El episodio va precedido de la multiplicación de los panes En el fragmento anterior vimos cómo la gente quería hacerle rey, y Jesús los despidió y se marchó al monte para pasar la noche orando. Al regresar a Cafarnaúm, la gente vuelve a acosarle, y Jesús vuelve a situar el tema donde debe estar, no en el entusiasmo por el rey que reparte pan gratis, sino en la aceptación de Jesús como Enviado de Dios.
Jesús se presenta expresamente como tal, y afirma su superioridad sobre Moisés, aprovechando el signo del pan y del maná en el desierto. Pero el texto de hoy añade al anterior otros dos matices: el rechazo de la gente, que no puede admitirle como superior a Moisés, ni mucho menos como enviado de Dios y la pregunta "¿cómo puede éste darnos a comer su carne?", tan cerril como actual. REFLEXIÓN Si Jesús pronunció realmente las palabras "Yo soy el Pan vivo bajado del cielo" (ya sabemos que el cuarto evangelio suele poner en boca de Jesús sus propias profesiones de fe), el desconcierto de sus interlocutores es absolutamente lógico, y su conclusión sería que se había vuelto loco. Lo expresan muy bien las primeras líneas del evangelio de hoy. Es el hijo de José, conocemos a sus padres (el cuarto evangelio repite esa expresión, "hijo de José" en 1,45 y 6,42) ¿cómo es que dice que ha bajado del cielo? Se trata, como vemos, del mismo tema que apareció ya en el domingo 14º, a propósito de Marcos 6. Parece evidente que el cuarto evangelio ha recogido aquella misma escena de rechazo y escándalo de sus convecinos y la ha aprovechado para hacer una catequesis sobre "quién es Jesús". El domingo pasado nos preguntábamos: ¿qué motivos pudieron tener los que conocieron a Jesús para seguirle, hasta el extremo de abandonar costumbres tan seculares y sagradas? Y en estos párrafos se muestra algo que hemos olvidado: Jesús está pidiendo una superación tan completa de la Ley de Moisés que producirá escándalo y rechazo. Hoy está de moda insistir en el judaísmo de Jesús olvidando la terrible ruptura que lo de Jesús supuso. (¡Estamos olvidando lo del vino nuevo y los odres viejos!) Esto producirá el alejamiento de la gente. No solamente la estupidez de comerse la carne y beberse la sangre de Jesús, sino el significado de esta imagen: no buscar alimento en la Ley de Moisés sino en Jesús. El hecho de que este mensaje cobre tal importancia precisamente en el cuarto evangelio dice mucho de la evolución de la fe en las comunidades llamadas joanneas y del posicionamiento "anti judío" del cuarto evangelio. Hemos hablado mucho del significado de Pablo para la apertura de la Iglesia a los no-judíos, pero deberíamos recuperar la importancia del mundo "de Juan" en la comprensión de la novedad del mensaje de Jesús respecto a la antigua Ley. La fuerza de este mensaje nos lleva a comprender que su reducción a la eucaristía (aun siendo válido) no es suficiente. Es un gran símbolo acerca de Jesús: Jesús pan, Jesús agua, Jesús luz, son los tres grandes símbolos de Jesús en el cuarto evangelio, en la misma línea metafórica de los evangelistas y del estilo personal de Jesús, que se expresa en parábolas, no en conceptos. Nosotros hemos olvidado su estilo, hemos preferido invertir el sentido de las palabras de Jesús para afirmar que el pan eucarístico es Jesús, cuando el sentido original es que Jesús es pan. Debemos unir también la imagen de Jesús/pan con la imagen Jesús/grano de trigo que se siembra y muere para poder ser fecundo. Deberíamos sacar provecho de las imágenes del cuarto evangelio desde su significado primitivo, tan válido y significativo. Es una catequesis que necesitamos también nosotros. Jesús, el hijo de José y María (según la expresión que usa el cuarto evangelio), ha venido del cielo. Y nosotros, empecinados en convertir los símbolos en fenómenos físicos, nos imaginamos al Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, viajando por el espacio infinito y aterrizando en el seno de María para fecundarla y dar origen a Jesús, que así puede decir que ha bajado del cielo. Sería muy recomendable que usáramos la frase completa: Jesús no dice que es alguien que ha bajado del cielo, sino el pan bajado del cielo. Y de la misma manera que Jesús no es un pan, exactamente igual no ha bajado de ninguna parte. Las dos expresiones son igualmente simbólicas, y en eso radica su fuerza. Reducir el sentido simbólico es fuertemente insatisfactorio. Jesús es pan. Jesús, el hijo de José y María, es pan. Si entendemos esto, podremos entender lo de "bajado del cielo". Si no, no. Lamentablemente, reducimos el significado de las dos expresiones y las convertimos en "sucesos mágicos": el pan es Jesús; en María se obró un milagro biológico. Estas reducciones son muy satisfactorias: volvemos a tener a Dios encerrado en el templo, en una presencia que muchos imaginan como física, y hacemos de la humanidad de Jesús un disfraz de su divinidad, que es "su verdadera naturaleza". Era muy lógico que los contemporáneos de Jesús, especialmente sus vecinos y sus parientes, se resistiesen al mensaje. Y es muy lógico que nosotros nos resistamos a salir de nuestras concepciones mítico-mágicas. La religión de Jesús supera en tal medida nuestras religioncillas razonables o míticas, que sentimos vértigo al creer en él. Porque hay que creer en un hombre, no en una divinidad disfrazada, hay que creer que la acción de Dios está verdaderamente hecha carne, no vestida de carne. Hay que alimentarse del pan que es Jesús, no del que nosotros inventamos. A veces el cuarto evangelio se toma como una aventura gnóstica, en la que Jesús se presenta como un ser sobrenatural con apariencia humana. Pero, si lo leemos correctamente, está insistiendo machaconamente precisamente en lo contrario. Jesús es la tienda de Dios entre nosotros, el pan que Dios nos da, el agua de la que hay que beber: Jesús, el hijo de José y María, carpintero de Nazaret, el que fue crucificado ante el escarnio de sus enemigos que le echaban en cara que no podía bajar de la cruz. Sus vecinos no podían creer en Jesús. Ni sus ojos ni su fe anterior se lo permitían. Este evangelio nos está acercando por tanto a una situación dramática de las primeras comunidades de creyentes en Jesús, y nos enfrenta hoy a un desafío radical: ¿cuál es mi luz, mi alimento, mi agua? Dicho de otra manera ¿quién es el Señor de mi vida? Solemos caminar a la luz de valores que dirigen nuestras elecciones. Se nos propone otra luz, otros valores para iluminar el camino. Solemos alimentarnos de las satisfacciones que encontramos en lo que llamamos éxitos, personales, económicos, sociales. Solemos tener sed de poseer, de gastar, de comprar, de prosperar, de destacar... Pero ese hambre y esa sed no se sacian nunca. En todos esos ámbitos la satisfacción del deseo no lo sacia sino que despierta otro deseo mayor. El pan y el agua del Reino son otros valores, ante los cuales los valores habituales pierden su encanto. Cuando Jesús llama a los pobres, a los que saben sufrir, a los misericordiosos, a los limpios de corazón... "dichosos", está diciendo que su modo de vida hace desaparecer el hambre y la sed de otras cosas de tierra. Podríamos añadir a las Bienaventuranzas ésta última como resumen: "Dichosos los que viven los valores del Reino, porque ya nunca tendrán sed de los valores de la tierra". Aquí entronca maravillosamente la última frase del texto del libro de los reyes, acerca de Elías: "Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas". Debemos entender muy claramente que el camino de seguir a Jesús no es sin más una decisión humana, sino una obra del Espíritu, del Viento de Dios, en nosotros. La Iglesia está llamada a seguir la obra de Jesús, es decir, a ser pan para la vida del mundo; y es un trabajo superior a nuestras fuerzas. Por eso es tan imprescindible preguntarnos por el alimento. ¿De dónde vamos a sacar fuerzas para vivir un tipo de vida tan cuesta arriba, tan a la contra de los criterios y valores de nuestro entorno? ¿De dónde vamos a sacar fuerzas para cumplir un destino que el Sermón del Monte propone (increíblemente) con frases tan abrumadoras como: "vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra", "sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto"? La respuesta es evidente: de la unión con Dios, de la vida interior, de la oración, de la eucaristía, de la comunidad de creyentes... de dejar hacer a Dios en nosotros para que sea Él quien trabaje en el mundo por medio de nosotros.
