“No temas”: es el saludo habitual con el que, en la Escritura judeocristiana, la Divinidad se acerca a los seres humanos, como si se reconociera que el miedo constituye una de nuestras señas de identidad. Sobre todo, el miedo ante aquello que nos resulta nuevo y, en particular, desbordante.
Pues bien, frente a tantos miedos, nos hace bien escuchar en lo hondo de nuestro corazón: “No temas”. No solo como un consuelo fácil, sino porque resuena con verdad. Aun incluso cuando hemos sido dañados en nuestra confianza, sigue habiendo un lugar en nuestro interior que vibra ante esa palabra y, lo que es más importante, nos asegura que esverdadera. Sabemos que es verdadera porque, cualquiera que sea la situación que nos toca vivir, podemos descansar en lo que es. Experimentamos que el Fundamento último de lo Real es fiable, digno de confianza, y constituye una roca sólida en la que hacemos pie, incluso aunque a nuestra mente le falten todas las respuestas a sus preguntas interminables. Porque esta confianza se mueve en otro registro, distinto del puramente mental. No es el resultado de un razonamiento, mucho menos de un control sobre las circunstancias; se trata, por el contrario, de una experiencia directa, no-mediada por la mente, y que se hace presente justamente cuando el razonamiento calla. Solo con esa confianza podemos acoger y seguir la invitación de Jesús: “Rema mar adentro”. Salir de la rutina, de la instalación, de lo viejo conocido…, para adentrarse en la profundidad siempre nueva de la vida. Las religiones tienden, por su propio carácter, a “cosificar” e incluso “momificar” el mensaje recibido: de ese modo, la novedad de la intuición original se transforma fácilmente en institución petrificada, que no despierta gozo ni produce vida. La profundidad a la que nos invita la palabra de Jesús –“rema mar adentro”- no se halla lejos, ni tiene que ver con ningún sueño alucinatorio. Es un nombre distinto para hablar de la Presencia. El presente es siempre nuevo y fresco, lleno de riquezas insospechadas y nunca tiene fin. Sal de los mensajes reiterativos de la mente que, como cinta grabada, repite siempre los mismos contenidos, y ven, una y otra vez, al momento presente, hasta que tu propio “yo” se diluya en él. Ese es el “mar adentro” que nos da miedo: el lugar de la novedad, en el que no podemos controlar, donde incluso se ve modificada la percepción habitual de nuestra identidad. Ciertamente, desde ese “mar adentro”, las cosas se ven de manera diferente, y eso es lo que nos permitirá salir de nuestras acostumbradas reacciones egoicas. Sabemos bien cómo reaccionamos desde el ego: cómo vivimos, desde él, nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestros compromisos… Cuando, por el contrario, al venir al presente, nos situamos en la Presencia que somos y dejamos de percibirnos como “yo”, todo se ha modificado. Experimentamos, con sorpresa y con gozo, que otra manera de ver y de vivir es posible. Es ahí donde podemos “echar las redes para pescar”, es decir, donde es posible favorecer la vida de las personas (“pescar” = sacar a las personas del mar/mal a la tierra/vida = ayudar a vivir). Porque las transformaciones profundas no vienen de propósitos, ni de ningún tipo de voluntarismo, sino que nacen de la comprensión: cuando vemos, cambiamos. Porque cambiar no es alcanzar alguna meta que se halle alejada, o cargar con algún peso añadido; cambiar es salir de la superficialidad para vivir, sencillamente, lo que somos en profundidad. Pero eso requiere que lo veamos. Al verlo, la vida se ilumina, el miedo se transforma en confianza, y, como Jesús, nos hacemos servicio para los demás.
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La novela La vida de Pi, del canadiense–salmantino Yann Martel, fue rechazada en varias ocasiones antes de ser publicada en 2001. Seguramente a muchos editores les parecía que la obra tenía mucha reflexión filosófica para ser una novela de aventuras; y a otros, demasiada fantasía para ser una obra de pensamiento. Finalmente publicada, ha recibido varios reconocimientos. Trasladarla al cine encontró las mismas objeciones.
Ang Lee es un talentoso narrador cinematográfico que ha logrado hermosas obras en pantalla, tan diversas entre sí como Sense and Sensibility (Sensatez y sentimientos o Sentido y sensibilidad) y El tigre y el dragón. Ahora halla el estilo justo y accesible en su versión fílmica de La vida de Pi: una narración visual fascinante, bella, creativa en el uso de los nuevos recursos, sugerente en el trasfondo espiritual y religioso. La película ha recibido once nominaciones al Óscar. En la primera parte de la película conocemos en la India al protagonista, Piscine Patel, en su infancia y con su familia. Al niño le sobra ingenio para lidiar con su nombre –que se presta a bromas y burlas- y para seguir su interés religioso con el hinduismo, el catolicismo y el islam, a pesar de las objeciones de su padre. Por circunstancias económicas y políticas, cuando Pi tiene 17 años, la familia decide emigrar a Canadá y vender allá los animales de su zoológico. La travesía en el barco sufre un naufragio, Pi pierde a su familia, y sobrevive él en un bote salvavidas junto con cuatro animales, de los cuales pronto sólo quedará un tigre de Bengala. La mayor parte de la película es este viaje en medio del océano donde los únicos protagonistas son el joven Pi y un feroz tigre de Bengala. Dejar solamente dos actores en un solo escenario como el mar es mucho más reto en cine que en un libro; el director lo supera con un notable uso de planos, luces, color, ritmo, tensión, la actuación del joven Pi, y el mejor uso de los recursos digitales y la tercera dimensión. El espectador queda envuelto en el espectáculo. Pero detrás de él está una narración con diferentes significados, imágenes y símbolos. Pi adulto cuenta su historia a un joven escritor canadiense para que éste a su vez la cuente; nosotros vemos la historia contada, pero ¿cuánto hay en ella de sueños, de imaginación, de verdad, de ideales, de sentimientos encontrados, de creencias? Hay en ella algo de Julio Verne en La isla misteriosa, de Hemingway en El viejo y el mar, de la Biblia en el libro de Jonás. Y en cada una, y en La vida de Pi, lo maravilloso del arte de narrar es lo que cada uno puede llegar a sentir, a imaginar, a creer, a vivir. También en el cine. Pi en medio del océano es la aventura de una fe puesta a prueba, que persevera y sale adelante. "Me dijeron que tienes una historia que me hará creer en Dios", dice el joven escritor a Pi. Quizás, puede suceder. La historia de Pi puede en mucho acercarnos a un Dios que siempre está presente, que siempre acompaña, que nunca nos deja solos o abandonados, en medio de cualquier naufragio de nuestra vida. Un Dios que invita a creer como un acto de confianza en Él, Creador de todo, pero también de confianza en nuestras propias posibilidades, de lucha por seguir y no rendirse, de esperanza contra lo evidente. Es tiempo de contar historias que nos ayuden a creer. La presente exposición está basada en el texto de Edmond Bordeaux Szekely, titulado Jesus el Esenio, de la editorial Sirio, Panaderos,14, Malaga, España, 1977.
