El fracaso en Nazaret no desanima a Jesús. Al contrario. Además de continuar misionando, como veíamos el domingo pasado, envía también a sus discípulos a misionar. Los profetas del Antiguo Testamento tienen a veces discípulos; pero, que sepamos, nunca los envían de misión; la labor del discípulo consiste en servir de apoyo social y espiritual al profeta, memorizar sus palabras y transmitirlas a la posteridad. El enfoque que tiene Jesús de sus discípulos es distinto, más dinámico: no se limitan a aprender, deben también poner en práctica lo aprendido, y ampliar la actividad de Jesús.
El texto de Marcos trata brevemente cinco puntos: 1. La autoridad. Cualquier embajador o misionero debe estar investido de una autoridad. La que reciben los discípulos es sobre los espíritus inmundos. Esta idea, tan extraña a la cultura de nuestra época, debemos considerarla en el contexto del evangelio de Marcos. Jesús, desde el primer momento, en la sinagoga de Cafarnaúm, ha demostrado su autoridad sobre un espíritu inmundo. Sus discípulos reciben el mismo poder. Son embajadores plenipotenciarios. 2. Equipaje y provisiones. Es interesante advertir lo que se permite y lo que se prohíbe: sólo se permite llevar un bastón y sandalias; en cambio, se prohíbe llevar comida (ni pan, ni alforja) y túnica de repuesto. El permiso del bastón y las sandalias contrastan con el evangelio de Mateo, donde se prohíben. Es un caso interesante de cómo los evangelistas adaptan el mensaje de Jesús a las circunstancias de su comunidad: Marcos tiene en cuenta los largos viajes misioneros posteriores, por terrenos difíciles, que requieren bastón y sandalias. En cambio, la prohibición de comida y vestido de repuesto (Mateo añade la prohibición del dinero), demuestra la enorme preocupación de Jesús porque sus discípulos den ejemplo de pobreza en una época en que los predicadores religiosos eran acusados con frecuencia de charlatanes en busca de dinero. 3. Alojamiento. Para evitar tensiones y peleas entre las personas que quisieran acogerlas en sus casas, Jesús ordena que se alojen siempre en la misma. 4. Rechazo. El apostolado no tendrá siempre éxito. Igual que Jesús fue rechazado en Nazaret, ellos pueden ser rechazados en cualquier lugar. 5. La actividad. Curiosamente, lo que deben hacer los discípulos no aparece hasta el final: «Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.» Lo mismo que hacía Jesús, a excepción del uso de aceite para curar enfermos. Esta práctica parece haber entrado en la iglesia en un momento posterior y está atestiguada en la carta de Santiago: « ¿Que uno de vosotros cae enfermo? Llame a los ancianos de la comunidad para que recen por él y lo unjan con aceite invocando el nombre del Señor.» (Snt 5,14). El rechazo (1ª lectura) En las instrucciones de Jesús, este tema es el que ocupa menos espacio. Sólo se menciona como posibilidad. En cambio, la primera lectura nos recuerda que esta posibilidad fue y sigue siendo muy real. A mediados del siglo VIII a.C., el profeta Amós, originario del sur (Judá) fue enviado por Dios a predicar en el Reino Norte (Israel), para denunciar las injusticias terribles que se cometían, favorecidas por la corte y el clero. El enfrentamiento más fuerte tiene lugar en el santuario de Betel (= Casa de Dios), con el sumo sacerdote Amasías, que lo expulsa. En el fondo, Amós tuvo suerte. A otros les cortaron la cabeza.
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Probablemente, los relatos que hablan del envío de los Doce o, en el caso de Lucas, de los Setenta (Lc 10,1) hayan sido elaborados a partir de la misión postpascual, por lo que reflejarían más lo que fue aquella práctica comunitaria que las propias palabras de Jesús.
En el propio texto encontramos detalles que parecen avalar esta lectura: las indicaciones prácticas sobre el vestido y las posesiones –que encajan con la costumbre habitual entre los maestros itinerantes de la época-, la advertencia de quedarse en la misma casa –que fue una decisión de las comunidades, para prevenir abusos que se habían dado-, la mención de la práctica de "ungir con aceite", que sin duda fue posterior... La "misión" se entiende de manera diferente según el nivel de consciencia en que las personas se encuentren. En el estadio mítico, tanto su justificación como sus contenidos aparecían revestidos de una total claridad: se trataba de un servicio para toda la humanidad, a la que eran enviados para llevar la verdad y, por tanto, la salvación. Al identificar la verdad con la propia creencia, y al entender esta como requisito para la salvación eterna, la conclusión era evidente: el misionero era el portador de la verdad. Sin embargo, apenas superado el nivel mítico, aquel esquema que parecía tan claro se viene abajo. La verdad no se identifica con ninguna creencia ni puede encerrarse en ningún credo. La verdad no tiene que ver, en primer lugar, con los conceptos –aunque estos sean necesarios para orientarnos-, sino con la realidad. La verdad, en fin, no es "algo" separado y secretamente guardado, sino sencillamente "lo que es". Por eso, al alinearnos con lo que es, descubrimos nuestra propia verdad, que es una con Eso. ¿En qué consiste, entonces, la "misión"? Con certeza, no en "algo" que pudiéramos decir o hacer –aunque ambas cosas sean imprescindibles-, sino en la actitud que nos lleva a percibirnos como cauces por los que la Vida se exprese. La paradoja humana consiste en que somos, a la vez, "cauce" y "vida". Vivir conscientemente ese "doble nivel" nos permitirá avanzar en la desidentificación del yo y en la ofrenda a los demás, no-separados de nosotros. A quienes estudiaron el Bachillerato de Humanidades clásicas les suena en latín la rima lapidaria: Parturiunt montes, nascetur ridiculus mus: Están de parto los montes, dan a luz un ridículo ratoncillo (De arte poética, 139).
