1.-La muerte fue y sigue siendo el interrogante más evidente y radical del ser humano de todos los tiempos. Todas las religiones y culturas, unas más y otras menos, se plantearon y plantean este problema, porque el más allá de la muerte es algo que preocupa a todo ser humano, sobre todo porque la aspiración a vivir es muy profunda en todo ser vivo.
2.- Las preguntas sobre la muerte desencadenan en cascada otras muchas preguntas: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿qué significado tiene la historia?, ¿a dónde vamos?, luchar por los llamados valores éticos y los derechos humanos, ¿tiene razón de ser?, la lucha por la justicia, la libertad, la igualdad, la dignidad del ser humano, si al final se estrellan con la muerte, ¿conducen a alguna parte? Filósofos como Engels o Heidegger dicen que somos seres para la muerte. Así nuestra vida solo tendrá sentido en la medida en que lo tenga la muerte. Si encontramos sentido a la muerte,entonces nuestra vida tendrá sentido. Pero lo importante no es la muerte sino la vida, porque hubo a lo largo de la historia y hay en nuestros días muchos millones de personas que fueron y son también hoy privadas de la vida de forma injusta y prematura, a causa del hambre, la sed, las injusticias, las guerras, el odio, la violencia, los abusos, la explotación, los abortos sin justificación posible... Si no hay vida más allá, a todas esas personas, si murieron a lo largo de la historia y mueren también hoy para quedar muertas ¿quién les va a hacer justicia?, ¿quién les va a reparar tanto daño? ¿quién las va a compensar de tanto mal, de tanto sufrimiento? ¿Quién las va a compensar de morir de hambre en un mundo en que hay de sobra para todos? ¿Acaso los que mueren de hartos por no compartir lo que les sobra con los más pobres? 3.-Es también un hecho evidente que todo lo que vive quiere vivir: peces, animales, plantas, aves, árboles, y no digamos los seres humanos. A veces hasta arriesgamos el morir por vivir. Unamuno se agarraba a la vida gritando: "¡mi yo, que me arrebatan mi yo!". Si hay tanta pasión en todos y en todo por la vida, resulta contradictorio y absurdo un destino definitivo de muerte. Resulta mucho más coherente que a tanta ansia de vivir responda una plenitud de vida. La aspiración a perpetuarse, a la vida y vida para siempre, es una aspiración universal desde los albores de la humanidad y en todos los espacios geográficos. 5.-El ansia de vivir y el compromiso con la vida, para Jesús de Nazaret eran también aspiraciones vitales. Es por lo que con sus amigas, Marta y María, hermanas de Lázaro, llora la muerte de este entrañable amigo. Pero para Jesús esta pena no queda en un "lo siento", en un "hay que seguir", en un "así es la vida", en un "te acompaño en el sentimiento". Jesús ama la vida y con ella responde a la muerte, ya no solo para su amigo Lázaro, la hija de Jairo o el hijo de la viuda de Naín, sino para todos y para toda la creación. El nos descubre que la muerte es la apertura a la plenitud de la vida: "quien cree en mi aunque haya muerto vivirá". Para Jesús morir no es para quedar muerto, sino para pasar a la vida verdadera y plena para siempre. Jesús pasó por la vida dando también vida aquí y ahora, en este mundo, porque vida inmanente y trascendente están indisolublemente vinculadas: dando vida a los hambrientos, enfermos, sordos, ciegos, mudos, marginados, despreciados, tristes, olvidados. Con el compromiso hasta la muerte por los valores de la justicia, la igualdad, la fraternidad, el amor, ratificó su compromiso con la vida de todo ser humano y toda la creación. Él nos descubrió el valor trascendente, para más allá de la muerte, de todo valor inmanente practicado en este mundo: "venid a tomar posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y me atendisteis, porque cuando lo hicisteis con los más necesitados conmigo lo hicisteis". (Mateo 25,31-46). 6.-La necesidad de la reparación, ya imposible en esta vida, de las injusticias cometidas con los oprimidos de la tierra a lo largo de la historia, es lo que movía al marxista Garraudy, (así como también a los postmarxistas Adorno y Horkheimer), a plantear lo que él llamaba el postulado de la resurrección, que enciende una luz de esperanza en nuestra mente, para mi como persona, para mis hermanos y hermanas, los hombres y mujeres de este mundo, y toda la creación, que también muchas veces sufre injustamente. 7.-Pero qué montajes tan antiantropológicos, y más anticristianos, ha hecho la iglesia católica en torno a la muerte con las llamadas honras fúnebres, con textos, músicas, ritos y costumbres llenos de tristeza, de lutos, etc., con diferentes categorías según la clase o rango social del fallecido. Todavía quedan restos de estos planteamientos, cuando los obispos presiden los funerales de determinadas personas, o los celebran en lugares destacados como las catedrales. Vale más no recordarlo. ¿No somos todos iguales ante Dios, y en todo caso los preferidos deben ser los pobres, como lo fueron para Jesús? La respuesta de Jesús a Lázaro y sus hermanas fue la respuesta del amigo al amigo: así debe ser la respuesta de todos los seres humanos unos a otros. Por tanto, como seguidores de Jesús, no hagamos funerales en las iglesias para celebrar la muerte, sino la vida. Vayamos a celebrar la vida, la vida verdadera, la plenitud del hermano que ya vive para siempre, que está en la felicidad de Dios, porque la vida, como un río, tiene dos orillas: una aquí y otra allí, la que dura para siempre, y ya no acaba nunca. El puente para cruzar de una orilla a la otra lo construimos a diario con el amor, la fraternidad, la justicia, la solidaridad, la esperanza..., que a lo largo de la vida vamos sembrando en nosotros, en los demás y en la creación para hacer la vida más digna a todo ser humano y a toda la creación. ¡Cuánto duele ver a muchos jóvenes despreciar y maltratar su propia vida y la de los demás con el alcohol, las drogas, la comida basura, las diversiones peligrosas, la delincuencia! ¿Falla la familia? ¿Falla la educación? ¿Falla la sociedad de consumo que solo piensa en el negocio sin más a costa del propio ser humano? Cuidemos la vida de todos y de toda la creación.