El autor es un serio investigador de la vida de la comunidad los Esenios, reconocido por quienes caminan por ese camino. Por lo tanto confiamos en sus datos e información. Introducción Creemos conveniente tener en cuenta esta nota importante sobre los Maestros de la humanidad. Esta historia no se basa en el poder de los imperios, de los reyes, de los jefes, sino en la sucesión de las grandes revelaciones, recibidas por la humanidad. Según las tradiciones Esenias. El primer maestro fue Enoch, fundador de lalela hermandad Esenia, quien enseño como unir la mente con el océano cósmico de pensamiento infinito. Luego vino el Sumerio Zaratustra, con sus enseñanzas sobre el Asha, el orden cósmico. Después Moisés quien bajo del Sinaí con las tablas que contenían la ley y las comuniones esenias. Otras enseñanzas fueron dadas por Buda, en la India, quien puso en movimiento la rueda cósmica de la vida. Finalmente surgió la hermandad Esenia, del mar Muerto, donde creció el árbol esenio de la vida, cuya rama más importante está representada por el esenio Jesús, el más cercano a nosotros de todos los grandes maestros. La quinta esencia de su revelación esta manifestada en el sermón de la montaña. Desde el punto de vista Esenio, las revelaciones de cada maestro tienen dos aspectos: uno interno o esotérico, y otro externo o exotérico. En todas las épocas los grandes maestros han aportado conocimientos de la vida y del universo. Esta información ha sido transmitida a los discípulos, los cuales representan una minoría, que es capaz de entender la verdad. Cada maestro hizo las revelaciones en forma esotérica, para que estas para que estas verdades fueran multifacéticas, ilimitadas y universales y al mismo tiempo, las hizo de un modo exotérico, adaptado al grado de comprensión de las masas de su época. La esencia del sermón de la montaña, está contenida en los primeros nueve versos, dos de los cuales son introductorios y el resto componen las siete bienaventuranzas. Están basadas en el evangelio de San Mateo, 5, 1-12, que ha sido aceptado por las Iglesias y el evangelio de los Esenios fue considerado ilegitimo y falso por los primeros sínodos. El evangelio de los esenios, señala que el pasaje de las bienaventuranzas, se refiere a las multitudes, con las cuales subió a una montaña y sentándose vinieron a Él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseño. Los términos multitudes y discípulos, se refieren respectivamente a los aspectos exotérico y esotérico de la revelación de Jesús. La revelación esotérica es importante por su profundidad y universalidad, mientras lo exotérico lo es por los cientos de personas que le siguen, así como su rol histórico en la evolución del mundo occidental. Por ejemplo, la palabra montaña tiene ambos significados: exotéricamente se refiere a una forma material, parte de la naturaleza, esotéricamente, es el símbolo de la altura, del más elevado grado de evolución individual LA PRIMERA, BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPIRITU PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS, Mateo, 5, 2-3 Pobres de espíritu no se refiere a las personas de limitado entendimiento, tiene un significado más profundo, en aquello que en los evangelios enfatizaba, el principio de la sencillez. Jesús enseñaba y resaltaba la ley de la sencillez, como una ley natural y espiritual. Cuando Jesús condeno a los ricos, no los condena como personas, sino condena la desviación a la ley. No condena por sus grandes riquezas, sino por su mentalidad apegada a ellas. Jesús enseñaba que ni la riqueza ni la pobreza son un estado ideal. El enseña la ley de la sencillez y de la simplicidad. LA SEGUNDA, BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN PORQUE ELLOS SERAN CONSOLADOS, Mateo, 5,5 Los escritores contemporáneos de la vida de los Esenios, señalan que Jesús y los esenios no predicaban tristezas, sino gozo y alegría. Jesús nos habla del océano de sufrimientos en que la humanidad vive a causa de las desviaciones de la ley. En la vida material el sufrimiento nos lleva a prestar atención a los peligros que representa el infringir las leyes de la naturaleza. El acto de llorar es un hito necesario en la evolución individual y quienes no lo han alcanzado no pueden progresar en el sendero hacia el reino, sin reconocer los errores del pasado y los desvíos de la ley, no es posible pensar en una nueva vida. El comienzo de esta nueva vida está marcada por el llanto y el arrepentimiento por los errores pasados y por las faltas cometidas contra la ley. La actividad de los Esenios fue una cruzada fantástica contra el océano de sufrimientos. La buena noticia traída por Jesús a la humanidad fue para terminar con el sufrimiento a través del entendimiento y seguimiento de la ley, viviendo el ejemplo de Jesús LA TERCERA, BIENAVENTURADOS LOS MANSOS PORQUE ELLOS HEREDARAN LA TIERRA, Mateo, 5, 4 En esta bienaventuranza no se refiere a la mansedumbre hacia los hombres, sino a la mansedumbre hacia Dios, hacia la ley. Aquellos que sean mansos con la ley heredaran la tierra. A lo largo de la historia universal los gobernantes han creado su propia ley y han tratado de sustituir a lo que gobierna el universo y en la lucha por imponer su propia ley han faltado a la mansedumbre. Hombres como Alejandro, Gengis Kan, Napoleón, Hitler, han tratado de crear sus leyes y forzar a la humanidad a seguirlas, de esta forma no solo se desviaron de la ley vital enseñada ´por Jesus, sino también de la ley de Moisés. La desviación más característica de la ley se dio cuando Luis XIV, dijo: El estado soy yo La ley de la mansedumbre se manifiesta como ley natural en el universo material y también como una ley espiritual superior. Los que actúan conforme a la ley y están en armonía sobrevivirán como piezas esenciales de la naturaleza Esta ley tiene un aspecto espiritual. Aquellos que respetan a Dios, a la ley de la mansedumbre, a la ley en general, alcanzaran niveles más altos de evolución individual, mientras quienes lo desechen y falten a la mansedumbre a Dios, se toparan con el mayor de los obstáculos en su desarrollo. LA CUARTA, BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA PORQUE ELLOS SERAN SACIADOS, Mateo 5, 6 La palabra central de esta bienaventuranza es JUSTICIA, que en arameo antiguo quiere decir verdad. La verdad representa una noción más universal y la justicia podría definirse como la verdad manifestada en acción Si leemos bienaventurados los que tienen hambre y sed de verdad, tendremos frente a nosotros una de las leyes más universales jamás reveladas a la humanidad. El cuerpo material del hombre tiene hambre y sed de comida y bebida, en tanto que su mente tiene hambre y sed de conocimiento, conocimiento de la ley de la verdad. Si experimentas esta hambre y esta sed, tu estado será receptivo y estarás listo para recibir las fuentes de energía y conocimiento. Dicha hambre y sed son los requisitos indispensables necesarios para la evolución individual hacia la perfección y hacia el reino de Dios. El hambre y sed del cuerpo material son limitadas. Las necesidades de la mente por el conocimiento y la verdad no tienen límites. Quienes carecen de esta hambre y sed espiritual nunca entraran en el reino de los cielos. Hay personas que piensan estar satisfechas porque lo conocen todo, y poseen la verdad eterna, esos son los que han perdido el hambre y la sed. A través de la historia, han existido muchas instituciones, jerarquías, religiones, e iglesias, que han creído tener la verdad absoluta, persiguieron a los que tenían esta sed y esta hambre, de un conocimiento y una verdad mas elevados, los mataron, los quemaron y los