Jesús como buen pastor anuncia a un Dios que solo desea ofrecer su amor y perdón. Quien tiene un rol de liderazgo en la iglesia ha de identificarse no sólo con esta metáfora, sino con su modo de actuar.
En el Evangelio de este domingo nos encontramos a Jesús identificándose con la metáfora del buen pastor. Para entender sus palabras es necesario acercarse al comienzo del capítulo 10 en el que Jesús está polemizando con sus oponentes sobre su identidad. En el diálogo el maestro se identifica con el Buen pastor, una metáfora que ya habían usado los profetas para hablar del modo que tenía Dios de guiar a su pueblo en contraste con mal gobierno de los dirigentes de Israel. Así lo denunciaba Ezequiel: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más gordas, y a las ovejas no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes. (…) Por eso, pastores, escuchad la Palabra del Señor: Esto dice el Señor Dios: Me voy a enfrentar con los pastores: les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas para que dejen de apacentarse a sí mismos, los pastores; libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar. Así dice el Señor Dios: Yo mismo en persona buscaré mis ovejas siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Los sacaré de entre los pueblos, los congregaré de los países, los traeré a su tierra, los apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país. Los apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus prados en los montes más altos de Israel; allí se recostarán en fértiles dehesas y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear, oráculo del Señor Dios. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré las descarriadas; vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”. (Ez 34, 1-16). Jesús al desarrollar de nuevo esta metáfora no sólo se identifica con el modo de actuar de Dios sino que se está proponiendo como en mediador de la acción amorosa del Padre (Jn 10,14- 18). Para los que están discutiendo con él sus palabras son escandalosas, porque además de denunciar sus malas prácticas como líderes del pueblo, está cuestionando su poder y su capacidad mediadora con la divinidad. Por eso buscan reafirmarse acusándolo de endemoniado (Jn 10,19-20). El fragmento que leemos este domingo pertenece a una narración más amplia que sitúa a Jesús debatiendo con los judíos en el pórtico de Salomón, un lugar situado en la parte más exterior del templo y al que podía acceder cualquier persona (Jn 10, 22). El relato informa que la conversación tiene lugar durante la fiesta de la dedicación del templo, una fiesta que formaba parte da celebración del año nuevo (Hanukka). Está era una fiesta que había instituido en el año 165 a.C., para recordar la nueva consagración del templo después de ser profanada por los paganos (1 Mac 4, 53-59). Este contexto tiene importancia porque al preguntarle los judíos si él es el mesías (Jn 10,24). Jesús al responder no se va a vincular con la santidad del templo, ni con su valor mediador para el encuentro con Dios, sino que va a utilizar de nuevo la imagen del pastor. Los que escuchaban a Jesús conocían las palabras proféticas y no pueden menos que considerar blasfemo (Jn 10,33) lo que el Maestro estaba diciendo. Como pastor Jesús asume el rol de mediador de la acción amorosa de Dios (Jn 10, 29) y por tanto admite tener una palabra de autoridad superior a cualquier otra que pudiesen pronunciar los presentes. El camina delante, y quien cree en él se sabe en las manos de Dios. A su lado las hijas e hijos de Dios pueden descansar porque en su actuar encuentran el amor y el perdón de Dios.
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Meditar para ver. La mente en un gran baúl de etiquetas: “agradable / desagradable”, “bonito / feo”, “importante / insignificante”, “amigo / enemigo”… En realidad, pensar no es otra cosa que sobreimponer nombres y formas a la realidad.
