Acaba de celebrarse en Roma el Congreso teológico internacional organizado a los cincuenta años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El Congreso lleva por nombre "Las teólogas releen el Vaticano II: asumir una historia, preparar el futuro". Por tanto, sus protagonistas son mujeres; mujeres teólogas, religiosas y laicas, que se han reunido para repensar los valores de un Concilio que muchos quieren dar por muerto. "Las mujeres en el Concilio no fueron invitadas por casualidad", afirman sus organizadoras.
Tenemos que remontarnos hasta León XIII y a su encíclica Rerum novarum (1891) para encontrar antecedentes liberadores de una Iglesia institucional que vuelve su mirada a la realidad humana. Aquella encíclica fue muy importante en la doctrina social de la iglesia católica porque en ella se reconoce la situación de miseria en la que vivían muchos trabajadores como resultado del afán de enriquecimiento de aquél liberalismo capitalista, sin regulación legal alguna, que propiciaba la alienación del trabajador. Entre sus innovaciones recogía una alternativa pactista de que tanto empresarios como trabajadores deberían llegar a un acuerdo entre ellos. Además planteó la intervención del Estado para atenuar las situaciones de injusticia social e incidir en el reparto de la riqueza. Defendió el derecho a la sindicación, las condiciones de trabajo decentes y una remuneración digna. Pero se quedó "ahí" igual que la encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI, cuando se refiere al pecado estructural que evidencia la economía neoliberal y la globalización financiera. Del espíritu de aquella encíclica de finales del siglo XIX salió la Democracia Cristiana (1942), fundada, entre otros, por Alcide De Gasperi, uno de los padres de la mejor Europa construida hasta la fecha. En 1931 aparece la Cuadragesimo anno ("Cuarenta años después"), otra encíclica que reclama una mayor protección de los derechos de los trabajadores, criticando al capitalismo y al comunismo pero intentando Pío XI una vía intermedia mucho antes de la propuesta socialdemócrata de Anthony Giddens. Habría que esperar a la segunda mitad de siglo XX para que el Concilio Vaticano II se convirtiera en una revolución ética y cristiana al declarar una nueva apertura al mundo moderno, a las demás confesiones cristianas y no cristianas y a todas las personas de buena voluntad por encima de su credo político, filosófico o religioso. Fue el momento de madurez en el cual la Iglesia oficial en pleno se compromete con las modernas cuestiones sociales desde un renovado esfuerzo del mundo católico para mantener vivo el diálogo con la filosofía moderna. Aquél concilio ecuménico supuso un Pentecostés para la Iglesia católica al decantarse por la justicia -el ethos de este Concilio- desde la opción preferencial a favor de los pobres. El Evangelio ahora puede verse con claridad como el camino de liberación de las estructuras opresoras de los pueblos gracias a la actualización en el Concilio de los comportamientos de Jesús de Nazareth a nuestro tiempo. Este Concilio promovió el laicado y la mayor apertura hacia las culturas y religiones no occidentales (inculturización), a la vez que puso fin a la actitud desdeñosa de algunos pensadores católicos hacia todo lo que no fuera la filosofía tomista. El monopolio neo-tomista en la iglesia se debilitó con la excepción de Maritain y alguno más. A los trabajos conciliares fueron invitados teólogos protestantes, como ramificationsKarl Barth (discípulo de D. Bonhoeffer) y Rudolf Bultmann, para reforzar el ecumenismo. En este sentido, algunos teólogos protestantes habían llegado a ahondar en cuestiones que eran propiamente "católicas", sobre todo dos: la aplicación del método histórico-crítico a la exégesis de la Biblia y la valoración del papel del laicado en la Iglesia y en el mundo ("sacerdocio universal"). Aceptar esto fue un acierto porque por encima de la ortodoxia católica estaba el acercamiento a la realidad del mundo en que se vivía e incluso de la propia verdad católica. Uno de los principales teólogos en esta dirección fue el jesuita Karl Rahner. Ahora que la Iglesia institución pierde credibilidad a chorros; a la vista de que su actividad carece del ejemplo y del estilo de autoridad que auspiciaba el Maestro (eksousía), y de que ciertas estructuras de la curia -el Estado vaticano mismo- no responden a la sencillez evangélica ni a la comunión fraterna que Cristo y el mundo reclaman de los cristianos y cristianas, es obligado reivindicar iniciativas como la de esta relectura conciliar realizada por teólogas. Ya es hora de que el papa deje de ser jefe de Estado, sus nuncios mantengan el rango de embajadores y la dignidad del cardenalato se sostenga como signo evidente de la carrera eclesial. El sínodo de obispos ha de ser deliberativo (y no solo consultivo). Y hay que revisar además la posición de la mujer en la Iglesia, promover la reforma de la elección papal, poner en cuestión la curia actual, fomentar la participación de las iglesias locales en la designación de sus obispos, etc. Todos estos son contenidos del Concilio que siguen ignorados y silenciados para descrédito de nuestra Iglesia; o mejor dicho, de la Iglesia de Cristo.
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“Cuando se te llene la boca proclamando la paz procura tener aún más lleno el corazón”. San Francisco de Asís
Se podría decir que era buena persona, un hombre campechano de ésos que al poco de conocerle parece que fuese amigo de toda la vida. Era amable, como suele decirse, por dentro y por fuera. Desde luego había algo en su apariencia que no pasaba desapercibido: no sé si el pelo castaño, ligeramente ensortijado; acaso esos ojos avispados y despiertos, con un brillo inteligente en su fondo, como el de un niño entusiasmado con sus juegos. Pero sin duda lo más hermoso era su sonrisa, ¡qué sonrisa! La tenía siempre en los labios, entregada y abierta, lista para contagiar otros rostros con su serena alegría. No es frecuente encontrar personas como él hoy en día, la verdad, con esa sencilla transparencia. Porque no era simpleza ni ingenuidad, no. Era otra cosa: una sencillez manifiesta, un puro sosiego en la manera de ser y de actuar. En las cosas de cada día, entiéndame. No me refiero a grandes acontecimientos ni sucesos sobrenaturales (aunque déjeme decirle que más de una vez sorprendió a todos con sus planteamientos, empezando por su propia familia). Pero esa interioridad suya encontraba un cauce certero en los detalles cotidianos, en la experiencia de cada día. ¿Cómo decirle? Transmitía una apacible calma en todo cuanto hacía, un saber detenerse a contemplar y acoger con los cinco sentidos puestos en cada instante concreto, con el corazón entero ofrendado, como si no existiese nada ni nadie más en el mundo. Le gustaba pararse con las personas, la mirada fija en los ojos que le hablaban como si quisiese leer en lo profundo de su alma. Esa capacidad de acogida la trasladaba a todo cuanto hacía, no crea; se deleitaba contemplando la naturaleza en sus más pequeños matices: la hoja a punto de caer del árbol, el zumbido de una abeja en las tardes de verano, la manera pausada de posar su mano sobre la cabeza del perro… Poseía este hombre una sensibilidad infinita, tierna y delicada, sutil: uno lo veía y daba la impresión de que no era más que lo que mostraba, tal era su transparencia en actos y palabras. Sin embargo, cuando le escuchabas hablar (en un discurso donde el silencio hacía de tonada para unas pocas palabras leves) – digo – cuando le escuchabas hablar te dabas cuenta de que lo visible era apenas una gota frente al mar de emociones que llevaba dentro: mar calmo la mayor parte del tiempo, pero me consta que otras debió sentirlo como un mar bravío y desatado en olas, tormenta que hubiese hecho zozobrar su débil barca… de no haber sido por su fe y su inquebrantable esperanza. De algún modo, todo cuanto él hacía quedaba convertido en un canto de espíritu, en un diálogo con el misterio. Es la impresión que daba, él y aquella otra chica con la que salía a pasear por los cerros, a esa hora en que el sol y la luna cruzan sus órbitas en el cielo. Atardecer de un día, despertar de estrellas. Se amaban. Eso dicen algunos, que se conocían y se amaban. Quizá era al revés; quizá se amaban tan profundamente que era como si se conociesen desde siempre. Quién sabe. El caso es que uno y otro coincidían en ese lugar del alma donde sobran las palabras, pues compartían una misma música de espíritu, una sed, un mismo fuego, un íntimo anhelo de