La paz cristiana es hija del perdón, brota de las víctimas y es tarea de la Iglesia (no del Estado). Así lo quiero indicar, desarrollando el tema de un modo general. Para que el estudio fuera más completo, tendría que estudiar el sentido de la paz en el conjunto del Nuevo Testamento (Evangelio y Cartas de Juan, Pastorales, Hebreos, Apocalipsis, 1-2 Pedro etc.), fijándome de un modo especial en los saludos iniciales de las cartas de Pablo (“gracia y paz…”) y en aquellos pasajes donde vincula la paz con el amor-gozo (Gal 5, 22) y con la justicia y el gozo (Rom 14, 17). Pero con eso mi estudio se haría inabarcable. Ahora quiero centrarme en el mensaje y la praxis básica de Jesús, tal como aparece refleja, en especial, en el Sermón de la Montaña y en el conjunto de los evangelios sinópticos[1]. cf. Rev. Ib. Teología
El riesgo de un perdón interesado. La paz cristiana brota del perdón, pero de un perdón gratuito, que se expresa en forma de proyecto de no-violencia activa, partiendo de las víctimas. Había en el judaísmo de tiempos de Jesús un tipo de perdón que tendía a estar controlado por sacerdotes y políticos, al servicio del sistema. Era el perdón del templo y se expresaba a través de sacrificios rituales, por medio de una especie de «máquina sacral», que culminaba el día de la Gran Expiación (Lev 16), celebrada por sacerdotes y regulada según Ley por los escribas, Por su parte, el perdón de Roma (parcere subiectis, debellare superbos: Virgilio, Eneida 855) estaba al servicio del sistema imperial y político, no de los necesitados. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón mesiánico, que actúa a través de los que sufren y que busca una nueva humanidad, superando el orden del templo y el sistema del imperio. Para entender su alcance, quiero delimitarlo mejor: Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de dictadores o autócratas, que muestran su magnanimidad indultando de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones) a quienes ellos quieren y castigando también a quienes quieren (sin dar tampoco razones). Así descargan su violencia sobre algunos, para mostrarse soberanos, imponiendo su terror sobre posibles rebeldes o contrarios, y perdonan a otros para decir que son magnánimos y aparecer como benefactores, a través de un gesto arbitrario, que está muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano). En contra de ese perdón interesado de los autócratas, que es una imposición de su dictadura y un capricho de su prepotencia, Jesús ofrece y promueve un perdón puramente gratuito que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es un perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas (los ofendidos y humillados), sin que sean capaces de ofrecerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores. Puede haber un perdón o amnistía al servicio de una política partidista. Casi todos los vencedores del mundo han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús o los revolucionarios franceses de finales del XVIII. Suelen ser amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o de los estados que las proclaman, al servicio de su propia estabilidad, como una forma de justificarse. No todos los implicados suelen estar de acuerdo con esas amnistías, ni en el plano legal, ni en el personal, pero se han ofrecido y pueden ofrecerse, sobre todo allí donde el poder resulta lo bastantes sólido como para permitir excepciones en el cumplimiento de la Ley, en circunstancias de fuerte cambio político, que se interpretan como principio de un nuevo régimen social. Este perdón puede ser provechoso, pero que corre el riesgo de situar la oportunidad política (su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal[3]. Puede haber un perdón sacral, controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del propio sistema, para mantener el orden establecido, como sucedía en Jerusalén, en tiempo de Jesús. También éste es un perdón interesado, propio de los vencedores, al servicio del sistema; es el perdón de los templos y de las grandes instituciones religiosas, entendidas como instancias de control sobre los “pecadores”, como ha podido suceder en la religión de los Incas y en algunas instituciones cristianas. Lo mismo que los anteriores, este perdón sigue estando al servicio del sistema, es decir, de la violencia de los poderosos. En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, no en contra, sino por encima de la Ley, pidiendo a los ofendidos que perdonen a sus ofensores (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), para abrir de esa manera un camino de reconciliación más alta, superando la violencia. El perdón sacral del Templo (lo mismo que la amnistía de los grandes imperios) estaba al servicio de un tipo poderosos, que monopolizaban el orden del sistema. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón (que estrictamente hablando no es suyo, sino de los pobres) de un modo mesiánico, superando el sistema del templo. No es Jesús quien perdona, sino que son ellos, los expulsados y excluidos, los que pueden ofrecer perdón (como representantes de Dios). Ésta es la novedad del evangelio y ella supera todos los sistemas religiosos o sociales donde el perdón está al servicio del orden establecido. El sistema político o religioso no puede perdonar, sino que se limita a buscar su equilibrio o, a lo sumo, procurar una igualdad de ley. Jesús, un perdón gratuito.Los profetas de Israel identificaban la justicia con la liberación de los oprimidos. Pues bien, siguiendo en esa línea (cf. Lc 4, 18-19, con citas de Isaías), Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia del perdón, ofreciéndolo en nombre de Dios y pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí, ellos mismos, desde abajo (y no por obra del templo o del sistema político). Este perdón de los pobres y excluidos de la sociedad, que responden con amor no-violento a la violencia del sistema, es el punto de partida de la paz mesiánica. El sistema político/religioso necesita un talión (¡a cada uno según su merecido!), controlando el perdón desde arriba. En contra de de eso, Jesús sitúa a los hombres y mujeres ante el don y tarea del perdón, haciéndoles capaces de superar una justicia legal que, cerrada en sí, puede acabar destruyendo a todos. Lo que algunos llaman actualmente justicia infinita (un tipo de Ley particular llevada hasta el extremo) nos deja simplemente en el nivel de la lucha de todos contra todos. En ese sentido podemos añadir, con Pablo, que la justicia de la Ley es insuficiente. Sólo la gracia que perdona a los pecadores es fundamento de paz[4]. Sólo el perdón rompe la espiral de la venganza (un talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida se despliegue por encima de una Ley, en la que nada se crea ni destruye, sino que se transforma, permaneciendo siempre idéntico. Sólo el perdón rompe el encerramiento de la pura Ley y nos sitúa en un nivel de gratuidad, donde los hombres pueden vivir y amarse por sí mismos (como valor supremo). El perdón es gracia y sólo así puede superar la violencia del pasado, haciendo que la vida se abra al futuro de la Vida, por encima de sus contradicciones y luchas de poder. Perdón gratuito, no expiación. Expiar es pagar por la culpa, de manera que quien ha quebrantado la Ley tiene que recibir su merecido y penar (ser castigado). Sin duda, parece conveniente un tipo de reparación para mantener el orden del sistema, como saben las religiones sacrificiales y los sistemas políticos en los que domina una Ley punitiva (como parece suceder en USA). Pero el Dios de Jesús no exige expiación o sometimiento, para afianzar de esa manera su poder, sino que él mismo expía por los pecados de los hombres, es decir, les ama de un modo gratuito. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a los pecadores, sentándose a su mesa y dialogando con ellos (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1). Perdón, antes de conversión. Sacerdotes y políticos perdonaban a los convertidos, que volvían al redil de la buena Ley. El proceso era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores reparar el pecado, los culpables arrepentirse. La misma Ley que condenaba al pecador le ofrecía un camino de perdón, si se convertía y volvía al orden. Jesús, en cambio, ha empezando perdonando, de un modo gratuito, y sólo después ha pedido a los hombres que se perdonan. De esa forma ha invertido el camino de la Ley: no exige arrepentimiento y expiación para perdonar, sino que empieza perdonando, el arrepentimiento vendrá después. En este contexto diremos que el perdón tiene que venir de las víctimas. Jesús no ratifica el poder de perdón de los de arriba, sino que pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que no es sometimiento (¡encima de haber sido ofendidos deben perdonar a quienes les ofenden!), sino que viene a mostrarse como expresión de la mayor de todas las autoridades Ellos, los oprimidos, son sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia creadora, desde abajo, a partir de los marginados y ofendidos. Los pobres son precisamente los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen la autoridad del perdón, sin necesidad de imponerse por la fuerza, ni de tomar el poder externo, sino iniciando una comunidad de iguales. Evangelio, textos del perdón. Esos textos están en el centro del Sermón de la Montaña y se vinculan a otras dos palabras esenciales de los evangelios (no juzgar, amar a los enemigos). Sólo se puede perdonar allí donde, superando la Ley del talión (el puro juicio legal), hombres y mujeres son capaces de amar de un modo activo, superando la esclavitud del pasado y abriendo un futuro de vida para los mismos enemigos, por encima de la ley. Jesús no ha trazado un programa político para sacerdotes o gobernantes, sino un camino de no-violencia creadora, a partir de las víctimas, trazando un proceso de trasformación humana, que puede influir en las mismas instituciones sociales y sacrales de la sociedad establecida. Principio. Perdón quiero, no pura justicia: “No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37; cf. Mt 7, 1). En un nivel político, la justicia social es buena y necesaria; pero ella tiene que imponerse con violencia, como sabe Pablo en Rom 13, 1-7, pues el juez necesita la ayuda de la espada y de la cárcel (y en algunos países de la silla eléctrica). Pues bien, superando ese plano de violencia legal (políticamente legítima), Jesús pide a sus fieles que se perdonen, que no acudan a la pura ley, ni a la espada. Al decir expresamente ¡no-juzguéis!, Jesús no ha pensado en unos objetivos particulares, ni ha propuesto unos casos en los que el perdón debe aplicarse, sino que abre un camino ilimitado de vida, que sólo puede recorrerse en amor, un proceso de no-violencia para voluntarios, no un ordenamiento obligatorio. Esta palabra aparece en el evangelio como revelación, una mutación antropológica radical. No puede probarse, pero se pueden probar sus consecuencias, pues allí donde los hombres no perdonan ellos mismos terminan cayendo bajo el poder del juicio («con el juicio con que juzguéis seréis juzgados»). El juicio se sitúa y nos sitúa ante el talión (ojo por ojo…) y así nos deja en manos de la Ley de la espada (quien a hierro mata a hierro muere: Mt 26, 52), como sabe Pablo (Rom 13, 4). Pues bien, por encima del juicio está el Dios de la gracia, que no defiende la vida con espada, sino que la crea en amor y perdón y así quiere que nosotros perdonemos (cf. Rom 13, 10). Primer concreción: “Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6, 12; Lc 11, 4). Los orantes piden a Dios que les perdone, mientras ellos se comprometen a perdonar, no sólo entre sí (unos a otros), sino incluso, y de un modo especial, a los deudores que están fuera de su comunidad. Como ya hemos dicho, los que aquí se comprometen a perdonar no son los ricos y fuertes (gobernadores, sacerdotes, terratenientes), sino los pobres enviados de Jesús (campesinos desposeídos) a quienes los ricos (gobernadores, terratenientes, comerciantes) han “robado” sus tierras, en el torbellino de cambios producidos en Palestina a comienzos del siglo I d. C. Jesús pide a los pobres que perdonen a sus opresores ricos; no sólo las ofensas, sino incluso las deudas, que no les hagan guerra, que no paren su violencia con otra violencia. Él se dirige de un modo especial a los campesinos que han perdido sus tierras y a los mendigos a quienes el orden social ha privado de todo, pues son ellos los que han de perdonar, no sólo las ofensas, sino también las deudas, como ha destacado Mateo en su versión del padrenuestro[5]. Ésta es la religión de Jesús, éste su culto. No hay otro mandamiento ni otro rito, sino sólo el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, a partir de los pobres (ofendidos, víctimas), a quienes Jesús pide que empiecen perdonando, no en nombre del Estado o de otro poder