La Iglesia no vive para sí misma, vive en función de una realidad superior, el Reino. En virtud de ello, la Iglesia está llamada a ser signo e instrumento de salvación, en cuanto es aquella parte del mundo que, por la gracia del Espíritu Santo, ha acogido el Reino de manera explícita. De ahí que la Iglesia esté llamada a ser anticipo de ese Reino de paz, de justicia y de amor; llamada a testimoniar con gestos y obras su empeño por acercar a todos los hombres y mujeres esa promesa escatológica de la utopía del Reino.
En tal sentido, el mundo -tantas veces demonizado- es el lugar teológico, querido por Dios, donde los discípulos y discípulas de Jesucristo están llamados a emprender esa tarea ineludible de construir el Reino. Ello posibilita que la Iglesia realice su misión salvadora, que no es más ni menos que servir a la gran causa de Jesucristo. Así, la utopía del Reino es una potencia transformadora del Espíritu de Dios, que moviliza con fuerza incontenible la conciencia humana tras la realización del Bien Común. Siendo ella una función del Espíritu, dicha potencia es alentada o apagada por la acción humana. Consistente con ello, en la historia de la Iglesia hay momentos de gran fecundidad de esa acción del Espíritu, mientras en otros tiempos las contradicciones y el pecado han inhibido esa potencia transformadora de la realidad. Con la fuerza movilizadora de la utopía del Reino Dios acompaña a su Pueblo en sus luchas y anhelos por hacer una sociedad más justa y equitativa. Por eso, una responsabilidad primordial recae en los pastores, quienes como conductores del Pueblo de Dios están llamados a tomar una posición de vanguardia. En el mes de la patria, es oportuno rememorar el testimonio de un par de insignes obispos chilenos que, con audacia profética, sentaron las bases para hacer de Chile un país más justo. Es el gesto que la historia atesora entre sus páginas doradas, como la hazaña de desprendimiento evangélico donde la Iglesia chilena renunció a parte importante de su patrimonio económico para ponerlo en manos de los más pobres. Ello aconteció en el contexto de la Reforma Agraria en la década del sesenta. La pauperización del campesinado chileno era consecuencia del latifundio y del sistema de inquilinaje, que definían una realidad agraria consistente en la concentración de la propiedad de la tierra y en una actividad productiva sustentada en trabajo campesino retribuido injustamente con techo y una escasa porción de tierra para la sustentación familiar. Ello provocaba ineficiencia productiva, junto a escandalosas condiciones sociales de marginación y pobreza. El Analfabetismo, el alcoholismo, la ausencia de capacitación, de organización, de participación y de previsión social, describían el estado de abandono de la población campesina. En ese complejo contexto social, una Asamblea Plenaria de obispos chilenos acordó encargar a una comisión técnica el estudio para un eventual traspaso de tierras de propiedad de la Iglesia a los campesinos. El 28 de Junio de 1962, don Manuel Larraín, obispo Talca, tomó la iniciativa entregando el fundo Los Silos, ubicado en Pirque. En el mismo año, el arzobispo de Santiago, don Raúl Silva Enríquez, entregó el fundo Las Pataguas – Cerro, ubicado en Pichidegua, a 73 familias campesinas. En total, la Iglesia chilena entregó cinco fundos (incluyendo además a Alto Melipilla, San Dionisio y Alto Las Cruces), sumando 6.361,8 has de tierras que pasaron a manos de más de 200 familias. Considerando precios de la tierra actuales, se estima que la Iglesia chilena transfirió un patrimonio económico superior a los 115 millones de dólares. Sus destinatarios fueron los más pobres de la patria. Una expresión genuina de que el Evangelio guiaba el actuar de los obispos, con cuyo testimonio actualizaban aquellos tiempos cuando “Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno.”Hech 2, 44-45. La decisión de la Iglesia se anticipó a la Reforma Agraria que recién tuvo lugar cuatro años después, cuando el 26 de Abril de 1966 se promulgó la Ley de Reforma Agraria en el gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva. Aquellos obispos chilenos, siguiendo los consejos del Evangelio habían dado un testimonio fecundo de desprendimiento y coherencia, provocando un acontecimiento social y político que sentó las bases de una gran transformación social del país. Las sencillas palabras de don Manuel Larraín, con motivo de la entrega del fundo Los Silos, han quedado grabadas en la historia como una expresión radical del servicio que la Iglesia puede llegar a prestar en la construcción del Reino: “No puedo ocultarles mi emoción al hablarles. Hoy, en esta propiedad pequeña, ante un grupo también pequeño de campesinos y de amigos que nos acompañan, se está haciendo algo grande para el futuro de Chile. Hoy se termina en esta propiedad el sistema de inquilinaje. Hoy comienza una forma de trabajo más conforme con las necesidades actuales. Hoy se abre a un grupo de campesinos la posibilidad de ser propietarios agrícolas. Hoy se está dando un paso más para hacer realidad las enseñanzas de Cristo y las doctrinas sociales de la Iglesia.” Ésta es la Iglesia que se hace creíble en la historia, la que convence, no con palabras, sino con la fuerza del testimonio y que demuestra que el Evangelio es posible de ser vivido con radicalidad. Esta es la Iglesia que anhela el papa Francisco, “una Iglesia pobre para los pobres”.
