1.- Los países más avanzados de la tierra,llevaron a Cuba ante el Anciano de días, diciendo: “Señor Todopoderoso, hemos encontrado a este país en flagrante delito de violación de los derechos humanos. Tus profetas en la tierra enseñan que la mejor manera de cumplir la voluntad de Dios es respetar los derechos humanos; y que el que ofende a Dios merece un infierno. ¿Qué debemos hacer?”.
El Anciano de días seguía mirando hacia el infinito sin decir nada. Los acusadores se impacientaron: “parece que ni se ha enterado, es que ya chochea; mejor sería prescindir de Él”… Pero insistieron educadamente: “¿qué hacemos Señor?”. Entonces el Anciano de días se volvió hacia ellos y, con una sonrisa desarmada y desarmante, les dijo: “el que de vosotros respete los derechos humanos, que le tire la primera piedra”. Entonces los más viejos comenzaron a pensar. EEUU se decía: “la ofensiva terrorista que emprendimos contra Irak, o esa base de Guantánamo, y el bloqueo de la isla son una clara violación de derechos humanos; también es cierto que Arabia Saudí quebranta esos derechos mucho más que Cuba, y nunca la hemos denunciado, sino que comerciamos con ellos y hasta les ayudamos en la guerra contra Yemen”… Y optó por irse retirando lentamente. La anciana Europa pensaba: “no sé si habrá querido aludir a la barbarie que hemos hecho con los refugiados de Siria y demás; quizá será mejor hacer discretamente mutis por el foro”. Y hasta España, cuyo gobierno se había mostrado tan hostil a Cuba, sabía allá en el fondo de su conciencia que tanto la llamada “ley mordaza”, como la reforma laboral de que tanto presumía, pisoteaban derechos humanos de la primera y de la segunda generación. Y optó también por retirarse explicando que, con haber llevado a Cuba ante el juicio divino, ya habían obtenido lo que querían y que no hacía falta más… Poco a poco fueron desapareciendo los acusadores, hasta que el Señor de la historia se quedó solo con Cuba ante Él. “¿Dónde están tus acusadores?”, le preguntó. “¿Ninguno te ha condenado?”. “Ninguno Señor” respondió Cuba. “Pues yo tampoco te condeno”, le dijo el Anciano de días. “Vete en paz; y procura respetar todos los derechos humanos que pisoteas”. Es fácil descubrir que ese relato es una parodia casi literal de otra escena del evangelio de san Juan (cap. 8). He elegido esa parodia porque resulta que en algunos manuscritos de dicho evangelio, no figura esa escena de la mujer adúltera, o ha sido arrancada. Los investigadores sospechan que esa desaparición obedece al hecho de que la escena provocó muchos escándalos en la iglesia antigua. Y los inquisidores interesados de siempre optaron, como suelen hacer, por negarle la existencia. Dicho esto, volvamos al problema de los derechos humanos. 2.- Habitualmente se clasifican esos derechos por “generaciones” según la fecha en que aparecieron. La primera generación incluye los derechos de la revolución francesa: de reunión, libertad de expresión, libertad religiosa etc. Son derechos políticos y con ellos se abre la Declaración Universal de los derechos humanos de 1948. Los de la segunda generación se fueron gestando tras la primera guerra mundial, ante la experiencia de lo insuficiente de la primera generación para una vida humana digna, y para la igualdad y la fraternidad, proclamadas ya en la revolución francesa: son derechos socioeconómicos (trabajo digno, educación, asistencia médica, prestación por desempleo…) y están recogidos también en la Declaración Universal, a continuación de los anteriores (artículos 22-27). Si no me equivoco, y paradójicamente, fue el presidente F. Roosevelt quien los propuso y quien más luchó por ellos. Pero fue en Europa donde más cuajaron y donde más se intentó ponerlos en práctica. Sospecho que eso fue lo que dio a Europa gran prestigio y cierta aureola modélica, aunque ahora esa misma Europa los está desmantelando tácitamente. 3.- Hay otras “generaciones” pero no interesan ahora. La distinción que acabo de exponer puede ayudar a comprender algo de lo que pasó en la visita de Obama a Cuba, reconociendo que ha sido magnífico el que se pudieran decir públicamente tantas cosas como se han oído. La Cuba de Baptista que era una especie, no ya de “patio trasero”, sino de “burdel trasero” de Estados Unidos, no respetaba ni los de la primera ni los de la segunda generación. La revolución se dedicó, lógicamente, a estos últimos y hay que reconocerle éxitos llamativos en este campo, a pesar del criminal bloqueo. La medicina cubana se había ganado un respeto universal. Y el mismo Obama, con su buena voluntad, reconoció públicamente la calidad educativa de los jóvenes que se entrevistaron con él. Tengo una amiga cubana, negra como la pez, residente aquí, que me dijo una vez: “Uds. digan lo que quieran de Castro; pero yo debo reconocer que a los negros nos ha tratado muy bien” (y no sé si en el modo de decirlo había una alusión a los negros de EEUU). Pero hay una ley evidente en la historia: lo que se ha recibido desde la infancia sin esfuerzo, acaba pareciendo cosa tan natural que deja de ser apreciado (o sólo se valorará cuando se haya perdido). Entonces uno tiende a valorar y desear aquello que no tiene: una revolución que, satisfechos los derechos socioeconómicos de la segunda generación, no consigue renovarse hacia derechos políticos de la primera, estará amenazada de esclerosis múltiple. Por