. No basta con dejar que los demás hagan lo que quieran, hay que ayudar a todos a ser más humanos. Cualquier persona que vaya, sin saberlo, por un camino equivocado, agradecería que alguien le indicara su error y le mostrara el verdadero camino. Si una persona que camina por la carretera de Andalucía, te dice que se dirige a Santander, tratarías por todos los medios de decirle que está equivocado. Si al hacer hoy la corrección fraterna, damos por supuesto que el otro tiene mala voluntad, (actitud que se presupone en el concepto moderno de pecado) será imposible que te acepte la rectificación. Desde esa perspectiva, al corregir, estás dando por supuesto que tú eres el bueno y el otro el malo. La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble.
Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de que su actitud está equivocada, y que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que quiere conseguir. Pero no solo se aleja él de la plenitud humana, que todos debemos perseguir, sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo grado de humanidad. Solo en las relaciones con los demás podemos crecer en humanidad. Meditación-contemplación “El que ama tiene cumplido el resto de la Ley”. La preocupación por los demás es una quimera, si no partimos de un verdadero amor. No se responsabiliza uno de los demás por programación. ……………………. La máxima manifestación de desamor, es la indiferencia. Camuflarla bajo el manto del respeto o la tolerancia, es cobardía. Si no me comprometo con el bien espiritual del otro, es que su presente y su futuro me importan un comino. …………………….. Debo ir al encuentro del otro para ayudarle a ser él mismo, sin juzgarle, sin tener en cuanta su bondad o maldad. El objetivo primero no es hacerle bien a él, sino salvarme yo, haciéndome más humano. El 15 de marzo pasado los rebeldes sanguinarios de la LRA (unos paramilitares que vienen de Uganda y se hacen llamar Ejercito de Resistencia del Señor), atacaron un pueblo llamado Nzacko (diócesis de Bangassou en Centroáfrica).
Llegaron un domingo por la tarde, cuando la mayor parte de los soldados de la guarnición jugaban al fútbol y los cosieron todos a balazos. La población se desperdigó alocadamente y los rebeldes tuvieron tiempo de robar casa por casa, de mirar debajo de los catres para ver si había alguna chica escondida y aprovechar la coyuntura, amontonar lo robado en el centro del mercado y hacer una cordada con chicos y chicas (algunas que acababan de violar), ponerles 30-40 kilos en la cabeza y llevárselos a sus campamentos de la selva, a unos 10 días de marcha. Eran 56 jóvenes, algunas embarazadas y dejaban 56 familias angustiadas por su suerte. Como obispo de esta diócesis, grité contando esta fechoría en la radio, en periódicos, en encuentros… Todos dicen: ¡oh, qué barbaridad! Pero todo sigue igual. Vivimos caminando sobre una cuchilla de afeitar y muchos golpes bajos de la economía mundial, como el control del coltán (colombio-titanio) para fabricar nuevas marcas de móviles o de ordenadores, rebotan en el cuerpo inerte de la población de Bangassou y del norte del Congo. Esta parece un macabro sparring sobre el que las compañías de telefonía hacen rebotar los puñetazos de la agresividad del mercado o las dentelladas de sus trajeados “tiburones”. La mayoría de aquellos jóvenes volvieron 20 días después, destrozados, algunos con hernia discal. Unos 15 niños de 11-13 años, aún no volvieron y sus familias temen que no vuelvan nunca más. Lo que acabo de contar ya lo he denunciado otras veces y es la misma nefasta canción archi-repetida desde hace 6 años. Lo nuevo es que ese día, Karine, aprovechando la confusión de los kalasnikoff y la refriega generalizada, se escapó de las manos de estos indeseables. Llevaba 9 meses con ellos en la selva desde que la raptaron en su pueblo natal. La apartaron violentamente de sus 3 hijos y de su madre y, a sus 23 años, se la fueron rifando 150 rebeldes en la selva entre labores de aseo, culinarias, de transporte u otras. Pero ese 15M fue