"Un monje se confiesa" es el tercer libro de una trilogía que intenta la unión entre el saber psicológico y el saber espiritual. ("Un psiquiatra se pone a rezar" y "Yo también estaré contigo cuando llores" son los dos anteriores). Es una novela psicológica que no se debe leer de un tirón. Hay que gustar el texto, dejarlo entrar no solo en la cabeza (hay mucho diálogo para exponer argumentos filosóficos), sino en el corazón.
Confesar es atreverse a revelar algo de la profundidad del propio ser que está velado y apenas se percibe desde una visión superficial. Cuatro personas acuden a un monasterio benedictino durante unos días para compartir el silencio y la vida monacal. Verónica y Enrique son periodistas. Ella busca superar el trauma de una relación frustrada con su hija, él solo siente curiosidad desde su escepticismo. Carlos Lisieux, ya conocido en las anteriores novelas, es un psiquiatra que esta vez acompaña a un enfermero psiquiátrico que a su vez es paciente, Raúl, gran conocedor de la meditación. Cuando llegan las cuatro personas el único que se opone a recibirlas por temor a que puedan perturbar su vida, es el hermano Jorge. En realidad su propia vida no estaba en paz. Junto a él, en la comunidad, sobresale el Hermano Albert, conocido en las novelas anteriores y que, sorprendentemente, hace también una confesión. El hermano Jorge decide vencer su rechazo a Verónica y ayudarla en su angustia con una pedagogía interior. Pero es Verónica, paradójicamente, la que termina siendo una ayuda para él, al activar su capacidad de amar en una situación límite para ambos. "Gracias a estos días que hemos compartido sé que la meta de un monje no es la perfección sino amar". Ser vulnerable al amor de una mujer hace a Jorge volver a ser vulnerable al amor de Dios. Un monje perfeccionista y que quisiera tener todo controlado aprende que el amor ni se gana ni se merece. "Simplemente me rendí y me dejé amar", dirá. Será posible la transformación de ambos al abrir las puertas al amor allá dónde las posibilidades humanas se habían agotado. En la bajada a la profundidad de uno mismo hay mucho dolor. "La maduración humana es un camino de experiencias sobre uno mismo. Esto no está exento de bajar a los infiernos, la fuerza transformadora no está en la superficie". La mística de los ojos cerrados, necesaria para superar la superficialidad y el activismo, capacita y deja paso a la mística de los ojos abiertos... o no será verdadera mística. "No es casualidad que tanto en Oriente como en Occidente, los maestros espirituales hablen de humildad. Sin ella el místico tendería a identificarse con Dios y no hallaría distancia entre su yo y Dios en él". Esta tensión es precisamente la condición humana. "La humildad protege contra el narcisismo y nos acerca al verdadero amor". Los ojos sanados de la ceguera no solo miran sino ven. La mística de los ojos abiertos nos hace capaces de "en todo amar y servir". "Todo" es la realidad en su totalidad, no solo aquella que controlamos o que nos parece exitosa. En toda ella somos abrazados por Dios. El Hijo se hizo carne débil y habitó entre nosotros...
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