paz, un sagrado enamoramiento. Se amaban, estaban habitados por un mismo Amor más allá de todo espacio y todo tiempo: un amor expansivo que, lejos de cerrarse en sí mismo, les movía también a buscarlo en cada criatura. Amor desbordado del corazón a los labios, tan bello que era capaz de inspirarle Cánticos y poemas, tendidos como lazos de unión con el universo. Por eso hay quienes dicen que ellos dos nunca se separaron: porque se alentaron para seguir viviendo la misma búsqueda en trascedente sintonía, con la misma serena alegría… Muchos le tomaban por loco. Imagínese, hoy en día, ¿quién estaría dispuesto a dedicar su vida para llevar a otros el puro amor? ¿quién encuentra tiempo para detenerse a contemplar las nubes y las estrellas, para seguir el recorrido de un insecto sobre la tierra y observar el crecimiento de las flores? ¿Quién se permite soñar que otro mundo es posible? ¿quién camina sin más rumbo ni meta que conmover el corazón de los hombres? Juglar de Dios le llamaban, el pobrecillo de Asís, mendigo… Y le diré que ciertamente lo era, pues nada tenía sino amor. Y ni eso, porque ya sabe usted que el amor no se posee ni se aferra… brota sin más, se desborda en el corazón desde no se sabe dónde, y llega un momento en que sencillamente no puede contenerse por más tiempo. Así le ocurría a él: era tanto el amor que le habitaba, que se dedicaba a darlo a manos llenas. Por eso era un mendigo de amor, y a la vez el hombre más rico de la tierra: nos mostró que quien nada posee vive todo como riqueza; nos mostró que quien nada tiene para dar, tan sólo puede darse él mismo como ofrenda. He aquí su tesoro, y el más hermoso de todos los regalos que puede hacer un hombre. Es lo que él hizo: se entregó sin reservarse nada, de la túnica al corazón, de la piel al alma. A imitación de su Señor, Jesucristo. Pura entrega, sin detenerse en teorías: de palabra compartía versos y oraciones y algunos escritos que redactó para su orden, pero fue su manera de vivir la que resultaba sugestiva. Su manera de ser, ¡ya ve! Hubo algunos que no le entendieron, a pesar de sus gestos tan sencillos. No todos le reconocieron, a pesar de ser un hijo de vecino. Pero yo le aseguro que aquí nadie le ha olvidado. A mí me ocurre que algunas tardes me asomo a la ventana y contemplo el cielo. Y le recuerdo, así sin más. O me siento a la puerta de mi casa y miro esos cerros por los que paseaba con su amiga Clara. Y ¿sabe? Es como si algo se me esponjase aquí dentro, como si se ensanchase el alma. ¿No ve? hasta la piel se me pone de gallina. Porque le diré un secreto: él era más que “él”. No sé si me explico, pero algo en ese muchacho hablaba de cosas más grandes que él mismo. En su mirada había un fuego sereno, un resplandor de vida, una invitación casi provocadora a ofrendar el alma en el día a día… Llámele Amor, llámele Dios lo que le movía, ¿importa acaso? Era un hombre de Dios porque de Él hablaban sus gestos, pero era también un enamorado de las personas, ¿entiende? Una persona como usted o como yo, pero con ese resplandor en los ojos que sólo tienen aquellos que están profundamente enamorados. Por eso pasó su vida buscando nuevas formas para transmitir a otros el Amor: ése que él intuía en cuanto le rodeaba y también, secretamente, en lo profundo de sí mismo. Porque el amor es creativo y busca siempre nuevas maneras de expresión. Incluso las más impensables. ¿O cómo se explica, si no, que le diese por acoger y cuidar a los leprosos? Como lo oye: se volcó absolutamente con estas personas, en realidad con todo aquél que manifestase algún tipo de necesidad. Sencillamente era alguien demasiado sensible para no hacerlo: se acercaba a ellos con el mismo cuidado que ponía en oler una flor; les hablaba con la misma emoción que se advertía en sus palabras cuando recordaba a su querida Clara. Por éstos y otros gestos podría decirse que, a su manera, fue un revolucionario. Eso explicaría su iniciativa de reparar las iglesias que estaban en ruinas; el repentino afán por reformarlas que manifestó un día tras orar en la capilla de San Damián. Paradojas de la vida: fíjese que empezó por reconstruir iglesias deterioradas y terminó por renovarnos el sentir a nosotros mismos. Y eso que no siempre tendría claro lo que tenía que hacer ni cómo, no crea. Algunos hombres del pueblo le vieron caminar a solas por el monte durante muchos días. Iba demacrado, con el cuerpo bien cubierto por el hábito sin dejar ver apenas un centímetro de piel. La mirada perdida, como si fuese ciego, a tientas, buscando en su interior una luz perdida, como queriendo reavivar un entendimiento que sólo el corazón comprende… Pese a todas las dificultades que pudo haber pasado, puedo decirle que en su vida no hizo sino transmitir a los demás una infinita alegría, una perfecta alegría que fue derramando a su paso como una lluvia de flores: la alegría de llevar a todos la verdadera paz de espíritu, ésa que el corazón ha descubierto antes en lo profundo de sí mismo. Sí, fue un hombre de paz, un hombre de bien; fue un buen hombre. ¿Cómo? ¿no se lo he dicho aún? Francisco, señor. Francisco era su nombre. ¿Cómo puede un presbítero negar la comunión a un enfermo grave de cáncer porque no haya realizado el rito del matrimonio de la Iglesia, siendo así que es un padre ejemplar y un esposo admirable?
¿Cómo se puede negar el pan de vida a miles, millones, de campesinos del continente latinoamericano y de todo el mundo porque no tienen ese rito eclesiástico en su haber, siendo así que son padres y madres de familia que aman a sus hijos e hijas y se sacrifican por ellos, y como pareja son maravillosamente humanos? ¿Por qué se condena a parejas de emigrantes a que no se puedan casar con ceremonia eclesiástica porque no tengan sus papeles de bautismo en regla a causa de una guerra infernal, de hace años ya? ¿No puede una doctora, médico, comulgar el cuerpo sacramentado de Jesús cuando cumple llena de amor su trabajo con enfermos y es fiel en su matrimonio, aunque no se haya casado por la iglesia con el rito oficial por los motivos más diversos que pueda haber? ¿Dónde está el amor compasivo que Jesús proclamó como supremo mandamiento cristiano: "Sean compasivos como su Padre celestial es compasivo"? ¿Dónde aparece el clamor de los profetas: conocimiento vivo, experimental, de Dios quiero, y no sacrificios (ritos litúrgicos hoy), misericordia en vez de holocaustos (leyes vacías de contenido humano)? ¿Dónde las bienaventuranzas? ¿Cómo no van a vaciarse las iglesias católicas en el mundo rural de todos los continentes si son considerados pecadores, o al menos, indignos de acercarse a Jesús? ¿Pero no fueron ellos los preferidos de Jesús de Nazaret? ¿No se dirigen a ellos antes que a cualesquiera otros las bienaventuranzas? ¿No se rodeó Jesús de pescadores y gentes que no se habían casado ni siquiera por lo civil, que diríamos hoy? ¿No nos explicó el Apóstol que para ser libres nos libertó Cristo? Humillación tras humillación: una vida matrimonial, familiar, tan maravillosa en valores humanos y cristianos -no se desconocen los limitantes también de esta vida, claro- , no es digna de recibir el sacramento del amor de Jesús. No importa que haya un amor entregado, generoso, un amor fiel, sin otras relaciones, un amor permanente, vivido para toda la vida aquí en la tierra, esto es, las características del amor cristiano verdadero. Así les han tenido durante siglos, colonizados, humillados, marginados, y así se mantienen en lo más profundo quienes quieren ser fieles de la Iglesia. Es más importante llenar una iglesia de flores, de músicos, de alfombras, de vestidos, de palabras, aunque la consistencia de ese amor ni se conozca. Vale más el rito que la vida probada de cada día. No nos extrañemos de que las buenas gentes sean absorbidas por grupos religiosos que les hablan en directo a ellos y les reciben sin tantas trabas. La iglesia católica va a quedarse vacía de pobres a este paso, los preferidos de Jesús. Les hablo desde esta Centroamérica crucificada, desde un paisito pequeño, El Salvador, pero es un clamor de todo un continente. No sean sordos a su voz. Seguimos en el contexto de polémica. Una vez más, son los fariseos los que hacen una pregunta a Jesús "para ponerlo a prueba". Lo que quieren saber los fariseos es si Jesús piensa como ellos en un asunto delicado y controvertido en la época, y "probarle", a ver si puede fundamentar su opinión con sólidas citas de la Escritura. Esta "prueba" les va a resultar desastrosa: Jesús piensa completamente lo contrario que ellos, y maneja la Escritura mucho mejor.
