El misterio nos sobrepasa por doquier. Avanzamos por la vida rumiando preguntas cuyas respuestas sabemos que no podremos hallar en ningún manual al uso. La ciencia absolutamente nada nos dice, por ejemplo, de la real constitución del ser humano, de sus diferentes cuerpos y cometidos de éstos. La ciencia oficial aún no considera ese postulado y las numerosas cuestiones relativas por ejemplo a las enfermedades mentales, que podrían, a partir de esa premisa, comenzar a aclararse. Los principios fundamentales de la ciencia oculta o sabiduría arcana van sin embargo progresando en muchos ámbitos. Mientras llega la hora de las definitivas nupcias de ciencia y espiritualidad, siempre nos quedará la posibilidad de compartir inquietudes.
No sé lo que es el Alzheimer. Desconozco las razones profundas de esa postrera amnesia, de ese período a veces largo de letargo. Ignoro por qué a unos seres llega el olvido y a otros no, por qué la Vida mantiene un cuerpo vivo sin capacidades mentales. ¿Cuál es la razón de ese respirar, si aparentemente no hay experiencia, ni evolución alguna, si entendemos que todo en la tierra permanece bajo la ley superior de la economía? ¿Será que la única economía que pretende la Vida evitar es aquella de la ternura, de las caricias, de los abrazos...? ¿Querrá que nos prodiguemos en ella? Escruto de cerca su mirada y trato de averiguar con quién me hallo, si él mora aún tras esa mirada despistada. ¿Partió ya el alma de mi padre o está aún ahí, tras esas pupilas, gobernando aún ese cuerpo grande, inamovible? ¿Con quién hablo cuando una vez al mes me coloco ante ese ser tan querido como, en su nueva faz, desconocido? Desconozco el sentido que tiene permanecer con cuerpo en la tierra y a la vez estar fuera, ausente, no se sabe dónde. Al atravesar los puertos nevados, al rastrear con la esponja una piel gastada, al hacer kilómetros y kilómetros junto al mar empujando la silla de ruedas..., me he hecho muchas veces esa pregunta. He explorado posibilidades, pero no he encontrado aún una respuesta absolutamente convincente a esos ojos idos. Declaro ignorancia y sería presuntuoso por mi parte presentar conclusiones al respecto. Sin embargo, escribir es también ejercicio de esbozar conjeturas, de compartir buena nueva, respuestas imbuidas de esperanza. Algo encontré ayer en mitad del estruendo. La música de la tamborrada inundaba las calles de un Donosti empapado por la lluvia. Enfundados en nuestros plásticos fuimos al corazón de la fiesta. Mi padre recobró vida en las estrechas calles de la Parte Vieja. Hay música que puede ser interruptor, que puede despertar de forma súbita lo que aparentemente se halla aletargado. No sé las razones del Alzheimer, pero sí reconozco que por contemplar esa escena valían la pena los sinsabores, los viajes de invierno y los puertos atestados de nieve. ¿Qué detonaron en él esos tambores, que se puso a agitar sin parar las manos? La gente se paraba, le sacaba fotos, sorprendida por la repentina vitalidad de un hombre tan mayor sobre la silla de ruedas. En el principio era el sonido, pero en el final parece que también. Cuando incluso la mirada se apaga, en los últimos días igualmente pareciera reinar el sonido y su potencial siempre liberador. El "aita" había olvidado casi todo, pero la marcha de San Sebastián, permanecía anclada en algunas células de su deteriorado cerebro. Yo creí que se le había borrado el encerado de su mente cansada, pero el recuerdo tiene pasadizos que no controlamos y la vida tiene razones que se nos escapan. No sé nada del Alzheimer, pero quizás tenga su razón de ser; quizás para darnos una oportunidad de servicio, quizás para unirnos aún más quienes nos estrellamos contra esa mirada ausente, quizás para poder acunar al niño que nunca tuvimos... No lo sé, pero yo fui feliz ayer con mi padre bajo la lluvia incesante, en mitad del estruendo de una tamboreada que nunca olvidaré. Fuimos con una compañía, viajamos juntos a través del tiempo en una misma música. Volamos al pasado, pero también al futuro, al ayer que nos unía en un mismo y ancestral latido militar, al futuro en el que los tambores despertarán a la vida, nunca ya más al odio y a la muerte. El corazón anciano tiene razones para latir que aún nos son ocultas. Esos brazos agitados con nervio manifestaban que aún le quedaba a nuestro padre tamborrada con la que vibrar, música a la que abandonarse, orquesta para gobernar. Él olvidó los afluentes del Ebro y muchas sentencias en latín; él ya no acierta con las cuentas, ni firma cheques, pero es capaz de dirigir la marcha de San Sebastián con sus manos vibrantes de energía. Mi padre no tiene Alzheimer, sólo acceso de nostalgia. Sólo se apeó del mundo y su música estridente. Cumplió sobradamente con sus deberes en vida y ahora es libre de quedarse con la marcha inolvidable de su ciudad, con las gratas melodías de antaño.
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