…¿Y qué es la verdad?” pregunta que siegue resonando desde que se enfrentó el Imperio con un Simple Carpintero que se atrevió a decir “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” . La búsqueda de la verdad es una de las grandes tareas del ser humano. Y, tal vez, una de las mayores incógnitas de cuándo se está en la verdad o cuándo creamos nuestras pequeñas verdades. No obstante, lo importante es ponernos en el camino con una actitud de humilde búsqueda.
Quien fue presidente de la Congregación de la Doctrina de la Fe se convirtió en Pastor Universal. Su ministerio le exige contar y contrastar pareceres. Apacentar quiere decir amar, y amar predispone a estar dispuesto a sufrir por los demás. El lema de Ratzinger, como Obispo y Cardenal “Colaborador de la verdad”, al convertirse en Benedicto XVI ha tenido que tomar una nueva dimensión. Con sus viajes y al contacto con la realidad universal debe abrirse a comprender la “verdad” de culturas diversas y situaciones sangrantes, creadas por dictaduras de “verdades parciales impuestas”. En filosofía se dice que lo verdadero, lo justo y lo bueno son una misma cosa. Nadie puede ser bueno si no es justo y verdadero al mismo tiempo. Por ello, en los momentos actuales hay que mantener un equilibrio basado en la verdad, la justicia y la bondad. Y el cristiano está llamado a buscar ese equilibrio en medio de las dificultades de la sociedad. Ya en 1998, en la Sorbona, Ratzinger afirmó que la crisis del cristianismo es un aspecto de una crisis más profunda: la crisis de la verdad objetiva. Hasta hace unos años el ser humano pensaba que podía pisar firme en el pensamiento, en religión, en la ciencia. Creía conocerse a sí mismo, saber de verdades sobre el conocimiento de Dios o negarlo, conocer y poseer la verdad; casi considerarse ser dueño de la verdadera justicia. Pero al tambalearse los pilares en los que basaba sus seguridades se contagia también de las corrientes de la época. Quebrada aquella seguridad y convicción de la propia verdad, surge el pragmatismo, la soberanía absoluta del poder y la oportunidad diaria como criterio de comportamiento. Hoy, en el fondo, sabemos que el ser humano se mide y dignifica no por su gusto o poder, sino por la verdad real y por la capacidad de entrega y solidaridad en el compartir. El cristianismo ha sabido establecer la conexión entre la verdad, nacida de la realidad analizada, y el bien, acreditado en la vida personal. Verdad, Bien y Vida se reclaman y apoyan mutuamente para ser testigos del Cristo que se nos presenta en el rostro y las vivencias de los más pobres. Frente a la superstición, la política, la riqueza o un pluralismo vago y falso, el cristianismo reclama las exigencias universales de la verdad, tal como los hombres las podemos descubrir y Dios nos la ha dado a conocer. La crisis del cristianismo en Europa es la crisis de la verdad y de la racionalidad. No se resuelven los problemas de las instituciones y de las personas, ni en la sociedad ni en la Iglesia, sin el retorno a la pregunta de la verdad. La verdad es la fuente de la convivencia, cuando los hombres no se enseñorean de ella y la buscan no como arma contra el prójimo, sino como sendero hacia la fuente y futuro común. Cuando esa verdad no es buscada, surgen un pluralismo salvaje y un consenso político, cortados a medida de los que tienen el poder en sus múltiples formas.
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