La doctrina de los fariseos mantenía lo que en la época (en la cultura judaica) era norma común. El marido podía repudiar a su mujer cuando quisiera, simplemente dándole un acta de repudio. Los fariseos lo fundamentaban en un texto del Deuteronomio (Dt 24 1-3), que dice así: "Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, y ella sale de la casa y se casa con otro y el segundo también la aborrece, le escribe el acta de divorcio y la echa de casa, o bien muere el segundo marido, el primer marido que la despidió no podrá casarse otra vez con ella, pues está contaminada; sería una abominación ante el Señor: ..." Es un precepto bastante extraño. En realidad no prescribe nada sobre el divorcio, sino que lo da por supuesto, y legisla acerca de la posibilidad de casarse de nuevo con la divorciada si ella vuelve a quedar libre, por otro divorcio o por muerte del segundo marido, negando esa posibilidad como "abominación", aunque nadie sabe por qué. La práctica habitual en Israel se regía por este precepto. Debemos advertir que es una norma para los varones: son ellos los que tienen ese derecho, nunca las mujeres. De hecho, el divorcio estaba mal visto, y el derecho se restringía por medio de otros preceptos, como la obligación de devolver la dote al padre de la mujer y otros más, que dificultaban la práctica. Pero en cualquier caso se trata claramente de un derecho masculino, en el que la mujer se considera de alguna manera "propiedad del varón", sobre la cual él tiene derechos, y que no tiene derechos respecto al marido. Jesús se muestra mucho más entendido que los fariseos en cuanto a referencias bíblicas sobre el tema. Les ha preguntado a los fariseos qué manda la Ley, y ellos le han respondido qué permite Moisés. Ellos se atienen a un preceptillo dudoso que representa más bien el uso común un tanto permisivo, pero Jesús se remonta a la más profunda concepción, la voluntad primitiva de Dios, expresada en el Génesis, y les cita: "Hombre y mujer los creó" (Génesis 1,27), que muestra la igualdad de los dos. La mejor traducción sería "varón y hembra los creó" "Por eso abandonará...y serán los dos una sola carne" (Génesis 2,24) que muestra la unidad de la pareja. Cuando Jesús dice "lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" condena una vez más la mala práctica de los fariseos y doctores de interpretar habilidosamente la Escritura sacándola de su sentido original para hacerla servir a sus intereses de escuela. Es el mismo reproche que se les hace en Mateo 23 ("ay de vosotros que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino y descuidáis lo más importante de la Ley, la misericordia, la justicia y la fidelidad... ay de vosotros que filtráis el mosquito y os tragáis el camello...") y en el precioso párrafo de Marcos 7,8 (" descuidáis el mandato de Dios para mantener la tradición de los hombres.... Y así invalidáis el precepto de Dios para mantener vuestra tradición; hacéis muchas cosas de éstas"). Jesús por tanto sale en defensa de la mujer diciendo que el varón que la repudia "comete adulterio contra ella". Formulación muy interesante, porque subraya la ofensa del varón contra la mujer indefensa. Pero inmediatamente se afirma lo mismo en el caso contrario: es decir, se pone en pie de igualdad de obligaciones a los dos sexos, volviendo a la concepción primitiva del Génesis por encima de la interpretación abusiva del Deuteronomio. Marcos no pone restricción alguna a la prohibición del divorcio. Mateo (19,1) hace una excepción: "salvo en caso de concubinato". Parece que este es un añadido de las primeras comunidades en que se hacían cristianos algunos procedentes del paganismo y tenían varias mujeres, en cuyo caso no solamente era permitido sino obligatorio despedir a las concubinas. Así lo interpreta la Biblia del Peregrino. Otros autores, (como la Biblia de Jerusalén) traducen "salvo caso de fornicación", y piensan que se muestra aquí la práctica de las primeras comunidades en que la fornicación de uno de los cónyuges llevaba consigo la separación, pero sin que se permitiera un nuevo matrimonio. R E F L E X I Ó N La doctrina básica que se expone en el evangelio no requiere mayor explicación. Es clara, y la iglesia la ha mantenido así a lo largo de la historia. Hagamos pues unas breves reflexiones que sugieren estos textos. Antes de entrar en la materia del texto evangélico, reflexionamos sobre los textos del Génesis y del Deuteronomio. Su contenido es diferente, los preceptos son opuestos. De hecho, los fariseos se basan en el Deuteronomio y Jesús en el Génesis, para sacar consecuencias de actuación que se contradicen. A partir de esto, debemos reflexionar una vez más acerca de nuestra lectura y comprensión de la Escritura, y sobre el peligro de interpretarla subjetivamente y al pie de la letra. Hay quienes se basan en la afirmación indiscriminada de que "toda la Escritura es Palabra de Dios y por tanto no contiene inexactitud ni error alguno". Esta afirmación no puede admitirse sin más, y esto queda de manifiesto cuando, como en nuestro caso, dos textos se oponen (y esto mismo se repite con alguna frecuencia). Es necesario recordar que en la Escritura se consigna toda la historia de la fe y de los pecados de Israel, y toda la evolución de esa fe. Hemos llamado a la Escritura la "Crónica del descubrimiento de Dios" por parte de Israel, y en ella encontramos preceptos que muestran una fe primitiva y una moral arcaica, que, movida por la Palabra de Dios, va evolucionando hasta su plenitud en Jesús. Jesús mismo citó el precepto de "amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo", incompatible con "amarás a tu enemigo". Desde la vieja ley penal del Talión hasta el setenta veces siete hay un largo camino que Israel recorre y del que deja constancia en la Escritura. Por esto, una cita aislada de la Escritura no puede calificarse sin más de "Palabra infalible de Dios". Es necesario comprenderla en su contexto, y, sobre todo, comprobar si esa línea se culmina en Jesús: en Él, la Palabra de Dios que aparece en el AT. llega a su plenitud, se acaban las provisionalidades y se corrigen las desviaciones. En el tema del matrimonio, todo esto se aplica de una manera excepcionalmente clara. Si leemos Génesis 16 (la historia de Agar) tenemos la impresión de que se está aceptando sin reticencia alguna la poligamia. Si leemos Deuteronomio 24,1-3 (el texto que citan los fariseos) encontramos una interpretación machista y permisiva que se ha dado en Israel y es defendida por los doctores en tiempos de Jesús. Y si leemos Génesis 1 y 2 nos encontramos con la doctrina que Jesús avala. Nuestra segunda consideración llevaría a la exposición de la doctrina cristiana sobre el matrimonio, que naturalmente no vamos a exponer extensamente, pero sí en su esencia. El matrimonio cristiano funda la unión de la pareja en el amor, no en la conveniencia social, no en los intereses familiares, no en la atracción corporal. El amor es más que una atracción, más que un sentimiento, y se distingue radicalmente de la conveniencia y del enamoramiento: cuando éstos han desaparecido, el amor puede seguir e incluso ser más claro y fuerte. El amor de la pareja es una de las clases de amor que existen en el ser humano: amor materno o paterno, amor filial, amor de amistad... Y cuando se da, supera toda lógica y conveniencia y presenta dos características que todo el mundo reconoce, al menos como ideal: tiende a ser exclusivo y duradero: "sólo tú y para siempre". Se manifiesta en un deseo de la felicidad del otro, en sentirse bien si el otro está bien, aun cuando esto suponga sacrificio propio (o incluso deseándolo). Tan singularmente humano es este "sentimiento", tan sorprendentemente humanizador, que el pueblo de Israel lo utilizó para "describir" a Dios: como un enamorado, como un novio, como un amante celoso, y aplicó a la relación Dios-Israel el más bello poema de amor, el Cantar de los Cantares, utilizado también, y de qué forma, por los místicos cristianos. Culminando esta línea, Pablo en 1 Corintios 13 escribe el famoso himno al amor, el mayor y más envidiable de los carismas, y en Efesios 5,25 llega a la hermosa comparación en que el amor de hombre y mujer se presenta como imagen del amor de Dios ("como Cristo ama a su iglesia"). Si todas las cosas del mundo son reflejo de la divinidad, y podemos así contemplar a Dios a través de las criaturas, la mejor "encarnación" de la divinidad y el lugar donde mejor se puede contemplar a Dios es sin duda el amor, el amor de padres a hijos (Abbá) y el amor entre hombre y mujer. Toda esta línea de conocimiento de Dios a través de la contemplación del amor humano culmina sin duda en la expresión de la primera carta de Juan: "Dios es amor" (4,8). Todo eso ha llevado a la iglesia a entender el matrimonio como sacramento, es decir, como manifestación de Dios, como lugar de presencia activa de Dios, como signo vivo y eficaz del amor de Dios. Tenemos la tentación de entender como sacramento la ceremonia del casamiento. Es insuficiente. Es el estado matrimonial el que es sacramento, lugar de ver a Dios, presencia del amor encarnado. Considerando todas estas cosas, tan verdaderas y tan hermosas, tiene uno sin embargo la impresión de estar hablando del Paraíso, no de la vida cotidiana. Todo esto se da, se ambiciona, se admite por cualquiera como ideal indiscutible. Pero en la vida cotidiana se dan también muchas otras realidades inevitables: la pareja mal construida desde el principio, la incompatibilidad descubierta a lo largo del tiempo, la debilidad, las diferentes y difíciles fases de la vida. Situaciones que nadie desea ni pone como ideales, pero que están ahí, y con más frecuencia de la que nos gustaría. En todos esos casos nos encontramos con la dificultad de que la legislación de la iglesia se ha desarrollado dando por supuesto que se va a realizar en la pareja el ideal del amor. Sin embargo, nos damos también cuenta de que, cuando ese ideal fracasa, deben existir caminos, soluciones para que sea posible la vida humana y cristiana de los que se encuentran en esa situación. En un mundo en el que, cada vez más, la sexualidad sustituye al amor en vez de expresarlo, y en el que las parejas tienden a constituirse más bien por intereses o deseos ocasionales, la iglesia mantiene el ideal de la pareja por amor como una de las mayores y más positivas y humanizadoras manifestaciones del ser humano llevado más allá de cualquier comportamiento animal, egoísta o mezquino. Pero también siente, hoy más que nunca, que no se puede hacer del ideal una exigencia exclusiva y que debe ser posible una situación ante Dios y en la Iglesia cuando lo ideal no ha sido de hecho realizable. PARA NUESTRA ORACIÓN Los hombres ponemos leyes, dictamos preceptos, y está bien, es necesario. Pero Jesús sabe que la ley sin espíritu es opresión. Para orar sobre esto deberíamos hoy leer el capítulo 8 del evangelio de Juan (v. 1-11) Presentan a Jesús una mujer "sorprendida en adulterio". La ley manda que esas mujeres sean lapidadas. Le preguntan a Jesús qué dice de esto. Y Jesús opta claramente: salvar a la persona, aunque esto signifique "salvarla de la Ley" (Ver comentario pg 8) Debemos pensar seriamente si no es éste uno de los problemas de nuestra Iglesia, si no estamos llegando a un punto de ruptura entre el Espíritu y la Ley. Pero sería escurrir el bulto pensar en este problema como si no fuera un problema interior de cada uno. Si nos consideramos "justificados por el cumplimiento de la Ley" o más bien "movidos por el Espíritu de Jesús". En nuestro interior, no complaciéndonos en los problemas de otros. Sigue el evangelio en el contesto de la subida a Jerusalén y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, no es verosímil, ya que el divorcio estaba admitido por todos. Lo que se discutía acaloradamente eran los motivos que podían justificar un divorcio.