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Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo.
Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre, reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia. - Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura. - Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional. - Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo. - Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. - Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir. - Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas. - Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada. - Mediocre es un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza. - Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad. - Y mediocre es un país que (estamos en olimpiadas), valora más una medalla olímpica, que un título universitario. Hace unos días regresó a mi memoria el recuerdo de una película, que a mediados de los cincuenta, filmara el cineasta francés Christian Jaque y que en su momento tuviera gran repercusión, “Si todos los hombre del mundo…”. Narraba en ella la odisea de un pequeño barco pesquero cuya tripulación se ve atacada de botulismo en alta mar y cuyas posibilidades de supervivencia son absolutamente nulas pero que se salva gracias a la solidaridad de una red de radioaficionados que capta el desesperado pedido de auxilio del capitán del barco, primero en Togo y luego a través de varias ciudades europeas y consigue hacerles llegar el imprescindible antídoto.
Ese recuerdo me llevó a pensar en la situación de nuestra nave planetaria. Estamos a la deriva y atacados no por una sino por varias enfermedades que pueden llevarnos al más insondable de los abismos, el consumismo, la drogadicción, la destrucción de la naturaleza, el hambre, la miseria, la violencia… de modo que estamos en una situación tanto o más grave que la de la tripulación de aquel barco. Sin embargo contamos ahora con una tecnología mucho más desarrollada, dinámica y efectiva que la de aquella época y organizaciones que puestas al servicio del bien común pueden cambiar el rumbo de la historia. A principios del siglo pasado, más exactamente en 1910, en Edimburgo (Escocia), en el seno de un Congreso Misionero surge la idea de restaurar la unidad de las religiones cristianas, lo que luego se dio en llamar el Movimiento Ecuménico(1). Fueron primero tres protestantes los que le dieron el impulso inicial: el obispo luterano Natan Sôderblom, el episcopalino canadiense Carlos Brent y el metodista Juan Mott a los que más tarde, bajo el pontificado de Juan XXIII, se sumó la iglesia católica. Anteriormente en 1919, ante una invitación de los obispos protestantes, el entonces papa Benedicto XV había contestado que “la única unidad posible se encontraba en el retorno a la Iglesia católica”. Uno de los productos más relevantes de este movimiento fue la creación y permanencia de la Comunidad de Taizé en Francia, el signo más visible de la reconciliación y de la unidad de los cristianos, a partir de los principios evangélicos y sobre la base de una realidad concreta. Esta realidad es la que hoy pareciera convocar a un cambio profundo en la participación (o mejor dicho en la no participación) de las iglesias en la vida contemporánea, Veinte siglos de predica no han dado los frutos esperados, los cristianos salvo unos pocos muy pocos no dan en la vida cotidiana testimonio de su fe, de sus principios, de lo que debieran ser sus convicciones, ni manifiestan mayor arraigo a las enseñanzas de Jesús de Nazareth. Es cierto que hemos tenido algunos ejemplos heroicos, tales como los de los obispos Romero y Angelelli y entre los hermanos separados los de Luther King y Desmond Tutu incansable luchador de la época del apartheid, por citar solo a los más conocidos, pero lo que hoy urge es un cambio de rol de la institución eclesial. La iglesia si quiere encarnar al buen pastor no puede mantenerse alejada de su rebaño, cuando el rebaño sufre y se rebela contra la opresión y el abandono de sus propios gobernantes, sino que debe ponerse resueltamente a la cabeza de ese rebaño, acompañándolo no solo exhortando a los creyentes a “cumplir con fidelidad sus deberes temporales” sino compartiendo la genuina rebeldía que provocan las injusticias, incentivando y prestando su activa colaboración en las demandas por las que actualmente claman los movimientos sociales, verdaderos sujetos de ese rebaño que las iglesias han pretendido desde siempre condicionar con la promesa del Reino. El Reino es aquí y ahora como lo proclaman muchos teólogos contemporáneos pero debemos construirlo entre todos y para eso es necesario convocar a todas las fuerzas de que disponemos: las iglesias tienen estructura, tienen territorialidad tienen grandes reservorios morales y seguramente creatividades subyacentes capaces de despertar y de convertirlas en las verdaderas líderes del cambio. Las iglesias no solo deben conducir con la palabra sino también con las obras y no me refiero a las tradicionales obras de caridad las que, aún sin negarles su profundo valor, son apenas paliativos, remiendos bienintencionados que por el contrario siguen contribuyendo involuntariamente a que nada cambie. Dijo alguna vez Juan Pablo II “Los Pastores tienen el derecho y el deber de proponer los principios morales también en el orden social” lo que a mi juicio implica también condenar abierta y resueltamente todo aquello que como un cáncer progresivo va destruyendo el tejido social no solo en el orden moral sino también en el material, el ambiental, en suma en el de la vida misma. El ecumenismo constituye sin duda un considerable avance en la puesta en común de los problemas de nuestro tiempo a la luz de los evangelios y debe incorporarse orgánicamente a la vida y a la acción de nuestra iglesia de manera que se transforme y cito nuevamente a Juan Pablo II en “el fruto de un árbol que, sano y lozano, crece hasta alcanzar su pleno desarrollo” Un movimiento actualmente compuesto por 334 iglesias de diferentes tradiciones eclesiales, de casi todos los países del mundo, que conforman el Consejo Ecuménico de las Iglesias y que mantiene además