ahí iba la razón de Obama, a pesar de esa otra ley que también vige en nuestro mundo: muchos se aprovechan reclamando los derechos de la primera generación, para pisotear los de la segunda; y la libertad que reclaman es una libertad para oprimir o para ser egoístas. A su vez, EEUU pisotea los derechos de la primera generación, simplemente porque son incompatibles con el sistema económico, que saca toda su espectacular eficacia del irrespeto a todos esos derechos (de trabajo digno, educación, salud pública…). Es, como ha dicho Francisco, un sistema “que mata”, por mucho que el señor Trump se sintiera ofendido cuando el obispo de Roma le dijo que sus propuestas no era cristianas. Los fracasos de Obama en su intento de reforma sanitaria o en su promesa de cerrar Guantánamo, son el mejor ejemplo de ello. 4.- En este contexto, la expresión de “presos políticos” pierde su sentido. Y es muy significativo que eso no lo percibiera el periodista que preguntó por ellos. Raúl Castro pudo decir, con sus dosis de hipocresía, que no hay en Cuba presos políticos; claro está: teóricamente son sólo gente que ha quebrantado unas leyes del país. Pero el problema está en que esas leyes son injustas y contrarias a los derechos humanos. Y el problema crece: porque, si Europa y EEUU no quieren ser igualmente hipócritas, habrán de reconocer que también ellos tienen presos políticos: si un norteamericano va a la cárcel por destruir los archivos de reclutas de Vietnam (como le ocurrió al cura católico Ph. Berrigan), o por intentar liberar a algún preso de Guantánamo, será un preso político. Y si un español va a la cárcel por quebrantar nuestra ley mordaza o nuestra ley de reforma laboral, será también un preso “político”, por más que el PP lo niegue. 5.- En conclusión, el problema de los derechos humanos debería obligarnos a todos a hacer un serio examen de conciencia, más que a tomarlos como un arma contra nadie. Porque no estamos sin pecado. Los derechos humanos han de ser respetados todos: con una cierta primacía que daría de entrada más importancia a los de la segunda generación; pero sin que esta primacía sirva de excusa para olvidar los demás. Con el agravante de que los de la primera generación nos afectan a nosotros, los privilegiados de la tierra y, por eso, tendemos a fijarnos más en ellos. Los de la segunda generación afectan a los parias y las víctimas que son la mayoría de la población mundial pero “no son de los nuestros”. Por eso tendemos a darles menos importancia aunque son más importantes: los primeros se los exigimos a los gobiernos; los segundos los dejamos en manos del mercado. Y así van…
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Escucha, pequeño saltamontes: cuando seas muy mayor llegará un día en que dejarás de cumplir años. Te dará igual tener 70 que 80. A esa edad solo cumplirás estados de ánimo, periodos de salud o de enfermedad. Estar bien o sentirte mal será el único dilema, de modo que los análisis y radiografías tendrán mucha más importancia que el número de tacos de almanaque que lleves a la espalda. La vejez es, sin duda, una tragedia irreversible, pero solo algunos seres privilegiados son capaces de convertirla en una obra de arte. Atiende, pequeño saltamontes, a lo que pasa en la mesa. Si lo más dulce se guarda para el final, también puede suceder lo mismo en el postre de la vida.
El deterioro físico siempre se produce por partes, cada órgano por separado, nunca acontece un fracaso conjunto y total, salvo que decidas acabar por ti mismo o te des con el coche un leñazo contra un chopo. Hay dos formas de envejecer: de dentro afuera y de fuera adentro. Esta última modalidad es la más evidente: la carne flácida, la linfa acuosa en la mirada, el color ceniciento de la piel, las articulaciones anquilosadas. Trataré de ahorrarte, pequeño saltamontes, todas las miserias que van sucediendo en el interior del cuerpo a partir de una edad, el bulto sospechoso que germina por aquí o por allá, la sombra en el pulmón, el veredicto infame del TAC. Pero con ser eso muy grave, es menos patético que envejecer lentamente de dentro afuera. Si llega un momento en que todo te da igual, que tragas con ruedas de molino con tal de que no te molesten, que crees que tu protesta o coraje no servirá de nada, serás viejo por dentro aunque tengas 30 años. El alzhéimer no consiste en perder la memoria, sino en no recordar que la has perdido. Olvidar los sueños que en un momento de la vida te hicieron fuerte será la prueba más evidente de tu demencia senil. La formación reglada del sacerdocio es relativamente reciente, pues la creación de seminarios diocesanos se institucionaliza a partir del Concilio de Trento (s. XVI). Si nos atenemos al Decreto sobre el ministerio y la vida sacerdotal (1965), el propósito del Seminario es la formación de pastores tomando como ejemplo a Jesús, como sacerdote y Buen Pastor. Sin embargo, Jesús no perteneció a ninguna clase social dedicada al servicio religioso y la práctica espiritual; tampoco pertenecía a la tribu de Leví, de donde provenía la casta sacerdotal, sino que era descendiente de la tribu de Judá. Lo que todos le reconocen es a Jesús como un rabino, y así le llamaban todos: Maestro. La persona y la actividad de Jesús de Nazaret no se sitúa, por tanto, en la línea de los antiguos sacerdotes, sino más bien en la de los profetas.
