Para un agnóstico relativo, desde esta página que nace con ánimo de ser respetuosa con todas las creencias, no va a ser fácil tratar la reciente visita del Papa a España, pero le es aún más difícil guardar silencio. Desde el mayor de los respetos y desde el recuerdo de una educación forjada en un centro marianista y consolidada en el seno de una familia creyente, no haré sino pensar en voz alta y plasmar estos pensamientos en pocas líneas.
Confieso haber pensado mucho estos días en la excelente obra de Morris West, publicada en 1963, “Las sandalias del Pescador ” llevada a la gran pantalla por Michael Anderson y protagonizada, entre otros destacados actores, por Anthony Quinn, de quien me sorprendió en su momento cómo consiguió tornar en creíble bondad la crónica brusquedad habitual de su rostro, más adecuado quizás a películas como ” Los cañones de Navarone “. El argumento de la cinta me llevó también a situarme en los días de la proclamación igualmente como Papa del cardenal Luciani, Juan Pablo I y su efímera existencia como tal; la sombra de la desaparición forzada de todo un Papa sobrevoló entónces y aún no ha tomado tierra. Luciani anunció, con matices, lo que Kiril Lakota, pero la vida es siempre mucho más cruda que la ficción y no pudo llevarlo a cabo. Su sucesor, Juan Pablo II, no tuvo la menor intención de heredar las intenciones de ambos y va camino de que lo hagan santo, seguramente por otros méritos. Paralelamente a la visita del actual pontífice y volviendo a ella, se produce una hambruna brutal en la zona de habituales hambrunas, quizás solo una más pero que a diario produce la muerte de personas, entre las que nos quedamos siempre con la imágen del depauperado niño comido por las moscas, sostenido por una no menos depauperada madre que nos dirige suplicante la mirada. Ella no sabe que el Papa está de viaje, un costosísimo viaje cuyo montante económico podría proporcionar innumerable alivio y alimentos a la zona. El pescador se emociona ante las muestras de cariño y devoción de una enorme multitud que le aclama; veo al hombre cerca y a Dios lejos, pero en mí es normal que así sea. Debo estar equivocado porque soy uno o somos pocos quienes así lo entendemos, frente a la aplastante y fervorosa masa. Soy, como advertía al principio de estas líneas un agnóstico relativo que cree en un Dios seguramente imposible, que no está en grandes edificaciones ni en inoportunas celebraciones. Ese pescador, el mío, estará junto a los niños del hambre y las madres de vacíos pechos, aunque no sean de su creencia y seguramente, este sí, viaje en sandalias.
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