crucificaron. Esta gran ley es la única que puede salvarnos del gran error de la desigualdad y la injusticia. LA QUINTA, BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS PORQUE ELLOS OBTENDRAN MISERICORDIA, Mateo, 5, 7 Esta gran ley tiene varios aspectos y significados. El primero es que debemos ser misericordiosos en pensamiento, palabra, y acción. Ser misericordioso significa perdonar a otros y evitar albergar cualquier pensamiento, sentimiento o acción negativa como respuesta a sus pensamientos sentimientos o acciones agresivas. Con frecuencia faltamos a la misericordia, criticamos las palabras y actos de otras personas. Si miramos nuestro alrededor podemos ver nuestras faltas y desviaciones de esta ley de la vida; peleas, disputas, chismes, calumnias, ofensas, groserías, malos pensamientos y sentimientos negativos. En época de elecciones políticas, los periódicos están atestados de pensamientos negativos que los contendientes se envían unos a otros. Cuando no somos misericordiosos vivimos en un reino de negaciones. Esto representa un atraso en nuestra evolución individual. Al perder toda misericordia, también perdemos la misericordia elemental, hacia nosotros mismos Faltar a la misericordia, nos separa del reino de los cielos donde no hay negatividad, sino solo perfección Al tratar con los demás debemos mirar todas las cosas buenas que tienen y tratar de fortalecer esa imagen en lugar de estar combatiendo las negativas. SEXTA, BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZON PORQUE ELLOS VERAN A DIOS, Mateo, 5, 8 Las enseñanzas de los Esenios nos dicen que cada persona tiene un cuerpo emocional o espiritual, un cuerpo mental o alma y un cuerpo material o físico. De acuerdo a la tradición esenia, los puros de corazón son aquellos cuyo cuerpo emocional es puro, un cuerpo alimentado de amor y no de odio, de perdón y no de venganza, de compasión y no de crueldad. Todo el que tenga un cuerpo emocional así, vera a Dios. Quien cumple con la ley de la pureza de corazón, estará en la antesala del reino de los cielos. Jesús resaltaba la gran importancia del corazón, porque el sabia que el hombre es como siente su corazón. Todos hemos experimentado alguna vez cierta sensación de armonía o desarmonía en presencia de alguien, este fenómeno es consecuencia de las reacciones instintivas del cuerpo emocional. Los niños suelen tener este instinto o intuición muy desarrollada, porque sus cuerpos emocionales no han tenido tiempo para desviarse de la ley. El cuerpo emocional es como un campo de fuerza a nuestro alrededor y es muy poderoso en la evolución individual. Si vivimos de acuerdo a la ley, nos puede ayudar a crecer cada vez más, pero si nos desviamos de ella, solo atraeremos fuerzas destructivas que pronto llegarán a dominarnos. SEPTIMA, BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES PORQUE ELLOS SERAN LLAMADOS HIJOS DE DIOS, Mateo, 5, 9 La séptima bienaventuranza proclama la ley de la paz. Paz en arameo expresa la misma idea que la palabra griega ARMONIA La paz de acuerdo a las tradiciones esenias es armonía con todos los poderes y las fuerzas internas y externas a nosotros. Cuando Jesús dice: Mi paz sea contigo, otorga los más grandes dones a sus discípulos y seguidores. La paz es la manifestación de la comunión con el reino de los cielos. La paz es la más importante de las leyes reveladas en las siete bienaventuranzas. Todos los grandes maestros la tuvieron y la transmitieron a la humanidad. Los pacificadores y los hijos de Dios son lo mismo. Cuando estamos en paz somos co-creadores con Dios y continuamos su trabajo en el planeta. Esta es la más grande enseñanza de Jesús, contenida en los evangelios y en evangelio de los Esenios.. Este mensaje significa vivir en armonía con el cuerpo, con la mente, con nuestra familia, con la humanidad, con la tierra, con todo el reino de la madre terrenal y con el reino del Padre Celestial. La armonía interna y externa es la paz, una de las más sublimes revelaciones de los tiempos. El hijo del rey se va a casar con la muchacha más hermosa del país. El papá está loco de alegría. La boda va a ser grandiosa. Tirando la casa por la ventana, el viejo convida a los "pilares de su reino" a un banquetazo que promete hacer historia.
Dichos "pilares" son como la misma familia del rey. Son gente que otrora han peleado mucho por el reino. En agradecimiento, el rey les ha conferido títulos de altísima dignidad y asignado los puestos más prestigiosos de su gobierno. Pero estos grandes dignatarios no comparten en nada la alegría del rey. Al rey le tienen respeto, porque siempre veló por los intereses de ellos, pero al hijo lo odian. Para ellos, ese hijo sin experiencia no es más que un peligroso soñador. Ese hijo pretende que el pueblo sofoca en el reino y que grandes cambios son necesarios. Según él, hay que sacudir las viejas tradiciones, flexibilizar las leyes, rejuvenecer las estructuras, ponerse al día, abrirse al mundo, otorgar a todas las personas la oportunidad de crecer y de realizarse. Hay que cambiar de mentalidad, tener visión, no temer la novedad. Recomenzarlo todo desde cero si necesario para que el pueblo respire. Ese lenguaje del hijo del rey choca profundamente a los dignatarios del reino que se consideran a sí mismos como los padres, los protectores y los bienhechores del país. No irán a la boda. La van a boicotear. Inventando mil pretextos, mandan a avisar al rey que "con mucho pesar" no van a poder participar de la fiesta. Para el rey, el golpe es duro, pero se lo traga. Sabe cuánto los "pilares" de su reino están apegados a su poder. En varias oportunidades él les había rogado, incluso suplicado, que pensaran en promover serios cambios para remediar al descontento que estaba creciendo en el reino, pero cada vez era como hablar con sordos. Solo el hijo hacía suya la preocupación de su padre. "Puesto que los grandes no quieren de mi banquete", declara el rey, "¡voy a invitar a los pequeños!" Al instante, mensajeros salen a las cuatro esquinas del reino para anunciar a los habitantes que todos son más que bienvenidos a la gran fiesta. En un tiempo récord los suntuosos salones del palacio se llenan con un gentío increíble en el que se apilan "malos como buenos" – todos pobres según Lucas 14, 21-23. Comienza la fiesta. Todos comen y se divierten a más no poder. El rey está en la gloria. En el punto máximo de la fiesta, el rey se levanta y, con el corazón en la mano, anuncia que ha tomado la decisión de encargar a su hijo amado una misión que exigirá mucho valor y sabiduría. Esta misión muy especial consistirá en impulsar sin tardar en el reino todos los cambios necesarios, aun los más radicales, para que cada persona que viva en él beneficie de una vida realmente libre, sana y más auténticamente humana. El hijo El hijo acepta la misión con agradecimiento y gran entusiasmo y, sin perder tiempo, proclama una serie de buenas noticas que caen como pan y vino del cielo en la boca de los invitados. Son diez. Valiéndome del mandato que en este momento me confía mi padre, tengo el sumo placer de anunciarles lo que sigue: · A partir de hoy todas las deudas quedan perdonadas. Ya no se debe más nada a nadie, y las propiedades confiscadas vuelven a sus dueños originarios. · Toda forma de esclavitud, aún la más sutilmente disfrazada, queda abolida para siempre. · El reino de la guerra, de la venganza y de la violencia hoy se acaba. · Se acaba también la religión de la letra, del rigor, del miedo y de aquellas reglas exageradas que, lejos de honrar a Dios, lo hacen odioso. · En adelante el rey deja de concentrar el poder en sus manos y se pone por entero al servicio