Pongamos la frase horaciana como título al borrador (Instrumentum laboris) del próximo Sínodo de los obispos (Octubre, 2015), el documento de trabajo publicado el pasado 23 de Junio; recoge (supuestamente) las propuestas de la iglesia universal sobre el Documento Final del Sínodo de 2014, convertido por deseo del Papa Francisco en material de debate (Lineamenta) para el próximo Sínodo de 2015. Pero al Instrumentum laboris recién publicado le cuadra la cita horaciana sobre el parto de los montes (cordillera larguísima, un texto de 146 párrafos farragosos, "más de lo mismo"). Parto difícil para el Cardinal Baldisseri, abierto y de buena voluntad, que ha de condescender con el lenguaje "eclesiástico neo-con" para pagar el precio por unos mínimos del cambio esperado. Un ejemplo: al tratar la integración en la comunidad de los divorciados vueltos a casar civilmente (párrafos 120ss.), insinúa tímidamente repensar "las formas de exclusión actualmente practicadas en el campo litúrgico-pastoral, educativo y caritativo" (121); pero añade, con estilo ambiguo de curia: Manteniéndose firme lo propuesto por la exhortación Familiaris consortio en su número 84". Es decir, que no cambia nada. En el párrafo 123 se atreve a flexibilizar un poco esa exhortación juanpablina, proponiendo "un camino penitencial acompañado por un presbítero designado para ello, que conduzca a la persona interesada a un juicio honesto sobre su propia condición, de tal modo que el presbítero pueda madurar una evaluación con el fin de poder hacer uso de la potestad de ligar y desatar de modo apropiado a la situación". (Esto es lo que desde hace años ya se hace al acompañar pastoralmente a las personas para resolver el problema, ya sea en el foro de la conciencia o en el marco de la conversación en el consultorio o en el sacramento de la reconciliación, sin necesidad de sentirse atados por ningún derecho canónico, trámite episcopal o documento pontificio. Como reza el clásico adagio teológico: Sacramenta propter homines! Pero, como si se asustase el redactor por la mínima apertura que acaba de conceder, añade en el párrafo siguiente la cita de dos documentos (La Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la comunión de los divorciados, 1994; y la Declaración del Consejo Pontificio para los textos legislativos, de 2000); en ellos "se profundiza la reflexión acerca de la situación objetiva de pecado e imputabilidad moral". Pues estamos en las mismas... En los próximos meses, de cara al Sínodo, dedicaremos el tema del blog a comentar y anotar este Instrumentum laboris, a la vez que rezamos por la salud del hermano Francisco con la plegaria tradicional: "Oremus pro Pontifice nostro Francisco. Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in manus inimicorum eius." “La controversia sobre el celibato” después del Vaticano II (12)
(Comentarios a “Sacerdotalis Caelibatus”, de Pablo VI) El celibato y los valores humanos Este apartado pertenece a los “aspectos doctrinales” de la encíclica. Ya vimos los dos primeros: “fundamentos del celibato sacerdotal” (n. 19-34), y “el celibato en la vida de la Iglesia” (n. 35-49). El tercer y último aspecto se refiere al “celibato y los valores humanos” (50-59). “Renunciar al matrimonio por amor” Así se titula el n. 50. Siempre buscando méritos para los célibes. La mentalidad clerical supone que el matrimonio es un camino de rosas, es casi “la puerta amplia y el espacioso camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él”. Los célibes eligen “la puerta estrecha, el angosto camino que lleva a la vida” (Mt 7,13-14; Lc 13,24). Quienes abrazan el celibato, renunciando al matrimonio, son héroes del amor, “han elegido la mejor parte” (Lc 10,42), según ideología clerical. ¿Será la falta de experiencia matrimonial la que lleve a esta conclusión? ¿O el autobombo clerical? “Renunciar al celibato por amor” Soltería y matrimonio suponen renuncia. Un estado y otro tienen ventajas e inconvenientes. La vida sin preocupaciones, sin problema de convivencia, la dedicación libre a sus aficciones, tiene encanto. La prueba está en la feliz soltería de muchos, que no sienten añoranza alguna del matrimonio. Más en la situación actual, donde los problemas domésticos vienen resueltos por la industria y el empleo del hogar. A esas comodidades renuncian quienes se encontraron con el amor de pareja. El amor les llevó a complicarse la vida: aceptar al otro, vivir en compañía, abrirse a los posibles hijos, sostener el hogar… La entrega matrimonial por amor, enriquecida por la fe cristiana, tiene renuncias: a la libertad, a menos tiempo libre, a ciertas aficciones humanas, a la tranquilidad que quita la familia… Eso es renunciar al celibato por amor. Es cierto que tiene recompensas. Pues igual que el celibato tiene las suyas. No hagamos