Como ocurre con todos los grandes eventos históricos, la crisis en que andamos sumidos y a la que (pese a las promesas embusteras de los gobiernos) todavía no se le ve salida, tiene una multitud ingente de causas: unas personales, otras estructurales, unas interiores, otras exteriores, unas más inmediatas otras más primeras y remotas…
Entre estas últimas, hay economistas que creen que la raíz primera de toda la crisis europea fue la constitución del euro como moneda única: no porque eso no fuera muy deseable sino porque se hizo antes de tiempo y sin las condiciones mínimas para asegurar su correcto funcionamiento: por razones de avara impaciencia más que de unión de pueblos. Fue un riesgo muy grande que, a poco que algo se torciera, podía acabar como el rosario de la aurora, pero sin aurora. Algo que, por desgracia, está marcando demasiado la construcción europea… El indio Amartya Sen, premio Nobel de economía en 1998, fue de los primeros en alertar sobre los grandes riesgos de la operación, pero, como era un economista muy lejano y poco conocido, no se le hizo ni caso. Más tarde P. Krugman, otro premio Nobel, ha alertado muchas veces sobre las probabilidades crecientes de que el euro acabe por hundirse. Pero como es norteamericano, se le desautorizó pretextando que decía todo aquello por envidia hacia Europa y para mantener la solidez de un dólar sin rivales. Por eso, en la situación en que estamos vale la pena recordar que no fueron ellos los únicos y que también hubo voces, dentro de nuestro país, que alertaron de los mismos peligros. Con este propósito, será bueno desempolvar un viejo artículo de un periódico español, publicado en los días del nacimiento del euro. Su autor, Juan Francisco Martín Seco, es uno de nuestros más autorizados economistas: once años más joven que Amartya Sen, exprofesor de la Complutense y de la Universidad Autónoma de Madrid, y miembro del cuerpo de inspectores de finanzas del Estado. Ofrecemos un largo fragmento del texto de Martin Seco y, a continuación, una breve reflexión nuestra. La sistematización numérica y los subrayados son siempre nuestros, para facilitar una comprensión rápida del texto, cuya lógica expositiva es bien diáfana. “Haríamos mal en pensar que a corto plazo las contradicciones del proyecto Unión Monetaria (UM) van a generar un cataclismo económico y financiero. No es previsible, sobre todo porque las fuerzas capitalistas y empresariales están fuertemente interesadas en el proceso. Más bien puede suceder lo contrario: que la aparición del euro se salude de momento con cierta euforia financiera y económica, tal como ya está ocurriendo en estos momentos. Pero los envites económicos se dilucidan a medio y a largo plazo y ahí sí que, ineludible y progresivamente, irán surgiendo todas las incoherencias y las lacras del diseño adoptado. 1.- Los ciudadanos europeos se irán percatando de que la idea de democracia se les escurre poco a poco entre las manos, para quedar reducida a una palabra sin contenido; y que las decisiones económicas, aquellas que afectan fundamentalmente a sus vidas, son tomadas bien por los mercados financieros (eufemismo para indicar los poderes económicos), o bien por instituciones europeas políticamente irresponsables y sobre las que ellos no tienen ninguna influencia. 2.- Comprenderán que la UM ha servido para eliminar cualquier riesgo que pudiera acechar a los dueños del dinero, alejándoles de los peligros de la inflación o de las devaluaciones, pero a condición de ir aumentando gradualmente los riesgos de la mayoría de la población, comenzando por la amenaza del desempleo, de la precariedad laboral, y terminando por las contingencias sociales, cada vez menos cubiertas por los sistemas públicos de protección. 3.- Los sistemas fiscales en un mercado único de libre circulación de capitales sin armonización fiscal y en el que, con enorme hipocresía, se admite la existencia de paraísos fiscales para los que no se establece la menor sanción, irán perdiendo paulatinamente progresividad y recayendo en exclusiva sobre los trabajadores; mientras las rentas empresariales y de capital se ven exentas de toda tributación ante el chantaje de emigrar a otros territorios dentro de la Unión, más confortables fiscalmente. 3.- Las enormes tasas de paro actuales, lejos de reducirse, se incrementarán espoleadas por la política deflacionista de una institución, el Banco Central Europeo (BCE), que tiene como única misión la estabilidad de precios, y por la carrera sin fin de los estados por tener la menor tasa de inflación (¿hasta dónde?), con la que ganar competitividad y aumentar así su participación en ese mercado único. 4.- Ningún estado se preocupará de agrandar la tarta, tan solo de robar un trozo de pastel al vecino. Ante una política monetaria común y la imposibilidad de modificar el tipo de cambio, los salarios se trasformarán en la única variable de ajuste posible, incluso cuando el desequilibrio venga motivado por el hecho de que los empresarios pretendan obtener más beneficios. 5.- La dimensión exigua, casi ridícula, del presupuesto comunitario imposibilita la existencia de verdaderos mecanismos de compensación interterritorial capaces de neutralizar los desequilibrios regionales que la moneda y el mercado único generarán. Los actuales fondos estructurales y de cohesión son un remedo, cuantitativamente inoperantes pero su existencia incuso se cuestiona para el futuro. Bienvenido sea el euro, regocijémonos ahora porque, tras la euforia y el triunfalismo, aparecerán muy pronto los obstáculos y las complicaciones.
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