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Recojo ramas caídas en el corazón del bosque antes de que se acerquen las copiosas lluvias anunciadas. Lo de apretar un botón y empezar a sentir calor es sólo cosa de nuestros días. Llevamos una vida tan sedentaria que después nos quejamos de los achaques. Ayer teníamos que ir a los bosques, sumergirnos en sus mágicos corredores y acarrear el hatillo de leña para calentar el hogar, para cocinar nuestra cena.
Lo acabamos de ver en la India. Al atardecer los caminos se inundaban de mujeres, cada una con su "sari" más colorido y bello, su movimiento más elegante, digno y grácil; cada una con su pesado hatillo de leña en la cabeza. Allí, cena caliente es igual a largo sendero en pos de ramas caídas. Ahora a miles de kilómetros de distancia, trato de tomar ejemplo. Recojo leña y agradezco a cada árbol el regalo que me proporciona para calentar mi hogar. Agradezco también la generosidad de la Madre que me ofrenda astillas de todas las formas y tamaños para poder encender mi fuego. Hasta lo más cotidiano acoge su misterio profundo. Sólo resta que lo descubramos. Hasta ese aparente capricho de las mil y una formas y grosores de la madera tiene una finalidad, tiene el objetivo bien práctico de que el humano sobreviva al invierno. Después de todo, era el árbol lo que nos permitía ver sin pavor acercarse los fríos. El árbol muere un poco cada día en sus ramas caídas para que nosotros vivamos. Todo se ofrenda al humano, ¿pero qué devuelve el humano? El animal no puede hacer acopio de ramas, buscar y arrugar el periódico de ayer y raspar la cerilla. Los árboles dejan caer sus miembros. Con la ayuda del viento se desprenden de una parte de sí por nosotros. Todo conspira por nuestro bienestar, ¿pero qué hacemos nosotros/as por la armonía y la sustentabilidad de cuanto nos abriga y rodea? ¿Y si lo más revolucionario que uno pudiera hacer fuera recoger leña seca y asumir una vida sencilla y austera, solidaria con cuantos parten su leña a la vera de las llamas? Recogiendo leña seca en el bosque me hago solidario con un pasado de esfuerzo y desafío por la vida, con un presente de cientos de millones de mujeres, hombres y niños que cada tarde salen al paso de lo que les regala el bosque cercano. Ahora que nos iniciamos en una nueva etapa comunitaria (http://conotrasmanos.jimdo.com/) la idea de la vida sencilla y en comunión con la Tierra late con fuerza en el interior. No podría ser de otra forma. Disfruto llenando mi cesto. Me hago uno con la Madre. Recojo las ramas caídas y al asirlas agradecido ya siento el calor que en breve han de desplegar y regalar sin medida. Bendito sacrificio para que no tiritemos de frío, para que nuestra vida se perpetúe. ¿Y si ahora lo que toca es devenir bosque soberbio, encadenarnos a ese linaje de sacrifico, emular la leña seca, dejarnos prender por lo Alto? ¿Y si ahora prima calentar al mundo, ofrendarnos cual leña seca a la humanidad que atraviesa vallas y tirita? En mitad del encinar y sus devas y sus elementales y su compañía insustituible, mi cuerpo se inclina y mi corazón medita. ¿Cómo de dispuestas se encuentran nuestras ramas que el Misterio Creador recoge con sus Manos cuidadosas? ¿Cómo de seca estará nuestra leña, cómo de preparada a inmolarse en el fuego del fraterno e incondicional amor, que más pronto que tarde inundará la tierra entera? Me enseñaron que éramos los mejores, que los demás no eran tan buenos, que sólo nosotros sabíamos la verdad mientras que otros servían a la mentira.