superior, sino del mismo Dios de las víctimas. Estrictamente hablando, mientras conservan sus bienes, los ricos no pueden perdonar, pues son ellos los que han hecho daño; por eso, tienen que empezar pidiendo perdón y devolviendo lo robado, como supone el relato de Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10). Despliegue. Perdón amante: “Habéis oído que se ha dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo… Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian” (Mt 5, 38; Lc 6, 27-28). Ese perdón sólo es posible por amor, como gesto creador, desde los ofendidos, como dice JesúsEl texto supone que vivimos en un mundo dominado por la enemistad y el odio, la maldición y la calumnia (Lc 6, 27-28), un mundo de violencia donde cada uno parece que quiere imponerse sobre los otros a golpe de opresión física (herida en la mejilla) o económica (quitar la capa, robar). Suele decirse que el mundo es así y en él estamos. Pues bien, sobre ese mundo, por encima de una justicia que se cierra en un círculo de “amigos interesados” (do ut des, doy para que me devuelvas), abre Jesús un camino de perdón y gratuidad, que empieza precisamente desde los pobres (ofendidos y víctimas). En el lugar donde ellos perdonan y aman empieza la paz[6]. La justicia legal mantiene lo que existe: acepta un orden y lo defiende, si hace falta, con violencia. Por el contrario, la gracia del perdón crea una vida distinta, por encima de la pura Ley, desde los expulsados de la sociedad (pobres, ofendidos, víctimas). El que perdona no niega la Ley civil (¡dad al César lo que es del César!), pero se sitúa por encima, de manera que ella no puede dominarle. No actúa de esa forma por desinterés (¡todo es igual!), para instaurar un tipo de vista distinta, en gratuidad. Jesús sabe que la pura Ley no puede convertir al hombre, haciéndole portador del Reino. Por eso no discute sobre Leyes concretas, como los rabinos y juristas de su tiempo, sino que se sitúa y nos sitúa en un plano de gracia y perdón (que puede unir a todos los hombres), antes de todas las Leyes (que les distinguen y separan). La paz brota de las víctimas A lo largo de la historia, normalmente, la paz violenta del sistema ha sido expresión del triunfo de los poderosos, que han sacrificado al chivo expiatorio (han esclavizado a los indefensos o vencidos). Pues bien, en contra de eso, el perdón y paz de la que venimos tratando sólo puede entenderse y establecerse como un don, desde los sacrificados. Si la violencia ha empezado matando a las víctimas (del chivo), el camino de la paz tendrá que empezar allí donde esas víctimas vengan a ponerse en pie y perdonen, iniciando un camino de reconciliación, como quiso Jesús, dentro de la mejor tradición judía. Así lo indicaré, de un modo muy breve, retomando los rasgos principales del mensaje y de la praxis de Jesús, que pide precisamente a las víctimas (campesinos oprimidos de Galilea) que perdonen a sus opresores[7]. La verdadera paz, tal como la encarna y ofrece Jesús, sólo nace del perdón de las víctimas, sacrificados y expulsados, y no como amnistía de los poderosos y fuertes, que utilizan una estrategia de perdón para seguir imponiendo su poder y gobernando sobre los demás. Los poderosos como tales, no pueden nunca perdonar, porque no han sido ofendidos ni humillados y porque, además, tienen poder para imponer su ley. Como sabe el evangelio, sólo un Dios crucificado, expulsado de la buena sociedad y deshonrado, ha podido ofrecer el perdón y lo ha hecho, con los demás expulsados (víctimas), abriendo un camino de reconciliación que no es simple estrategia de dominio. Ésta es la misericordia creadora que los cristianos proclaman, apoyándose en el perdón pascual de Jesús, víctima ejemplar, en nombre de los expulsados y derrotados de la historia. Sólo el perdón de las víctimas puede hacer que los culpables se conviertan, reconociéndose pecadores y aceptando la gracia y amor de aquellos a quienes habían expulsado, matado o humillado. Éste no es un perdón de ley (pues la supera), ni una estrategia de revancha, sino expresión del amor de Dios, que ofrece vida a los culpables. Sólo si aquellos a quienes hemos ofendido nos perdonan podremos sabernos perdonados, superando así la ley de la venganza. Éste es el perdón y la paz de las víctimas, que normalmente se suele manipular, conforme a la estrategia del chivo. En este momento (2008), especialmente en España, los defensores del sistema (los triunfadores) suelen hablar de víctimas y las colocan en el centro de atención (las divinizan, de algún modo). Pero podemos pensar que lo hacen para imponer su dictadura, como sabía Jesús, cuando hablaba de aquellos que asesinan y adornan los sepulcros de los asesinados, para seguir asesinando: ¡Ay de vosotros! Porque edificáis los sepulcros de los profetas, pero vuestros padres los mataron. Con eso, sois testigos y consentís en los hechos de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso, la misma Sabiduría de Dios dijo: les enviaré profetas y apóstoles y a unos los matarán y a otros los perseguirán, de manera que a esta generación se le pedirá cuentas de la sangre de todos los profetas asesinados desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo. Si, en verdad os digo, se le pedirá cuentas a esta generación (Lc 11, 49- 51; cf. Mt 23, 29-31 par). Esta generación de la que habla el texto de Jesús está formada por los que edifican los sepulcros de los profetas antiguos (apareciendo como defensores de las víctimas), para así engañar y seguir matando mejor. Ellos se vuelven guardianes y testigos del orden sacral (¡se creen enviados de Dios!) para oprimir y dominar con más fuerza a los pobres. Son representantes de unaviolencia sacral pervertida y, con pretexto de venerar a los mártires antiguos (edificando sus sepulcros), quieren seguir dominando a los demás. La historia humana aparece así representada, según Jesús, por la sangre de todos los asesinados, desde Abel y los profetas hasta Zacarías. Esa sangre de los asesinados eleva su voz ante Dios (como en tiempos de Caín: Gen 4, 10) y en nombre de ellos, como portavoz de todas las víctimas, proclama Jesús su mensaje de paz, desde el perdón de las víctimas. Ésta es la revelación suprema de Dios, manifestada en la muerte de Jesús, justo asesinado, en quien se vuelve visible el pecado de los que matan y el perdón los que mueren (cf. Ap 18, 24). Esta revelación constituye un descubrimiento desolador y confortante. (a) Es desolador, pues, por primera la historia, nos hemos descubierto responsables de todos los asesinatos, culminados en Jesús; aquí se expresa el pecado original que consisten en contribuir de un modo directo o indirecto al asesinato de Jesús (es decir, al asesinato de todas las víctimas de la historia). (b) Es consolador pues descubrimos que Jesús ha muerto a favor de todos, de manera que su sangre (entendida como signo de amor supremo y no pura violencia) es fuente de perdón y redención universal[8]. .La Iglesia, institución de paz Está formada por personas que asumen la experiencia pascual de Jesús, que aquí entendemos como proyecto de paz mesiánica, que se inicia y despliega desde las víctimas, no desde los poderosos y vencedores. En esa línea debemos distinguir el perdón de la Iglesia (¡que debe estar al lado de las víctimas, en nombre de ellas!) y el perdón del Estado que puede y quizá debe negarse a perdonar, cumpliendo la Ley (aunque puede asumir, en un momento, por conveniencia política, un tipo de perdón, hablando incluso en nombre de las víctimas)[9]. Paz de Iglesia, paz de Estado. La Iglesia no puede imponer al Estado su experiencia de perdón, ni convertirla en norma, pues en ese caso el perdón no sería gratuito, según el evangelio. Eso significa que ella no puede tomar el poder, sino que debe dejar que el Estado y sus representantes (incluso partidos políticos) tracen sus líneas de paz, según Ley, apelando a la violencia legítima. Pero la Iglesia puede y debe hacer algo mayor: acompañar y animar a los creyentes, y de un modo especial a las víctimas, para que respondan (¡si quieren!) con amor gratuito, en gesto de perdón, por encima (no en contra) de la Ley, abriendo así un camino de paz sobre la violencia legítima del Estado, al que ella puede y debe ofrecer (nunca imponer) su experiencia. Con ese fin, debe romper toda alianza de poder con los privilegiados del sistema, habitando entre (con) las víctimas, como Jesús, profeta asesinado, que murió perdonando a sus verdugos. La Iglesia no honra a las víctimas exigiendo justicia de talión (o venganza), pues quien pide venganza y sólo quiere la justicia de la Ley no puede hablar en nombre de Jesús, víctima resucitada, que no lucho con armas ni impuso su proyecto de Reino a la fuerza, ni se vengó de sus verdugos. La Iglesia no debe apelar a la justicia legal (ni utilizar algún tipo de violencia), sino encarnar y ofrecer la gracia y perdón de Jesús, representante de las víctimas. Por eso, ella no debe impartir lecciones de justicia al Estado, pero puede y debe ofrecer como testimonio propio el testimonio de perdón de las víctimas, que han sido expulsadas y crucificadas, como Jesús. Ella cumple su misión si, hablando en nombre de Jesús, habla en nombre de las víctimas, no para exigir justicia o venganza (pues así seguiría en un plano de Ley), sino para abrir, ofrecer y compartir un perdón más alto. De esa forma podrá ser fermento de Reino (como quieren las bienaventuranzas), en un mundo donde, más de una vez, ha buscado el poder con (como) el sistema, en vez de ser voz de los excluidos[10]. La Iglesia no puede hablar en nombre del Estado, ni imponer sus criterios sobre todos los grupos sociales, ni dar clases de justicia a los jueces civiles, pero puede y debe decir una palabra de evangelio, desde y con Jesús, a quien venera como Dios, representante de todas las víctimas (cf. Ap 18, 24). Por eso, los cristianos como tales (¡como Iglesia!) no pueden situarse en un nivel de política legal (justicia punitiva), sino en un plano de evangelio, uniendo su voz a la voz de las víctimas, no para exigir reparación o justicia legal, sino para abrir un camino de paz. La sociedad civil tiene sus principios y su autonomía (¡dejad al César…!), de tal manera que ella puede buscar su justicia en un plano de ley, sin apelar al perdón del evangelio (Iglesia). Pero si quiere ser fiel a Jesucristo la Iglesia debe ser signo de perdón[11]. El perdón eclesial, una mutación. La justicia del Estado se sitúa en una línea de racionalidad y así debe programarse políticamente y sancionarse a través de la violencia legal. El perdón, en cambio, no se puede programar ni fijar en línea racional, pues surge por gracia y se despliega como mutación social, superando el nivel de la violencia legítima (que implica policía y cárcel). La justicia permite organizar la realidad y mantener lo que existe, conforme a la lógica de lo mismo (¡esto es lo que hay!), de manera que, en ese nivel, el orden debe mantenerse por fuerza, con su dosis de violencia racional. Pues bien, superando ese nivel (pero sin negarlo), la Iglesia puede y debe presentar su testimonio social de perdón[12]. En este contexto podemos recordar las mutaciones biológicas, que abren espacios y formas de vida vegetal o animal que antes no existían, de manera que la naturaleza encuentra por ellas nuevas posibilidades de estabilizarse y expresarse. En esa línea añadimos que Jesús ha sido también una mutación, pero no biológica, sino antropológica, en el interior de la historia humana. Jesús ofrece así un “novum”, algo nuevo, pero no en forma exclusiva (sólo para los cristianos), sino inclusiva, abierta a todos. De esa forma, Jesús nos permite superar el nivel de la “pura ley” (donde todo se mueve y resuelve en un plano de violencia equilibrada de sistema), haciéndonos capaces de perdonarnos, naciendo de nuevo, es decir, resucitando[13]. Así decimos que Jesús ha sido una mutación, pues ha superado el nivel, donde las relaciones humanas se resuelven según el equilibrio de la justicia legal, llevándonos a un plano de gratuidad creadora, haciéndonos capaces de superar en amor la violencia y de crear formas de convivencia no impositiva. Esa mutación nos conduce más allá del nivel de la economía o política de sistema (donde sigue imperando la ley y se necesita la violencia policial o militar para mantener el orden), introduciéndonos en un espacio de reconciliación gratuita, como puso de relieve, de manera emocionada, el autor de Efesios, al decir que los antes divididos y enfrentados por un muro de enemistad (judíos y gentiles) podemos perdonarnos en Cristo, para dialogar y vivir en amor, “haciendo la paz” (cf. Ef 2, 14). Jesús no quiso introducir un pequeño ajuste en lo que ya existía (en línea de Ley), sino que introdujo en el mismo “phylum” o corriente de la vida una nueva dimensión de gracia, una forma distinta y más alta de vida, desbordando el nivel de la justicia y