Qué sería de nosotros sin los intermediarios: no somos del todo conscientes del papel que juegan en nuestras vidas. Porque antes, es un suponer, si organizabas un cumpleaños, tenías que ir tú mismo de acá para allá comprando que si los globos, que si la tarta, que si las velas, que si el confeti; en cambio ahora acudes a un intermediario y él se encarga de todo, hasta de ponerte un acróbata del Circo del Sol que entra dando un salto por la ventana del salón llenando de alborozo a tus criaturas. Hay intermediarios especializados para cada evento, neologismo éste de reciente creación pero que ha nacido de pie, con su factura bajo el brazo.
Después de partir del "hecho de vida", paso a iluminarlo con la Palabra para llegar después al mensaje final, según recomiendan los directorios catequéticos. Recuerden al paralítico al que descolgaron por el tejado: estaba el hombre tan descoyuntado que si no hubiera sido por los cuatro intermediarios que cargaron con su camilla, nunca hubiera llegado a situarse junto a Jesús. Piensen en las bodas de Caná: a Jesús, de naturaleza servicial, quizá le hubiera gustado ir pasando él mismo con la jarra de vino de mesa en mesa, como hacen los novios repartiendo puritos al final del banquete. Pero no: respeta a los intermediaros que estaban contratados y al maitre que se encargaba de los vinos. Y a Bartimeo podía haberle llamado él mismo, que voz no le faltaba, pero encarga a otros que le digan de su parte: "¡Animo, levántate, que te llama...!" Por eso no es de extrañar que en la mañana del Primer día de la semana, eligiera a María Magdalena como intermediaria: "Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17-18). ¿Qué trabajo le hubiera costado presentarse él y decírselo sin acudir a persona interpuesta? Ninguno, pero así fueron las cosas, a pesar del previsible fracaso de la intermediaria porque los discípulos, "a pesar de oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron" (Mc 16,10). Me gustaría aprovechar la coyuntura para dar a la cosa un toque feminista, pero los textos dicen lo que dicen y es imposible deducir de ellos que todo fue cuestión de género: otros intermediarios corrieron la misma suerte que María y cuando "se apareció a dos de ellos que iban de camino hacia el campo y fueron a dar la noticia a los demás, tampoco les creyeron" (Mc 16,12). Conclusiones: qué buena ocasión la Pascua para poner nombre a los intermediarios que, sabiéndolo o no, han hecho posible que llegara hasta nosotros la buena noticia de Jesús y de su Evangelio. Qué buena cosa poder ser intermediarios para otros, sabiendo que nada provoca hoy tanto asombro como ver personas con aire de tener una cita más lejos y encajando tanto desaliento sin perder ni los ánimos ni la ternura. Qué alegría también la existencia de otro tipo de intermediarios con sus lenguajes particulares: el bulbo de jacinto que me acompañaba desde Noviembre sin decir ni mu y sin dar más señales de vida que unas raicillas miserables, de pronto se ha desmelenado y va a florecer de un momento a otro; un mirlo vecino que ha estado en paradero desconocido todo el invierno, ha vuelto y se ha puesto a cantar antes de que amanezca. Y los dos están intermediando para hacerme recordar a tanta buena gente que no se deja vencer por los inviernos, que sigue empeñada en adelantarse al amanecer y en arrimar el hombro a tantas causas justas, sin que la alcance ni corrompa ningún sobre con dinero negro. Lo mismo que tantos otros que dentro de la Iglesia no saben de estrategias ni de intrigas y siguen bregando de noche en el mar a pesar del cansancio. Están de suerte: el Resucitado, desde la orilla, les hace de intermediario y les dice dónde tienen que echar las redes para llenarlas de peces.
0 Comentarios
La aparente crisis nos empuje al silencio imprescindible. No nos faltan recursos, adolecemos de reverencia, de agradecimiento. Hemos cargado con demasiado olvido. La verdadera crisis vendrá cuando se derritan la nieves y no florezcan los campos; cuando los ríos canten y la primavera recule y se esconda; cuando el fuego del hogar calle y las yemas no exploten..., pero el verde se prepara ya para acoger por todas partes a la nueva vida y sus colores.
Érase un sol que nunca olvidó ningún alba, una luna que ordenaba las pausas, unos planetas que nos amparaban en medio del infinito. Érase un viento que traía los aromas más lejanos, que empujaba el polen para amarillear nuestros prados. Érase un fuego siempre dispuesto a calentar las estancias y a tostar nuestros granos. Éranse unos ríos que nos acercaban el agua pura de las altas cimas; una Madre Tierra que ponía en nuestra mesa las frutas cargadas de jugo en el estío y los frutos rebosantes de energía en el invierno. Érase un Reino mineral que nos aportaba piedra para nuestros refugios, asfalto para nuestros caminos y clavos para nuestras maderas; un Reino vegetal que nos proporcionaba algodón para nuestros cuerpos desnudos, mimbre para nuestros recios cestos y alimento para nuestros estómagos vacíos. Éranse unos hermanos erguidos que lo entregaron todo, espesa sombra cuando el calor y dura leña en el otoño. Érase un Reino animal que nos daba fuerza para nuestros arados, lana para los vientos del Norte y compañía junto a la chimenea en las largas tardes de invierno. Érase un mar que durante milenios estuvo lamiendo a las rocas sus minerales, para después presentarnos en el salero esos mismos nutrientes que nosotros urgíamos. Érase una olas que sembraban caracolas por la arena; que entonaban la canción que pedían nuestras noches, unos pájaros que piaban la melodía que necesitaban nuestros amaneceres. Éranse unos párpados finos para cuidarnos del polvo, para ser despertados con suavidad a la primera luz del alba. Éranse unos ojos para esquivar las rocas y llorar los atardeceres; unos pies para hollar los senderos de polen, unos oídos para escuchar todas las baladas, una lengua para comunicarse con todas las gentes, unos labios para besar con ternura a la Vida y a la amada. Éranse unas estrellas para arrojar lejos el alma, para tachonar nuestras noches de asombro. Érase el Sin Nombre que se desvivía para que todo eso funcionara, para que todo latiera, para que nada se detuviera... Todo contribuía a favor del humano. Todo estaba organizado para servirnos. Pero el humano, ¿dónde estaba el humano, el Reino al que toda la Creación servía? ¿A quién acariciábamos, a quién servíamos nosotros/as, a quién amparábamos y calentábamos? ¿Por quién rodábamos, florecíamos, nos ofrendábamos...? Érase una temprana primavera en que reparamos que todo conspiraba en nuestro beneficio; que todo se reunía para servirnos, para procurar nuestro respiro, nuestro suspiro. Todo respondía a un magno y preciso plan, a una trama divina que nos invitaba a nosotros/as también a sumarnos. Hemos cargado ya con demasiado olvido. Algo llama ahora a comenzar a devolver... La humanidad no madura necesariamente cuando arroja cohetes al espacio, o cuando viaja al más minúsculo átomo. La humanidad progresa cuando cuida y venera su vasta heredad; cuando participa de esa sinfonía de esfuerzos; cuando toma conciencia de que nada tiene dueño, de que todos los dones son para todos; cuando comienza a agradecer y devolver la infinita gratuidad que recibe cada mañana. Ni un sólo instante la savia dejó de remontar las ramas, el viento de arrastrar semillas y el mar de lamer las rocas... Fue cuando las flores despertaban en nuestros valles empapados; fue al comenzar a estallar temprano aquella primavera, cuando rompieron también nuestros olvidos. No, no hay más "prima de riesgo" que seguir respirando y no estar agradeciendo. No, no hay crisis, sólo olvido, sólo sordera que no alcanza a oír el océano infinito en las pequeñas caracolas. No, no hay crisis, sólo atinar nueva frecuencia, sólo escuchar reverentes esa Vida, ese mar, ese viento, esos Reinos... que cantan por y para nosotros. No florezca en balde esta Primavera. Podamos ser, más y más agradecimiento que comience a desbordar nuestros corazones, más y más frentes que suden ya por el bien de todos y de todo; más y más almas que se vuelquen al progreso del plan supremo de divino amor para nuestra tierra siempre bendita. La convicción de que la vida vuelve insistentemente a brotar. Las hojas mustias y bichadas del limonero, con la potencia del verde nuevo que empuja desde la rama de al lado. Un roblecito, asomando bajo la sombra del árbol añoso, necesitará buscar su propia porción de tierra para prosperar.