Con frecuencia, en el uso de las etiquetas de que dispone, la mente busca proteger al yo, responder a sus necesidades y fortalecerlo en su (ilusoria) sensación de identidad separada. La mente se afana en esta tarea especialmente cuando el yo se ve amenazado, lo cual suele ocurrir con frecuencia en el campo de las relaciones interpersonales. Para defenderse, autoafirmarse o destacar, el yo echa mano de etiquetas que tienden a descalificar a los otros. De ese modo, obtiene una sensación de seguridad y de superioridad, en las que se amuralla para tratar de exorcizar la inseguridad que lo atenaza. Con ese modo de hacer, el yo fortalece, simultáneamente, su tendencia a la separación y a la rutina. Por lo que, en la medida en que nos identificamos con él, nos privamos de vivir la unidad que somos e impedimos experimentar la novedad del presente. Necesita de la separación y del contraste –vive en la permanente comparación–, porque solo de ese modo puede autoafirmarse: viendo a los demás “frente a” él. Si la persona se instala en ese engaño, queda cegada para percibir la unidad que compartimos. Por otro lado, se acomoda a la rutina, que le proporciona cierta sensación de seguridad, porque pensar no es sino poner nombres (conocidos) a todo lo que acontece. Por eso, cada vez que “etiquetamos”, nos cerramos a la novedad única que una persona o un acontecimiento encierran. La consecuencia es clara: se incrementan la soledad y el aburrimiento. Es el destino del yo. Pero, dado que esas sensaciones también le incomodan, se verá lanzado de un modo compulsivo a buscar compensaciones, por la vía de la “distracción” permanente. Distraído y narcotizado, el yo tratará de sobrevivir, en una especie de noria hedonista, que no le conduce a ninguna parte, como no sea a incrementar el sufrimiento. La identificación con la mente nos encierra en una prisión, hecha de ignorancia, en la que nos reducimos a circunstancias impermanentes, viviendo desconectados de nuestra verdadera identidad. Estoy asustado de las pocas personas que participan en las celebraciones litúrgicas de la semana santa y en general de cualquier domingo
Niños y jóvenes: cada día hay menos bodas. Cada día menos religiosos, curas, monjas… Menos vocaciones. Y nos empeñamos en hacer crecer el número. Quiero hacer otra lectura desde la Palabra de Dios «No te dejes llevar por su apariencia ni por su estatura, porque éste no es mi elegido. Yo soy el Señor, y veo más allá de lo que el hombre ve. El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero yo miro el corazón" Es cosa de Dios Vivir la confianza en Dios. Valorar lo pequeño, lo débil, lo anciano. Es Dios quien va a cambiar la historia. Sobran altavoces, números, concentraciones, teles… Celebramos el ahondamiento, el empequeñecimiento de Jesús. En la debilidad está la fuerza, en la muerte, está la resurrección. Más contemplación. Juan Luis vive solo desde los 18 años. Tiene 73. Es Hermano de Foucault. Cuando comentamos que van a desaparecer como congregación, dice “si desaparecemos, no pasa nada porque surgió cuando hacía falta, ahora Dios irá abriendo caminos. No tenemos nada, no pasa nada si morimos todos”. La fuerza está en Dios. Nos purifica nuestra adhesión, no a lo externo, no a tinglados, sino a Dios, a su Obra. Nos encanta el Tabor. “Qué bien estamos aquí”. Y si es preciso, hacemos tres chozas, mantenemos el tinglado que tenemos. Podríamos caminar: 1. Purificar el follaje por la fe en Jesús. 2. La acción se realiza en la debilidad. Dios se fijó en la pequeñez de su esclava. 3. Descubrir a Jesús no en las grandes obras arquitectónicas, sino en la humildad de lo pequeño. 4. Perder el prestigio social. No somos de los importantes de la tierra. 5. El resto de Israel no lo veo en el reintento de recuperar las masas: ”con este papa, parece que volvemos a ser una iglesia numerosa” (¿?) 6. Aprender a desaparecer. Porque la mostaza está escondida en la tierra 7. Fe en Dios: con caminos bien raros y poco vistosos. (Contemplar la naturaleza. De ahí viene la fuerza). 8. He pasado a vivir en pueblos muy pequeños: semana santa con 3 personas, 50 y 30. ¿Acaso Dios está más en multitudes? Yo iba para obispo pero el Espíritu y la vida me han cambiado. Qué suerte caminar siempre por servicios bien sencillos. 