violencia del César (que puede seguir teniendo valor en su plano). Ésta fue su aportación (su “meta-noia”: conversión, cambio de mente; cf. Mc 1, 14-15): puso en marcha un movimiento social de perdón creador, de no-violencia activa, partiendo de las víctimas y los excluidos de la sociedad, para que hombres y mujeres pudieran vivir en amor inmediato, regalándose la vida unos a (por) otros[14]. Mutación de gracia, más allá puro consenso. En un sentido político, la paz puede estar hecha de pactos (consensos), impuestos por una mayoría cualificada, capaz de extender su modelo de vida sobre el resto de la población. En contra de eso, la paz cristiana no brota de un pacto de la mayoría, que, para mantener su consenso, puede volverse violenta y “matar al chivo” (como mató a Jesús: cf. Mc 15 par), sino de aquellos que aman generosamente, sin defender o “imponer” su amor con pactos[15]. Aún siendo socialmente bueno, cerrado en sí mismo, el consenso de una mayoría puede resultar insuficiente y dictatorial, pues sus portadores (¡demócratas!) tienden a imponerlo de un modo al fin violento sobre las minorías, apelando para ello a las leyes (con policías y cárceles)[16]. El orden del consenso (siendo políticamente lo mejor que existe) forma parte de la estructura racional de una mayoría cualificada, que tiende a legislar a favor de sí misma, excluyendo a otros. Por eso, el consenso relativo de nuestras mayorías democráticas (siendo bueno) puede acabar siendo violento. En contra de eso, la paz cristiana (no-violencia activa) no puede imponerse ni siquiera por consenso, sino que nace y se expresa como gracia, abriéndose de un modo especial a los excluidos de los pactos “democráticos”. La paz cristiana no proviene de la voluntad de la mayoría (al servicio del Todo), ni es resultado de unas votaciones, por las que se impone la voluntad de un grupo (contra otros), sino que nace de la experiencia radical de un Amor que se expande como Vida y se ofrece, de un modo especial, a los excluidos de los consensos anteriores (huérfanos, viudas, extranjeros). Por encima de esos consensos (¡buenos!) está la paz que se regala y comparte de un modo gratuito, a todos y, en especial, a los excluidos de los sistemas. Ciertamente, en un nivel externo, la Iglesia puede y debe organizarse, siguiendo los mejores modelos racionales, pero ella no es un sistema de organización racional, sino un espacio de convivencia gratuita, donde hombres, mujeres y niños reciben, regalan y comparten la vida con todos, porque quieren (porque se quieren), en especial con los pobres[17]. Los cristianos no deben demostrar nada en un plano de sistema, ni construir estructuras sociales más perfectas (instituciones de poder sacral particular). Su tarea consiste en asumir y expandir la mutación de Jesucristo, no realizar revoluciones sociales en plano de ley (aunque del evangelio puedan y deban derivar muchas revoluciones). Por encima de leyes y sistemas, los cristianos han de ser testigos de la mutación suprema de la gracia[18]. Lógicamente, ellos deben superar, por praxis de evangelio, el plano de las leyes y estructuras de este mundo, en perdón y solidaridad de amor, desde los más pobres (no para negar las leyes, sino para ascender hasta las fuentes de la vida). Éste es el milagro de su paz, el testimonio de su mutación social y religiosa, como indicarán las doce propuestas que siguen. El evangelio está sobre toda ley social, pero no todas las leyes sociales son lo mismos. El evangelio supera el nivel de las políticas, pero no todas las políticas son equivalentes[19]. NOTAS [1] Para una introducción al tema, cf. M. Klemm, Eirene im neutestamentlichen Sprachsystem, Linguistica Biblica,Bonn. 1977; F. Ramirez Fueyo, "Justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo" (Ro. 14,17): el reino de Dios en las cartas de San Pablo: estudio semántico y exegético, Verbo Divino, Estella 2005 [2] Sobre el perdón, en perspectiva judía: H. Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993; V. Jankélévitch, El Perdón, Seix Barral, Barcelona 1999 y H. Jonas, El principio de la responsabilidad, Herder, Barcelona 1999. En perspectiva cristiana: H. von Campenhausen, Ecclesiastical Authority and Spiritual Power, Hendrickson, Peabody MA 1997; J. Delumeau, La confesión y el perdón, Alianza, Madrid 1992; J. Equiza (ed.), Para celebrar el sacramento de la penitencia, Verbo Divino, Estella 2000; R. Girard, La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1999; J. Lambrecht, Pero yo os digo... el Sermón programático de Jesús (Mt 5-7; Lc 6, 20-49), Sígueme, Salamanca 1994; G. Lohfink, El sermón de la montaña ¿para quién?, Herder, Barcelona 1988; X. Pikaza, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2006; J. Ramos Regidor, El sacramento de la penitencia, Sígueme, Salamanca 1997; E. P. Sanders, Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid 2004. En línea más política, cf. S. Lefranc, Políticas del perdón, Cátedra, Madrid 2004. [3] M. Zapella (ed.), Le origini degli anni giubilari, PIEMME, Casale Mo 1998 ha recogido el tema y las formas de la amnistía política en la historia antigua del entorno bíblico. [4] Ese perdón supera el nivel del sistema legal y de la justicia política, pero, una vez “proclamado”, puede y debe introducirse en la misma experiencia política y social. Sobre el perdón en Pablo, cf. L. Álvarez Verdes, El imperativo cristiano en san PabloMonografías, ABE-Verbo Divino, Estella 1980; J. M. Díaz Rodelas, Pablo y la ley. La novedad de Rom 7,7-8,4 en el conjunto de la reflexión paulina sobre la ley, Monografías, ABE-Verbo Divino, Estella 1994; J. D. G. Dunn, Jesus, Paul and the Law: Studies in Mark and Galatians, Westminster, Louisville 1990.E. P. Sanders, Paul and Palestinian Judaism, Fortress, Philadelphia 1977; Paul, the Law, and the Jewish People, Fortress, Philadelphia 1983; Jesus y el judaísmo, Trotta, Madrid 2004. [5] Lucas, al traducir la experiencia de Jesús en un espacio de origen pagano, se atreve a introducir respecto a Dios un lenguaje más sacral («perdona nuestros pecados»), pero conservando el lenguaje de las deudas para el perdón interhumano («como nosotros perdonamos a todos los que nos deben algo»: Lc 11, 4). Pero tanto Mateo como Lucas saben que el perdón no es un atributo de los poderosos (¡ellos no pueden perdonar, sólo imponerse!), sino de los pobres-ofendidos, que renuncian desde Dios a exigir lo que les deben y a buscar venganza. Este principio del perdón de las deudas (personales, sociales y económicas) iguala a judíos y gentiles). En esa línea, podríamos decir: todos los que perdonan son del Cristo. [6] Éste perdón se expresa como amor y generosidad con los «enemigos»; no basta decirles que les quiero, sino que debo mostrarlo, actuando bien con ellos. Es un perdón religioso, que se manifiesta a través de la oración a favor de los enemigos, y es también un perdón económico: hay que amar con el corazón y con la mente y con los bienes económicos. Por encima del orden judicial (¡sin negarlo!), está el perdón de las ofensas, transmitido y regalado por los mismos ofendidos. Así podemos decir que ellos, los rechazados de la sociedad, son sacerdotes de la comunidad de Jesús, que la tradición cristiana ha interpretado como movimiento de perdón (cf. Lc 24, 47; Hech 5, 31). [7] En el fondo de esta experiencia puede leerse el texto clave de Mt 25, 31-46 (tuve hambre y me disteis de comer...), texto que, con la mejor tradición profética, supone que la paz en este mundo sólo puede construirse de hecho desde el don de las víctimas (hambrientos y sedientos, exilados y desnudos, enfermos y encarcelados) que no sólo perdonan, sino que se dejan ayudar por sus posibles opresores (que les acogen y dan de comer...), iniciando con ellos un camino de comunicación abierta. Sólo dejando que las víctimas nos acojan y no nos expulsen o rechacen (que acepten la comida que les damos, la casa que les ofrecemos...), podremos hablar de paz cristiana. Ésta es la paz que brota de la inocencia de las víctimas, superando los principios del chivo, que han venido guiando nuestra cultura patriarcal. Hasta ahora ha dominado la paz de los triunfadores, que termina siendo una justificación de la violencia (es decir, de la victoria de los poderosos). Pero Jesús ha iniciado un camino de paz desde las víctimas, suponiendo que los antes humillados y sacrificados pueden perdonar a sus ofensores o deudores. [8] Formamos parte de la “última generación”, pues conocemos ya el secreto de la realidad. Las generaciones anteriores no sabían, se hallaban perdidas entre muchas historias y muertes, sin hallar conexión y sentido unitario a todas ellas. Solo ahora se ha podido contar la historia final de la guerra y de la paz. (a) En Jesús descubrimos la unidad de todas las guerras, que se expresan en la muerte de los profetas (Lc 11, 50) y justos (Mt 23, 35), desde Abel, es decir desde el principio. (b)En Jesús descubrimos que las víctimas pueden perdonas, de manera que hay puede haber paz. Allí donde Jesús asesinado ofrece su perdón (¡esa es la experiencia originaria de la pascua!) y allí donde con él y como él perdonan los miembros de su movimiento (y otros muchos asesinados), la historia de la violencia anterior (de asesinatos y esclavitudes) puede acabar, empezando un tiempo de paz. [9]El Estado es una institución de poder y, en cuanto tal, puede presentarse como demo-cracia (cratos o poder del demos, pueblo reunido en asamblea legal). Normalmente, al menos tal como ha existido hasta el momento, debe utilizar la fuerza legal (incluso el ojo por ojo), para mantener un tipo de seguridad ciudadana. En contra de eso, la Iglesia no es un “poder” (no tiene kratos), ni actúa en nombre del pueblo poderoso, sino que es signo de la gracia (perdón) que ella asume y ofrece, en nombre de Jesús, desde los pobres y excluidos. [10] Muchos piensan que la Iglesia Católica sigue vinculada a los más poderosos y, por eso, se plantean la pregunta decisiva: ¿Está legitimada para hablar en nombre de las víctimas, pidiendo y ofreciendocon ellas, el perdón de Jesús?¿Puede actuar como representante de las víctimas, identificándose con ellas? Me gustaría afirmar que los ministros de la Iglesia han asumido siempre la causa de las victimas, respetando a todas pero manteniendo de un modo especial el testimonio privilegiado de aquellos que perdonan, en la línea de Jesús [11] La Iglesia no hace política directa, pero debe ser inspiradora de una política social de perdón, como voz de las víctimas que perdonan, en la línea de Jesús, ofreciendo un evangelio que supera el nivel de la pura ley. Ella debe mostrar al Estado que no todo se resuelve en plano de sistema (con administración legal y justicia impositiva), sino que hay cosas importantes que pertenecen al mundo de la vida, en línea de gratuidad y perdón, y así impulsa al Estado a superar también la pura ley, abriéndose al servicio de unos valores humanos más altos de gratuidad y perdón. Hay que dejar al César (jueces y políticos) las cosas del César, pero si los hombres (grupos sociales…) se cierran sólo en ese plano corren el riesgo de perder su humanidad y destruirse en una espiral de violencia infinita. No todos los temas de la vida se resuelven sólo con justicia legal, con más armas, policía y cárcel, pero la aportación del perdón puede ser importante incluso en la política, como ha puesto de relieve S. Lefranc, Políticas del perdón, Cátedra, Madrid 2004 (=Politiques du pardon, PUF, Paris, 2002), estudiando casos especiales de reconciliación política (en Argentina y Sudáfrica, Chile o Irlanda del Norte). S. Lefranc ha puesto de relieve la inspiración cristiana de algunas “políticas” del perdón, que han sido posibles allí donde una parte significativa de la población acepta unos valores cristianos. En esa caso, el mismo Estado laico (pero no laicista) puede recibir unos impulsos de perdón y reconciliación que le desbordan (pero que no van en contra de sus principios básicos). Así, el Estado, conservando su función de mediador racional, puede escuchar y acoger voces y experiencias de grupos que, como los cristianos, le ofrecen caminos de humanidad (en línea de perdón). [12] Para cumplir esa misión, ella no debe formular grandes documentos, sino decirse a sí misma: mostrar con su vida el milagro del perdón encarnado en una comunidad de hombres que pueden perdonarse y vivir reconciliados, desde los perdedores (víctimas). Allí donde el evangelio dice que “la Palabra se ha hecho carne” (Jn 1, 14), podemos añadir que el Perdón de Dios debe encarnarse también por Jesús en la Iglesia. [13] En esa línea, cf. G. Theissen, La Fe Bíblica. Una perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2002; Argumente für einen kritischen Glauben, Kaiser, München 1978 [14] Se viene diciendo desde antiguo que el hombre vive en varias dimensiones: es materia, es vida, es pensamiento… y ahora decimos que es, también, gratuidad. Cada uno de