La Pascua... Vida espiando por las rendijas, esperando que le hagamos espacio, que la reconozcamos, la habilitemos. "Todos te andan buscando". La creación entera tiene sed de abundancia. Como humanidad, queremos estar de pie y en marcha, buscando sentidos para que vivir valga la pena. Queremos buscarte, a vos que querés hacernos uno, a vos que nos provocás a romper estructuras para que por las grietas se abra paso la novedad. Te estamos buscando, Señor del cambio; Señor del desierto y la brisa fresca, Señor del pozo y la sed intolerable. Te estamos buscando. Que no seamos nosotros, los que nos decimos tus discípulos, los que pongamos freno al encuentro. Te estamos buscando, Señor de la libertad y del amor, de la libertad para amar hasta el colmo. Señor de la cruz y de la pascua, del ciclo eternamente repetido que nos abre la conciencia para hacernos más cargo de nosotros mismos. Querés la integración. Tanto como querés la tormenta. Sos el Dios del ciclo, vida-muerte-vida. Rupturas, pedazos caídos que no reconocemos nuestros hasta que tus manos sanadoras nos invitan a recuperarlos. Dejan de ser evidencia de muerte, se hacen abono para confiarnos nuevos secretos, para abrirnos a dimensiones más hondas de la verdad, personal y de la raza, que nos habita. La muerte empuja la resurrección... Sanarnos, para tomar conciencia de divisiones más ocultas. Liberarnos, para descubrir otras cadenas invisibles. Proceso imparable de humanización, que es de la especie y es mío, personal, ineludible. El autoconocimiento arrima pistas al de todos, abre senderitos para seguir adentrándonos en lo humano, hacia vos, plenificación de lo humano. ¡Que podamos hacer pascua! El evangelio de Juan nos lleva al género histórico tan especial de los relatos de la Resurrección. Sin solución de continuidad con los relatos de la pasión, se nos siguen narrando los "acontecimientos de aquel fin de semana". Y esto nos induce a creer que el género sigue siendo tan histórico como en los relatos de la Pasión, pero no es así.
En los relatos de la Resurrección se recogen dos mensajes: uno sobre sucesos comprobables, otro sobre la fe de los primeros seguidores de Jesús. Los sucesos comprobables, incluso verificables como sucesos históricos, son: • la increíble transformación de los seguidores de Jesús, que pasan de ser un grupo medroso en dispersión a una comunidad valerosa que da testimonio de su fe en Jesús. • el nacimiento de una "fe" nueva, profundamente diferente de la fe judaica, aunque tenga sus raíces en ella, que en un tiempo relativamente corto será capaz de formularse con independencia de esas raíces. (Por ejemplo, la cristología de Juan, que aparece en el texto del Apocalipsis). • la confesión de aquellos primeros creyentes, que manifestaron su fe en Jesús afirmándose como "testigos" de que el Crucificado ha sido exaltado por Dios, no ha sucumbido en la muerte. Estos sucesos comprobables tienen un contenido de fe: la primera comunidad y los testigos lo expresan por medio de los relatos de Apariciones del Resucitado. En estos relatos, lo simbólico y lo teológico tienen tal importancia que apenas podemos descubrir en el fondo de estas narraciones los sucesos reales. Vimos el domingo pasado la enorme diferencia de los relatos en los cuatro evangelistas y la imposibilidad de concordar los textos en un relato único (cosa tan fácil en los relatos de la Pasión). Nos encontramos ante un tipo de textos diferente. En ellos, los sucesos que pudieron ver los ojos quedan envueltos en los símbolos y las elaboraciones teológicas, de manera que el mensaje es la profesión de fe en Jesús Señor; son textos escritos para profesar la fe el crucificado, la fe a pesar de la muerte y sepultura. Sólo seremos fieles a los textos leyéndolos así, no como mera narración de sucesos físicamente comprobables. Es conveniente recordar el esquema que sigue Juan en su narración: Capítulo 19: Muerte y entierro de Jesús Capítulo 20: Magdalena en el sepulcro. La piedra quitada. Avisa a los apóstoles. Juan y Pedro en el sepulcro. Juan cree. Aparición a Magdalena. Aparición a los apóstoles. No está Tomás. Repetición a los ocho días. Con Tomás. Primera conclusión (Éste es el evangelio de hoy) Capítulo 21: Aparición en Tiberíades. La pesca infructuosa: Jesús en la orilla. El primado de Pedro. El destino de Juan. Segunda conclusión. Así pues, el cuarto evangelio se ha interesado solamente por el papel de María Magdalena, la fe de los Once y la confirmación de Pedro. Hay un tema transversal importante en todos estos relatos: la superación de la cruz. • Magdalena (en los otros evangelios con otras mujeres) va al sepulcro a honrar el cadáver de Jesús. • Los Once están encerrados (con las puertas atrancadas) por miedo. • Hay síntomas de que la comunidad se está empezando a dispersar (como en el relato lucano de Emaús). • Siete discípulos con Pedro se van a Galilea y vuelven a ser pescadores... Se acabó: la crucifixión y la sepultura han terminado con la fe en Jesús. Pero en este contexto se produce la conversión, la recuperación de la fe en el Crucificado. • En María Magdalena que le reconoce sólo cuando es llamada por su nombre. • En los Once que tienen la experiencia de que "ése mismo Jesús al que vimos muerto" está vivo y encomienda su misión. • En Pedro, que después de su traición vuelve a asumir su función de "confirmar a sus hermanos". Se trata pues, ante todo, de la "narración" del comienzo de la fe en Jesús después del trauma de la muerte y sepultura. No podemos entrar en detalles sobre cada uno de los pormenores de los textos. Indicaremos solamente que: • Jesús es reconocible, es el mismo, es el crucificado, es su cuerpo llagado. Se trata de creer en el crucificado. • Jesús resucitado es el mismo Jesús, pero hay que re-conocerlo. Antes no le conocían, lo confundían con el Mesías victorioso. Ahora han reconocido en aquél Jesús que creían conocer, al verdadero enviado, el que da la vida. Han cambiado el rey victorioso por el grano de trigo enterrado, y han reconocido a Jesús en ese grano de trigo, no en el rey. El texto termina con la más avanzada expresión de fe en Jesús, en boca del más incrédulo: "Señor mío y Dios mío" es una expresión de la más alta cristología joanea, de tal manera que contrasta vivamente con las expresiones cristológicas de Hechos que hemos reseñado antes ("Dios estaba con él"). Y esto nos muestra toda la intención del cuarto evangelio, como se expresa en la conclusión. "Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Esto se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre." La finalidad del libro, y muy especialmente del conjunto Pasión/Resurrección es "que creáis en el crucificado". Solemos perdernos en la investigación histórica de lo que sucedió. Leemos los evangelios más que como creyentes como periodistas. Nuestra ilusión sería haber estado allí y verlo todo con nuestros propios ojos. Pero, si hubiésemos estado allí, ¿habríamos creído en el crucificado? A veces consideramos afortunados a los que "vieron y creyeron", como si lo hubieran tenido más fácil que nosotros. Podemos dudarlo. Creer en el crucificado tuvo que ser muy difícil. La fe no nace de lo que se ve. Muchos ven y no creen. Muchos vieron y no creyeron. La fe no procede de ver el sepulcro vacío. La fe interpreta el sepulcro vacío: en el sepulcro no hay nada, es vano ir