El seminarista de los países de Occidente actual tiene mucho mérito porque parece venirle todo a contra corriente: la propia apuesta radical de célibe, exclusiva para los varones (lo que reduce su número) y en un contexto socio-religioso que no ayuda ni estimula a perseverar en su apuesta vocacional. Pero, ¿qué es lo esencial de la figura del sacerdote, aquello por lo que solo un consagrado después de su paso por el seminario, está capacitado y autorizado para realizar? Por más que le doy vueltas, lo que ningún laico o laica -ni tampoco una religiosa- puede hacer es el sacrificio eucarístico y la absolución de los pecados. ¿Una vocación sacerdotal debería sustentarse en estos dos sacramentos? Hay que recordar que también el número de sacramentos han ido variando en número e importancia hasta llegar a los siete de ahora. Más bien creo, a la luz del propio evangelio, que las bienaventuranzas son el verdadero carisma del cristiano, laico o célibe, hombre o mujer, y no los sacramentos, signos especiales de la presencia de Dios, y a los que lejos de quitarles importancia, veo su esencia a la luz de las bienaventuranzas. Y en el caso del sacerdote como lo entendemos ahora, en su radicalidad de amor con todos. Ni siquiera el sacerdote suplanta Cristo en la eucaristía ni en el sacramento del perdón. Lo dice el Concilio: cuando el sacerdote realiza un sacramento, es Cristo quien lo hace. Y por mucho que los pastores administren algunos sacramentos en exclusiva, si no son capaces de contagiar lo que transmitió Jesús, falta lo esencial. Lo medular del consagrado es implantar el Reino de Dios y su justicia a tiempo completo, sanar los corazones, predicar con el ejemplo la Buena Noticia, ser profetas. En medio de la oscuridad de nuestro tiempo necesitamos creyentes que despierten el verdadero atractivo amoroso de Jesús y hagan creíble su mensaje. Cristianos y cristianas que hagan una vocación de su experiencia personal y faciliten el encuentro con Dios en el hermano, sin suplantarlo ni eclipsarlo. Pablo lo entendió así desde el principio, pero hoy las mujeres no pueden ser ni siquiera diaconisas. “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2,9). Juan dice en el Ap. 1,6: “Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…” Desde el Nuevo Testamento, todos los cristianos son sacerdotes cuando realizan el evangelio de Cristo. Lo esencial de un seminarista de nuestro tiempo es incardinarse radicalmente en las necesidades de su comunidad como presencia madura que acerque a Jesús resucitado con su ejemplo en su estilo de vida. Si no es esta la principal radicalidad sacerdotal, la impartición de sacramentos se descentra de su verdadero fin. Y el buen fin significa huir de las exageraciones litúrgicas, de los grandes fastos religiosos que añoran el pasado de poder eclesiástico y del aferramiento al derecho canónico por encima de las bienaventuranzas. Y a partir de aquí, no se entiende la exclusión de las mujeres en la Misión radical de mostrar la Buena Noticia a no ser manteniendo de facto su inferioridad, cosa que nunca se le puede atribuir al Maestro. Para dominar más fácilmente a los trabajadores y frenar las rebeliones, el capitalismo promueve el individualismo; el egoísmo; las diferencias sexuales, raciales, étnicas, nacionales; la división según el origen de los explotados y oprimidos; la discriminación de grupos enteros de ellos. Controla además la vida de los productores, imponiendo los ritmos y las condiciones de trabajo y rebajando mediante la inflación los salarios reales para obligar a más trabajo forzoso, y también controla el tiempo libre de los trabajadores en su casa o en sus diversiones, envenenándolos con un flujo de informaciones destinadas a sembrar resignación, conservadurismo, egoísmo y explosiones violentas individuales en el deporte que ha pervertido y convertido en negocio de las grandes empresas, pero que todavía es percibido por los aficionados como pequeña revancha y desahogo semanal.
Lo que queda de los sentimientos comunitarios y solidarios fue relegado a las fiestas pueblerinas de los santos patronos o a los desastres, cuando se apela a la acción popular para suplir la terrible incapacidad e indiferencia del Estado capitalista. El ser humano, convertido en mercancía en el trabajo y consumidor adicto de mercancías muchas veces inútiles, se deshumaniza cada vez más. Sin embargo, como demuestran las bases del EZLN, es posible combatir contra esta imposición capitalista desarrollando experiencias autonómicas, impidiendo la difusión de las drogas, el alcohol, la prostitución e impulsando la ayuda mutua, el tequio y todas las formas de solidaridad y de control colectivo de la vida social. La autonomía de un municipio no puede ser completa sin relaciones solidarias y planificación del comercio, el transporte, el uso del agua, la incineración de residuos y la sanidad elemental con los municipios cercanos de la misma cuenca o situados sobre la misma carretera; y el interés común debe imponerse sobre los problemas añejos que a veces existen para crear y ampliar una acción comunitaria que beneficie a todos. El desarrollo de todas los gérmenes de poder popular –autodefensas frente al narcotráfico o los taladores y ladrones de madera; policías comunitarias, asambleas para elegir las autoridades locales; cooperativas de producción o de consumo; ligas deportivas auto organizadas; conjuntos musicales locales o regionales– no sólo es fundamental para evitar que los jóvenes forzados a la emigración vuelvan deformados socialmente por su inserción en Estados Unidos y para combatir el individualismo y el egoísmo, sino también crea la acción y los pensamientos colectivos, que