Me enseñaron que no había que tener comunión con la gente de otras religiones, porque eso era una traición a Dios, o quizás una apostasía. Me enseñaron que sólo había que acercarse a los otros creyentes, agnósticos o ateos para convertirlos a nuestro grupo, porque así se salvarían, ya que de otro modo se irían al tormento eterno. Me enseñaron que sólo nosotros teníamos razón en materia de sexualidad considerando a cualquiera que fuera diferente como un perverso... Y poco a poco mi corazón se fue estrechando, cada vez había menos sitio para mis prójimos, y me fui asfixiando, viendo cómo moría el amor en mí. Hasta que decidí fijarme en Aquel que fue enseñado por una mujer pagana, el que dijo que el centurión romano tenía más fe que todos aquellos que se consideraban fieles de la Tradición oficial. Miré cómo se comportaba con aquellas mujeres de sexualidad reprobable y cómo las ponía delante de todos en el Reino de su Padre. Me sentí desafiado en cómo derribaba todos los muros de separación, de cómo dignificaba a todo ser humano sin importarle sus orígenes o caminos escogidos. Aprendí con él que todo ser humano es mi hermano, mi hermana, que sólo el Dios de la vida es universal, y no el dios tribal de mi grupo. Y mi corazón comenzó a ampliarse, un aire nuevo entró, una mirada diferente sobre el mundo apareció. Y me sentí prójimo de mis hermanos, creyentes o no, de diferentes credos, de diferentes ideas, y comprendí al fin, que yo no era mejor que nadie y que no sabía más que otros. Tuve que desaprender lo que me enseñaron, y volver a aprender a los pies de Aquel que recibía a todos sin condición alguna. Vivió la compasión hasta el extremo de morir en manos de los que se consideraban mejores. Fue el hombre libre y liberador, que nos enseñó el camino a andar, reconociendo a los compañeros de viaje. Me enseñaron a odiar piadosamente, pero el amor se fue abriendo camino, y pude encontrar en el rostro de mis hermanos, creyentes o no, mi propio rostro, con una voz interior que grita: "soy vuestro". La belleza y sabiduría del relato consiste en conjugar, en la misma persona de Jesús, una doble afirmación: "Se echó a llorar" y "Yo soy la resurrección y la vida".
Esa es, justamente, nuestra paradoja: somos seres sensibles, a quienes nos afecta lo que sucede y, simultáneamente, somos Vida que se halla siempre a salvo. Nos percibimos como pura necesidad y carencia –y, por tanto, vulnerables- pero, al mismo tiempo, somos plenitud a la que nada le falta. Nuestro "doble rostro" no es sino expresión de las "dos caras" de lo Real: lo invisible y lo manifiesto, "lo implicado y lo explicado" (por utilizar los términos del físico David Bohm), el vacío y la forma... Ambos aspectos son ciertos, si bien no en el mismo nivel. Por eso, en cierto modo, podría decirse que lo absoluto se manifiesta en lo (como) relativo. La tradición cristiana ha personalizado este doble rostro de lo Real en la persona de Jesús, al afirmar simultáneamente su divinidad y su humanidad. La lectura adecuada de tal afirmación no habla de una suma o yuxtaposición de dos realidades separadas (Dios y hombre), sino del misterio de la Unidad, visto desde dos perspectivas diferentes. Por eso, la formulación menos inadecuada pudiera ser esta: lo humano es divino, y lo divino es humano. (Y probablemente fuera por aquí la intuición de Leonardo Boff cuando, al hablar de Jesús, afirmó que "alguien tan humano solo podía serlo Dios"). Cuando se han entendido aquellas dos dimensiones en clave de yuxtaposición –una al ladode la otra-, se ha dado entrada a una serie interminable de pseudo-problemas que no conducen a ninguna parte. Del mismo modo, cuando aquella afirmación se ciñó exclusivamente a Jesús, tuvo como resultado que se hiciera de él un "ídolo" separado y alejado de todos nosotros. En realidad, lo que se afirma de Jesús se está diciendo también de todos nosotros. Y esto no es "rebajar" su figura –como leería una creencia mítica, o como temería un cristiano convencional-, sino justamente percibirla en toda su hondura y plenitud. Parece claro que cualquier comparación nace de la mente y caracteriza el funcionamiento del ego, que vive precisamente del juicio y la comparación. Eso explica que, mientras se permanece en la mente y en el ego –como si esta fuera nuestra verdadera identidad-, la comparación sea inevitable, enfatizando, por encima de todo, las diferencias entre los egos. Al silenciar y trascender la mente, se abre la perspectiva no-dual que, sin negar las diferencias manifiestas, sabe ver la unidad de fondo que las abraza, y que constituye realmente su identidad última. Como Jesús, somos, a la vez, necesidad –por eso lloramos- y somos Vida. Y esto es lo que en la tradición cristiana se ha expresado con el término "resurrección". La resurrección –como la reencarnación, en otras culturas y latitudes- es un "mapa", que apunta a la verdad de que somos Vida, que nada puede aniquilar. Por eso, cuando Marta expresa la fe convencional judía –"sé que resucitará en la resurrección del último día"-, Jesús puntualiza: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre". La muerte –aunque nos haga llorar e incluso produzca gran temor a nuestra sensibilidad, porque somos seres sintientes- es únicamente una "forma" más que adopta la Vida, no muy diferente de aquella otra que es el nacimiento. En este y en aquella, La Vida solo cambia de forma. Y esa misma Vida, como bien sabía Jesús, es nuestra verdadera identidad; no la identidad de nuestro yo individual (o ego), sino del Yo Soy universal que, más allá de las diferencias, somos. La Samaritana, el ciego y Lázaro son personajes simbólicos que nos representan a todos en nuestra condición de criaturas limitadas que somos invitados a superar los límites.