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Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo.
Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre, reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia. - Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura. - Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional. - Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo. - Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. - Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir. - Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas. - Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada. - Mediocre es un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza. - Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad. - Y mediocre es un país que (estamos en olimpiadas), valora más una medalla olímpica, que un título universitario. José María Castillo: “A Francisco le interesa más el Evangelio que la religión” por: Jesús Bastante9/8/2014 Es uno de los teólogos españoles más respetados en España, Latinoamérica y, en los últimos tiempos -coincidiendo con el pontificado de Francisco-, también en Italia. El primero en consseguir un doctorado Honoris Causa por una Universidad Civil. José María Castillo ha intervenido este fin de semana en el Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII con una ponencia sobre la Iglesia, la democracia y los derechos humanos. Siempre es un lujo poder conversar con él.
"Francisco es considerado un bicho raro por buena parte de la Curia y del clero vaticano, porque a él le interesa más el Evangelio que la religión", constata Castillo, quien se pregunta "¿qué autoridad moral o qué credibilidad puede tener, ante los ciudadanos de nuestro tiempo, una institución que, tal y como está pensada y organizada, no puede ser gobernada como una democracia ni puede suscribir ni poner práctica los derechos humanos?". "La Iglesia actual no puede transmitir lo más sublime -el Evangelio-, pues no puede cumplir lo más elemental -la democracia y los derechos fundamentales-. Y lo más grave es que la mayoría del mundo eclesiástico, ni la gente, no se dan cuenta de ello", sostiene el teólogo, quien en los últimos tiempos se ha visto rehabilitado por una institución que, en su opinión, "olvidó que lo fundamental es transmitir y vivir el Evangelio". "La Iglesia necesita recuperar la credibilidadque tanto necesita para poder cumplir la misión que tiene asignada, y para ello ha de intentar vivir con fidelidad a la democracia y a los derechos humanos". En opinión de Castillo, el problema no está tanto en precisar si la Iglesia puede o no ser democrática, sino "afrontar la relación entre la Iglesia y la religión". Para el teólogo, desde el momento en que la relación con Dios se realiza a traés de "mediadores asociados a jerarquías que entrañan un sistema de ritos, rangos y poderes sagrados, que implican dependencia, obediencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles". "Sin eso -añade- no hay religión. Pero con eso, no hay derechos humanos, porque no se admite la igualdad ni la libertad. Lo primero no es Dios, sino los rituales". "Para mucha gente, lo importante son los rituales, no Dios. Que haya bodas y procesiones, pero no creen en Dios", denuncia Castillo, quien contrapone religión, "que es jerarquía y obediencia" a Evangelio, que es "vida e igualdad". "En la Iglesia, los hombres tiene derechos que no tienen las mujeres, los clérigos gozan de derechos que no pueden tener los laicos..., lo cual, para amplios sectores de la población, resulta sencillamente irritante". "Ni el Evangelio es una religión, ni la Iglesia puede ser una institución que representa a una religión", añade José María Castillo, quien insiste en que "Jesús fue perseguido, insultado, amenazado, juzgado, condenado y ejecutado por representantes de la religión del templo. Los hombres de la religión, en tiempo de Jesús, se dieron cuenta de que lo que ellos representaban y lo que representaba Jesús eran dos cosas incompatibles". "Seamos claros: Jesús no fundó la Iglesia, Jesús no fundó una religión. Más bien, desplazó la religión, la sacó de 'lo sagrado' y la puso 'en la vida'". Por ello, el Evangelio, "como forma de vida y principio organizativo para la Iglesia, se ha ido marginando", lo que lleba a que "la Iglesia hoy es una institución más religiosa que evangélica. Por eso la gente sabe que, cuando se habla de cristianismo y de la Iglesia, estamos hablando de 'religión', no de 'Evangelio'". Frente a ello, Castillo ofrece cuatro propuestas: "En primer lugar, mantener el papado como lo está intentando el Papa Francisco: ser fundamentalmente el obispo de Roma; en segundo lugar, recuperar el gobierno sinodal, con participación de los laicos, que estuvo vigente en la Iglesia durante el primer milenio; en tercer término, renovar y actualizar la praxis de los sacramentos, para que puedan ser practicados como símbolos de la fe; finalmente, la Iglesia tiene que insistir, no sólo en los deberes de los fieles, sino igualmente en los derechos de todos los ciudadanos". Ojalá así fuera. Del capítulo 16 hemos pasado al 18. Mateo comienza una serie de discursos sobre la comunidad. Es la primera vez que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la comunidad. Hay que notar que este texto está a continuación de la parábola de la oveja perdida, que termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo dan por supuesto y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha fallado.