relaciones fraternales con otras iglesias que no forman parte aún de su organización, puede llegar a conformar uno de los poderes más extraordinarios de nuestro tiempo y convertirse en un verdadero factor de cambio en la medida en que como instituciones comiencen a cooperar activamente con los movimientos sociales pero también a incentivarlos y a orientarlos en la búsqueda de nuevas formas de convivencia, de producción, de administración planetaria, de transformación en paz de las actuales estructuras de sometimiento, de explotación, de aniquilación de los más débiles, de agotamiento e injusta distribución de los bienes naturales indispensables para la vida, ya que como dice el teólogo José María Castillo desde el punto de vista cristiano la solución del problema contemporáneo es muy clara: lo “primero en la vida es defender la vida, asegurar la vida, dignificar la vida, proteger la vida” y agrega que aunque “los obispos dicen que ellos tienen por misión anunciar a Jesucristo, la verdad es que dan la impresión que a muchos de ellos les preocupan más determinados asuntos , relacionados con el poder político y económico que con el Evangelio que anunció Jesús” Y en tal sentido no estaría tal vez del todo mal que toda nuestra iglesia hiciera un examen colectivo de conciencia y evaluando los resultados de su prédica en la historia humana decidiera preocuparse menos por la liturgia y más por los desamparados, siempre presentes, nunca olvidados por el Maestro a quién dicen anunciar. Pero para lograr un cambio tan profundo hacen falta conversión, convicción y nuevas ideas, aunque estas últimas serán sin duda el fruto de las dos primeras. Es innegable que la creatividad humana no tiene límites ¿por qué no poner en funcionamiento los cerebros de nuestras jerarquías para instrumentar nuevas formas de lucha pacífica en el seno de nuestras sociedades? ¿por qué no pedirles que asuman la cristiana responsabilidad de poner la imaginación, la voluntad, el esfuerzo individual y colectivo al servicio de esa transformación por la que, con intensidad creciente, reclama nuestro mundo? Y ¿cuáles podrían ser esas nuevas tareas, esas nuevas responsabilidades? Creo tener algunas pistas, aunque habrá muchas otras, sin embargo, tal vez más efectivas o más eficientes. A nadie, por ejemplo, le pasa desapercibido que algunos programas de televisión (e increíblemente hasta radiales) se han transformado en un venero de inmoralidad, de estupidización y de deformación cultural de gran parte de la población, el exhibicionismo sin límites de que hacen gala merecerían sanciones que nadie les impone y contribuyen en no poca medida a la banalización del sexo, a la iniciación temprana en las relaciones sexuales y sus muchas veces dolorosas consecuencias. No nos rasguemos después las vestiduras clamando por la no despenalización del aborto. Busquemos atacar los males en sus raíces y en sus causas profundas. Estoy convencida de que está en manos de la sociedad poner coto a tales excesos, una de ellas organizar campañas para comprometer por lo menos a aquellos que se dicen cristianos a no comprar productos de las empresas que patrocinan esos programas y a cumplirlo y a comunicárselo a dichas empresas de la forma más masiva posible Es probable que en la medida en que estas campañas fueran estimuladas y respaldadas por las mismas iglesias, sus prelados, sus organizaciones, sus colegios, sus universidades… podrían alcanzarse algunos resultados, aunque desde luego partiendo siempre de la convicción de que será necesario mantenerlas con perseverancia y en el tiempo. Otro tema que ha despertado mi preocupación es el excesivo consumo de papel, en muchos casos de primera calidad en propagandas de tamaños insólitamente exagerados. En una oportunidad contabilicé cuantas páginas de una revista de esas que los españoles llaman “del corazón” estaban dedicadas en toda su extensión a un determinado producto y descubrí, que el 40% de la revista solo contenía enormes fotos publicitarias de una página y exactamente un solo producto editadas en papel satinado de alto costo… pero fundamentalmente también de alto derroche de celulosa. Y aún más en los diarios de mayor tirada editorial es frecuente encontrar publicidades de página entera y hasta de doble página como la recientemente publicada en el diario La Nación con la propaganda de solo un automóvil de la fábrica Volkswagen. Esto significa que cada vez más bosques implantados reemplazan a las especies autóctonas, cada vez se necesitan más tierras para plantarlas con pinos y eucaliptus que por otra parte absorben mucha agua del subsuelo, desplazando otros cultivos de carácter generalmente alimentario o en grado mucho más inhumano a comunidades indígenas que desde tiempos inmemoriales han tenido en esos bosques naturales sus medios de subsistencia. De modo que no nos podemos quedar en las voces de alerta ni en el terreno de los lamentos es necesario pasar a la acción: organizar boicots, apoyar a los indignados y orientarlos, colaborar pacíficamente con sus protestas, fortalecer la esperanza, acrecentar su fe. Urge no solo concientizar a la gente sobre las consecuencias de estos nefastos derroches sino también y principalmente asumir liderazgos que condenen estas y otras prácticas similares que amenazan no solo al bienestar moral sino también al bienestar material de nuestras sociedades presentes y eventualmente futuras. Solo así podremos seguir soñando con un mundo más humano, más digno, más cristiano… Si todas las iglesias del mundo… se lo propusieran podrían tal vez salvar a la humanidad de su actualmente previsible aunque evitable final. Nota: (1) Del griego “oikoumenē”, que significa “lugar o tierra poblada como un todo” Arquitecta argentina, editora del informativo semanal “El Grano de Arena” de ATTAC Internacional De la iluminación nace la energía para reconstruir. Sobre bases nuevas. Las desigualdades desaparecen. Las fronteras también. Cada ser humano es un hermano. La justicia y el amor no se separan. La libertad es la marca porque es la del Espíritu. No de esclavos sino de hijos. Nace la comunidad de personas libres unidas en la verdad por los vínculos del amor.