Con las mismas palabras se hace referencia a conceptos tan diferentes que es difícil interpretarlos bien. De hecho, se puede dar la muerte en una vida fisiológica sana. Y se puede dar la Vida con una salud deteriorada. No podemos tergiversar el texto hasta hacerle decir lo contrario de lo que quiere decir. Al final de la cuaresma tiene pleno sentido que tratemos de dilucidar qué es Vida y qué es muerte para Jesús. En el relato de hoy, todo es simbólico. Los tres hermanos representan la nueva comunidad. Jesús está totalmente integrado en el grupo por su amor a cada uno. Unos miembros de la comunidad se preocupan por la salud de otro. La falta de lógica del relato nos obliga a salir de la literalidad. Si Jesús hubiera pretendido salvar la vida biológica de Lázaro, hubiera ido inmediatamente a curarlo. Hubiera sido más fácil que resucitarlo. Pero su intención no es curar la enfermedad, sino manifestar la Vida. Por eso espera a que la muerte quede rotundamente confirmada (cuatro días, ya huele). Si seguimos preguntando si Lázaro resucitó o no físicamente, es que seguimos en el lado de los muertos. La alternativa no es esta vida, solamente aquí abajo, u otra vida después pero continuación de esta. La alternativa es: vida biológica sola, o Vida definitiva durante esta vida y más allá de ella. Que Lázaro resucite para volver a morir unos años después, no soluciona nada. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Es realmente sorprendente, que ni los demás evangelistas, ni ningún otro escrito del NT, mencione un hecho tan espectacular como la resurrección de un cuerpo ya podrido. Recordad que los sinópticos narran hasta la curación de una gripe a la suegra de Pedro. Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida de Dios que él mismo posee y de la que puede disponer (5,26). Esa Vida anula el carácter catastrófico de la muerte biológica. Es la misma Vida de Dios que él posee por el Espíritu. Para que esa Vida pueda llegar al hombre, se requiere como condición indispensable la adhesión a Jesús. A la adhesión responde él con el don del Espíritu-Vida, nacimiento a una nueva Vida que se sitúa más acá y más allá de la muerte física. Esto no quiere decir que solo la posean los que conocen y siguen a Jesús. Lo que nos quiere decir es que todo aquel que tenga una actitud como la que tuvo Jesús en su vida, participa de esa Vida, aunque no haya conocido a Jesús Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior de vida física. Ante el hecho de la muerte natural, la Vida que sigue, aparece como renovación de la vida que termina. Respecto a la Vida que comunica Jesús, es su continuidad; aunque, para entendernos, le llamemos resurrección. "Yo soy la resurrección" está indicando que es algo presente, no futuro y lejano. No hay que esperar a la muerte para conseguir Vida. El término "resurrección" expresa solamente su relación con la vida biológica que ya ha terminado. Esto se decía en (5,24) "Quien escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee Vida definitiva". Jesús corrige la concepción tradicional de "resurrección del último día", que Marta compartía con los fariseos. Para Juan, el último día es el día de la muerte de Jesús, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada. Esta es la fe que Jesús espera de Marta. No se trata de creer que Jesús puede resucitar muertos. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee y puede comunicar al que se adhiere a él. Hoy seguimos con la fe para el más allá de Marta, que Jesús declara insuficiente. Seguimos esperando una vida biológica eterna, que es la que apreciamos. ¿Dónde le habéis puesto? Esta pregunta, hecha antes de llegar al sepulcro, parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro con Vida. Indica que son ellos los que colocaron a Lázaro en el sepulcro, lugar de muerte sin esperanza. El sepulcro no es el lugar propio de los que han dado su adhesión a Jesús. Al decirles: "Quitad la losa". Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. Los muertos no tienen por qué estar separados de los vivos. Los muertos pueden estar vivos. Pero también los vivos pueden estar muertos. Al quitar la losa, desaparece simbólicamente la frontera entre muertos y vivos. La losa no dejaba entrar ni salir. Era la señal del punto y final de la existencia. La pesada losa de piedra ocultaba la presencia de la Vida más allá de la muerte. Jesús sabe que Lázaro había aceptado la Vida antes de morir, por eso ahora está seguro de que sigue viviendo. Es más, solo ahora posee en plenitud la verdadera Vida. "El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá". La Vida es compatible con la muerte. Ya huele mal. La trágica realidad de la muerte se impone. Marta sigue pensando que la muerte es el fin. Jesús quiere hacerle ver que no es el fin; pero también que sin la muerte del "ego" no se puede alcanzar la verdadera Vida. La muerte sólo deja de ser el horizonte último de la vida cuando se asume y se traspasa. "Si el grano de trigo no muere..." Nadie puede quedar dispensado de morir, ni el mismo Jesús. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes a todo lo que creemos ser. Esta es la clave del mensaje de Jesús. Es muy importante la oración de Jesús en ese momento clave. Al levantar los ojos a "lo alto" y "dar gracias al Padre", Jesús se coloca en la esfera del Padre. Jesús está en comunicación constante con Dios; su Vida es la misma Vida de Dios. No se dice que Jesús haya pedido nada. El sentido de la acción de gracias lo envuelve todo. Es consciente de que el Padre se lo ha dado todo, entregándose Él mismo. La acción de gracias se expresa en un gesto y en unas palabras, pero en Jesús no se trata de un acto, sino que el acto expresa una actitud permanente en él. Al gritar: ¡Lázaro, ven fuera! está confirmando que el sepulcro donde le habían colocado, no era el lugar donde debía estar. Han sido ellos, los que le escuchan, los que le han colocado allí. El creyente no está destinado al sepulcro, porque aunque muere, sigue viviendo. Con su grito, Jesús quiere mostrar a Lázaro vivo en la muerte. Los destinatarios del grito son ellos, no Lázaro. Ellos son los que tienen que convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la Vida. Entendido literalmente es un absurdo. ¡Ya podía gritar fuerte para que el muerto lo oyera! Salió el muerto con las piernas y los brazos atados. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad, por lo tanto, sin posibilidad de desarrollar su humanidad (ciego de nacimiento). El ser humano, que no nace a la nueva Vida, permanece atado de pies y manos, imposibilitado para crecer como tal ser humano. Una vez más es imposible entender la frase literalmente. ¿Cómo pudo salir, si tenía los pies atados? Lázaro ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo porque está vivo. Todos tienen que tomar conciencia de su nueva situación. "Desatadlo y dejadlo que se marche". Son ellos los que lo han atado y ellos son los que deben soltarlo. No devuelve a Lázaro al ámbito de la comunidad, sino que le deja en libertad. También ellos tienen que desatarse del miedo a la muerte que paraliza. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán entregar su vida como Jesús. Meditación-contemplación Yo soy la Vida más allá de lo biológico. Se trata de la Vida que no termina, la definitiva. Es más que la misma Vida de Dios, comunicada al hombre. Es la ÚNICA VIDA que lo inunda todo. ..................... No es algo que Dios nos da o deja de darnos. Es el mismo Dios comunicando su mismo ser. Su ser que es el centro de nuestro verdadero ser. Jesús nos invita a descubrir y a vivir esa realidad. ................... Esa Vida divina no interfiere con la vida biológica. La biología sigue sus propias leyes. Esas leyes no impiden la Vida, sino que la hacen posible. Ni siquiera la muerte tiene repercusión alguna en la Vida. 28 de abril 2014. Dominic, un niño de dos años, hijo de una familia gitana, encuentra un boquete en la alambrada que separa el campamento de la línea férrea Robigo-Verona. Un tren lo arrolla y muere poco después en el hospital de Legnano.