Lo que nos relata el evangelio de hoy, es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mateo. Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos,que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos. Encontramos dificultades en el mismo texto. En muchos códices dice: “Si tu hermano pecacontra ti” o “te ofende”. La última parte falta en algunos importantes, como el Sinaiticus y el Baticanus. En cuanto a las traducciones, la opinión esta dividida casi al cincuenta por ciento. Incorporan el “contra mí”: La Vulgata, la de P. Bover, Nacar-Colunga y la de J. Mateos-J. L. Schökel. Lo eliminan del texto, la Biblia de Jerusalén, la de La casa de la Biblia, La litúrgica. La Nueva Biblia Americana lo pone entre paréntesis, que es la mejor solución, porque no hay razones definitivas ni para ponerlo ni para quitarlo. En caso de aceptar “contra ti”, se trataría de ofrecer perdón por parte del ofendido; en contra de toda lógica que nos dice que el que debe pedir perdón es el que ofende. Pero tiene el peligro de entenderlo como un conflicto puramente personal en el que, solo en última instancia, intervendría la comunidad como sancionadora. La continuación al texto que hemos leído hoy, parece apostar por la opción de “contra mí”, porque Pedro pregunta: “¿cuántas veces tengo que perdonar?” Incluso J. Mateo traduce: “Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? Muy coherente. La otra versión: “Si tu hermano peca”, Tiene el peligro de que lo entendamos como una falta abstracta, sin referencia ni a un individuo ni a la comunidad. Esto nos haría perder la perspectiva histórica. La práctica penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados contra la comunidad, no se tenía en cuenta, ni se juzgaba la actitud personal con relación a Dios, sino el daño que se hacía a la comunidad. La respuesta de la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino su relación con la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus miembros. “Atar y desatar”. Es una imagen del AT muy utilizada ya por los rabinos de la época; aquí se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o de excluirlo de ella. Así lo entendieron también las primeras comunidades, cuyos miembros eran judíos. El concepto de pecado, como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, aún tardaría siglos en surgir. No podemos entender el texto como un poder conferido por Dios para perdonar las ofensas contra Él. “Todo lo que atéis en la tierra...” Hace dos domingos, el mismo Mateo decía exactamente lo mismo, referido a Pedro. ¿Cuál de los dos textos estará en la verdad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra un solo dato que haga pensar en una autoridad que toma decisiones. Teniendo en cuenta el contexto, podemos concluir, que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos quiere hacer ver. “Donde dos estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo menos dos. La relación humana es el único marco para que Dios se haga patente. Hoy sabemos que también las relaciones con los animales e incluso con la naturaleza tienen que ser verdaderamente humanas. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos, también de los que no pertenecen al grupo. Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, y lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante, lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la comunidad de Mateo, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad. La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios y con los demás. Insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño a la comunidad. La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad de integrarlo. El sentido de la comunidad es la ayuda mutua. La Iglesia debe ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó “la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades. Cualquier persona que vaya, sin saberlo, por un camino equivocado, agradecería que alguien le indicara su error y le mostrara el verdadero camino. Si una persona que camina por la carretera hacia Andalucía, te dice que se dirige a Santander, le harías ver que está equivocado. Si al hacer hoy la corrección fraterna, damos por supuesto que el otro tiene mala voluntad, (concepto moderno de pecado) será imposible que te acepte la rectificación. Desde esa perspectiva estás dando por supuesto que tú eres bueno y el otro malo. La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano teniendo una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar. Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de su equivocación, y que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección tiene que dejar claro que buscamos el bien del corregido. No solo se aleja él de la plenitud humana sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo grado de humanidad. Meditación-contemplación “El que ama tiene cumplido el resto de la Ley”. La preocupación por los demás es una quimera, si no partimos de un verdadero amor. No se responsabiliza uno de los demás por programación. …………………… La máxima manifestación de desamor, es la indiferencia. Camuflarla bajo el manto del respeto o la tolerancia, es cobardía. Si no me comprometo con el bien espiritual del otro, es que su presente y su futuro me importan un comino. …………………… Debo ir al encuentro del otro para ayudarle a ser él mismo, sin juzgarle, sin tener en cuanta su bondad o maldad. Si no busco con interés el bien del hermano, mi propia plenitud humana quedará en entredicho. En el evangelio podemos encontrar mensajes de sabiduría profunda e intemporal –válidos para cualquier tiempo y persona, porque se refieren a nuestra identidad última-, junto a recomendaciones meramente anecdóticas, nacidas al calor de circunstancias concretas por las que atravesaba la comunidad en la que surgió el texto.
