Puedo garantizar la anécdota porque me la contó su protagonista:un obispo (de cuyo nombre no debo acordarme) a quien Francisco, el actual obispo de Roma, le dijo literalmente en conversación privada: "reza por mí; la derecha eclesial me está despellejando. Me acusan de desacralizar el papado".
Permítaseme preguntar si lo que está haciendo Francisco es desacralizar el papado o más bien cristianizarlo. Hace unos diez siglos, san Bernardo escribió una carta al papa Eugenio III y lo que le pedía en ella viene a ser otra "desacralización" del papado: que se parezca a Pedro y no a Constantino (o al sumo sacerdote judío), y que recuerde que Pedro no necesitó grandes palacios, ni mantos de armiño, ni lujosos medios de transporte para anunciar a Cristo. Por si fuera poco, el nada sospechoso Benedicto XVI declaró poco antes de su renuncia que esa carta de san Bernardo debería ser libro de cabecera para todos los papas. Pedro fue muy apreciado en la iglesia primera, pero el libro de los Hechos de los Apóstoles no da ningún testimonio de que ello se debiera a una sacralización de su persona o de su ministerio: se le quería porque era perseguido y encarcelado, porque tenía intuiciones de líder sobre los nuevos caminos que había de emprender la iglesia primera, quizá también porque era humano y se le podían pedir cuentas cuando daba un paso que algunos timoratos no entendían (como entrar en casa de un pagano), o incluso se le podía reprender públicamente como hizo Pablo... Algo parecido a lo que pedía san Bernardo es lo que intenta Francisco. Pero eso es cristianizar al papado. ¿O acaso habrá que acusar al mismo Jesucristo de "desacralizar" a Dios, por haberse vaciado de su rango divino y haber asumido figura de siervo (Fil, 2,6 ss)? Pues no: más bien hay que decir que un ministerio de Pedro sacralizado no hace más fácil la evangelización, ni más auténtica la fe de los católicos. Sólo sirve para que la curia romana se autosacralice a sí misma bajo la sombra del papa. Tratando de comprender esa desviación cabría decir que brota de lo que suele presentarse como lo más característico, la gran virtud y el gran peligro de lo "católico". Kat-hólico significa universal, pero no en sentido cuantitativo sino cualitativo: significa que ninguna dimensión natural queda fuera de lo cristiano (salvo el pecado que, por muy metido que lo tengamos, es lo más antinatural). Católico deriva del mismo vocablo griego ("holon", en lugar de "pan") de donde procede nuestra palabra holístico puesta hoy tan de moda, y que se refiere a una totalidad, pero en sentido distinto al que pueden evocar palabras como "pan-germanismo" o pan-sexualismo. Por eso se decía antaño que la diferencia entre catolicismo y protestantismo estaba sólo en una "y" (fe y razón, Dios y hombre, Gracia y libertad, vertical y horizontal...). Ésta sería la gran virtud de lo católico. Su gran peligro, de ahí derivado, es que puede contribuir a que nos perdamos en detalles ensombreciendo lo esencial cristiano y creyendo que comulgar en la boca (por ejemplo) es más santo y más piadoso que hacerlo en la mano. Al querer afirmarlo todo, se da el mismo valor a todo y se difumina la tremenda radicalidad cristiana. La reforma de Lutero buscó en realidad una concentración en eso esencial cristiano, que luego algunos tacharon de reducción. Pero también se ha podido tildar a algunas personas y posturas católicas de ser "muy católicas pero muy poco cristianas", terrible aviso que ya lanzó Fernando de los Ríos en 1933. Los shows multitudinarios del papa Wojtila con los gritos de "totus tuus" o "santo súbito" podrían ser tachados de muy católicos pero quizá poco cristianos. Y en fin: no sé si cabe decir que el protestantismo es como el canto gregoriano y el catolicismo como la polifonía barroca (y esto lo escribe un católico admirador del gregoriano). Todos esos entornos de vestimentas especiales (y con sastres especiales), residencias regias, genuflexiones, apelativos de "santo padre", viajes especiales... son en realidad muy secundarios. Cuando se los exagera y se los absolutiza contribuyen a crear una aureola idolátrica en torno al sucesor de aquel pescador de Galilea, llamado Pedro. Jesús no se sirvió de esas auras sagradas para anunciar la paternidad de Dios y el reinado de Dios. Y con el cristianismo se ha abolido la distinción entre lo sagrado y lo profano: porque, según Jesús, lo único sagrado es el ser humano, que está por encima de todos los "sábados" de la historia. De modo que, seguramente, el Maestro repetiría hoy a todo esos monseñores preocupados, sus palabras de antaño: "deja a los muertos que entierren a sus muertos, y ve a anunciar el reinado de la libertad de los hijos de Dios y la fraternidad de los hermanos en Cristo" (Lc 9,60). Así pues: ¿que Francisco está desacralizando el papado? Demos gracias a Dios por ello, porque contribuirá a purificar la fe de los católicos facilitando además el acercamiento de otras iglesias cristianas. Porque, aunque sea cierto que a Dios sólo llegamos a través de mediaciones, eso no significa que debamos sacralizarlas.
1 Comentario
En los tres domingos que quedan vamos a leer todo el capítulo 25 de Mateo (el último, antes del relato de la pasión). Los tres episodios que en él se narran (diez doncellas, los talentos y juicio definitivo) siguen siendo advertencias a su comunidad, con el fin de poner en guardia a los cristianos de las consecuencias esenciales de sus actitudes vitales. Ni Dios ni Jesús tienen que hacer ya nada. La pelota está en nuestro tejado y depende de nosotros que la juguemos bien o mal. En cualquier caso, pitarán el final del partido.