Muchas "perícopas "del Evangelio, parábolas, milagros, conflictos, discusiones, no son sino "caminos" más o menos "fabricados" por la comunidad primitiva para guiar a los neófitos hacia el encuentro del Señor, es decir, hacia la iluminación. Las curaciones de ciegos, sordos, mudos, leprosos, paralíticos, la Samaritana, las bodas de Cana, la resurrección de Lázaro y otras resurrecciones, el hijo pródigo, el samaritano, Zaqueo, el rico y el pobre, la multiplicación de los panes, la Transfiguración, las apariciones de la resurrección, la poda de la Vid, etc., son historias fundadas sobre una sola realidad: Jesús Resucitado es el Camino del Encuentro con Dios, él es la Luz y es la Vida. Él es el Salvador y el Señor. La práctica del bautismo y otros sacramentos son rituales de iniciación a esa experiencia que se va desarrollando al ritmo de expiración, inspiración y respiración del ser nuevo en el Espíritu, es decir en el Soplo de Dios. Se bautiza al que alcanzó la Iluminación que ya lo configuró, asemejó, asimiló a Cristo Resucitado. Ese ritual de iniciación sagrada lleva el nombre de "Ilustración" (o "lustración"). Todo gira alrededor del soplo y de la luz, de un morir y de un nacer, siendo la inmersión en el agua y la salida de la misma el símbolo de la muerte en Cristo y de la entrada con él en el seno de la Vida nueva. No solo el Nuevo Testamento es un camino hacia la "Iluminación", sino que también lo es el Antiguo Testamento. Moisés y los profetas son unos iluminados. Israel, conducido de las tinieblas de Egipto a través de la matriz del Mar Rojo por la luz de Yahvé (la columna de fuego), es un pueblo iluminado, que ha muerto a todo un pasado, a una manera de ser, para nacer a una manera distinta de vivir que es reflejo de la cara de Dios (su "gloria"). Esa luz es la Ley de Dios. El que se adecua a esa Ley, de corazón, en verdad (en obras), ese a su vez se convierte en luz; "la luz es la señal de la vida; es vida, mientras la muerte es lo contrario: sombra, oscuridad, tinieblas". Esa "adecuación" es una Alianza entre Dios y su pueblo; es un verdadero desposorio. Las condiciones esenciales para vivir en esa alianza, en esa Luz, son expresadas con toda fuerza en el primero, segundo y último mandamiento: no tener a otro dios que al Dios "Único", el que entra en la Historia y saca a Israel de la esclavitud. No hacerse "imágenes" de lo divino para rendirles culto ("imaginar" a Dios, fabricarse ideas sobre Él; la ilusión, lo falso, la idolatría). No codiciar; no "desear" lo ajeno (el famoso deseo de Buda, causa de todo sufrimiento), raíz de la enajenación, de la esclavitud, de la idolatría.... El Siervo sufriente, la poda del antiguo Israel hasta la raíz, el pequeño Resto que "brota" del tronco cortado, que será portador de la salvación (lo que Jesús va a encarnar junto con la comunidad de sus seguidores, granito de mostaza, levadura en la masa): es el que muere a todo lo falso, a los falsos salvadores, a la magia, a los Mesías falsos, a la mentira, a los ídolos, para que, a través de él, estalle el resplandor de la presencia salvadora, "transfiguradora", de Dios. Jesús es la Luz, es el Camino, la Revelación del camino del hombre hacia Dios y de Dios hacia el hombre: el encuentro entre ambos. No es una palabra, un mandamiento, una ley; es la misma encarnación de la Palabra, del mandamiento vivido; es la Ley hecha carne, es decir una camino vivo. Para el hinduismo, taoísmo, budismo, judaísmo, Islam o cristianismo, la vida no tiene sentido (es falsa) si no está orientada ("oriente", Este, Sol levante) hacia la Iluminación. Para cualquiera de esas religiones, el camino para alcanzar dicha Iluminación es el mismo: rechazar (es decir: no identificarse jamás con... o dejarse dominar por...) la ilusión, lo falso, lo efímero, lo pasajero, para volcarse hacia lo esencial, lo perdurable, lo eterno: el ser verdadero, que está en lo profundo de nuestro ser, asentado en la única realidad verdadera: Dios, ya se le nombre o no. Así se va recuperando lo que somos de verdad: imagen de Dios, en Cristo, que es imagen perfecta del Padre. Mientras dure la identificación con el "yo separado", como si esa fuese nuestra verdadera identidad, la "salvación" se percibirá igualmente como una realidad que viene de "fuera", gracias a una serie de condiciones, fundamentalmente la fe, entendida como adhesión mental a un "salvador".
Así es como hemos leído habitualmente el evangelio, y así es como hemos entendido la fe en Jesús. Todo cambia radicalmente cuando caemos en la cuenta de que el sujeto del "pan de vida" es Yo Soy, la identidad última, que "compartimos" con todo lo Real. En la línea que comentaba la semana anterior, esa es la perspectiva adecuada, en cuanto evitamos el engaño que supone fracturar la Realidad. Desde esta clave, la palabra evangélica revela una hondura antes no imaginada. Nos habíamos conformado con buscar a Jesús, porque queríamos "comer pan hasta saciarnos", pero se trata de algo infinitamente más rico. Se trata de conectar con el "alimento que perdura", el que da "vida eterna" (plena). El reproche puesto en boca de Jesús pareciera querer despertarnos de nuestro engaño para abrirnos a la plenitud que somos (aunque, a falta de vivirla, la experimentemos como Anhelo). Eso es "lo que Dios quiere": que lleguemos a descubrir lo que somos. Lo cual se expresa también como "creer en el que ha enviado". Pero, en este punto, ya sabemos que "creer" no significa dar el asentimiento mental a algo/alguien "externo" –no hay nada "fuera" de nada-, sino "ver" en Jesús lo que él mismo veía, compartir su visión y anclarnos en ese No-lugar que él llamaba "Abba" (Padre, Fuente y Fondo de todo lo que es). Al reconocernos conectados a ese No-lugar, empezamos a saborear nuestra identidad última y experimentamos que todo es ya Presencia y Plenitud. Es lo que somos. Y es justo entonces cuando se realiza la promesa de Jesús: el que "llega" ahí, "no pasará hambre ni sed". Se reconoce y experimenta como la Fuente de donde "brotan ríos de agua viva" (Juan 7,38). Desde esta nueva perspectiva, "creer" en Jesús no significa "imitarle", ni siquiera "seguirle" –aunque ambos sean términos muy queridos en la tradición cristiana-, sino reconocernos o descubrirnos en él: somos Jesús. Cuando se ha experimentado la no-dualidad, la unidad de todo lo que es, emerge una nueva visión, que aporta una clave de lectura, absolutamente revolucionaria para lo que nuestra mente llama "sentido común" pero que, en realidad, no es otra cosa que el conjunto de hábitos mentales con los que nos habíamos identificado. Desde esta nueva clave, aparecen lúcidamente certeras las palabras de Aldous Huxley: "Si supiese quién soy en realidad, dejaría de comportarme como lo que creo que soy; y si dejase de comportarme como lo que creo que soy, sabría quién soy". La experiencia de la no-dualidad nos hace capaces de abandonar los hábitos adquiridos y abrirnos a un nuevo modo de ver, caracterizado por la Presencia, la Plenitud y la Unidad, desde donde todo se "lee" de otra manera, incluida la "fe" en Jesús. Para mejor comprender lo que quiero plantear, podemos llevar la cuestión al extremo: ¿qué ocurriría si Jesús no hubiera existido? Como es sabido, hay algunos estudiosos de la mitología que sostienen que Jesús de Nazaret no es sino una más de las "personificaciones" de Horus y, en último término, del Dios Sol. (Es la postura que se explica, por ejemplo, en el libro de Timothy FREKE y Peter GANDY, "Los misterios de Jesús. El origen oculto de la religión cristiana", publicado por Grijalbo en 1999, y que actualmente puede encontrarse en internet). Pues bien, sin entrar en la discusión que se plantea en esa obra que, por otra parte, parece no tener en cuenta todos los datos de que disponemos, lo que ahora quiero afirmar es que, a partir de la perspectiva no-dual, no se modificaría el "contenido" de la fe cristiana. El motivo, desde ese ángulo, es sencillo: lo que importa no es el "yo" individual, que no es sino una "forma" transitoria y pasajera, con la que haríamos bien en no identificarnos, ya que no constituye nuestra verdadera identidad, sino la Fuente, el Fondo o la Conciencia que se manifiesta y despliega en cada una de aquellas formas. Si una "forma" concreta nos sirve de "espejo" para reconocernos, ha realizado su misión. Dicho con más claridad: Jesús de Nazaret es una "forma" en la que se ha expresado el Misterio. Poner nuestra fe en él como un "yo separado", equivaldría a quedarnos en la apariencia transitoria. Desde esta nueva perspectiva, las cosas se ven de otro modo: en la "forma" de Jesús hemos visto el "Fondo" de todo lo real, que somos todos. Y una vez que hemos visto esto, no se necesita nada más. Con esta clave, tiene sentido completo la afirmación de que "somos Jesús". No se trata de "imitación", ni de "seguimiento", sino de "reconocimiento": al descubrirnos en quienes somos, todas las "discusiones mentales" son vistas como las peleas que pueden ocurrir durante el sueño. La Realidad está en "otro no-lugar". Se continúa lo narrado el domingo anterior. La gente vuelve a Cafarnaún y encuentra de nuevo a Jesús. Jesús les reprocha que no le sigan más que porque la víspera se han hartado de pan y pescado. Y de este tema del alimento físico se eleva al mensaje, a propósito del maná, que sus interlocutores han aducido como muestra de que Dios estaba con Moisés.