Eso es lo que encontramos en el texto que leemos hoy: una especie de “reglamentación” práctica para afrontar los conflictos comunitarios. En ella, se va de menos a más, hasta un punto que puede acabar en la “excomunión” del hermano que no obedece a la comunidad. Nos hallamos, sencillamente, ante un “modo de funcionar” que suele ser habitual en los grupos humanos, que buscan un mínimo de homogeneidad y que, para ello, se dotan de normas que son consideradas inviolables. Sin embargo, cuando se trata de grupos religiosos, suele darse un factor añadido: se toman las propias normas como emanadas nada menos que de la divinidad. De ese modo, aparecen revestidas de una autoridad inapelable, con el agravante de que quien las incumple es tachado de “pagano” o “publicano”. Frente a tales pretensiones, parece más sensato, aun admitiendo la necesidad de normas, reconocer el carácter relativo de las mismas –lo cual lo había manifestado el propio Jesús:“No es el hombre para el sábado [la norma], sino el sábado para el hombre”- en lugar de usarlas como armas arrojadizas contra quien discrepa de ellas. De hecho, este texto no encaja fácilmente con lo inmediatamente anterior –la parábola del pastor que busca la oveja perdida-, ni con el que sigue a continuación –el perdón sin límites, hasta “setenta veces siete”-. Tampoco encaja con el Mateo realista que sabe que en la comunidad hay cizaña que no debe ser arrancada aún (Mt 13,30). Con todo ello, parece imponerse una conclusión: los textos más utópicos probablemente contienen el mensaje del Jesús histórico, mientras que los textos más “realistas” reflejan más la vida compleja y cotidiana de la primera comunidad. Parece que es precisamente la reflexión sobre la vida comunitaria la que explica las otras dos afirmaciones que añade Mateo. La primera de ellas –sobre el “poder de atar y desatar”- recoge un dicho tradicional, referido al perdón, que se asienta en el principio, según el cual todo lo que ocurre en la tierra tiene un “reflejo” similar en el cielo, y viceversa. Al traerlo aquí, parece claro que Mateo quiere reforzar la autoridad de los responsables de la comunidad, refrendando sus decisiones, al atribuirles nada menos que una sanción “celestial”. Finalmente, el texto concluye con una afirmación que probablemente se remonte al Jesús histórico: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Con todo, un antiguo adagio judío decía: “Si dos hombres se encuentran juntos y las palabras de la Ley están en medio de ellos [como motivo de conversación], Dios habita en medio de ellos”. En un nivel superficial, cabe una lectura de tales afirmaciones en clave intencional o voluntarista: traemos a nosotros la presencia de una persona porque pensamos en ella. Sin embargo, la riqueza y la verdad más honda de aquellas palabras se halla en otro nivel de lectura: en nuestra identidad profunda no cabe ninguna separación; somos no-dos. Así que, literalmente, seamos o no conscientes de ello, todos estamos en todos: compartimos la misma y única identidad. Así leído el texto evangélico, no cabe entenderlo como que Jesús está al lado de nosotros –así lo pensaría nuestra mente-, sino que somos uno en el núcleo del Ser. Por eso, al acallar la mente separadora, conectamos con nuestra verdadera identidad y, en ella, nos descubrimos uno. “Enmanuel” –el nombre de Jesús, según el propio evangelio de Mateo (1,23)- significa “Dios-con-nosotros”. Llevando nuestra lectura hasta el final, podemos ver en aquella afirmación la realización de ese nombre: “Yo estoy en medio de ellos”. Y, al mismo tiempo, reconocemos a Jesús como quien revela lo que somos nosotros: todos estamos en todos. La formación de los discípulos
A partir del primer anuncio de la pasión-resurrección y de la confesión de Pedro, Jesús se centra en la formación de sus discípulos. No sólo mediante un discurso, como en el c.18, sino a través de los diversos acontecimientos que se van presentando. Los temas podemos agruparlos en tres apartados: 1. Los peligros del discípulo: * ambición (18,1-5) * escándalo (18,6-9) * despreocupación por los pequeños (18,10-14) 2. Las obligaciones del discípulo: * corrección fraterna (18,15-20) * perdón (18,21-35) 3. El desconcierto del discípulo: * ante el matrimonio (19,3-12) * ante los niños (19,13-15) * ante la riqueza (19,16-29) * ante la recompensa (19,30-20,16) De estos temas, la liturgia dominical ha seleccionado el 2, corrección fraterna y perdón, que leeremos en los dos próximos domingos (23 y 24 del Tiempo Ordinario) y el último punto del 3, desconcierto ante la recompensa (domingo 25). La corrección fraterna Como punto de partida es muy válida la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel. Cuando alguien se porta de forma indebida, lo normal es criticarlo, procurando que la persona no se entere de nuestra crítica. Sin embargo, Dios advierte al profeta que no puede cometer ese error. Su misión no es criticar por la espalda, sino dirigirse al malvado y animarlo a cambiar de conducta. En la misma línea debemos entender el evangelio de hoy, que se dirige a los apóstoles y a los responsables posteriores de las comunidades. No pueden permanecer indiferentes, deben procurar el cambio de la persona. Pero es posible que ésta se muestre reacia y no acepte la corrección. Por eso se sugieren cuatro pasos: 1) tratar el tema entre los dos; 2) si no se atiene a razones, se llama a otro o a otros testigos; 3) si sigue sin hacer caso, se acude a toda la comunidad; 4) si ni siquiera entonces se atiene a razones, hay que considerarlo «como un gentil o un publicano». Esta práctica recuerda en parte la costumbre de la comunidad de Qumrán. La Regla de la Congregación, sin expresarse de forma tan sistemática como Mateo, da por supuestos cuatro pasos: 1) corrección fraterna; 2) invocación de dos testigos; 3) recurso a «los grandes», los miembros más antiguos e importantes; 4) finalmente, si la persona no quiere corregirse, se le excluye de la comunidad. La novedad del evangelio radica en que no se acude en tercera instancia a los «grandes», sino a toda la