De los cinco grandes discursos en los que Mateo condensa el mensaje de Jesús, el tercero ocupa el capítulo 13 de su evangelio y es conocido como el “discurso parabólico”, porque en él se han reunido las parábolas del Maestro.
Se trata de siete narraciones, tomadas de la tradición y agrupadas en un solo bloque: el sembrador, la cizaña en el trigo, la mostaza, la levadura, el tesoro en el campo, el mercader de perlas y la red. El objetivo que pretende el evangelista, en este tercer discurso, es mostrar a Jesús como maestro: de hecho, empieza el mismo insistiendo –por dos veces- en que “Jesús se sentó”: sentarse equivale a enseñar (o, en otros contextos, a juzgar: quien se “sienta” es el maestro o el juez). Tal como ha llegado a nosotros, en el relato completo pueden distinguirse claramente tres partes: una parábola breve, una explicación más extensa y un “intermedio” en el que se intenta explicar por qué el mensaje se Jesús, el maestro, no fue acogido por el pueblo judío. Una lectura atenta, que observa fácilmente la diferencia de estilo y de acentos, busca dar razón de cada una de esas tres partes. De toda la narración, habría que atribuir al propio Jesús probablemente la parábola original (13,3-9), sin más explicaciones. La parábola es un relato provocativo y abierto, que espera una respuesta del propio oyente o lector. Lo característico de la parábola parece ser un doble mensaje: elderroche del sembrador y la certeza de una cosecha sobreabundante. Por una parte, el relato muestra un interés manifiesto por subrayar el comportamiento del sembrador que, sin importarle el resultado, siembra por doquier, incluso en lugares donde se sabe que la semilla no podrá germinar, como los caminos o las zarzas… La parábola original habla, antes que nada, de Dios como Gratuidad, Exceso y Derroche… Podemos adivinar, entre líneas, el gesto de Jesús diciendo: “Dios es así”. ¡Tantas veces lo hemos empequeñecido, al hacerlo “de los nuestros”, reduciéndolo a un gran Legislador o pervirtiéndolo con rasgos amenazadores o incluso crueles…! Dios es Donación permanente y gratuita: sólo sabe y sólo puede dar. Eso es lo que “constituye” su ser: no es un “Individuo” separado, creado a nuestra imagen; es un “Darse” permanentemente –más verbo que sustantivo-, que en todo se manifiesta. Me gusta contar una anécdota entrañable y sabia. En una ocasión, en el grupo de catequesis, una niña preguntó a la catequista: “Señorita, ¿por qué Dios es siempre Dios, y no podemos serlo una cada semana?”. (Cuando uno ha crecido con una imagen antropomórfica de Dios, y lo imagina como un “Ser separado”, es inevitable que aparezcan interrogantes como los que plantean los adolescentes en clase de religión: “¿Y a Dios quién lo creó?; ¿cómo nació?; ¿quién le puso ese nombre?; ¿por qué lo llamamos así?...”). Pues bien, aquella catequista, tras el “susto” inicial, contestó a la niña: “El día en que tú seas amor, y nada más que amor, serás Dios”. No podía haber dado una respuesta mejor. Dios es “ser-donación” –todos nuestros conceptos y palabras se quedan irremediablemente muy pobres-, Dinamismo sabio, luminoso y amoroso, Fuente de todo lo que es y en quien somos, sin ninguna distancia, separación ni costura. Este es, a mi parecer, el Dios del que habla Jesús. Un Dios que es “siembra” permanente: ésta es la Buena Noticia, el “evangelio” del Maestro de Nazaret. El segundo rasgo que acentúa la parábola es sólo una consecuencia: el fruto terminará siendo también un exceso. Para una tierra como Palestina, en la que, por entonces, una cosecha del siete por uno era considerada excelente, hablar de un rendimiento del treinta, sesenta o cien, equivalía a desbordar la previsión más optimista, una “exageración” conscientemente provocativa. Para que eso se dé –parece concluir la parábola-, sólo hace falta “oír”: “el que tenga oídos, que oiga”. Hace falta abrir los ojos, caer en la cuenta… Tomar un poco de distancia de nuestra mente, venir al presente… y reconocer la Quietud y el Misterio de todo lo que es. Es indudable que, dentro de cada uno de nosotros, sigue habiendo “caminos” endurecidos, “terrenos pedregosos” con apenas fondo, “zarzas” asfixiantes y reductoras… Empecemos por reconocerlo y aceptarlo, reconciliémonos con toda nuestra realidad interior, abrazándola con humildad. De ese modo, al crecer en unificación –integrando también los aspectos más oscuros y vulnerables de nuestra propia sombra-, se estará disponiendo un buen “humus”, la “tierra buena” –que no está hecha de perfeccionismos, sino de humildad-, en la que la semilla brotará por sí misma. En la tercera parte de su relato (13,18-23), lo que hace Mateo es “aplicar” la parábola a la situación de su propia comunidad. De este modo, se modifica en cierto sentido el acento: de ser prioritariamente “buena noticia”, anuncio gozoso de la Realidad de Dios y afirmación de confianza incondicional, se transforma en “exhortación moral” dirigida a cada discípulo. Este modo de hacer, no sólo es legítimo, sino que resulta imprescindible cuando una persona o comunidad trata de “aplicarse” a sí misma una determinada enseñanza. Pero me parece importante no olvidar que eso tiene un “coste”: la parábola se transforma en alegoría, desplazando el sentido original, que nunca deberíamos olvidar. Finalmente, la segunda parte (13,10-17) constituye una especie de “intermedio”, en el que se aborda una cuestión candente para una comunidad judeocristiana, como la de Mateo: ¿Cómo es posible que nuestro propio pueblo, el “pueblo elegido”, pueblo de las promesas de Dios, no haya aceptado a Jesús? Sin duda, fue uno de los mayores enigmas para aquellas primeras comunidades. En búsqueda de una respuesta, encontraron, entre otros, el texto de Isaías 6,9-10, que cita expresamente Mateo. Usando un recurso familiar en toda la tradición bíblica –“miran y no ven; oyen y no entienden; tienen el corazón endurecido”-, se achaca al “endurecimiento” del propio pueblo su incapacidad para acoger el evangelio. Y ahí se introduce un dicho usual en la época: “Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Más allá del significado original de esas palabras, en una cultura diferente a la nuestra, para nosotros encierran una sabiduría, que se convierte en invitación a estar atentos. El “Exceso” o “Derroche” de todo lo que es nos alcanzará en la medida en que nos abramos a él. En tanto en cuando nos abrimos a la verdad de quienes somos, más allá de las “etiquetas” y “sueños” de nuestra mente, percibiremos la sobreabundancia del Misterio (“tendremos de sobra”). Si, por el contrario, permanecemos recluidos en la identificación con nuestro ego, será irremediable que notemos cómo, día a día, se empobrece nuestra existencia. De ese modo, para concluir, me parece ver en todo el relato la proclamación de una Buena Noticia que se convierte en Invitación vital: todo está ya; sólo necesitamos “verlo”. Ven al presente, acalla la mente y reconoce quién eres, cuando no te “piensas”. Venimos de un pasado que había reducido nuestra identidad a la mente (“pienso, luego existo”, según la fórmula acuñada por el padre de la filosofía moderna). Necesitamos experimentar que no todo acaba ahí:¡hay vida después de la mente! Más allá del pensamiento –aunque, evidentemente, asumida e integrada la razón crítica como uno de los grandes regalos de la modernidad, que nos previene contra la irracionalidad-, se halla un “No-lugar” –más allá de los “mapas”, el “Territorio”-, que constituye nuestra verdadera identidad.
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Hoy no hay un contexto especial, porque Mateo agrupa siete parábolas en un solo capítulo, el 13 que hoy comenzamos a leer. Es muy poco probable que Jesús haya dicho todas estas parábolas de una sentada. Seguramente tienen razón Marcos y Lucas al colocarlas en distintas circunstancias.