En el texto paralelo de Mateo dice: ¿Es lícito repudiar... por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos es meter a Jesús en las discusiones de escuela. Al simplificar la pregunta, Marcos está preparando la respuesta, que no entra en las discusiones de los rabinos sino que da pautas para la comunidad en la que se escribió. EXPLICACIÓN Los fariseos saben que la enseñanza de Jesús está en contra de toda arbitrariedad que suponga opresión a la persona. La permisividad de Moisés en esta materia, favorecía un machismo que denigraba a la mujer, y conculcaba sus más elementales derechos; por eso, podían sospechar que su respuesta no iba a estar de acuerdo con él. Marcos habla para un mundo romano, por eso se desmarca del ambiente judío y al final, habla de la posibilidad de que la mujer se divorcie de su marido, cosa impensable en el ámbito judío. Al remitir al "principio", Jesús está manifestando que la Ley no tiene valor absoluto. Lo único absoluto es la persona y su desarrollo como tal. Toda norma, todo precepto, todo mandamiento, aunque se promulgue en nombre de Dios, solo es un intento de hacer visible esa voluntad de Dios. Jesús va directamente a la esencia del problema, tratando de descubrir las exigencias más profundas del ser humano (voluntad de Dios). Dios manifiesta su "voluntad", al crear cada cosa, no imponiendo después obligaciones o restricciones. En casa, La respuesta es para los cristianos, y manifiesta la doctrina de la comunidad: Repudio, divorcio y adulterio son la misma cosa. Esta doctrina está a años luz del pensamiento judío y nos advierte a nosotros del verdadero problema de las relaciones matrimoniales. Jesús va más allá de toda ley y trata de descubrir la raíz antropológica del matrimonio (el proyecto de Dios) para potenciar lo verdaderamente humano. El ser humano solo puede desplegar su humanidad en compañía, y una estable relación de pareja alcanza el grado más profundo posible de relación humana. APLICACIÓN No se puede hablar de matrimonio sin hablar de sexualidad; y no se puede hablar de sexualidad sin hablar del amor y de la familia. Tenemos así los fundamentos, los cuatro pilares sobre los que se construye la verdadera humanidad. Es decepcionante que en las materias que más pueden afectar a la plenitud humana, la doctrina oficial no haya avanzado ni un milímetro en los últimos siglos. Seguimos proponiendo como "evangelio" lo que no es más que pura ideología farisaica. La inmensa mayoría no hace ya caso a las enseñanzas oficiales, pero los que hacen caso, caen en una esquizofrenia deshumanizadora. Los evangelios no nos dan la oportunidad de hablar de la sexualidad porque no hablan nunca de ella. Hoy sería un tema de primera magnitud, porque debería ser uno de los pilares del equilibrio psicológico de todo ser humano. No tenemos más que recordar las torturas que hemos padecido todos por causa de enseñanzas exclusivamente represivas que se nos han inculcado. Bien encauzada se convierte en instrumento de humanidad. Pero como el agua, si nos limitamos a retenerla con un dique, terminará sobrepasándolo y haciendo estragos. El matrimonio es el estado natural de un ser humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente y envolvente de todo ser humano. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos. Cuánto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar todavía hoy si se tiene esto en cuenta. La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva al individuo a sentirse hombre o mujer, a veces en contradicción con los mismos órganos. Para desenmascarar la ideología y mitología que sigue condicionando todo discurso sobre el tema, el mejor camino sería compararlo con otro de los instintos más fuertes, el comer. Los instintos consiguieron asegurar sus objetivos por medio de mecanismos biológicos que producen placer o dolor. Tanto el placer como el dolor no son los objetivos últimos del instinto sino los medios más poderosos para garantizar el objetivo del instinto. El ser humano tiene dos opciones: o pone toda su capacidad cerebral al servicio de placer, deshumanizando el instinto; o pone su capacidad intelectiva al servicio del objetivo del instinto, humanizándolo y sublimándolo. A quién se le ocurriría decir que cocinar un alimento para que sea más agradable es pecado. Pues exactamente eso es lo que hemos hecho con la sexualidad. Mientras más agradable sea una comida, más a gusto se encontrarán los comensales y más capacidad tendrá de potenciar la relación humana. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible de la sexualidad humanizándola al máximo. Esa humanización solo es posible cuando en la relación los seres humanos potencian la capacidad de darse al otro y ayudarle a ser más humano. En esta posibilidad de humanización no hay límites. Pero tampoco lo hay en la capacidad de utilizar la sexualidad para deshumanizar y deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la inmensa mayoría de los seres humanos no llegan a percibirla con claridad. La diferencia está en la actitud de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro, la relación es positiva. Siempre que se busca en primer lugar el placer personal, incluso a costa del otro, la relación es deshumanizadora. El matrimonio no es una patente de corso, dentro del cual todo está permitido. Yo he tenido que dejar de decir en las bodas que había más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de él. Y sin embargo estoy convencido de que es verdad. Si no viviéramos en sociedad, bastaría con que dos personas se amasen para desplegar su sexualidad. Pero como vivimos en sociedad, es preciso acomodarse a las normas que hacen posible una convivencia verdaderamente humana. Cuando dos jóvenes deciden ir a vivir juntos sin más explicaciones y sin tener en cuenta su entorno, están haciendo un verdadero disparate antropológico. Antes o después la sociedad les negará la acogida indispensable para poder desarrollar una vida social. Es contradictorio que se salten a la torera las normas más elementales y después exijan derechos que renunciaron de antemano. El mayor enemigo del matrimonio es el hedonismo que invade todas las parcelas de las relaciones humanas. Este afán de buscar en todo lo agradable, lo que me apetece, lo que me da más placer, lo que menos me cuesta, etc., es lo que nos incapacita para unas relaciones verdaderamente humanas. Esta búsqueda de placer a cualquier precio, arruina toda posibilidad de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas se mantienen mientras se consiga del otro lo que me beneficia a mí. Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que ni siquiera se plantean la unión estable sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Si una relación de pareja no está fundamentada en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Las primeras comunidades cristianas supieron descubrir el riquísimo contenido de una relación de pareja, por eso se le dio a esa unión el rango de sacramento. El sacramento añade al verdadero amor los signos externos de la presencia de Dios que lo hace posible. Para que haya sacramento, no basta con ser creyente, es imprescindible el mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor solo surge en la persona desarrollada como humana. No es puro instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son suficientes para el logro de más humanidad. Amar es la capacidad de ir al otro y encontrarme con él como persona para ayudarle a ser más humana, experimentando en el don mi crecimiento en humanidad. Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor auténtico, que puede darse entre creyentes o entre no creyentes. Creer que la indisolubilidad es exclusiva de la Iglesia, es demostrar una supina ignorancia antropológica o pensar en la magia de un rito. Puede haber verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se pertenezca a una religión. Es absolutamente impensable un auténtico amor condicionado a un limitado espacio de tiempo. Fíjate bien que hablamos de un amor auténtico, no de un amor perfecto. Una de las cualidades más bonitas del amor, es que puede estar creciendo toda la vida. El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. Solo si hay verdadero amor hay sacramento. Pero el verdadero amor hemos dicho que es indestructi¬ble. La mejor prueba de que no existió auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Después del rito del sacramento, la liturgia repite las palabras que recuerda hoy el evangelio: "lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Pero yo digo: la mejor prueba de que Dios no ha tenido arte ni parte, es que se separa. Es frecuente oír hablar de un amor que termina. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso amor. Dicho esto, hay que tener en cuenta que los seres humanos nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que egoísmo? Hay que reconocer, sin ambages, que no hubo sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo verdadero sacramento. Y no hace falta un proceso judicial para demostrarlo. Si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero amor y no hubo sacramento. Si se trata solo de un contrato entre dos seres humanos, debemos aplicar la ley que regula los contratos; y todo contrato admite la posibilidad de rescisión. Es muy corriente que se confunda el sacramento con el rito. Un sacramento es el resultado de la unión de un signo con una realidad significada. En este sacramento, el signo son las palabras que se dicen mutuamente los contrayentes (a veces olvidamos que son ellos los ministros del sacramente, no el sacerdote). Lo significado es el verdadero amor. Un signo que no significa nada no es más que un garabato sin sentido. Puede haber verdadero amor sin sacramento. No puede haber sacramento sin auténtico amor. No tiene importancia decisiva el lugar donde el rito se realice. Que una boda se realice en la Iglesia, o en el ayuntamien¬to, no afecta a lo esencial. Durante siglos no hubo ninguna ceremonia religiosa específica para el matrimonio entre cristianos. Los trámites que había que realizar ante las instancias civiles, eran la única forma externa (signo) del sacramento para dos personas creyentes. También aquí existe una ignorancia supina cuando se dice: "me caso por lo civil porque por la Iglesia tendría que ser para toda la vida". Esto no quiere decir que el rito del sacramento no tenga importancia. Los sacramentos son una necesidad humana, no una exigencia de Dios. La realidad material nos entra por los sentidos, sea directamente sea a través de signos. Las realidades trascendentes solo pueden llegar a la mente a través de los signos. Los sacramentos ni son magia ni son milagros. En el signo del sacramento se hace presente la realidad significada, que no es otra que el AMOR que es Dios. Al hacer presente esa realidad, facilitamos el poder vivir esa realidad trascendente que de otro modo se nos podría escapar. Meditación-contemplación El matrimonio es la verdadera escuela del amor. Pero es también la prueba de fuego para aquilatarlo. Ninguna otra relación humana llega a tal grado de profundidad. En ningún otro ámbito se puede expresar mejor el don total. .................. Las ensoñaciones místicas pueden ser engañosas, pero no hay nada más auténtico que una relación verdaderamente humana de pareja, donde se despliegue la capacidad de darse. .................... La clave de un verdadero amor no es el equilibrio de intereses, Sino el descubrimiento del verdadero ser del hombre, que consiste en darse sin límites al otro y encontrar en ese don plenitud y felicidad total. Parece que el "tema" de este texto no es el que salta a primera vista. A partir de la pregunta que le hacen, Jesús no se centra tanto en la cuestión del divorcio (o repudio), cuanto en el lugar de la mujer.