comunidad, subrayando el carácter democrático de la vivencia cristiana. Hay otra diferencia notable entre Qumrán y Jesús: en Qumrán se estipulan una serie de sanciones cuando se ofende a alguno, cosa que falta en el Nuevo Testamento. Copio algunas de ellas en el Apéndice. Hay un punto de difícil interpretación: ¿qué significa la frase final, «considéralo como un gentil o un publicano»? Generalmente la interpretamos como un rechazo total de esa persona. Pero no es tan claro, si tenemos en cuenta que Jesús era el «amigo de publicanos» y que siempre mostró una actitud positiva ante los paganos. Por consiguiente, quizá la última frase debamos entenderla en sentido positivo: incluso cuando parece que esa persona es insalvable, sigue considerándola como alguien que en algún momento puede aceptar a Jesús y volver a él. Esta debe ser la actitud personal («considéralo»), aunque la comunidad haya debido tomar una actitud disciplinaria más dura. ¿Qué valor tiene la decisión tomada en estos casos? Un valor absoluto. Por eso, se añaden unas palabras muy parecidas a las dichas a Pedro poco antes, pero dirigidas ahora a todos los discípulos y a toda la comunidad: «Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.» La decisión adoptada por ellos será refrendada por Dios en el cielo. Relacionado con este tema están las frases finales. Generalmente se los aplica a la oración y a la presencia de Cristo en general. Pero, dado lo anterior y lo que sigue, parece importante relacionar esta oración y esta presencia de Cristo con los temas de la corrección y del perdón. El conjunto podríamos explicarlo del modo siguiente. La corrección fraterna y la decisión comunitaria sobre un individuo son algo muy delicado. Hace falta luz, hallar las palabras adecuadas, el momento justo, paciencia. Todo esto es imposible sin oración. Jesús da por supuesto -quizá supone mucho- que esta oración va a darse. Y anima a los discípulos asegurándoles la ayuda del Padre, ya que El estará presente. Esta interpretación no excluye la otra, más amplia, de la oración y la presencia de Cristo en general. Lo importante es no olvidar la oración y la presencia de Jesús en el difícil momento de la reconciliación. Apéndice: la práctica de la comunidad de Qumrán Nota: En el siglo II a.C., un grupo de judíos, descontentos del comportamiento del clero y de las autoridades de Jerusalén, se retiró al desierto de Judá y fundó junto al Mar Muerto una comunidad. Se ha discutido mucho sobre su influjo en Juan Bautista, en Jesús y en los primeros cristianos. El interesado puede leer J. L. Sicre, El cuadrante. Vol. II: La apuesta, cap. 15. Los cuatro pasos en la Regla de la congregación 1) «Que se corrijan uno a otro con verdad, con tranquilidad y con amor lleno de buena voluntad y benevolencia para cada uno» (V, 23-24). 2 y 3) «Igualmente, que nadie acuse a otro en presencia de los "grandes" sin haberle avisado antes delante de dos testigos» (VI, 1). 3) «El que calumnia a los "grandes", que sea despedido y no vuelva más. Igualmente, que sea despedido y no vuelva nunca el que murmura contra la autoridad de la asamblea. (...) Todo el que después de haber permanecido diez años en el consejo de la comunidad se vuelva atrás, traicionando a la comunidad... que no vuelva al consejo de la comunidad. Los miembros de la comunidad que estén en contacto con él en materia de purificación y de bienes sin haber informado de esto a la comunidad serán tratados de igual manera. No se deje de expulsarlos» (VII,16-25). Algunos castigos «Si alguien habla a su prójimo con arrogancia o se dirige a él groseramente, hiriendo la dignidad del hermano, o se opone a las órdenes dadas por un colega superior a él, será castigado durante un año...» «Si alguno habló con cólera a uno de los sacerdotes inscritos en el libro, que sea castigado durante un año. Durante ese tiempo no participará del baño de purificación con el resto de los grandes.» «El que calumnia injustamente a su prójimo, que sea castigado durante un año y apartado de la comunidad.» «Si únicamente hablo de su prójimo con amargura o lo engañó conscientemente, su castigo durará seis meses. «El que se despereza, cabecea o duerme en la reunión de los "grandes" será castigado treinta días». Hoy, Jesús, vuelve a hacernos la pregunta definitiva: ¿Quién dices tú que soy yo? ¿Quién es Jesús para mí en cualquier momento de mi vida? Convertirnos a Jesús, al Dios de Jesús, es nuestra asignatura pendiente. Oremos.
Tú eres nuestro Abba. · Padre, que la Iglesia no caiga en la tentación de hacerse imágenes de Jesús a su imagen y semejanza, sino que vuelva incesantemente a los evangelios para descubrir de nuevo, cada día, el rostro de Jesús. Tú eres nuestro Abba. · Padre, que todos los creyentes en tu Hijo le descubramos como el Camino, la Verdad y la Vida. Tú eres nuestro Abba. · Padre, que nuestro código de vida sean las Bienaventuranzas y vivamos en una dinámica de entrega permanente en favor de los más necesitados. Tú eres nuestro Abba. · Padre, recuérdanos cada día la llamada que nos haces a cuidar de todos los que sufren: los enfermos, los parados, los excluidos, los desesperanzados; que respondamos con generosidad y prontitud. Tú eres nuestro Abba. · Padre, sabemos que no es posible reconocerte como nuestro Abba si no vivimos en paz y fraternidad, concédenos docilidad de corazón. Tú eres nuestro Abba. Cambiar de Mesías, renunciar a Moisés, despreocuparse del Templo... y aceptar a Jesús, es el camino que debieron recorrer aquellos galileos en tiempo de Jesús. Es el camino que hoy también tenemos que recorrer cada uno de nosotros hoy. Gracias, Padre, porque contamos con tu gracia. La gran distribución comercial (supermercados, hipermercados, cadenas de descuento…) ha experimentado en los últimos años un fuerte proceso de expansión, crecimiento y concentración empresarial. Las principales compañías de venta al detalle han entrado a formar parte del ranking de las mayores multinacionales del planeta y se han convertido en uno de los actores más significativos del proceso de globalización capitalista.