Este fragmento plantea pues un tema que debió de tener enorme importancia para los oyentes de Jesús y para las comunidades cristianas posteriores, aún en pugna con el judaísmo. Jesús es presentado a veces (en Mateo explícitamente) como "el nuevo Moisés, el que proclama la Nueva Ley". ¿Con qué garantías? A Moisés le avalan los "signos y prodigios" del mar y el desierto. ¿Qué signos aduce Jesús? El tema de fondo por tanto es el desafío que Jesús plantea a sus contemporáneos: ¿por qué le han de creer, hasta el punto de corregir, y aun arrinconar, la Ley? REFLEXIÓN ¿Qué motivos pudieron tener los que conocieron a Jesús para seguirle, hasta el extremo de abandonar costumbres tan seculares y sagradas? No solemos reparar en la enorme violencia del cambio. ¿Cómo pudieron prescindir de la circuncisión, la señal de la Alianza, del descanso de Sabbat, la abstinencia de alimentos prohibidos, el templo...? Por esas cosas se habían dejado matar sus antepasados, que por ello eran considerados mártires. ¿En nombre de quién debían ahora abandonarlas? Jesús puntualiza la afirmación de la gente: Moisés proporcionó un pan de tierra, para alimentar el cuerpo mortal. Pero ahora, el Padre está dando un alimento celestial, para vida eterna. Sus interlocutores siguen pensando en categorías completamente terrenales (como su propio mesianismo) y piden ese pan maravilloso. Jesús se define entonces como pan de Vida. El pasaje es llamativamente paralelo con el de la Samaritana. También a ella le ofrece Jesús un agua que quita para siempre la sed; también ella pide de esa agua maravillosa; y Jesús se define como Agua Viva. El paralelismo nos lleva a comprender que la reducción de este mensaje a la eucaristía (aun siendo válido) no es suficiente. Es un gran símbolo como Jesús: Jesús pan, Jesús agua, Jesús luz, son los tres grandes símbolos de Jesús en el cuarto evangelio, en la misma línea metafórica de los evangelistas. Nosotros hemos preferido invertir el sentido de las palabras de Jesús para afirmar que el pan eucarístico es Jesús, cuando el sentido original es que Jesús es pan. También hemos unido la imagen de Jesús/pan con la imagen Jesús/grano de trigo que muere para poder ser fecundo. Y todas esas afirmaciones son sin duda válidas, pero deberíamos sacar provecho de las imágenes del cuarto evangelio desde su significado primitivo, tan válido y significativo. Israel en el desierto recibió de Dios tres dones radicales: la luz, el alimento, el agua, porque esos eran los tres peligros mortales que le acechaban: perderse en el desierto, morir de hambre, morir de sed. Desde entonces, la imagen de Dios se viste con estos símbolos. El cuarto evangelio está aplicando esos mismos símbolos a Jesús, no a Dios sino a Jesús. Así pues, estos símbolos, antes que eucarísticos y más que eucarísticos, son dogmáticos, cristológicos: se está proponiendo una fe en Jesús que estaba fuera de todo lo imaginable para aquellas comunidades: Jesús es verdaderamente el Ungido, la Palabra, el pan: a él hay que escuchar, de él hay que alimentarse. Aquí tenemos la solución a la pregunta que nos formulábamos antes. ¿Qué razón tan poderosa tuvieron aquellas personas para arrinconar las creencias y ritos que habían conformado durante siglos la fe de sus padres?Respuesta: la fe en Jesús, admitido como Palabra de Dios hecha carne. Este evangelio nos está acercando por tanto a una situación dramática de las primeras comunidades de creyentes en Jesús, y nos enfrenta hoy a un desafío radical: ¿cuál es mi luz, mi alimento, mi agua? Dicho de otra manera ¿quién es el Señor de mi vida? Solemos caminar a la luz de valores que dirigen nuestras elecciones. Se nos propone otra luz, otros valores para iluminar el camino. Solemos alimentarnos de las satisfacciones que encontramos en lo que llamamos éxitos, personales, económicos, sociales. Solemos tener sed de poseer, de gastar, de comprar, de prosperar, de destacar ... Pero ese hambre y esa sed no se sacian nunca. En todos esos ámbitos la satisfacción del deseo no lo sacia sino que despierta otro deseo mayor. El pan y el agua del Reino son otros valores, ante los cuales los valores habituales pierden su encanto. Cuando Jesús llama a los pobres, a los que saben sufrir, a los misericordiosos, a los limpios de corazón... "dichosos", está diciendo que su modo de vida hace desaparecer el hambre y la sed de otras cosas de tierra. Podríamos añadir a las Bienaventuranzas ésta última como resumen: "Dichosos los que viven los valores del Reino, porque ya nunca tendrán sed de los valores de la tierra". PARA NUESTRA ORACIÓN ¿Qué señales das para que creamos en ti? En otra ocasión se le preguntó eso mismo a Jesús, cuando el Bautista le envió a sus discípulos con una pregunta semejante. Jesús contestó que su señal era que la gente se curaba, los poseídos quedaban libres y la Buena Noticia se anunciaba a los pobres. Extraña señal, para todos los que esperan resplandores divinos o demostraciones espectaculares. Y profunda enseñanza para nosotros: la señal de la Iglesia, nuestra señal, por la cual al vernos alguien pueda creer en Jesús, en el Padre, en el Reino, no será otra que la misma de Jesús: que trabajamos por la salud, por la dignidad de todos, muy especialmente de los más pobres. Solamente así "viendo vuestras obras reconocerán al Padre de los Cielos". Seguimos en el cap. 6 del evangelio de Juan, pero hemos pasado por alto el relato de la travesía del lago y la aparición de Jesús andando sobre el agua.