al sepulcro. Las mujeres van al sepulcro buscando un cadáver, pero Jesús no es un cadáver: "¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?", "no está aquí". Al estudiar estos relatos padecemos de un miope y estéril realismo. ¿Qué vieron? ¿qué pasó? ¿cómo entró? Interesa sólo a la curiosidad del periodista. La pregunta es: ¿creemos en el crucificado? Muchas personas, cuando escuchan estas interpretaciones de los evangelios, dicen que les están quitando la fe. Es posible que sea verdad. Es posible que para que nazca la fe en Jesús tenga que morir otra "fe". El que no siente su fe interpelada, puesta en peligro, por el crucificado y por los crucificados del mundo, no tiene la fe correcta. No se puede creer en Dios más que superando el escándalo de la cruz. El escándalo de la cruz se supera por la fe en Jesús, sentido y percibido en el Espíritu de la comunidad, ese espíritu que trabaja contra la crucifixión, que no se deja amilanar ni por la muerte. El Espíritu que contradice a la carne y está brillantemente presente en muchas partes de la Iglesia y de fuera de la Iglesia. Creemos en el hombre crucificado, creemos en él y damos la vida por él. Todo esto lo hemos leído en Cristo crucificado, todo esto hemos creído en Cristo resucitado. Jesús no vuelve a la vida. Está ya en la vida. Somos nosotros los que no estamos aún en la Vida. Él sí. La palabra "resurrección" se queda corta, como tantas, como todas. Resucitar es que el cadáver se levante y siga como antes, tan mortal como antes. Lo de Jesús es que ya ha sido dado a luz definitivamente, ya no es mortal, ya se ha realizado del todo. Y esto no es un fenómeno físico, no se trata de recuperar las mismas células que tuvo antes. Se trata de la Realidad Profunda, de aquello que es más que cuerpo, de lo que nunca verán los ojos, incapaces de enterarse del significado de las cosas. Nosotros vivimos ya resucitados: con Dios en medio, sin miedo a Dios, en paz con él, en alegría, porque tenemos misión, porque está en medio de nosotros Jesús. No su cuerpo, "la carne no vale para nada", sino su Espíritu, que da la Vida, la Vida definitiva que ya está alentando nuestra vida. Nosotros vivimos como resucitados si vivimos con los criterios y los valores de Jesús, enganchados a su mismo proyecto. Jesús vuelve entre nubes y resplandores divinos en el Apocalipsis, no en los evangelios. Jesús resucitado es muy diferente del Jesús de la Transfiguración. Pero ahora saben todos cuál es su Espíritu. Lo que los textos del NT quieren expresar con la palabra resurrección, es la clave de todo el mensaje cristiano. Pero es mucho más profundo que la creencia en la reanimación de un cadáver. Fue la manera más convincente de trasmitir la vivencia de lo que Cristo fue para los primeros seguidores, después de la desoladora experiencia de su pasión y muerte. Lo que quieren trasmitir es la experiencia pascual de que seguía vivo, y además, les estaba comunicando a ellos su misma vida. Éste es el mensaje de Pascua.
Sin esa Vida que va más allá de la vida, nada de lo que dice el evangelio tendría sentido. Como todos los años leemos este mismo evangelio y lo explicamos el año pasado, vamos a referirnos hoy al aspecto general de la experiencia pascual. Los exegetas han rastreado los primeros escritos del NT y han llegado a la conclusión de que la cristología pascual no fue ni la primera ni la única forma de expresar la experiencia que de Jesús tuvieron los discípulos después de su muerte. Hay por lo menos tres cristologías que se dieron entre los primeros cristianos, antes o al mismo tiempo de hablar de resurrección. En las primeras comunidades, se habló de Jesús como el juez escatológico que vendría al fin de los tiempos a juzgar, a salvar definitivamente. Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de Dios y apoyados en el AT, pasaron por alto otros aspectos de la figura de Jesús y se fijaron en él como el Mesías que viene a salvar definitivamente a su pueblo. Predicaron a Jesús el Cristo (Ungido), como dador de salvación última sin hacer referencia explicita al hecho de la resurrección. Otra cristología que se percibe en los textos que han llegado a nosotros de algunas comunidades primitivas, es la de Jesús como taumaturgo. Manifestaba con su poder de curar, que la fuerza de Dios estaba con él. Para ellos los milagros eran la clave que permitía la comprensión de Jesús. Esta cristología es muy matizada ya en los mismos evangelios; seguramente, porque, en algún momento, tuvo excesiva influencia y se quería contrarrestar el carácter de magia que podría tener. En los evangelios se utiliza y se critica a la vez. Una tercera cristología, que tampoco se expresa con el término resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios. Sería el Maestro que conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesario para llegar a Dios. También tiene un trasfondo bíblico muy claro. En el AT se habla innumerables veces de la Sabiduría, incluso personalizada, que Dios hace llegar a los seres humanos para que encuentren su salvación. Con el tiempo, todas estas maneras de entender a Cristo, fueros concentrándose hasta cristalizar en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para explicar de una manera convincente la vivencia de los seguidores de Jesús después de su muerte. Sin embargo incluso la cristología pascual más primitiva, tampoco hace referencia explícita a la resurrección. La experiencia pascual fue interpretada en una primera instancia, comoexaltación y glorificación del humillado injustamente, tomando como modelo una vez más el AT y aplicando a Jesús la idea del justo doliente. La mayoría de los exegetas están de acuerdo en que ni las apariciones ni el sepulcro vacío fueron el origen de la primitiva fe. Más bien fueron una forma de comunicar una vivencia que va mucho más allá de lo que pueden expresar fenómenos perceptibles por los sentidos. Los relatos de apariciones y del sepulcro vacío, se habrían elaborado poco a poco como leyendas sagradas, muy útiles en el intento de comunicar con imágenes vivas la experiencia pascual. Esa vivencia no se logró de la noche a la mañana, sino que fue fruto de un proceso interior en el que tuvieron mucho que ver las reuniones de los discípulos. Todos los relatos hacen referencia, implícita o explícita a la comunidad reunida. En ninguna parte del NT se narra el hecho de la resurrección. La resurrección no puede ser un fenómeno constatable empíricamente; cae fuera de nuestra historia, no puede ser objeto de nuestra percepción sensorial. Todos los intentos por demostrar la resurrección como un fenómeno verificable por los sentidos, están de antemano abocados al fracaso. Toda discusión científica sobre la resurrección es una estupidez. Cuando decimos que no es un hecho "histórico", no queremos decir que no fuera "real". El concepto de real, es más amplio que lo sensible o histórico. Aquí el racionalismo nos juega una mala pasada. En Jesús no pasó nada, pero en los discípulos se dio una enorme transformación que les hizo cambiar toda su manera de entender la figura de Jesús. Sería muy interesante el descubrir cómo llegaron los discípulos a ese descubrimiento, sobre todo teniendo en cuanta que en los momentos de dificultad todos le abandonaron a su suerte. Ese proceso de "iluminación" de los primeros discípulos se ha perdido. No solo sería importante para conocer lo que pasó en ellos, sino porque ese mismo proceso tiene que realizarse en nosotros si queremos entrar en la dinámica de la experiencia Pascual. Con el concepto de resurrección se quiere expresar la idea de que la muerte no fue el final. Su última meta fue la Vida no la muerte. La misma Vida de Dios, como dice Juan: "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre". Vaciándose del "ego", queda en él lo que había de Dios. No cabe mayor glorificación. "Aquilatar" el oro, quiere decir que se le van quitando las impurezas. 