Los textos de estos últimos domingos del año litúrgico nos invitan a velar, a estar preparados. Por fortuna, ya no pensamos en ese Dios vengativo que está al acecho para ver cómo puede cogernos en un renuncio y condenarnos. De ahí la tremenda frase: "Dios te coja confesado", que es un insulto a Dios y a todo el mensaje de Jesús. Dios no nos espera al final del camino para someternos a un juicio. No, Dios está en nosotros todos los instantes de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud. No tiene sentido meter miedo a la gente con este lenguaje: No sabéis el día ni la hora de vuestra muerte. ¡Temblad! Y eso que, en este ciclo (A) nos libramos de los textos apocalípticos, que son todavía mucho más terroríficos. No es la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida, sino al revés, solo aprendiendo a vivir se aprende a morir. Aunque solamente os quedara un segundo de vida, haríais muy mal en pensar en la muerte. Sería mucho más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte no arregla nada; si hay problemas, debemos arreglarlos mientras estamos de pie. La tendencia de la primera comunidad a alegorizar la parábola, nos ha privado de su sentido más profundo. El punto de inflexión de la parábola está en la falta de aceite para que las lámparas puedan estar encendidas. Comparar a Cristo con el esposo y a la Iglesia con la esposa, que ni siquiera se menciona, no tiene apoyo ninguno exegético. Después de un año o más de desposorios, se celebraba la boda, que consistía en conducir a la novia a la casa del novio, donde se celebraba el banquete. Esta ceremonia no tenía ningún carácter religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes iba a casa de la novia para conducirla a su propia casa. En la casa de la novia le esperaban sus amigas, que la acompañarían en el trayecto. Todos estos rituales empezaban a la puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas. La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite. Jesús había dicho: Yo soy la luz del mundo. Y también: vosotros sois la luz del mundo. El ser humano es luz cuando ha desplegado su verdadero ser; es decir, cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su simple animalidad. No es que nuestra condición de animales sea algo malo, al contrario, es la base para alcanzar nuestra plenitud, pero si no vamos más allá cercenamos nuestras posibilidades de humanidad. La primera lectura nos puede ayudar a encontrar el sentido de la parábola. La verdadera Sabiduría es encontrar el sentido de la vida. Dar sentido a la vida es más importante que la vida misma. Ese sentido no viene dado, tenemos que buscarlo. Esa es la tarea más específicamente humana. Nuestra vida puede quedar malograda como tal vida humana. Esa es la advertencia de la parábola. Hay que estar alerta, porque el tiempo pasa. Si estamos dormidos, hay que despertar, porque de lo contrario, perderé la oportunidad de descubrir esa Sabiduría. ¿Cuál es el aceite que arde en la lámpara? Si acertamos con la respuesta a esta pregunta, tenemos resuelto el significado de la parábola. En Mt 7,24-27 se dice: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Y todo aquel que no las pone por obra, se parece al necio... La luz que tiene que arder son las obras. El aceite que alimenta la llama, es el amor. El ser sensato no depende de un conocimiento mayor sino de la plenitud de Vida. Así se entiende que las sensatas no compartan el aceite con las necias. No se trata de egoísmo: es que resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado. La llama no puede ser encendida con aceite comprado. El sentido a toda una vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí, descubierto, reconocido, desplegado, puede considerarse encendido nuestro ser. Ese despliegue constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la primera lectura. Sin esa llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios. Interpretar la parábola en el sentido de que debemos estar preparados para el día de la muerte, es tergiversar el evangelio. El esperar una venida futura de Jesús, es pura mitología que nos lleva a un callejón sin salida. La parábola no hace especial hincapié en el fin, sino en la inutilidad de una espera que no va acompañada de una actitud de amor y de servicio. Las lámparas deben estar encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el último momento, toda la vida transcurrirá carente de sentido. Obsesionados por la "salvación eterna", hemos interpretado esta parábola como una advertencia de preparación para la muerte, o peor aún, para el juicio. Nada más lejos del sentido del relato. Si el aceite es el amor, que hace funcionar la vida cristiana, no podemos pensar en el último día para que tenga sentido. Hay que buscar una interpretación más acorde con el mensaje de Jesús. La venida de Jesús al final de los tiempos, es una imagen escatológica que no podemos tomar al pie de la letra; tiene un significado mucho más profundo. Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo su aceite en una llamarada que sigue iluminándonos. El don total de sí mismo trasformó todo lo humano en divino. Allí culminó su "historia" porque solo permanecerá identificado con Dios, y Dios está fuera del tiempo y del espacio. Los cristianos cayeron en la trampa de entender la segunda venida de Jesús de una manera temporal. Nosotros seguimos esperando esa segunda venida en la que no se hablará de cruz, sino de gloria para todos. No nos gusta cómo terminó Jesús su paso por la tierra. Esta es la causa por la que hemos inventado un futuro a nuestro gusto para él y para nosotros. Nos sentiríamos muy a gusto si volviera lleno de gloria y nos comunicara a los "buenos" esa misma gloria. Esta visión raquítica, la hacemos desde nuestro falso yo, que nunca aceptará el desaparecer, mucho menos consumirse en beneficio de los demás. Si de verdad queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, tenemos que desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total. El aceite solo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio solo porque nos han prometido una "gloria", la cosa no puede funcionar. Estamos completamente equivocados. Meditación-contemplación "Yo soy la luz del mundo". Esto no lo decía Jesús como Dios, sino como ser humano. Su experiencia de Dios, fue su lámpara encendida. Esa misma luz está también en cada uno de nosotros. .................. Dentro de ti debes descubrir el aceite. Si prende, dará luz que alumbrará tus pasos. Esa llama, si es auténtica, no se puede ocultar, sino que alumbrará también a todos los demás. .................. Tú eres la lámpara, el aceite y la luz. Nadie te lo puede prestar, porque es su propia vida. Toda vida se mueve desde dentro. Si se mueve desde fuera, será solo un mecanismo muerto. Así como los evangelios sinópticos hablan de una única subida de Jesús a la Pascua –en la que será entregado y ejecutado-, Juan menciona tres. Tiene cuidado de nombrarlas como "fiestas judías" –es decir, ajenas a su propia comunidad-, siempre dentro de aquel conflicto que mantenían con la autoridad judía.