del pueblo para que el pueblo crezca y tome en sus manos su propio destino. · ¡Sí, felices los pobres, porque hoy la pobreza se desvanece como neblina al sol de la mañana! · ¡Felices los hombres y mujeres que tienen hambre y sed de justicia, porque a partir de ahora van a obtener plena satisfacción! · ¡Felices todos nosotros porque, al asentar nuestras vidas sobre la roca del respeto, de la verdad y de la libertad, y al hacer de la compasión, de la solidaridad y de la justicia nuestra bandera, inauguramos en este día la era de la Paz! · No faltarán dudas, burlas, persecuciones ni cruces, pero nos incentiva en sumo grado saber que el camino que hoy emprendemos es el de los profetas. · Regocijémonos porque el Reino de Dios ya está en marcha! Con este discurso todos los corazones estallan de alegría. Los aplausos llueven, las ovaciones son interminables. No paran los brindis, los vítores y los juramentos de fidelidad al rey, a su hijo y a Dios. De una sola alma todos se comprometen a entrar a pie firme en la maravillosa alianza sellada en esas bodas. La serpiente Mientras tanto, colándose como una serpiente por una puerta de atrás, un oscuro personaje se ha metido en el palacio. Busca pasar inadvertido, pero con su anticuado atavío negro todos lo notan. Echa por todos lados miradas sombrías, pareciendo más nervioso que un pescado caído en un mar de lodo. No toca ningún alimento y no habla con nadie. Ni puede creer lo que sus ojos ven. Lo que el colado ve con ojos desorbitados es cómo el rey ha perdido la cabeza dejando entrar en su casa un revoltijo de gente mezclado de "buenos y malos". A sus oídos el discurso del hijo suena como una declaración de guerra a los "pilares" del reino. "¡A ese hijo hay que matarlo!", piensa él. Al instante cae muerto en redondo. Al igual que ese oscuro personaje, muchos no aceptan que el Evangelio sea una Feliz Noticia para todo el mundo. Ellos mismos se excluyen de la vida nueva a la que Jesús convida la humanidad y cortan el camino a las multitudes que quisieran entrar en ella. (Mateo 23, 13-14). Son ellos los que han cerrado las ventanas de la Iglesia que el Espíritu Santo había logrado abrir en el concilio Vaticano II. Han forzado la Iglesia a replegarse sobre sí misma y la han vaciado de las tres cuartas partes de sus fuerzas vivas. No hay nada como los miedos, los complejos, los prejuicios, los fanatismos, los tabúes, las creencias pétreas y la paranoia erigida en virtud, para arruinarse la vida y envenenar la del mundo entero. Nada peor que los intereses de clase o esas visiones de futuro que, en realidad, no son más que intentos desesperados por perpetuar el pasado. Mientras que los encargados del orden retiran discretamente el cadáver del hombre oscuro, la fiesta sigue adelante para mayor alegría del rey, de su hijo y de toda la linda gente acudida a la boda. La novia A propósito, ¿quién puede ser la maravillosa novia con la que el hijo del rey se ha casado hoy? Algunos dicen que es Utopía, otros creen que es más bien Locura. En realidad, es Sabiduría, la misma sabiduría de Dios, la que penetra la Creación hasta sus raíces y la conduce sutilmente a su plena realización. La Sabiduría tiene una energía que sobrepasa la de la luz, del agua y del viento. No es ni un sueño, ni una hermosa ilusión. Es la misma fuente de toda Realidad. Ella es la que hace que las flores se abran y crezcan los bosques, que la Luna gire alrededor de la Tierra y la Tierra alrededor del Sol. Y aunque sea ajena a toda forma de magia, puede mover las montañas y resucitar los muertos. Ella es capaz de despertar suavemente en el ser humano energías todavía dormidas que, un día, le permitirán tocar las estrellas. Es ella la que el hijo del rey ha tomado por esposa y la que le ha inspirado todas sus palabras. Fin Ya sabemos cómo todo terminó. Al hijo lo mataron y a la Sabiduría la echaron. Por millones de "buenas" razones", naturalmente... ¿Quiénes cometieron ese crimen? Ciertamente no los "malos" que habían concurrido a la boda y que habían vibrado con las palabras del hijo, sino los "buenos" que habían boicoteado la fiesta. ¿No podría esta historia tener, algún día, un final menos triste?... La primera lectura y el evangelio presentan al profeta y a Jesús como fuerza de Dios, presente en el mundo como fuerza que suscita hostilidad, rechazo. Los hombres pueden rechazar la Palabra, y perseguir al Profeta. Pero la fuerza de la Palabra, la fuerza de Dios que está en él es más poderosa que toda la hostilidad del mal y de los hombres. En este contexto podemos leer la vida de Jesús y la vida de los cristianos.
Y en este contexto hemos de leer el mensaje de la carta de Pablo sobre el amor, intentando profundizar en nuestro concepto del amor. La reflexión de Pablo nos lleva a la esencia fundamental de la fe, resumida por Jesús al responder a la cuestión de "¿cuál es el mayor mandamiento?". La respuesta de Jesús es: "AMARÁS a Dios de todo corazón, con toda tu alma y todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se resume toda la Ley y los profetas." Así pues, es básico entender que toda la fe y la actuación del cristiano se basa en amar. Amar a Dios y amar a los hombres. Lo demás son consecuencias. Pero no podemos simplificar la palabra "amar". Y para ver de qué se trata, miremos un momento al Evangelio, para ver cómo ama Jesús. La teoría (Lc 6, 35) "Amad a vuestros enemigos, hacedles el bien, prestad sin esperar nada a cambio. Vuestro premio será entonces grande: seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno para con los ingratos y los que hacen el mal." La práctica de Jesús (Lc 23, 33) Llegados al lugar llamado "de la Calavera", le crucificaron.... Y Jesús decía: "Padre, perdónales; no saben lo que hacen". Es sólo un ejemplo. Pero si analizamos todas las relaciones de Jesús con las personas, vemos que siempre están inspiradas en lo mismo: es el Salvador. No mira a sus pecados como obstáculos que le impiden amarles. Su amor por las personas va más al fondo: el pecado intenta interponerse entre el amor de Jesús y la persona: pero no lo consigue. Por más que se le ofenda, él sigue siendo el Salvador. El origen de todo esto no es la humanidad bondadosa de Jesús. Es la divinidad salvadora. Es Dios quien es así, y se ve en Jesús. Dios es el amor salvador. Toda la creación se entiende sólo desde el amor de Dios, que pretende la existencia de Hijos en plenitud. El pecado no es obstáculo para el amor: convierte el amor en Salvador, en Libertador del pecado. Nuestros pecados intentan interponerse entre nosotros y el amor de Dios, pero no lo consiguen. Y Dios presente entre nosotros es El Salvador, el que quita el pecado del mundo. De la misma manera, el origen de nuestra postura respecto a los demás no está en nuestra humanidad bondadosa, en un natural afectivo y cordial. Está en que hemos conocido el amor de Dios, vivimos del amor de Dios, nos sentimos queridos por Dios y no sabemos vivir más que salvando, como Dios. Se trata de un convencimiento, una persuasión, pero sobre todo de una fe, es decir, de una adhesión personal. Acepto el amor de Dios para conmigo, y ya no puedo vivir de otra manera. El amor de Dios lo he conocido en Jesucristo. Cuando he llegado a creer en Jesucristo, he llegado a aceptar a Dios mi Salvador, a fiarme de Él. Creer en Jesucristo no es simplemente estar persuadido de que es un gran hombre, o aceptar su doctrina como satisfactoria. Creer en Jesucristo es aceptarlo como modo de vida, como revelación de Dios, hacer girar la vida en torno de Él. Creer en Jesucristo es ante todo admirar y disfrutar del amor de Dios Salvador que en Él se hace visible. A partir de ahí, mi