héroes ni a unos ni a otros. El heroísmo puede darse en ambos estados: el casado y el soltero pueden amar como Jesús amaba y hacer sus obras y aún mayores (Jn 14,12). Los dirigentes de la Iglesia creen que sólo “la elección del sagrado celibato, al comprender una serie de severas renuncias que tocan al hombre en lo íntimo, lleva también consigo graves dificultades y problemas, a los que son especialmente sensibles los hombres de hoy. Efectivamente, podría parecer que el celibato no va de acuerdo con el solemne reconocimiento de los valores humanos, hecho por parte de la Iglesia en el reciente concilio, pero una consideración más atenta hace ver que el sacrificio del amor humano, tal corno es vivido en la familia, realizado por el sacerdote por amor de Cristo, es en realidad un homenaje rendido a aquel amor. Todo el mundo reconoce en realidad que la criatura humana ha ofrecido siempre a Dios lo que es digno del que da y del que recibe (n. 50). Tres aspectos discutibles: a) “podría parecer que el celibato no va de acuerdo con el solemne reconocimiento de los valores humanos”. El celibato en general, la soltería, libremente elegida, supone el reconocimiento de la libertad, valor humano fundamental. El celibato obligatorio para el ministerio, tanto de “continencia matrimonial” (al que obligó la Iglesia a obispos y presbíteros desde el siglo IV al XI) como de la soltería o viudez permanentes (actualmente en vigor en la Iglesia católica occidental), creo sinceramente que “no va de acuerdo con los valores humanos”. La ley es la que “no va de acuerdo con los valores humanos” (libertad, derecho a formar familia…), ni evangélicos. No es necesaria, acarrea peligros y muchos sufrimientos, y no lo impuso Jesús ni los Apóstoles. b) “el sacrificio del amor humano, tal corno es vivido en la familia, realizado por el sacerdote por amor de Cristo, es en realidad un homenaje rendido a aquel amor”. Primero habría que decir que nadie puede dar lo que no tiene: si el sacerdote no tiene amor de pareja e hijos, no puede entregarlo, y menos “sacrificarlo” (“hacerlo sagrado”, “sacrum facere”). Decir que esa “entrega sacrificada del amor familiar” es “un homenaje rendido a aquel amor”, me parece de aurora boreal. Entregar lo que no se tiene ni conoce experimentalmente, es imposible. Lo que se entrega es una “idea”, un ente de razón, elaborado al margen de la realidad. La realidad se encarga posteriormente del autoengaño. Cuando es más difícil encauzarla. El amor verdadero es bueno y no debe “sacrificarse”. Es don, al que conviene entregarse y serle fiel, más allá de cualquier ley humana. Bien lo entendió y expresó bellamente el poeta cristiano libanés Khalil Gibran: “Cuando el amor os haga señas, seguidlo, aunque sus caminos son duros y escarpados; y cuando os envuelva en sus alas, doblegaos a él, aunque la espada escondida entre sus plumas pueda heriros; y cuando os hable, creed en él, aunque su voz pueda despedazar vuestros sueños como el viento del norte convierte al jardín en hojarasca. Porque así como el amor os ciñe una corona, así también os clavará en la cruz. Así como es para vuestra maduración, así también lo será para vuestra poda… Todas estas cosas os hará el amor a fin de que podáis conocer los secretos de vuestro corazón, y en ese conocimiento lleguéis a ser un fragmento del corazón de la Vida… Cuando améis, no debéis decir: “Dios está en mi corazón”, sino más bien: “Yo estoy en el corazón de Dios”. Y no creáis que podréis dirigir el curso del amor: porque el amor, si os encuentra dignos, dirige vuestro curso…” (Khalil Gibran 1883-1931). Por supuesto que ese amor puede ser el amor por el Reino de Dios, que llega a solteros y casados. Que cada uno le siga en libertad. Nunca atado a la ley. c) “la criatura humana ha ofrecido siempre a Dios lo que es digno del que da y del que recibe”. Digno de Dios y digno del hombre es todo bien. No puede haber oposición. Dios no es rival del hombre. El fanatismo, hecho intercambio comercial, ha infectado estas “ofrendas”. No es cierta universalmente la afirmación de que “la criatura humana ha ofrecido siempre a Dios lo que es digno del que da y del que recibe”. ¡Cuánta gente “ofrece” sufrimiento innecesario, inhumano, a Dios, que parece aceptarlo a través de quienes se dicen sus presentatantes! Aún se ven rodillas sangrando, pies sufrientes, dinero necesitado…, aceptados y bendecidos, como ofrenda a Dios, pago de su gratuidad. En cristiano no tiene sentido. No creo que el celibato haya que plantearlo en términos de ofrenda o sacrificio. Si uno se siente llamado a vivir en soltería, es porque su corazón es atraído y libremente quiere seguir esa llamada. Mientras esa llamada siga y su corazón libremente quiera hacerle caso, es humano y, por tanto, agradable a Dios. Cuando el celibato se hace