29 de abril 2014. Guglielmo di Maggio (44 años) ha conseguido un nuevo empleo en unos grandes almacenes. Con su mujer, Nunziatina (40) y sus dos hijos (7 y 5) decide ir a celebrarlo. En un túnel de la autopista Palermo–Messina se estrella contra un camión que ha derrapado e invadido la calzada contraria. Sólo se salva el niño de 5 años. Son dos casos de los últimos días (italianos, porque me encuentro en Roma), a los que podrían añadirse muchos miles. Y vienen a la memoria las palabras de Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme». Palabras que estaría dispuesta a firmar la inmensa mayoría de la gente. Y también el cuarto evangelio, aunque a su autor no le obsesiona la muerte sino la vida. En el prólogo ha presentado a Jesús, Palabra de Dios, como poseedor de la vida. En un discurso programático afirma Jesús, anticipando la resurrección de Lázaro: «Os aseguro que llega la hora, ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5,25). Y el evangelio termina: «Estas cosas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él» (Juan 20,31). Esta obsesión por la vida encuentra su punto culminante en la resurrección de Lázaro, que se encuentra en mitad del evangelio (cap. 11 de 21). La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entienden nada, y se preguntan qué es eso de resucitar de entre los muertos. Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.» Pero el tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere sólo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3). Nota: dice el relato que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, se estremeció (evnebrimh,sato), se conmovió (evta,raxen) y lloró (evda,krusen). Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido. Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura. La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel, ha sido elegida por la estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan). Pero conviene recordar que el texto de Ezequiel no se refiere a una resurrección física. El pueblo, desterrado en Babilonia, se considera muerto. Babilonia es su sepulcro, y de esa tumba lo va a sacar Dios para hacer que viva de nuevo en la tierra de Israel. ¿Origina abusos el celibato del cura? ¿Son compatibles matrimonio y ministerio? ¿Es inhumano renunciar al sexo? Preguntas retadoras piden respuestas audaces.
Arriesguémonos a plasmar en aforismos el tema vidrioso: 1) Celibato no se opone a matrimonio. Ambos contrastan con solteronías o emparejamientos insignificantes. La opción religiosa célibe será minoritaria; no por eso elitista, ni mejor que el matrimonio, no monopoliza la dedicación apostólica o el seguimiento radical de Jesús. 2) Sexualidad es más que genitalidad y amor es más que sexualidad. La especie humana, al amar, se diferencia por elegir en la encrucijada: ayudarse a crecer personalmente, o destruirse mutuamente. 3) Necesitamos redescubrir la ternura, más allá de la permisividad y el moralismo. Un beso amoroso puede fundir a dos personas más íntimamente que un coito sin ternura. La psicología social critica la obsesión "an-orgasmo-fóbica", es decir, el miedo a no alcanzar el orgasmo utópico prometido por la literatura excitante. 4) El acoso sexual del clero es abuso de poder e injusticia, no mero incumplimiento de voto o lastre de formación de invernadero: crisis de pubertad reprimidas explotan con retraso en forma de abusos y desviaciones en la integración sexual, Reconocidas sin ocultamiento, habrá que cortarlas y repararlas. 5) En vez de ética sexual prohibitiva, una ética constructiva de las relaciones, centrada en el respeto y ayuda al crecimiento mutuo, valdrá para parejas heterosexuales u homosexuales; para relaciones interpersonales en comunidades célibes; o para relaciones de amistad entre personas con diversas opciones de vida. 6) Compatible la vida en pareja con el ministerio, podría conferirse la ordenación a personas casadas, solteras o viudas de ambos sexos, con aptitud para animar, servir y unir a las comunidades. Tampoco sería obstáculo la orientación sexual para el celibato opcional. Homosexual, heterosexual o asexual, lo decisivo es la aptitud de la persona. 7) Varios desenlaces son posibles, si incide un enamoramiento en la opción celibataria: a) cambio de rumbo en la vida; b) represión, pero con siembra de expectativas dañosas; c) funambulismo por la cuerda floja de la doble vida ; d) a la defensiva, la persona se incapacita para amar y, por tanto, para el ministerio; e) re-elegir la opción, con gratitud y dolor, asumiendo los límites y proseguir el aprendizaje de amar más y mejor. El celibato opcional no niega el amor, pero conlleva tres renuncias: a la exclusividad de una relación íntima; al ejercicio de la sexualidad; y a la procreación y formación de una familia. No es fácil, sin represiones ni ambigüedades, integrarlas con el aprendizaje del amor. Vivir sin relación sexual puede tener sentido, pero vivir sin amar deshumaniza. No creo que Francisco tenga prisas en nombrar obispos en España. Tampoco tardará mucho porque parece tener las ideas muy claras sobre el tipo de obispo al que él se refiere, “que huela a oveja”. Habla de la “Revolución de la Ternura”, como si de una cosa sencilla se tratara, pero implicando hasta lo más íntimo a quiénes le escuchan. Él habla directo y las respuestas a los escritos que le presentan los obispos se los da en documentos escritos en la misma audiencia, para que los lleven a sus reflexiones, pero durante la entrevista les habla de tú a tú para que experimenten la cercanía de la que habla él de cercanía que hay que tener con el pueblo sencillo.