12, 18, 22; hasta llegar a 24 quilates que es oro puro, no le queda nada de la mezcla, ya no se puede ir más allá. Este vaciamiento no supone la anulación de la "persona", sino su potenciación. Desde la antropología judía se puede entender muy bien. El hombre tiene que ascender desde la carne al espíritu. Las apariciones a los doce (comunidad) son el fundamento de la credibilidad de los apóstoles y la justificación de la misión al mundo. Todas las apariciones responden al mismo patrón. Cinco elementos que conforman un esquema teológico y nos dan la clave de interpretación: a) Una situación dada. Jesús se hace presente en la vida real. La nueva manera de estar presente Jesús no tiene nada que ver con el templo o con los ritos religiosos. Ni siquiera están orando cuando se hace presente. El movimiento cristiano no empezó su andadura como una nueva religión, sino como una forma de vida. De hecho los romanos los persiguieron por ateos. En todos los relatos de apariciones se quiere decir a los primeros cristianos que en los quehaceres de cada día se tiene que hacer presente Cristo. Si no lo encontramos en las situaciones de la vida real, no lo encontraremos en ninguna parte b) Jesús sale al encuentro inesperadamente. Este aspecto es muy importante. Él es el que toma siempre la iniciativa. La presencia que experimentan, no es una invención ni surge de un deseo o expectativa de los discípulos. A ninguno de ellos les había pasado por la cabeza que pudiera aparecer Jesús una vez que habían sido testigos de su fracaso y de su muerte. Quiere decir que el encuentro con él no es el fruto de sus añoranzas o aspiraciones. La experiencia se les impone desde fuera desde una instancia superior. c) Jesús les saluda. Es el rasgo que conecta lo que está sucediendo con el Jesús que vivió y comió con ellos. La presencia de Jesús se impone como figura cercana y amistosa, que manifiesta su interés por ellos y que trata de llevarles a su plenitud de vida. d) Hay un reconocimiento, que se manifiesta en los relatos como problemático. No dan ese paso alegremente, sino con muchas vacilaciones y dudas. En el relato de hoy se pone de manifiesto esa incredulidad personalizada en una figura concreta, Tomás. No quiere decir que Tomás fuera más incrédulo que los demás, sino que se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue a todos aceptar la nueva realidad. e) Reciben una misión. Esto es muy importante porque quiere dejar bien claro que el afán de proclamar el mensaje de Jesús, que era una práctica constante en la primera comunicad, no es ocurren¬cia de los discípulos, sino encargo expreso del mismo Jesús, que ellos aceptan como la tarea más urgente que tienen que llevar a cabo. Meditación-contemplación "Dichosos los que crean sin haber visto". La respuesta de Jesús a Tomás parece pertinente, pero no tiene ninguna lógica interna, porque Tomás ve al hombre Jesús y confiesa al Hombre-Dios. ........................... Yo quiero ser ese "incrédulo", que hace la confesión sobre Jesús más profunda, más absoluta, más rotunda y más sublime. Lo que afirma no se deduce de lo que ve ni de lo que toca, sino que es la expresión plástica de toda una experiencia pascual. ........................ Sin experiencia, puede haber creencia, nunca fe. Más allá de todo lo que he oído y aprendido sobre Jesús, tengo que tratar de descubrirle vivo y dándome esa misma Vida. Se trata de la misma Vida de Dios, que él tenía en vida. ¿Cómo se puede transmitir una experiencia transpersonal o espiritual? Resulta una tarea imposible, porque no disponemos de "herramientas" conceptuales adecuadas. Por esta razón, los relatos de apariciones del Resucitado –aparte de estar elaborados como catequesis- quieren decir mucho más de lo que dicen.
¿Cómo se puede convencer a "Tomás" de que el Resucitado se les ha hecho presente? No hay manera; se trata de una experiencia que trasciende las palabras y los conceptos, las imágenes e incluso las expectativas de la mente. Pero es que tampoco se trata de "convencer" a nadie. Esto parecía, no solo importante, sino decisivo en el nivel mítico de consciencia: tal como allí se veían las cosas, las personas estaban convencidas de poseer la verdad absoluta y, por ello mismo, se veían en la obligación de comunicarla a otros y de tratar que la aceptaran. El proselitismo es una actitud característica de aquel estadio de consciencia. Cuando venimos a reconocer que la Verdad no se puede poseer y que es una con la Realidad, caemos en la cuenta de que aquello no tiene sentido. Carece de interés que la persona tenga en su cabeza una creencia u otra, si solo es eso, una creencia. De lo que se trata, más bien, es de ejercitarnos en vivir la verdad que somos. En este nuevo nivel de consciencia, la verdad no es vista como "algo" añadido a lo que una persona ya es –se comprende que el simple hecho de presentarla de ese modo provoque resistencias, porque la otra persona pensará que le están intentando "vender" algo-, sino justamente como lo que somos. Charo Rodríguez (en "La luz de la niebla") expresa lo mismo de este modo: "Solo el Dios encontrado, ningún dios enseñado puede ser verdadero, ningún dios enseñado. Solo el Dios encontrado puede ser verdadero". Todo lo que podemos "enseñar" son –por más sublimes que sean- palabras, es decir, "mapas", aunque estén bien. Pero un mapa nunca es el territorio. Y el territorio no se aprende, se encuentra. Es cierto que quien lo ha visto puede ayudarnos a estar más atentos. Tal vez, incluso, sus palabras provocarán ecos en nuestro interior, despertando nuestra verdad dormida. La vista de un mapa puede avivar la motivación de ponernos en camino. Pero, al final, cada cual debe ponerse en camino y recorrerlo. (A propósito de mapas y de dificultades, puedo sugerir el último libro que he escrito y que ha publicado la editorial Desclée De Brouwer: "Crisis, crecimiento y despertar. Claves y recursos para crecer en consciencia". Haciendo clic sobre el título, se obtiene más información). En Jesús podemos hallar un mapa nítido. Para empezar, no estaría mal que dejáramos escuchar y reverberar en nuestro interior su saludo, el saludo de quien "ha visto": "Paz a vosotros". Jorge Bergoglio, en su nueva condición de papa Francisco, ha insistido en mandar señales que intentan instalar la imagen de pobreza y austeridad, tanto en lo personal como en lo institucional. Los gestos han sido acompañados de un discurso que subraya el deseo de “una Iglesia pobre y para los pobres”.Y en este mensaje muchos han querido ver la recuperación de la tradición histórica y teológica que la Iglesia Católica en América latina ha construido y cimentado después del Concilio Vaticano II (1962–65) y como relectura y aplicación a la región de ese acontecimiento de la Iglesia universal.