Su aparición y desarrollo ha cambiado radicalmente nuestra manera de alimentarnos y consumir, supeditando estas necesidades básicas a una lógica mercantil y a los intereses económicos de las grandes empresas del sector. Se produce, se distribuye y se come aquello que se considera más rentable. ‘Operación supermercado’ En el Estado español, la apertura del primer supermercado se llevó a cabo en el año 1957 y tuvo lugar en Madrid. Se trataba de un “supermercado-autoservicio” de carácter público promovido por el régimen franquista bajo el programa “Operación supermercado” que importó el modelo de distribución comercial estadounidense bajo la influencia del Plan Marshall. Su objetivo: modernizar el “comercio patrio”. La experiencia fue todo un éxito, dando lugar en muy poco tiempo a una red de supermercados públicos en varias ciudades como San Sebastián, Bilbao, Zaragoza, Gijón, Barcelona, La Coruña, etc. En 1959 abrió el primer supermercado de capital privado en Barcelona, fundado por las familias Carbó, Prat y Botet, propietarias de comercios de ultramarinos, y que lo bautizaron con el nombre de Caprabo, tomando la primera sílaba de cada uno de sus apellidos. Su apertura, como cuenta el libro Caprabo 1959-2009, significó una auténtica “revolución” entre los consumidores, atraídos sobre todo por el hecho de poder coger directamente de las estanterías los productos a comprar. Con el paso del tiempo, los supermercados privados, que el mismo gobierno franquista animó a crear, se impusieron, creando una extensa red de autoservicios en todo el Estado, y los de carácter público fueron desapareciendo. En ese mismo momento en Europa, los supermercados eran una realidad emergente. En 1957, en Gran Bretaña existían 3.750 establecimientos, en la República Federal de Alemania 3.183, en Noruega 1.288 y en Francia 663. El Estado español e Italia se situaban a la cola, con 3 y 4 autoservicios respectivamente. Los supermercados eran considerados un símbolo de modernidad y progreso. A partir de entonces, su extensión fue in crescendo, diez años más tarde, en 1968, el número de supermercados en el Estado sumaba ya 3.678 y veinte años después, en 1978, la cifra alcanzaba los 13.215 establecimientos. Su modelo de distribución y venta al detalle se generalizó a lo largo de la década de los 80 y 90, llegando a ejercer a día de hoy un dominio absoluto de la distribución alimentaria. Además, la mayor parte de nuestra cesta de la compra, entre un 68% y un 80%, la adquirimos en supermercados, hipermercados y cadenas de descuento. Según la revista especializada Alimarket, y con datos del 2012, el 68,1% de la alimentación envasada y la droguería la compramos en este tipo de canales, principalmente en los supermercados, frente al 1,5% que adquirimos en la tienda tradicional, el 25,1% en comercios especialistas y el 5,3% en otros. Según el informe Expo Retail 2006, casi el 82% de la compra de alimentos se realiza a través de la gran distribución, el 2,7% en tiendas tradicionales, el 11,2% en establecimientos especializados y el 4,2% es adquirido en otros lugares. En consecuencia, el consumidor cada vez tiene menos puertas de acceso a los alimentos y el productor menos opciones para llegar al consumidor. El poder de venta de los supermercados es total. Mucho poder en pocas manos Una distribución moderna que además concentra su peso en muy pocas compañías. De hecho, la mayor parte de nuestras compras en el supermercado se llevan a cabo en sólo seis cadenas, que controlan el 60% de dicho mercado. Se trata de Mercadona, con un 23,8% de la cuota de mercado, Carrefour con un 11,8%, Eroski (que incluye a Caprabo) con un 9,1%, Dia con un 6%, Alcampo (que integra los supermercados Sabeco) con un 5,9% y El Corte Inglés (con SuperCor y OpenCor) con un 4,3%. Les siguen Lidl, Consum, AhorraMás y DinoSol, que en conjunto conforman las diez principales empresas del sector. Nunca el mercado de la distribución alimentaria había estado en tan pocas manos. En Europa, la dinámica es la misma. En el conjunto del continente, las diez principales cadenas de supermercados controlaban, con datos del 2000, más del 40% de la cuota de mercado. Actualmente, se calcula que la concentración es aún mayor. En países como Suecia, solo tres compañías de supermercados monopolizan alrededor del 95% de la distribución, y en países como Dinamarca, Bélgica, Francia, Holanda y Gran Bretaña, unas pocas empresas dominan entre el 60% y el 45% del total, según un informe de Veterinarios Sin Fronteras. Asimismo, algunas de las mayores fortunas en Europa están vinculadas a la historia de la gran distribución. En Alemania, la persona más rica del país fue hasta el 16 de julio del 2014, fecha de su muerte, Karl Albrecht, fundador y copropietario de los supermercados Aldi. Tras su fallecimiento, el número uno pasó a ser ocupado por Dieter Schwarz, propietario del grupo Schwarz, que incluye las cadenas de supermercados Kaufland y Lidl. En Francia, la segunda fortuna del país está en manos de Bernard Arnault, propietario del grupo de artículos de lujo LVMH y con una participación