Mientras, grupos de Obispos le plantean al Papa Francisco cuestiones, de hondo calado, como la contribución de los obispos como conciencia crítica de la nación; la Iglesia en misión, movida por la misericordia; y hacer llegar la Buena Nueva de la salvación, expresada en idiomas locales etc, Francisco enfoca la cuestión de una manera directa – así aparece en el texto entregado por escrito a los Obispos- Su preocupación principal: “La Iglesia pide en la sociedad sólo una cosa: la libertad de anunciar el Evangelio de una manera íntegra, incluso cuando va contra corriente de los valores actuales…vosotros, queridos hermanos, no tengáis miedo de hacer esta contribución a la Iglesia para el bien de la sociedad…” Prefiere alejarse de grandes discursos y habla a los Obispos como lo haría una madre con sus hijos. En estas audiencias incluso hace los gestos de una madre abrazando a su hijo pequeño y meciéndole, para decir que así tiene que ser la Iglesia para sus hijos. Nos advierte de lo difícil que es entrar en contacto con un mundo de “heridos” que necesitan comprensión, perdón y amor. Por eso, dice Francisco, “no me canso de llamar a toda la Iglesia a la “Revolución de la Ternura”. Sin disminuir el ideal evangélico, anima a controlar y prestar atención a los pasos que se realizan día a día con una formación sólida ya que todo cristiano debe convertirse en protagonista y misionero . El Papa habla del tipo de “Obispo” que busca. De esa manera sencilla, como siempre, da en el clavo. Habla del triple lugar que el obispo debe desempeñar con sus fieles, con sus comunidades: El Obispo debe ir: - Al frente para mostrar el camino a su pueblo, arriesgando su propia vida desbrozando las dificultades y allanando el camino. - En el Centro para mantener a la Comunidad unida y neutralizar estampidas, - y Detrás, para que nadie llegue tarde o se extravíe… - En cualquier caso, ser capaces de sostener, con amor y paciencia, los pasos de Dios en su pueblo y valorizando todo lo que le mantenga unido, teniendo cuidado con los posibles peligros, pero sobre todo haciendo crecer la esperanza. Recordé hace unos días que en breve el Papa Francisco cumplía su primer año de Pontífice de la Iglesia Católica. ¿A qué suena rara lapalabrita para designar a este Papa?
La palabra "pontífice" viene del latín y se coló en la Iglesia cuando ésta se convirtió en Estado, como parte de la herencia del Imperio Romano. Pontífice es "el que construye puentes entre Dios y los hombres". Pero este Papa, además de tender puentes, lo que hace es vadear ríos para acercarse a unos y a otros; mojándose y mojándonos. Lleva en su mochila interior el manual y el estilo para el camino: el Evangelio de Jesús como mensaje de alegría para el mundo. Siguiendo su trayectoria de 365 días, y desde el primer instante al salir al balcón del Vaticano para presentarse al mundo, inició un tratamiento de choque empezando por los detalles más externos: sus vestimentas papales exhibían una sencillez a la que estábamos poco acostumbrados. Después vino una mirada deestremecimiento ante la multitud de la Plaza Vernini y ante los medios de comunicación a nivel mundial; luego una sencilla petición: orar todos juntos. He vuelto a leer mis deseos escritos el pasado año mientras se celebraba el cónclave; lo que le pedía al futuro nuevo Papa. Todavía tengo que pellizcarme para no creer que esto es ensoñación... hay cosas que se están encaminando en la Iglesia: está cayendo mucha hoja seca, se están abriendo ventanas para que entre el aire fresco del Espíritu y puertas para acoger a quien se acerque. Se están haciendo cosas inimaginables hace sólo trece, catorce, quince meses... y muchos años atrás. Por delante hay mucho por hacer, mucha paciencia que administrar, pero los signos de esperanza animan a la espera y los de alegría, a quitar el color gris de las relaciones. Como dice el refrán que "es de bien nacidos ser agradecidos" quiero dar gracias a Dios doce veces, una por mes, desde el nombramiento del Papa Francisco: 1. Gracias porque sabe conmoverse sin vergüenza. 2. Gracias porque pide que oremos por él, mostrando su propia debilidad. 3. Gracias porque sabe agacharse y besar. 4. Gracias porque sigue usando unos zapatos que indican que hay mucho camino por delante por recorrer juntos. 5. Gracias porque no le gusta vivir solo: come, reza y celebra la Eucaristía de forma cercana. 6. Gracias porque deja que los niños se acerquen a él. 7. Gracias porque se moja contra los poderes del mundo y los denuncia como en Lampedusa. 8. Gracias porque dialoga y contesta preguntas. 9. Gracias porque ha cogido la escoba para barrer la mugre interior de la Iglesia. 10. Gracias porque a los pobres les da prioridad; a los laicos mayoría de edad; y a las mujeres más amplio espacio vital en la Iglesia (aunque de sacerdocio, de momento, "ná de na"). 11. Gracias porque habla con un lenguaje que puede entender el que estudió y el que no pudo; el teólogo y el recién converso; el que trabaja el campo y la que acabó su tesis doctora, todos. ¡Ah... y no olvida el Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación. 12. Gracias por la Exhortación "LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO" (EVANGELII GAUDIUM) Ahí va mi agradecimiento en 12 entregas, que podrían ser más. Sigamos orando por el Papa Francisco como él mismo nos pidió. Desde el principio, el papa Francisco sorprendió y abrió espacio a la esperanza. No hay duda de que ha cambiado el estilo del Papa, rompiendo con el autoritarismo y la sacralidad que impregnaron a muchos papados anteriores. El papa Francisco optó por humanizar el Papado, después de siglos de un proceso de divinización, y por despapalizar la Iglesia. Ya no era sólo él quien bendecía, sino el pedía ser bendecido.