En realidad, la misma pregunta suena extraña, si tenemos en cuenta que nadie, en Israel, negaba la licitud del "repudio", en virtud del cual el marido podía despedir a la mujer. Lo que se discutía, según las diferentes escuelas, más o menos rigoristas, eran los motivos que lo justificaban. Sea el que fuere el motivo de aquella pregunta, la respuesta de Jesús se va a centrar en dos puntos: la "intuición primera" (y, por tanto, también el "horizonte") hacia el que tiende la relación amorosa y la posición de la mujer. En la tradición judeocristiana, la relación de la pareja se expresa con las palabras: "serán los dos una sola carne". Se trata de una expresión vigorosa y de una imagen espléndida, que subraya la unidad-en-la-diferencia. En ese sentido, puede incluso verse como el paradigma de lo que es todo lo real: unidad sin costuras, en la que no se niega la diferencia, pero esta queda integrada o abrazada en la Unidad mayor que nada deja fuera. En los comentarios posteriores, así como en la casuística moral, el problema surgió cuando estas palabras se leyeron de un modo literalista. Pero el evangelio no es un conjunto de anécdotas ni una suma de principios morales, sino palabra de sabiduría. Cuando esto se olvida, el literalismo desemboca en el fundamentalismo. Una cosa es el "principio de sabiduría", tal como lo formula el maestro de Nazaret, a partir del texto del Génesis, y otra bien diferente es pretender aplicarlo de un modo voluntarista a lo que puede ocurrir en cada pareja concreta. A nadie habría de resultarle difícil de comprender la infinidad de factores y de condicionamientos, que explican funcionamientos tan dispares de una pareja a otra. Debido a ello, se producirán inevitablemente aciertos y errores, así como decisiones que no puedan llevar a otra cosa que a un "mal menor". El propio Jesús, que condena el adulterio, se erige como defensor de una mujer sorprendida en adulterio, a quienes los observantes religiosos querían apedrear (Juan 8,1-11). Pero, como decía, la respuesta de Jesús va a centrarse en otra cuestión, por la que no le habían preguntado. Más aún, se trataba de algo tan lejano a lo que era el pensamiento oficial y el imaginario colectivo, que la toma de postura de Jesús debió resultarles escandalosa. Hasta el punto de que, una vez en casa, los propios discípulos le vuelven a insistir "sobre el mismo tema". La "novedad" de Jesús radica en plantear la posibilidad de algo que la sociedad judía no contemplaba: que fuera la mujer la que pidiera el divorcio. Lo que eso significaba era bien simple: situar a varón y mujer en pie de igualdad. O, dicho de otro modo, desactivar el machismo que, como ocurre todavía hoy en no pocos ámbitos geográficos y culturales, lleva a considerar a la mujer como "propiedad" del varón o, al menos, a su servicio. Es claro que tales actitudes machistas, por más que se hubieran mantenido durante siglos, contradecían flagrantemente aquel primer principio bíblico que hablaba de "ser los dos una sola carne". En realidad, la actitud de Jesús es coherente con toda su trayectoria. Si algo queda claro en el relato evangélico es su posicionamiento decidido a favor de "los últimos", "los pequeños", "los niños"... El maestro de Nazaret, rompiendo tabúes intocables como el del parentesco y el del estatus social, se coloca voluntariamente en la escala más baja de la pirámide, en el lugar de los últimos y, tanto con sus palabras como con su comportamiento él mismo se autoestigmatiza, situándose en los márgenes de la sociedad y de la religión. Este hombre, voluntariamente "desclasado", elige la pobreza (Marcos 10,21) y aparece como el hombre fraternal, que sabe ver, en cada persona que se le acerca, a un hermano, a una hermana. Se muestra profundamente acogedor, particularmente con quienes se sentían más discriminados por cuestiones sociales o religiosas (enfermos, pecadores, mujeres, niños; Zaqueo, María Magdalena, la mujer adúltera...). No hay duda: los "últimos" son sus preferidos: no porque sean "mejores", sino porque son "últimos". Por todo ello, no parece casual que, tras el relato en el que se defiende la igualdad de la mujer con respecto al varón, aparezca la escena de los niños. En el evangelio –como en la Palestina del siglo I-, la figura del niño no evoca algo positivo, sino todo lo contrario. Por eso, cuando sobre esa figura se han proyectado estereotipos posteriores, no solo se ha caído en un anacronismo histórico, sino que hasta parecía que se elogiaban actitudes infantiles. En el evangelio, el "niño" es imagen de quien "no cuenta", "el último de todos". Por eso, la expresión "dejad que los niños se acerquen a mí", habría que traducirla más adecuadamente por "dejad que los últimos se acerquen a mí". Y así es como comprendemos el enfado de los discípulos que, por querer impedirlo, son objeto de la ira de Jesús. El maestro de Nazaret se identifica con los "niños" o "los últimos" (abrazar significa identificarse) y deja claro que solo puede comprender y vivir su proyecto –que él llamaba "reino de Dios"- quien está dispuesto a "ser niño", es decir, a colocarse voluntariamente en el último lugar, como él mismo había hecho: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir" (Marcos 10,45); "yo estoy entre vosotros como el que sirve" (Lucas 22,27). Ellas evidencian “la praxis transgresora de las mujeres mediante su actuación sociorreligiosa de rompimiento con estructuras que quieren encadenar la identidad de las mujeres a funciones definidas por lógicas de subordinación y opresión.”