su gran día. Huyó a la misión católica y los padres centroafricanos la condujeron a una plantación para ponerla salvo. Al día siguiente la llevaron 80 km abajo donde una franciscana guatemalteca me la trajo a Bangassou, otros 120 km más al sur. Cuando vi a Karine delgada como un alfiler, cuando sus ojos huían de los míos y la respuesta a mis preguntas eran sólo murmullos, supe que había un problema. Más que un problema, había muchos problemas y aquella pobre chica parecía zombi. Después de lavarse varias veces con jabón perfumado, inútil esfuerzo de quitarse de encima toda la vergüenza y la rabia acumulada, Karine seguía en estado de shock. Me enteré de que sus hijos y su madre, después de su rapto, se habían desplazado a 25 km de Bangassou y me ofrecí a devolverla a los suyos. Me dijeron que en su pueblo todos creían que estaba muerta, pero no había tiempo de mandar una avanzadilla con la noticia de su vuelta a la vida y la monté en el asiento de atrás del coche. Conforme íbamos llegando y unos pocos habían comenzado a reconocerla, Karine, hierática y asustada, no movía un músculo. Al pararnos al lado de la veranda de sus abuelos, alguien le dio un bebé por la ventanilla, pero ella seguía K.O. El coche ya estaba parado pero ella no se movía. Tuve que salir yo mismo y abrir su puerta, y conminarla con una cierta dureza en la voz: “Karine, sal fuera”. La multitud ya se había juntado y, al reconocerla, gritaban, rezaban, lloraban, se ponían de rodillas o cantaban cantos de Iglesia de diferentes confesiones. Karina salió del coche y se dejó tocar por los suyos que la acariciaban, la sobaban, la bendecían o simplemente la miraban con los ojos como platos. Ella, de pie, mirando al suelo, lloraba y temblaba. Tardó 20 minutos en reaccionar y ofrecer su primera sonrisa. Una sonrisa de resurrección. Pensé que el coche había sido como su ataúd de muerta, que esos 20 minutos fueron como un parto y ahora, finalmente, sonreía. Es decir, resucitaba a la vida. La mitad de la población de mi diócesis vive desde hace años escondida en campos de refugiados. En unos hay 4.000, en otros son gente huida del Congo, 3.500, en otros unos centenares. Pero todos perdieron sus campos, sus cosechas y graneros, sus casas y sus espacios sagrados, las cosas que no pudieron transportar y todas sus esperanzas. Sobre ellos han caído desde hace meses, como moscas sobre una llaga, ONGs de todo tipo y condición, de nombres difíciles de pronunciar (alguna tiene nombre de un famoso mago), otras son conocidas y lo hacen medianamente bien. Pero muchas de ellas están formadas de personas interesadas que llegan en avión por cuestiones de seguridad y ofrecen sus productos e intuiciones durante unos días, escriben sapientes informes sobre las condiciones de vida en África en general (capítulo primero) y en los campos de refugiados en particular (segundo capítulo) para concluir que sus fuentes de alimentación (organismos internacionales de todo tipo, organismos humanitarios, filántropos y afiliados) tienen que seguir dando plata porque las letrinas hay que ponerlas un metro más allá o las azadillas no han sido suficientes. Los padres y las hermanas de la misión, que están allí desde hace años, día a día, aguantando el chaparrón de la mañana a la noche, se preguntan si no es una contradicción que lo que costaron las azadillas sea apenas, una cincuentésima parte de lo que costó fletar un avión ida y vuelta para llevar y traer a los especialistas de lo humanitario dos veces por semana, sus dietas, sus cursos de preparación intensiva y sus flamantes ordenadores para escribir sus puntuales informes, exactos en puntos y comas, parágrafos y firmas, en cuatro ejemplares. Todos se mueven con escolta militar pagada a precio de oro y todos piden pasar la noche en la misión donde haya agua “muy fría” y electricidad para encender los ordenadores. Un día, pidieron hospedaje 4 especialistas enviados por la Embajada americana. Cuando terminaron su trabajo, viendo que tenían la tarde libre antes de coger la avioneta