los estratos superiores no niega el anterior, sino que lo supone, lo asume y lo trasciende, como indicó N. Hartmann, Ontología I-V, FCE, México 1964ss y La nueva Ontología, Sudamericana, Buenos Aires 1964. Así el hombre es materia, pero materia viva; es vida, pero vida pensante; es pensamiento y sistema “legal”, pero pensamiento abierto a la gracia... En ese lugar donde el pensamiento lógico y el orden social (sistema) quedan trascendidos (no negados) por la gracia, desde Jesús, se sitúa la Iglesia. Ella no enseña una teoría especial, ni tiene un poder particular en línea de sistema intelectual o político, pero puede y debe ofrecer el testimonio de su vida pacificada (por encima de la pura ley), como signo de “mutación evangélica”. Ésta es su novedad, ésta es su “prueba”: la existencia de un grupo de hombres y mujeres que (siendo materia, vida, pensamiento…) habitan ya en un plano superior de gratuidad, como anticipo de aquello que Jesús llamaba el Reino de Dios. [15] La gracia de Jesús (no-violencia activa), no puede alcanzarse (ni imponerse) por consenso, pues no es algo que pueda demostrarse, sino que pertenece a la “mutación” de la buena nueva de la vida. Algo semejante podría suceder con Buda. Ni Jesús ni Buda fueron pacifistas por consenso, sino por revelación superior. El consenso racional es quizá lo mejor que el hombre puede buscar y alcanzar en un plano de pensamiento/sistema, pero, sin una experiencia superior de gracia, ese consenso puede terminar siendo violento. Para mantenerse y expandirse, la razón del consenso necesita un “plus” de gracia. Por eso recordamos otra vez el fracaso de una Ilustración que ha terminado imponiendo una ley dictatorial (comunismo) o que ha dejado y deja a la mayoría de la población bajo la dictadura de un mercado capitalista muy violento, que condena a muerte a millones de personas. También algunas formas de cristianismo han sido violentas; pero pensamos que el cristianismo en sí es gratuidad sobre el sistema de leyes que rigen en el mundo, de manera que no de debe ser nunca violento. [16] El consenso impuesto forma parte de una ley que sólo es eficaz cuando actúa con violencia, conforme al principio del chivo expiatorio. Ciertamente, el consenso impuesto de las democracias modernas no exige la muerte física directa del chivo expiatorio, pero es inviable sin violencia. [17] El cristianismo no empieza aduciendo razones, como las de Kant (buenas en su plano), ni busca experiencias interiores de iluminación (que pueden ser también positivas), sino que se pone y nos pone ante una Víctima concreta, un hombre que ha sido asesinado por aquellos que quieren fundar racionalmente la historia, para descubrir que el misterio de iniquidad sigue actuando y para afirmar que, por encima de esa iniquidad, actúa y se despliega la gracia de Jesús resucitado. [18] En un nivel externo, la historia universal sigue dominada por esquemas de ley, de acción y reacción, de violencia del sistema. Pero existen en ella comunidades alternativas (como la cristiana), que expresan y celebran la vida de un modo gratuito y generoso, anunciando y anticipando la misma paz del Reino que Jesús había proclamado. [19] En este contexto quiero recordar la propuesta de A. González: Teología de la praxis evangélica. Ensayo de una teología fundamental, Sal Terrae, Santander 1999; Reinado de Dios e Imperio. Ensayo de Teología social, Panorama 2, Sal Terrae, Santander 2003.
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Creo estar indiferente ante el hecho de una Cataluña democráticamente independizada: porque la democracia es un valor superior a los nacionalismos. Y si alguien no me cree eso, piense al menos que, dada mi mucha edad, se trata de algo que no llegaré a ver. Pero no puedo estar indiferente ante aquello que se hace de maneras éticamente incorrectas. Por esta razón fui crítico no con el independentismo (pues es un derecho ciudadano) sino con el modo como se llevó a cabo. Esto me costó varias bofetadas. Pero sigo creyendo que:
- Los independentistas cometieron un claro delito. No son pues “presos políticos” sino políticos delincuentes. El preso político lo es por pensar de manera distinta y expresarlo; y al menos dos millones de catalanes son y se proclaman independentistas y no están en la cárcel por eso. El delincuente lo es por actuar de una manera ilegal: podrá ser entonces objetor de conciencia, pero no preso político. - Los que marcharon al extranjero no son, por tanto, exiliados sino simplemente huidos. Y esa misma huida secreta confirma su conciencia de haber delinquido. - Muchos juristas internacionales (españoles y extranjeros) niegan que exista un “derecho a decidir” tal como lo siguen invocando los independentistas. Un derecho que no está universalmente reconocido no puede esgrimirse como justificación de un modo de actuar. Antes que un referéndum haría falta, pues, un debate académico público sobre el contenido y los límites de ese derecho. - He sido además testigo (y a veces “paño de lágrimas”) de la persecución y el mal trato (profesional o personal) que han sufrido algunos catalanes (bien catalanistas) por ser contrarios a la independencia. Por eso sostengo que, antes que un conflicto entre Cataluña y el Estado, hay un conflicto interior a Cataluña. Incluso hay un conflicto en el seno del independentismo, entre los herederos de la antigua CiU y las izquierdas independentistas, ambos grupos distan entre sí como pueden distar Pablo Casado y Pablo Iglesias, por más que coincidan en el nombre propio. - Los independentistas saben por las encuestas que el número de ciudadanos que están a su favor, no llega al 50%: la última encuesta tras la constitución del Govern arrojaba un 48’7 en contra y un 44’9 a favor de la independencia. No obstante, la famosa ley D’Hont (que favorece a las demarcaciones menos pobladas donde, con menos votos es más fácil obtener un escaño), les permite alcanzar una exigua mayoría parlamentaria. Pero se trata de una mayoría política, no ciudadana. No cabe pues hablar de “un mandato democrático del pueblo catalán”. Todo eso no me impide reconocer, por otro lado, que: - La sentencia del “procés” fue desproporcionada. Aplicando la vieja norma romana (“in dubio pro reo”) se les debió condenar solo por un delito de desobediencia. La sedición es un delito muy mal definido en nuestra Constitución. Y no hay tradición jurídica que permita precisar la cuantía de sus penas. Queriendo o sin querer, quizás por esa falta de jurisprudencia acumulada, la sentencia dio la impresión de tener más de revancha que de equidad. - Esta ambigüedad en torno al concepto de sedición no la considera para nada ni la resuelve el informe del Tribunal Supremo y ello resta contundencia ese informe. - Tampoco me parece impedimento para el indulto el dato de que “no han reconocido su culpa”. Algunos la reconocen en privado y eso se refleja en un cambio de actitudes y, a veces, hasta de tono. Pero reconocerla públicamente, después de todo lo que engañaron y manipularon a sus votantes, podría resultar catastrófico para ellos y para su causa. Lo de “ho tornarem a fer” es, en bastantes casos, una especie de bravata autojustificativa. Y a la calidad de una sentencia pertenece no solo el conocimiento pleno de la ley, sino también el conocimiento perfecto de la situación que juzga. Por esta razón, tampoco me resulta contundente el informe del Supremo. - Casado no puede pretender que el indulto sería una ofensa a todos los españoles, porque eso sería conceder la independencia antes de tiempo a los catalanes. Ese lenguaje es tan impropio como el del “mandato democrático” que pretenden tener los independentistas. Una vez que superamos aquello de “l’Etat c’est moi”, es preciso superar la variante de que “España soy yo y los míos” o “Cataluña soy yo y los míos”. - Tampoco se puede pretender que el indulto sería una ilegalidad, porque el informe del T.S no es vinculante. Nada de lo antedicho significa que el indulto sea una cosa fácil y evidente. Sino que estamos ante una decisión enormemente compleja y resbaladiza, donde sería más ética y más útil la buena voluntad de todos que el empeño por convertir semejante problema en una baza electoral. Es posible que Pedro Sánchez mintiera antes o mienta ahora. Pero es también posible que la evolución de los hechos en Cataluña le haya llevado a un cambio de opinión. Y resulta contradictorio atacarle, a la vez, diciendo que busca el indulto para asegurase el poder y que ese indulto será su ruina política. ¿En qué quedamos? ¿Para qué lo busca entonces? Personalmente sí creo probable que el indulto suponga para Sánchez un gran precio en su carrera política. Pero si, consciente de ese riesgo, tomara esa decisión por razones de distensión, de facilitar la convivencia (y hasta de reparar una posible sentencia injusta) será para mí un ejemplo de honestidad política más que un traidor. Esto lo dice alguien que nunca ha votado a Sánchez ni piensa votarle (entre otras razones porque su progresismo me parece más burgués que social y porque aún no ha abordado la supresión de injusticias tan serias como la de la llamada “ley mordaza” y la ley de reforma laboral). Creo que no estoy hablando a favor de Sánchez sino a favor de que la justicia no se convierta en venganza. Puede ser bueno recordar que la justicia no consiste en (ni aspira a) hacer sufrir al otro, sino a cambiar al otro. Es cierto que, en algunos casos, hay dolores que pueden ayudarnos a cambiar. Pero eso es muy distinto de ese: “ahí te pudras”, que es como hoy conciben muchos la justicia y como se quiere incitar a muchos españoles contra el indulto. En este sentido el indulto puede ser un intento desesperado (pero quizá necesario) de crear unas condiciones que faciliten un diálogo en el que se llegue a aquella meta que formulaba así el gran Pasqual Maragall: “suficiente para los unos y aceptable para los otros”. Sabiendo que, cuando se emprende un diálogo auténtico, nunca se sabe bien cómo se va a acabar. Y ojalá se acabe en la posibilidad de un referéndum legal, que tenga cabida en nuestra Constitución. Hay que reconocer también que el mayor obstáculo a ese diálogo no está solo en el grupo PP, Vox, Ciudadanos, sino también en un sector del independentismo, movido por el resentimiento y la egolatría, que está dispuesto a imponer su voluntad como sea, pero que tampoco representa la totalidad del independentismo que, como se ha visto, bien dividido está. Quien dice públicamente “que el indulto se lo metan por el culo”, debería haber dicho más humilde y más humanamente, algo así: si me dan un indulto yo no lo aceptaré. Para dificultar más las cosas, todo eso está sucediendo en unos momentos en que el debate político se ha degradado, pervirtiéndose en un halagar las más bajas pasiones de los ciudadanos. El pasado jueves 27, una catalana (expolicía y actual concejal en Palma de Mallorca) denunciaba eso mismo en “La Contra” de La Vanguardia. Eso parece garantizar más votos que el esfuerzo por la razonabilidad y la verdad. Pero convendría no olvidar que el mayor y más racista dictador que hemos conocido llegó al poder no por un golpe de estado, sino por unas elecciones democráticas. Y no es un caso único. Este puede ser el verdadero significado de ese neologismo actual: “populismo”, que recoge simplemente lo que antaño se llamaba demagogia. Todas estas reflexiones no pretenden dar un sí ciego al indulto sino contrapesar el no ciego y apasionado de sus detractores. Como ya dije, de lo que estoy a favor es de la concordia y la reconciliación. Al profano ya no le toca declarar cómo se ha de hacer, pero sí pedir que se estudien fórmulas: caso por caso, quizá con indultos parciales, o una modificación del delito de sedición y sus penas, que permitiera convertir el indulto en una corrección de una sentencia injusta, o un indulto que cese si hay reincidencia en la conducta anterior (cosa que no sé si es jurídicamente posible). No sé. Pero sí sé que vivir en la hostilidad sistemática, en la agresividad vocinglera y en la demagogia, no nos llevará a ningún buen puerto. Lo de “España va bien” solo puede decirse porque hay más justicia, más paz y más universalidad; no simplemente porque gobierno yo. En cualquier caso, sí que soy partidario de tender una mano; y si los otros no la aceptan allá ellos. Porque seríamos todos mucho más felices si tratáramos de ser hermanos, iguales y libres, en vez de empeñamos en ser enemigos, opresores y esclavos de nosotros mismos. En las pasadas semanas se han publicado numerosos artículos sobre el gran teólogo Hans Küng (Sursee-Lucerna 1928 - Tubinga 2021) con ocasión de su fallecimiento en el mes de abril. Yo estuve en esos días leyendo los tres gruesos volúmenes de sus Memorias (I Libertad conquistada, II Verdad controvertida yIIIHumanidad vivida), y, paralelamente, elaborando el archivo con una referencia que quería ser completa de sus obras traducidas al español.