represión, amargura, trastorno psíquico, se esconde en el poder tiránico… es inhumano y, por tanto, Dios no lo quiere. El celibato, no la ley, es don de la gracia “Por otra parte, la Iglesia no puede y no debe ignorar que la elección del celibato, si se la hace con humana y cristiana prudencia y con responsabilidad, está presidida por la gracia, la cual no destruye la naturaleza, ni le hace violencia, sino que la eleva y le da capacidad y vigor sobrenaturales. Dios, que ha creado al hombre y lo ha redimido, sabe lo que le puede pedir y le da todo lo que es necesario a fin de que pueda realizar todo lo que su creador y redentor le pide. San Agustín, que había amplía y dolorosamente experimentado en sí mismo la naturaleza del hombre, exclamaba: “Da lo que mandes y manda lo que quieras” (Confes., 1, 29, 40: PL 32, 796)” (n. 51). Lo mismo, quizá con mayor razón, puede decirse del matrimonio: su elección “con humana y cristiana prudencia y con responsabilidad, está presidida por la gracia, la cual no destruye la naturaleza, ni le hace violencia, sino que la eleva y le da capacidad y vigor sobrenaturales”. Su elección secunda más los dones de Dios: la sexualidad, la familia, la comunidad… El celibato es una opción humana posible, cabe en la libertad humana no necesitada de seguir instintivamente las tendencias más corporales. Dios a nadie exige esta opción. Ejemplo que podría seguir la Iglesia, como hizo Jesús y los apóstoles. Suponiendo que Jesús y algunos de sus apóstoles optaran por el celibato, no lo exigieron a nadie para desempeñar servicio alguno a las comunidades. Decir que “Dios pide” el celibato es un disparate. Más bien Dios pide el matrimonio. Es a lo que la “vida” inclina más. La soltería es una opción humana que Dios respeta como fruto de nuestra libertad. No es “elevación, ni capacidad, ni vigor sobrenaturales”. Eso es un invento clerical para apoyar su disciplina marginal. “Dios sabe lo que le puede pedir y le da todo lo que es necesario…”, dice la encíclica para sacralizar la ley celibataria, petición eclesial, no de Dios. Y no tiene reparo en manipular la frase de san Agustín: “da lo que mandes y manda lo que quieras” (Confes. 1, 29, 40: PL 32, 796). Frase de sentido común: la voluntad de Dios es don, que el ser humano acepta; Dios no manda, sino regala, da vida, libertad, justicia, paz. Dios no pide celibato a nadie. Es nuestra libertad, la que elige matrimonio o soltería. Dios bendice uno y otra por ser frutos de nuestra libertad y no dañar nuestra personalidad. Podemos llamarlo “don” de Dios, porque toda realidad es don de quien nos hacer “vivir, movernos y existir” (He 17,28). PD. Agradezco el E-mail recibido desde Chile, con referencia al artículo “Necesitamos “una luz venida del cielo” (He 9, 3) para desatar celibato y ministerio” (19-06-2015). “De: Comunidad Reflexión… ([email protected]) Enviado: martes, 23 de junio de 2015 15:34:47. Para: [email protected] Apreciado Hno. en la Fe, Rufo: Saludos desde Chile! Somos una Comunidad cristiana que edita desde hace 26 años una revista de pensamiento y praxis cristiana: “Reflexión y Liberación”. Entre los fundadores estuvo el obispo don Jorge Hourton y Casiano Floristán… Nuestro Portal de Noticias, hoy publica tu excelente artículo sobre la cuestión del celibato… Por estas tierras latinoamericanas es un tema de alta discusión y no pocas incomprensiones a los que postulamos lo que indicas en tu artículo. Hoy, se fotocopió y se entregó a los estudiantes de la Facultad de Teología de la U. Católica de Santiago. Allí está también nuestro amigo y colega Antonio Bentué. Gracias por tu palabra que alienta e instruye! Un abrazo en la misma Esperanza! María Jesús M. (Directora) José Aldunate, sj / Jaime Escobar” ¿Habrá habido algún gesto similar de “fotocopia y entrega” en España? Muchas de nuestras normas, leyes, usos, derechos “adquiridos”, apegos sociales, comportamientos eclesiales… son ajenos o incluso en contradicción con el evangelio de Jesús. Invito a zarandearlos primero en el clima sincero de la oración y, después, en la plaza pública. No tengamos miedo a lo que el Espíritu nos diga. Nunca nos dirá nada contra Jesús, su Reino y su Iglesia. Al contrario, nos irá iluminando para que podamos entender con mayor amplitud y hondura la verdad (Jn 16, 13). Un abrazo, hermanos de Chile, en el Espíritu de Jesús. No hace falta ser niño para defender los derechos del niño; no hace falta ser hombre para defender los derechos del hombre; no hace falta ser mujer para defender los derechos de la mujer, que son los mismos que los del hombre; no hace falta ser homosexual para defender los derechos del homosexual, que son los mismos que los del hombre y los de la mujer; no hace falta ser pobre para apoyar las políticas y a los políticos que se disponen a combatir la pobreza.