Lo que parece claro, en todo caso, es que esta actuación de Jesús tuvo mucho que ver con su muerte. De hecho, en el juicio ante el Sumo Sacerdote Caifás, constituirá una de las acusaciones más graves contra él: "Nosotros le hemos oído decir: «Yo derribaré este templo hecho por hombres y en tres días construiré otro no edificado por hombres»" (Mc 14,58). Incluso será un tema que aparezca como insulto dirigido al crucificado: "Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz" (Mt 27,40). La historicidad del relato –que se narra en los cuatro evangelios que han llegado hasta nosotros- parece innegable. Sin embargo, los tres sinópticos lo sitúan al final de la vida de Jesús, mientras que Juan lo coloca prácticamente al inicio mismo de su actividad. Históricamente, parece más acorde con los hechos la primera de esas opciones. En un conflicto –entre Jesús y las autoridades religiosas- que fue in crescendo, el episodio del templo aparece como la gota que colma el vaso, haciendo de detonante que precipita la decisión que habría de acabar en la detención, condena y muerte del maestro de Nazaret. El motivo por el que Juan lo coloca al inicio de su relato parece ser el siguiente: el autor del cuarto evangelio muestra una particular insistencia por subrayar la novedad que Jesús aporta. Por eso, empieza por mostrarlo como el que realiza la nueva alianza (bodas de Caná) y el nuevo culto (episodio del templo y diálogo con la samaritana), asentando con rotundidad la necesidad de "nacer de nuevo" (diálogo con Nicodemo) para poder comprender y vivir su propuesta. Para entender la acción de Jesús hay que verla como un gesto profético, en la línea de los grandes profetas de Israel. Y así es como lo percibieron tanto la autoridad como los testigos que se hallaban presentes. Para aquella tradición, un "gesto profético" es una acción simbólica que busca transmitir, dramatizándolo, un mensaje de hondo calado. En cierto modo, podría decirse que se trata de una "parábola en acción". En esta ocasión, el gran contador de parábolas que era Jesús recurre a la acción para escenificar una parábola más. Por eso, la comprensión adecuada del gesto nos viene dada por la palabra del mismo Jesús: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré". Se refería –añade el autor del evangelio- al templo de su cuerpo. Se trata, lisa y llanamente, de una sustitución: el viejo templo de la religión ha de dejar paso al nuevo templo, la persona de Jesús. Y, por extensión, el ser humano y el conjunto de lo real. La religión –por el propio nivel mítico de consciencia en que aparece- pretende encerrar a Dios en espacios separados (templo) y en fórmulas delimitadas (creencias), bajo la supervisión de una autoridad inapelable (jerarquía). Pero es precisamente esa religión la que constituirá el objeto de la crítica de Jesús. Una lectura desapasionada del evangelio conduce al lector imparcial a una conclusión evidente: Jesús es un crítico de la religión y de la autoridad religiosa, dando lugar, con ello, a un conflicto creciente que acabará con su vida. Posteriormente, la imagen de Jesús sería más o menos "domesticada", hasta convertirlo en un ser sumiso y obediente, primer garante de la propia religión. Con lo que se ha llegado a paradojas graves. En cualquier caso, la postura de Jesús queda magníficamente reflejada en otro texto de este mismo cuarto evangelio. En el diálogo con la samaritana, a la pregunta de esta sobre las discusiones religiosas entre judíos y samaritanos, Jesús responderá: "Créeme, mujer, está llegando la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte [Garizim] ni ir a Jerusalén... Ha llegado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo adoren en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (Jn 4,21-24). Nos acercamos al final del año litúrgico, que terminará el día 30 de noviembre. Como si nos aproximáramos al final de curso y tuviéramos que hacer un examen, la Iglesia quiere que nos preparemos a fondo y con tiempo. Para ello, en estos tres últimos domingos del año (32-34º), se leen tres parábolas que se complementan: las diez muchachas, los talentos, el Juicio Final. Estas parábolas sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, que las añade con un fin muy concreto. El evangelio de Marcos termina la enseñanza de Jesús con el discurso sobre el fin del mundo. Quizá a Mateo le pareció un final demasiado sensacionalista; y añadió estas tres parábolas, que animan a tomarse la vida muy en serio.
Las diez muchachas En tiempos de Jesús, cuando se celebraba una boda, un grupo de muchachas acompañaba al novio a recoger a la novia para acompañarlo a la ceremonia. A partir de este hecho tan trivial crea Jesús la parábola. Nos encontramos ante diez muchachas divididas en dos grupos de cinco: unas necias, que se olvidan del aceite para los candiles; otras sensatas, que llevan aceite de repuesto. Hasta aquí todo es posible. Pero la parábola adquiere de repente un tono irreal, porque quien da el plantón no es la novia, sino el novio, que se retrasa hasta la medianoche. Mientras, las diez se han quedado dormidas. Y los candiles siguen consumiendo aceite. Al llegar el novio, unas pueden reponerlo fácilmente, los otros están casi agotados. Las sensatas no quieren darles aceite, y el novio se niega a admitirlas después de cerrada la puerta. La conclusión de la parábola es desconcertante: "Por tanto, estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora". Es desconcertante, porque ninguna de la diez ha velado, todas se quedaron dormidas. Lo cual significa que la vigilancia, en este caso, equivale a la sensatez de llevarse la provisión de aceite. Pero, ¿qué significa esto en la práctica? Dos interpretaciones posibles La parábola se ha interpretado en dos líneas principales. Una concede especial importancia al aceite, viéndolo como imagen de la fe, del fervor, de las buenas obras. Lo que hace falta es estar preparados espiritualmente. Otra línea no concede una importancia capital al simbolismo del aceite; lo que quiere decir la parábola es que hay que prepararse con antelación, porque entonces será demasiado tarde. Esta segunda línea parece la más exacta, como lo demuestra su traducción al lenguaje moderno. Diez universitarios se acercan al fin de curso. Cinco han estudiado durante todo el año, asistido a las prácticas, tomado apuntes; otros cinco han empalmado movida con movida. En el momento de entrar al examen piden a los primeros que les pasen las respuestas. Cosa a la que los otros se niegan, como es lógico. El examen se prepara con tiempo, no se improvisa ni se copia. La clave de la primera lectura La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, ofrece una perspectiva muy interesante. Se ha elegido porque su tema empalma con el de la sensatez de la cinco muchachas. En esta lectura, la sabiduría no es algo intelectual, un conjunto de conocimientos, sino una persona a la que se ama, se busca y se encuentra, o que se encuentra sentada a nuestra puerta esperándonos. Los primeros cristianos aplicaron esta imagen personalizada de la sabiduría a Jesús, que es la Sabiduría de Dios. Con esto, la parábola adquiere un sentido nuevo. ¿Cómo podemos estar preparados? ¿En qué consiste la vigilancia? En tener ese contacto con Jesús, pensar en Él, hablar con Él, dejarnos encontrar por Él. Para que no nos ocurra lo que dice el novio a las cinco muchachas insensatas: "No os conozco". La amistad con Jesús, la capacidad de diálogo con Él, no se improvisan. Hay que ejercitarlas todos los días para poder disfrutar luego del banquete de bodas. Dentro de los ministerios y carismas existentes en la Iglesia el ministerio ordenado masculino es el más importante y prácticamente el único oficialmente. En sus manos están las principales tareas y responsabilidades de la institución eclesiástica. Su principal función es el culto, entendido éste como lo establece la institución eclesiástica (un acto realizado en un lugar sagrado, por una persona consagrada, mediante ritos preestablecidos por la autoridad eclesiástica).
Por eso al responsable de este ministerio se le llama sacerdote, la persona encargada de lo sagrado. Es el administrador del templo, el lugar donde habita Dios y donde la persona se relaciona con el Dios que desde las alturas viene a encontrarse con la persona que vive en la tierra. Porque es administrador de lo sagrado ha sido consagrado mediante el sacramento del Orden, que imprime carácter, ungido con óleo y llamado a ser célibe y varón, a fin de estar preservado de la impureza del matrimonio y de la relación con la mujer, libre de toda atadura familiar, para dedicarse plenamente a administrar lo sagrado a través de los sacramentos. Este ministerio está sustentado en una imagen teísta de Dios. Dios es un Ser Todopoderoso, que habita en las alturas, que interviene en el devenir del cosmos y de la vida de las personas. Es legislador de una serie de normas y mandamientos que sus seguidores deben cumplir. Es Juez del comportamiento de los seres humanos, premiador de los buenos con el cielo para toda la eternidad, y castigador de los malos con la pena del infierno. A su servicio está el sacerdote, quien acerca a ese Dios a las personas y lo hace presente en la tierra. Esta es la imagen del sacerdote en la institución eclesiástica vigente desde hace siglos, y que permanece hoy en día en las Iglesias cristianas, tanto católica como reformada. ¿Pero es todo esto razonable para la modernidad? La imagen teísta de Dios, sobre la que se sustenta el ministerio ordenado, es hoy inaceptable. Leyendo su último libro en castellano sobre el cristianismo y su futuro el obispo anglicano J. Sh. Spong se expresa así sobre el sacerdocio: "Este poder sacerdotal nació por esa declaración única pero primitiva de que la persona santa designada puede de alguna manera ponerse en medio entre el Dios teísta de arriba y la vida frágil de un ser humano abajo. El papel del sacerdote afirmó la habilidad y el derecho de interpretar los caminos de Dios para la vida humana. Como persona santa designada para ello, explicaba el significado de la enfermedad y el mensaje encontrado en las fuerzas de la naturaleza, cosas ambas que eran tenidas como expresiones de la voluntad divina. Para proteger a las personas de los peligros inherentes en esos momentos difíciles de la vida, el sacerdote ayudaba a las personas a conocer la voluntad de Dios para que no ofendieran la sensibilidad divina y corrieran el riesgo de una tragedia por alguna de estas causas. El sacerdote ganó el poder de decidir cómo se veneraba a Dios correctamente y lo que Él requería de las personas en términos de comportamiento ético. En una época creyente, la gente aceptó esta situación con increíble sumisión. A medida que el poder de la persona divina profesional crecía, se empezó a suponer que el sacerdote también tenía la capacidad de perdonar pecados y dar bendiciones... En el apogeo de este poder sacerdotal, se hicieron afirmaciones de que la única manera que un Dios teísta pudiera operar era a través de los sacramentos autorizados por la Iglesia establecida... El Dios Padre celestial era representado por la figura paterna del ministro ordenado. El teísmo estaba encarnado en el sacerdocio masculino... Hoy en día, esa superestructura de privilegio eclesiástico se está tambaleando ante nuestros ojos. Su caída es inevitable, ya que fue construida sobre la noción teísta que en nuestra generación ha sido erosionada al punto de su desaparición... Esta realidad ha producido una gran crisis contemporánea en la identidad sacerdotal, la cual se ha contagiado de los sacerdotes católicos a los pastores protestantes" (p. 182-183). He aquí una causa importante, entre otras más sin duda, de la llamada "crisis de vocaciones" en la Iglesia. Se trata de la crisis del ministerio sacerdotal, de la figura del sacerdote, como consecuencia de la decadencia de la visión teísta de Dios. No se trata de que la juventud debe tener una mayor entrega para aceptar la llamada vocacional al sacerdocio tal como existe en la actualidad. Habrá que pensar en otra función del ministerio presbiteral, no necesariamente consagrado, ni dedicado principalmente al culto sagrado. El presbítero como laico, a ejemplo de Jesús de Nazaret, no sacerdote, no necesariamente masculino y célibe, animador de la fe de la comunidad creyente, impulsor de la vida de la comunidad, anunciador (profeta) del Reino de Dios, en cuanto consecución de una vida digna y justa para todas las personas y denunciando todas aquellas situaciones injustas que impiden que la dignidad de la vida llegue a todos por igual. Un ministerio esencialmente humanitario, dedicado a la consecución de la plena realización del ser, de la vida y del amor de todas las personas y del universo. "Lo que impulsa todos estos cambios es el reconocimiento de que el Dios teísta del pasado está muriendo y, con esta muerte, la manera como los seres humanos se relacionan con esa deidad sobrenatural, invasiva y transcendente está decayendo. Si no se hacen cambios en la forma de dar culto, la devoción dedicada a un Dios teísta terminará. Si la Iglesia no encuentra otra misión que la de indicar a la gente que un Dios externo está allá arriba, las iglesias desaparecerán finalmente de nuestros paisajes" (J.Sh Spong,op.cit. p.185). No se trata por lo tanto de insistir únicamente en la necesidad de que surjan vocaciones para realizar el ministerio sacerdotal, apelando a la entrega y promoviendo la imagen teísta de Dios, Ser Todopoderoso que vive en las alturas, sino de dar a conocer a un Dios, Fundamento del Ser, fuente de la Vida y del Amor, presente en el cosmos y en la profundidad del ser humano. Y consecuentemente revisar la tarea del ministerio presbiteral, como responsable de la comunidad y portavoz del Reino de Dios en el mundo, para conseguir la plena humanización en la sociedad y el pleno respeto al cosmos. *John Shelby Spong. Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir. Editorial Abya Yala. Quito. Ecuador, 2014. Los estados europeos, EE.UU. y Canadá están que hierven a causa del virus ébola, detectado por primera vez el año 1976 en la aldea Yambuku de la RDC (República Democrática del Congo), que está situada cerca del río Ébola, que da nombre al virus.
En 2007 se registraron 264 casos en RDC con 187 muertos. Pero el actual rebrote en Liberia, Sierra Leona y Guinea Conakry con 4.447 muertos, y 8.914 casos confirmados y una previsión de que a principios de diciembre podría haber entre 5.000 y 10.000 nuevos casos por semana, a los países occidentales se les han puesto los pelos de punta. Sin embargo, se pasaron años y lo siguen haciendo ahora, solo acordándose de África para explotarla, esquilmarla y en el mejor de los casos, ignorarla y no ver que muchos miles de personas (hombres, y sobre todo mujeres y niños) mueren cada día de hambre en África. Los países occidentales no nos queremos enterar de que los países ricos, incluidos, además de Europa, también rusos, chinos, japoneses, emiratos árabes, Japón, EE. UU., Canadá... estamos comprando millones de hectáreas de tierra en África para producir materias primas, como el coltán para nuestros móviles y ordenadores, o alimentos para nosotros, dejándolos a ellos sin tierra y en la más absoluta miseria. La empresa española AGROGEBA compró en 2010 al gobierno de Guinea Bissau 6.000 hectáreas de tierra para cultivar arroz, dejando sin tierra a 600 agricultores, pagando solo 3 € al día a algunos nativos a los que dio trabajo. Los diamantes de Sierra Leona que explotamos los países ricos para los ricos, con mano de obra esclava, son diamantes de sangre para quienes los extraen. Más les valdría no tenerlos. Queremos que los africanos y sus gobiernos a los que sobornan nuestras multinacionales, nos abran sus puertas para entrar nosotros y hacernos con sus riquezas, pero luego una vez que los hemos empobrecido, les cerramos las nuestras con vallas, concertinas, cuchillas y a veces a palos, para que no entren a nuestros países. Veamos la muy crítica situación en que están los tres países más afectados por el ébola, comparados con España: Esperanza de vidaMédicos x 100.000 hab.PIB por habitanteGuinea54,510990 $Liberia57,31,4506 $Sierra Leona48,11,6769 $España82,4450,831.400 $De la situación tan horrible de estos tres países y otros muchos tan pobres como ellos de África, los gobiernos y los Organismos Internacionales (ONU, OMS, UNESCO, ETC.) no se acuerdan para nada, ni hacen nada para resolverla. Sacan algún comunicado de vez en cuando, les mandan a veces cuatro perras, o les venden armas si hay ocasión. Pero las multinacionales sí se acuerdan bien, cada día más, para quitarles sus tierras, explotar sus materias primas, y aprovechar su mano de obra esclava, incluidos niños. Se acuerdan un poco más las ONGS, muchos de cuyos miembros incluso pierden su vida por ayudarles, pero deberían denunciar con mucha más contundencia a los países ricos y sus multinacionales, abrir los ojos a los oprimidos por ellas y sus gobiernos, tanto los de aquí como los de allí, comprados por las multinacionales para que les dejen actuar a sus anchas, incluso poniendo la policía al servicio de ellas, o contratando sicarios para amedrentar a las Comunidades y actuar impunemente. Pero ahora, con el contagioso ébola a la puerta de casa, vaya si nos acordamos de los africanos, y mandamos algo de dinero (España tan solo 500.000 €, bastante menos que lo que gastó en el desfile y la recepción del día 6 de octubre, cosas que para nada sirven) porque queremos que el virus no salga de allí para que no nos pille a nosotros. En esos tres países, hay miles de muertos todos los años por hambre, malaria y tuberculosis, pero como aquí no llegan, de nada nos preocupa. Por tanto, los países ricos, desarrollados a costa de los países pobres, ¡qué hipócritas, indecentes y egoístas somos! Cuando pase esta mala racha nos olvidaremos de África, un continente inmensamente rico lleno de pobres empobrecidos, del que solo nos acodaremos para seguir quitándole sus tierras y explotando sus muchas materias primas. Un mundo tan lleno de injusticia no tiene futuro. Tenemos que luchar todos por cambiarlo. El odium theologicum es el término que se emplea para referirse al odio en materias teológicas o de creencias. Los hombres se odian por diferentes motivos. Tenemos la triste historia de la humanidad para constatar este hecho. Curiosamente, el "odio" no es visto con buenos ojos, en general, y tratamos de disimularlo de diferentes maneras. Pero lo cierto es que el odio es sencillamente el desprecioa una persona.
Pues bien, el término <<odium theologicum>> apunta a ese desprecio hacia personas que entienden la fe o las doctrinas de distinta manera a la que normalmente se espera. A lo largo de los siglos, muchos cristianos han sido víctimas de ese odio "santo" de parte de otros cristianos. Desde el siglo IV se impuso la idea de que los contenidos de la fe cristiana sólo podían tener una interpretación. La que establecían los Concilios. Cualquier disidente de esa interpretación debía ser reducido al silencio. Conocemos de sobra la historia de la Inquisición, máximo exponente de ese "odio teológico". Pero no se dio únicamente en las filas católicas, sino también en las protestantes. Miguel Servet fue quemado vivo en la ciudad de Ginebra, centro del protestantismo, por no estar de acuerdo con la doctrina de la Trinidad. Estos casos son muy conocidos y siempre pensaremos que fue el error de "otra época". La verdad es que el odium theologicum persiste hoy en las filas del cristianismo. El ambiente social ha cambiado y en occidente ya no se ejecuta a nadie por motivos de conciencia. ¿Significa que se ha superado esa etapa de odio teológico? En realidad no. Desde el momento que se establece una "ortodoxia" que se considera como la única verdadera, se levanta a la vez la necesidad de combatir a los oponentes o disidentes. A imitación del siglo IV, esa "ortodoxia" establece quién es y quién no es cristiano. Todo aquel que acepta lo establecido por esa "autoridad" es bienvenido. Se le adoctrina enunos determinados contenidos y una vez para siempre. No se suele explicar cómo surgieron esos contenidos, y si se hace, es con la negación al derecho del pensamiento crítico. La autoridad autoproclamada, convence a los seguidores, que le ha sido otorgada por derecho divino. Así que ir contra esa ortodoxia es negar a Dios, que en el contexto creyente es el peor de los crímenes. Pero el cristianismo no ha tenido nunca una sola interpretación. Ha habido maneras de pensar mayoritarias, que se impusieron por la fuerza. Por supuesto que había y hay creyentes que creen en esas doctrinas de manera libre y por el uso de su libre examen. No obstante, también hay otros cristianos que por su propio examen han llegado a otras conclusiones. Con el deseo de ser fiel a Dios llegaron a la conclusión de que debían cambiar su pensamiento. Lo ideal sería que se dialogara, se respetaran las diferentes expresiones, buscando siempre acercarse al espíritu de Jesús, que no condenó a nadie por motivo de doctrinas. Hasta alabó la fe de un centurión romano pagano, porque su amor por su siervo le llevó a buscar la ayuda de Jesús. Parece que el Maestro daba prioridad a otras cosas. El Odio teológico es sutil. Los demás odios son evidentes, y podemos detectar la miseria de carácter de quien viva de esa manera. Podemos detectar causas psicológicas, biográficas, o de otro tipo. En general, los psicólogos u otros consejeros tratan de librar a las personas de ese sentimiento o estado destructor. Pero el Odio teológico se expresa como "fidelidad al Señor". Defiende lo que se considera sagrado contra lo que se interpreta como amenazante. Se presenta pues, como una "virtud" ya que combate el error doctrinal. Debido a que se entiende la fe como el asentimiento a una serie de dogmas, el que los niegue está atentando contra Dios. O sea es lo que se ha llamado: un hereje. Bien es sabido que el hereje no tiene derechos, es el peor de los hombres, desde la perspectiva de la fe ortodoxa. Un pagano, una persona de otra religión, o un ateo, ignoran la verdadera fe. Por lo tanto todavía la puede conocer. Un hereje <<niega>> esa fe considerada única y verdadera. Hoy no vivimos en los tiempos de las hogueras. Pero al que es considerado "hereje" se le condena a la "muerte social" o "muerte eclesial". Cuando uno pertenece a una comunidad de fe entendida de esa manera, no tiene el derecho a pensar por sí mismo. Ya le dicen lo que tiene que decir y pensar. Si por el uso del Libre Examen esa persona llega a otras conclusiones, las consecuencias pueden ser terribles. Si antes fue apreciado ahora es despreciado en nombre de la Sana Doctrina, es decir de Dios mismo, ya que en la ortodoxia no se hace diferencia entre el discurso sobre Dios y Dios mismo. Aunque es paradójico cuanto menos, saber que existen varias ortodoxias que no sólo no coinciden entre sí sino que se han combatido las unas a las otras a lo largo de los siglos. Esa persona pasará a ser alguien peligroso. Hay que excluirle. No tiene derechos. No importa que se siga considerando cristiano. No es uno de los "que van con nosotros". Aquellas amistades que creía tener desaparecen, y a veces hasta tiene repercusiones en la propia familia. Pasa a ser simplemente....nada. El Odium theologicum tiene un poder asombroso ya que se disfraza de virtud y en su nombre cualquier cosa se puede hacer o decir del considerado hereje. La comunidad de fe debería ser un lugar donde se fomentara el derecho al libre examen. Un lugar para compartir, dialogar e incluso debatir, en un esfuerzo por discernir la voz de Jesús. Una comunidad que sabe la diferencia entre Fe y Creencia. La fe es la confianza en Dios, en Jesús, como respuesta a un encuentro en lo más profundo de la vida. "El justo por la fe vivirá", es decir por lo que confía. Las creencias son elaboraciones para explicar esas experiencias. Y se hacen según los criterios culturales de cada época y lugar. Las doctrinas no son inamovibles. Se pueden corregir, mejorar, reelaborar según los avances de las ciencias bíblicas y seculares. Cuando a Jesús le hablaron de uno que usaba su nombre " pero no sigue con nosotros", el Maestro contestó: " No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es" (Lc 9, 50). En los debates habría que averiguar si realmente el llamado "hereje" va en contra de Jesús o no. Quizás tenga otra forma de entender las doctrinas. Jesús fue acusado de hereje, por "modificar" la teología del judaísmo de su tiempo. En realidad lo que Cristo hizo fue predicar y practicar la Doctrina que Sana. (No la Sana Doctrina). Su "doctrina" era su manera de ser, sus gestos, sus enseñanzas, que incluía a todo aquel necesitado de amor, de compasión, de sentido. El Odium Theologicum es simplemente odio. No es fidelidad a Dios, sino a las propias creencias. Necesitamos comprender que ahora vemos las cosas imperfectamente como decía Pablo. (1ª Co 13,12). Y que lo firme, lo que permanece, es el amor. Parafraseando las palabras de Sebastian Castelio diremos: "despreciar a una persona por defender la sana doctrina, no es defender la sana doctrina, solamente es despreciar a una persona". La superación del miedo separa al hombre nuevo del antiguo. Trascender el temor a la enfermedad y a la llamada muerte, inaugura una nueva etapa en la evolución humana. Nuestro verdadero adversario es nuestro propio y paralizante miedo, no el último virus que se propaga con más o menos terquedad.
Ocurrió el pasado sábado. Un joven nigeriano venía de Estambul y llevaba unas bolas de cocaína en el estómago. Una de ellas quiso abrirse en el trayecto. Cuando llegó a Barajas se desplomó. Nadie le atendió por miedo a que tuviera el ébola. Estuvo tendido en el suelo de la T1 durante cincuenta minutos tras la caída. Murió en la camilla que le trasladaba finalmente al hospital. Ganado por el miedo, el humano puede olvidar al hermano y dejarlo desangrar a su vera. La humanidad está perdida en los brazos del miedo. Bajo su control no somos nada, bajo su gobierno podemos llegar a perder hasta nuestra dignidad. Contra la pandemia del miedo no bastan los trajes de astronautas de usar y tirar, los miles y miles de guantes de latex que cada día fabricamos. Contra el terror instalado en las entrañas del ser humano sin valores superiores a los que asirse, sin destino trascendente en el que proyectarse, quizás sea necesario probar la vacuna de la fe. La imagen de ese hombre de color desangrándose en el frío mármol del aeropuerto, sin que nadie le socorriera, representa una triste instantánea de nuestros días, una lacerante imagen de lo que constituye, en una importante medida, nuestra civilización materialista. Recurrimos a todo tipo de profesionales con el deseo de imprimir seguridad a nuestros días, pero ninguno de ellos nos la puede proporcionar. Agotadas todas las puertas a las que llamar, quizás convenga probar la de la fe, que no nos proveerá otro profesional, sino que por naturaleza albergamos en nuestro interior. No precisamente la fe en "diosito bueno", sino la fe, la confianza en la ley, la certeza de que si nos prodigamos en servicio y amor al prójimo no tendremos absolutamente nada por lo que temer. No estamos hablando de una fe ciega, sino científica en el sentido de que nada puede impedir que se cumpla la ley o de siembra y cosecha. No estamos hablando de ponernos a recitar de nuevo los salmos a un Dios tan protector como justiciero, nos referimos a clavarnos en la íntima seguridad de que nunca estamos solos; sobre todo si nos acercamos al desvalido, al necesitado, al hermano de color que yace en el frío mármol de un aeropuerto. Desde el momento que nos implicamos en la corriente de entrega y donación, somos superiormente asistidos. No hay seguro que se pueda comparar al de enfilar nuestra vida en la vía del altruismo. El ser humano debiera explorar que la seguridad y la paz no las va a alcanzar firmando pólizas o planes de pensiones con aseguradoras, sino volcándose en el cuidado y amor a sus semejantes; que nuestra salud no se va a garantizar alejándonos de los hermanos de color, que creemos que pueden portar el terrorífico virus, sino más al contrario, acogiéndolos y uniendo su destino y el nuestro. Siempre hay algo que nos inquieta. Quizás es llegada la hora de que nos convenzamos de que esta civilización materialista que va privando al hombre de su humanidad y a la vida de su magia y trascendencia, no puede dar real respuesta a ninguno de los grandes problemas que nos atenazan. Para cuando llegó el ébola, ya estábamos cargados de miedos. La nueva enfermedad vino a colmar esos temores. ¿Era el bichito el problema o lo eran nuestros terrores siempre dispuestos a prodigarse y multiplicarse? El miedo es la consecuencia más evidente del alejamiento del humano de su condición trascendente. Si creemos y nos entregamos al Dios Amor nada nos puede pasar, entre otras cosas porque la muerte no representa nada, apenas un cambio de vestiduras y escenario en el recorrido de nuestra alma. Superar el terror a la enfermedad y la muerte es la prueba iniciática que tiene pendiente nuestra civilización actual. Para que ningún hermano, de ningún color yazca desangrado en ningún aeropuerto, para que nuestra manos se posen en la frente ardiente, para que las camillas acudan raudas y nadie sea abandonado/a a su suerte por temor al contagio... Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es siempre infinita. Para Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces el marcar las diferencias entre unos y otros? La fiesta de "Todos los Santos", entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene mucho sentido. Por eso le he cambiado el título y he puesto: "Todos santos"; aunque también podía haber puesto "Todos pecadores" y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.
Sipor santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habrían acabado sus posibilidades de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Es una realidad que permanece siempre intacta. Descubrir, vivir y manifestar ese verdadero ser, es lo que podríamos llamar santidad. Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la más torpe inhumanidad. La plenitud de lo humano solo se alcanza en lo divino, que ya está en nosotros. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta de lo humano. El verdadero santo no es el perfecto. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la "santidad". Aspirad solo a ser cada día más humanos, desplegando el amor que Dios ha derramado en vuestro ser. Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, ya hemos caído en la trampa del ideal de perfección griega, que durante siglos se nos ha vendido como cristiana. Cuando un joven le dice a Jesús: "Maestro bueno". Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo? Todos somos santos, porque nuestro verdadero ser es lo que hay de Dios en nosotros; aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios. La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales, no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: "Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios". Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa. Debemos tener mucho cuidado a la hora de hablar de los santos como "intercesores". Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son "recomendados", estamos ridiculizando a Dios. En Jn 16,26-27, dice Jesús: "no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama". Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos o por recomendación de uno que lo es, sino porque Él es amor. Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden ayudarnos a descubrirlo, y por lo tanto pueden acercarnos a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más nosotros. No solo valdría para los que conviven con ellos, sino para todos los que después de su muerte, tuvieran noticia de su vida y milagros. Sería el camino más fácil para que creciera el número de los "conscientes". Debemos tener cuidado con la "comunión de los santos". No se trata de unos "dones" o unas "gracias" que ellos han merecido y que nos ceden a nosotros. Es ridículo cuantificar y almacenar los bienes espirituales. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y nunca se puede merecer. "Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer". Ahora bien, en el momento que se tiene conciencia de la unidad, se comprende que todo lo que hace uno repercute en el todo. La doctrina de Pablo es esclarecedora: "Todos formamos un solo cuerpo". En esta fiesta celebramos la bondad, se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. Desde esta perspectiva, la vida merece siempre la pena. Porque esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como hay en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son, y se conforman con vegetar como las plantas o quedarse en lo sensorial como los animales. Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del "santo". ¿Quién es dichoso? ¿Quién es bienaventurado? Felicitar a uno porque es pobre, porque llora, porque pasa hambre, porque es perseguido, sería un sarcasmo para el común mortal. Sobre todo si le engañamos con la promesa de que lo serán más allá. Haber reservado la palabra "bienaventurado" para los que han muerto, es una manipulación del evangelio inaceptable. Aquí abajo el dichoso es el rico, el poderoso, el que puede consumir de todo sin dar un palo al agua. Esa escala de valores queda trastocada por el evangelio. Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: "Tú piensas como los hombres, no como Dios". Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir el sentido de las bienaventuranzas. Solo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podré darme cuenta del verdadero valor. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo para ella. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor de Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora. Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás. Buscar la salvación en las seguridades terrenas, es la mejor prueba de que no se ha descubierto el amor de Dios. Aún en las peores circunstancias imaginables, las posibilidades de ser nadie puede quitártelas En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los "santos" canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubrieron la marca de lo divino en ellos, que les empuja a mayor humanidad. No se trata de celebrar los méritos de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios. Los protagonistas de las tres lecturas (hoy tendré también en cuenta la segunda) son las personas que deberían estar al servicio de la comunidad. Unos se portan mal con Dios y con el prójimo; Pablo se entrega por completo a sus cristianos.