“Ellas –¡y son multitud!– no sólo participan en el camino de la salvación, sino que abren puertas para que se puedan sumar a él más personas. Son apóstolas, trabajadoras, misioneras, sacerdotisas desde el inicio, y mujeres para siempre. Transgredir normas y sistemas de dominación y subordinación establecidos forma parte de la historia de la salvación de la humanidad. Séanos dada la alegría de encontrar la fuente, nadando contra la corriente, y de absorber de ella toda la energía que necesitamos para, como Jesús, dar continuidad a las tradiciones transgresoras de la historia de Dios con nosotros.” A partir de algunos textos evangélicos, podemos entender el “movimiento de Jesús” también como un “Jesús en movimiento” junto al grupo que se adhirió a su propuesta de renovación intrajudaica, lo que habla de las cuestiones religiosas que coinciden en los ámbitos de las relaciones socioculturales y políticas. Aunque mencionaré aquí a las mujeres de forma individual –tal como aparecen en los textos– las entiendo como representantes de grupos comunitarios que conquistaron o estaban en proceso de (re)conquistar presencia y voz en las comunidades de la segunda mitad del siglo I. A partir de esa perspectiva, observo que en las narraciones evangélicas sobre la mujer sirofenicia/cananea se mezclan cuestiones de género, de etnia y de clase. Delante de Jesús, el Mesías de y para Israel, se posiciona una mujer –probablemente ya como representante de mujeres de otros orígenes étnicos, líderes en las comunidades– que no tiene un origen judaico y que probablemente era de clase baja. Su posicionamiento en torno a la discusión simbólica sobre la “mesa” indica que conoce la realidad de la pobreza. A partir de ese conocimiento y de la argumentación que brota del campo de la experiencia y de la solidaridad con los dolientes y excluidos, esta mujer se convierte en protagonista en el arte del convencimiento: pone a Jesús en movimiento internamente, cuestiona a Jesús a partir de sus propias propuestas de acoger a quien sufre y lo confronta con dimensiones más amplias y profundas de la propuesta del Reino de Dios. Ella, la mujer-representante, transgrede las normas socioculturales, porque se atreve a penetrar en espacios vedados para las mujeres, porque se impone mediante la fuerza de su argumentación, y porque se propone ir más allá de los límites para hacer valer la solidaridad con los dolientes y necesitados. “Jesús en movimiento” se hace más inclusivo, más solidario, más igualitario. Jesús se resiste, pero al final se deja convencer y convertir por esa mujer anónima que, conociendo el afuera, actúa propositivamente en el adentro y genera una transformación. Algo parecido ocurrió junto al famoso pozo de Samaria. Antiguas enemistades y polémicas entre el pueblo judío y el samaritano salen a la superficie en el diálogo que brota de la necesidad que siente Jesús de beber agua. En este caso, sin embargo, no es una mujer la que solicita algo, sino que es Jesús. La forma dialógica de la narración de la samaritana es similar a la de la cananea; parecen incluso comentarios rabínicos (midrash) sobre tradiciones antiguas. ¡Jesús y la mujer son maestros que dialogan! Conocimiento de las tradiciones, desconfianza de ambas partes y apertura al diferente marcan esta narración de tradición juanina. En la actitud de profundo diálogo crítico con las tradiciones ancestrales, los samaritanos pueden verse representados por la mujer samaritana que rompe con paradigmas conservadores, tira el balde/larga el cántaro que real y simbólicamente la ata a las funciones patriarcales, y se convierte en anunciadora en la ciudad de la nueva que ha vivenciado y profesado: ¡Jesús es el Mesías esperado! Esa praxis transgresora junto al pozo y en la ciudad constituye una posibilidad de ruptura de la enemistad étnico-religiosa entre dos pueblos del mismo origen y que tienen como punto de referencia la fe mesiánica que se realiza en Jesús. En este sentido, la samaritana debe haber sido y sigue siendo paradigmática en los esfuerzos por superar los conflictos religiosos existentes entre pueblos y comunidades que tienen los mismos orígenes de fe. En la perspectiva de transgresión sociocultural observo también a María de Betania, una mujer de fe y de coraje. María de Betania creyó y confesó verdaderamente, y dejó su confesión impresa en el cuerpo de Jesús. Entiendo su acción, registrada en la memoria narrativa del Evangelio, como un acto que trasciende y rompe con los prejuicios que definen el lugar y el espacio de la mujer en el tiempo de Jesús. En primer lugar, me represento a María de Betania como una mujer trabajadora que fabrica el bálsamo, el perfume, los aceites y las esencias aromáticos. En segundo lugar, como una representante de las mujeres autónomas en las relaciones económicas, que producen y que deciden cómo y en qué emplear y usar lo que producen. María de Betania decidió hacer su “acción de amor”, poniendo de manifiesto en el gesto sacerdotal la confesión pública de su fe: ungió al Mesías, lo que era, simultáneamente, la preparación para su entierro. En tercer lugar, es una representante de la fe, transgresora no sólo del orden sociocultural, sino también del (des)orden político y religioso. En la narración se sabe que está prohibido preparar para la sepultura el cuerpo de un transgresor crucificado: la mujer se anticipa a la muerte y prepara a Jesús para ser sepultado. Tanto la unción del Mesías como la preparación del cuerpo de Jesús son “servicios divinos” que, en presencia de los discípulos, realiza esta mujer. En contra de la reclamación de los discípulos, Jesús la eleva cuando ellos querían que fuera humillada. No es poniendo a los pobres en contra de las acciones autónomas transgresoras de las mujeres que se llega más cerca de Jesús. Los pobres serán servidos siempre a través de Jesús: hacer una buena obra con Jesús es hacerles un bien a los pobres. Es por eso que esta mujer-representante debe ser rememorada siempre y en todo lugar donde Jesús sea anunciado, para que pueda seguir nutriendo diversas formas de transgresión, de actuación al servicio de la vida, de convencimiento mediante una praxis liberadora. Esa es la praxis de las mujeres valientes que, al mismo tiempo que morían de miedo, garantizaban que el movimiento de Jesús siguiera en movimiento. El testimonio evangélico es unánime en señalar la presencia y la acción de mujeres cerca de la cruz de Jesús y junto al túmulo vacío: María Magdalena, María la madre de Santiago el menor, María la madre de José, Salomé, la madre de los hijos de Zebedeo, Juana, María de Nazaret y muchas otras. Todas pertenecían al movimiento itinerante de Jesús, desde sus orígenes en los submundos de Galilea. La ley romana no sólo prohibía el enterramiento del cuerpo crucificado, sino también la presencia de familiares y amigos en la crucifixión, so pena de correr la misma suerte. Esa es la razón por la cual las mujeres están allá, observando a distancia. Escondidas, pero no ausentes, quieren saber qué va a suceder con Jesús, con el cuerpo de su maestro, su amigo, su amado. Ellas ven dónde es colocado. Y así, pueden dirigirse al túmulo y dar testimonio de la grandeza que les anuncian los ángeles y el resucitado: ellas ven, oyen y proclaman la nueva de la resurrección. Son, indiscutiblemente, apóstolas, incluso de los apóstoles. Con ello, transgreden las leyes sexistas que excluían a las mujeres de los servicios divinos en las comunidades cristianas, y que permanecen vigentes hasta el día de hoy. Pero, ¿qué mujeres son estas? Lucas 8 nos ayuda a ver más claramente su imagen. Se trata de mujeres que vivenciaron la acogida, la curación y la misión junto a Jesús y que pueden seguir practicando sus habilidades y competencias económicas mientras participan del movimiento de Jesús. Son mujeres que viven o que pasan a vivir con autonomía en el seno de una sociedad y de unos sistemas político-sociales y religiosos patri-kiriarcales. Participan en el movimiento poniéndose en movimiento como mujeres, con independencia de si tienen o no hombres. Mujeres como Juana, la esposa del alto funcionario de Herodes, que abandonó todo lo que tenía y comenzó a seguir a Jesús y se convirtió en su discípula, de la misma forma en que sus colegas varones lo abandonaron todo (incluidas sus mujeres). Son transgresoras porque abren espacios a contrapelo de todas las condenaciones sexistas de su mundo. No consiguen hacerlo por la gentileza de uno u otro compañero; por el contrario, tienen que imponerse también a la voluntad de estos, como bien demostraran María de Betania y la mujer sirofenicia/cananea. Lo mismo le sucedió a la representante-protagonista-misionera Tecla, quien después de escuchar la Buena Nueva de labios del apóstol Pablo, decide abandonar todo lo que tiene (palacio, novio, buena vida) y convertirse en anunciadora misionera junto a Pablo. No obstante, ello no le asegura ser defendida por este cuando Alejandro, un poderoso sirio de Antioquia, amenaza con agredirla sexualmente. Pablo alega simplemente: “Ella no es mía”. Tecla, mirando a Pablo, le grita a Alejandro: “¡No violentes a una extraña, no violentes a una sierva de Dios!” y comienza a defenderse del agresor. Le rasga las vestiduras y le tira la corona de la cabeza, lo que lo convierte en blanco de las burlas. Ello motiva que Alejandro la conduzca ante el procurador, que la condena a luchar con los toros en la arena. Diferente al texto de María de Betania, esta memoria de Tecla fue registrada mucho más tarde y en un contexto gnóstico, pero evidencia igual que aquella la praxis transgresora de las mujeres mediante su actuación sociorreligiosa de rompimiento con estructuras que quieren encadenar la identidad de las mujeres a funciones definidas por lógicas de subordinación y opresión. En el seno del movimiento judaico de renovación, ellas conquistan su espacio y construyen poco a poco su nueva identidad, lo que muchas veces las conduce a la tortura y la muerte, como muestran también las historias de Maximila y Priscila. Es así que el movimiento de Jesús va construyendo su continuidad. A través de mujeres y hombres, en un proceso de discusión y conflicto, diálogo y aciertos, el resucitado se deja poner en movimiento en otros espacios y otros tiempos. Las narraciones de los Hechos, tanto canónicos como apócrifos, bien lo indican: de Tecla ya hablamos. Me gustaría detenerme también