Han tenido que llegar demasiado lejos los abusos de los gobernantes hasta ahora en España, para que la sociedad civil reaccionase a través de formaciones políticas de nuevo cuño pertrechadas de una nueva moral, que en realidad es la moral más antigua, resueltos a atajarlos, a corregirlos y a evitarlos. Porque si idealista es esa persona que piensa en los demás tanto como en sí mismo, no es España, cuna de quijotes y de cristianos que nunca debieran olvidar al prójimo, precisamente el país donde más abundan los idealistas. Lo sé de buena tinta y por experiencia propia, porque yo soy uno de ellos y no conozco a ninguno de mi generación ni de la siguiente. España, además de eso, por mucha solidaridad que se publicite en ciertos estratos sociales y al margen de gestos puntuales, todavía adolece en su conjunto de mucha primariedad en ciertas materias y razonamientos. Tiene destellos de lucidez acerca de “el otro”, como lo prueba ese 85% de los españoles encuestados que respeta la homosexualidad. Pero en general, hasta que no nos golpea la adversidad, hasta que no vivimos en carne propia un contratiempo severo o una ofensa personal… hasta que no llega el momento preciso en que nos vemos personalmente despojados u ofendidos, raro es el que, estando acomodado, se resiente visiblemente de la precariedad ajena y brama por la justicia social. Eso, cuando no nos alegramos del mal ajeno. Y así nos va… Un país que, desde el punto de vista internacional, tiene más fama como territorio poblado por fanfarrones y vividores alternados ahora con millones que viven una vida lamentable, que valor específico como país respetable. Sin embargo, de un tiempo a esta parte los movimientos sociales emergentes convertidos en partidos políticos, responden al reclamo y las llamadas de una multitud de idealistas que aunque yo decía antes que no abundan, empiezo a pensar que estaban escondidos… La libertad es sin duda el bien más preciado del hombre, pero ¿realmente somos libres?... ¿o nuestra conducta está mucho más mediatizada de lo que estamos dispuestos a admitir?... San Pablo, por ejemplo, se expresaba así en una carta a los Romanos: "Verdaderamente mi proceder no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco..." Y añadía: "Querer el bien está en mi mano, pero no el realizarlo"... Llama la atención que Pablo se lamente de su falta de libertad para obrar; que declare que son sus pasiones, y no su voluntad, las que le imponen su ley empujándole a hacer lo que aborrece...