Busqué sus portadas, pues era la manera de visualizar y certificar la existencia de las que no había leído y no tenia en mi biblioteca para verificar su existencia al encontrar algunas referencias falsas, inexactas o confusas, situándolas bien por orden cronológico por su original en alemán; y viendo el eco internacional conseguido desde la primera, con la ayuda de lo que contaba de modo casi exhaustivo el mismo autor. Hans Küng no solo tiene una voluminosa producción teológica (unas 70 obras individuales publicadas y muchas más en libros colectivos), sino que bastantes de ellas han tenido un éxito tal de ventas que se han convertido en verdaderos best sellersinternacionales; cosa muy poco usual tratándose de gruesas y sesudas obras teológicas. En el volumen II de sus memorias (Verdad controvertida) comenta que a la pregunta que el semanario estadounidense Christian Century planteó a sus ochenta y nueve críticos especializados, con unas quince mil publicaciones aparecidas durante esos años, para elegir qué libros teológico-religiosos de la década de los setenta “merecen perdurar más”, después del primer puesto (Una historia religiosa del pueblo estadounidense de S. E. Ahlstrom), el segundo es para su Ser cristiano. J. Moltmann ocupa con El Dios crucificado el cuarto lugar, Gustavo Gutiérrez ocupa el sexto con su Teología de la liberación y E. Schillebeeckx el duodécimo con Jesús: la historia de un viviente. En la ilustración aquí al lado una de las primeras publicaciones sobre la vida y obra del teólogo suizo: Hans Küng. Itinerario y obra, Madrid 1978. Con mucha razón, dice Küng en Verdad controvertida que la relevancia de sus libros “desborda con mucho el ámbito de la Iglesia católica y el mundo de lengua alemana”. La clave de ese éxito no está, como la maledicencia se ha encargado de decir, en sus afirmaciones escandalosas y sus choques con las jerarquías de la Iglesia católica, está en el valor de lo que dice en sus obras –su aportación para la investigación religiosa, un pensamiento cercano a los intereses del lector actual y una propuestas innovadoras y seductoras, aunque no siempre se esté de acuerdo con su propuesta- y en como lo dice. Al respecto, comenta en ese volumen: “No es el estilo, sino el contenido del libro lo que ha de brillar… el mensaje que he de transmitir”. “Si en todos mis libros me esfuerzo con ahínco por conseguir un estilo vivo, no lo hago por brillar, sino por llegar mejor a mis lectores... Como escritor, no quiero ser admirado, sino entendido”. El teólogo suizo ha tocado en sus trabajos todos los grandes temas de la teología: desde los fundamentales de la dogmática (el misterio de Dios, el misterio de Jesús el Cristo, la Iglesia, la justificación, la escatología… y el mismo Credo explicado) hasta la moral (particularmente sus numerosos libros sobre una ética mundial y últimamente el tema de la muerte digna), con una perspectiva marcada por el ecumenismo y el diálogo interreligioso (sobre todo, sus estudios sobre las tres religiones monoteístas Judaísmo, Cristianismo e Islam, pero también su acercamiento a todas las grandes religiones, que ha conocido in situ es sus numeroso viajes por todo el mundo). Ya habrá ocasión más adelante de acercarse en este blog a este último tema, que es de los que más me ha interesado del gran teólogo, como he reflejado en mi libro La búsqueda de la armonía en la diversidad. El diálogo ecuménico e interreligioso desde el Concilio Vaticano II (2014). Ahora voy a traer simplemente sus obras traducidas al español, con la referencia de las originales alemana en las primeras, publicadas con algunos años de diferencia –desde los años 90 del pasado siglo, la edición española en casi inmediata a la alemana- y algunos pequeños comentarios. La justificación según Karl Barth (Estela, Barcelona 1960). Es su primera obra, nacida de una fascinante Tesis Doctoral en Teologia, defendida en el Instituto Católico de París (1956), aunque sus estudios de grado en filosofía y teología los había hecho en la Universidad Gregoriana. En pocos años fue traducida a los principales idiomas europeos. El original alemán (Rechtfertigung. Die Lehre Karl Barths und eine katholische Besinnung) fue publicado tres años antes (1957). Es una obra ecuménica por excelencia; ecumenismo que ya nunca abandonó su quehacer filosófico-teológico. La publicación está encabezada por una carta del mismo K. Barth, que fue amigo suyo hasta su muerte. El Concilio y la unión de los cristianos (Herder, Santiago de Chile 1962). El original alemán (Konzil und Wiedervereinigung [Concilio y reunificación]) es de 1960. Se trata de su primer best seller, aparecido muy oportunamente en el tiempo del Concilio. Como cuenta el autor en sus Memorias, fue publicado en seguida en inglés, francés, holandés, polaco, italiano, japonés, etc. Para que el mundo crea (Herder, Barcelona 1965). El original alemán (Damit die Welt glaubte) es de 1962. También aparecieron enseguida ediciones en inglés, francés, holandés, italiano, español, japonés, danés, portugués y checo. Küng escribe en vol. II de sus Memorias: “Resulta asombroso cómo este pequeño libro se ha difundido más por el mundo que cualquiera de mis libros anteriores”. El cuarto de sus libros es otro importante trabajo eclesiológico en tiempos del Concilio: Estructuras de la Iglesia(Estela, Barcelona, 1965); el original alemán (Strukturen der Kirche) es de 1962. El mismo año publicó Iglesia en Concilio (Sígueme, Salamanca 1965; original alemán Kirche im Konzil 1963). Tres libros publicados en alemán en 1964 no fueron editados en español: Kirche in Freiheit [Iglesia en libertad], Freiheit in der Welt [Libertad en el Mundo]y Theologeund Kirche [Teología e Iglesia].En años posteriores, no todas las obras publicadas en alemán lo serán en español. La Iglesia (Herder, Barcelona 1968) es una de sus obras más voluminosas y relevantes, que, a pesar de su rigor académico, le ocasionó los primeros conflictos con Roma. El original alemán (Die Kirche) fue publicado el año anterior (1967) y rápidamente aparecieron ediciones en francés, inglés, español, italiano y portugués. También de eclesiología es su obra siguiente, la cuarta sobre el tema de la Iglesia: Sinceridad y veracidad. En torno al futuro de la Iglesia (Herder, Barcelona1970; original alemán Wahrhaftigkeit. Zur Zukunft der Kirche 1968). ¿Infalible? Una pregunta (Herder, Buenos Aires 1971); el original alemán (Unfehlbar? Eine Anfrage) es del año anterior (1970). Su obra más polémica, y la que le trajo el mayor conflicto con el Vaticano, que lo llevaría años después (1979) a un fatal desenlace. Este libro no solo lo enfrentaría con el Santo Oficio sino con grandes colegas en el trabajo teológico y grandes amigos como Karl Rahner. La Encarnación de Dios. Introducción al pensamiento de Hegel como prolegómenos para una cristología futura (Herder, Barcelona 1974), otra de sus grandes obras fruto de su trabajo para una tesis doctoral en filosofía que no llegó a concluir y defender. El original alemán (Menschwerdung Gottes. Eine Einführung in Hegels theologisches Denken als Prolegomena zu einer künftigen Christologie) es de cuatro años antes (1970). En los años siguientes de la década de los 70 publicó tres pequeñas obras: Sacerdotes ¿para qué? (Herder, Barcelona 1972; Wofu Priester? 1971), Libertad del cristiano (Herder, Barcelona 1975; Freiheit des Christen 1971) y Lo que debe permanecer en la Iglesia(Herder, Barcelona 1975). Y dos de sus obras más grandes e importantes: Ser cristiano (Madrid, 1976, con una nueva editorial, Cristiandad, que a partir de entonces y luego Trotta editará la mayoría de sus obras en castellano). El original alemán (Christ sein) es de 1974. Sin duda, es la obra que lazó al “estrellato” al teólogo suizo. “Ser cristiano fue mi primer éxito de ventas general” escribe Küng en sus Memorias. Rápidamente, tuvo una difusión internacional en todas las lenguas europeas (inglés, holandés, italiano, francés, español, portugués y ruso), difundiéndose en EE UU, América Latina y países de oriente (en coreano, japonés…). La síntesis de esta, 20 tesis sobre ser cristiano (Madrid 1977), fue publicada, además de las lenguas anteriores, en finlandés, danés, checo y húngaro, como comenta el autor en sus Memorias. Ser cristiano tuvo una versión abreviada publicada por la misma editorial, con una portada semejante: El desafío cristiano (1982). ¿Existe Dios? (Cristiandad, Madrid, 1979); original alemán del año anterior (Existiter Gott?, 1978). Esta gran obra en la que entra en diálogo con grandes del pensamiento europeo (de Descartes, Pascal y Hegel, a Whitehead y Wittgenstein), con la filosofía y psicología secularista occidental (Feuerbach, Marx, Nietzsche, Freud…) y, más brevemente, el pensamiento de Oriente, tuvo también una exitosa síntesis hecha por el mismo autor: 24 Tesis sobre el problema de Dios (1980). En diciembre de1979, la Santa Sede finaliza el largo proceso contra Küng iniciado casi diez años antes, tras la publicación de Infalible?, y le retira la licencia para enseñar como teólogo católico. Aunque continúa como profesor en la Universidad de Tubinga en una nueva cátedra al margen de la autoridad vaticana, por un acuerdo de la Universidad con el Estado, al ser esta una universidad estatal. ¿Vida eterna? (Cristiandad, Madrid, 1983; original alemán Ewiges Leben? 