Los chinos al frente en "el Reino"...
¡Imagínense, mucho antes de la venida de Jesús, Mo Zi un valiente "pagano" de la China antigua, creía con toda su alma en el amor universal! Pregonaba lo que hoy llamamos justicia social, la consideraba como querida directamente por el cielo (la palabra Cielo en China designa a Dios, a la Divinidad o a los dioses). Se oponía al espíritu de clan y denunciaba a las clases sociales. Combatía la guerra en todas sus formas, rechazaba el odio y ni siquiera admitía que uno se enojara. Durante más de doscientos años, el moísmo consiguió abrirse camino entre las corrientes chinas de pensamiento, pero chocó con el oficialismo confucionista. Según los confucionistas, el Cielo quería ante todo una sociedad ordenada, cuidadosamente estructurada y fuertemente jerarquizada, cuyo gran principio unificador sería la obediencia absoluta (xiào) al padre de familia y al emperador. Para ellos, los moístas -adeptos al amor universal y a la igualdad entre los humanos- no eran más que subversivos, herejes y ateos. Los confucionistas se impusieron en consecuencia el deber de combatirlos hasta borrarlos por completo de la faz de la tierra. Lo consiguieron después de dos siglos de encarnizada persecución. El recuerdo del drama de Mo Zi y de sus discípulos me obliga a hacer un salto de dos mil quinientos años hasta la Argentina en la que viví de 1977 a 1992. En esa época, miles de mujeres y hombres de América latina creían que el amor universal proclamado por Jesús debía salir a las calles y traducirse en una fuerza de transformación radical de las mentes y de las estructuras de la Iglesia y de la sociedad. Ese extraordinario y heroico movimiento de liberación insufló en la Iglesia una enorme esperanza, especialmente en los países del Tercer Mundo; pero los guardianes tradicionales del "orden" dentro de la Iglesia y de la sociedad civil le libraron una guerra salvaje como si se hubiera tratado de una subversión surgida directamente del infierno. Esos buenos "confucionistas" de nuestro tiempo triunfaron en toda la línea. Eran y siguen siendo los ardientes apóstoles del viejo orden mundial que el neoliberalismo intenta implantar con fuerzas renovadas, sobreexplotando los recursos del planeta y acogotando cada vez con más fuerza a una cantidad de pueblos que apenas pueden respirar. Creo que fueron fuerzas similares las que asesinaron a Jesús de Nazaret y castraron su gran movimiento de liberación. Han sido esas mismas fuerzas las que han vaciado nuestra Iglesia de su mejor fermento y la han reducido a menudo, sobre todo en los países ricos, a no ser más que una especie de gran salón funerario. El drama de Mo Zi no ha terminado... Un día, se comprenderá que el amor universal, la justicia y la libertad no son enemigos del orden sino precisamente lo contrario.
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