vida cambia: ya sé por qué vivo, porque Dios me quiere. Ya sé para qué vivo, para que todos le quieran. Esto es un ideal, un camino, una conversión. Jesús es así; nosotros vamos hacia ahí. Y todo lo que somos y lo que hacemos tiene un carácter de provisional, de "todavía no". Pero caminamos. En este sentido, la justicia, el temor de Dios, el deseo de premio por las buenas obras... tantas cosas, son "carismas provisionales". Pero hay que aspirar a los carismas superiores, hay que aspirar a que nuestro espíritu disfrute del amor de Dios y en consecuencia viva de lleno ese don: amar a los hombres como Dios me ama. Esta manera de vivir de ninguna manera es fácil. En primer lugar, porque es imposible "de fuera a dentro". No es una norma que hay que cumplir. Si es cumplimiento no llega a ser amor. No se trata de "me porto así porque Dios lo quiere". Se trata de "me porto así porque soy así, soy hijo de mi Padre y no me puedo portar de otra manera". Es el final de la conversión, cuando ya no actúo sometido a mis pecados, a mi egoísmo o mi envidia o mi vanidad... sino libre y salvador, como Hijo. En segundo lugar, porque en un mundo en que los hombres no se quieren, sino que se hostigan, se arrinconan, se envidian, se roban, se matan, esta parece una manera débil de vivir, expuesta a todo lo que los demás nos quieran hacer. No nos confundamos. Ni es una blandenguería de carácter, ni es una vocación de corderito manso. Amar por encima de los pecados es una tremenda fortaleza. Servir siempre, perdonar siempre, salvar siempre, requiere una fuerza de espíritu superior a toda fuerza de carácter. Es sólo posible por el Espíritu de Dios actuando en nosotros. Y esta fuerza lleva a ser siempre testigo, liberador de toda injusticia y de todo mal que les suceda a los hijos de Dios, presencia incómoda y a veces intolerable para una sociedad siempre interesada en otros valores, a menudo hostil. Una vez más, el ejemplo y modelo es Jesús. Una lectura de cualquier evangelio, y más de los cuatro, ofrece una figura de Jesús de impresionante fortaleza. Su amor a todos los débiles va acompañado de un valor a toda prueba y una libertad brillante ante todos los poderosos. Jesús es capaz de desafiar la ley para curar (leproso Mt 8, 1) de insultar en público al rey (acerca de Herodes, Lc 13, 31) de desenmascarar ante el pueblo a los jefes religiosos y doctores de la Ley (Mt 23, 13), y se juega la vida defendiendo a una mujer ante el acoso judicial de los "justos" (Juan 8, 1). Ninguna debilidad, ninguna blandura. Es pura fortaleza, al servicio de los que la necesitan y en contra de lo que se ponga delante. Pero Jesús es rechazado. El amor amenaza todos los demás modos de vivir. Jesús es rechazado porque con Él se acaba aquella religión, aquel templo, aquellas clases socio-religiosas. Jesús perjudica a la religión oficial, no interesa a los revolucionarios independentistas, molesta a Herodes, le es indiferente a Pilato... El amor está fuera de lugar y es perseguido, hasta la muerte. "La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la han recibido". Y los de Jesús, como Jesús. Es sumamente preocupante que la Iglesia sea tan escasamente perseguida en esta sociedad occidental en la que los valores del Evangelio son sin embargo rechazados frontalmente. Y es sumamente reconfortante ver cómo son perseguidos, marginados, los cristianos, personas o grupos, que se toman muy en serio el Evangelio. Es muy normal que los poderes políticos de algunos países en los que la injusticia social es muy fuerte, no toleren a los grupos cristianos que luchan contra esa injusticia. Es lo normal. Lo que no es normal es que en los países de desenfrenado consumo, de búsqueda alucinada del placer y el bienestar material, en los que el único Dios es la economía de mercado y el consumo consiguiente, la Iglesia viva tan tranquila. Lo único que puede hacernos entender este fenómeno es aceptar, con angustia, que la Iglesia esconde la Palabra, ha perdido su fuerza profética y ya no le anuncia al pueblo sus pecados, sino que se limita a tranquilizarle la conciencia. Frente a la contundente afirmación de Jesús –“Hoy se cumple esta Escritura”-, sus paisanos optan por la descalificación de quien la pronuncia: “¿No es este el hijo de José?”.
Parece una práctica habitual entre los humanos: antes de acoger o incluso de entrar a valorar lo que nos llega –antes que venir al hoy-, rápidamente despachamos aquello que no queremos ver con cualquier pretexto, en forma de descalificación. La rutina tiende a instalarnos en posturas estáticas hasta el punto de que podemos terminar pensando que las cosas son tal como nosotros las vemos, olvidando que lo que nos parece un “ver” directo es ya “interpretar”. Pensar es interpretar, y nuestra mente no puede hacer otra cosa. Por eso, es sano introducir la sospecha en nuestras opiniones: ¿y si las cosas no fueran como siempre he creído, o como me las han contado? Ante este tipo de preguntas –si el miedo, la necesidad de seguridad o la rigidez nos permiten plantearlas-, la mente se detiene. Y esa detención es apertura, en un doble sentido: por un lado, como autocuestionamiento, relativización del propio punto de vista y capacidad de acogida hacia planteamientos diferentes; por otro –y aquí se produce un “salto” mayor-, empezamos a tomar distancia del “yo pensante” y abrimos la posibilidad de que emerja la Consciencia-Testigo. En este segundo caso, se habrá producido un cambio decisivo en la percepción de nuestra propia identidad. Lo que somos (consciencia) observa a lo que tenemos (mente). Cuando nos reducimos a la mente, podemos terminar como los paisanos de Jesús: presos de la furia –basta ver no pocas discusiones y tertulias- y decididos a despeñar a quien nos cuestiona. Cuando, por el contrario, permanecemos a distancia de nuestros propios pensamientos y sentimientos, y somos capaces de verlos como “nubes” que han aparecido en el campo de consciencia, seremos capaces, como Jesús, de “abrirnos paso entre ellos y alejarnos”. Para ello, necesitaremos práctica. No es fácil superar la inercia de años y de mecanismos grabados a fuego. Tanto en tiempos especialmente dedicados a ello (prácticas formales), como a lo largo día en la vida cotidiana (prácticas informales), tendremos que ejercitarnos en dar “un paso atrás”, situándonos como “observadores” de los pensamientos, sentimientos, emociones, reacciones… que aparezcan. Ese “paso atrás” no es otra cosa que toma de distancia de la mente y del ego. Lo cual implica que empezaremos a familiarizarnos con “otro lugar” (o no-lugar), desde el que las cosas se ven de modo bien diferente. En la medida en que nos vayamos haciendo diestros en esa práctica, detectaremos algunos “resultados”: que las ideas no son tan importantes como nos parecía; que no es necesario tomarse las cosas “personalmente”: eso es obra únicamente del ego, que necesita tener razón y devolver la “ofensa” recibida; que sean cuales sean los movimientos mentales y emocionales, ya no nos afectan de un modo absoluto; que quienes realmente somos está siempre a salvo; que podemos descansar en la consciencia de ser … Es decir, ni “despeñaremos” a nadie, ni tendremos pánico a “ser despeñados”. Recordemos lo que hemos leído el domingo pasado. Jesús llega a la sinagoga de su pueblo y lee un trozo de Isaías; pero cuando llega al pasaje "el año de gracia del Señor ", corta la lectura sin leer lo que sigue en el texto, que dice: "y el día de la venganza de nuestro Dios". Este corte es la clave para entender todo lo que pasa a continuación. Los oyentes conocían perfectamente el texto y muestran su disconformidad con la mutilación que hace Jesús.