Lo cierto es que la parábola es un género literario muy apropiado para hablar de realidades trascendentes. Al partir de conceptos simples, tomados de la vida cotidiana y que todo el mundo conoce, trata de proyectar nuestra conciencia hacia una realidad que va más allá de lo normal. La parábola, por estar pegada a la vida misma, mantiene el frescor de lo genuino y auténtico a través del tiempo y las culturas. Muchas veces hemos recordado que toda la Biblia es teología narrativa, pero en las parábolas descubrimos que no hay más que eso: una sencilla narración. El relato en sí no significa nada. A mí, si no soy labrador, nada me importa que la semilla nazca y dé fruto. Pero ese relato, en sí anodino, se convierten en símbolo de un mundo distinto del que habito. Las imágenes desplegadas dan que pensar, cuestionan mi manera de ser, me dicen que otro mundo es posible y esperan de mí una respuesta vital. Esta propuesta sólo se puede hacer con un relato. El mensaje espiritual no se deja atrapar en conceptos. En toda parábola existe un punto de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el verdadero mensaje. En la parábola del sembrador, la ruptura se produce al final. En la Palestina del tiempo de Jesús, el diez por uno, se consideraba una excelente cosecha. Pues bien, tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno. ¡Una locura! El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope y torpe, por otra abierta a una nueva realidad llena de sentido y de futuro. Obliga a mirar a lo más profundo de sí mismo y a descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras, al que está dispuesto a escuchar. Quien la oye, tiene que hacer realidad la utopía del relato y empezar a vivir de acuerdo con lo narrado. La explicación que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al relato. Las parábolas no admiten explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de intentar explicarlas. Para descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola exige una respuesta personal no retórica, sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. Los exegetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola fueronel sembrador y la semilla. El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. No; hay que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. En línea con la primera lectura (Isaías 55,10-11), pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque necesita unos mínimos para desarrollarse No debemos dar ninguna importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola respuesta puede dar sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: el Reino ya está aquí, yo lo hago presente. Tenemos que tratar de comprender que el Reino puede estar creciendo cuando el número de los cristianos está disminuyendo. La plena manifestación del Reino puede depender sólo de mí. Más tarde se dio a la parábola un cariz distinto, insistiendo en la disposición de los receptores, y dando demasiada importancia a las condiciones de la tierra. Estaalegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la semilla fructificar. En el mismo terreno hay tierra buena, piedras y zarzas. No debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de Dios”, es ya un fruto de la semilla. Es la manifestación de una presencia que ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla”, es lo que hay de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra expresa. Esa semilla lleva millones de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su encargo. El Reino de Dios está ya aquí, y está en acción, pero su manera de actuar es paciente. Dios no actúa nunca violentando la creación. En este sentido más profundo del concepto de “Palabra de Dios”, podemos recordar el prólogo de Juan. “En el principio ya existía La Palabra”; “y la palabra era Dios”; “y La Palabra (Logos) se ha hecho carne”, es decir, Dios es encarnación. Lo que Dios hace una vez, lo está haciendo siempre. Dios está en cada una de sus criaturas y se manifiesta en todas ellas como algo tan cercano que constituye la base de todo ser. No debemos dar a entender que nosotros los cristianos somos los privilegiados que hemos recibido la semilla (Escritura). Dios se derrama en todos y por todos de la misma manera. Pero Dios no se nos da como producto elaborado, sino como semilla, que cada uno tiene que dejar fructificar. En esta parábola podemos descubrir el sentido dinámico de la existencia humana. El domingo pasado el evangelio nos había dicho que ni la sabiduría ni el poder ni la virtud eran el principal valor para Jesús. Generalmente caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella la creación entera estuviera un poco más cerca de la meta, gracias a mi presencia en ella. Esa meta de la creación es la UNIDAD. Yo no tengo que dar sentido a la creación; se trataría de evitar que por mi culpa pierda el sentido que ya tiene. En el fondo, mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación entera hacia la consecución de su objetivo final. Teilhard de Chardin desarrolló la intuición de Pablo y nos hizo ver con gran lucidez cuál era esa meta del universo. La materia camina hacia la espiritualización. En toda la materia hay una chispa de Espíritu que es la que tiene que desplegarse hasta formar una inmensa hoguera que engulla toda la creación y consuma lo que es escoria. Ante esta visión grandiosa, resultan completamente ridículas nuestras raquíticas aspiraciones moralizantes. Jesús nunca puso el acento en el cumplimiento de normas y preceptos. Su tarea consistía en ofrecer a todo el que encontraba en su camino, una oferta de salvación que ya estaba en él mismo: tomar conciencia de lo divino que nos habita y vivir en armonía con esa realidad. Y como se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo encontrar encerrándome en mí mismo, sino descubriendo al otro y potenciando esa relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar. Cuando hago esto no me hago más humano, sino menos, porque me estoy deteriorando como ser humano. Descubriendo al otro y volcándome en él, despliego yo mis mejores posibilidades de ser. Hemos llegado a lo que tenía que ser la esencia de lo humano: el amor-entrega. “El que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy igual que para los que la oyeron de labios de Jesús. En aquel tiempo, era la doctrina oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los prejuicios religiosos, los que nos mantienen atados a falsas seguridades, que nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes. El aferrarnos a esas seguridades es lo que sigue impidiendo una respuesta al mensaje, adecuada a nuestra situación actual. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir. Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de pertenencia una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mimo, con los demás y con las cosas. Todos debemos hacer un cuidadoso análisis para descubrir lo que impide que la semilla dé fruto en cada uno. La dureza del camino, las piedras, las zarzas son ejemplos que nos deben guiar en la búsqueda de nuestros propios impedimentos. A mí el ansia de riquezas o poder no me dice nada; pero el afán de tener siempre razón puede arruinar mi vida espiritual. Debemos tener claro que si la semilla no da fruto, es porque algo se lo impide. La tierra es siempre buena si no se interponen obstáculos para que la semilla germine. Meditación-contemplación “El resto cayó en tierra buena y dio grano”. “Dios no da el Espíritu con medida” (Jn 3, 34) Dios se da totalmente, absolutamente, siempre y a todos. Experimenta esta verdad y cambiará tu vida. …………… Descubrir a Dios como amor dinámico, es la base de toda experiencia religiosa. Todo lo que Dios es, lo tienes a tu alcance. Todo lo que tú eres y puedes ser, depende de ese don. ……………. Recibe la semilla y deja que se desarrolle en ti. No intentes tirar de ella para que crezca más deprisa. Todo crecimiento tiene su propio ritmo. Ten confianza, en la semilla ya está el árbol completo. El caso Pagola: La verdad limita al poder
Desde el principio, Jesús es comentado con pluralidad teológica Digo el caso Pagola, pero podría decir otros muchos más. Basta recordar una reciente historia. El concilio Vaticano II fue tarea y fruto de los teólogos mejores del momento y esos mismos teólogos, en buena parte, fueron posteriormente censurados y represaliados. Y quienes han narrado algo de su historia con Roma lo hacen con amor, pero también trasluciendo el gran sufrimiento que los censores les hicieron pasar. No es, pues, cosa de una persona, en este caso de nuestro querido José Antonio Pagola, sino de muchos. Lo cual da a entender que se hace preciso aclarar por qué ocurre en una y otra época, en uno y otro lugar, con unos y otros teólogos. Hay un procedimiento establecido o, al menos, así lo entiende y ejecuta Roma, como si se tratara de cumplir órdenes divinas inapelables. Esta sacralidad del sistema es la que hay que cuestionar, pues por ella obran investidos de sacralidad sus representantes. Nunca he entendido por qué, tratándose de Teología, de interpretaciones doctrinales, un teólogo designado para este oficio pueda tener apriori una conformidad con la verdad que no tendrían los que proceden libremente. Y la historia documenta claramente que en múltiples casos de conflicto ha sido obvia la mediocridad e inferioridad de muchos de estos teólogos de oficio frente a los cuestionados. Pero, a la postre eran ellos los que tenían razón y su dictamen imponía acatamiento y, en caso contrario, sanciones. Quiero contar dos anécdotas personales que confirman lo dicho. Tuve ocasión de consultar a un obispo que entendía de estas cosas y cuando le dije: - Quiero hacer recurso contra la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, me contestó: – Pero, qué dices, eso es imposible, nunca a nadie se le ocurrió, siempre fue así. En otra ocasión, en Roma pregunté a un alto cargo de la Sagrada Congregación de Religiosos: - ¿Sabes si los teólogos, elegidos para dictaminar sobre la ortodoxia de los teólogos, ejercen su oficio por derecho o son designados para cada caso?. – Lo son de oficio, pero te advierto una cosa, los teólogos del Santo Oficio (hoy la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe) son pocos y malos. Los que estamos en la Iglesia católica, lo sabemos muy bien por toda nuestra historia bimilenaria, tenemos como misión y tarea seguir a Jesús. Su vida comportó una enseñanza y una praxis, una manera de vivir, recogida en el Nuevo Testamento, que es la que debe inspirar y configurar la vida de cuantos queremos seguirle. Está claro que, al contarnos la vida de Jesús, los evangelistas iban a darnos narraciones con interpretaciones un tanto diversas. Era natural, pero hoy, los estudiosos concluyen que en esas narraciones descubrimos puntos básicos, coincidentes, que son los que constituyen el mensaje central de Jesús y que, en todo momento, deben guiarnos para mostrarnos de verdad discípulos suyos. Esto es lo importante y, con más o menos claridad, ha estado siempre presente en la conciencia de la Iglesia, incluso en la ardua y cambiante tarea de ir presentando ese Evangelio en la contingencia de cada época. Eso pertenece a la historia y en su itinerario vemos la colisión permanente entre quienes, como Francisco de Asís, apelaban a la Regla pura del Evangelio y quienes más enfrascados en la asimilación y diálogo de culturas utilizaban su lenguaje y costumbres para transfundir en ellas la savia del Evangelio. Un reto que no ha terminado. Pues la teología de hoy, más cauta y crítica, está empeñada en no perder como objetivo suyo último el seguimiento de Jesús, el volver a El, y poder confrontar con El lo que de válido y actual o de desechable y anacrónico se ha ido acumulando en el cristianismo histórico. El diálogo intrateológico método y forma de una positiva “censura” En esta nuestra historia, referente al tema que nos ocupa, encontramos datos significativos que nos vale enumerar sucintamente: 1.A partir del siglo XV, con la aparición de la imprenta en Maguncia (1486) y con la intención de vigilar para que no se deforme la fe, van surgiendo decretos y normas de papas y de concilios relacionados con la publicación de libros: el nihil obstat, el imprimatur y el índice de libros prohibidos; normas que culminan en 1588 con el papa Sixto V , creador de los quince dicasterios de la Iglesia y que tienen prolongación en la legislación del Derecho Canónico de 1897, confirmada en la promulgación del 1917. 2.Ya en el siglo XX, nos encontramos con el acontecimiento singular del concilio Vaticano II (1962-1965). El papa Pablo VI, en 1966, y es lo que se dejó oir en la cristiandad, -Suprime el Indice de libros prohibidos. -Suprime el Nihil obstat y el Imprimatur como requisito previo obligatorio para la publicación de libros. -Mantiene el Nihil obstat y el Imprimatur sólo para tres clases de libros: las traducciones oficiales de la Biblia, los libros litúrgicos y los catecismos oficiales. 3.Esta normativa es del magisterio eclesial y aclara que en la publicación de libros, unos y otros: autores, peritos, edipores, obispos podrán hablarse, intercambiarse opiniones, adquirir acuerdos, pero dejando bien claro que, según la normativa del papa Pablo VI, ningún autor está obligado a pedir el Nihil obstat e Imprimatur a ningún obispo, y ningún obispo puede exigirlo a ningún autor como condición para la publicación. 4. Pablo VI entendió a la perfección que la teología es un campo de libre, serena y responsable investigación, en el cual los que están dedicados a ella, mantienen una permanente comunicación y diálogo, como medio de confrontar y verificar los resultados de unos y otros y darles mayor fundamento y seguridad. Sin duda, es ésta la forma adecuada de ejercer la censura, una censura interna, colegial, corresponsable, que respeta el método científico y recurre a la preparación y aportaciones de colegas profesionales en la materia. Los super-expertos del Santo Oficio no representan ni agotan el pensamientpo teólogico eclesial De esta manera, se acaba lo que, con dolor, me comentó y luego me puso por carta (1985) el famoso moralista y, también perseguido, P. Bernhard Häring, autor de la Ley de Cristo, confesor de papas y profesor mío durante dos años en Roma: “La eclesiología que manejan en el Santo Oficio manifiesta un concepto de Iglesia-Magisterio estático y ahistórico. Se traen a colación documentos del pasado sin tener en cuenta la situación histórica y no se acepta prácticamente que la Iglesia “encarnada” en el Santo Oficio pueda errar y tenga que aprender algo de los esfuerzos unidos de los teólogos y de los peritos en otras disciplinas… No tienen en cuenta la comunidad de los teólogos católicos de todo el mundo. Evidentemente ellos consideran al grupo de sus expertos como super-expertos y detentadores de la verdad, mientras los otros, los de otras escuelas, los de otras naciones, están trabajando para poder evangelizar a nuevas generaciones y nuevas culturas, teniendo muy presentes los graves problemas derivados de la aculturación… Querer imponer “retractaciones” sobre la base de la eclesiología que subyace al juicio de los super-expertos, supondría un atentado contra la sinceridad del autor y la sinceridad de quien quiere servir a la Iglesia en paz, a la sinceridad de la que el Magisterio pastoral tienen tanta necesidad…”. Y en esa misma carta, con palabras encendidas, el pausado y venerable moralista, seguía: “¿Los teólogos tenemos que callar ante prácticas y doctrinas que alejan a millones de personas de los sacramentos, de la Iglesia? ¿Debemos preferir un buen sueño y una vida tranquila a la sinceridad necesaria para obtener un mejor ejercicio de la autoridad de la Iglesia? ¿El Magisterio decidirá sin o con la ayuda de la reflexión y competencia teológica? ¿Serán útiles los teólogos que no son audaces ni sinceros en la reflexión y en la expresión o más bien lo será la comunidad de teólogos sinceros y estudiosos? ¿Será mayor la ayuda que recibe el Magisterio de un grupo al que le es impuesta una estrecha uniformidad o de la comunidad de teólogos de diversas escuelas y culturas y de competencia no tanto de autoridad cuanto de ciencia y sinceridad? ¿Recibirá el Magisterio más ayuda de teólogos seriamente comprometidos en el apostolado y en la evangelización de la presente generación o de teólogos cuya respuesta está sacada de los archivos del Santo Oficio?”. La verdad limita al poder, pero no el poder a la verdad La verdad procede de la razón y no de la voluntad, de la que procede el poder. El despotismo moral tiene mil caras según sea el sujeto que lo sustenta. Pero en todas ellas subyace como elemento común la voluntad del que manda, tenida como fuente de lo que es bueno o malo, de lo que se puede mandar o prohibir. Sin embargo, en la tradición más sana de la moral cristiana la bondad o maldad de una cosa no depende de la voluntad del que manda: esto es así porque lo mando yo, esto es bueno o es malo porque lo mando yo, sino que la fuente de la moral es la realidad misma, que contiene, sugiere o reclama lo que se debe hacer u omitir: esto porque es bueno, está mandado; esto porque es malo, está prohibido. La realidad, portadora de verdad, preexiste a la voluntad y cierra el camino a toda arbitrariedad, una arbitrariedad que crece en espiral: a más poder (a más voluntad) más arbitrariedad. En el caso de Pagola y semejantes, no se trata de poder sino de verdad. La crítica nacional e internacional ha reconocido lo fundado, serio y adecuado de su investigación teológica y ha encomiado su buen quehacer de cara a la Iglesia. La comunidad, como sujeto activamente receptor, ha percibido en coherencia con el Evangelio lo escrito y enseñado por Pagola y lo ha encontrado altamente valioso y saludable para el vivir cristiano. Lógicamente, los escritos de Pagola son el resultado de una largo camino de estudio, dedicación y, - quién puede dudarlo- de un gran amor a Jesús y a la Iglesia. Ha consumido en ello lo mejor de su vida. Y su entrega ha dado frutos enormes, en la recepción y aplauso eclesial de su obra. Pero esa recepción, no se debe a una voluntad impositiva o caprichosa en el modo de enseñar Pagola, sino a su seria, contrastada y bien divulgada investigación. Puede haber otros teólogos, incluidos los de la Comisión de la Conferencia Episcopal Española, que decidan por sí o por encargo, hacer estudio de la obra de Pagola. Pueden hacerlo, están en su derecho, servirá seguramente para profundizar, matizar, prevenir, fortalecer determinados aspectos. Pero, produce estupefacción que estos teólogos, unos más, -sin entrar ahora a sopesar si sus títulos y méritos los hace mejores o peores- se consideren en su estudio e investigación, como intérpretes de la verdad definitiva. Y asombra aún más que los obispos, o quien sea, basados en el estudio de ellos, pretendan imponer a la comunidad eclesial la obligación de seguir esa interpretación y de abandonar la de Pagola. Esa decisión entra en la línea del poder no de la verdad, se decide así no porque haya razones –tantas o más las hay en contra- sino porque en ese momento el obispo recurre a un poder divino, que él cree tener otorgado, para imponerse y exigir acatamiento. ¿Qué es ese poder, de dónde le viene, quién se lo da, cómo llega él a creer autoposeerlo? La dignidad más grande de cuantos formamos la Iglesia de Jesús está en nuestra condición de seguidores de Jesús, con igualdad y sin discriminación alguna, y las decisiones de un poder arbitrario, sea cual fuere, hiere esa dignidad y muestra el talante extraño, obviamente antievangélico de quienes se prestan a ejercerlo. Es cuestión de entrar en nuestras raíces, en las raíces de un pasado siempre a la contra y antimoderno, que ha recelado y perseguido el protagonismo de la persona humana, su autonomía y libertad, sus derechos, sus conquistas y ha generado o inventado tenazmente un estamento clerical jerárquico y hegemónico, separado, depositario de la docencia, de la verdad, del bien y de la santificación. Esa actitud no se desprograma fácilmente ni se sustituye por otra de igualdad, humildad, apertura, búsqueda compartida de la verdad y del bien, dentro y fuera de la Iglesia. Es – y fue – la actitud del concilio Vaticano II. El poder, cuando se aparta de la norma eclesial de la verdad, -norma de Pablo VI- no es obedecible. El muy experto y sabio Xavier Pikaza escribe: “José Antonio Pagola tiene todo el derecho (y a mi juicio, el deber cristiano) de editar su libro , por conciencia … y por solidaridad con sus lectores. El camino es fácil. La Editorial PPC debe buscar un “sello” que no esté vinculado con (el obispo de) Getafe, que es lo más normal (donde el obispo sea benévolo…). O Pagola puede y debe buscar una editorial donde no le pidan (ni él lo pida) el Nihil Obstat con el Imprimatur”. No es poco que los lectores conozcan que en este asunto, leyendo el libro de Pagola no están leyendo una obra peligrosa y mucho menos herética. Y no menos importante es saber que, quienes intentan que sea publicado allí donde está prohibido, hacen una obra buena, e indirectamente denuncian a quienes indebidamente se oponen a la norma eclesial del papa Pablo VI. De hecho, el libro JESÚS, de Pagola está editado en otras lenguas y se lo está distribuyendo. También se está distribuyendo en español, hoy, fuera de España, con gran aceptación y sin protesta de obispos. Más bien, el libro salíó sobrecumpliendo lo establecido por ley, obtuvo el Nihil Obstat de Uriarte, su obispo Ordinario y fue elogiado en el ámbito internacional por el cardenal Ravasi, personalidad relevante dentro de la curia romana. Pagola, no hay duda, escucha con gran interés cuanto sobre él se escribe, sobre todo si viene de colegas entendidos y amigos; consulta, dialoga, aprende. El sabe como nadie la repercusión y el buen efecto que sus libros están teniendo en la gente que los lee. Y eso, además de agradarle, le servirá de apoyo, aliento y legítima gratificación. Es lo menos que podemos hacerle llegar cuantos nos sentimos en comunión con él y nos hemos fortificado y deleitado con sus libros. Pero, Pagola, al igual que los demás teólogos, tienen un contorno circunstancial propio, irrrepetiblle, que nadie sino él debe descifrar, leer y seguir y, como consecuencia, cuantos lo estimamos le decimos que obre como mejor le parezca, en cada momento, y siga en paz. Ya la comunidad eclesial buscará camino y soluciones para que sus libros se extiendan lo más posible y beneficien a millares y millares de lectores. Innecesaria la prohibición sobre el nuevo libro de Pagola “El camino abierto por Jesús. Marcos”. Todo lo que he comentado, tiene confirmación en lo ocurrido con el nuevo libro de Pagola: El camino abierto por Jesús. Marcos. Seguramente nadie como Pikaza ha ilustrado el significado e incongruencia de esta prohibición. A cuantos se mueven en el terreno de la investigación, les interesa conocer y valorar los documentos (de papas y concilios), las razones y argumentos por los que se sienten constreñidos a acusar a Pagola de que relativiza la verdad, de que le importa más la acción que la verdad, de que niega la existencia del diablo, etc. Pagola no tanto ha entrado en ese entramado histórico de las creencias y dogmas católicos, cuanto en una exposición directa, clara , bien documentada del seguimiento de Jesús tal como aparece en Marcos. Se coloca en este primer plano. Lo malo del obispo de Getafe y sus censores es que, para ellos, resulta más importante el plano de los documentos papales que el mismo Evangelio o establecen entre unos y otros antagonismo excluyente. Su labor, dice Pikaza, se asemejaría más a colocar señales contra posibles errores y peligros en la carretera, que a dar y transmitir fuerza (gasolina) a los que somos emprendedores y caminantes del viaje. Y aún eso, resulta baldío, por tratar de imponerlo por decreto, por simple voluntad de mando. Según Pikaza, Rudolf Pesch, valioso y prestigioso exégeta de la actualidad, es considerado como uno de los mejores y tenido como modelo de investigación crítica y abierta. Curiosamente, Pikaza dice que Benedicto XVI sigue mucho a R. Pesch , lo cita mucho y que “de haber seguido a los críticos de Pagola no habría podido escribir sus dos libros sobre Jesús”. Y por lo que respecta a Pagola, dice que R. Pesch “No pondría ningún reproche a su libro… sino que aceptaría prácticamente todos sus presupuestos y afirmaciones que otros le reprochan”. En buena lógica, los censores de Pagola condenarían primero a R. Pesch, prohibirían al papa que leyera a este autor y, en el fondo, quién sabe si la prohibición alcanzaría al mismo Marcos. Conclusión: acoger el ministerio teológico como un servicio a la Iglesia Nadie puede negar que lo ocurrido con Pagola, visto desde dentro de la Iglesia, resulta a estas alturas esperpéntico y con una siembra enorme de desafecto y alejamiento de la comunidad hacia su Jerarquía. El procedimiento seguido, motivador de conflicto y sufrimiento, era y es innecesario, y había pautas en el Evangelio y en el Vaticano II para proceder de otra manera. Simplemente se trata de no elevar a dogma lo que no lo es, de contar con la tarea propia de los teólogos en la Iglesia y no otorgar infalibilidad a teólogos que no la tienen. El poder rehuye la luz y la crítica, elige y se rodea de quienes mejor pueden legitimarle y aplaudirle, es sospechoso y necesita que la comunidad eclesial le ponga límites con la verdad. La experiencia demuestra que han sido miles y miles -creyentes y no creyentes- los que siguiendo a teólogos censurados y represaliados, han encontrado motivos para entender y vivir mejor el mensaje de Jesús y acrecentar el sentido de su vivir cristiano en un mundo como el nuestro. La labor de servicio de los teólogos a la Iglesia es enorme, ha dado consistencia y luz a muchos cristianos contemporáneos, ha señalado los caminos seguros que vienen del Evangelio y vuelven a él, ha frenado el alejamiento de ella de muchos sectores de la cultura y de la intelectualidad, es uno de los ministerios más necesarios y excelentes dentro de la Iglesia, pero que no suele gozar del aprecio y reconocimiento de la jerarquía. ¿Para cuándo el reconocimiento y la “rehabilitación” por parte del téologo, hoy papa Benedicto XVI, de sus compañeros de lucha y peregrinaje en el campo apasionante de la investigación teológica? Por justicia, y con hondo agradecimiento, traigo aquí las palabras que el obispo Pedro Casaldáliga dijo sobre los teólogos de España, en su ponencia para el Congreso XVI de Teología: “Buenos teólogos y teólogas tiene España, y quiero aprovechar la ocasión para quitarme la mitra delante de ellos y ellas, incluso para reparar la predisposición, una predisposición innata, casi instintiva de ciertos obispos de la jerarquía en general, bastante en general, con respecto a los teólogos. Yo os pido, teólogos y teólogas, que sigáis ayudándonos. Con mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de modo que os pido, que no nos dejéis en una especie de dogmática ignorancia. Y hablando de los teólogos en España, creo que es de justicia subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas, (las teólogas son más recientes), a la altura de aquel siglo de oro, de las letras, y del pensamiento españoles, y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, por citar los países más vecinos, dejan atrás ni en número ni en calidad la galería de teólogos que en España, tenemos; y pido a la asamblea un aplauso”. . Amigos y lectores me vais a permitir que, de nuevo, como un imperativo de conciencia, de a conocer y traslade a la opinión pública, la CARTA ABIERTA que en otro momento escribí al Papa Benedicto XVI. Considero que fue válida y oportuna entonces y lo es más aún ahora. Benjamín Forcano CARTA AL PAPA BENEDICTO XVI Rehabilitar a los teólogos represaliados Querido Papa, hermano y servidor de toda la Iglesia: Siempre he pensado en la enorme responsabilidad de los elegidos a suceder a Pedro, el primer Papa. En estos momentos, y tras la inmensa proyección de Juan Pablo II a todos los rincones de la tierra, te veo ascender desde tu encubierta tarea de teólogo-prefecto a arriba, al frente de la Iglesia universal. Es otra mirada, en la que como Pastor, no quieres que nada se te quede fuera. Son muchas las tareas que, acuciantes, se te presentan. Sabes mejor que nadie que, a la vera de tu vida, han ido surgiendo y acompañándote hermanos en la fe, colegas tuyos en el ministerio teológico, que fieles al Vaticano II trataban de cumplir su mandato: “Aportar nuevas investigaciones teológicas frente a los más recientes estudios y hallazgos de las ciencias, de la historia y de la filosofía y buscar siempre un método más apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de su época” (GS, 62). Nos alegra recordar que este era tu mismo pensar cuando, como teólogo, escribías en 1969: “En muchas manifestaciones teológicas, antes del Concilio y todavía durante el Concilio mismo, podía percibirse el empeño de reducir la teología a ser registro y –tal vez también- sistematización de la manifestaciones del magisterio. El Concilio impuso su voluntad de cultivar de nuevo la teología, sin mirarse únicamente en el espejo de la interpretación oficial de los últimos cien años y escuchar los interrogantes de los hombres de hoy” (El nuevo pueblo de Dios, Herder, 1972). Como nadie has conocido la ilusionada entrega de estos compañeros y sus afanes por actualizar el legado teológico tradicional y hacer de esa manera más creíble el mensaje de Jesús. Esta tarea está maravillosamente acuñada en el Concilio, que les servía de estrella: “Debe reconocerse a todos la justa libertad de investigación, la libertad de pensar y la de expresar humilde y valerosamente su manera de ver en aquellas materias en las que son expertos” (Gaudium et Spes, 62). Por eso, nos ha alegrado mucho oirte que en tu agenda entra como tarea prioritaria la recuperación y aplicación del Vaticano II. En este contexto, me resulta inevitable, - y se te habrá hecho presente en tu corazón y mente- evocar el cuadro relevante de tantos teólogos que, en el Pontificado de Juan Pablo II, han sufrido control, censuras y represalias en nada conformes con el Espíritu del Evangelio, la dignidad humana y los derechos humanos, tan solemnemente ratificados por el Vaticano II : son universales, dice, inviolables, santos y tienen en el Evangelio su máxima garantía. Este hecho es grande y ha sido grande el escándalo por causa de él producido. Quiero mencionar explícitamente el caso de la Teología de la Liberación, tan injustamente calificada y que sembró en la Iglesia y en la Sociedad calumnias contra ella y contribuyó a que muchos la malinterpretasen con el consiguiente recelo y menosprecio. Esta teología era el clamor del mundo más pobre, recogido y reflexionado por teólogos cercanos o comprometidos entre las mayorías pobres. Otros teólogos tuvieron el mérito de dialogar, reformular y ofrecer caminos nuevos a una sociedad secularizada y tecnológica, celosa cada vez más de la independencia de la razón, de la democracia y de la autonomía de las ciencias humanas. Sería un regocijo inmenso, querido Papa y hermano que, en estos momentos en que muchos se preguntan perplejos por el rumbo que vas a imprimir a la Iglesia, pudiéramos escuchar que te propones desagraviar a quienes no fueron tratados justamente y se les hizo probar muchos e innecesarios sufrimientos. Ese concilio Vaticano II, a quien tú tomas como marco y referencia de tu pastoreo universal, fue promovido y elaborado en gran parte por teólogos que luego hubieron de experimentar acusaciones las más de las veces infundadas y sufrir procedimientos y silenciamientos impropios de una Iglesia que predica el amor, la fraternidad, la justicia, el diálogo y la libertad. La cristiandad espera que a esta pléyade de servidores de la palabra y del ministerio teológico se les haga justicia y se les rehabilite como conviene dentro de la Iglesia. Todos estamos expuestos a cometer errores, -la Iglesia es ”semper reformanda”, en camino permanente de “penitencia y conversión”- y estamos obligados a dar ejemplo con el reconocimiento y la enmienda. Estos teólogos esperan que el mundo pueda escuchar de ti, sin necesidad de aguardar al futuro, que estos “galileos actuales”, al igual que el de antaño, son desagraviados y acogidos fraternal y agradecidamente en la Iglesia. Gesto éste que, no lo dudes, contribuiría a devolver dignidad a la Iglesia y gozo y esperanza a quienes fueron tratados severamente. En comunión y con la paz del Señor …¿Y qué es la verdad?” pregunta que siegue resonando desde que se enfrentó el Imperio con un Simple Carpintero que se atrevió a decir “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” . La búsqueda de la verdad es una de las grandes tareas del ser humano. Y, tal vez, una de las mayores incógnitas de cuándo se está en la verdad o cuándo creamos nuestras pequeñas verdades. No obstante, lo importante es ponernos en el camino con una actitud de humilde búsqueda.
Quien fue presidente de la Congregación de la Doctrina de la Fe se convirtió en Pastor Universal. Su ministerio le exige contar y contrastar pareceres. Apacentar quiere decir amar, y amar predispone a estar dispuesto a sufrir por los demás. El lema de Ratzinger, como Obispo y Cardenal “Colaborador de la verdad”, al convertirse en Benedicto XVI ha tenido que tomar una nueva dimensión. Con sus viajes y al contacto con la realidad universal debe abrirse a comprender la “verdad” de culturas diversas y situaciones sangrantes, creadas por dictaduras de “verdades parciales impuestas”. En filosofía se dice que lo verdadero, lo justo y lo bueno son una misma cosa. Nadie puede ser bueno si no es justo y verdadero al mismo tiempo. Por ello, en los momentos actuales hay que mantener un equilibrio basado en la verdad, la justicia y la bondad. Y el cristiano está llamado a buscar ese equilibrio en medio de las dificultades de la sociedad. Ya en 1998, en la Sorbona, Ratzinger afirmó que la crisis del cristianismo es un aspecto de una crisis más profunda: la crisis de la verdad objetiva. Hasta hace unos años el ser humano pensaba que podía pisar firme en el pensamiento, en religión, en la ciencia. Creía conocerse a sí mismo, saber de verdades sobre el conocimiento de Dios o negarlo, conocer y poseer la verdad; casi considerarse ser dueño de la verdadera justicia. Pero al tambalearse los pilares en los que basaba sus seguridades se contagia también de las corrientes de la época. Quebrada aquella seguridad y convicción de la propia verdad, surge el pragmatismo, la soberanía absoluta del poder y la oportunidad diaria como criterio de comportamiento. Hoy, en el fondo, sabemos que el ser humano se mide y dignifica no por su gusto o poder, sino por la verdad real y por la capacidad de entrega y solidaridad en el compartir. El cristianismo ha sabido establecer la conexión entre la verdad, nacida de la realidad analizada, y el bien, acreditado en la vida personal. Verdad, Bien y Vida se reclaman y apoyan mutuamente para ser testigos del Cristo que se nos presenta en el rostro y las vivencias de los más pobres. Frente a la superstición, la política, la riqueza o un pluralismo vago y falso, el cristianismo reclama las exigencias universales de la verdad, tal como los hombres las podemos descubrir y Dios nos la ha dado a conocer. La crisis del cristianismo en Europa es la crisis de la verdad y de la racionalidad. No se resuelven los problemas de las instituciones y de las personas, ni en la sociedad ni en la Iglesia, sin el retorno a la pregunta de la verdad. La verdad es la fuente de la convivencia, cuando los hombres no se enseñorean de ella y la buscan no como arma contra el prójimo, sino como sendero hacia la fuente y futuro común. Cuando esa verdad no es buscada, surgen un pluralismo salvaje y un consenso político, cortados a medida de los que tienen el poder en sus múltiples formas. Nos envía el autor este valiente artículo que publicó el pasado día 30 de Junio en el periódico El Correo. (Redacción de R. C. )El Estatuto de Autonomía, Els Furs y la Biblia; la Constitución Española, el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana, el Crucifijo y la Biblia juntos en un mismo escenario político. No son dos escenas de épocas olvidadas de nuestra historia nacionalcatólica desde Recaredo a finales del siglo VI, con el triunfo de la ortodoxia católica frente a la heterodoxia arriana, hasta el final de la dictadura franquista, con la alianza entre el dictador y la jerarquía católica, tras el golpe de Estado de Franco que dio lugar a la guerra (in)civil definida por los obispos españoles como Cruzada contra el comunismo y el ateísmo.
Las dos escenas pertenecen a dos actos políticos de hoy: la toma de posesión de Francisco Camps como presidente de la Generalitat de Valencia y la constitución de la VIII Legislatura de las Cortes Valencianas, cuando su presidente Juan Cotino, del Partido Popular, ordenó colocar el crucifijo en la mesa donde los parlamentarios tenían que jurar o prometer sus cargos. Algunos han calificado las escenas de anacrónicas, otros de despropósito, y los más, de esperpento. Estas calificaciones no van descaminadas, ciertamente, y las comparto, pero no tocan el núcleo del problema. Creo que tienen un significado más profundo y admiten otra interpretación más relacionada con la realidad política valenciana y con la corrupción en esa Comunidad. Por anacrónicas que resulte, la escena es más frecuente de lo que puede parecernos en el actual panorama político español. Ha tenido lugar también en la constitución de algunas Corporaciones municipales y, lo más grave y preocupante, está en plena sintonía con situaciones políticas de claro tinte confesional nacionalcatólico como la toma de posesión de los miembros del Gobierno en la que, sin mandato constitucional alguno, el Rey impone la presencia del Crucifijo y de la Biblia en el juramento o la promesa del presidente y de los ministros del Gobierno de España, o los funerales católicos de Estado. Estamos, por tanto, ante una práctica no reducida a la constitución de uno u otro Parlamento regional o Ayuntamiento, sino instalada en la jefatura del Estado y en uno de los momentos más importantes de toda sociedad democrática, cual es la formación de la formación del Gobierno de la Nación surgido de las urnas en un Estado no confesional. Estas escenas hieren la sensibilidad política de cuantos ciudadanos y ciudadanas, más allá de las creencias o increencias religiosas, tenemos una concepción laica del Estado y de sus instituciones. Constituyen, a su vez, una falta de respeto a los sentimientos del resto de los parlamentarios que prometían los cargos, una confesionalización de la vida política valenciana y una burda manipulación de los símbolos religiosos. Y aquí radica, a mi juicio, el problema. ¿Es imaginable que cada parlamentario hubiera colocado sobre la mesa de la promesa o juramento del cargo los símbolos propios de la ideología o del partido al que representan? La simple presencia del Crucifijo y de la Biblia en la constitución de las Cortes Valencianas y en la toma de posesión de Camps constituye una inversión semántica de los símbolos religiosos, cuyo significado originario libertador se pervierte. La Biblia pasa de ser la “enciclopedia de utopías”, como la llamara Bloch, a legitimar del orden establecido. El Crucificado, ejecutado por subversivo contra el Imperio romano y por denunciar la injusticia y la corrupción, se convierte en instrumento de legitimación de la corrupción. No se olvide que entre los imputados hay varios parlamentarios del Partido Popular, entre ellos figuras tan política e institucionalmente relevantes como el presidente Francisco Camps, imputado por cohecho en el caso Gürtel, el vicepresidente Vicente Rambla por financiación ilegal del Partido Popular y la alcaldesa de Alicante, implicada en el caso Brugal. ¿Por qué el crucifijo y la Biblia en un acto de tal relevancia política? Al ser católicos confesos y convictos los parlamentarios en cuestión, yo creo que han dado a la presencia de ambos símbolos un carácter penitencial: lavar los pecados de corrupción. Perdonados por el pueblo y absueltos por su religión, pueden comenzar la legislatura limpios de todo pecado y en estado de gracia para, quizá, seguir con las mismas prácticas, que saben serán de nuevo perdonadas y incluso premiadas en esta vida y en la eterna. Tamañas perversiones no hubieran sucedido si el Gobierno hubiera llevado al Parlamento la Ley de Libertad Religiosa y de Conciencia, que era el buque insignia legislativo del PSOE y en la que ha venido trabajando un grupo de expertos durante toda la legislatura. La no presentación de la Ley en esta legislatura ha llenado de alegría al Partido Popular, al Vaticano y, por supuesto, a los obispos españoles, pero ha defraudado a los votantes de izquierda y a la ciudadanía en general, deseosa de que de una vez por todas desaparezca la confusión. Además de la protesta por la corrupción, la discriminatoria ley lectoral, la escasa representación de la democracia representativa y la falta de democracia económica, los Indignados tenemos otro motivo más para reaccionar: el uso de los símbolos religiosos en el espacio público y en la vida política española y su abuso para justificar lo ética, religiosa y políticamente injustificable. Esta sí que es una profanación. Es un pasaje recogido por Mateo y Lucas, con algunas connotaciones diferentes. Tiene tres ideas, yuxtapuestas por el redactor de forma más bien artificial:
- La exclamación de gozo de Jesús por la revelación a los sencillos. - La declaración sobre el Padre y el Hijo - La invitación a tomar el suave yugo de Jesús. En nuestra reflexión vamos a centrarnos en la primera, por lo que insinuamos aquí alguna vía de comentario de las otras dos. La declaración sobre el Padre y el Hijo muestra bien que las primeras comunidades tenían una clara conciencia de que Dios hablaba por Jesús. La conciencia misma de Jesús parece reflejada aquí. Estos versos, que hacen recordar tanto algunas expresiones del cuarto evangelio, lo muestran claramente. Es muy de señalar, sin embargo, que hemos insistido quizá demasiado en el carácter trinitario de estas expresiones. Cuando Jesús se refiere a "el Hijo", se refiere sin más a sí mismo, a su conciencia filial y a su relación con Abbá, aspecto mucho más importante que una mera especulación metafísica sobre las Personas Divinas. La tercera parte es una prolongación natural del mensaje del domingo pasado. Todos los humanos estamos fatigados y sobrecargados, en toda vida humana hay cruz; se nos invita a llevar la cruz con él, con su misma disposición, con su mismo corazón, para que la vida sea mucho más llevadera, para que la cruz de la vida tenga más sentido. Mateo constata simplemente que Jesús "tomó la palabra y dijo...”. Lucas lo expresa así: "Lleno del júbilo del Espíritu Santo, dijo...". Jesús siente este sobrenatural júbilo al constatar que la Palabra es bien recibida y entendida por la gente sencilla, mientras que los grandes, los ricos, los poderosos, los sabios, no la entienden, no la aceptan. Jesús siente júbilo por ello. Una vez más, los criterios y valores de Jesús chocan con los normales del mundo. Si los ricos, sabios y poderosos no aceptan la palabra de Jesús, parece evidente que toda su labor está destinada al fracaso; no será más que una doctrina popular sin influencia, sin futuro. Jesús no lo cree así: se alegra de que la gente normal se entere y se alegra también de que los poderosos se cierren. Una vez más, nos encontramos ante el desafío de aceptar los criterios y los valores de Jesús. Ante todo, para Jesús los poderosos, ricos, sabios... no son más que los sencillos. Si miramos detenidamente las relaciones de Jesús con las personas, advertimos que para él no tiene ninguna importancia el status social. Jesús atiende a todos, sin importarle nunca su dinero, su sabiduría, su rango. Con una distinción: sus relaciones con los poderosos y con los sabios de Israel suelen ser tensas, incluso cuando está invitado a comer en sus casas, mientras que sus relaciones con la gente normal son cariñosas, cercanas, sobre todo cuando se trata de gente especialmente necesitada, enfermos, rechazados, marginados ... Que sean precisamente éstos los que mejor reciben la Palabra es una enorme alegría para Jesús. Y que los sabios y poderosos no la acepten, también, porque muestra a las claras que Dios es justo y bueno, no se deja comprar, y que el dinero y el poder no pueden cambiar a Dios. Jesús se alegra de que Dios es de todos, sobre todo del que más lo necesita, y especialmente de que no es patrimonio del saber, del poder, del poseer. Los ricos, los sabios, los poderosos... los sencillos, los pobres, los necesitados. Jesús sabe que serán éstos los que reciban la palabra. Jesús sabe que aquellos difícilmente la recibirán. Estamos ante el mismo mensaje de otros mensajes de los evangelios, en que Jesús desconfiaba del dinero y constataba que nadie sirve bien a dos señores. Una vez más, constatamos la singularidad de Jesús. Las religiones se instauran siempre desde el poder, el poder sagrado que se origina en la posesión de la palabra sagrada y la condición sagrada de sus dirigentes, y atraen inmediatamente la riqueza, que da a sus miembros respetabilidad social. Las religiones se instalan confortablemente entre sabios, santos, poderosos: construyen maravillosos monumentos, asesoran a reyes, gobiernan, cobran... Y Jesús no es así: ni él ni su movimiento es así. Teme al dinero como a un peligro, desconfía de la sabiduría humana, no idolatra la ley, no aprecia gran cosa a los santos oficiales, no tiene buenas relaciones con el poder, no da mucho valor al templo y sus actos de culto... Pero valora enormemente a la gente sencilla, su compasión, a su solidaridad, a la limosna de la viuda, al que visita enfermos, al que pelea por la justicia... Es éste un despiadado espejo en que hemos de mirarnos nosotros, la Iglesia. La Iglesia como institución tiene el peligro constante de convertirse en una religión como todas: poseedora de la palabra, prestigiosa, rica, constructora de maravillas costosísimas para el honor de Dios, instalada en las capas superiores de la sociedad... Es una tentación, y no podemos afirmar que no hayamos caído en ella. Y cada uno de nosotros estamos tentados a apreciar más al rico, al sabio, al influyente, al triunfador, y a sus criterios y valores: el éxito, la respetabilidad inaccesible, la influencia social... Estamos tentados a valorar poco al más sencillo y a sus valores: la sinceridad, la colaboración, la capacidad de sacrificio, la predisposición a compartir. ¿Dónde está tu Dios? es una pregunta inquietante. ¿en el Templo, en el palacio, en los bancos, en la fama, en la erudición, en el prestigio, en la influencia? Jesús se muestra feliz, lleno de júbilo, porque encuentra a Dios en el corazón de la gente. Dejemos que la palabra de Jesús desnude nuestra religión, que la limpie de todos los añadidos, de todos los vestigios de "carne", de tierra. Si hemos manchado a Jesús con extrañas religiosidades llenas de poder y dinero, de prestigio y vanas sabidurías, reconozcámoslo. Si en nuestra vida personal nos sentimos más religiosos en el templo que cuidando a un enfermo, si damos más gracias a Dios por ser ricos que por ser compasivos, si nos sentimos mejor en compañía de ricos poderosos que con gente sencilla... pidamos a Dios fervientemente que nos cambie el corazón: que haga que nuestros sentimientos sean los de Jesús. Porque es posible que toda nuestra religiosidad sea un gran error. El domingo pasado celebramos la fiesta que llamamos “el Corpus”. Lo más significativo de su celebración es la fastuosa procesión, el desfile de autoridades civiles y militares (aunque no sean creyentes) la formidable custodia de plata y oro, los valiosísimos ornamentos del clero. ¿Es el estilo de Jesús? Pronto celebraremos el aparatoso evento del JMJ, espectacular, carísimo, financiado por el Estado y por la gente más rica del país. ¿Es el estilo de Jesús? Cada uno ha de pensarlo, ya somos adultos como para esperar siempre que otros nos lo digan. La vida y el futuro de la especie humana dependen cada vez más de los cerebros y bolsillos que conducen la economía y la política mundial, esos mismos que son los sepultureros del planeta y de sus habitantes… Ante ello, mucha incredulidad, mucha impotencia, pocas explosiones de indignación y cólera. Pero ¿por qué no una humilde palabra de aliento también?
No se cuentan las mentes lúcidas y proféticas que sueñan con una tierra de justicia, de bondad y de belleza y que se empecinan en verla, no como una utopía, sino como una realidad ya en marcha. Como ven que sale del barro la flor de loto deslumbrante de pureza, así vislumbran entre lágrimas y sangre, y más allá de todos los desengaños, un mundo en el cual nunca más se oirá decir que exista algún humano que no se sienta como en casa en su propia tierra. Ese mundo existe ya con toda seguridad, como la primavera que se despereza sin ruido bajo una tierra que aún tiembla de frío. O como el niñito que patalea (acaso de alegría) mientras se va aproximando la hora de salir del vientre de la madre. La humanidad está preñada de ese mundo que está por venir. Seguro que va a nacer como nacen las flores de loto en el barro, como nacen los niños entre gritos de dolor, o como nace la primavera cuando sopla la briza tibia del invierno moribundo. De esa certeza arranca la esperanza y las ganas de contribuir a brazo partido a ese grandioso parto. Un loto crece raramente solo. ¡Somos muchos! Parece ser que la gratitud, junto con el amor, es uno de los sentimientos más terapéuticos: nos centra, nos resitúa, nos esponja, nos abre a dimensiones de infinito, sacándonos de mecanismos egocentrados, que nos hacen girar sobre nosotros mismos de un modo enfermizo y enfermante.
La gratitud está íntimamente relacionada con la capacidad de “ver”. Sabemos que nuestros estados de ánimo van a depender de aquello en lo que, consciente o inconscientemente, pongamos o detengamos nuestra atención. Si dejo que mi atención gire en torno a una preocupación, me veré metido en una rueda de preocupación creciente, que contaminará toda mi persona. Experimentos recientes en el campo de la neurociencia nos dicen que nuestro cerebro reacciona del mismo modo ante un peligro real que ante un peligro “pensado” o imaginado. Si dejamos que nuestra mente se “entretenga” en pensamientos erráticos, o simplemente no observados, nos veremos abocados a estados de ánimo que terminarán manejando nuestra vida a su antojo. Las conclusiones que se derivan de todo esto son tan sencillas de formular como decisivas en los efectos que producen. Dicho en negativo, podría formularse de este modo: el runruneo mental constituye nuestro peor enemigo. Dicho en positivo: la atención –como dijera el maestro Gurdjieff- “es la moneda más valiosa que tengo para pagar mi libertad interior”. Si realmente queremos ser dueños de nuestra vida y de nuestros estados anímicos, necesitamos educar nuestra atención. Ello requiere ejercitarnos por estar cada vez más en el momento presente, o volver a él en cuanto detectamos que nos hemos alejado. Requiere también adiestrarnos en observar nuestra mente, y ser capaces de reconocer el punto en el que se ha extraviado, para “regresar” de nuevo a la presencia y a la conciencia de nuestra verdadera identidad (que no es la mental). Una atención adiestrada –en la práctica diaria y en momentos específicos de silencio o de meditación- nos capacita para ser dueños de nuestra mente –de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones- y, de ese modo, nos mantiene “despiertos” para “ver” ajustadamente la realidad. Una mente errática da como resultado una visión errada de lo real: todo es juzgado y valorado según la medida del ego y las etiquetas que él mismo establece sobre las cosas: “me agrada / no me agrada”. Desde una mirada de este tipo –tan egocentrada como inestable, porque todo está sometido al cambio-, es muy difícil vivir en gratitud profunda. Por el contrario, al tomar distancia de la mente y situarnos como dueños de ella, accedemos, simultáneamente, al presente y a nuestra verdadera identidad: no somos los pensamientos, sino la conciencia en la que aparecen. Nuestra identidad no se ve afectada por lo que pueda ocurrir; constituye un “lugar” de calma y de gozo estable –que no está reñido con la presencia de “olas” superficiales de todo tipo-, del que brota espontánea la gratitud y la alabanza. Es probable que, en determinados momentos, todos hayamos experimentado lo que es esa sensación de gozo suave y profundo que nos ocupa por completo hasta sobrecogernos de un modo inexpresable, y que necesita traducirse en exclamación, en canto o en poesía…, o en Silencio sostenido. Algo de eso debió vivir Jesús, tal como se nos narra en este texto del evangelio de Mateo. Es una exclamación de gratitud porque “ha visto” que, pese a todo, “todo está bien”. En el contexto del evangelio, parece claro que los “sabios y entendidos” son los escribas –teólogos oficiales- y la autoridad religiosa, que creen “saber” todo sobre Dios. Su mente está tan llena de conceptos, que eso mismo les impide abrirse a la novedad de lo que Jesús propone. Sin vaciamiento de nuestros conceptos (también religiosos), no podremos ser “sencillos” ni acoger la “sabiduría de Dios” que siempre nos sorprende, porque siempre es “nueva”. Encerrados en conceptos que repetimos mecánicamente, hemos construido una jaula en la que terminamos atrapados…, convencidos de que la “verdad” y la misma “vida” se hallan en ellos. Vaciarse de los conceptos significa, de nuevo, tomar distancia de la mente. Reconocerla en lo que es –una preciosa y valiosísima herramienta a nuestro servicio-, pero sin reducirnos a ella. Cuando somos capaces de pararla –aunque sólo sea un segundo-, ¿qué queda? Silencio, Quietud, Presencia…, Nada, una nada a la que nada le falta: es la Plenitud. Esta es nuestra identidad más profunda. Se cuenta de hombre muy erudito y buscador, que fue al encuentro de un maestro zen, que lo recibió amablemente. Durante mucho tiempo, el visitante le estuvo exponiendo su recorrido de estudios y de búsquedas, así como su afán de encontrar finalmente la verdad. Después de escucharlo pacientemente durante todo ese tiempo, el maestro se levantó, trajo de la cocina el servicio de té y sirvió a su huésped una taza humeante llena hasta el borde. Pero inmediatamente, y para sorpresa de su interlocutor, tomó la tetera y continuó vertiendo té a la taza. “¿Qué hace?”, le preguntó el visitante, señalando todo el té derramado sobre la mesa. “Usted es como esta taza –le contestó el maestro-; está tan lleno, que ya no le cabe más. Tendrá que empezar por vaciarse”. Al hablar de la “gente sencilla”, Jesús se está refiriendo precisamente a quienes eran despreciados o desvalorizados por la autoridad religiosa, debido a su pobreza, su enfermedad o su analfabetismo; es decir, a todos aquellos que formaban el círculo habitual del maestro de Nazaret. Este debió quedar extasiado ante el modo como todas aquellas personas marginadas –social y religiosamente- conectaban con su mensaje. Y ese fue uno de los motivos de su explosión de alabanza. Por el contrario, quienes creían saber todo sobre Dios, delimitados por sus creencias, se incapacitaban para “ver”: su propia “ortodoxia doctrinal” les “ocultaba” la buena noticia. Pero a continuación, el texto nos hace ver una dimensión todavía más honda, si cabe, del gozo de Jesús: la experiencia de su verdadera identidad, no-separada del Padre. Jesús “vio” quién era: es imposible “ver” lo que somos, aunque sea en un mínimo instante, y no “explotar” de alegría. Porque lo que somos, en esa no-separación con Dios, es precisamente Gozo. Desde una lectura mental –y, en parte, mítica-, hemos pensado que Jesús se refería a una relación “única” entre él y el Padre. En un “idioma dual” –propio de la mente-, no había posibilidad de leerlo de otro modo. Sin embargo, desde un “idioma” no-dual, venimos a reconocer que aquello que Jesús afirma de sí es real para todos nosotros… La única diferencia es que nosotros no lo hayamos visto, o no con tanta claridad como él lo vio y lo vivió. Porque lo vio, es el “revelador”, haciéndonos caer en la cuenta de que nos hallamos en una “Identidad compartida”, en la Unidad no-dual que somos, donde no caben comparaciones ni exclusiones: todos formamos un “tapiz” admirable, una Red sin costuras, en la que, afirmando las diferencias, las reconocemos dentro de una Unidad más profunda que, constituyéndolas, las integra. Y la Comprensión y el Gozo –siempre es así, cuando son auténticos- se transforman en Compasión: “Venid a mí…”. Quien ha “visto” se convierte en “alivio” y en “descanso” para los demás. Durante veinte siglos, estas palabras han procurado consuelo a infinidad de personas, que se han acercado a Jesús y lo han acogido en su corazón. Acercarnos a él, es conectar con el Descanso que forma parte de nuestra identidad más honda –la identidad compartida-, pero que en él puede percibirse de un modo patente. Creer en Jesús, adherirse a él, nos pone en contacto con el Misterio último de lo Real (el “Padre”, en su lenguaje), la Mismidad de todo lo que es. Esto explica también que, del mismo modo que los cristianos lo percibimos en Jesús, a otras personas pertenecientes a otras religiones les llegue a través de otros “cauces”. Se trata siempre del mismo y único Misterio, reflejado en “mil rostros”, en la belleza de la No-dualidad en la que, por fin, cesan todos los motivos de comparación y de rivalidad. Si todos constituimos una “identidad compartida”, ¿qué sentido tienen las comparaciones? Para terminar, siento que todo esto encaja admirablemente con la afirmación que Jesús hace de sí mismo: “Manso y humilde de corazón” es quien se vive a distancia de su ego, no identificado con él. Y esto, no por algún tipo de voluntarismo, sino porque “ha visto” la Verdad de quien es. Mateo acaba de narrar el reproche de Jesús a aquella generación por no aceptar su mensaje y el rechazo del mensaje por parte de ciudades enteras, que provoca estas palabras de Jesús: “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!.. ¿Y tú Cafarnaún?.. Hasta el abismo te hundirás”. Ante el fracaso de su predicación, Jesús no se desanima, sino que responde con una alabanza al Padre, porque hay otros que sí lo aceptan.
En el evangelio de hoy hay tres párrafos bien definidos. El primero se refiere a Dios. El segundo, a una interdependencia total entre Jesús y Dios. El tercero, hace referencia a la relación entre nosotros y Jesús. Los tres manifiestan aspectos esenciales del mensaje de Jesús que vamos a repasar brevemente. Los dos primeros se encuentran también en Lucas, pero en el contexto del éxito de los 72 y haciendo intervenir al Espíritu que llenó de alegría a Jesús. Aunque no sean palabras del mismo Jesús, se trata de una tradición muy antigua que refleja un conocimiento muy profundo de su persona. “Te doy gracias, Padre, porque…” Lo importante no es la acción de gracias en sí, sino el motivo. No podemos pensar que Jesús bendice a Dios porque los entendidos no entiendan.Sería mezquino pensar que Jesús se alegra porque Dios no se revela a alguien. Dios no puede tener privilegios con nadie. Jesús no puede afirmar que Dios da a algunos lo que niega a otros. Lo que quiere decir es que el Dios de Jesús no puede ser aceptado más que por la gente sencilla y sin prejuicios. Los engreídos, los soberbios, los sabios tienen capacidad para crearse su propio Dios, que siempre se parecerá a ellos mismos. Los “sabios y entendidos” eran los sacerdotes y los especialistas de la Ley. Su conocimiento de Dios les daba derecho a sentirse seguros, poseedores de la verdad. No tenían nada que aprender, pero eran los únicos que podían enseñar. Con prepotencia imponían toda clase de normas y preceptos insoportables para la gente normal. ¿Quiénes eran los sencillos? “El “nepios” griego tiene muchos significados, pero todos van en la misma dirección: infantil, niño, menor de edad, incapaz de hablar; y también: tonto, infeliz, ingenuo, débil. En todos descubrimos la ausencia de cálculo, la falta de doblez o segundas intenciones. Para la élite religiosa, los sencillos eran unos malditos, porque no conocían la Ley, y por lo tanto no podían cumplirla. Los sencillos eran los “sin voz”, “la gente de la tierra” a quienes los rabinos despreciaban. En tiempo de Jesús, sólo los dirigentes podían opinar, los demás únicamente tenían la obligación de escuchar. Según Jesús, todos pueden acceder a la revelación del verdadero Dios. Los sabios también pueden, si son capaces de ser sencillos. Los sencillos no pueden volverse sabios. Si se revelara sólo a los sabios, los sencillos no tendrían posibilidad de llegar a él. “Estas cosas” son las realidades que Jesús descubrió de Dios y que les quiere transmitir. No se trata de conocimientos, sino del mismo Dios como experiencia profunda. “Todo me lo ha entregado mi Padre…” El primer paso para salir del ego e ir hacia el otro, es tomar conciencia de que lo que eres no te lo debes a ti mismo sino al otro. La consecuencia espontánea es la gratitud. El conocimiento de Dios no es fruto del esfuerzo humano, sino puro don; aunque no se niegue a nadie. El error de nuestra teología, fue creer que conocíamos a Jesús porque conocíamos a Dios; si Jesús era Dios, ya sabíamos lo que era Jesús. El texto dice exactamente lo contrario. La única manera de conocer a Dios es aproximarnos a Jesús. El verbo conocer tiene en el AT una connotación de las que carece en nuestra lengua: Indica cercanía, familiaridad, comprensión, mutua entrega. Se utiliza para designar la relación íntima entre el hombre y la mujer. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”.La imagen de yugo se aplicaba a la Ley, que, tal como la imponían los fariseos, era ciertamente insoportable. El hombre desaparecía bajo el peso de más de 600 preceptos y 5.000 prescripciones. Para los fariseos, la Ley era lo único absoluto. Jesús dice lo contrario: “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. La principal tarea de Jesús es liberar al hombre de todas las ataduras. Y las religiosas son las más fuertes. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús libera de los yugos y las cargas que oprimen al hombre y le impiden ser él. No propone una vida sin esfuerzo; eso sería engañar al ser humano que tiene experiencia de lo difícil que es la existencia. Sin esfuerzo no hay verdadera vida humana. Si desaparecieran todas las dificultades, no podríamos avanzar hacia ninguna meta. No es el trabajo exigente lo que malogra una vida, sino los esfuerzos que no llevan a ninguna plenitud. Todo lo que hagamos a favor del hombre, por mucho que cueste, se convertirá en felicidad porque traerá plenitud. Jesús propone un “yugo” pero no de opresión que vaya contra el hombre, sino para desplegar todas sus posibilidades de ser más humano. Jesús quiere ayudar al ser humano a desplegar su ser sin opresiones. El yugo y la carga serían, como el peso de las alas para el ave. Claro que las alas tienen su peso, pero si se lo quitas, ¿con qué volará? El motor de un avión es una tremenda carga, pero gracias a ese peso el avión vuela. Nuestras limitaciones son las que nos permiten avanzar en el camino hacia una meta que está más allá de lo que somos como animales conscientes. Lo que acabamos de leer es, sin duda, evangelio (buena noticia). Pero no hemos hecho mucho caso a este mensaje. En cuanto pasaron los primeros siglos de cristianismo, se olvidó totalmente este evangelio, y se recuperó “el sentido común”. Nunca más se ha reconocido que Dios se pueda revelar a la gente sencilla. Es tan sorprendente lo que nos acaba de decir Jesús, que no nos lo hemos creído nunca. ¡Qué sabe Cristo lo que significa ser cristiano! Sin embargo, Dios no comparte con el hombre los secretos del conocimiento, sino su misma Vida. La “revelación” no consiste en más conocimiento, sino en una manera nueva de vivir. Para Jesús la vida es más importante que el conocimiento. Si Dios se revela a la gente sencilla, ¿Qué cauces encontramos en nuestra institución para que esa revelación sea escuchada? ¿No estamos haciendo el ridículo cuando seguimos siendo guiados por los “sabios y entendidos” que se escuchan más a sí mismos que al verdadero Dios? A todos los niveles estamos en manos de expertos. En religión la dependencia es absoluta, hasta tal punto, que se nos ha prohibido pensar por nuestra cuenta. “Eso no me lo preguntes a mí que soy ignorante; doctores tiene la Iglesia...” decía el catecismo que yo aprendí de memoria a los siete años. Jesús no propone una religión menos exigente. Esto sería tergiversar el mensaje. Jesús no quiere saber nada de religiones. Propone una manera de vivir la cercanía de Dios, tal como él la vivió. Esa Vida profunda, es la que puede dar sentido a la existencia, tanto del listo como del tonto, tanto del sabio como del ignorante, tanto del rico como del pobre. Todo lo que nos lleve a plenitud, será ligero. Este camino no es fácil. Hoy podíamos decir que “sencillo” es todo aquel que descubre la necesidad de pasar de lo que cree ser, a lo que realmente es. Por eso está dispuesto a aprender y a cambiar. Los cansados y agobiados eran los que intentaban cumplir la Ley, pero fracasaban en el intento por la dificultad de abarcar todas las prescripciones. De esas conciencias atormentadas abusaban los eruditos para someterlos y oprimirlos. Nada ha cambiado desde entonces. Los entendidos de todos los tiempos siguen abusando de los que no lo son y tratando de convencerles de que tienen que hacerles caso en nombre de Dios. No sé si fue Pío IX o Pío X quien dijo: “solo hay dos clases de cristianos, los que tienen el derecho de mandar y los que tienen la obligación de obedecer”. Hoy ningún jerarca repetiría esas palabras, pero en la práctica, todos actúan desde esa perspectiva. Ahora sólo nos queda revisar nuestra religión y ver en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la conciencia de la moralidad, y así sucesivamente. Los predicadores seguimos imponiendo pesadas fardos sobre las espaldas de los fieles. Nuestro anuncio no es liberador. Seguimos confiando más en los conocimientos teológicos, en el cumplimiento de unas normas morales y en la práctica de unos ritos, que en la sencillez de sabernos en Dios. Seguimos proponiendo como meta, la “Ley” de Dios, no la Vida de Dios La crisis de la Iglesia no es una crisis doctrinal. Es una crisis de vivencia. Por eso nunca se podrá superar por medio de más documentos que tratan de zanjar cuestiones discutidas. Lo que hay que enseñar a los hombres es a vivir una experiencia del Dios de Jesús. Sólo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Sólo teniendo la misma vivencia de Jesús, descubriremos la libertad necesaria para ser nosotros mismos. Meditación-contemplación Venid a mí todos, dice Jesús. Sólo él conoce a Dios y sólo él nos lo puede revelar. Debemos superar todo prejuicio y aceptar ese Dios como el único que puede liberarnos. ……… Todo dios, que venga de otra parte o que nos hayamos fabricado nosotros, será opresor. Mientras más agobiados nos sintamos, más necesitaremos al Dios de Jesús. ……….. Ese Dios de Jesús, sencillo y cercano sólo puede ser descubierto y aceptado desde la sencillez. No se trata de una exigencia de Dios, sino de una incompatibilidad. Dios sólo se puede dar como lo que es. Dios sólo cabe en un corazón vacío. Anda en la calle el tema de la no concesión del Nihil Obstat a un libro de J. Antonio Pagola, con reflexiones y comentarios al evangelio de Marcos (que será el evangelio del próximo año litúrgico).
El Obispo de Getafe, lugar donde está la sede de PPC, editorial de Pagola, no ha dado el Imprimatur, porque sus teólogos no han dado el Nihil Obstat. Mons. Munilla, obispo de San Sebastián, que podía dar dar también el Imprimatur, se ha inhibido, con la excusa de que el tema es propio del obispo de Getaje. Es cierto, el Imprimatur se lo han pedido al obispo de Getafe, pero, según el Código de D. Canónico, Munilla tenía y tiene el poder (deber moral) de implicarse en el tema, aunque quizá no se lo haya pedido la editorial de Pagola, como podrá ver quien siga). El tema es significativo. Por eso me he molestado en mirar un poco la legislación sobre el tema. Mañana ofreceré mi juicio sobre el libro de Pagola y sobre Marcos, el tema (adelantando desde aquí que los de Jetafe no habrían aprobado por ningún concepto el evangelio de Marcos, por varias razones que indicaré). Buen día a todos. A. PRINCIPIOS Desde tiempo antiguo (siglo XV-XVI), la Iglesia Católica ha procurado evitar que los libros impresos sean causa de deformación de la fe. Para eso ha establecido tres instrumentos: a) Nihil Obstat, significa “no hay nada en contra”. Debe firmarlo un técnico, nombrado por el obispo u ordinario (superior mayor religioso), experto en cuestiones de fe y teología, después de haber leído el libro, antes de su edición. Yo mismo he firmado numerosos “nihil obstar” en mis primeros años de profesor de teología, permitiendo así que algunos libros se editaran b) Imprimatur… significa “imprímase”, es la autorización que sólo podía ofrecer el obispo o superior mayor de las órdenes religiosas c) Había un Índice de libros prohibidos, en el que se recogían las obras que, a juicio de algunos expertos y de la comisión nombrada ad hoc por la Santa Sede (es decir, del Ministerio o Congregacion del índice), iban en contra de la fe y de las costumbres, de manera que no se podían leer UNA HISTORIA a) Obispo de Maguncia. Desde la creación de la imprenta. El arzobispo de Maguncia, Bertoldo de Henneberg, tan pronto como se crea en su ciudad la primera imprenta, establece la primera comisión diocesana para el Imprimatur con tres edictos (Etsi mortalem, 4.1.1486; Experti scandalo, 10.1.1486; Experti sceleratorum, también del 1486). b) Inocencio VIII en su constitución apostólica Inter multiplices (17.11.1487) da unas leyes sobre el permiso para editar libros, para toda la Iglesia. Esta constitución queda ratificada por León X: Inter sollicitudines de León X (4.5.1515) c) Concilio de Letrán V (1412-1517), establece la necesidad de que los libros impresos llevaran un “nihil obstat” de la Iglesia (norma que sólo logró imponerse el 1559/1562, con la creación del Índice de Libros Prohibidos). Este concilio de Letrán/Roma terminó el 13 de Marzo de 1517, como si hubiera resuelto los grandes problemas de la Iglesia. Pues bien, el 31 de Octubre de ese mismo año Lutero clavó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittemberg las 95 tesis con las que comenzó la reforma protestante. Es evidente que el papa y sus obispos del concilio no conocían lo que se estaba gestando. d) Índice de libros prohibidos. Todo lo anterior queda ratificado por la creación del Índice de libros prohibidos, tras el Concilio de Trento, por Pío IV: Cum pro munere (24.3.1564); véase el texto de la primera edición, de ese año, en la imagen. e) Congregación para el índice: Pío V instituyó en 1571 la Sagrada Congregación del Índice. Esa Congregación fue ratificada y organizada de un modo minucioso por Sixto V en su Bula Inmensa Aeterni Dei, 1588, en la que establece los quince dicasterios o congregaciones (ministerios) de la Iglesia. Entre ellos está la Congregación del Índice de libros prohibidos, que debía reunirse cada semana, para fijar las normas de aprobación de los libros católicos. Sus miembros debían completar y actualizar el elenco de libros prohibidos, para defensa de la fe católica, con ayuda de algunas universidades católicas más significativas (Salamanca, Lovaina, París y Bolonia). f) Del tema vuelven a tratar con su hondura habitual Benedicto XIV Sollicita ac provida (9.7.1753) y León XIII en la constitución Officiorum ac munere (25.1.1897). Esa legislación quedó fijada en Código de Derecho canónico (27. 5.1917). PABLO VI. SUPRESIÓN DEL ÍNDICE Después el Vaticano II, Pablo VI, a través de la Congregación para la doctrina de la fe, en una comunicación titulada Post litteras apostolicas (4.6.1966), establece: a) Se suprime el Índice de libros prohibidos, de un modo velado, pero definitivo. Se suprime la Congregación o Ministerio para el Índice…y se añade: «El Índice sigue siendo moralmente vinculante… pero al mismo tiempo ya no tiene fuerza de ley eclesiástica con sus censuras anejas. En esa línea, el Decreto de la misma Congregación Post editam notificationem (15.11.1966) precisa que cuanto está previsto Código de Derecho, núm 1399 (por derecho son prohibidos algunos libros) y por el can. 2318 (algunas penas contra los violadores de las leyes sobre la prohibición de libros) no tiene ya valor de ley eclesiástica. b) Siguen necesitando Nihil Obstat e Imprimatur tres tipos de libros “oficiales” de la Iglesia, que son: 1. Las traducciones oficiales de la Biblia 2. Los libros litúrgicos 3. Los catecismos oficiales. c) Consecuencia. Desde 1966 muchos libros de casas editoriales católicas, siguiendo la línea de Pablo VI, no han vuelto a utilicar el Imprimatur. Por eso, en sí mismo, el libro de Pagola no necesita Nihil Obstat ni Imprimatur… Si lo ha pedido es por razones especiales de la editorial. Personalmente pienso que sería mejor que no lo hubiera pedido, utilizando la libertad cristiana que le ofrecen el Vaticano II, Pablo VI y el mismo Código NUEVA VUELTA A UN TIPO DE ÍNDICE. 1. Principios: a. Oficialmente, las cosas siguen como las dejó Pablo VI, de manera que los libros que no son traducciones de la Biblia, Catecismos y textos litúrgicos no necesitan nihil obstat ni imprimatur. Según eso, el libro de Pagola no lo necesita. b. Pero hubo una vuelta atrás, de manera que Congregación para la doctrina de la fe publicó un Decretum de Ecclesia pastorum vigilantia circa libros (19.3.1975), con normas sobre el Imprimatur para libros sobre doctrina y la moral… pidiendo a los obispos que vigilen un poco y a los escritores católicos que sean “piadosos” (ad usum delphini) y pongan sus obras en manos de obispos y corregidores (es decir,de los censores del Nihil obstat). c) De todas formas, el Nuevo Código de Código de Derecho canónico (1983) sigue en la línea de la constitución anterior… pero no exige Nihil obstat e imprimatur más que para los tres tipos de libros ya indicados (Biblia, Textos Litúrgicos y Catecismos), a los que se pueden añadir los textos oficiales de religión. – El Código no exige ya el nihil obstat…. pero pide que los obispos deben «exigir que los fieles sometan a su juicio los escritos que tengan relación con la fe o costumbres» (canon 823). El can. 824 añade que el obispo responsable de la aprobación es (en primer lugar) el ordinario del lugar del autor (que sería Mons. Munilla) o (en segundo lugar) el ordinario del lugar en el que se edita el libro (que en el caso de la Editorial PPC sería el de Getafe).. Así dice el canon: Código, canon 824 § 1. A no ser que se establezca otra cosa, el Ordinario local cuya licencia o aprobación hay que solicitar según los cánones de este título para editar libros, es el Ordinario local propio del autor o el Ordinario del lugar donde se editan los libros. 1. El Código de Derecho Canónico sólo exige nihil obstat para los tres tipos de libros ya citados: a). Los libros de la Biblia y sus versiones en lenguas vernáculas necesitan la previa aprobación y tienen que estar acompañadas de notas aclaratorias En estas iniciativas editoriales, es posible la colaboración con los hermanos separados (cano 825) b. Los libros litúrgicos en latín y sus traducciones a lenguas vernáculas deben concordar con la edición original aprobada y llevar el Nihil Obstat y el Imprimatur. Los libros de oraciones para el uso público necesitan la licencia del ordinario (can. 826) c. Los catecismos y otros escritos relacionados con la formación catequética, así como sus traducciones necesitan la aprobación del ordinario (canon 827). d. Ampliación: libros de texto de religión católica. El código sigue diciendo que no pueden emplearse, sin licencia, como libros de texto para la enseñanza aquellos libros en los que se trate de cuestiones referentes a la Escritura, la teología, el derecho canónico, la historia eclesiástica y materias religiosas o morales… sin Nihil Obstat. e. Censores. El can. 830 prevé la posibilidad de que una Conferencia episcopal posea una lista de censores «que destaquen por su ciencia, recta doctrina y prudencia, y estén a disposición de las curias diocesanas». CONCLUSIÓN PARA PAGOLA a. El libro de Pagola no es catecismo, ni biblia, ni manual litúrgico (ni libro de texto católico), por lo que, según el Código de Derecho Canónico, no necesita Nihil obstat (aunque pueda ser “piadoso” en un sentido “piadoso” (¿servil?) el pedirlo). b. El Nihil obstat se lo puede dar el obispo de su lugar (San Sebastián) o el del lugar de la editorial (para PPC Getafe). Ellos habrán tratado del tema. c. La editorial que debía publicar el libro (PPC, Getafe) puede tener sus vinculaciones con la jerarquía (por ser editorial católica) por lo que quizá no se atreve a publicar sin Nihil Obstat el libro de Pagola… Eso son cuestiones de “política eclesial” que me parece normal en estos casos. De todas formas, si publica el libro de Pagola sin Nihil Obstat no va en contra de ningún canon ni principio, sino que sigue la doctrina de Pablo VI. No sé si le conviene enfrentarse al obispo, quizá en este momento sea mejor no entrar en polémicas. d. José A. Pagola tiene todo el derecho (y a mi juicio el deber cristiano) de editar su libro, por conciencia… y por solidaridad con sus lectores. El camino es fácil. La Editorial PPC debe buscar un “sello” que no esté vinculado con Getafe, que es lo más normal (donde el obispo sea benévolo…). O Pagolo puede y debe buscar una editorial donde no le pidan (ni él pida) el Nihil Obstat con el Imprimatur. POSTDATA Mañana o pasado, si Dios quiere… yo mismo ofreceré un juicio de Pagola… como si fuera para un Nihil Obstar. Firmé varios Nihil Obstat de 1966 a 1975… cuando todavía se los pedían a mi Provincial. Creo que desde entonces algo he aprendido. |
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