muy importante en Carrefour. Y sin ir más lejos, en el Estado español, el segundo puesto del ranking de las grandes fortunas recae en Juan Roig, propietario de Mercadona. La ‘teoría del embudo’ Una concentración que se visualiza claramente en la llamada “teoría del embudo”: miles de campesinos por un lado y millones de consumidores por el otro y tan solo unas pocas empresas de la gran distribución controlan la mayor parte de la comercialización de los alimentos. Tomemos el ejemplo del Estado español. En el extremo superior del embudo, contamos con alrededor de 720 mil campesinos y personas que trabajan en el campo y en el extremo inferior unos 46 millones de habitantes y consumidores, en medio 619 empresas y grupos del sector de la distribución con base alimentaria (con Mercadona, Carrefour, Grupo Eroski, Dia, Alcampo, El Corte Inglés, Lidl, Consum, AhorraMás, Makro, Gadisa, Grupo El Árbol, Condis, Bon Preu, Aldi, Alimerka a la cabeza) determinan la relación entre ambos. Y un dato a tener en cuenta: de entre estas 619 compañías, solo las 50 primeras ya controlan el 92% de total de la cuota de mercado. Son estas empresas las que que determinan a qué precio se pagan los productos al agricultor y qué coste tienen para nosotros en el ‘súper’, dándose la paradoja de que el campesino cada vez recibe menos dinero por aquello que vende y nosotros, como consumidores, pagamos más. Queda claro, quién gana. Se trata de un oligopolio, donde unas pocas empresas controlan el sector, que empobrece la actividad campesina, homogeneiza aquello que comemos, precariza las condiciones laborales, acaba con el comercio local y promueve un modelo de consumo insostenible e irracional. El poder de la gran distribución es enorme y nuestra alimentación queda supeditada a sus intereses económicos. Pensamos que somos nosotros quiénes decidimos lo que comemos, pero ¿es así? 20 años ha que aterrizaba en Madrid procedente de Santiago de Compostela Antonio María Rouco Varela para hacerse cargo de la archidiócesis de Madrid tras la jubilación del cardenal Ángel Suquía, a quien había sustituido diez años antes al frente de la archidiócesis de Santiago. Unos años después asumía las riendas de la Conferencia Episcopal Española (CEE) acumulando en su persona todo el poder de la Iglesia católica en nuestro país con el apoyo y la legitimación del Vaticano –que no de la ciudadanía cristiana, cada vez más alejada de su ideología y de su forma de gobernar- bajo los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que le premiaron con cargos muy influyentes en los dicasterios romanos.
Durante cuatro lustros fue configurando un modelo de cristianismo a su imagen y semejanza de espaldas al concilio Vaticano II, a los aires de la modernidad y a la opción por los pobres. Un modelo que extendió a toda la Iglesia católica española con la colaboración del actual arzobispo de Valladolid monseñor Ricardo Blázquez y el recién nombrado arzobispo de Valencia el cardenal Cañizares, y sin voces discrepantes –al menos no audibles- dentro del episcopado. Hablaba y actuaba por todos y nadie le replicaba, se estuviera de acuerdo o no. Era el silencio de los corderos Así fue instaurando una Iglesia conforme al paradigma restauracionista de los pontificados reinantes, como sucursal y clon del Vaticano; un cristianismo de cristiandad, de grandes concentraciones en espacios públicos, combativo y beligerante contra la secularización, el socialismo y el laicismo; con conciencia de Iglesia perseguida, cuando gozaba de todos los privilegios espirituales y materiales; con pretensiones de confesionalizar la sociedad y de imponer a esta la moral católica; un cristianismo excluyente, homófobo y misógino; insensible al incremento de la desigualdad por mor de la crisis y en alianza con los sectores política y religiosamente más conservadores. Este modelo de Iglesia ha provocado una gran desafección hacia la Iglesia católica traducida en abandono masivo de la práctica religiosa, el incremento del número de apostasías o el alejamiento de facto. Cumplida la edad de jubilación y ampliado su mandato tres años más por Benedicto XVI, ha tenido que abandonar primero la presidencia de la CEE y ahora el arzobispado de Madrid, al frente del cual Francisco ha nombrado a monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Valencia, a quien sustituye el cardenal Cañizares, antes arzobispo de Toledo y primado de España y durante los últimos seis años Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, nombrado por Benedicto XVI con cuyo proyecto teológico y eclesiástico estaba identificado. Ambos tuvieron importantes responsabilidades en la CEE durante las cuatro presidencias del cardenal Rouco y, por tanto, fueron cómplices del modelo de Iglesia del arzobispo gallego. ¿Qué significan estos nombramientos? De entrada, están hechos desde arriba, sin consulta ni participación de las comunidades cristianas implicadas, de espaldas al principio electivo de las sociedades democráticas modernas: “un ciudadano, una ciudadana, un voto”. Se aleja asimismo de la participación popular