son los elementos primarios para construir una alternativa socialista al capitalismo. El triunfo de ésta se prepara a partir de dos factores fundamentales. Por un lado, el desarrollo de las luchas de las que surge solidaridad y conciencia, frena la tendencia del capital a roer los salarios reales con depreciaciones, inflación o, directamente, con leyes liberticidas y se defiende u obtiene así un nivel de cultura y las condiciones materiales básicas para poder ser un ciudadano. Por otro lado, con el desarrollo moral mediante la creación de relaciones de compañerismo y de fraternidad que permitan arrancar a las nuevas generaciones de la influencia nefasta de la ideología que propaga el capitalismo por todos los medios. En este campo es también fundamental la defensa de los maestros, que son superexplotados y de quienes depende la formación de los niños. En México el territorio nacional está lleno de conflictos sociales, desde la justa lucha de la tribu yaqui hasta, en Chiapas, la resistencia de las bases zapatistas en sus territorios siempre cercados y amenazados. Pero, con excepción de la muy joven y aún débil Nueva Central obrera y de la Organización Política de los Trabajadores (OPT), también en fase de consolidación, así como de algunos intentos de indígenas, las luchas se dan en orden disperso y sobre bases sólo regionales, mientras la ofensiva capitalista está centralizada a escala nacional y mundial. México, a diferencia de todos los otros países latinoamericanos, jamás tuvo una huelga general nacional solidaria. Es esencial por eso desarrollar la solidaridad con las luchas obreras y democráticas hasta llegar a la preparación de una huelga general obrera y nacional para imponer el cese de la represión estatal y de los asesinatos, la derogación de las leyes represivas o antinacionales, un plan nacional de creación de trabajo elaborado democráticamente región por región y la nacionalización de los bancos con control de sus trabajadores para evitar la fuga de capitales. Al mismo tiempo, hay que defender la auto organización obrera y popular en la solución de los principales problemas del país. Es aberrante la sustitución del conocimiento y de la voluntad de los trabajadores por un puñado de supuestos especialistas en constitucionalismo, de cualquier signo político. Son los trabajadores de la Ciudad de México mismos quienes deben darse su Constitución, con la ayuda de juristas y expertos, previa amplia discusión en las colonias y en todo lugar de trabajo, y el paternalismo aparatista y sustitucionista de los que creen tener el monopolio del saber es un insulto al pueblo mexicano y una agresión la democracia peor incluso de las que todos los días cometen los diputados y senadores. Los intelectuales honestos, que por soberbia pero en buena fe aceptaron ser nombrados a dedo constituyentes, deberían pedir disculpas a los ciudadanos y renunciar a sus cargos, poniéndose a disposición de la organización democrática de una Constituyente por la población capitalina. No puede salir nada sano y bueno de una maniobra antidemocrática desde el vértice del establishment criollo. Su elección, uno de los procesos más opacos
“Nadie pide obispos perfectos, pero tampoco que se crean que lo son por defecto” RELIGIÒN DIGITAL Demasiado despacho y poca calle alejan al Pastor de sus ovejas. Demasiado calle y poco despacho pueden convertirle en un populista sin fundamento. Demasiado despacho y poca capilla hacen de ese obispo un funcionario de lo sagrado Uno de los procesos más opacos en nuestra Iglesia Católica es la elección de obispos. La nominación episcopal significa entrar en una terna. Una vez que el nombre se encuentra en la misma, a continuación vienen los informes secretos. Aunque a veces la gente “canta” y pasa de las terribles condenas anunciadas por revelar el secreto pontificio. Las anticipaciones de los nombramientos son clamorosas. Después un dedo señala al candidato y, finalmente, previa aceptación por parte del mismo, la proclamación pública. No obstante, durante el proceso pueden tener lugar interferencias de todo tipo. Por eso nunca se sabe…Los hombres de Iglesia, a pesar de las espinilleras, no están exentos de zancadillas. La discreta llamada de Nunciatura marca el final del proceso antes de la aceptación. En cualquier caso, esta elección es para siempre. Y esto, algunas veces puede convertirse en un problema. En cada país, corresponde al Nuncio Apostólico realizar esas tareas electivas, “pastorear” y gestionar los problemas que puedan plantear los obispos. No es una tarea fácil. Acertar en la elección, a pesar de los filtros, es una lotería, y el error puede ser nefasto. ¡Demasiadas horas extras para el Espíritu Santo!. Y, en cuanto al “pastoreo” de los obispos, en la España actual estamos asistiendo a una lista, más o menos amplia, dependiendo de los observadores, de obispos problemáticos. Unos por razones ideológicas, otros por comportamientos imprudentes de todo tipo o fallidos, y algunos por ser incompatibles con las tendencias eclesiales actuales. Sin olvidar a algunos que baculizan con tanta voracidad que parecen que se han tragado alguna “paloma” con plumas incluidas. Alguno se “enroca” en su palacio. Evidentemente los hay muy buenos: pastores e inteligentes servidores de la Santa Madre Iglesia, que han estado marginados en estas últimas décadas. Conozco personalmente la calidad y la valía de alguno de ellos sin grandes títulos, pero muy ovejero; mientras que otros con “titulitis crónica” parecen grandes señores venidos a menos, con unas formas y discursos absolutamente rancios. Me precio de haber compartido, en tiempos jóvenes, campamentos de verano con un par de obispos