que los llevaría de vuelta a Bangui y a Washington, les propusimos de visitar el centro de enfermos terminales de sida y el nuevo quirófano. Muy educadamente nos dijeron que les habían pagado solo para ver letrinas, no quirófanos. Aunque muchos vendrán de buena fe e intentan hacerlo lo mejor que saben, acabamos preguntándonos quién está mejorando su calidad de vida: los miembros de la ONG aparecida de buenas a primeras o la gente de los campos de refugiados que tienen que aguantar una lección magistral sobre el uso y el abuso de las letrinas a cambio de azadas y azadillas que reparten después de la lección. Hay algunas que dan signos de seriedad y sentido común. La mayoría, sin embargo, parece ser gente que quiere ver en directo lo que ayer vieron por televisión. Entre tanto la población local, paupérrima, la que ha acogido a los refugiados sin pedirles visado ni papeles, ahora tiene que negociar con estos inmigrantes una gallina por una azadilla o les cambian un lebrillo por una manta made in HCR (Alto Comisariado para los refugiados) o un cubo de cacahuetes a cambio de una mosquitera “impregnada”. Las ONGs crean los status. En el último escalón está la población local y el farolillo rojo son los campesinos que no pueden salir a cultivar sus tierras a causa de la presencia de la LRA, pero para las ONGs no cuentan para nada. Algunos escalones más arriba los refugiados, enseguida después las misiones y al final de la escalera, kilómetros más arriba, los especialistas de cuestiones humanitarias, algún embajador que se deja caer por allí o algún majadero despistado, director general de algo. ¡Así es la vida! ¡Así la hemos hecho entre todos! La primera impresión, al leer este texto, es que no “casa” bien con el que le precede ni con el inmediatamente posterior.
En el anterior, a partir de la pequeña parábola del pastor que va a buscar la oveja perdida y que “se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no es extraviaron”, Jesús afirma que “del mismo modo vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (18,14). Y en el inmediato posterior, a raíz de una pregunta de Pedro sobre si habría que perdonar “hasta siete veces”, Jesús contesta que “no siete veces, sino setenta veces siete” (18,21). El contraste se produce al comparar la actitud paciente de Jesús, que disculpa y perdona siempre (setenta veces siete), con la puntillosa severidad con que se trata, en la comunidad, al “hermano que peca”. La conclusión parece clara: los textos más radicales remiten directamente a Jesús; por el contrario, aquellos otros más “realistas”, y centrados en cuestiones de convivencia procederían de la comunidad. Jesús apuesta por actitudes caracterizadas por la gratuidad; la comunidad regula la marcha del grupo, de acuerdo con principios “prácticos”, con los que resolver eficazmente los conflictos comunitarios. En la comunidad de Mateo debieron encontrar adecuado ese modo “progresivo” de reinsertar en ella a quienes consideraban que se habían equivocado: primero a solas; luego, con dos testigos; finalmente, ante toda la comunidad. Sin embargo, el hecho de que en aquel grupo pudiera funcionar no significa que sea siempre un modelo a imitar. Cuando se ha querido incluso forzar en determinados estilos de formación –en aquella fórmula imperante durante siglos en la vida religiosa, conocida como la “corrección fraterna”-, se ha hecho daño a las personas. Sin embargo, de nuevo en una lectura literalista del evangelio, se apelaba a la autoridad del propio Jesús, para insistir en esa práctica. Ni estas palabras proceden del Jesús histórico, ni siempre la “corrección fraterna” es el camino más adecuado. Requiere hacerla con tal limpieza, humildad y amor que únicamente con esas condiciones puede resultar beneficiosa para todos. Cuando no es así, bajo esa fórmula, se camuflan actitudes farisaicas de superioridad, juicio y condena del otro. Es evidente que todo grupo humano necesita de normas que regulen la convivencia, pero ni siquiera eso otorga a las mismas un valor absoluto, por