en la memoria de Tabita: ella y Jesús bebieron de la misma fuente para su praxis solidaria y liberadora junto a los pobres. Se trata de la tradición de hésed/eleemosyne /“misericordia”. Sobre la base de la tradición judaico-jesuánica, la discípula de Jesús (mathétria) practica obras de misericordia principalmente para con las viudas. ¿Cómo ignorar la función profética de tal discipulado? ¿Cómo no recordar que esa narración fue escrita en momentos en que la ciudad de Jope había sido destruida por violentos ataques militares romanos a los que sobrevivieron casi exclusivamente mujeres, ahora viudas? La praxis transgresora de Tabita es praxis de misericordia en tiempos de persecución política a las personas y las comunidades cristianas de los alrededores de Jerusalén. Es iglesia-discípula que junta los pedazos y se torna presencia viva de Cristo en la construcción del nuevo proyecto de vida con las viudas en el trabajo solidario de confección de ropa. Es diaconía que rescata el sentido profundo de comunión en la vivencia del Reino de Dios. La narración de muerte y reavivamiento de Tabita apunta a la necesidad de una iglesia-discípula que se haga presente junto a los dolores de la viudez, orientando su práctica según la misericordia allí donde los poderes constituidos destruyen la vida y la esperanza. Son la misericordia y la organización de los oprimidos las que harán resurgir a la iglesia de las cenizas de la destrucción y la persecución política. Y en ese contexto, ¿cómo no recordar a Lidia (He 16), modelo de fe para las regiones macedónicas y el interior del Asia Menor? Mujer trabajadora, realizaba todo el proceso de producción de telas teñidas con extractos vegetales (¡hoy, sin duda, una excelente alternativa!) y vendía de puerta en puerta lo que confeccionaba junto a su “casa de mujeres”. Convertida a la fe judaica, se reunía en cultos sabáticos en la sinagoga con otras mujeres. Cuando el apóstol Pablo y sus compañeros se reunieron con ellas un sábado en Filipos, las palabras de anuncio fueron escuchadas y aceptadas. Y Lidia se convirtió en protagonista de una fe solidaria con personas que corrían peligro de sufrir represalias a manos de los poderes políticos a causa de sus prácticas subversivas, como les ocurrió a los propios misioneros en Filipos. Lidia toma como base de su praxis solidaria y peligrosa la fidelidad a su Señor Jesús. Es ella quien visualiza lo que significa que no es posible servir a dos señores. Con esa convicción, Lidia transgrede las órdenes de control político que, mediante la tortura, pueden llevar a la muerte a quienes se ponen en movimiento a causa de Jesús. En esa praxis de fe las mujeres también enseñan. Eso es lo que nos muestra la narración sobre Priscila quien, junto a su marido Aquila, fabricaba tiendas. Con la experiencia acumulada de quien ya ha vivido, peregrinado y trabajado en diversos lugares del Imperio romano, Priscila es la gran misionera-artesana del Asia Menor: además de su trabajo de manufactura domina bien el arte de enseñar acertadamente sobre “la senda de Dios” (He 18,26). Transgrede la idea de la época –y de hoy– de que las mujeres no podían hacerlo, y mucho menos en la sinagoga. Ella está allí y lo hace. Sin esconderse, antes de Pablo y desde el inicio. Pero no siempre la teología y la exégesis se han permitido verlo, admitirlo y asumirlo en su práctica de enseñanza en la iglesia. No obstante, también Priscila sigue forjando una tradición de transgresión que nos ayuda a aprender a (re)leer nuestras propias tradiciones. En la enseñanza y la administración de los sacramentos las mujeres siguen haciendo vivenciable la presencia de Jesús. En la lucha contra las tendencias gnósticas del siglo II, que intentaban “descorporeizar” a Jesús, el obispo Ignacio de Antioquia, en su carta a la iglesia de Esmirna, saluda a la iglesia que se reúne en casa de Tavia y de Alce, y menciona a las “vírgenes viudas”, líderes comunitarias autónomas e independientes de los hombres. El obispo Ignacio de Antioquia se inserta ya en un proceso de jerarquización de las funciones eclesiales. Así, aunque no puede negar el liderazgo de esas mujeres, pide que no se haga nada fuera del control del obispo. Tertuliano es más duro e incisivo: en su Tratado sobre el bautismo prohíbe que las mujeres, a ejemplo de Tecla, enseñen y bauticen. Esos dos fragmentos de textos de autoridades eclesiásticas muestran que ya en el siglo II eran fuertes los procesos de patriarcalización de las funciones eclesiales, pero también que las mujeres se resistían a esa dinámica, remitiéndose siempre a Jesús, al que recibieran a través de la memoria y la tradición de otras mujeres. De ahí que el conflicto de género que traspasa las fronteras de las clases sociales, la hostilización de la sexualidad femenina y la persecución a las mujeres líderes de comunidades por parte de las autoridades eclesiales y políticas marcan la historia de la iglesia en ese período. Un ejemplo adicional de ello es la carta de Plinio el Joven en la que menciona a dos jóvenes esclavas diaconisas, torturadas en Bitinia a causa de su fe y su praxis cristianas. El objetivo de la tortura era obligarlas a abandonar su fe y esa praxis (“blasfemar de Cristo”) y forzarlas a abrazar el culto al emperador (“adorar tu imagen [emperador Trajano]”). Esas mujeres que persisten en la fe y en la tradición de Jesús Mesías-profeta raras veces reciben apoyo y solidaridad de sus colegas masculinos. Tecla, por ejemplo, encuentra ayuda y protección en el clamor y en la práctica transgresora y solidaria de otras mujeres. Cuando la condenan a la arena, las mujeres comienzan a clamar y a denunciar en la ciudad: “¡Dios, en esta ciudad se ha producido un juicio injusto!”; y ya en la arena, las mujeres y los niños tiran ramos verdes para desviar la atención y la agresividad de los animales. Tecla se salva por la fe y la solidaridad transgresora de otras mujeres y de los niños. Paulo la negó en un momento de apuro; Tertuliano las condenó a la herejía si se acogían a la autoridad ministerial de Tecla; Agustín las insultó al declararlas responsables de la perdición de los hombres en el camino al infierno. Mientras tanto, hemos visto y recordado que ellas –¡y son multitud!– no sólo participan en el camino de la salvación, sino que abren puertas para que se puedan sumar a él más personas. Son apóstolas, trabajadoras, misioneras, sacerdotisas desde el inicio, y mujeres para siempre. Transgredir normas y sistemas de dominación y subordinación establecidos forma parte de la historia de la salvación de la humanidad. Séanos dada la alegría de encontrar la fuente, nadando contra la corriente, y de absorber de ella toda la energía que necesitamos para, como Jesús, dar continuidad a las tradiciones transgresoras de la historia de Dios con nosotros. Extractado de la conferencia: Jesús y la tradición de las transgresoras En apoyo y admiración a los venezolanos y su presidente Chávez que, creyentes o no, hacen suya la revolución bolivariana y le hacen tomar savia y fuerza invencible en el Evangelio de Jesús.
Me imagino la extrañeza, cuando no desconcierto, de muchos que puedan leer este título. Tan arraigada está la cultura tradicionalista de un idealismo teológico que separa lo espiritual de lo social, que resulta vano el intento de mostrar cuán alejado del Evangelio está ese planteamiento. Recuerdo muy bien el encuentro que el presidente Chávez tuvo hace unos años en Madrid con unas cien personas. Había una gran expectación por oirle y , obviamente, aunque el auditorio le era favorable, no faltaban cabezas críticas que esperaban ponerlo en aprieto. Habló el presidente llano, directo, con gran agudeza y vi en el diálogo cómo las prevenciones casi ni asomaron. Al iniciar el acto me acerqué, pude saludarle y me dijo: “Padre, necesitamos de la Iglesia”. ¿Qué Iglesia?, pensé yo. Y la respuesta era única: la de Jesús, la que se pretende seguidora suya. Pero, en la historia, -siempre en la historia- se han hecho interpretaciones poco fieles a la enseñanza del Nazareno. Y se han hecho desde lo alto, desde la jerarquía, que se ha autoconsiderado sujeto exclusivo de la enseñanza y ha tenido al pueblo como objeto de la misma. Interpretaciones innegablemente políticas, inmersas en la lógica del poder y no del Evangelio. Dichas políticas han pretendido hacer una doble historia, la de la salvación y la profana, como si fueran distintas y aún contrapuestas, haciendo posible que la primera fuera abstracta, alienante , dominada o subordinada a los intereses de la profana. Siempre la Iglesia hizo política, pero muchas veces no desde la justicia y en defensa de los pisoteados de la historia sino desde el poder y en alianza con los que lo ejercían. Hoy, el retorno al Evangelio, una mirada limpia a lo que Jesús enseño y practicó, nos devolvió otra visión de la historia: no hay más que una historia, y en ella sola se busca la verdad y la justicia o se cae en la mentira y la explotación. Jesus vivió en un momento de la historia, actuó en ella tomando partido por los sin voz, los insignificantes, los más pobres y marginados, denunció la falsedad y contradicciones de la religión establecida en Jerusalén , censuró la prepotencia y arbitrariedades del imperio romano, y ambos poderes, unidos, lo eliminaron. Jesús no fue un político, pero no fue neutral ante la política, se definió y la atacó en sus cimientos y por eso fue crucificado. La historia es lo que es y ella es el escenario de nuestro vivir y convivir. Y en la historia del Occidente cristiano hay una larga trayectoria de opresión , despojo y dominación, hecha en nombre del cristianismo y contradiciendo las tesis básicas del Nazareno. Esa trayectoria nunca ha estado exenta de la voz auténtica de la Iglesia, de la comunidad de Jesús, que se profesa seguidora suya y le ha dado profetas, reformadores, mártires y una nube innumerable y anónima de santos. La teología de la liberación hizo posible otra visión y otro quehacer dentro de la historia, acabó con el tabú o miedo de “politizar la fe degradándola” y ver en el clamor histórico de los pobres la voz del Dios sufriente en la historia y darles, como Jesús, a ellos los últimos, la primacía para rehacer la verdad, la justicia y la política. Venezuela, con su revolución y su presidente Chávez, ha entendido que el seguimiento de Jesús se hace en cada momento de la historia, en la conyuntura concreta de cada