actuales. Y alguna que otra reunión y charla con alguno más. No quiero citar nombres de problemáticos, porque no me gusta tocar de oído, pero en la mente de los lectores seguro que tienen algunos ejemplares. De todos modos, resulta cada vez más difícil aplicar el método patentado clericalmente que se define con el latinajo “promoveatur ut removeatur”, a saber: que alguien sea promovido a un puesto más elevado para ser removido de su actual puesto. En los casos episcopales es muy complicado actualmente por razones obvias: todo se sabe. De todos modos, si se acierta en la elección, el “para siempre” es saludable. Pero lo contrario puede convertirse en una eternidad para el Pueblo de Dios, que se preguntará: ¿qué hemos hecho para merecer este castigo? Por eso, hoy más que nunca, los analistas de la documentación de los candidatos aspirantes a la mitra hacen las valoraciones con temor y temblor. Muchos informes pueden estar cargados de amistad interesada o por haber cerrado los ojos ante realidades cuestionables. No dudamos de la sinceridad y buena voluntad de los informantes, que pueden estar consciente o inconscientemente condicionados. No les arriendo la ganancia ante esta responsabilidad eclesial. Tampoco estaría mal que, por medio de los Consejos Parroquiales, el pueblo de Dios llano, pudiera emitir alguna opinión para hacer creíble aquello: “consultado el pueblo de Dios”. Al menos en la Parroquia o lugares donde haya ejercido su ministerio. Ni olvidemos el “sensus fidei”. Hoy, tenemos medios para que esto pueda hacerse con garantías. En estos momentos, sin embargo, la tarea no sería tanto tapar los agujeros episcopales que existen en nuestras diócesis, sino ahondar en el “perfil” del obispo, pero sobre todo en el contenido de su ministerio. Vivimos tiempos de cambio. Demasiado despacho y poca calle alejan al Pastor de sus ovejas. Demasiado calle y poco despacho pueden convertirle en un populista sin fundamento. Demasiado despacho y poca capilla hacen de ese obispo un funcionario de lo sagrado. Demasiada capilla y poca calle le sitúan fuera de la realidad. Una buena y equilibrada dosis de estas tres dimensiones (Capilla, Despacho, Calle) pueden dar con el perfil adecuado. Añadiendo a esto, presencias y talantes fraternos y cercanos. La cruz en el pecho no debería alejar, sino acercar. Y mucho sentido común. No desearía que fuera verdad, aquello que decía un profesor mío: “Meno la testa pensa, più presto arriva l´excellenza” (cuanto menos piensa la cabeza, antes llega el Excelencia). Nadie pide obispos perfectos, pero tampoco que se crean que lo son por defecto. Ni tampoco que el pueblo de Dios les pidamos lo que son incapaces de darnos, pero sí lo que el Señor les pide para servir con su carisma propio a la Iglesia. En estos momentos se está, sin duda, preparando un cambio generacional de prelados ovejeros. De ahí la prudencia de la Roma actual en los nombramientos. El evangelio de hoy también está sacado de un discurso de Jesús en el evangelio de Jn; el último y más largo, después del lavatorio de los pies. Es un discurso que abarca cinco capítulos, y es una verdadera catequesis a la comunidad, que trata de resumir las más originales enseñanzas de Jesús. Como ya he repetido muchas veces, no se trata de un discurso de Jesús, sino de una cristología elaborada por aquella comunidad a través de muchos años de experiencia y convivencia cristianas. En el momento de la cena, los discípulos no hubieran entendido nada de todo lo que el discurso dice.
El mandamiento del amor sigue siendo tan nuevo que está aun sin estrenar. No se trata solo de algo muy importante; se trata de lo esencial. Sin amor, no hay cristiano. Nietzsche llegó a decir: "solo hubo un cristiano, y ese murió en la cruz"; precisamente porque nadie ha sido capaz de amar como él amó. Como decíamos el domingo pasado, solo el que hace suya la Vida de Dios, será capaz de desplegarla en sus relaciones con los demás. La manifestación de esa Vida, es el amor efectivo a todos los seres humanos. La pregunta que me tengo que hacer hoy es ésta: ¿Amo de verdad a los demás? ¿Es el amor mi distintivo como cristianos? No se trata de un amor teórico, sino del servicio concreto a todo aquel que me necesita. La última frase de la lectura de hoy se acerca más a la realidad si la formulamos al revés: La señal, por la que reconocerán que no sois discípulos míos, será que no os amáis los unos a los otros. Hemos insistido demasiado en lo accidental: el cumplimiento de normas, en la creencia en unas verdades y en la celebración de unos ritos; más que en lo esencial que es el amor. Seguimos cometiendo el error de presentar el amor como un precepto. Así enfocado, no puede funcionar. Amar es un acto de la voluntad, cuyo único objeto es el bien conocido. Esto es muy importante, porque si no descubro la razón de bien, la voluntad no puede ser movida desde dentro. Si me limito a cumplir un mandamiento, no tengo necesidad de descubrir la razón de bien en lo mandado, sino solo obedecer al que lo mandó. Aquí está el error. El que una cosa esté mandada, no me tiene que llevar a mí a cumplirla, sino a descubrir por qué está mandada; me tiene que llevar a ver en ella, la razón de bien. Si no doy este paso, será para mí una programación sin consecuencias en mi vida real. Ahora es glorificado el Hijo de hombre y Dios es Glorificado en él. Jesús ha lavado los pies a los discípulos y la muerte de Jesús está decidida. ¿Dónde está la gloria? Allí donde se manifiesta el amor. Ese amor manifestado, es a la vez, la gloria de Dios y la gloria de Jesús. En el griego profano “doxa” significaba simplemente opinión, fama. El “kabod” hebreo que traducen por doxa los