Y es que nuestra cultura se basa en una premisa muy discutible: que somos libres, pero textos como éste nos invitan a relativizar nuestra libertad. Descartes entendía la libertad como el "Dominio del alma sobre el cuerpo y de la voluntad sobre las pasiones"... Ahora bien, ¿actúa con la misma libertad una persona genéticamente dotada de una voluntad de hierro, y otra que apenas posee un atisbo de voluntad y se ve constantemente arrastrada por sus pasiones?... Evidentemente, no. Pero no es nuestra intención hablar aquí de genética, sino del otro factor que coarta nuestra libertad: la alienación. Hay demasiada gente empeñada en que pensemos lo que ellos quieren que pensemos, y que disponen de unos medios de persuasión formidables. Así, las compañías mercantiles nos imponen un estilo de vida basado en el consumo compulsivo, y los demagogos combaten con denuedo cualquier forma de pluralismo para hacerse con el poder. Ambos colonizan nuestra mente y restringen nuestra libertad. Por fortuna, esto tiene un antídoto que se llama educación. Platón decía que "Quien conoce el bien, obra el bien". Aludía a que el mal se presenta siempre, siempre, con apariencia de bien; que es necesario tener el suficiente criterio para discernir entre ambos y poder elegir en libertad. Por tanto, la llave de la libertad es la educación; pero la educación de verdad. Porque una cosa es educar, otra instruir y otra adoctrinar. Me gustaría pensar que educar es abrir nuevos horizontes al alumno para que se entusiasme con ellos; para que se enganche al tema y genere sus propios criterios al respecto; para que se implique en la tarea indelegable de dar sentido a su vida... Según esto, un buen profesor de educación física no es el que logra que sus alumnos corran los cien metros lisos en menos de doce segundos, sino el que les transmite su amor al deporte para que lo practiquen a lo largo de su vida. Del mismo modo, un buen profesor de filosofía es aquel que enfrenta a sus alumnos a las preguntas clave de la existencia, de la esencia de la realidad, de las normas de conducta, de los principios y los valores, del sentido de la vida... Que les incita a desarrollar sus propios juicios sobre las cosas, que les acostumbra a debatir con los demás en busca de la verdad, que les enseña a no aceptar sin crítica nada que les venga del exterior... La filosofía se convierte así en asignatura troncal para vivir con sentido, al igual que la religión planteada como cauce natural para buscarle sentido a nuestra vida en Dios. Claro que si el centro es aconfesional, ese cauce puede consistir en la armonía universal, como en el Hinduismo; o el amor, como en el Cristianismo; o el desprendimiento universal, como en el Budismo; o la sumisión absoluta a Dios, como en el Islam... Como escribía Immanuel Kant en el frontispicio de la Ilustración: "¡Atrévete a pensar! ¡Ten valor de usar tu propia inteligencia!"... Porque sólo así —diríamos nosotros— podrás ser libre... Por desgracia, lo que menos interesa a los que mandan, o los que quieren mandar, es nuestra independencia intelectual... Y así nos va. El domingo pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe.
Éxito en Cafarnaúm Resulta interesante comparar lo ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y milagros despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc 1,21-34). Fracaso en Nazaret Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer. Al contrario, los lleva a la incredulidad. Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe de los demonios» (Mc 3,22). Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les encuentran explicación y se escandalizan de él. Jesús, motivo de escándalo En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te escandaliza... córtatelo, sácatelo»). Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quién es su familia; cuando lo interpreta de forma puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús aunque lo consideran un profeta como otro cualquiera. Asombro e impotencia de Jesús A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros». Nazaret como símbolo Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta». Recorrió después las aldeas del contorno enseñando Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel (1ª lectura), le escuchen o no le escuchen, dejará claro testimonio de que en medio de Israel se encuentra un profeta. Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel como Pablo como Jesús se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena que Dios espera de ellos. Somos humanos, tal vez 'demasiado humanos' como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad, que podemos alcanzar, es algo increíblemente grandiosos y más que suficiente para dar sentido a una vida.
Con este texto concluye Mc una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes oficiales de la religión. Sigue enseñando, pero al pueblo oprimido, que quiere liberarse. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y en adelante se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, pero relatos paralelos se pueden encontrar en Jn y en otros lugares de los mismos sinópticos. Mc no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su "pueblo". Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían corrido, jugado y trabajado con él, sabían perfectamente quién era. Lo encuadraban en una familia, (requisito indispensable en aquella época para ser alguien). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario. ¿De dónde saca todo eso? Jesús vuelve a su pueblo (el texto griego y la Vulgata dicen "patria"). Ni nombra al pueblo ni hace referencia al lugar geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores fijos. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto del sábado. Es Jesús el que, por su cuenta y riesgo, se pone a enseñarles sin que se lo pidan. Mc ya había advertido de la relación de Jesús con sus parientes. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Quedan impresionados, como ya sucediera en la sinagoga de Cafarnaúm. El texto griego no dice: "desconfiaban de él", sino, "se escandalizaban" (exkandalizonto), que indica una postura mucho más radical. No se dignan pronunciar su nombre, se refieren a él despectivamente con el pronombre "ese". Le dicen que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mt corrige el texto de Mc y dice: "hijo del carpintero". Pero Lc va más lejos y dice: "el hijo de José". Estos evangelistas, que copian de Mc, seguramente intentan quitarle al texto toda posible interpretación peyorativa. Para Mc, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación... Fijémonos bien. Ese conocimiento, yo diría excesivo, de Jesús, es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar muy atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas. La religión judía estaba demasiado segura de sí misma como para admitir novedades. Ya se encargaban los jefes religiosos de adoctrinar al pueblo para que no admitiera nada distinto a lo que ellos enseñaban. Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Precisamente por eso, la sabiduría que manifiesta tiene que venir de Dios (profeta) o del diablo (magia). Al hacer Jesús alusión al rechazo del "profeta", está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica de un profeta. Al no aceptarle, están rechazando a Dios mismo. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús fue realmente muy fuerte. Nos queda por aclarar un apunte muy interesante en el relato. Su desconfianza impide que Jesús pueda hacer allí milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: "tu fe te ha curado"; y a Jairo: "basta que tengas fe". La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un milagro. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios y que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el "hacer" como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad disponible en cualquier momento, ha falseado el verdadero rostro de Jesús. El relato de hoy nos está hablando de la humanidad plena de Jesús. Nos está confirmando que es uno de tantos, sin privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta envidado de Dios. También para nosotros sigue siendo difícil descubrir a Dios en aquel, que simplemente se muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: "no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?" Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si alguien se le ocurre decir algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como hienas. Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo niegan. Como no responde a las expectativas, no existe. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos podemos hacer sobre él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo. Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos lo descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada, será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas. El profeta no es el que adivina el porvenir, sino el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección total a la que no podemos llegar nunca. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más "antiprofético" y antievangélico será siempre la persona o la institución instalada. A pesar del rechazo de "muchos" queda siempre la esperanza de que "pocos" sigan abiertos a la enseñanza y a la acción de Jesús. El gran espejismo en que hemos caído en el pasado, fue pensar que "todos" tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta nuestra historia reciente, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por "decreto". La opción por el evangelio seguirá siendo cuestión de minorías. Meditación-contemplación El conocimiento de Jesús nos impide descubrirlo. Todo lo aprendido sobre él, se convierte en prejuicio, que nos impide abrirnos a su significado profundo. Lo que es y significa Jesús, no se puede meter en doctrinas. ............... También las "ideas" que tenemos sobre Dios, impiden la apertura a lo que Él es en realidad. Toda idea sobre Dios es un ídolo, que nos impide acercarnos a Él. Si quieres conocer a Dios, abandona toda "idea" sobre Él. ............... A Dios sólo se llega viviendo su presencia en nosotros. Para llegar a la vivencia tengo que superar el conocimiento. El conocimiento de Dios me ha venido de fuera. La experiencia de Dios me llegará de dentro. La "anécdota" evangélica, a propósito del viaje de Jesús a su pueblo, revela lo que suele ser un funcionamiento frecuente entre las personas que, a su vez, pone de manifiesto la inconsistencia de donde nace.
No es extraño que el ser humano se mueva entre la credulidad ingenua y la desconfianza preventiva. Ambas actitudes denotan falta de libertad interior y de confianza en sí mismo. La credulidad lleva a asumir acríticamente posicionamientos ajenos, que son fácilmente idealizados. Al hacer así, se proyecta en algo o en alguien la seguridad que no halla dentro de sí. Eso explica que, a mayor inseguridad, mayor proyección, credulidad e idealización. La desconfianza apriorística constituye un mecanismo de defensa por el que la persona busca protegerse frente a aquello que pudiera cuestionarla o trata de descalificar a alguien ante quien se sentiría inferior. También aquí parece claro que tanto la protección exagerada como la descalificación del otro esconden miedo a lo diferente o, sencillamente, a lo nuevo, y algún sentimiento oculto de inferioridad. Entre ambas, es la libertad interior la que permite adoptar una postura abierta y, al mismo tiempo, razonablemente crítica, sin caer en idealizaciones infantiles ni en descalificaciones asustadas. La persona adulta es capaz de acoger todo sin perder sus propias referencias internas. Y precisamente porque encuentra apoyo sólido en ella misma tolera posturas diferentes a la propia, con las que no tiene dificultad para convivir. La libertad interior se apoya en el amor a uno mismo y en la humildad. El primero favorece que la persona pueda acogerse y sentirse unificada; la segunda, gracias a la aceptación de su verdad completa, le permite descansar en ella, sin temor y sin orgullo. Tanto la credulidad como la desconfianza se alimentan del miedo. De hecho, el orgullo no es sino la máscara con la que se disfraza el miedo a no ser importante o a quedar por debajo de los demás. Todo ello indica que solo superando esos temores ocultos se puede encontrar la paz y la confianza. Y el camino para lograrlo pasa por la aceptación amorosa de la propia verdad. En la medida en que el yo vaya integrándose, crecerá también la capacidad de trascenderlo. Dejaremos de identificarnos con él para descubrir que nuestra verdadera identidad es una con todos los seres –por lo que carece de sentido cualquier comparación- y ella misma es confianza y seguridad, libertad interior. Como dijera Jesús, el reconocimiento de la verdad de lo que somos nos hace libres (Jn 8,32). Cada vez parece más seguro que el Padrenuestro no reza “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”: ¡como si nosotros fuéramos a darle a Dios lecciones de perdón! En arameo, la misma palabra significa a la vez “culpa” y “deuda monetaria”. Jesús vivió en un mundo agobiado por las deudas y, probablemente, quiso decir: “perdona nuestros pecados, que también nosotros vamos a perdonar a nuestros deudores económicos”. Así lo mantiene la traducción catalana: “perdoneu les nostres culpes així com nosaltres perdonem els nostres deutors”.