1982) es la sexta de las grande obras de Küng en su voluntad de elaborar una verdadera summa theologiae. En los años siguientes publicó varias obras en alemán y en inglés. Entre ellas: Literature and Religion. Pascal, Gropius, Lessing, Holderlin, Novalis, Dostoievsky, Kafka (con Walter Jens; una interesante obra sobre literatura y religión, cuyo original alemán es de 1985 y la edición inglesa en Minnesota es de 1988), Christentum und Chinesische Religion (sobre cristianismo y la religión china, Munich 1988). Y en español aparece en 1987 su primera obra sobre las grandes religiones, publicada en colaboración: El Cristianismo y las grandes religiones. Hacia un diálogo con el islam, el hinduismo y el budismo. Teología para la posmodernidad. Fundamentación ecuménica (Alianza, Madrid, 1989), que publica luego el Círculo de Lectores (1991) como Una teología para el nuevo milenio, es una interesante obra sobre una teología ecuménica; va desde los conflictos históricos (Roma y Wittenberg, Tradición y Biblia) hasta una perspectiva de futuro que tiene en cuenta a las otras religiones, en busca de un nuevo paradigma. En 1990 aparece su Proyecto de una Ética Mundial en alemán (Projekt Weltethos), español (ya en Trotta, Madrid, donde publicará mayormente en lo sucesivo) y otras lenguas. En la misma línea publicará más obras como Una ética mundial para la economía y la política(Trotta 1999), y otras con algunos colaboradores como Ciencia y ética mundial(Trotta 2006), La ética mundial entendida desde el cristianismo. Posiciones, experiencias, impulsos(Trotta 2008) o Ética Mundial en América Latina (Trotta 2008). En Mantener la esperanza. Escritos para la reforma de la Iglesia(Trotta 1993), Credo. El Símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo (Trotta 1994) y Grandes pensadores cristianos. Una pequeña introducción a la teología (Trotta 1995) vuelve sobre la Iglesia, la fe y la teología cristiana. Y en El judaísmo. Pasado, presente, futuro(Trotta 1993), El cristianismo. Esencia e historia(Trotta 1997) y El islam. Historia, presente, futuro(Trotta 2006), nos ofrece sus grandes estudios de las tres religiones monoteístas. Y en El judaísmo. Pasado, presente, futuro(Trotta 1993), El cristianismo. Esencia e historia(Trotta 1997) y El islam. Historia, presente, futuro(Trotta 2006), nos ofrece sus grandes estudios de las tres religiones monoteístas. Morir con dignidad. Un alegato a favor de la responsabilidad (Trotta 1997). En este libro nos ofrece Küng, junto con Walter Jens, su reflexión sobre la eutanasia y muerte digna, que tuvo luego una polémica relación directa con su existencia en los últimos años, afectado por el parkinson; pensamiento expresado finalmente en uno de sus últimos volúmenes: Una muerte feliz (Trotta 2015). Con el comienzo de siglo publica La mujer en el cristianismo (Trotta, 2002) y La Iglesia católica. Breve historia universal (Mondadori-Debate, Barcelona 2002). En busca de nuestras huellas (Debate, Barcelona 2004), nace de un guión para una serie de tv, que le permitió recorrer medio mundo buscando in situ las huellas de las grandes religiones. El principio de todas las cosas. Ciencia y religión(Trotta 2007) y Música y religión. Mozart, Wagner y Bruckner (Trotta 2008) nos acercan a la ciencia y la música –tan querida por su autor, que siempre trabajaba acompañado de la música clásica– en relación con la religión. Lo que yo creo (Trotta 2011), Existencia cristiana (Trotta 2012) y ¿Tiene salvación la Iglesia?(Trotta 2013) son otras tantas síntesis de la concepción que Küng tiene de la fe cristiana y de la Iglesia, en la que siempre se mantuvo. De ambas tratan también Siete papas(Trotta 2017), sobre los pontífices que tuvo ocasión de tratar en su vida (Pio XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) y Jesús (Trotta 2017). Sus últimas obras fueron sobre la moral de la economía Una economía decente en la era de la globalización (Trotta 2019) y sobre espiritualidad La oración y el problema de Dios(San Pablo, Madrid 2019). Frente a los que acusaron su teología de muy intelectual y poco espiritual, es significativo que su última obra haya sido sobre la oración. Es curioso el servicio y lo que cambia la percepción que transmite la manera de formularlo. Si yo reclamo buen servicio en un hotel o en un comercio, todos estamos de acuerdo en que es algo que tenemos derecho a esperar. Pero si la empresa hotelera en lugar de vender un servicio excelente afirma que la plantilla de sus trabajadores es muy servicial, la percepción es bien diferente. En el fondo, se cruzan los cables semánticos de lo que significa un verdadero servicio con lo que no es otra cosa que servilismo.
Vayamos a un ejemplo cristiano, cuando Jesús se pone a lavar los pies a sus amigos en lo que llamamos la Última Cena. Para el evangelista Juan es el momento central de esa celebración, el gran signo cristiano que ahora llamamos Jueves Santo o Día del amor fraterno. El relato resalta el rechazo inicial de sus discípulos por lo que esta actitud suponía de servil en aquella cultura, y totalmente inapropiada para un maestro. En los sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas se resalta compartir la mesa desde la teología del pan y el vino. Pero Juan resalta el amor de Dios unido inseparablemente al servicio con esa actitud tan sorprendente de abajarse para limpiar los pies que señala la radicalidad de lo que supone amar. Aunque a Dios no le conocemos dada nuestra pequeñez limitada, sí tenemos claro que el amor verdadero es lo que lo que nos conecta con Dios al estar hechos a su imagen y semejanza. El mismo Juan en su primera Carta se atreve a decir que Dios es amor y soltar, de seguido, que el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él. Y la manera de amar que Cristo muestra y nos propone es servir. Teresa de Calcuta llegó a decir que el que no vive para servir, no sirve para vivir. Las parábolas del Evangelio que definen un buen servicio son variadas y todas llevan la marca de la compasión y la misericordia, que ahora nos parecen por lo bajini, un poquito serviles. Pero la persona servil, lejos de ser servicial, se somete a otros, pasando por encima de sus valores. Servil deriva de siervo que se relaciona con esclavo, que es quien solo atiende y hace las cosas por obligación. No es algo propio de la dignidad humana ni, por supuesto, cristiana. En pleno rebufo de Pentecostés, nos abrimos al amor de Dios -Él sí nos conoce bien- y admiramos la creación toda: “Toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Qué triste sería el mundo si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender. Aquél que critica, éste es el que destruye. Tú sé el que sirve. El servir no es faena de seres inferiores. Dios que da el fruto y la luz, sirve, pudiera llamarse así: “El que sirve”. Tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, al amigo, a tu madre?” (Extracto del poema El placer de servir, de Gabriela Mistral). Si el ejemplo es la mejor manera de influir en los demás, el servicio verdadero de darnos es la manera de evangelizar. No hay nada más lejos de un buen ejemplo que tratar de influir pensando solo en el interés de cada uno. Y cuando la falta de ejemplo se estira demasiado, aparece una de sus peores manifestaciones: la hipocresía que tanto se utiliza como arma defensiva, a falta de autoridad, para disimular la incoherencia y ocultar nuestros verdaderos sentimientos. Cuando James Hunter se refiere a la paradoja del servicio en el mundo empresarial, a propósito de que algunos relacionan el servir con la debilidad, afirma que el servicio es una idea sólida que produce un impacto significativo en el desempeño de una empresa mercantil. Hunter defiende el liderazgo empresarial que convierte a los diferentes mandos en líderes al servicio de los empleados, que a su vez trabajan en la base en esa dirección facilitando nuevos liderazgos de servicio, más allá del equipo directivo. ¿A quién no le gusta vivir y trabajar con personas que se comportan con empatía, escucha activa, sentido del humor y compromiso, que den ejemplo y sean fiables? Pues este es el mensaje troncal de la Buena Noticia, el servicio que tantas veces se nos olvida en qué consiste y el Espíritu de Pentecostés nos lo recuerda en cuanto le dejamos una ranura por la que manifestarse en nuestras vidas. Los cristianos creemos que Jesucristo, el Hijo del Padre encarnado, muerto y resucitado, es el centro de la fe cristiana, camino, verdad y vida (Jn 14, 6), fuera de él no hay salvación (Jn 15,5; Hch 4,12). La misión propia de la Iglesia es evangelizar (Evangelii nuntiandi), esta es su alegría (Evangelii gaudium).