9. Y ahora aprender a ir desapareciendo. Nuestra fuerza no es el dinero ni el número. Son las personas muy sencillas. Esto va bien. Leemos en la palabra. "Es porque si los israelitas ganaran la guerra, pudieran pensar que la habían ganado por sí mismos, que no necesitaban la ayuda de Jehová para ganar. Por eso Jehová le dice a Gedeón: ‘Di a todos los que tengan miedo que vuelvan a su casa.’ Cuando Gedeón hace esto, 22.000 guerreros se van. Eso le deja solo 10.000 hombres para pelear contra los 135.000 soldados. Pero, ¡oye! Jehová dice: ‘Todavía tienes demasiados hombres.’ Así que le dice a Gedeón que haga que los hombres beban de esta corriente y entonces mande a casa a todos los que bajen su cara al agua para beber. ‘Te daré la victoria con los 300 hombres que han seguido vigilando mientras bebían,’ promete Jehová. Con muy pocos creyentes, el Evangelio vive su Fuerza dinamizadora. "Un monje se confiesa" es el tercer libro de una trilogía que intenta la unión entre el saber psicológico y el saber espiritual. ("Un psiquiatra se pone a rezar" y "Yo también estaré contigo cuando llores" son los dos anteriores). Es una novela psicológica que no se debe leer de un tirón. Hay que gustar el texto, dejarlo entrar no solo en la cabeza (hay mucho diálogo para exponer argumentos filosóficos), sino en el corazón.
Confesar es atreverse a revelar algo de la profundidad del propio ser que está velado y apenas se percibe desde una visión superficial. Cuatro personas acuden a un monasterio benedictino durante unos días para compartir el silencio y la vida monacal. Verónica y Enrique son periodistas. Ella busca superar el trauma de una relación frustrada con su hija, él solo siente curiosidad desde su escepticismo. Carlos Lisieux, ya conocido en las anteriores novelas, es un psiquiatra que esta vez acompaña a un enfermero psiquiátrico que a su vez es paciente, Raúl, gran conocedor de la meditación. Cuando llegan las cuatro personas el único que se opone a recibirlas por temor a que puedan perturbar su vida, es el hermano Jorge. En realidad su propia vida no estaba en paz. Junto a él, en la comunidad, sobresale el Hermano Albert, conocido en las novelas anteriores y que, sorprendentemente, hace también una confesión. El hermano Jorge decide vencer su rechazo a Verónica y ayudarla en su angustia con una pedagogía interior. Pero es Verónica, paradójicamente, la que termina siendo una ayuda para él, al activar su capacidad de amar en una situación límite para ambos. "Gracias a estos días que hemos compartido sé que la meta de un monje no es la perfección sino amar". Ser vulnerable al amor de una mujer hace a Jorge volver a ser vulnerable al amor de Dios. Un monje perfeccionista y que quisiera tener todo controlado aprende que el amor ni se gana ni se merece. "Simplemente me rendí y me dejé amar", dirá. Será posible la transformación de ambos al abrir las puertas al amor allá dónde las posibilidades humanas se habían agotado. En la bajada a la profundidad de uno mismo hay mucho dolor. "La maduración humana es un camino de experiencias sobre uno mismo. Esto no está exento de bajar a los infiernos, la fuerza transformadora no está en la superficie". La mística de los ojos cerrados, necesaria para superar la superficialidad y el activismo, capacita y deja paso a la mística de los ojos abiertos... o no será verdadera mística. "No es casualidad que tanto en Oriente como en Occidente, los maestros espirituales hablen de humildad. Sin ella el místico tendería a identificarse con Dios y no hallaría distancia entre su yo y Dios en él". Esta tensión es precisamente la condición humana. "La humildad protege contra el narcisismo y nos acerca al verdadero amor". Los ojos sanados de la ceguera no solo miran sino ven. La mística de los ojos abiertos nos hace capaces de "en todo amar y servir". "Todo" es la realidad en su totalidad, no solo aquella que controlamos o que nos parece exitosa. En toda ella somos abrazados por Dios. El Hijo se hizo carne débil y habitó entre nosotros... En una conferencia reproducida en internet, Juan José Tamayo afirmaba que hay algunos estereotipos muy divulgados en Occidente (más en Europa), que son los pilares que fomentan y sostienen las actitudes de islamofobia. Son, entre otros:
Que el Islam es una religión fundamentalista El Islam es una religión belicista El Islam defiende la guerra santa El Islam es una religión patriarcal El Islam es contrario a los derechos humanos El Islam es una religión atrasada El Islam está en lucha con Occidente A continuación señalaba que ninguno de estos estereotipos tiene su base en el islam, sino que hay que encontrarlos en construcciones posteriores al Corán y la vida del profeta Muhammad. Vaya por delante que es grande mi desconocimiento del Islam pero no me parece descabellado decir que: -Es una religión fundamentalista. En las webs de propaganda islámica que se pueden leer en internet se sigue diciendo que el Corán se lo dictó el arcángel Gabriel al profeta. Por tanto es obligado atenerse literalmente a ese texto divino y en eso consiste el fundamentalismo. -Es una religión también belicista porque su texto sagrado contiene exhortaciones animando directamente a la guerra contra los infieles. -Defiende –también– la guerra santa. La palabra yihad se traduce como esfuerzo pero este esfuerzo se extiende a ámbitos diversos, que incluyen el espiritual pero también el de la expansión y la conquista. -La Declaración de Derechos Humanos en el Islam, consensuada en El Cairo en 1990, tiene muchas lagunas, sobre todo en lo que se refiere a la igualdad de género. -Como cualquier religión monoteísta, el islam tiene una tendencia patriarcal: “Los hombres son los protectores y proveedores de las mujeres, porque Alá ha hecho que uno de ellos supere al otro, y porque gastan de sus bienes”. Una religión avanzada es la que se ha sometido a confrontación con la ciencia moderna. No ha sido así en el caso del islam. Hay todo un movimiento de musulmanes que está en lucha con Occidente. Así pues, no me parece que se trate de estereotipos sino de realidades. Hay una afirmación que suele escucharse de personas interesadas en este tema y que asegura que estos hechos existen pero no reflejan lo que es el verdadero islam. Pero ¿cuál es el contenido real de esa afirmación? En mi opinión, a menos que vayamos a una especia de platonismo, pensando en un mundo de esencias ideales, habría que decir que el islam que existe es el verdadero. Cuando en ocasiones he oído decir que la Inquisición no era cristiana, siempre he pensado que algo habrá en el cristianismo que llevó a la Inquisición. Como algo habría en el marxismo que terminó desembocando “socialismo realmente existente”. A comienzos del siglo XX se publicaron en el campo de la teología cristiana una serie de estudios sobre “la esencia del cristianismo”. La conclusión general fue que esa esencia estaba personalizada en la figura de Jesús y su seguimiento. Nada parecido puede decirse en el caso del islam, que consiste, ya desde su nombre, en la sumisión a la voluntad de Allah, una voluntad explicitada en el Corán. En 1977, en un libro -sin duda discutido- llamado Hagarism, Michael Cook y Patricia Crone afirmaron que “básicamente, el Corán carece de una estructura central. Frecuentemente es oscuro e inconsecuente tanto en lengua como en contenido; es superficial en su concatenación de materiales dispersos y muy dado a la repetición de pasajes enteros en versiones que presentan variantes”. Y ciertamente el libro sagrado entremezcla exhortaciones religiosas, preceptos morales y normas sociales. Para un observador neutral, no todas pueden tener el mismo valor e incluso algunas serían prescindibles, pero no parecen creerlo así los comentaristas musulmanes. Parece, pues, difícil delimitar cuál es el verdadero islam. A menos que se contemple únicamente su faceta espiritual, tal como ocurre en el sufismo y, abstrayendo de las otras manifestaciones, se vea el islam sólo como la sumisión a Dios y la búsqueda de la unión con El. ¿Habremos así llegado al verdadero islam? El Papa no es un cantante de rock