Está claro que, a través del pensamiento que se le conoce en sus escritos, pero también por sus prácticas pastorales, Bergoglio no se sitúa en la radical elección planteada por la Teología de la Liberación latinoamericana, que ha sido la perspectiva teórica fundamental de esa opción. Es así porque los argentinos, en general, incluso sus teólogos populares y más importantes como el ya fallecido Lucio Gera, nunca se sintieron cómodos con un pensamiento teológico de la liberación que reconoció aportes del marxismo. Pero también porque el hoy papa Francisco estuvo siempre enrolado en las corrientes cuya preocupación por lo social se puso de manifiesto mediante la acción caritativa, por una parte, y a través de la mediación política solapada y discreta con el poder, por otra. No por el compromiso directo con la lucha de los movimientos populares. Pese a lo dicho, la llegada de Francisco al pontificado despertó expectativas incluso en los más reconocidos teólogos latinoamericanos de la liberación, como Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Ivonne Guevara y Oscar Beozzo, para mencionar tan sólo algunos. En estos círculos de la Iglesia Católica se advierte que para traducir en hechos y en orientaciones pastorales lo hasta ahora manifestado en sus discursos, el nuevo Papa debería retomar los grandes lineamientos emanados del Concilio Vaticano II –muchos de ellos desechados por Juan Pablo II y Benedicto XVI– y hacer suya la llamada “opción por los pobres” que los obispos latinoamericanos plantearon en Medellín (1968) y en Puebla (1979). En un texto publicado por la Universidad Católica de Perú, el peruano Gustavo Gutiérrez acaba de señalar que para hacer carne lo que el Papa dijo, “una Iglesia pobre y para los pobres” se necesita “reconocer que el auténtico poder de la Iglesia consiste en servir a los pobres”. La mirada latinoamericana ¿En qué consiste la originalidad del pensamiento católico latinoamericano de la liberación? Para el brasileño Clodovis Boff (también teólogo y hermano de Leonardo), “la Iglesia de América latina se caracteriza por ser una ‘Iglesia social’: es una iglesia profética, de los pobres y liberadora”. La conferencia de los obispos latinoamericanos en Medellín (1968) le dio visibilidad institucional a lo que desde tiempo antes de venía gestando en el trabajo eclesial de base. En el documento final, los obispos afirmaron que “estamos en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente, llena de un anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre… Percibimos aquí los preanuncios en la dolorosa gestación de una nueva civilización” (Gaudium et spes, No. 4). Podría decirse que el Vaticano II había impulsado una mirada “desarrollista” de la sociedad que pretendía reformas del orden capitalista para hacerlo más justo, más equitativo. Denunció las injusticias y pidió cambios. En uno de los documentos conciliares se puede leer: “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir” (Gaudium et spes, No. 4). Y lo anterior se completaba con el elogio de la caridad. “La acción caritativa puede y debe llegar hoy a todos los hombres y a todas las necesidades. Donde haya hombres que carecen de comida y bebida, de vestidos, de hogar, de medicinas, de trabajo, de instrucción, de los medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, que se ven afligidos por las calamidades o por la falta de salud, que sufren en el destierro o en la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con cuidado diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obligación se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad” (Decreto conciliar Apostolicam actuositatem No. 8). Esta fue, en líneas generales, la propuesta del Concilio. Los latinoamericanos fueron más allá. En el primer documento de Medellín, los obispos denunciaron la “miseria que margina a grandes grupos humanos” y dijeron que “esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo” (No. 1). Luego anunciaron que Cristo que vino “a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes” (No. 3); que la “verdadera liberación” envuelve una “profunda conversión”; y afirmaron la “liberación integral” como acción de la “obra divina” (No. 4), asegurando que el amor es “la gran fuerza liberadora de la justicia y la opresión” (No. 5). Y todavía más. En Medellín también, pero ya en el documento número II, sobre la paz, los obispos hablaron de “dependencia” y sostuvieron entonces que “el subdesarrollo latinoamericano es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la paz” (No. 1), equipararon “situación de pecado” con “situación de injusticia” y en otro momento directamente con “violencia institucionalizada” (No. 16). En el mismo texto se afirma que es misión de la Iglesia es favorecer “todos los esfuerzos del pueblo por crear y desarrollar sus propias organizaciones de base” (No. 27). Cambios estructurales No hay aquí un planteo reformista, sino claramente el respaldo a cambios estructurales. Allí mismo se piden “transformaciones profundas” (No. 17) y se critica como omisión el pretendido apoliticismo que elude el compromiso por la justicia y se reconoce la legitimidad de la “insurrección revolucionaria”, algo que ya había hecho el papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio (1967), “en caso de tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y damnificase peligrosamente el bien común del país” (PP No. 31). Sin embargo, en sintonía con el papa, los obispos latinoamericanos se inclinaron por la acción pacífica (No. 19). En medio del clima de represión política y de agitación revolucionaria que se vivía entonces en la región, la Iglesia afirmó que “el cristianismo es pacífico… No es simplemente pacifista, porque es capaz de combatir. Pero prefiere la paz a la guerra.” (No. 15). En 1973, un libro publicado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), Liberación: Diálogos en el Celam, incluyó un artículo de Gustavo Gutiérrez, “Praxis de liberación, teología y evangelización”, en el cual el peruano sostiene que “los últimos años de América latina se caracterizan por el descubrimiento real y exigente del mundo del otro: el pobre, el marginado, la clase explotada. En un orden social hecho económica, política e ideológicamente por unos pocos y para beneficio de ellos mismos, el ‘otro’ de esta sociedad –las clases populares explotadas, las culturas oprimidas, las razas discriminadas– comienza a hacer oír su propia voz”. Esa Iglesia latinoamericana acompañaba los aires de cambio de la región. Por ejemplo: es inevitable ver la influencia de Paulo Freire en el documento sobre educación, donde aparece siete veces de distintas maneras la idea de “liberación”. Y en el que se define la “educación liberadora” como aquella que “convierte al educando en sujeto de su propio desarrollo” y se la propone como “el medio clave para liberar a los pueblos de toda servidumbre” (No. 8). Tampoco faltó entonces la autocrítica. “Llegan también hasta nosotros –afirmaron los obispos– las quejas de que la jerarquía, el clero, los religiosos, son ricos y aliados de los ricos. (…) Los grandes edificios, las casas de párrocos y de religiosos cuando son superiores a las del barrio en que viven; los vehículos propios, a veces lujosos; la manera de vestir heredada de otras épocas (han contribuido a crear esa imagen de una Iglesia jerárquica rica)” (No. 2). Mientras todo esto sucedía en América latina, la Iglesia en la Argentina –salvo contadas excepciones como la de los Sacerdotes para el Tercer Mundo– se mantuvo ajena, lejana y hasta desconfiada mirando a las Iglesias del continente. No debería perderse de vista que esos fueron precisamente los años en los que Bergoglio se formó como sacerdote y como teólogo. Opción por los pobres A pesar de la reacción conservadora que desató en la Iglesia católica latinoamericana grandes enfrentamientos internos, y de los mártires que arrojó la postura liberacionista en medio del avance de los regímenes de seguridad nacional, en Puebla (1979), ya con Juan Pablo II como papa, los obispos ratificaron el compromiso de Medellín. “Los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios, para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama. Es así como los pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús”, reafirmaron entonces (Puebla No. 1142). Retomaron el decreto conciliar Apostolicam actuositatem para sostener que es necesario “cumplir antes que nada las exigencias de la justicia para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia; suprimir las causas y no sólo los efectos de los males y organizar los auxilios de tal forma que quienes los reciben se vayan liberando progresivamente de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos” (AA 8, Puebla 1146). Reafirmaron la necesidad de “una convivencia humana digna y fraterna”, llamaron “a construir una sociedad justa y libre” (No. 1154) y a impulsar “el cambio necesario de las estructuras sociales, políticas y económicas injustas” (No. 1155) porque “la economía de mercado libre, en su expresión más rígida, aún vigente como sistema en nuestro continente y legitimada por ciertas ideologías liberales, ha acrecentado la distancia entre ricos y pobres por anteponer el capital al trabajo, lo económico a lo social” (No. 47). Este posicionamiento de la Iglesia latinoamericana fue duramente contestado y reprimido desde el Vaticano durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Las siguientes asambleas de los obispos latinoamericanos (Santo Domingo, 1992 y Aparecida, 2007), sin negar expresamente todo el magisterio anterior, se dedicaron mucho más a pensar la Iglesia hacia adentro, los temas clásicos de la “evangelización”, de la pérdida de influencia en la sociedad y el retroceso frente a otras religiones. Los obispos argentinos, poco presentes en Medellín y Puebla, sí tuvieron mucha participación en Santo Domingo y Aparecida. Bergoglio fue el principal redactor del documento que surgió en Brasil en 2007. ¿Cuál es la visión que rescata hoy Francisco cuando dice que sueña “una Iglesia pobre y para los pobres”? ¿Dónde se ubica? ¿En la mirada reformista del Concilio, reflejada en Santo Domingo y Aparecida –lo cual sería coherente con su historia personal– o más bien en la tradición social liberadora de la Iglesia latinoamericana de Medellín y Puebla? ¿Basta con la austeridad personal del Papa, con los signos y con los discursos? No hay todavía respuestas para estas preguntas, pero hay que seguir aportando elementos para la reflexión mientras los hechos comiencen a hablar por sí mismos. Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base Este 2013 cumpliré los ochenta. La cifra da cierto vértigo. Aunque en Herejías del catolicismo actual digo que me gustaría seguirlo con un comentario al Credo, no sé si esto será posible. Por eso anticipo mi credo personal.