La cristiandad ha estallado Pero en el mundo moderno occidental, la cristiandad ha estallado y la Iglesia, lejos de ser un signo claro del evangelio, constituye para muchos el mayor obstáculo para el acceso al cristianismo: un oscuro pasado (inquisición, cruzadas, poder temporal del papado, colonialismo misionero…) y un ambiguo presente (patriarcalismo, machismo, abusos sexuales y económicos, inmovilismo ante temas de la sexualidad y la vida…). La Iglesia de los países occidentales modernos sufre un claro descenso sacramental, envejecimiento, falta de vocaciones ministeriales y religiosas, cisma silencioso de quienes se apartan de la comunidad, juventud al margen. Es una Iglesia en situación de diáspora: la fe cristiana ha sido exculturada, hay agnosticismo e indiferencia religiosa, Dios está en el exilio. En este contexto de “país de misión”, podemos preguntarnos si la evangelización a los “nuevos paganos” y la misión hacia quienes desean entrar o retornar a la Iglesia, debe seguir el modelo tradicional de comenzar por la Iglesia, su doctrina, sus normas y sus sacramentos, o si más bien debería retomar y actualizar hoy el silencio mesiánico y eclesial. El secreto mesiánico El evangelio de Marcos subraya la actitud de Jesús que impone una consigna de prudencia y silencio respecto a su identidad mesiánica, para no ser confundido con otros proyectos mesiánicos nacionalistas y belicistas presentes en Israel (Mc 1,15; 3,12; 1,44; 5,43; 7,36; 8, 26; 8,30; 9,9). Será un centurión pagano quien, al pie de la cruz, proclame que Jesús es verdaderamente Hijo de Dios (Mc 15,39). Esto ha sido llamado silencio o secreto mesiánico. En Lucas 24,23-35, Jesús no comienza explicando a los discípulos de Emaús las Escrituras, ni realizando la fracción del pan, sino que primero les pregunta de qué discuten y por qué están tristes. Pablo, al dirigirse al areópago de Atenas, antes de anunciarles que hay un hombre que Dios ha resucitado de entre los muertos y que ha sido constituido juez universal, les dice que ha visto un altar dedicado al Dios desconocido y les cita algunos de sus poetas que dicen de que Dios no está lejos de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos(Hch 17 22-31). En el catecumenado de la Iglesia primitiva, existía la disciplina del arcano: no se anunciaban los misterios de la fe hasta después de una larga preparación; los catecúmenos solo asistían a la liturgia de la Palabra y después de unos años se les “entregaban” el Credo y el Padre nuestro; en algunas Iglesias existían las llamadas catequesis mistagógicas que iniciaban al misterio Pascual de Cristo muerto y resucitado solo después de que en la vigilia pascual los fieles hubieran recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, porque creían que hay verdades que solo se pueden entender después haber sido experimentadas. La historia de salvación incluye un largo proceso, hay un Antiguo o Primer Testamento antes del Nuevo Testamento. El Hijo del Padre no se encarna el primer día de la creación, pues Dios debía acostumbrarse a la humanidad y la humanidad acostumbrarse a Dios (Ireneo). No se trata de proponer un silencio vergonzante, sino de un silencio pastoral que, en lugar del orden dogmático y descendente del Credo: “Padre, Hijo y Espíritu”, recorra un camino ascendente: “Espíritu, Jesús y Padre”. Nadie puede decir Jesús es el Señor, si no está movido por el Espíritu (1 Cor 12,3). Prioridad pastoral del Espíritu Este silencio pastoral mesiánico y eclesial frente a una prioridad del Espíritu, se fundamenta en la teología del Espíritu: junto al Dos creador del cielo y la tierra (Gn 1,1), está el Espíritu dando vida en medio del caos primigenio (Gn 1,2); el Espíritu prepara la venida de Jesús en el Pueblo de Dios: suscita jueces y profetas, llama a Juan Bautista para preparar los caminos del Señor; el Espíritu acontece en la encarnación de Jesús, cubriendo con su sombra el seno de María (Lc 1,35); unge a Jesús en su bautismo, mientras una voz del cielo lo proclama Hijo del Padre. El Espíritu acompaña toda la vida de Jesús (tentaciones, predicación, milagros, elección de los discípulos, oración) hasta su pasión y su muerte. Es el Espíritu quien le resucita de entre los muertos (Rm 8,11) y el Espíritu constituye el gran el don pascual del Resucitado (Jn 20,22); en Pentecostés el Espíritu desciende sobre la primera comunidad eclesial (Hch 2,1-47) y se abre al mundo. El Espíritu está activo en toda la historia de salvación hasta el final de los tiempos, llena la creación, engendra sabiduría, bondad, justicia, belleza, respeto a la creación y a las diferencias, suscita carismas, inspira culturas y religiones, todo lo renueva desde dentro, fomenta justicia y paz (Is 11,1-9). El Espíritu es dinamismo y movimiento, vida plena, no está nunca en huelga: no podemos ser profetas de calamidades. Sin Espíritu, Dios queda lejos, Cristo se reduce a un personaje del pasado, la Iglesia es una simple institución, la misión se convierte en propaganda. En el Espíritu, Cristo resucitado está aquí, la Iglesia significa la comunidad trinitaria y la misión es un pentecostés (Patriarca Ignacio IV de Antioquía). Comenzar por el Espíritu significa partir de la realdad personal y social, ayudar a comprender que todo el trabajo que se realiza por la justicia, la verdad, la solidaridad con los últimos, todo lo positivo de las culturas y religiones, es fruto del Espíritu. El Espíritu nos ayuda a abrirnos a la trascendencia, a la religión, a la espiritualidad, al Misterio último que da sentido a la vida y a la muerte. Algo de esto ha sucedido en la actual pandemia. El cristiano del siglo XXI o será místico, o no será cristiano (Karl Rahner) Solo en este contexto de apertura a la experiencia del Espíritu se puede anunciar al mundo de hoy el Misterio de Jesús, el Hijo de Dios, muerto y resucitado; solo después de una iniciación vivencial al misterio de Jesús, podemos abrirnos a la Iglesia como comunidad de Jesús, santa y pecadora, que bajo la fuerza del Espíritu da testimonio de Jesús al mundo, es hogar de la Palabra y de los sacramentos, una comunidad que comunica la vida plena, colabora al Reino de Dios y promueve un mundo más humano y justo, respetuoso de la naturaleza (Laudato sí), donde todos podamos vivir como hermanos, hijos e hijas del Padre (Fratelli tutti). Estamos en tiempo de adviento, un tiempo en el que Espíritu del Señor, lentamente y desde abajo, nos conduce a Cristo y al misterio de Dios Padre y nos dispone a abrirnos al misterio de la Iglesia, una comunidad que es imagen de la Trinidad y que, aun en medio de la noche oscura, vive un permanente Pentecostés. No es este tema algo que esté de moda, pero sí de rabiosa actualidad: el dolor y el sufrimiento. Hans Küng logró sintetizar en un párrafo algo que deberíamos grabar en nuestro corazón. Dice así: “El seguimiento de la Cruz no significa imitación ética de la vida de Jesús sino el desafío de asumir el propio sufrimiento, no buscando el dolor, sino soportándolo. No solo soportar el dolor, sino combatirlo. No solo combatirlo, sino transformarlo.” En menos palabras no se puede expresar mejor la teología de la cruz.
Estamos ante un mensaje de implicación ante el sufrimiento inevitable cuando se padece para transformarlo en madurez personal, en comprensión, en ofrenda de amor, en paz… Es una invitación a la higiene mental, pues está constatado que sufrir sin darle ningún sentido termina en la desesperación; por el contrario, puede afrontarse como una llamada que nos ofrece un sentido; una invitación para conocer nuestros resortes que sin duda existen en lo más escondido del corazón humano que esperan nuestra voluntad y nuestro esfuerzo para ser activados para superar el sufrimiento creciendo como personas. Parece claro que estamos ante una de reglas básicas de la existencia. Me impresiono cuando pienso que muchas personas nunca han escuchado ni leído una reflexión semejante y andan desnortados dando tumbos cuando sufren los avatares más duros de la vida. ¿En qué o en quién apoyarse? No es de extrañar que existan tantas patologías y toxicologías en personas que probablemente entraron en una espiral de deshumanización por no tener fuerzas suficientes para arrostrar determinados dolores. Me imagino a esas personas desbordadas ante la incomprensión, la insensibilidad, la injusticia de quienes les denegaron ayuda… porque nadie les introdujo en la cultura de darle sentido a lo que hoy no es posible cambiar (cultura en el sentido primario de cultivar) y seguir la lógica humana de la madurez expresada por Hans Küng en los términos que hemos recogido al comienzo de esta reflexión. Una verdadera teología de la cruz que solo puede ser liberadora con ese nombre. Ella nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre los talentos recibidos y lo que estamos haciendo con ellos; en qué invertimos nuestras capacidades ante el dolor y el sufrimiento cercanos. Nuestra felicidad verdadera es consecuencia de la que a otros hemos procurado, sin volver la cabeza ni el corazón al dolor ajeno. La pandemia lo ha agravado todo, pero también es una realidad que nos recuerda nuestra vocación evangelizadora: oración, anuncio y servicio. Y cuando llega el sufrimiento propio sólo el Espíritu Santo es capaz de cambiar los corazones. El Papa Francisco nos insiste: “El mandato de Jesús no tiene un carácter ‘empresarial’. Lo que tenemos que hacer se sustenta en el Espíritu”. Ese es la verdadera fuerza de la evangelización, la que nos da la fuerza que nos lleva hacia adelante y nos ilumina en el cómo evangelizar y crecer sobre todo cuando estamos marcados por el sufrimiento de cualquier tipo e intensidad. Señor, dentro de mí todo se rebela contra el sufrimiento, necesito de tu gracia. Solo esta frase, ya es una estupenda oración con la garantía de ser escuchada. Todo tiene un significado Bajo el peso del sufrimiento podemos llegar a no entender el sentido de la vida, y maldecirla como una desgracia irreparable. Desde el fondo del abismo surge una pequeña luz de esperanza: es imposible que todo esto no tenga un significado. Es imposible que Aquél que creó el cielo y la tierra no haya dado un porqué al sufrimiento. Carlo Carreto )Reconocer y enseñar que el Mensaje cristiano tiene dos grandes partes: los textos proféticos y legislativos de Israel en defensa del Derecho y la Justicia, y los textos evangélicos y apostólicos alrededor de la fraternidad (entre otros valores). Que las dos partes son imprescindibles, y que no puede la fraternidad sustituir a la justicia.
2)Enseñar que Jesús nació de la unión natural entre José y María. 3)Enseñar que los pecados se perdonan en virtud del amor del Padre, gratuitamente, si hay buena voluntad, y que la muerte de Jesús no era necesaria para obtener ese perdón. 4)Reconocer que la enseñanza del castigo del llamado infierno fue un grave error. 5)Enseñar que el Creador nos da el cuerpo para gozar de él y compartirlo, salvo caso de adulterio, y asimismo para procrear, preferentísimamente en seno familiar. 6)Reconocer que la tarea histórica de la Dirección de la Iglesia ha cometido graves y perjudiciales errores, cuales preferir la riqueza; reprimir el cuerpo humano; amenazar con muy graves castigos, absurdos e imposibles; imponer (incluso por la fuerza y con gravísimos castigos) su doctrina, a menudo equivocada; contemporizar con gobiernos opresores y con situaciones altamente injustas. 7)Establecer un divorcio eclesiástico, para parejas que no puedan continuar su convivencia por motivos importantes, a partir de reconocer que la frase de Jesús “Lo que Dios unió que el hombre no lo separe” estaba basada en una situación y una actuación míticas, que no existieron nunca. 8)Autorizar el aborto durante los primeros 40 días del embarazo, tal como han sostenido muchos teólogos durante muchos siglos. Para que este Adviento no pase este año por nuestra vida sin pena ni gloria, humildemente, creo que deberíamos prepararnos así:
+ Buscando tiempos entre unas actividades y otras de cada día, en la medida de nuestro trabajo y de nuestro tiempo libre, para dedicarnos a nosotros mismos, para hacer una pausa y crecer a nivel personal: orando, reflexionando, escuchando música, leyendo, dejándonos interpelar por la realidad, trayendo a nuestro recuerdo tantos rostros cercanos, amigos, lejanos… + También debemos cuidarnos para poder cuidar. Descansemos, cuidémonos y dejémonos cuidar, incluso pidamos el cuidado de los demás cuando lo necesitemos. Dejemos espacios para distanciarnos de los problemas, para respirar y que no nos agobien, para poder observarlos bien, discernir y tomar así la mejor decisión. + Estos momentos de reflexión no nos pueden desligar de los demás, muy al contrario: debemos visitar, quedar para tomar una cerveza, hablar por teléfono, enviar un mensaje por whatsapp… a las personas que quiero, que están mal, que sé que me necesitan. Necesitamos hablar más con los vecinos, con la gente que vemos que lo está pasando mal. Debemos aproximarnos, hacernos prójimos. + Ni tampoco nos podemos desentender del mundo que nos rodea. Tenemos que intentar hacer todo lo que podamos por los demás, interesándonos por los problemas de la gente, buscando soluciones colectivas, o personales si soy yo quien tengo que optar y comprometerme en algo concreto. + Debemos buscar momentos de celebración, de diversión, de comunicación, de intimidad, para reforzar la mística de la fraternidad, de la humanidad, del encuentro, de la fiesta, del dolor o de la alegría y el gozo compartido de estar juntos. + Y aceptándonos humildemente como somos, vulnerables, con un carácter y una forma de ser muy concreta, personal. Y a la vez, potencialmente creativos, solidarios, transformadores de la realidad que nos rodea. Solo así construiremos un mundo mejor, más fraterno, justo y en paz. Un mundo nuevo y necesario. + Que se hará realidad esperando contra toda esperanza, pero con una espera activa. Porque el yo narcisista necesita romper con una dinámica de aislamiento y pasividad, para entrar en un nuevo yo contemplativo, dinámico, fraterno, compasivo, lleno de ternura. + Solo así llegará a su plenitud el Adviento. Solo así se aprenderemos a esperar la llegada de la Navidad, de la Vida en plenitud en lo cotidiano de la existencia. De las dictaduras en América Latina se ha dicho que era muy difícil reproducir la información debido a la represión y las limitaciones técnicas y que lo tenían que hacer los periodistas extranjeros con mil malabares para que se lograra sacar del país, darse a conocer y, que por esa razón se quedó tanto en el silencio y el olvido.