El mal ejemplo de los sacerdotes (1ª lectura) La primera lectura nos traslada a Judá en el siglo IV a.C. Por entonces, los judíos están sometidos al imperio persa. No tienen rey, sólo un gobernador, y los sacerdotes gozan cada vez de mayor poder y autoridad. Pero no lo ejercen como correspondería. Contra ellos se alza este profeta anónimo (Malaquías no es nombre propio sino título; significa "mi mensajero"). Las acusaciones que hace a los sacerdotes son muy duras, pero parecen muy genéricas: no dar gloria a Dios, no obedecerle, no guardar sus caminos, hacer tropezar a muchos. Si la liturgia no hubiese mutilado el texto, quedarían claras algunas de las cosas con las que los sacerdotes desprecian a Dios: ofreciendo sobre el altar pan manchado, animales ciegos, cojos, enfermos o incluso robados. En definitiva, no dan importancia al altar ni a lo que se ofrece a Dios. El mal ejemplo de los escribas y fariseos (evangelio) En los domingos anteriores leíamos diversos enfrentamientos de grupos religiosos judíos con Jesús. Ahora le toca a él contraatacar. Y lo hace con un discurso muy extenso, del que hoy sólo se lee la primera parte, dirigido contra los escribas y fariseos, los principales representantes religiosos de los judíos después del año 70 (cuando los romanos incendiaron el templo de Jerusalén, los sacerdotes pasaron a segundo plano porque no podían ejercer su función cultual). Los escribas eran los especialistas en la Ley de Moisés, algo así como nuestros canonistas y moralistas. Los fariseos eran los seglares piadosos, que se esforzaban sobre todo por cumplir las normas de pureza y por pagar el diezmo incluso de lo más pequeño. Ni buen ejemplo ni buena enseñanza El discurso comienza con una afirmación llena de ironía. Aparentemente distingue entre lo que dicen y lo que hacen. Lo que dicen es bueno, lo que hacen... es que no hacen nada. Sin embargo, esta afirmación hay que matizarla teniendo en cuenta el resto del evangelio. Entonces se advierte que Jesús no está de acuerdo con la enseñanza de escribas y fariseos, porque en otras ocasiones ha mostrado su desacuerdo con ellos, e incluso ha puesto en guardia a los discípulos contra su doctrina («la levadura de los escribas y fariseos»). Así lo demuestra la referencia a su enseñanza: toda ella se resume en agobiar a la gente con cargas pesadas, que ellos no se molestan en empujar ni con el dedo. Por consiguiente, la única forma adecuada de interpretar las palabras iniciales es la ironía. Jesús está en desacuerdo con la conducta de escribas y fariseos, y también con su enseñanza. Filacterias y alzacuellos, borlas y colorines El discurso sigue con el mismo enfoque irónico. Después de afirmar que «no hacen», dice que hacen muchas cosas, pero todas para llamar la atención. Y se detiene en algo a lo que Jesús daba mucha importancia: la forma de vestir. Las filacterias eran pequeñas cajas forradas de pergamino o de piel negra de vaca que contienen tiras de pergamino en las que están escritos cuatro textos bíblicos (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16; Ex 13,2-10). Desde los trece años, durante la oración de la mañana en los días laborables, el israelita varón se ponía una sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo, pronunciando estas palabras: «Bendito seas, Yahvé, Dios, Rey del Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado llevar tus filacterias». Mateo alude a una costumbre de los judíos beatos, que llevaban las filacterias todo el día y agrandaban las borlas para hacerlas más visibles. El origen de las borlas se remonta a Nm 15,38s: «Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de vuestros vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir». Los judíos beatos agrandaban esas borlas para llamar la atención. Escribas y fariseos caen en estos defectos, a los que se añaden otros detalles de presunción. Ni rabí, ni monseñor, ni padre Mateo, que no quiere limitarse a ironizar, sino que desea evitar los mismos peligros en la comunidad cristiana, termina esta parte introductoria exhortando a evitar todo título honorífico: maestro, padre, consejero. En su opinión, no se trata de una cuestión secundaria: el uso de estos títulos equivale a introducir diferencias dentro de la comunidad, olvidando que todos somos iguales: todos hermanos, todos hijos del mismo Padre. Más aún, esos títulos significan desposeer a Dios y al Mesías de la dignidad exclusiva que les pertenece, para atribuírsela a simples hombres. Por eso, frente al deseo de aparentar de escribas y fariseos, el principio que debe regir entre los cristianos es que «el más grande de vosotros será servidor vuestro». Y el que no esté dispuesto a aceptarlo, que se atenga a las consecuencias: «A quien se eleva, lo abajarán, y a quien se abaja, lo elevarán». Una anécdota que viene a cuento Me contaban hace poco que un compañero fue a visitar a un cardenal. Cometió el tremendo error de llamarle "Excelencia" (título de un obispo) en vez de "Eminencia". Al interesado se le mudó la cara ante tamaña ofensa. Y mi compañero no consiguió lo que pedía. El buen ejemplo de Pablo (2ª lectura) Por pura casualidad, y sin que sirva de precedente, la segunda lectura de hoy se puede relacionar con las otras dos. Frente al mal ejemplo de desinterés, autoritarismo, vanidad y presunción, Pablo ofrece un ejemplo de entrega absoluta a los cristianos de Tesalónica, como una madre, trabajando día y noche para no resultarles gravoso. |
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