Los judíos de aquel tiempo, lo que esperaban de Dios era una salvación del pueblo judíos pero a costa de todos los demás. De todas formas, el texto de Isaías es ya un avance sobre la doctrina oficial, porque habla de "un año de gracia y un día de venganza". Lo que propone Jesús es una liberación para todos. Esto era lo inaceptable para un judío. EXPLICACIÓN Hemos leído: "todos le daban su aprobación y se admiraban...". Pero hay una traducción alternativa: El verbo griego (martyreo) = dar testimonio, que en la versión oficial se traduce por "dar su aprobación", cuando está construido con dativo, significa "testimoniar en contra". Por otra parte, (thaumazo) = Admirarse, significa también extrañarse, es decir, una admiración negativa. Entonces la traducción sería: "todos se declaraban en contra, extrañados del discurso sobre la gracia (para todos) que salía de sus labios". Así cobra pleno sentido la respuesta de Jesús, que de otro modo, parece que inicia él la gresca provocando al personal. Jesús lo único que hace es responder a la agresividad. La importancia de suprimir la última frase del texto de Isaías, queda más clara con la explicación que da hoy Jesús. Tiene que rectificar el texto de Isaías, pero menciona a otros dos profetas que avalan esa aparente mutilación. Elías y Eliseo son ejemplos de cómo actúa Dios con relación a los no judíos. Para entenderlo hoy, podríamos decir que Elías atendió a una viuda libanesa y Eliseo a un general sirio. ¡Qué poco han cambiado las cosas! La viuda de Sarepta y Naamán el sirio fueron atendidos por los profetas porque confiaron en Dios, aunque no formaban parte del pueblo elegido. El evangelista quiere subrayar que este argumento contundente, no solo no les convence, sino todo lo contrario, provoca la ira de sus vecinos que se sienten agredidos porque les echa en cara su ceguera. Este mismo relato en Mateo y Marcos no hace alusión a los dos profetas, lo cual nos hace sospechar que no es originario de Jesús. Los primeros cristianos se esforzaron por hacer ver que Jesús era una continuación del AT; por eso aprovechan cualquier resquicio para demostrar que en Jesús "se cumplen las Escrituras". Creo que Jesús no necesitó el apoyo de la Escritura para justificar su manera de actuar y su predicación. ¿No es este el hijo de José? La única razón que dan los de su pueblo para rechazar las pretensiones de Jesús, es que no es más que uno del pueblo, conocido de todos. A mí me parece muy importante este planteamiento por parte del evangelista. La grandeza de Jesús está en que, siendo uno de tantos, fue capaz de descubrir lo que Dios esperaba de él. Jesús no es un extraterrestre que trae de otro mundo poderes especiales, sino un ser humano que saca de lo hondo de su ser lo que Dios ha puesto en todos los seres. Habla de lo que encontró dentro de sí mismo y nos invita a descubrir en nosotros lo mismo que él descubrió. La primera oposición que sufre Jesús en este evangelio, no viene de los sumos sacerdotes ni de los escribas o fariseos, sino del pueblo sencillo. Sus paisanos ven que no va a responder a sus expectativas del judaísmo oficial, y se enfadan. Cualquier visión que vaya más allá de los intereses del gueto, (familia, pueblo, nación, etc.) será interpretada como traición a la institución. Las instituciones tienen como primer objetivo la defensa de unos intereses frente a los intereses de los demás. Incluso nuestra manera de entender el ecumenismo, responde a esta dinámica completamente contraria al evangelio. Los de su pueblo no pueden aceptar un mesianismo para todos. Ellos esperaban un Mesías poderoso que les iba a librar de la opresión de los romanos y a solucionar todos los problemas materiales. Si Jesús se presenta como tal liberador, ellos tenían que ser los primeros beneficiarios de ese poder. Al darse cuenta de que no va a ser así, arremeten contra él con toda su alma. El odio es siempre consecuencia de un amor deseado, pero imposible. El evangelista echa mano del AT para demostrar que los profetas ya habían manifestado esa actitud de Dios a favor de extranjeros en apuros. Quiere decir que su mensaje no es contrario ni ajeno a la Escritura y que las pretensiones de los de su pueblo son una mala interpretación de la misma. APLICACIÓN El Dios de Jesús es Amor incondicional, total. No puede tener privilegios con nadie, porque ama a todos infinitamente. Dios no nos ama por lo que somos o por lo que hacemos. Dios nos ama por lo que Él es. Dios ama igual al pobre y al rico, al blanco y al negro, al cristiano y al musulmán, a la prostituta y a la monja de clausura, a Teresa de Calcuta y a Ben Laden... En algún momento de esta escala progresiva nos patinarán las neuronas, es más de lo que podemos aguantar. Nos pasa lo que a los paisanos de Jesús. Mientras sigamos pensando que Dios me ama porque soy bueno, nadie nos convencerá de que debemos amar al que no lo es. Si llego a descubrir que Dios me ama sin merecerlo, y a pesar de lo que soy, tal vez podríamos entrar en la dinámica del amor que Jesús predicó. Jesús viene a anunciar una salvación de todas las opresiones. Su salvación no va contra nadie, sino a favor de todos. Ahora bien, no debemos ser ingenuos, lo que es buena noticia para los oprimidos, es mala noticia para los que se empeñan en seguir oprimiendo. De ahí que, en tiempo de Jesús, y en todos los tiempos, los que gozan de privilegios, se opongan, con uñas y dientes, a esa práctica liberadora. Con el evangelio en la mano, no caben medias tintas. Si no estamos dispuestos a liberar a los oprimidos, somos opresores. Ahora bien, todos somos oprimidos en alguna medida, y todos oprimimos a los demás, también en alguna medida. Nuestra dirección debe ser: oprimir cada vez menos y ayudar cada vez más a los demás a liberarse de cualquier opresión. El lema de un cristiano debe ser: ni oprimir ni dejarse oprimir. Jesús nos da hoy un ejemplo de libertad sin límites. No se amilana ni cede un ápice ante la oposición de sus paisanos. La propuesta de un Dios Padre-Madre para todos es para él, irrenunciable. Cualquier otro dios es un ídolo que hay que rechazar porque en vez de liberar esclaviza; aunque pueda ser muy útil para los que pretendan seguir esclavizando en su nombre. Esa utilidad es engañosa, porque aprovecharse de otro en beneficio propio nunca puede ser positivo para el oprimido ni liberador para el opresor. Tenemos que hacer un esfuerzo por comprender que el opresor no hace mal porque daña al oprimido, sino que hace mal porque se hace daño a sí mismo. El que explota a otro le priva de unos bienes que pueden ser vitales, pero lo grave es que él mismo se está deteriorando como ser humano. El daño que hace, le afecta al otro en lo accidental. El daño que se hace a sí mismo, le afecta en su esencia. El daño que hago a una persona, incluso cuando le quito lo que creemos más preciado, la vida física, no es nada comparado con el daño que me hago a mí mismo deshumanizándome. El que muere por mi culpa puede morir repleto de humanidad, pero yo, al ser la causa de su muerte, me hundo en la más absoluta miseria. Solo una ignorancia profunda me puede llevar a hacerme tanto daño a mí mismo. ¿Hemos caído en la cuenta de que lo único que puede garantizar mi religiosi¬dad, es el servicio a los demás? ¿Nos hemos parado a pensar que sin amor no soy nada? Ahora bien, el único amor del que podemos hablar es el amor a los demás. Sin éste, el amor que creemos tener a Dios, es una falacia. La única pregunta a la que debo contestar es esta: ¿Amo? Sin amor, todos los ritos, todas las ceremonias, todas las oraciones, todos los sacrificios, todas las normas cumplidas, no sirven de nada. Toda nuestra vida cristiana se convertirá en un absurdo si tenemos que concluir que no hemos llegado al verdadero amor. Meditación-contemplación "Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba". Jesús libre entre una multitud enfurecida. ¿Cómo es posible? ¿Dónde está la clave? Su experiencia interior (yo y el Padre somos uno) .................................. Tú también puedes alcanzar esa paz total. Nunca la alcanzarás si la buscas en el exterior. Si llegas al centro de tu ser, descubrirás la armonía en la unidad. La conciencia de esa unidad, es la máxima experiencia de un ser humano. ............................... Todo conflicto nace del exterior. Nuestra individualidad nos hace tropezar con otras individualidades. Ese yo que consideras tan consistente, es un montaje de tu mente. No hay "yo" ni "tú". Todos somos uno en el UNO. El misterio nos sobrepasa por doquier. Avanzamos por la vida rumiando preguntas cuyas respuestas sabemos que no podremos hallar en ningún manual al uso. La ciencia absolutamente nada nos dice, por ejemplo, de la real constitución del ser humano, de sus diferentes cuerpos y cometidos de éstos. La ciencia oficial aún no considera ese postulado y las numerosas cuestiones relativas por ejemplo a las enfermedades mentales, que podrían, a partir de esa premisa, comenzar a aclararse. Los principios fundamentales de la ciencia oculta o sabiduría arcana van sin embargo progresando en muchos ámbitos. Mientras llega la hora de las definitivas nupcias de ciencia y espiritualidad, siempre nos quedará la posibilidad de compartir inquietudes.