El domingo pasado escuché por televisión las palabras del papa Francisco. Me gustaron mucho. Pero antes tuve (tuvimos) que soportar el histerismo de unas quinceañeras de lengua española que lo aclamaban como si fuera un artista. El evangelio de hoy ofrece una imagen muy distinta de Pedro y de su misión. Pedro, un líder con poca vista, impetuoso y activo El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia. El comienzo es muy interesante. Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada. Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”. El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta. El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro. [La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse.] El misterio de la fe: seguridad sin certeza La mayor sorpresa para el lector, y uno de los mensajes más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma. Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar. Pedro de nuevo: humildad y misión La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades. Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio. Nuestro problema sigue siendo la experiencia pascual. Se trata de una experiencia interior que, o se tiene y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera de explicarla. Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos evangélicos que quieren transmitir dicha experiencia. No hay ni palabras ni conceptos para poder meter la realidad vivida, por eso lo primeros cristianos acudieron a los relatos simbólicos.
El objeto de esos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo. Descubriremos la fuerza arrolladora de esa Vida y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos. Las autoridades religiosas y romanas no solo pretendieron matar a Jesús, sino borrarle de la memoria de los vivos. La crucifixión llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada de ninguna manera. La probabilidad de que Pilato condenara a la cruz a Jesús por la mañana y por la tarde permitiera que fuera enterrado con aromas y ungüentos, en un sepulcro nueva, es mínima. Pero es lógico, que los primeros cristianos tratasen de eliminar las connotaciones aniquilantes de la muerte de Jesús. También es natural que, al contar lo sucedido a los que no conocieron lo hechos, tratasen de omitir todo aquello que había sido inaceptable para ellos mismos y los sustituyeran por relatos más de acuerdo con su deseo. En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece. Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo qué pasó en un lugar y momento determinado, sino transmitirnos una experiencia de una comunidad que está deseando que otros cristianos vivan la misma realidad que ellos estaban viviendo. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas, era a través de relatos, que podían estar tomados de la vida real o construidos para el caso. "Se manifestó" (ephanerôsen) tiene el significado de “surgir de la oscuridad”. Implica una manifestación de lo celeste en un marco terreno. “Al amanecer”, cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver ni oír ni tocar. Seguimos el esquema, de que hablábamos el domingo pasado. 1º Situación dada.- Los discípulos están pescando, es decir, habían vuelto a su tarea habitual. Nada más contrario a una búsqueda específica de algo espiritual. Ajenos a lo que les va a pasar, y por lo tanto, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, es decir, forman comunidad. No se hace alusión a los doce. Aparece el siete que es un número de plenitud, referido a todas las naciones paganas. Misión universal de la nueva comunidad. La pesca es la imagen del resultado de la misión. "Aquella ‘noche’ no cogieron nada". Este dato es de vital importancia para comprender el mensaje. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la labor misionera es infructuosa y estéril. Veis como el relato distorsiona la realidad a favor del simbolismo. La pesca se hace siempre de noche, no de día. Sin embargo aquella a la que se refiere el relato, se consigue cuando se siguen las directrices de Jesús. 2º Jesús se hace presente.- Toma la iniciativa y, sin que ellos lo esperen, aparece. La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. Jesús no les acompaña; su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos. Las palabras de Jesús son la clave para dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, encuentran pesca y le descubren a él mismo. 3º Saludo.- Una conversación que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos" (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”. Al darles ese nombre, está exigiéndoles una disponibilidad total. Por parte de Jesús, la obra está terminada. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo ese alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar directamente en la acción que ellos tienen que realizar. 4º Lo reconocen.- La dificultad de reconocimiento se manifiesta en que solo uno de los discípulos lo descubre. No el que mejor vista tiene, sino el que está más identificado con Jesús. Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. Sólo el que tiene experiencia del amor de Jesús, sabe leer las señales. El éxito, es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo. Juan Comunica su intuición a Pedro. Así se centra la atención en éste para introducir lo siguiente. Pedro no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo comprendió enseguida. El cambio de actitud de Pedro, reflejado de un modo simbólico en la palabra "se ató". La misma que se utilizó Jn para designar la actitud de servicio cuando Jesús se ató el delantal en el relato de la última cena. Se tira al agua después de haberse ceñido el símbolo del servicio, dispuesto a la entrega. Solo Pedro se tira al agua, porque solo él necesita cambiar de actitud. Jesús no responde al gesto de Pedro; responderá un poco más tarde. No ven primero a Jesús, sino fuego y la comida, expresión de su amor a ellos. Son los mismos alimentos que dio Jesús antes de hablar del pan de vida. Allí el pan lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva. Es lo que ahora les ofrece. El alimento que les da él se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito, otro se consigue con el esfuerzo personal. El primero lo aporta Jesús. El segundo lo deben poner ellos. No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada. El don de sí mismo queda patente por la invitación a comer y es tan perceptible que no deja lugar a duda. Recuerda la multiplicación de los panes. Es el mismo alimento, pan y pescado. Jesús es ahora el centro de la comunidad, donde irradia la fuerza de vida y amor. Esa presencia hace a los suyos capaces de entregarse como él. Al decirnos que es la tercera vez que se aparece, significa que es la definitiva. No tiene sentido esperar nuevas apariciones. 5º La misión.- Hoy se personaliza la misión en otro personaje, Pedro. Había reconocido a Jesús como Señor, pero no lo aceptaba como servidor a imitar. Con su pregunta, Jesús trata de enfrentar a Pedro con su actitud. Solo una entrega a los demás como la de Jesús, podrá manifestar su amor. La respuesta es afirmativa, pero evita toda comparación. Solo él lo había negado. Jesús usa el verbo “agapaô” =amar, amor. Pedro contesta con “phileô” =querer, amistad. Pedro empieza a comprender. Jesús no es el Señor, sino el amigo. Al preguntarle por 3ª vez, pone en relación este episodio con las tres negaciones de Pedro. Espera de Pedro una rectificación definitiva y total. Ahora es Jesús el que usa el verbo “phileô” ¿me quieres?, que había utilizado Pedro. Le hace fijarse en ello y le pregunta si está seguro de lo que ha afirmado. Ser amigo significa renunciar al ideal de Mesías que él se había forjado. Jesús no pretende ser servido, sino que, como él, sirva a los demás. Pedro comprende que la pregunta resume su historia de oposición al designio de Jesús. Meditación-contemplación Jesús se manifestó de esta manera. No hay nada espectacular en esa presencia. Solo el discípulo más cercano a Jesús, lo reconoce. Esta es la clave de todo el relato. ..................... Si vivo la presencia de Jesús dentro de mí, lo descubriré en los acontecimientos más sencillos de la vida. Si no lo he descubierto en mí, lo buscaré en personas o hechos espectaculares. .......................... Si pongo amor en las cosas que hago, estaré haciendo presente al Dios manifestado en Jesús. La clave no está en la realidad, sino en mi actitud ante esa realidad. Descubrir esa presencia, es la tarea de todo cristiano. Muchos de los encuentros con el Resucitado esconden como trasfondo episodios vocacionales o escenarios que rememoran el comienzo. De este modo, tienen el sabor de un "nuevo inicio". Solo que de un nuevo inicio después de un intenso camino de seguimiento que ha culminado en Jerusalén. Empezar se llena de existencia, de experiencias y de una densidad vital difícil de explicar. Pues se trata de esa extraña mezcla agridulce, que tantas veces hacemos, donde todo aparece renovado, fortalecido e incluso atrayente, pero implica el riesgo de asumir las riendas de la propia vida.
De hecho, por una parte, aunque la experiencia del Resucitado les inunda de gozo tras la inmensa tristeza de haberlo visto crucificado, ya no volverá a ser lo mismo. A partir de ahora el Maestro no estará físicamente con ellos. Por otra parte, sienten dentro la necesidad de ser sus testigos y de anunciar a los cuatro vientos lo que han visto y oído. El futuro se muestra prometedor, abierto de posibilidades, cuentan con la fuerza del Espíritu para construir Reino, y al mismo tiempo, un sinfín de dudas les asaltan: ¿seremos capaces de dar la talla? ¿no sucumbiremos al primer envite? ¿qué tenemos que hacer ahora? ¿por dónde comenzar? De repente Pedro rompe la inercia y dice: me voy a pescar. Y el grupo de siete, tan pronto como inesperadamente, se embarca en la empresa: vamos contigo. El número ya resulta significativo, siete. Pues indica una totalidad. Es más, de cinco de ellos se da el nombre – Simón Pedro, Tomás, Natanael, los de Zebedeo –, mientras dos aparecen innominados, como queriendo decir: "quizás también tú quieras apuntarte". El lugar tampoco pasa desapercibido, pues un capítulo antes se encontraban en Jerusalén cerrados a cal y canto por miedo y ahora el escenario cambia del todo. Estamos en Galilea, en el mar de Tiberíades, donde esta aventura comenzó. Y aunque algunos de ellos eran pescadores de oficio, resuenan con especial fuerza las palabras programáticas del inicio porque han bregado toda la noche y no han conseguido nada. Solo cuando aquel desconocido dirige las maniobras desde la orilla – echad la red a la derecha de la barca y encontraréis –, encuentran y recobra sentido aquella promesa vocacional: os haré pescadores. Se trata del primer conato de misión y ellos son unos principiantes en este tipo de pesca. Pero no están solos. Al ver la "multiplicación" de los peces, uno le reconoce: es el Señor. Y Pedro se lanza en su búsqueda. Dice el texto que primero se viste porque estaba desnudo. Y por este motivo se observan vestigios del Génesis en el texto. De hecho, Pedro que le ha negado, como el hombre del Génesis cubre su desnudez. Sin embargo, a diferencia de este no se esconde de Dios sino que se lanza a su encuentro. Allí le espera una hoguera encendida y, si calentándose ante unas brasas le negó tres veces, ahora aquí le confesará su amor otras tres veces. Pero antes tienen que comer juntos. Así el Resucitado les tiene preparada una mesa. Es la experiencia que canta el Salmo del Pastor: tú preparas ante mí una mesa. Experiencia que forma parte de la espiritualidad del desierto. Y así con "ese olfato de oveja" y aunque no se atreven a preguntarle, ellos le reconocen porque son capaces de oler la autenticidad y distinguir entre el pastor mercenario de aquel que da su vida. Han escuchado su voz desde la barca y ahora parten con Él el pan. Tras el primer intento de misión, les esperan las brasas que dan calor y sentido a la comida compartida. Un pastor que restaura las fuerzas y conduce hacia fuentes tranquilas y que, aunque tengan que pasar por valles tenebrosos o la pesca sea en la noche, no han de temer porque Él, como Dios Enmanuel, estará con ellos hasta el fin del mundo. Espiritualidad es despertar, salir del espejismo y abrir los ojos a la Vida. Por eso Pablo puede decir que “ya hemos resucitado”, que la resurrección no es algo que ocurra después de la muerte sino que empieza cuando, como dice Juan, tenemos "vida eterna ya, aquí y ahora” y por eso “quien cree no morirá para siempre”.