Refuerza esa opinión otra parábola que narra Mateo: un deudor a quien se perdona una deuda inmensa (símbolo de nuestra culpa ante Dios), es luego incapaz de perdonar a quien le debe sólo unos pocos dineros: sugiriendo que nuestros créditos económicos son una nonada ante lo que nosotros debemos a Dios. Si las cosas son así, podemos mirar nuestra historia de manera más cristiana. En 1953, Alemania, derrotada en la guerra, se hallaba en grave crisis con una deuda que no podía pagar (38.000 millones de marcos de la época) y amenazada de bancarrota. Los principales acreedores (USA, UK, Francia, Grecia, España e Italia…), en vez de proclamar “que cada cual pague lo que debe”, firmaron el Acuerdo de Londres, que concedía una quita del 62% de la deuda y un calendario de pagos para el resto. Gracias a eso y al plan Marshall, Alemania se rehízo y consiguió el “milagro alemán” (que era también milagro de sus acreedores). Cuesta comprender que hoy, el gobierno alemán, olvide aquella historia aún reciente. La vida da muchas vueltas: ¿qué pasaría si un día (Dios no lo quiera), Alemania vuelve a encontrarse en la situación de la última postguerra? Porque además, el problema griego no se resuelve con que “cada cual pague sus deudas” (o “pacta sunt servanda”, en latín). Cualquier jurista sabe que ese principio tiene mil matices que olvidan quienes apelan a él: deudas odiosas, deudas ilegítimas, contraídas contra el interés de la población… En todo caso, ese principio valdrá cuando el “cada cual” sea un individuo concreto. Pero cuando es un colectivo o un ente abstracto, no puede aplicarse indiscriminadamente. No vale gritar que quien debe pague, si antes no establecemos que pague quien de veras debe. Más aún: Grecia pertenece a la ONU. Según el artículo 55 de la Carta de Naciones Unidas, cada estado tiene el deber de fomentar el pleno empleo, el aumento del nivel de vida y desarrollo económico y social. Según el artículo 103 de esa Carta Magna, en caso de conflicto entre las obligaciones de los miembros de la ONU y obligaciones contraídas por otros acuerdo internacionales, deben permanecer las primeras. ¿En qué manos estamos pues? Si nuestros gobernantes cumplen así sus obligaciones internacionales primarias ¿cómo se atreven a exigir que las cumplan los demás respecto a ellos? Luego nos acusan de “no tener sentido europeo”. Quizá quienes no lo tienen son esos que acusan. Porque a lo mejor lo que tiene la gente es un gran sentido europeo y, por eso, abomina de esta Europa tan lejana de lo mejor de ella misma. En Grecia, España, Portugal…, han pagado la deuda los que menos debían personalmente, y se han escapado de ella los que más debían y más tenían. Grecia tiene sus pecados, sin duda: no tan graves como los de Alemania que llevaron a la segunda guerra mundial. Como tiene su pecado Goldman Sachs, consejera de Grecia (y cuyo delegado para Europa era el señor de Guindos): y no sabemos que esa entidad haya debido pagar nada por enseñar a estafar. Los pueblos (y los seres humanos) somos capaces de lo mejor y lo peor. Nuestras historias tienen páginas admirables y páginas vergonzosas. La pasión del dinero suele sacar lo peor de nosotros. Bueno sería que Alemania recuerde su pasado reciente y no vuelva a sacar lo peor de sí: porque si saca lo mejor y todo lo bueno que tiene, tendremos muchas cosas que admirar y agradecerle. Lo mejor de Alemania es, por ejemplo, que haya sido precisamente una fundación alemana (Hans Böckler) la que ha dado a conocer los siguientes datos sobre Grecia: entre 2008-2012 los ingresos brutos cayeron un 22’6%; los salarios un 27’4% (34’6% los más bajos y sólo 4’8 en el 1% más alto). El decil de hogares más pobres perdió en 5 años el 86’4 de sus ingresos, el decil más rico sólo el 17%… Que pague quien debe, pues. Quienes no somos alemanes y parece que tenemos esas ganas de “¡que paguen ellos, que también tuvimos que pagar nosotros!”, o deseamos dar lecciones y sentirnos superiores, deberíamos preguntarnos si nos parecemos a un personaje de otra parábola de Jesús: el hermano del hijo pródigo, tan cumplidor él, siempre obediente a su padre, a quien recrimina porque “viene este hijo tuyo que ha dilapidado tu fortuna con prostitutas y matas un ternero para celebrarlo; a mí nunca me has hecho un regalo así”… El padre podría haberle dicho: es verdad hijo; pero, a lo que se ve, todas esas buenas obras tuyas no te han servido para tener un corazón bueno sino para tener un corazón duro. Y yo ¿para qué quiero corazones duros? Se lo podría haber dicho pero, como también era hijo suyo, no se lo dijo. Y con ello le regaló aún más que si hubiera matado un ternero cebado. |
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