No sé lo que es el Alzheimer. Desconozco las razones profundas de esa postrera amnesia, de ese período a veces largo de letargo. Ignoro por qué a unos seres llega el olvido y a otros no, por qué la Vida mantiene un cuerpo vivo sin capacidades mentales. ¿Cuál es la razón de ese respirar, si aparentemente no hay experiencia, ni evolución alguna, si entendemos que todo en la tierra permanece bajo la ley superior de la economía? ¿Será que la única economía que pretende la Vida evitar es aquella de la ternura, de las caricias, de los abrazos...? ¿Querrá que nos prodiguemos en ella? Escruto de cerca su mirada y trato de averiguar con quién me hallo, si él mora aún tras esa mirada despistada. ¿Partió ya el alma de mi padre o está aún ahí, tras esas pupilas, gobernando aún ese cuerpo grande, inamovible? ¿Con quién hablo cuando una vez al mes me coloco ante ese ser tan querido como, en su nueva faz, desconocido? Desconozco el sentido que tiene permanecer con cuerpo en la tierra y a la vez estar fuera, ausente, no se sabe dónde. Al atravesar los puertos nevados, al rastrear con la esponja una piel gastada, al hacer kilómetros y kilómetros junto al mar empujando la silla de ruedas..., me he hecho muchas veces esa pregunta. He explorado posibilidades, pero no he encontrado aún una respuesta absolutamente convincente a esos ojos idos. Declaro ignorancia y sería presuntuoso por mi parte presentar conclusiones al respecto. Sin embargo, escribir es también ejercicio de esbozar conjeturas, de compartir buena nueva, respuestas imbuidas de esperanza. Algo encontré ayer en mitad del estruendo. La música de la tamborrada inundaba las calles de un Donosti empapado por la lluvia. Enfundados en nuestros plásticos fuimos al corazón de la fiesta. Mi padre recobró vida en las estrechas calles de la Parte Vieja. Hay música que puede ser interruptor, que puede despertar de forma súbita lo que aparentemente se halla aletargado. No sé las razones del Alzheimer, pero sí reconozco que por contemplar esa escena valían la pena los sinsabores, los viajes de invierno y los puertos atestados de nieve. ¿Qué detonaron en él esos tambores, que se puso a agitar sin parar las manos? La gente se paraba, le sacaba fotos, sorprendida por la repentina vitalidad de un hombre tan mayor sobre la silla de ruedas. En el principio era el sonido, pero en el final parece que también. Cuando incluso la mirada se apaga, en los últimos días igualmente pareciera reinar el sonido y su potencial siempre liberador. El "aita" había olvidado casi todo, pero la marcha de San Sebastián, permanecía anclada en algunas células de su deteriorado cerebro. Yo creí que se le había borrado el encerado de su mente cansada, pero el recuerdo tiene pasadizos que no controlamos y la vida tiene razones que se nos escapan. No sé nada del Alzheimer, pero quizás tenga su razón de ser; quizás para darnos una oportunidad de servicio, quizás para unirnos aún más quienes nos estrellamos contra esa mirada ausente, quizás para poder acunar al niño que nunca tuvimos... No lo sé, pero yo fui feliz ayer con mi padre bajo la lluvia incesante, en mitad del estruendo de una tamboreada que nunca olvidaré. Fuimos con una compañía, viajamos juntos a través del tiempo en una misma música. Volamos al pasado, pero también al futuro, al ayer que nos unía en un mismo y ancestral latido militar, al futuro en el que los tambores despertarán a la vida, nunca ya más al odio y a la muerte. El corazón anciano tiene razones para latir que aún nos son ocultas. Esos brazos agitados con nervio manifestaban que aún le quedaba a nuestro padre tamborrada con la que vibrar, música a la que abandonarse, orquesta para gobernar. Él olvidó los afluentes del Ebro y muchas sentencias en latín; él ya no acierta con las cuentas, ni firma cheques, pero es capaz de dirigir la marcha de San Sebastián con sus manos vibrantes de energía. Mi padre no tiene Alzheimer, sólo acceso de nostalgia. Sólo se apeó del mundo y su música estridente. Cumplió sobradamente con sus deberes en vida y ahora es libre de quedarse con la marcha inolvidable de su ciudad, con las gratas melodías de antaño. Cuando parecía que los ánimos se habían serenado tras el revuelo que causó la aprobación del matrimonio homosexual por el Tribunal Constitucional, las incendiarias declaraciones de un obispo vuelven a abrir dolorosas heridas. Me preocupa el sempiterno debate sobre género, sexualidad, matrimonio y familia. Me preocupa y me duele por la dureza de las opiniones vertidas. Porque hay reacciones que – independientemente de qué las origina – traslucen una infinita falta de caridad y un rechazo hacia otras maneras de ser y sentir, fruto de una realidad plural y diversa. Este dolor se acentúa cuando la postura se justifica en nombre de un Dios cuyo atributo es el Amor, y su mandamiento principal el de “amar al prójimo como a uno mismo”.