Espiritualidad es despertar a la Vida. Resucitar es despertar, levantarse, ponerse en pie, renacer a nueva y auténtica vida en el Espíritu. Resucitar es despertar hacia la Vida, transformarse y vivir para siempre... “Cuando traducimos del griego, “anástasis” nos impresiona con el triple impacto de sus significados: levantarse, despertar, resucitar. En cambio, nos disgusta que la iglesia japonesa haya traducido resucitar como “re-vivir” (en japonés 復活fukkatsu, 復fuku: de nuevo, y 活katsu: vivir). No, resucitar no es volver a esta vida, ni revivir en esta vida, ni sobrevivir indefinidamente en esta vida, sino trans-vivir. Resucitar es transformarse, como la crisálida en mariposa, para volar hacia la vida nueva, verdadera y auténtica, la vida en el seno de la Vida. Por eso la teología que hace esfuerzos por arraigar en la cultura, les propone a los creyentes japoneses traducir resurrección, no como revivir (復活fukkatsu) sino como vida nueva (新活shin-katsu) y vida verdadera (también 真活shin-katsu). Vida más allá de esta vida y no meramente “vida después", ni siquiera "vida perdurable”, sino vida transformada en el seno de la Vida de la vida. Pablo acuñó para ello un término paradójico, pletórico de sentido: cuerpo espiritual, soma pneumatiikón, “Se siembra un cuerpo animal, surge despertando (resucitando hacia la vida) un cuerpo espiritual” (1 Co 15, 45). El hogar confortable, libre de metralla y de amenazas, se va desdibujando en sus confundidas mentes. Acomodan a la espalda sus atillos, hacen de nuevo sus pequeñas maletas, rumbo a las costas de origen. A la postre, el viejo continente resultó no ser la tierra de la esperanza que ellos tanto soñaron. Cierto, mañana es un día triste en nuestra historia europea. El 4 de abril quedará marcado, no tanto para la vergüenza, pero sí, cuanto menos para nuestra necesaria reflexión. Con peligro de sus vidas alcanzaron nuestro suelo europeo y ahora les obligamos a tomar camino de retorno.
No tanto descargo de furia para con nuestros gobernantes, sino más interrogatorio en nuestro interior sobre lo que hemos hecho de forma real y eficaz por la causa de los refugiados. No es la hora del fácil improperio para con los de arriba, sino de arremangarse la camisa y hacer efectivo un socorro pendiente. Hemos sido alambrada y no brazos abiertos, pero no sólo ellos, los gobiernos, los perennes "malvados" de todas nuestras películas, sino cada uno de nosotros. A estas alturas ha de comenzar a ceder el juego de echar tantos y tantos balones fuera. Aquella historia de los gobiernos que concentran la entera responsabilidad, no se termina de ajustar a nuestro presente de mayor democracia fuera y de más conciencia dentro. "¡Stop a las deportaciones!" por supuesto, pero la Unión Europea debería dejar de ser objeto de todos nuestros dardos. Esa Unión es la suma de todos nosotros, con nuestras noblezas, también con nuestras evidentes carencias y limitaciones. Esas, nuestras carencias, son las que han firmado ese denostado acuerdo. De nada nos servirá contemplar mañana lunes con rencor las deportaciones masivas a Turquía de los refugiados retenidos hasta ahora en las islas griegas del Egeo. Mañana mismo podemos comenzará a borrar ese luctuoso 4 de Abril de nuestra historia, rescatando esa nobleza oculta, creando más espacios de acogida, abriendo nuevos canales de ayuda, contribuyendo a aumentar el flujo solidario… Podamos afirmar en el futuro que hoy, en medio de ese ajetreado Mediterráneo, cumplimos con nuestra parte. |
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