1. Desde hace ya casi medio siglo, el tema de la fe se enmarca para mí en estas dos frases, una de un cristiano y otra de un no creyente. La primera es la profecía de Emmanuel Mounier: en el futuro los hombres no se dividirán según crean o no en Dios, sino según la postura que tomen ante los pobres. La otra es la estrofa impactante de Atahualpa Yupanki: «hay cosas en este mundo más importantes que Dios: que un hombre no escupa sangre pa que otros vivan mejor», a la que he visto siempre como un buen resumen del modo como Dios se reveló en Jesucristo (hay cosas en este mundo más importantes que yo…). 2. Esta visión de la fe se estructura en dos líneas maestras del Nuevo Testamento. 2.1. La primera, en positivo, es el repetido mandamiento del amor fraterno que no solo atraviesa el texto bíblico sino que está presente en casi todas las religiones, aunque en el Nuevo Testamento adquiere una melodía particular: es un viejo mandamiento que se convierte en «nuevo» porque resume e interpreta todos los demás mandamientos. Y es un mandamiento explícitamente universal: de modo que no se trata sólo de amar a «mis» hermanos sino de que todos los seres humanos son hermanos míos: el adjetivo «fraterno» no limita sino que amplía el mandamiento del amor. El «prójimo» no es el cercano a ti sino aquel a quien tú debes aproximarte, dice Jesús en una parábola. 2.2. Y en negativo, la visión del dinero como el gran enemigo de Dios. Visión que atraviesa los evangelios («no podéis servir a Dios y al dinero»), los textos paulinos («la codicia es idolatría» y «la raíz de todos los males es la pasión por el dinero») y los joánicos («si alguien tiene bienes de la tierra y ve a su hermano pasar necesidad y no le socorre, el amor de Dios no está con él»). 3. Este doble resumen de mi fe (mejor que de resumen, hablaría de «corazón» porque la realidad humana abarca otros muchos aspectos) tiene hoy, a veinte siglos de distancia del mundo de Jesús, un imprescindible componente estructural (no solo personal), que no cabe desconocer. Si desde aquí miro hoy a nuestro mundo, podría escribir otro Manifiesto que comenzara: «Un fantasma recorre el mundo». Pero ahora, dicho en serio (y no irónicamente como en el Manifiesto del siglo XIX), ese fantasma, esa gran amenaza no es el comunismo sino el sistema capitalista. Por más que se lo enmascare con bellas palabras de libertad o progreso, el corazón de ese sistema no es más que la riqueza y el poder: la riqueza que da el poder y el poder que da la riqueza. Es un sistema antifraterno cuyas células madre tienden a configurar un mundo donde unos pocos (cada vez más pocos) dominan a la mayoría. Y la hora que vive hoy nuestro mundo es aquella en que está cuajando y tomando cuerpo esa tendencia. Esa tendencia estuvo detenida en años anteriores por dos factores históricos: el socialismo de la Unión Soviética que, aun con todos sus desastres, asustó al capitalismo y le forzó a hacer algunas concesiones, y el socialismo de la llamada «socialdemocracia» que trató de buscar una vía media entre los otros dos extremos. La caída del pseudoimperio soviético puso fin a ese equilibrio inestable y desató la dinámica totalitaria del capitalismo, permitiéndole mostrar su verdadero rostro. No importa que la gente sencilla pregunte: ¿para qué quieren tanto dinero?, ¿para qué querrá alguien tener treinta y seis mil millones de litros de agua si no podrá bebérselos en toda su vida?… Por elemental que parezca ese tipo de preguntas, es incomprensible para los narcotizados por el dios Mamón. Desde aquí me parece que nuestra hora histórica marca una tendencia casi imparable, no a «desarrollar al Tercer Mundo» como se decía antes, sino a «tercermundizar» al mundo desarrollado. Hace pocos años comenzamos a hablar ya de «cuarto mundo» (los enclaves de miseria en medio del primero), pero esa expresión se nos va quedando corta y se quedará mucho más corta cuando pase la crisis económica y, como un huracán del Caribe, deje destruida más de la mitad del estado social que creíamos haber montado. El mundo quedará reducido a un uno o dos por cien de la humanidad, inmensamente rico (aunque lleno de luchas internas por derribar al otro), y una gran mayoría humana sometida a una dictadura camuflada de grandes palabras (civilización, progreso, desarrollo, libertad…) que se utilizarán como justificación de la crueldad de esa tiranía. No será improbable que algún día esa mayoría estalle en explosión incontrolable, pero tampoco será fácil porque siempre está ese colchón amortiguador de quienes no pertenecen ni a la minoría de los canallas ni a la mayoría de los infrahumanos, de esos que fueron llamados «el segundo tercio» y que son los que más temen perder su posición cayendo en el abismo de los miserables. Ellos, sin querer, pueden actuar como pararrayos de una revolución desesperada y loca. Y además, los tiranos han dispuesto siempre del antiguo recurso defensivo (panem et circenses: pan y circo) que hoy podríamos traducir como «Ipad y circo». 4. Pero no se trata de hacer profecías. La última conclusión de estas reflexiones es que, si el dinero es el mayor ídolo enemigo del hombre, lo es porque es el mayor enemigo del Dios que reveló Jesús. Igual que capitalismo y democracia son a la larga incompatibles, también lo son capitalismo y fe cristiana. Las iglesias que se preguntan hoy por la descristianización de Occidente no acaban de percibir esto porque ellas mismas han sido cómplices de ese proceso en sus organismos directivos. Los ateos que perdieron la fe tampoco perciben que sea debido a ese proceso del que ellos son solo pequeñas gotas de agua de un tsunami epocal. De este modo, lo que vaya quedando de cristianismo en Occidente será solo un cristianismo no cristiano: fundamentalista en lo dogmático y servidor del dinero en lo moral. Un cristianismo anunciado ya en tantas sectas norteamericanas que son como primeras nubes de la tormenta que acabará viniendo. 5. Al terminar no me queda más que evocar la frase de Ignacio Ellacuria en la manera como yo suelo reformularla: «una civilización de la sobriedad compartida» (Ellacu decía una civilización de la pobreza) es la única oferta de vida que le queda a nuestro mundo. Para creyentes y para no creyentes. Si no nos la tomamos muy en serio, quizá será el momento de leer esos capítulos que cierran los evangelios cambiando todo el discurso anterior de Jesús ( Marcos 13 o Mateo 24), y empezar a comprender que ni este mundo tiene futuro, ni Dios puede tener sitio en un mundo como este. 1.¿En qué se basa la creencia cristiana de la resurrección de Jesús de Nazaret?