pueblo, y es ahí donde hay que dar testimonio de verdad y justicia, declarando sujetos de la historia, de la vida y de la política a los que nunca lo fueron porque nos les dejaron que lo fueran. Son apenas catorce años, pero la lucha, el cambio, el avance, la utopía –proyecto (el de la dignidad humana, de la justicia y de libertad con sus derechos inviolables) se ha visto libre y ha comenzado a caminar, correr y volar. Es el proyecto liberador, fundamentalmente de los pobres, de los que nunca durante tanto tiempo otras políticas –y hoy la cínica política neoliberal- quisieron oir ni hablar. El escenario de la historia, de esa Venezuela hegemónica en la liberación del Tercer Mundo y de América Latina infunde temor a muchos, a los ricos, a los acomodados y bien satisfechos, a los que nunca han revisado su egoismo acaparador, – quién sabe si legitimado con plegarias y ceremonias en los templos- , pero a los pobres los conforta y da energía para mantener su lucha y esperanza liberadoras. “Me llamarán subversivo. Y yo les diré: lo soy. Por mi pueblo en lucha, vivo. Con mi pueblo en marcha, voy”. ¿Qué bueno, cuán edificante y digno de alabanza, si todos los cristianos y, en especial nuestros pastores, sintiéramos en el alma como el obispo Pedro Casaldáliga en estas palabras el clamor de los pobres –ellos son los vicarios de Cristo- y estuviéramos activos, honestos, militantes en una política de justicia y liberación que rechaza volver al pasado, a las cadenas del clasismo, de la esclavitud imperial y colonizadora. En España, los grandes medios han reflejado no poco la admiración de una oposición, que busca ese retorno al pasado, donde el privilegio, el monopolio y la impunidad camparon a sus anchas y que, ahora, le lleva a prometer hacer otra política. Otra política, ciertamente, pero no liberadora ni a favor de los más pobres. Eso, su modo de ser y de hacer, imprime carácter. Y eso no se cambia sin ser de verdad seguidor de Jesús. Como ocurre con todos los grandes eventos históricos, la crisis en que andamos sumidos y a la que (pese a las promesas embusteras de los gobiernos) todavía no se le ve salida, tiene una multitud ingente de causas: unas personales, otras estructurales, unas interiores, otras exteriores, unas más inmediatas otras más primeras y remotas…
Entre estas últimas, hay economistas que creen que la raíz primera de toda la crisis europea fue la constitución del euro como moneda única: no porque eso no fuera muy deseable sino porque se hizo antes de tiempo y sin las condiciones mínimas para asegurar su correcto funcionamiento: por razones de avara impaciencia más que de unión de pueblos. Fue un riesgo muy grande que, a poco que algo se torciera, podía acabar como el rosario de la aurora, pero sin aurora. Algo que, por desgracia, está marcando demasiado la construcción europea… El indio Amartya Sen, premio Nobel de economía en 1998, fue de los primeros en alertar sobre los grandes riesgos de la operación, pero, como era un economista muy lejano y poco conocido, no se le hizo ni caso. Más tarde P. Krugman, otro premio Nobel, ha alertado muchas veces sobre las probabilidades crecientes de que el euro acabe por hundirse. Pero como es norteamericano, se le desautorizó pretextando que decía todo aquello por envidia hacia Europa y para mantener la solidez de un dólar sin rivales. Por eso, en la situación en que estamos vale la pena recordar que no fueron ellos los únicos y que también hubo voces, dentro de nuestro país, que alertaron de los mismos peligros. Con este propósito, será bueno desempolvar un viejo artículo de un periódico español, publicado en los días del nacimiento del euro. Su autor, Juan Francisco Martín Seco, es uno de nuestros más autorizados economistas: once años más joven que Amartya Sen, exprofesor de la Complutense y de la Universidad Autónoma de Madrid, y miembro del cuerpo de inspectores de finanzas del Estado. Ofrecemos un largo fragmento del texto de Martin Seco y, a continuación, una breve reflexión nuestra. La sistematización numérica y los subrayados son siempre nuestros, para facilitar una comprensión rápida del texto, cuya lógica expositiva es bien diáfana. “Haríamos mal en pensar que a corto plazo las contradicciones del proyecto Unión Monetaria (UM) van a generar un cataclismo económico y financiero. No es previsible, sobre todo porque las fuerzas capitalistas y empresariales están fuertemente interesadas en el proceso. Más bien puede suceder lo contrario: que la aparición del euro se salude de momento con cierta euforia financiera y económica, tal como ya está ocurriendo en estos momentos. Pero los envites económicos se dilucidan a medio y a largo plazo y ahí sí que, ineludible y progresivamente, irán surgiendo todas las incoherencias y las lacras del diseño adoptado. 1.- Los ciudadanos europeos se irán percatando de que la idea de democracia se les escurre poco a poco entre las manos, para quedar reducida a una palabra sin contenido; y que las decisiones económicas, aquellas que afectan fundamentalmente a sus vidas, son tomadas bien por los mercados financieros (eufemismo para indicar los poderes económicos), o bien por instituciones europeas políticamente irresponsables y sobre las que ellos no tienen ninguna influencia. 2.- Comprenderán que la UM ha servido para eliminar cualquier riesgo que pudiera acechar a los dueños del dinero, alejándoles de los peligros de la inflación o de las devaluaciones, pero a condición de ir aumentando gradualmente los riesgos de la mayoría de la población, comenzando por la amenaza del desempleo, de la precariedad laboral, y terminando por las contingencias sociales, cada vez menos cubiertas por los sistemas públicos de protección. 3.- Los sistemas fiscales en un mercado único de libre circulación de capitales sin armonización fiscal y en el que, con enorme hipocresía, se admite la existencia de paraísos fiscales para los que no se establece la menor sanción, irán perdiendo paulatinamente progresividad y recayendo en exclusiva sobre los trabajadores; mientras las rentas empresariales y de capital se ven exentas de toda tributación ante el chantaje de emigrar a otros territorios dentro de la Unión, más confortables fiscalmente. 3.- Las enormes tasas de paro actuales, lejos de reducirse, se incrementarán espoleadas por la política deflacionista de una institución, el Banco Central Europeo (BCE), que tiene como única misión la estabilidad de precios, y por la carrera sin fin de los estados por tener la menor tasa de inflación (¿hasta dónde?), con la que ganar competitividad y aumentar así su participación en ese mercado único. 4.- Ningún estado se preocupará de agrandar la tarta, tan solo de robar un trozo de pastel al vecino. Ante una política monetaria común y la imposibilidad de modificar el tipo de cambio, los salarios se trasformarán en la única variable de ajuste posible, incluso cuando el desequilibrio venga motivado por el hecho de que los empresarios pretendan obtener más beneficios. 5.- La dimensión exigua, casi ridícula, del presupuesto comunitario imposibilita la existencia de verdaderos mecanismos de compensación interterritorial capaces de neutralizar los desequilibrios regionales que la moneda y el mercado único generarán. Los actuales fondos estructurales y de cohesión son un remedo, cuantitativamente inoperantes pero su existencia incuso se cuestiona para el futuro. Bienvenido sea el euro, regocijémonos ahora porque, tras la euforia y el triunfalismo, aparecerán muy pronto los obstáculos y las complicaciones. Los chinos al frente en "el Reino"...
¡Imagínense, mucho antes de la venida de Jesús, Mo Zi un valiente "pagano" de la China antigua, creía con toda su alma en el amor universal! Pregonaba lo que hoy llamamos justicia social, la consideraba como querida directamente por el cielo (la palabra Cielo en China designa a Dios, a la Divinidad o a los dioses). Se oponía al espíritu de clan y denunciaba a las clases sociales. Combatía la guerra en todas sus formas, rechazaba el odio y ni siquiera admitía que uno se enojara. Durante más de doscientos años, el moísmo consiguió abrirse camino entre las corrientes chinas de pensamiento, pero chocó con el oficialismo confucionista. Según los confucionistas, el Cielo quería ante todo una sociedad ordenada, cuidadosamente estructurada y fuertemente jerarquizada, cuyo gran principio unificador sería la obediencia absoluta (xiào) al padre de familia y al emperador. Para ellos, los moístas -adeptos al amor universal y a la igualdad entre los humanos- no eran más que subversivos, herejes y ateos. Los confucionistas se impusieron en consecuencia el deber de combatirlos hasta borrarlos por completo de la faz de la tierra. Lo consiguieron después de dos siglos de encarnizada persecución. El recuerdo del drama de Mo Zi y de sus discípulos me obliga a hacer un salto de dos mil quinientos años hasta la Argentina en la que viví de 1977 a 1992. En esa época, miles de mujeres y hombres de América latina creían que el amor universal proclamado por Jesús debía salir a las calles y traducirse en una fuerza de transformación radical de las mentes y de las estructuras de la Iglesia y de la sociedad. Ese extraordinario y heroico movimiento de liberación insufló en la Iglesia una enorme esperanza, especialmente en los países del Tercer Mundo; pero los guardianes tradicionales del "orden" dentro de la Iglesia y de la sociedad civil le libraron una guerra salvaje como si se hubiera tratado de una subversión surgida directamente del infierno. Esos buenos "confucionistas" de nuestro tiempo triunfaron en toda la línea. Eran y siguen siendo los ardientes apóstoles del viejo orden mundial que el neoliberalismo intenta implantar con fuerzas renovadas, sobreexplotando los recursos del planeta y acogotando cada vez con más fuerza a una cantidad de pueblos que apenas pueden respirar. Creo que fueron fuerzas similares las que asesinaron a Jesús de Nazaret y castraron su gran movimiento de liberación. Han sido esas mismas fuerzas las que han vaciado nuestra Iglesia de su mejor fermento y la han reducido a menudo, sobre todo en los países ricos, a no ser más que una especie de gran salón funerario. El drama de Mo Zi no ha terminado... Un día, se comprenderá que el amor universal, la justicia y la libertad no son enemigos del orden sino precisamente lo contrario. |
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