La lectura de hoy afronta directamente la discusión con los judíos. En el v. 59, se dice expresamente que el encuentro tuvo lugar en la sinagoga de Cafarnaún. En todo caso, se plantea una discusión larga y dura, en la que Jesús va concretando y profundizando las exigencias del seguimiento. Se va acentuando la distancia a medida que Jesús va aquilatando el discurso. El proceso será: entusiasmo, duda, desencanto, desilusión, oposición, rechazo, abandono. EXPLICACIÓN Jesús no contesta a la pregunta de "¿Cómo y cuándo has llegado aquí?", sino a las verdaderas intenciones de la gente. Con ello está separando lo que no tiene ninguna importancia (cómo llegó), lo que tiene una importancia relativa (el alimento material) y lo que la tiene de verdad (el compromiso humano al que quiere llevarlos). Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La "señal" había sido una invitación a compartir, Pero ellos se fijaron solo en la satisfacción de la propia necesi¬dad. Han vaciado el "signo" de su contenido. Esa búsqueda de Jesús no es correcta, porque solo pretenden seguridades. Jesús va directamente al grano y desenmascara su intención. No le buscan a él sino el pan que les ha dado. No le buscan porque les haya abierto las puertas de un futuro más humano. Esas palabras que Juan pone en boca de Jesús, critican la religión de todos los tiempos. Todas las religiones terminan manipulando a Dios para ponerlo a su servicio interesado. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura dando Vida definitiva. La propuesta de trabajar por el alimento que da Vida, es el resumen de todo su mensaje. Vale lo mismo para aquel tiempo que para hoy. Trata de advertir de la facilidad que tiene el hombre de malograr su vida enredándose en lo puramente material o dejándose llevar por lo sensible. La búsqueda del verdadero pan exige esfuerzo. Es un sendero de lucha, de superación, de purificación, de regeneración, de muerte y nuevo nacimiento. Ese alimento que perdura lo da Dios gratuitamente, Jesús descubrió ese don y desplegó su verdadera Vida humana. Sin alimento no se puede recorrer camino alguno. Por eso hay que escucharle cuando habla de otro tipo de comida que es la que me salva. También hay que trabajar por el alimento que perece, pero no debe ser el objetivo último de nuestro trabajo. Los judíos muestran un cierto interés por enterarse, pero como se demostrará más tarde, es puramente superficial. Acostumbrados a moverse a golpe de preceptos, preguntan a Jesús por las normas. No pueden imaginar que Dios pueda dar algo por nada. Éste es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. Conocer lo que Dios espera de nosotros, parecería el verdadero camino para llegar, pero ese interés es sólo aparente, en los judíos y en nosotros. En realidad no nos interesa demasiado lo que Dios quiera o no quiera. Lo que de verdad nos interesa es lo que nosotros esperamos de Dios. Para garantizar unas seguridades, nos hemos fabricado un Dios a nuestra medida... De todas formas Jesús les dice lo que Dios espera de ellos: que crean. La eterna discusión entre fe y obras queda superada de una manera drástica: creer es la obra primera y más importante que Dios espera de nosotros. Pero inmediatamente viene la institución y nos dice: lo que Dios quiere es esto y aquello; que no es más que lo que les interesa a los dirigentes de turno. Jesús no vino a dar nuevas normas morales; vino a enseñarnos el camino de la Verdad y de la verdadera Vida. Lo que tengo que "hacer" en la práctica de cada día, lo tengo que descubrir yo, no me tiene que llegar de fuera como una programación, no tengo que ser un robot al que le han introducido un programa. Lo que Dios quiere es que lleguemos a nuestra plenitud, y el "mapa de ruta" para llegar, está en nuestro interior, no fuera. A Dios le importa mucho más lo que somos que lo que hacemos. Otra vez nos muestra nuestra fundamental ceguera cuando estamos preocupados por lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer. Solo una cosa es fundamental: creer. Pero también aquí hemos tergiversado lo que es creer: lo dejamos en la aceptación de una serie de verdades teóricas, y nos quedamos tan tranquilos. En la Biblia creer es tener confianza en... Esto es lo que pide Jesús a sus oyentes. Pero igualmente tergiversamos esa confianza y la convertimos en una esperanza de que Dios cumpla nuestros deseos; en vez de confiar en lo que Dios quiere para nosotros y por lo tanto intentar descubrir esa voluntad, no como venida de fuera, sino como inserta en la raíz de nuestro propio ser. La clave está en saber pasar de un pan a otro pan. ¿Qué señal realizas tú para que viéndola te creamos? ¿Qué obras haces? La exigencia de una señal para creer, es la mejor demostración de que no creen. Estarían dispuestos a aceptar un Mesías, semejante a Moisés, que demostrara su valía a base de prodigios (por eso querían hacerle rey). El maná estaba considerado como el mayor de los milagros. Exigen de Jesús que legitime sus pretensiones con otro prodigio igual o mayor. Pero la Vida que Jesús promete no viene de fuera y espectacularmente. Está en cada uno y se manifiesta en lo cotidiano, como amor desinteresado, como preocupación por el otro. No os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Aquello no era más que un símbolo. La realidad está en Jesús, verdadero pan del cielo, que alimenta la verdadera Vida. Recordemos que los rabinos consideraban la Torah como el pan que Dios les había otorgado. Ahora es Jesús la única Ley que salva. Danos siempre de ese pan. Reacción aparentemente sincera, pero radicalmente equivocada. Le llaman Señor, creen de alguna manera en sus palabras. Esperan que satisfaga sus anhelos, pero no le dan su adhesión, solo buscan una salvación que les llegue de fuera sin que ellos tengan que hacer nada. Lo que intentan es aprovecharse de una persona, que ha dado muestras de su capacidad de salvar. Yo soy el pan de Vida. En todos los grandes discursos que encontramos en este evangelio, se hace referencia a la Vida, con mayúscula. Se trata de una realidad que no podemos explicar con palabras, ni meter en conceptos humanos. Solo a través de símbolos y metáforas podemos indicar el camino de una vivencia que es lo único que nos llevará a descubrir de qué se está hablando. "Yo soy" en Juan es la suprema manifestación de la conciencia de lo que era Jesús. Cada uno de nosotros debemos descubrir lo que verdaderamente somos, como lo descubrió Jesús. Yo soy lo mismo que era Jesús. El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mi no pasará nunca sed. ¿Qué significa, "ir a él, creer en él?" Aquí radica todo el meollo del discurso. No se trata de recibir nada de Jesús, sino de descubrir que todo lo que él tenía lo tengo yo. Lo que Jesús quería era que los seres humanos descubrieran que se podía vivir desde una perspectiva diferente, que alcanzar la plenitud humana significaba el descubrir lo que Dios es en cada uno y una vez descubierto ese don total (Vida), respondiéramos como respondió Jesús. Lo que propone Jesús está en contra de toda lógica racional. Nos está diciendo, que el pan que da vida no es el pan que se recibe y se come, sino el pan que se da. Si te conviertes en pan como él, entonces, ese darte, se convertirá en Vida. Jesús no invita a buscar la propia perfección, sino a desarrollar la capacidad de darse a sí mismo. Buscando su perfección el hombre edifica su propio pedestal, para colocar allí su falso yo. Solo dándose, superará el individualismo egoísta y alcanzará unidad y plenitud. Meditación-contemplación "El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí nunca pasará sed". Pasar hambre o tener sed es carencia de vida fisiológica, pero es una gran metáfora aplicada a la Vida espiritual. La Vida espiritual también necesita de alimento. ................... Juan presenta a Jesús como el alimento que da Vida. Para que alimente, hay que comerlo y beberlo, pero sobre todo, tengo que asimilarlo, descubriendo dentro de mí, lo que le dio a él esa Vida. ....................... Esa Vida es la misma Vida de Dios que se nos ha comunicado. Como Jesús, tenemos que descubrirla y dejar que nos atraviese desde lo hondo del ser. Esa Vida es un don, pero tenemos que aceptarlo personalmente. Hay que respetar que sea ella quien tome la decisión, sin imposición prohibitiva, ni complicidad permisiva
No soy ginecólogo, ni jurista, ni casado. Mi relación con el aborto se produce en dos campos: el consultorio espiritual y la clase de ética. Desde esas perspectivas comento sobre las decisiones conflictivas de interrupción o prosecución de un embarazo amenazado por patologías que hacen dudar de la conveniencia de protegerlo. Respetando la privacidad de las personas que acuden a consulta, se puede dar desde esa experiencia el testimonio siguiente: ni en el caso de la mujer embarazada que, con pesar e incertidumbre, optó por interrumpir el camino hacia el nacimiento de una vida seria e irremisiblemente afectada por malformaciones graves, ni en el caso de la que, en circunstancias semejantes, optó por llevar a término la gestación en medio de la angustia por la inseguridad acerca del futuro de esa vida; en ninguno de ambos casos, reitero, descubrimos indicios de que hayan tomado la decisión a la ligera, sin sufrir ni dudar. Claro es que, en el caso contrario, no habrían venido a esta consulta. Pero también es cierto que, tanto quienes analizan la sociología del comportamiento abortivo, como las mismas personas que mantienen una postura en pro de la mayor permisividad legal, coinciden en reconocer que el aborto conlleva aspectos traumáticos que impiden decidirlo sin más, frívolamente. El acompañamiento de las personas en la toma de decisión requiere las condiciones siguientes en quien las atiende en el consultorio: 1) dolerse con la persona doliente; 2) ayudarla en su toma de decisión, con la información debida y el apoyo personal; 3) respetar que sea ella quien tome la decisión (sin imposición prohibitiva, ni complicidad permisiva); 4) no condenarla, aunque la decisión que haya tomado no sea la más deseable desde determinada perspectiva moral; 5) no abandonar a la persona después de la toma de decisión, cuando necesite apoyo postraumático. Desde esta experiencia, no veo incompatibilidad entre asentir razonablemente al criterio de un moralista que califica determinada decisión de abortar como objetivamente no deseable y, al mismo tiempo, respetar la decisión responsable y en conciencia de esa persona que, tras sopesar las alternativas, optó por el mal menor, no sin sufrimiento. Si moralmente no lo condenamos, tampoco aceptaremos que legalmente la penalicen. Si moralmente no lo condenamos, tampoco aceptaremos que legalmente se penalice A quien trata estas cuestiones en el marco académico del estudio de la ética, le duele el tratamiento simplista del tema. Por ejemplo, hablar de malformaciones en general; meter en un solo paquete todos los casos, desde un simple estrechamiento del conducto esofágico en un síndrome de Down hasta una anencefalia; no caer en la cuenta de la incoherencia que supone penalizar la interrupción del embarazo en supuestos seriamente graves a la vez que se recorta el apoyo con la ley de dependencia a la crianza, sanidad y educación de esa vida discapacitada; y un largo etcétera de acusaciones de antivida a quienes optaron dolorosamente por un mal menor en situación de conflicto o presunciones de provida para quienes impusieron por motivaciones ideológicas la opción contraria. Admito que no podemos tratar los problemas en la prensa como en la clase. Pero también es papel de los medios ayudar a la opinión pública a clarificar los problemas, tanto en ciencia como en ética. No voy a tocar aquí el tema del comienzo de la vida humana individual, que sitúa la cuestión de su interrupción, en el sentido estricto, no antes de la fase fetal, pasado el segundo mes tras la concepción. Me limitaré a unos ejemplos sobre la complejidad de las malformaciones de la vida naciente. Un feto anencéfalo, carece de las mínimas estructuras neurológicas como soporte para la formación de una persona, desde respirar autónomamente hasta capacitarse para cualquier acto estrictamente humano de sentir, pensar o querer. Aunque hubiera razones para no interrumpir su alumbramiento, no sería por considerarlo una realidad humana personal. El aborto de un anencéfalo no es el aborto de un ser humano. Un feto con una malformación incompatible con la vida extrauterina (supongamos el caso de una agenesia renal irremediable), no podrá llegar a realizar acción humana, porque no sobrevivirá. Es asemejable al ejemplo anterior. Ejemplos más delicados: fetos con patología grave, sin solución curativa, solo paliativa. “Ante un diagnóstico prenatal de estas características, la mayoría de padres solicita una interrupción de la gestación acogiéndose al tercer supuesto de la ley del aborto”. Aunque objetivamente cueste asentir a este planteamiento “debemos”, dice el doctor F. Abel, ginecólogo y teólogo moral, “respetar a las personas que se encuentran en esta situación y las decisiones que toman” (Diagnóstico prenatal, Instituto Borja de Bioética, 2001, pp. 3-26). Al mismo tiempo habrá que seguir trabajando para que en nuestra sociedad no se discrimine a causa de la discapacidad y se responsabilice la sociedad entera del apoyo a la dependencia en todas las fases de la vida. Sin hacer esto último, no tendrá credibilidad el legislador que intente suprimir el citado tercer supuesto. Estos ejemplos pretenden evitar precipitaciones en la manipulación de la opinión pública. Que motivaciones menos confesadas —política, ideológica o religiosamente— no nos impidan debatir con seriedad científica y responsabilidad ética. Juan Masiá Clavel es jesuita y profesor de Bioética en la Universidad católica Sophia, de Tokio. “Gracias, tanto a las académicas como a las activistas, por hacer una teología a pie de tierra que nos ayuda a reflexionar, actuar y transformar nuestro aquí y ahora. Gracias, por acompañarnos en el camino de vuelta a Galilea y a Magdala; por infundirnos esperanza.”
(Redacción Eukleria) Este fin de semana ha tenido lugar en Winchester (Gran Bretaña) la celebración del 20º aniversario de la Escuela de Teología Feminista de Gran Bretaña e Irlanda (BISFT). Veinte años reuniendo a mujeres de diferentes países, varias religiones y diversas iglesias cristianas. Su objetivo: hacer teología juntas, buscar respuestas a la exclusión y al conflicto en los diferentes contextos; e ir destapando, con paciencia y tesón, el manto patriarcal que durante tanto tiempo nos ha cegado y asfixiado. Una ocasión para escucharnos, apoyarnos y compartir camino y comidas. Reverendas, rabinas y teólogas analizaron diversos aspectos doctrinales, éticos, espirituales o litúrgicos donde la teología feminista, interreligiosa e intercultural, tiene mucho que aportar. En la diversidad, parece haber algunos puntos de encuentro claros: no sólo en el ámbito religioso, también en el espacio público estamos llamadas o ofrecer una voz rebelde y liberadora, una teología responsable que abrace y promueva “nuevos movimientos de resistencia, nuevas visiones de solidaridad y nuevas vías de representación” (Ulrike Auga). Teniendo siempre presente que “la esperanza no es pasiva, que implica lucha” (Janet Wotton). Fui por interés personal y presenté un proyecto modesto, Eukleria, una estantería virtual que se nutre del trabajo de muchas teólogas y pretende ser un puente que acerque su buen hacer a la mujer de a pié, que ayude a empoderar a la catequista, a la agente de pastoral y a todas esas mujeres que, no nos engañemos, constituimos la mayoría de la feligresía y el grueso del voluntariado pastoral que mantiene viva la “iglesia-pueblo de Dios” católica española. Como española, se me preguntó varias veces por la causa de “ese Renacimiento de teólogas feministas que vive España”. No supe dar respuesta, pero me alegró mucho el reconocimiento internacional al buen hacer de nuestras teólogas y el cariño con el que a ellas se referían. Puedo imaginar que parte de la respuesta esté en que han de superar muchos más obstáculos para hacer su trabajo. Al igual que las ostras con más dificultades para expulsar los sedimentos alojados en sus frágiles cuerpos, los van recubriendo tenazmente con una y otra capa de fluido y producen las mejores perlas, puede que sea la triste situación de la mujer en la institución católica, la carencia de facultades públicas de teología donde el diálogo y el estudio fluya sin censuras, la falta de reconocimiento y atención de los medios y de la institución, lo que las impulse y, junto con un trabajo serio y constante, esté generando perlas de teología feminista. No aventuro más hipótesis, pero aprovecho estas líneas para trasladaros nuestro agradecimiento a todas nuestras teólogas. No vaya a ser que tampoco os sintáis profetas en vuestra tierra: Gracias, por ofrecer una alternativa al pensamiento único, por deconstruir y volver a construir, por quitar velos y dotar de voz a tantas figuras femeninas -bíblicas o reales- veladas y silenciadas a lo largo de la historia. Gracias, por ser un faro que ilumina un horizonte no tan distante, pero del que nos separa un paisaje tenebrosamente jerarquizado, con tortuosos “caminos” salpicados de tupidos “cañizares” en un terreno “roucoso” y pedregoso, flanqueado por obispos-centinela _en su mayoría dóciles y obedientes a sus superiores, pero poco proféticos_ que nos mantienen en los márgenes y nos obligan a andar a pasos cortos y cautelosos. Gracias por ser un destello empoderador que nos permite vislumbrar un futuro más inclusivo, una mesa circular en la que nos sentemos hermanos y hermanas, vestidos con el colorido de la diversidad en lugar de (o, al menos, con) anticuadas y tristes sotanas negras, dispuestos a tejer un diálogo respetuoso y fructífero; donde trabajemos codo con codo, complementándonos, y nos repartamos las tareas en función de nuestros dones y no de nuestra anatomía. Gracias por recordarnos que, en el contexto de la ley judía que no reconocía el testimonio de las mujeres, Jesús confío y delegó en ellas: la Samaritana fue la primera en reconocer a Jesús como Mesías y correr a Samaría a dar testimonio; María Magdalena fue la primera discípula en reconocer a Cristo Resucitado y correr a anunciar la buena noticia. Pocos siglos después, muchos varones _el género elegido_ las redujeron a su sexualidad y las convirtieron en arquetipos de pecadoras arrepentidas, penitentes infructuosas durante siglos. Otros muchos, en el s. XXI, siguen haciéndolo. Gracias, tanto a las académicas como a las activistas, por hacer una teología a pie de tierra que nos ayuda a reflexionar, actuar y transformar nuestro aquí y ahora. Gracias, por acompañarnos en el camino de vuelta a Galilea y a Magdala; por infundirnos esperanza. Como prometió antes de su elección, el presidente de Uruguay, José Mújica, está viviendo en su pequeña casa en Rincón del Cerro, situada en una zona de clase media en los alrededores de Montevideo. La morada no puede ser más modesta lo que le convierte en el presidente más pobre del mundo. A sus 77 años no ha cambiado de ropas, de vida o de amigos con la llegada al poder y confiesa que espera concluir su mandato para descansar en su casa. Algo semejante hizo su antecesor Tabaré Vazquez.
Su salario, por estar al frente del país, es de 12.500 dólares mensuales, pero dona el 90% con lo que vive con 1250 euros (para nosotros es un mileurista). Confiesa que esa cantidad le basta y le tiene que bastar, ya que muchos uruguayos viven con menos. Su esposa, la senadora Lucía Topolansky también dona la mayor parte de su salario. Además de su casa tiene como único patrimonio un viejo Volkswagen azul pálido, valorado en poco más de mil dólares. Utiliza como transporte oficial un Chevrolet Corsa. Con este planteamiento no nos puede sorprender que haya ofrecido su residencia oficial de Suarez y Reyes, donde sólo se celebran reuniones de gobierno, para abrigar a los sin techo el próximo invierno, si faltan plazas en los albergues dispuestos. A la vez ha pedido que se haga un listado de edificios públicos disponibles para estas personas y cuando conozca el resultado poder actuar. Todas estas medidas se han tomado desde que el invierno pasado murieron 5 personas de frío en la calle. Desde el 24 de mayo una mujer sin techo y su hijo fueron instalados por sugerencia suya en el Ministerio de Asuntos Sociales hasta que encuentren otro alojamiento. En julio del año pasado, Mújica puso en venta la residencia veraniega del presidente, situada en Punta del Este, principal balneario turístico del país. La operación se saldó con casi tres millones de dólares, una cifra que se destinará a diversos usos, entre ellos la creación de una escuela agraria en la región, donde jóvenes de rentas bajas puedan tener acceso a cursos técnicos. El discurso que pronunció en la reunión de Río + 20, a pesar de ser el presidente de un pequeño país sudamericano, está dando que hablar. Aconsejó un cambio en la forma de vida porque venimos al mundo para ser felices pero en la sociedad actual, no hacemos más que trabajar para consumir más: motos, coches, casas... para lo que pedimos préstamos que tenemos que devolver y dejamos de lado la felicidad. ¿Es ese el destino de la vida humana? Se pregunta. Sus palabras terminaron alentando a luchar por la conservación del medio ambiente porque según él, "es el primer elemento que contribuye a la felicidad humana". Feliz o infelizmente la felicidad nos llega asociada a la sociedad del consumo. Nadie mejor que Mújica, que dona el 90% de su salario para decirnos: que tenemos que revertir nuestra forma de vida. Me da vergüenza leer el comportamiento de este hombre, que parece tan poco contaminado por el dinero y el poder. No sé si está influenciado por el mensaje de Cristo pero a los que nos declaramos discípulos del Nazareno, nos tiene que dar que pensar. |
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