LXX, significaba por una parte, la trascendencia y la santidad (majestad) de Dios que el hombre debe reconocer. Por otro, la manifestación de ese ser de Dios en acciones portentosas. Juan mantiene el sentido de “gloria” de Dios, que también atribuye al Hijo. Jesús en todas sus obras, manifiesta la “doxa” de Dios. Lo original de Juan es que esa gloria no se manifiesta solo en los actos espectaculares de poder, sino en los que expresan sin ambigüedades el Amor-Dios. La gloria de Dios es el Amor manifestado. No se trata pues, de fama y honor. Tampoco se trata de conceder majestad, esplendor o poder. La gloria de la que habla Jn no es una concesión externa; está en la misma esencia de la persona. Morir por los demás es la mayor gloria, porque es la mayor manifestación posible de amor. La gloria de Jesús no es consecuencia de su muerte, es la misma muerte por amor. Ni Dios ni Jesús después de morir, pueden recibir otra clase de gloria. La única gloria que podemos dar a Dios es amar como Él ama. Les llama “Hijitos” (teknia) diminutivo de (tekna). En castellano el cariño se expresa mejor con el posesivo “hijitos míos”. Esta expresión está justificada porque se trata de un momento íntimo y emocionante. Les anuncia su próxima muerte, por eso lo que sigue tiene carácter de testamento. Lo que Jesús pide a los suyos es un amor incondicional y a todos sin excepción. Todas las normas, todas las leyes tienen que orientarse a ese fin. Un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado. El “igual que yo” no es solo comparativo, sino originante. Quiere decir que debéis amaros porque yo os he amado, y tanto como yo os he amado. El Amor-Dios no se puede ver, pero se manifiesta en las obras. Es la seña de identidad del cristiano. Es el mandamiento nuevo, opuesto al mandamiento antiguo, la Ley. Queda establecida la diferencia entre las dos Alianzas. La antigua basada en una relación jurídica de toma y da acá. En la nueva, lo único que importa es la actitud de servicio a los demás. No se trata de una ley, sino de una respuesta personal a lo que Dios es en nosotros. “Un amor que responde a su amor”. Jesús no propone como primer mandamiento el amar a Dios, ni el amor a él mismo. No dice: Amadme como yo os he amado. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni él necesita nada de nosotros, ni nosotros le podemos dar nada (ni siquiera gloria). Dios es puro don, amor total. Se trata de descubrir en nosotros ese don incondicional de Dios, que a través nuestro debe llegar a todos. El amor a Dios sin entrega a los demás es pura farsa. El amor a los demás por Dios y no por ellos mismo, es una trampa que manifiesta nuestro egoísmo. El amar para que Dios me lo pague, no es más que una programación calculada. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación al hombre. Jesús se presenta como “el hijo de Hombre” (modelo de ser humano). Es la cumbre de las posibilidades humanas. Amar es la única manera de ser plenamente hombre. Él ha desarrollado hasta el límite la capacidad de amar, hasta amar como Dios ama. Jesús no propone un principio teórico, y después dice que vamos a cumplirlo todos. Jesús comienza por vivir el amor y después dice: ¡imitadme! El que le dé su adhesión quedará capacitado para ser hijo, para actuar como el Padre, para amar como Dios ama. En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os améis unos a otros. El amor que pide Jesús tiene que manifestarse en la vida, en todos y cada uno de los aspectos de la existencia. La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ni ritos, ni normas. El único distintivo debe ser el amor manifestado en nuestras acciones. La base y fundamento de la nueva comunidad será la vivencia, no la programación. Jesús no funda un club cuyos miembros tienen que ajustarse a unos estatutos, sino una comunidad que experimenta a Dios como Padre y cada miembro lo imita, haciéndose hijo y hermano. “Que os améis unos a otros”, se ha entendido a veces como un amor a los nuestros. Algunas formulaciones del NT pueden dar pie a esta interpretación. No, desde cada comunidad cristiana, el amor tiene que llegar a todos. No se trata de amar a los que son amables (dignos de ser amados), sino de estar al servicio de todos como si fueran yo mismo. Si dejo de amar a una sola persona, mi amor evangélico es cero. No se trata de un amor humano más. Se trata de entrar en la dinámica del amor-Dios. Esto es imposible, si primero no experimentamos ese AMOR. ¡Ojo! esta verdad es demoledora. Después de todo lo comentado en esta pascua, podemos hacer un resumen. La Vida, que se manifestó en Jesús, es el mismo Dios-Vida que se le había entregado absolutamente. Ese Dios-Vida, que es, también se da a cada uno de nosotros, nos lleva a la unidad con Él, con Jesús y con todos los hombres. Esa identificación absoluta, que se puede vivir, pero que no se puede ver, se manifiesta en la entrega y la preocupación por los demás, es decir, en el amor. El amor evangélico, no es más que la manifestación de la unidad vivida. Meditación-contemplación “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo.” El amor es la única respuesta posible al Amor, que es Dios. Como ser humano, Jesús experimentó ese AMOR. Toda su vida es consecuencia (manifestación) de esta vivencia personal. ......................... También para nosotros es ese el único camino. Sin esa experiencia de que Dios es AMOR en mí, el mensaje evangélico se quedará fuera de mi propio ser y aceptado solo intelectualmente y como programación. ......................... El amor que me pide Jesús, no es algo que pueda tener su origen en mí. Yo sólo puedo ser espejo que refleje lo que Dios es. No se me exige simpatía o amistad hacia todos. No se trata de un amor humano, sino del “ágape” divino. “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. (Jn 10,22-30)