en la elección de obispos de los primeros siglos del cristianismo. “Ordénese como obispo a aquel que, siendo irreprochable, haya sido elegido por todo el pueblo”, dice la Tradición Apostólica, del s. III. “No se imponga al pueblo un obispo que el pueblo no desea”, decía Cipriano, obispo de Cartago, del mismo siglo. “Quien debe presidir a todos, debe ser elegido por todos”, afirmaba el papa León Magno en el siglo V En segundo lugar, se mantiene la estructura patriarcal y misógina. Francisco sigue la misma práctica de sus predecesores de marginar a las mujeres y de excluirlas del ministerio ordenado, de los espacios sagrados, de las responsabilidades directivas y de los órganos de poder, apelando infundadamente a la voluntad de Cristo. En tercer lugar, tengo mis dudas de que estos nombramientos contribuyan a la necesaria reforma y a la deseada primavera de la Iglesia en la dirección que pretende el propio Francisco, salvo que se produzca una conversión. Osoro es un eclesiástico vinculado los nuevos movimientos eclesiales neoconservadores de orientación espiritualista, razón por la cual fue nombrado obispo primero y arzobispo después por Juan Pablo II. Siendo arzobispo de Toledo y vicepresidente de la CEE, el cardenal Cañizares destacó por sus montaraces condenas de las reformas legales durante los gobiernos socialistas de Rodríguez Zapatero y por pedir a las madres y los padres católicos y a los colegios de confesionalidad cristiana que presentaran objeción de conciencia contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, aprobada democráticamente. En sus ataques furibundos fue incluso más allá que Rouco Varela, con quien formó el tandem quizá más conservador del episcopado español. Pero no seamos escépticos. Siempre es posible la conversión. Cuando Bergoglio, hoy Francisco, empezó a reunir votos en el conclave y ya parecía imparable su elección, Rouco hizo una última intentona en favor de su candidato, el italiano Scola. Ocurrió almorzando en la residencia Santa Marta, donde los electores estaban encerrados bajo llave (eso significa cónclave). “A Bergoglio le falta un pulmón”, comentó con su voz queda. Un partidario del prelado argentino, conociendo las intenciones de su par en Madrid, estuvo presto al quite. “Y a usted le falta un riñón y eso no le impide llevar su diócesis y la conferencia episcopal”. Aparte de que a Francisco no le falta un pulmón sino sólo un pequeño trozo extirpado cuando era joven, la anécdota refleja el afánintervencionista del cardenal español, el más poderoso en España desde Cisneros.
Pese a su apariencia frágil y suave, Rouco, rocoso y sabio, es un hombre resistente, muy seguro de sí mismo. Su carrera es impresionante: a los nueve años entró en el seminario de Mondoñedo, pero un catador de talentos lo escogió para que acabase sus estudios en la Pontificia de Salamanca, el vivero de jerarquías. Allí se ordenó sacerdote en 1959. Otro catador de talentos volvió a cruzarse en el camino, con una decisión que ha marcado el resto de su vida: la de irse a la Universidad de Munich. Un día, un compañero le presta unos apuntes de Teología Fundamental. Autor: el profesor Ratzinger, del que Rouco no había oído hablar ni de lejos. Quedó fascinado. Aquellas lecturas fueron “un verdadero bombazo”, ha reconocido a José Francisco Serrano, que acaba de publicar en Planeta una entrevista autobiográfica con el título Rouco Varela, el cardenal de la libertad. Es un libro hagiográfico, pero imprescindible. Esta semana se publica otro menos benévolo. Lo firma José Manuel Vidal y se titula:Cardenal Rouco. Biografía no autorizada (Ediciones B). Y aún merece citar un tercero, que salió la primavera pasada: El fin de la era Rouco, de Juan Rubio (Península). Rocoso y sabio, es un hombre resistente y muy seguro de sí mismo Ratzinger, he ahí un modelo para armar en España. El resto son algunos años de docencia en Salamanca, donde llega a vicerrector de la Pontificia, y una carrera episcopal que empieza de auxiliar en Santiago y acabó ayer en el pontificado de Madrid. Volviendo a Ratzinger, hoy papa emérito Benedicto XVI, sobre sus espaldas hay que cargar el restauracionismo y la involución hacia Trento del polaco Juan Pablo II. ¿El Vaticano II? Fue un entusiasmo de zelotes desorientados, sostuvo. Es lo que Rouco pensó de la era Tarancón en España, zelotes un poco rojos, para colmo. La idea convenció a Juan Pablo II de que su hombre en España era Rouco, germánico, nacido para mandar obedeciendo. España, el experimento más peligroso del laicismo reinante, se quejaba Juan Pablo II. Por eso vinieron, él y su sucesor, muchas veces de visita (dos Jornadas Mundiales de la Juventud, un Encuentro Mundial de las Familias, la consagración de la basílica de Gaudí…), con Rouco siempre en primera fila, pletórico, el preferido por aquella Roma, hoy tan distinta. “Sin Papa no hay multitudes”, ha sido su lema. Estadios llenos, estadios llenos, le pedía la Curia. Y Rouco les llenaba los estadios, una y otra vez, mientras se le iban vaciando las iglesias. |
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