Pidió y sigue pidiendo que se rece por él, subrayando su debilidad y la necesidad que tiene de todos, para dar una perspectiva evangélica a la Iglesia. Frecuentemente cambian las personas al asumir un cargo, según el conocido refrán popular de "si quieres conocer a Juanillo, dale un carguillo". En este caso es la persona la que está transformando el cargo, aunque también éste impregna a la persona que lo ocupa. Es uno de esos casos, en los que a mayor responsabilidad y altura de miras, se mejora a las personas. Bergoglio fue mejor obispo que superior de los jesuitas y el papa está mostrando que puede ser mejor que el arzobispo de Buenos Aires. El contacto con el pueblo, en lugar de aislarse de él; la toma de conciencia del sufrimiento de las personas; la sensibilización con las necesidades de los pobres y la percepción de que la corrupción, el nepotismo y el autoritarismo tienen un lugar en la Iglesia, está determinando el nuevo estilo papal. Por eso, un año después, subsiste la esperanza y hay todavía confianza en su proyecto. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo. Es más fácil cambiar la sensibilidad personal y ofrecer un nuevo estilo de ejercer la autoridad que acometer las necesarias reformas en la Iglesia y replantear sus instituciones. Hay aquí un círculo inevitable. Son las personas las que construyen las estructuras. Pero, las instituciones, a su vez, inciden en las personas, las impregnan y las determinan. El ser humano es un producto social, además de ser protagonista de la sociedad. Si no cambiamos las instituciones, éstas acaban transformando a las personas. El pecado de los hombres genera estructuras de pecado y éstas revierten en los sujetos que las han creado. Hay que atender a ambos frentes, el personal y el social. Por eso, no basta un papa bueno y más evangélico, sino que se necesita también el reformador de una Iglesia que se ha quedado obsoleta en un tiempo de rápidos cambios. Sobre todo hace falta el impulsor de un proceso de cristianización de la iglesia, porque ésta se ha constituido en un poder bastante mundano, alejado del espíritu y la letra de los evangelios. Esas reformas todavía no se han realizado, un año después. De tal modo que si mañana se muriera el papa dejaría un cuerpo institucional que, básicamente, es el mismo que heredó, a pesar de su cambio de estilo. Pero las grandes reformas necesitan tiempo, tanto más cuanto más profundas sean. Y ese cambio ya está en proceso con comisiones de cardenales que tienen que acometerlo; con la preparación de un sínodo que tiene que abordar grandes problemas que inciden en la vida de las personas; con nombramientos episcopales que buscan universalizar una nueva forma de ejercer la autoridad; con una llamada a la participación de todas las iglesias y un nuevo contexto que permite expresarse a cristianos hasta ahora silenciados... Hay mucha gente que respira después de sentirse asfixiada durante décadas, hay más libertad y participación, y crece el interés por el cristianismo en gente muy distante de la Iglesia en décadas anteriores. Podríamos recurrir al símil de los brotes verdes o del final del túnel, según el modismo político que prefiramos. Pero se trata sólo de eso, aunque no es poco, porque subsisten los indicios y la esperanza que se generó el primer momento. Pero, hasta ahora, es un programa más en ciernes que realizado; más un proyecto y un deseo que una realidad constatable. Es comprensible el entusiasmo que genera el Papa, más cercano en su estilo a Juan XXIII que a sus predecesores inmediatos, aunque hay que evitar la lacra del culto a la personalidad que subsiste en la Iglesia. También debe imperar la prudencia ante una personalidad de religiosidad y teología conservadora, aunque de indudable talante evangélico. Salvando las distancias, es el dilema que tuvo el arzobispo Óscar Romero en el Salvador, que pasó de un tradicionalismo cerrado a ser un reformador de la iglesia y un propulsor de un cambio evangélico. Esperemos que el proceso de cristianización que vive Bergoglio en el contacto con la realidad de la Iglesia le lleve también a ser el renovador e inspirador de una nueva forma de iglesia. Se trata de seguir adelante con el Concilio Vaticano II, que inauguró una primavera en la Iglesia. En ambos momentos históricos subsisten estructuras, grupos y personas que se resisten a una reforma de la Iglesia. Por eso, el proyecto de renovación ha comenzado, pero lo más difícil queda por hacer. |
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