Los tiempos en cuanto a tecnología han cambiado, vemos hoy en día a la propia población haciendo uso de sus teléfonos celulares y reproduciendo en tiempo real lo que acontece en sus países, las imágenes se reproducen a nivel mundial en cuestión de segundos. Tiempo que se le gana a los medios de comunicación corporativos que pierden tiempo maquillando la información para manipular a la sociedad. Pero nada pasa, el mundo sigue guardando silencio y volteando para otro lugar, porque no se trata de que la información no llegue, es que la ven y prefieren ser tan culpables como los que ordenan las masacres y como los que las llevan a cabo, porque con el silencio se solapa, con la pasividad también. No involucrarse es involucrarse avalando la opresión. No pronunciarse es pronunciarse a favor del genocidio, en este caso en Palestina. El genocidio palestino lleva décadas realizándose y la atrocidad es incapaz de tocar las fibras más profundas de nuestro ser. Las imágenes son desoladoras: robo de tierras, destrucción de escuelas, hospitales, casas. Genocidio constante. ¿Qué necesitamos para reaccionar? ¿Cómo es posible que permitamos que le hagan esto a un pueblo sin siquiera pronunciarnos? ¿Y si fuera a nosotros? Sin importar condición social, que llegaran a destruir nuestras casas, a destruir nuestras huertas, que las escuelas donde estudian nuestros hijos fueran bombardeadas, los hospitales y no existiera un lugar seguro dónde cubrirse. ¿Gritaríamos al mundo por ayuda? ¿Lucharíamos como lo hace el pueblo palestino? ¿Le exigiríamos al mundo que se pronunciara? Porque se puede tener una ideología, no estar de acuerdo con las políticas de Estado de los países, pero se debate con ideas, con propuestas no con masacres, no robando el alimento a una población, no derrumbando hospitales. No con la imposición. Ningún país tiene derecho a imponerse sobre otro. Ningún ser humano contra otro, ¡ninguno!Y lo que llevamos viendo en Palestina es el robo de tierras, secuestros, encarcelamientos de décadas por un pronunciamiento, por alzar la voz, asesinatos masivos, destrucción de comunidades enteras. Un gobierno que ha sido tomado por corruptos y genocidas pueden avalar el abuso, porque al final son bandas de criminales sin nacionalidad, que trabajan para un solo fin: enriquecerse a costillas de los pueblos. Pero los pueblos, ¿por qué no se pronuncian? ¿Les pesa la religión, las palabras de la biblia? Escritas por hombres para la opresión de los pueblos y de las mujeres. ¿El raciocinio propio en dónde queda? ¿Y si en la biblia dijera que también es ley de Dios que destruyan nuestras casas, violen a nuestras hijas y nos maten también nos cruzaríamos de brazos como lo hacemos con Palestina? Nos dicen que los musulmanes son violadores y asesinos por su religión, pero no nos hablan de los verdaderos criminales, a estos los cubren, los llenan de loas, los hacen parecer los grandes humanistas y contribuyentes y aunque nosotros sepamos que esto es falso preferimos estar del lado de la manada porque ahí hay sombra y comodidad. No hacer uso de nuestra voz y de nuestro propio raciocinio. O usarlos para estar del lado de los impostores. No atrevernos a decir esto está mal, esto es injusto porque tememos perder contactos, que ya no nos inviten a las fiestas y también perder negocios y trabajos, que nos cierren los beneficios del futuro de golpe. Porque qué es la dignidad sin dinero, mejor tener dinero que dignidad. Lo que vive Palestina es una imposición y el pueblo israelita lo solapa y se beneficia de este robo y genocidio. Porque debió haberse pronunciado contra la atrocidad que su gobierno realiza a la nación vecina. No tiene nada que ver con religión ni con el Holocausto ni memoria histórica, es el genocidio de una banda de criminales sin credo ni nacionalidad, que tiene como único fin enriquecerse y mostrar su superioridad al mundo. Un mundo entelerido, cagón y manipulable. En nuestras narices se lleva a cabo el genocidio palestino y sin escrúpulo alguno cerramos la puerta al llamado de ayuda de un pueblo que ha tenido las agallas de resistir. Se habla del genocidio armenio, pero se avala el genocidio palestino. Somos unos grandes cobardes. La laicidad en Francia -aprobada en 1905- ha sido comprendida y vivida, desde la finalización de la primera guerra mundial, como “de libertad”: de culto, de asociación, de enseñanza y, por supuesto, de opinión. Sin embargo, su vigesimocuarta revisión legislativa está siendo percibida por los responsables religiosos católicos, protestantes y ortodoxos como “liberticida” o, cuando menos, promotora “de la sospecha”. Es lo que han sostenido, de manera inusualmente crítica, hace unas pocas semanas, el presidente de los obispos franceses, Éric de Moulins-Beaufor, junto con François Clavairoly, presidente de la Federación protestante de Francia y Emmanuel Adamakis, Metropolitano del patriarcado ecuménico en Francia.
Curiosamente, es una crítica con la que sintonizan, entre otros, Pierre Ouzoulias, senador comunista. Para este político, la reforma -retomada en el Senado tras su aprobación en la Asamblea Nacional- atenta contra “la conquista más bella de la revolución francesa y de la ley de 1905”: la libertad de conciencia. Por eso, no es solo un atentado contra los ciudadanos de confesión católica, además de musulmana, sino también contra todos los franceses; y, con ellos, contra él mismo. Antes de esta crítica, se han podido escuchar otras parecidas en los debates parlamentarios habidos en la Asamblea nacional. Así, por ejemplo, para Jean Luc Mélenchon, de La Francia Insumisa (LFI), se confunde el islam con el islamismo, estigmatizando a la población musulmana. Para el grupo socialista, es una “ley parlanchina” y “ayuna de coherencia”. Y, otro tanto, para los Republicanos (LR). En el origen de esta nueva reforma se encuentra el asesinato y decapitación del profesor Samuel Paty (octubre de 2020) por mostrar a sus alumnos las caricaturas de Charlie Hebdo sobre Mahoma y el discurso del presidente Emmanuel Macron contra el “separatismo islamista”: “continuaremos en el combate por la libertad”. “Defenderemos la libertad que enseñabas tan bien y la laicidad. No renunciaremos a las caricaturas, a los dibujos, aunque otros reculen”. Desde entonces, han sido dos las iniciativas de fondo promovidas por el gobierno francés: urgir a las diferentes organizaciones musulmanas a adherirse a los valores republicanos (para atajar dicho “separatismo islamista”) mediante la firma de la correspondiente Carta, así como reformar, de nuevo, la ley de la laicidad. Como es sabido, desde que se proclamara en el año 1905 que la república francesa “asegura la libertad de conciencia y garantiza el libre ejercicio del culto”, a la vez que “no reconoce, ni paga ni subvenciona culto alguno…” se han dado dos aplicaciones e interpretaciones de dichos principios: una, catalogada como “beligerante”, “integral”, “estricta”, “exigente”, “normal” o “a la antigua” y “excluyente” y, otra, calificada como “positiva”, “moderna” o “cooperadora” e “incluyente”. La primera, marcadamente anticlerical, restrictiva y excluyente, fue la que se impuso hasta el final de la guerra mundial de 1914-1918. La segunda, ensayada a partir de ese momento, entiende que la responsabilidad del Estado consiste en garantizar la libertad de todos los ciudadanos, facilitar el diálogo y el acuerdo, cuidar la neutralidad y no intervenir (la no injerencia) en los asuntos internos de las diferentes religiones y cosmovisiones. Sería esta última concepción y ejercicio de la laicidad la que estaría siendo gravemente comprometida. Lo evidenciaría la presión para que los franceses de las diferentes organizaciones de confesión musulmana se adhieran a la “Carta de los principios del Islam de Francia”; una iniciativa que, de momento, solo ha servido para separarlos y enfrentarlos más, entrando, por ello, en vía muerta. E, igualmente, lo evidenciaría la crítica de los representantes de los cristianos y de algunas fuerzas políticas (también de la izquierda) a las que me he referido más arriba: a la vez que se reforma la ley de 1905, se está modificando el espíritu “creativo”, “cordial” y “abierto” que ha imperado en las diferentes reformas aprobadas hasta el presente. Sin embargo, es una crítica contundente que no impide que creyentes y políticos reconozcan la necesidad y urgencia de combatir los matrimonios forzosos, las mutilaciones sexuales, la apología del odio y todo tipo de discriminación. Pero que tampoco les incapacita para recordar que la ley de 1905 ya prevé límites, controles y penas. Es suficiente, recuerdan los representantes de las diferentes confesiones cristianas, con reformar tales límites, aplicar los controles oportunos y adaptar las penas al tiempo actual. Si se procediera a una reforma de este calado, concluyen, los poderes públicos tendrían los medios suficientes para reaccionar ante el odio, los movimientos subversivos y contra la injerencia de Estados extranjeros en nuestro país. Y lo podrían hacer sin controlar internamente las diferentes religiones, como así puede suceder a partir de esta reforma. La respuesta gubernativa no se ha hecho esperar. Le ha correspondido al Ministro del Interior (encargado de las relaciones con los diferentes cultos): la reforma de la ley no es “liberticida”, sino necesaria en un país en el que la libertad de culto ha evolucionado muchísimo, en particular, con la aparición del culto musulmán. No queda más remedio que afrontar el “separatismo identitario” que se oculta en el islamismo que controla las mezquitas extremistas. Como contrapartida, ha señalado, las organizaciones musulmanas que se adhieran a la “Carta de valores de la República” tendrán acceso, entre otros beneficios, a deducciones fiscales o a inmuebles públicos de manera gratuita. Pero tampoco se ha hecho esperar la réplica: con esta reforma se sigue instalando en el espacio común una policía del pensamiento. “La laicidad, inicialmente concebida como un régimen de protección de las libertades, queda transformada en instrumento de control de conductas y creencias religiosas, en nombre de los ‘valores’ que define el Estado” (Philippe Portier). Y, con ella, la imposición de lo que algunos sociólogos tipifican como religión civil; una cosmovisión que, por cierto, empieza a tener problemas, a diferencia de no hace mucho, para ser recepcionada por la mitad de los jóvenes: según un nuevo sondeo IFOP para Licra, el 52% de los estudiantes se declaran partidarios de que, quien lo desee, pueda llevar signos religiosos ostensibles en los centros de enseñanza públicos, es decir, el doble de la población adulta. Y, por su parte, el 80% de los alumnos de confesión musulmana denuncian que las leyes sobre la laicidad discriminan al islam. Todo un aviso para navegantes. El debate queda abierto. También entre nosotros; y, en libertad, por supuesto. |
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