Me gustan las personas “suspenso” que siempre crean dudas y preguntas. Me gustan los cristianos “suspenso” que siendo como todos, sin embargo, se distancian porque despiertan interrogantes. A Jesús todo el mundo lo veía como un hombre más, un galileo más. Pero su vida desconcertaba a todos. Su modo de hablar desconcertaba a todos. Sus criterios desconcertaban a todos. Su libertad de espíritu desconcertaba a todos. Ante él solo quedaba hacerse preguntas: ¿Quién es? ¿Será él el Mesías? ¿No lo será? ¿Entonces cómo explicar su vida? En una ocasión un amigo mío nos acompañó durante todo el día por el río. Al final del día exclamó: “Todo el día navegando. Siempre igual y siempre diferente”. Esto sucede cuando contemplamos un paisaje donde todo es igual, y uno termina diciendo ¡qué monótono paisaje! ¡Qué monotonía de viaje! Lo que en cada momento vemos es distinto, pero sigue siendo el mismo. No me gusta nada ese paisaje eclesial de cristianos que, personalmente son distintos, pero todos son iguales. Un cristianismo monótono y aburrido. Por eso, me fastidia esa conocida frase: “hay que ser como todos”, “no se debe llamar la atención”. Preferimos la vulgaridad de ser como todo el mundo a la originalidad de ser diferente. Preferimos la monotonía de ser como todos y pasar desapercibidos en el montón, a llamar la atención por ser distinto a todos siendo como todos. Jesús era “uno de tantos” como hombre. Y sin embargo su presencia despertaba preguntas, interrogantes, dudas y hasta discusiones. Porque siendo “uno de tantos”, actuaba, pensaba y vivía un estilo único que lo diferenciaba de todos. ¡Qué aburrida la monotonía de los paisajes! ¡Qué aburrida la monotonía de los cristianos! ¡Tenemos miedo a ser diferentes! Por eso mismo Jesús ante la pregunta insistente, responde con claridad: El no se presentaba ni con grandes títulos, ni grandes capisayos. Lo único que le acreditaba a Jesús “eran sus obras”. “Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio mí”. Me gusta el comentario de J. M. Castillo, cuando a propósito de esto escribe: “Lo determinante en los hombres de la religión no es lo que dicen, sino lo que hacen”. Que la coherencia y la transparencia de la propia vida es lo que convence a la gente. Porque las cosas de Dios no se demuestran con argumentos y razones, sino con ejemplos de vida al servicio de la dignidad y la felicidad de las personas. Y de paso todo esto pone en evidencia lo engañados que andan los hombres de Iglesia cuando se creen que montando instituciones prestigiosas y levantando edificios nobles, con eso van a educar cristianos. A los humanos se les educa en la fe con “ejemplo de vida”, no con “instituciones impresionantes”. No evangelizamos preparando grandes discursos. Evangelizamos, cuando la gente puede leer y encontrarse con el Evangelio en el testimonio de nuestras vidas. Evangelizamos, no cuando hablamos mucho, sino cuando la gente se hace muchas preguntas sobre nuestras vidas. No son nuestros títulos los que nos acreditan como cristianos, sino la luminosidad de nuestra vida. Atención, la llave maestra tanto en las discusiones en torno a la ciencia, como en las que ocurren en el ámbito de la religión, sería bueno partir del reconocimiento expreso de lo que realmente se halla en juego. De otro modo, parece inevitable que se sucedan los enfrentamientos y controversias estériles en torno a “mapas” y “etiquetas”, que nos lleven a confundir nuestras creencias con la verdad.
Y lo que se halla en juego no es algo baladí. Se trata, nada menos, que de un cambio en el modelo de cognición. Probablemente, el giro más revolucionario de esto que llamamos “postmodernidad”. Venimos de un modelo mental, dual, egoico o cartesiano. Tal modelo, basado en la dualidad inicial sujeto/objeto, perceptor/percibido, se revela adecuadamente operativo en el mundo de los objetos. Sin embargo, ese es también su límite. Dado que pensar es sinónimo de objetivar, cuando desde ese modelo queremos aproximarnos a realidades que no son “objetos”, el modelo se colapsa y nos engaña. Naturaleza, seres humanos, vida, verdad, realidad, “lo que es”, Dios… Se trata de realidades inobjetivables: “lo que es” no puede ser pensado. Al hacerlo, toda la realidad queda separada, fraccionada y, de ese modo, distorsionada. Basta salir del estrecho cerco del modelo mental para captar su engaño y su trampa. Para empezar, podemos recurrir a la imagen (metáfora) del océano y las olas. El modelo mental se detendría exclusivamente en la singularidad de cada ola, absolutizando la separación entre ellas y olvidando la naturaleza común de agua, que comparten. Sin embargo, hay otro modo de ver, desde la no-dualidad. Y ahí las cosas cambian por completo. Esa nueva visión nace de otro modo de conocer, el modelo no-dual, que se basa en la aproximación no-mental a lo real. Se trata de una aproximación respetuosa a “lo que es” en la que, silenciada la mente, acogemos el Misterio que se muestra, nos reconocemos y descansamos en él. Volviendo a la metáfora antes aludida, desde el modelo no-dual, se advierte, antes que nada, el agua que constituye, conforma y se expresa en cada una de las olas. La perspectiva cambia radicalmente. En “El gran inquisidor”, Dostoievski relata un encuentro entre Cristo y el cardenal inquisidor de Sevilla en el siglo XVI, cuando la ciudad era uno de los centros comerciales y políticos del Occidente cristiano de aquella época. Dostoievski refleja así su denuncia contra un sistema inmovilista, conservador y similar a las autoridades que mataron a Jesús.