Desde los primeros tiempos, los cristianos afirmamos que Jesús es el Mesías y el Señor y que en su resurrección radica la esperanza de nuestra propia resurrección. Esta verdad cobra claridad y consistencia desde los hechos concretos de la tumba vacía y los encuentros con Jesús resucitado. Escribe Lucas que las mujeres “entraron en el sepulcro y no encontraron el Cuerpo del Señor Jesús: no busquéis al que está vivo entre los muertos, ha resucitado. Las mujeres volvieron a anunciar todo esto a los discípulos, pero lo tomaron como un delirio y se negaban a creerles” (Lc 24, 6-12). Entre los judíos existía ciertamente la creencia de la resurrección, pero no bastaba para generar la creencia en la resurrección de Jesús; ella surge a partir de la constatación de dos hechos históricos: la tumba vacía y las apariciones de Jesús a la gente. Por la sola tumba vacía nadie habría hablado de la resurrección de Jesús. A lo más se hubiera llegado a pensar que lo habrían robado y no se supiera dónde estaba escondido. La tumba vacía indicaba algo, estaban los lienzos funerarios, pero no el cuerpo, que se había liberado de ellos. El cuerpo había desaparecido. La tumba nunca fue objeto de veneración por los primeros cristianos, ni hay indicio alguno de que tras unos meses de descomposición del cuerpo, lo hubieran recogido para darla un entierro secundario. A nadie ciertamente se le podía ocurrir que Jesús pudiera resucitar. De la misma manera, si atendemos únicamente a los encuentros con Jesús resucitado, nadie podía deducir de ellos la resurrección, pues se podían interpretar como visiones o sueños sobre la persona fallecida, como ya había ocurrido más de una vez. La novedad está en que los cristianos ven que tumba vacía y encuentros van unidos: el Jesús aparecido era el mismo que como cadáver había sido enterrado en el sepulcro. El cuerpo había desaparecido pero,al mismo tiempo, se había descubierto que su persona estaba completamente viva de nuevo: hablaba, comía y bebía con la gente a que se aparecía. Si la tumba no hubiera aparecido vacía, no hubiera surgido la creencia de la resurrección de Jesús, pues nadie antes que él había resucitado de entre los muertos. Lo relatado como histórico es que a la comprobación de la desaparición del cuerpo (tumba vacía) se unen las apariciones. Las apariciones confirman y complementan la verdad de la tumba vacía. En este, como en los demás caso, los sueños no bastaban para inventar o hacer creer que Jesús había resucitado. Se trata de una persona fallecida, ingresada como cadáver en el sepulcro y también de la transformación que ella sufre apareciéndose con verdadero cuerpo, con propiedades sin precedentes e inimaginables. El Jesús muerto y aparecido son el mismo, hay continuidad, aunque con una transformación innegable. La base, pues de la creencia cristiana en la resurrección de Jesús , la da la circunstancia de esta combinación de la tumba vacía y las apariciones. Todo esto resullta indemostrable desde una perspectiva pitágorica, matemática. Pero con la historia casi nada queda descartado de manera absoluta; después de todo, la historia es en su mayor parte el estudio de lo inusitado y lo irrepetible. Lo confirma el superdocumentado autor N.T. Wright, en su libro (de 1.000 páginas) La resurrección del hijo de Dios: “Los primeros cristianos no se inventaron lo de la tumba ni los ‘encuentros’ o ‘vistas’ de Jesús resucitado con el fin de explicar una fe que ya tenían. Adquirieron esa fe debido a que esos dos fenómenos se dieron y se dieron de manera convergente. Nadie esperaba algo así. Decir otra cosa es dejar de hacer historia y adentrarse en un mundo de fantasía personal, una nueva disonancia cognitiva, en la cual el implacable modernista, desesperadamente preocupado por el hecho de que la cosmovisión posilustrada parezca en peligro inminente de hundimiento, planea estrategias para apuntalarla, pese a todo” ( Ed. Verbo Divino, pg. 859). Qué bien suenan las palabras de Pedro en los Hechos de los Apóstoles: “Vosotros sabéis muy bien el acontecimiento que ocupó a todo el país. Me refiero a Jesús de Nazaret, pasó haciendo el bien y curando porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo , pues hemos comido y bebido con él después que resucitó de la muerte” (Hch, 10, 37-42)”. “Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20). 2. La resurrección en el Nuevo Testamento Los evangelios, además de las narraciones pascuales, aportan amplias y variadas indicaciones sobre la resurrección de Jesús. A modo de resumen, podemos afirmar que la entera tradición evangélica sobre las creencias relativas a la vida después de la muerte, conecta con la opinión judía frente a la pagana; y dentro de la opinión judía, con los fariseos (y otros que de acuerdo con ellos estaban) frente a otras opiniones diversas. Encontramos, por otra parte, una evolución y redefinición de la idea de la resurrección, no muy diferente de la que encontramos en San Pablo. “Resurrección” sigue significando el don que Dios, al final, hace de una nueva vida corporal . Aparece el reiterado sentir de que la resurrección, que a los discípulos les resultaba incomprensible durante la vida de Jesús, llegan a entenderla después, al reflexionar sobre la Pascua. Jesús devuelve a la vida a gente que había muerto. Sin embargo , la resurrección no significa una vuelta al mismo tipo de vida de antes, sino un dejar atrás completamente a la muerte. El Nuevo Testamento recoge múltiples voces sobre la resurrección, pero todas ellas parecen cantar en estrecha armonía. Si exceptuamos a Hebreos, todos los libros y tendencias hablan de ella como de un tema central, que cobra sentido en la estructura del pensamiento judío sobre el Dios uno como creador y juez. Un lector imparcial puede recopilar enseguida la novedad de los siguientes aspectos: 1.La resurrección ocupa un interés central en el primitivo cristianismo, no así en el judaísmo. 2.Las especulaciones en torno a la vida después de la muerte, eran muy variadas tanto en el mundo pagano como judío. Este abanico de opiniones no existe prácticamente en el Nuevo Testamento. Sí que se puede apreciar como una ramificación unida del judaísmo farisaico. 3. La naturaleza del cuerpo resucitado no será susceptible de morir ni de corromperse, pues quedará transformado tanto para los que han muerto como para los que aún siguen vivos. Surge, ciertamente, un nuevo modelo de corporalidad difícil de describir, que podemos etiquetarla con el término de “transfísica”. Tal término sugiere la idea de un cuerpo transformado, pero sin pretender describir en detalle qué tipo de cuerpo era el que los primeros cristianos suponían que Jesús poseía ya y que ellos acabarían por poseer. No pretendían explicar el cómo podía ser tal cosa. El hecho realmente demostrable es que los primitivos cristianos imaginaban un cuerpo que seguía siendo sólidamente físico pero significativamente diferente del actual. “Como historiadores podemos tener la dificultad de imaginar tal cosa. Pero, igualmente como historiadores, no debemos retraernos de afirmar que de eso es lo que hablaban los primeros cristianos. No hablaban de una supervivencia incorpórea, “espiritual”. De haber querido hablar de eso, lo hubieran hecho” (N.T. Wright, Idem, pg. 590). 4.Evidentemente, los cristianos eligieron y subrayaron aquellos textos bíblicos que mejor expresaban lo que le había ocurrido a Jesús y le ocurriría luego a todo su pueblo. 5. El uso metafórico de la idea resurrección tal como aparece en el judaísmo es sustituido por un uso metafórico de “morir y resucitar” concretos (bautismo, santidad de la vida corporal, testimonio cristiano) pero con referentes distintos. Al historiador no deja de plantearle todo esto una cuestión tremenda: ¿Cómo se explica este movimiento nuevo, que aparece de una manera repentina y afirma una única corriente de fe acerca de lo que le ocurre a la gente después de la muerte y es enriquecida de manera constante en una amplia gama de textos? “Los cristianos decían que Jesús ha resucitado de entre los muertos y este acontecimiento es la condición necesaria y suficiente para que ellos fueran un movimiento de “resurrección” y un movimiento de “resurrección transformada” (N.T. Wright, Idem, pg. 591). 