encima incluso de las personas. Es preferible inclinarse siempre –como Jesús- por el lado de la compasión. Como afirma un dicho atribuido a Platón, “sed amables, pues cualquiera a quien encontremos está librando una dura batalla”. Además de la norma sobre la reinserción del “hermano que peca”, el texto que leemos este domingo contiene otras dos afirmaciones que afectan directamente a la comunidad, y que se refieren al poder del que se cree portadora y a la oración en común. La comunidad tiene conciencia de estar en la verdad, hasta el punto de que sus decisiones son siempre válidas. “Atar y desatar” es una expresión semítica que se refiere a prohibir y permitir válidamente. Hasta el punto de que las decisiones tomadas por ella serán válidas también “en el cielo”, es decir, serán legitimadas por el mismo Dios. El lector del evangelio ha encontrado ya esta misma fórmula en las palabras que Jesús dirige a Pedro (16,19). Cierta tradición ha defendido que ese poder “jurisdiccional” fue conferido a Pedro y a los apóstoles, por lo que, en la iglesia, los depositarios del mismo serían los obispos, “sucesores de los apóstoles”. Sin embargo, no es tan claro que sea así: por un lado, hay dudas razonables de que esas palabras procedan del propio Jesús; por otro, es legítimo pensar que sean dirigidas, no sólo a los apóstoles, sino al conjunto de la comunidad. Dicho más claramente: ni la jerarquía puede sustentarse en este texto, ni estas palabras impiden el ejercicio de la voluntad de todos los cristianos y cristianas en las decisiones eclesiales, en la renovación de determinadas normas y en determinadas prácticas como, por ejemplo, el nombramiento de los obispos. En el tercer bloque de este texto, referido a cuestiones comunitarias, se habla de la oración en grupo, con una doble afirmación: “todo lo dará mi Padre del cielo” y “yo estoy en medio”. La primera de ellas –“os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo”- choca tanto con la que parece ser la experiencia diaria de los orantes que, de entrada, se hace difícil de creer. ¿Cuántas veces hemos pedido cosas buenas en la oración y no hemos obtenido respuesta? Es cierto que se nos dice que Dios sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, pero entonces, ¿cuál puede ser el sentido de aquellas palabras? Para empezar, me parece claro que no se trata de “magia”, ni tampoco de un poder similar a la “ley de atracción”, de que hablan ciertas corrientes de la Nueva Era (aunque puedan contener algún punto de verdad). Personalmente, me inclino a pensar que estas palabras de Jesús, en línea con otras afirmaciones suyas a lo largo del evangelio, contienen una certeza y una llamada a una confianza incondicional. La certeza es que ya lo tenemos todo. Dios es Donación: ¿cómo podría “reservarse” algo y no darlo? Todo nos ha sido dado, pero lo acogemos en la medida de nuestra capacidad de apertura ante el don. Y esa capacidad se activa en la medida en que salimos de las fronteras del yo, y dejamos de identificarnos con él. Es entonces, al descorrer el velo que supone nuestra identificación con la mente, cuando aparece la comprensión: ha crecido nuestra capacidad de “ver”. Al ego le gustaría que las cosas fueran de otro modo: que, de un modo mágico, como en los cuentos, quedaran respondidas todas sus necesidades y saciados todos sus sueños. Pero esto es imposible, porque la característica del yo siempre será la insatisfacción; ego es “no tener nunca bastante”, porque él mismo es vacío. El camino no pasa por alimentar al ego, sino precisamente por trascenderlo, aprendiendo a “ver” más allá de él, adentrándonos en ese “no-lugar” donde todo está bien. La confianza es una de las “palabras mayores” del evangelio, y parece que constituyó un rasgo básico de la personalidad de Jesús. En todo momento y circunstancia, pase lo que pase, podemos confiar: se nos ha dado todo. Pero para verlo, se requiere venir al momento presente. Fuera del presente, todo es carencia e impotencia. El presente, por el contrario, es plenitud y fortaleza. Una vez más, venimos a descubrir la coherencia de todo: venir al presente coincide con trascender el yo; todo se unifica. (Porque lo que entendemos aquí por “presente” no es un lapso temporal entre el pasado y el futuro –eso sería sólo una “idea” del presente-, sino el no-tiempo, la atemporalidad que percibimos cuando acallamos la mente, o tomamos distancia de ella). La segunda afirmación –“donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”- parece ser especialmente querida para Mateo, porque recoge el nombre con el que le gusta nombrar a Jesús:Enmanuel o “Dios-con-nosotros”. Con ese nombre empieza (1,23) y concluye (28,20) el relato mateano. “Yo-estoy-en-medio-de-ellos” sigue siendo Enmanuel. Quizás Mateo aplicó a Jesús un adagio judío que rezaba así: “Si dos hombres se encuentran juntos y las palabras de la Ley están en medio de ellos [como motivo de conversación], Dios habita en medio de ellos”. En cualquier caso, en una lectura no-dual, está expresando la verdad más profunda del misterio de lo que es: todo se halla interpenetrado en todo. Dios es siempre Dios-con-nosotros, sin distancia ni separación. En la tradición cristiana, Jesús es la manifestación palpable de esa realidad. Con él nos encontramos en la “identidad compartida no-dual” y crecemos en la conciencia unitaria que él vivió: los “otros” son “parte” de “nosotros”. Para un agnóstico relativo, desde esta página que nace con ánimo de ser respetuosa con todas las creencias, no va a ser fácil tratar la reciente visita del Papa a España, pero le es aún más difícil guardar silencio. Desde el mayor de los respetos y desde el recuerdo de una educación forjada en un centro marianista y consolidada en el seno de una familia creyente, no haré sino pensar en voz alta y plasmar estos pensamientos en pocas líneas.
Confieso haber pensado mucho estos días en la excelente obra de Morris West, publicada en 1963, “Las sandalias del Pescador ” llevada a la gran pantalla por Michael Anderson y protagonizada, entre otros destacados actores, por Anthony Quinn, de quien me sorprendió en su momento cómo consiguió tornar en creíble bondad la crónica brusquedad habitual de su rostro, más adecuado quizás a películas como ” Los cañones de Navarone “. El argumento de la cinta me llevó también a situarme en los días de la proclamación igualmente como Papa del cardenal Luciani, Juan Pablo I y su efímera existencia como tal; la sombra de la desaparición forzada de todo un Papa sobrevoló entónces y aún no ha tomado tierra. Luciani anunció, con matices, lo que Kiril Lakota, pero la vida es siempre mucho más cruda que la ficción y no pudo llevarlo a cabo. Su sucesor, Juan Pablo II, no tuvo la menor intención de heredar las intenciones de ambos y va camino de que lo hagan santo, seguramente por otros méritos. Paralelamente a la visita del actual pontífice y volviendo a ella, se produce una hambruna brutal en la zona de habituales hambrunas, quizás solo una más pero que a diario produce la muerte de personas, entre las que nos quedamos siempre con la imágen del depauperado niño comido por las moscas, sostenido por una no menos depauperada madre que nos dirige suplicante la mirada. Ella no sabe que el Papa está de viaje, un costosísimo viaje cuyo montante económico podría proporcionar innumerable alivio y alimentos a la zona. El pescador se emociona ante las muestras de cariño y devoción de una enorme multitud que le aclama; veo al hombre cerca y a Dios lejos, pero en mí es normal que así sea. Debo estar equivocado porque soy uno o somos pocos quienes así lo entendemos, frente a la aplastante y fervorosa masa. Soy, como advertía al principio de estas líneas un agnóstico relativo que cree en un Dios seguramente imposible, que no está en grandes edificaciones ni en inoportunas celebraciones. Ese pescador, el mío, estará junto a los niños del hambre y las madres de vacíos pechos, aunque no sean de su creencia y seguramente, este sí, viaje en sandalias. |
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