En el relato, el cardenal sabe con certeza que se trata de Cristo, pues presencia una “demostración” (un milagro) al ver como resucita a una niña de apenas siete años, hija de un ilustre ciudadano y cuyo cuerpo estaba siendo transportado en un féretro para ser enterrado. El cardenal se presenta como alguien que ha dejado de creer en la conveniencia de lo que predicó Cristo para todos, ya que según él, esa doctrina no puede ser asumida por seres tan débiles como son los seres humanos, o por lo menos la mayoría de ellos. En definitiva, el rebaño que se mal educa en una fe infantil, es porque necesita que se le edulcore la realidad para que de ese modo puedan llegar a ser felices. Esta práctica conlleva la mentira que supone hacerles ver al pueblo que ellos (el clero y la iglesia) obedecen a Cristo y les dominan en nombre de Cristo, cuando en realidad es una perversión de la Verdad por quienes utilizan el poder como un anticristo. Tal vez la tesis principal de Dostoievski sea la de una defensa del retorno a la raíz del evangelio, más allá del poder político que la Iglesia pueda ejercer a través del Estado de la Ciudad del Vaticano. Pero lo peor de todo es la postura tomada por el inquisidor de la falta de fe que tiene en la humanidad, para él incapaz de ser feliz con libertad, en contraposición al mensaje de Cristo, quien por un lado reflejaba su gran fe en la humanidad y en su capacidad de amar, y por el otro, el cariz de universalidad del Mensaje, independientemente de sus condiciones y aptitudes. Y el inquisidor establece de antemano que el mensaje no puede ser asumido por los humanos por su debilidad, no son dignos de él, no los considera lo suficientemente capaces para asumirlo. Esta crítica de Dostoievski a una Iglesia que no cree verdaderamente en el mensaje de Cristo, se parece mucho a la que defienden algunos dirigentes eclesiales que demuestran su apego a vivir como príncipes renacentistas, curiales y ex curiales vaticanos que Francisco trata de extirpar con amor pero que va a ser difícil lograrlo viendo lo que le pasó a Jesús por conductas bien parecidas a su alrededor. Parece como si Dostoievsky hubiese vivido dos o tres años en El Vaticano y otras sedes eclesiales que emulan a Roma en lo malo. Cristo, considerado como un estorbo primero, y un peligro después. Ojo, querido papa Francisco. Adén - Cuatro Religiosas Misioneras de la Caridad, la Congregación fundada por la madre Teresa de Calcuta, han sido degolladas por un comando de hombres armados que han atacado su convento esta mañana, en la ciudad yemení de Adén.
Más de 7.000 cristianos asesinados en 2015 Ese es el cálculo de la organización de derechos humanos “Manos Abiertas”, sin tener en cuenta los perseguidos en Corea del Norte, Irak y Siria, de los que carece de datos. Quien lee las dos primeras lecturas de este domingo no se extraña de que ocurran estas persecuciones. Lo desconcertante es lo que promete el evangelio. Insultos y expulsión (Hechos de los apóstoles 13,14. 43-52). La liturgia ha omitido los versículos 15-42, provocando algo absurdo. Al final del v.14 se dice Pablo y Bernabé “tomaron asiento”; e inmediatamente se añade que “muchos judíos y prosélitos se fueron con ellos”. Entonces, ¿para qué toman asiento? Si no hubieran mutilado el texto habría quedado claro que se sientan para tomar parte en la liturgia del sábado. Al cabo de un rato, les invitan a hablar, y Pablo hace un resumen muy rápido de la historia de Israel para acabar hablando de Jesús. Ahora se comprende que, al terminar la ceremonia, muchos judíos y prosélitos se fueran con los apóstoles. Pero, al cabo de una semana, cuando vuelven a la sinagoga, la situación será muy distinta. Los judíos responden a Pablo y Bernabé con insultos. Más tarde, incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Dentro de lo que cabe, tuvieron suerte. Más adelante apedrearán a Pablo hasta darlo por muerto. Martirio y victoria (Apocalipsis 7,9.14b-17) Cuando el cristianismo comenzó a difundirse por el imperio, encontró pronto la oposición de las autoridades romanas y de la gente sencilla. Veían a los cristianos como gente impía, que daba culto a un solo dios en vez de a muchos, inmoral, enemiga del emperador, al que no querían reconocer como Señor, etc. El punto final en bastantes casos fue la muerte, como ocurrió a Pedro, Pablo y a los otros durante la persecución de Nerón (lo que cuenta el historiador romano Tácito impresiona por la crueldad con que se los asesinó). Sin embargo, la lectura del Apocalipsis no se centra en sus sufrimientos sino en su victoria. Amenaza y vida eterna (Juan 10,27-30) En comparación con las dos lecturas anteriores, que hablan de las persecuciones en sus diversas formas, con expulsión y con muerte, el evangelio de hoy resulta a primera vista muy suave, casi idílico: las ovejas con su pastor, atendiendo a su llamada, siguiéndolo. Ningún loco a la vista. Sin embargo, Jesús menciona dos veces a algunos que intentan “arrebatarlas de mi mano” y de la mano de mi Padre. No tendrán éxito. Pero la amenaza está presente. Cuando se leen las palabras del evangelio mirando a esas cuatro religiosas sonrientes se entiende muy bien la primera parte: ellas han escuchado la voz de Jesús, le han seguido a trabajar con las personas más marginadas. Y, por contraste, se entiende igualmente la verdad de la segunda: las han asesinado (la foto del cuarto lleno de sangre no tiene nada de idílico ni romántico), pero “no las han arrebatado de mi mano”, Jesús les ha dado la vida eterna. Es el mensaje de la Pascua encarnado en el siglo XXI: por la muerte a la vida. Que Dios nos conceda la fe necesaria para creer en su palabra. |
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