Estamos aquejados de una profunda falta de amor. Puede parecer simplista reducir a esta cuestión la esencia del cristianismo (sobre todo para quienes cargan a sus espaldas una ingente cantidad de dogmas y códigos de conducta). Insisto: puede parecer simplista, pero ocurre que si no tengo amor, no soy nada; si no somos coherentes en lo esencial, lo demás es pura palabrería. No se puede hablar de amor a quienes no se ama. No se puede anunciar a un Dios que acoge la (preciosa) singularidad de cada persona, si luego se pasa por la criba hasta el más ínfimo detalle de los otros. Me pregunto: ¿cómo van a amar lo que amáis, si vosotros no amáis lo que ellos aman? Tal vez ni se pida siquiera a la Iglesia que secunde la causa de ciertos colectivos (aunque luego se hable de dar la vida incluso por los enemigos); bastaría con mostrar un mínimo de prudencia y delicadeza, con cuidar sus palabras para no echar sal en las heridas. Se rechaza el matrimonio homosexual y se le niega el reconocimiento de familia (cuando la Sagrada Familia es todo menos un modelo “representativo”, en tanto la componen una madre virgen y un padre putativo). La razón principal que se esgrime en contra del matrimonio homosexual es que su unión no contribuye a la procreación y la perpetuación de la especie. Efectivamente, en el Antiguo Testamento se critican ciertas prácticas sexuales sirviéndose de este mismo criterio. Pero las causas no responden tanto a una cuestión de tipo moral, sino sobre todo a una estrategia socio-política: la de alentar el crecimiento demográfico y multiplicar el número de hijos en las familias para estabilizar la precaria situación del “pueblo elegido” y preservar su tradición y cultura. En todo caso, resulta curioso que las más feroces críticas a estas “otras familias” homoparentales provengan de personas que han optado por el celibato como estilo de vida. Curioso que hablen de complementariedad entre hombre y mujer quienes viven en comunidades integradas exclusivamente por personas de su mismo sexo. Curioso que prejuzguen quiénes han de ser buenos padres o madres cuando jamás experimentarán en carne propia – sólo a nivel espiritual – lo que supone engendrar un hijo y hacerle el centro de la vida, incluso aunque no sea “carne de tu carne”. ¿Importa eso? Si el amor es verdadero no atiende ni se supedita a algo tan superficial como el cuerpo: quienes conocen el valor de “lo que no se ve”, mejor que nadie deberían comprenderlo. Por supuesto, tienen derecho a opinar y libertad de vivir su vocación sin dar explicaciones al respecto (ellos sí), pero al cabo no deja de resultar llamativo. No me malinterpreten: la vocación religiosa, vivir con el corazón disponible y entregado a Dios y a los demás, me parece digna de admiración y un acto de amor de una belleza infinita. Pero también considero que es difícil (o debería serlo) opinar sobre temas de los que no se tiene una experiencia cotidiana: como amanecer junto a la persona amada y sentir que el mundo entero se ilumina; o entregarse y fundirse con el otro por entero, en total desnudez de cuerpo y de alma; o sentirse morir si sobreviene la enfermedad y hay que dejar partir al amor de toda una vida… ése que no se elige (¡como si se pudiera elegir en el amor! dice Cortázar) en razón de país ni de cultura… o de sexo; ése que no atiende a lógicas ni planes establecidos; ése que llega sin más y nos transforma por entero. Amar de verdad no es un capricho: es algo que nace de lo profundo, un susurro corazón adentro que traspasa el alma, la seduce y lleva a entregarse hasta el extremo. Ahí reside el Misterio de una familia que es sagrada ¿por una mera cuestión de género? Quisiera pensar que el motivo es más trascendente: el vínculo de Amor que se establece entre sus miembros. Porque el amor es una locura sagrada e incomprensible, y a la vez tan evidente que cuando se siente ya sólo cabe decir al otro – como Rut a Noemí: “No insistas en que te deje y me separe de ti. Porque donde tú vayas yo iré, y donde tú vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras, y allí quiero ser enterrada. Juro ante el Señor que sólo la muerte podrá separarnos”. Habrá quien diga que el amor homosexual no es igual que el heterosexual, ni el de pareja como el de amigos: angustiosa necesidad de definirlo todo bajo moldes y adjetivos, cuando la realidad es que al cabo todo es Amor y su fuente una y la misma. Como el agua viva encuentra siempre cauces nuevos para fluir e irrigar la tierra, así también el amor se expresa y se expande de mil formas distintas. Ponerle diques y dirigir ese amor hacia un fin concreto por propia voluntad es una opción como cualquier otra. Pero criticar la “orientación” de los otros (ésa que es natural, espontánea y genuina) diciendo que no es correcta, y aún “exigir” que repriman ese cauce de amor en razón de su sexualidad… supone privar a la persona de vivir en plenitud su identidad más profunda, e instigarle a renunciar a una de sus más bellas vías de expresión. Entonces el cauce del río se estanca, su agua se emponzoña en el alma y trae la muerte. Algunos apuntan que el debate del matrimonio y la familia es lingüístico. Por desgracia, se juzga y se juega con sentimientos de personas concretas a las que duele el rechazo… como a cualquiera. Poner márgenes (marginar) no es nunca una inocente cuestión terminológica: revela una manera de pensar que parcela el mundo, lo acota y remarca “lo distinto”, la presencia de un “otro” que acaba despertando miedos y recelos. Revela un pensamiento más interesado en marcar las diferencias que las semejanzas, aunque al final todos estemos hechos del mismo barro y tengamos las mismas necesidades y anhelos: amar y ser amados, que nos acepten como somos, y encontrar personas con las que compartir la vida, afrontar la muerte y sobrellevar nuestros miedos. Si somos tan frágiles e iguales en lo esencial, ¿merece la pena tanta discusión inútil? Nuestra es la elección: mantener posturas irreconciliables o buscar lo que nos une. Encasillar a las personas bajo estrictos moldes o valorar la riqueza de lo diverso. Clasificar los tipos de amor o bendecir el Amor como fuerza sanadora y motor del mundo. Si ya resulta dramático que los cristianos estemos escindidos en ramas siendo uno el Maestro y el Espíritu, ¿hasta cuándo seguiremos estableciendo categorías, y lamentándonos a la vez de que la sociedad nos excluya?, ¿hasta cuándo alimentaremos las diferencias para ser el ojito derecho de Papá, sin ver que la vara con que medimos – y que nos mantiene tan derechos – es una señora viga en nuestro ojo?, ¿hasta cuándo las piedras vivas que decimos ser levantarán muros en vez de construir puentes para el encuentro?, ¿hasta cuándo seguiremos escondiendo a nuestros semejantes en estrechos armarios y cajones mentales? Dios no enciende una lámpara para ocultarla, y toda persona está llamada a ser luz porque alberga en su interior una llama de amor viva. Cuestión muy distinta es tener ojos que sepan ver esa luz que viene del corazón. En este debate de género y sexualidad, queda el consuelo de saber que “Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias pero Dios ve el corazón”. Dios ve con la mirada de una madre hacia su hijo. Y acaso ahí esté el quid de la cuestión: que la Iglesia oficial se nos ha masculinizado; que a base de reprimir sus emociones, ha terminado olvidando cómo es el amor incondicional de una madre: ése que elige la sugerencia al mandato, la misericordia al juicio, la comprensión a la condena; el que antepone la acogida al reproche, la escucha al sermón, y ante todo la alegría; ése cuya mejor enseñanza es su propio ejemplo de vida. Acaso la raíz del problema sea una sensibilidad perdida: “Yo conozco tus obras y tu constante esfuerzo […] has sufrido por mi causa y has trabajado por amor a mi nombre. Pero tengo contra ti que has dejado enfriar tu primer amor” (Ap. 2, 2-4). Ojalá este debate sirva para despertar en nosotros el anhelo de volver a la “matriz”, a ese amor primero – que llevamos grabado en el corazón – donde ya no importa si madre o padre, si hombre o mujer. Porque sólo el amor entrañable y entrañado disuelve las fronteras y es capaz de devolvernos, al fin, nuestra unidad perdida: ésa de la que todos venimos, ésa que no dejamos de buscar durante toda la vida. |
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