3. La resurrección dentro de la cosmovisión paleocristiana Conviene destacar lo que, en la conducta habitual de los primeros cristianos, reflejaba que ellos estaban ya viviendo la resurrección. Lo reflejaban en primer lugar comportándose como si en aspectos importantes estuviesen ya viviendo en la nueva era, realizando en la tierra el reino de Dios; su estilo de vida se inspiraba en el triunfo de Jesús sobre la muerte. Esta era una luz nueva de claridad intensa. El día último de la semana había pasado a ser el primero, es decir, “El día del Señor” simplemente por la resurrección. El cambio del sábado, en cuanto séptimo día por el domingo, se verifica porque los cristianos creen que en ese día ha ocurrido algo especial. El bautismo y la eucaristía se realizaban con referencia a la condición de Jesús como Mesías y Señor, lo cual hace también que la cruz se convierta de signo de degradante opresión imperial en signo del amor de Dios. Jesús muerto y resucitado es el centro de la comunidad cristiana y la comunidad se considera beneficiaria de la resurrección en el presente y en el futuro. Los cristianos son, por tanto, el pueblo de la resurrección, un pueblo nuevo que empezó en la Pascua y que, por el Espíritu, integra a todos en el bautismo y en la fe. Este pueblo es parte de la creación de Dios, restaurada y redimida, aunque un día haya de morir. La derrota del pecado y de la muerte , iniciada por la Pascua, está todavía por concluir, y se llevará a cabo cuando Jesús reaparezca. Ahora estamos entre la era venidera que ha empezado ya y la era presente. “ La resurrección de Jesús y la poderosa obra del Espíritu que los cristianos primitivos veían en ese acontecimiento y en sus propias vidas, reconfiguró la visión del dios único y del mundo, al proporcionar la respuesta a los problemas de Israel y del mundo: queda demostrado que Jesús es el Mesías representante de Israel y que su muerte y resurrección es la realización anticipada de la restauración de Israel y, por tanto, de la restauración del mundo”(N.T, Wright, Idem, pg. 711). Esto significa que los cristianos están comprometidos a vivir y trabajar dentro de la historia y no a vivir en un mundo de fantasía. El futuro prometido daba sentido y validez a la presente vida corpórea. Se toca con esto algo que contradice la posición de quienes han sostenido que con el cristianismo no había sucedido nada especial , dando por supuesto que la resurrección corporal no había ocurrido. No pocos daban como válida e importante -y es lo que había que esperar- la “segunda venida” sin admitir que ella descansaba sobre algo que había sucedido ya. La resurrección corporal es la que daba significado a la segunda venida. Esta visión del mundo generaba una espiritualidad modelada por la resurrección de Jesús, la cual daba un fuerte impulso a un estilo de vida que se difundió rápidamente y que alentaba un claro enfrentamiento con el imperio. La preocupación de los cristianos por este mundo, lejos de disminuir, aumentaba con la creencia de que Jesús había resucitado de entre los muertos y que, con él, había comenzado una nueva era. El Señorío de Jesús sobre la tierra iba a generar un conflicto contra las presiones del Cesar. Si Jesús era el Mesías, él era el verdadero señor del mundo . Los cristianos creían que la “resurrección” había empezado ya y la única persona a la que le había sucedido era el señor a cuyo nombre se doblaba toda rodilla. 4. ¿Qué significa, en definitiva, resucitar? . SIGNIFICA Que Jesús, en la muerte y desde la muerte, entró en el ámbito mismo de la vida divina, realidad primera y última. El Crucificado continúa siendo el mismo, junto a Dios, pero sin la limitación espacio-temporal de la forma terrenal. La muerte y la resurrección no borran la identidad de la persona sino que la conservan de una manera transfigurada, en una dimensión totalmente distinta. Para hacerlo pasar a esta forma de existencia distinta, Dios no necesita los restos mortales de la existencia terrena de Jesús. La resurrección queda vinculada a la identidad de la persona, no a los elementos de un cuerpo determinado. Resucitar significa, pues, entrar a través de la muerte en el ámbito mismo de la vida de Dios. Nuestra fe nos asegura que el Dios del comienzo es también el Dios del final, que el Dios , Creador del mundo y del hombre, es también el que consuma a éstos en su plenitud. Resucitar significa que la persona que muere, continúa, y el cuerpo se disuelve pero entra en una dimensión nueva. Hay continuidad y discontinuidad. Resucitar significa apostar, como Jesús, por la vida, por la justicia, por el amor, por la libertad, llegando incluso a soportar en esta lucha el vituperio del fracaso de este mundo, pero seguros de que la inocencia del Justo será reconocida y premiada por Dios. Dios tiene siempre la última palabra, no la iniquidad. Resucitar significa que estamos ya, en una marcha hacia la plenitud de la vida, en lucha contra todo lo que bloquea, merma y mata la vida. El tiempo que se nos da no es para volverse pasivos, indolentes, excépticos, sino para trabajar, ahora, en el minuto a minuto, e ir haciendo que esta tierra sea cada vez más un cielo, el cielo de Dios. La resurrección de Jesús es la meta final, la anticipación de la plenitud que nos aguarda. Y esa plenitud no hay otra forma de hacerla más real y operativa que comprometerse con aquellos que más vida, amor y libertad necesitan: los pobres. "Nadie habló jamás como este hombre".
Es el fuego que brota de tus entrañas, de tu corazón, de tu pensamiento. Es la intensidad de tu experiencia de Dios, que se te sale por los poros, por la boca, por las manos, y te hace profeta y sanador, "aguijón y caricia". Dios encarnado, sí, en cada gesto. Vos poniéndole el cuerpo a lo divino que te habita, llenando de eternidad tus instantes. Ocurrió el 24 de marzo. Día de memoria en la Argentina. Día tan fuerte de pueblo, de patria grande, los 30.000 desaparecidos y Mons. Romero. Día de marcha y comunión, de gritos y dolor, de vida resucitada en lo colectivo. En este día de vibrar juntos, de sudar juntos "algo bien sano" que nos hermana. En este día de "nunca más" y "nunca menos", de manipulaciones partidarias, de buenos y malos entendidos, de quebrar y volver a amasar. En este día, confirmar nuestro discipulado. Queremos marchar con vos, Jesús, con y en medio de nuestro pueblo. Algunos entre tantos, y tus discípulos. Llenándonos de tu fuego y del fuego en común, aportando nuestra llama. En este día decir que sí a la marcha y a las voces colectivas, escuchar los gritos, hacernos carne en ellos. En la víspera de la encarnación, llevarte bien metido en nuestros huesos. Provocarte a marchar con nosotros o más bien reconocerte en el codo a codo. Marchar con mi comunidad parroquial, tan comprometida en las luchas y los sueños de los derechos humanos desde hace tantos años y tantos gobiernos... No estás si no te llevamos, y estás siempre en medio nuestro... La Encarnación nos pone de cara a la responsabilidad de seguir gestándote y pariéndote, en estos tiempos que nos tocan, nos duelen, nos entusiasman. El anuncio, "Yo estaré con ustedes", "donde haya dos o tres"... La pregunta, "¿cómo puede ser esto?", si somos barro lanzado a lo infinito, si el límite nos aprieta, si somos tanta pequeñez... La evidencia, el Espíritu se derrama, nos inspira y nos enlaza... no estamos solos en las gestaciones colectivas, hay alguien mayor que nos hace uno, en nombre de la patria o del "nunca más", en nombre de la fraternidad que queremos ir siendo. Fue muy esclarecedor verlo a Alejandro con su bastón blanco, marchando. Conduciendo la bandera y la marcha de la Santa Cruz. Conducido por la comunidad que nos iba dando rumbo. Los que guían son guiados. No importan tanto las supuestas capacidades, el tema es qué tan sensibles podemos ser a la marcha del pueblo y al empuje del espíritu. Es registrar con mil indicadores sutiles, por dónde pasa el andar de nuestros tiempos; y la lucidez para estar ahí, cuerpo a cuerpo con el maestro que nos recuerda a dónde íbamos. No importa tanto el recorrido, sino la meta, y el "cómo", los encuentros genuinos que podamos provocar. Necesitamos sabernos parte de una corriente poderosa, que nos trasciende, nos arrebata, por momentos nos deja atrás... nos mantiene despiertos o nos arrastra, nos sacude, nos suelta a la orilla y nos vuelve a hacer danzar. Es bello y difícil, desafiante, ir siendo en medio del pueblo. La vida es muy densa, cargada de sentido; requiere un proceso cuidadoso de digestión, para no empacharnos y terminar vomitando, excluyendo como tóxico, lo que no pudimos procesar... Necesitamos un trabajo de desmenuzado para las experiencias, las sensaciones y los lazos, las sutilezas de los empujes o las detenciones o los cambios de rumbo. Necesitamos ampliar los registros y las estrategias de interpretación, para ser fieles a los signos de los tiempos, para seguir poniéndole carne y sangre a tu sueño de una mesa para todos. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |