Del Equipo de Servicios CNP. Comunidades Eclesiales de Base de Nicaragua
Introducción A finales de enero tuvimos nuestra Asamblea Nacional CEB de Nicaragua. Dentro del compartir fraterno el techo y el arroz y frijoles con las familias campesinas del Norte de Nicaragua, compartimos también el Análisis de la Realidad y la Reflexión de Fe como marco para revisar nuestro caminar en el 2010 y proyectarnos hacia el 2011. El tema central de nuestra Reflexión de Fe, fue el Seguimiento de Jesús en la construcción del Reino de Dios. Esto es lo que le da sentido a nuestras CEB de Adultos, a nuestra Pastoral Juvenil CEB, a nuestros Proyectos Sociales por la Vida, y a nuestra Participación Ciudadana e Incidencia Política. Inspirados en Pagola pasamos un power point sobre Jesús, su Primera Comunidad (con los Apóstoles) y el Reino de Dios. Rafael Aragón OP completó esa iluminación, y a todas-os los participantes les entregamos este documento que ahora les compartimos. Más adelante podremos compartirles nuestras conclusiones. Pensamos que este tema es central para la vida cristiana. De paso quiero notar que en el Padre Nuestro pedimos Venga tu Reino. La traducción al español: venga a nosotros tu Reino, se presta a entender que venga a nosotros personalmente o solo para los cristianos, pero la petición de Jesús es que venga su Reino a las personas y a toda la sociedad. El Reino de Dios es el Proyecto de Dios para la vida humana. Como dice Aparecida: es la lucha por una Vida Digna. ¿Qué es lo más importante para Jesús? Una pregunta brota en quien busca sintonizar con Jesús: ¿qué es para él lo más importante, el centro de su vida, la causa a la que se dedicó por entero, su preferencia absoluta? La respuesta no ofrece duda alguna: Jesús vive para el reino de Dios. Es su verdadera pasión. Por esa causa se desvive y lucha; por esa causa es perseguido y ejecutado. Para Jesús, “solo el Reino de Dios es absoluto; todo lo demás es relativo” (Pablo VI, Encíclica Anuncio del Evangelio, 8). Lo central en su vida no es Dios simplemente, sino Dios con su proyecto sobre la historia humana. No habla de Dios sin más, sino de Dios y su Reino de paz, compasión y justicia. No llama a la gente a hacer penitencia ante Dios, sino a “entrar” en su Reino. No invita, sin más, a buscar a Dios, sino a “buscar el Reino de Dios y su justicia”. Cuando pone en marcha un movimiento de seguidores que prolonguen su misión, no los envía a organizar una nueva religión, sino a anunciar y promover el Reino de Dios. ¿Cómo sería la vida si todos nos pareciéramos un poco más a Dios? Este es el gran anhelo de Jesús: construir la vida tal como la quiere Dios. Habrá que hacer muchas cosas, pero hay tareas que Jesús subraya de manera preferente: introducir en el mundo la compasión de Dios; poner a la humanidad mirando hacia los últimos; construir un mundo más justo, empezando por los más olvidados; sembrar gestos de bondad para aliviar el sufrimiento; enseñar a vivir confiando en Dios Padre, que quiere una vida feliz para sus hijos e hijas. Desgraciadamente, el Reino de Dios es a veces una realidad olvidada por no pocos cristianos. Muchos no han oído hablar de ese proyecto de Dios; no saben que es la única tarea de la Iglesia y de los cristianos. Ignoran que, para mirar la vida con los ojos de Jesús, hay que mirarla desde la perspectiva del Reino de Dios; para vivir como él hay que vivir con su pasión por el Reino de Dios. Convertirnos al Reino de Dios. ¿Qué puede haber en estos momentos, para los seguidores de Jesús, más importante que comprometemos en una conversión real del cristianismo al Reino de Dios? Ese proyecto de Dios es nuestro objetivo primero. Desde él se nos revela la fe cristiana en su verdad última: amar a Dios es tener hambre y sed de justicia como él; seguir a Jesús es vivir para el Reino de Dios como él; pertenecer a la Iglesia es comprometerse por un mundo más justo. Preguntas: a) ¿En nuestra vida personal y en nuestras CEB es en verdad central y nos apasiona el Reino de Dios? Y ¿En qué se manifiesta esto? b) ¿Qué significa para nuestras CEB convertirnos al Reino de Dios?¿ Y que deberemos hacer para que plenamente nos convirtamos al Reino de Dios? 2.- SEGUIR A JESÚS Movimiento de Seguidores de Jesús. Jesús no dejó detrás de sí una “escuela”, al estilo de los filósofos griegos, para seguir ahondando en la verdad última de la realidad. Tampoco pensó en una institución dedicada a garantizar en el mundo la verdadera religión. Jesús puso en marcha un movimiento de “seguidores” que se encargaran de anunciar y promover su proyecto del “Reino de Dios”. De ahí proviene la Iglesia de Jesús. Por eso, nada hay más decisivo para nosotros que reactivar una y otra vez dentro de la Iglesia el seguimiento fiel a su persona. El seguimiento a Jesús es lo único que nos hace cristianos. Aunque a veces lo olvidamos, esa es la opción primera de un cristiano: seguir a Jesús. Esta decisión lo cambia todo. Es como empezar a vivir de manera diferente la fe, la vida y la realidad de cada día. Encontrar, por fin, el eje, la verdad, la razón de vivir, el camino. Poder vivir dando un contenido real a la adhesión a Jesús: creer en lo qué él creyó; vivir lo que él vivió; dar importancia a lo que él se la daba; interesarse por lo que él se interesó; tratar a las personas como él las trató; mirar la vida como la miraba él; orar como él oró; contagiar esperanza como la contagiaba él. Sé que es posible seguir a Jesús por caminos diversos. El seguimiento de Francisco de Asís no es el de Francisco Javier o el de Teresa de Jesús. Rasgos básicos en el seguimiento de Jesús. Son muchos los aspectos y matices del servicio de Jesús al Reino de Dios. Pero hay rasgos básicos que no pueden faltar en un verdadero seguimiento de Jesús. Señalo algunos: Seguir a Jesús implica poner en el centro de nuestra mirada y de nuestro corazón a los pobres. Situarnos en la perspectiva de los que sufren.Hacer nuestros sus sufrimientos y aspiraciones. Asumir su defensa. Seguir a Jesús es vivir con compasión. Sacudirnos de encima la indiferencia. No vivir solo de abstracciones y principios teóricos, sino acercarnos a las personas en su situación concreta. Seguir a Jesús pide desarrollar la acogida. No vivir con mentalidad de secta. No excluir ni excomulgar. Hacer nuestro el proyecto integrador e incluyente de Jesús. Derribar fronteras y construir puentes. Eliminar la discriminación. Seguir a Jesús es asumir la crucifixión por el Reino de Dios. No dejar de definirnos y tomar partido por miedo a las consecuencias dolorosas. Cargar con el peso del “anti-reino” y tomar la cruz de cada día en comunión con Jesús y los crucificados de la tierra. Seguir a Jesús es confiar en el Padre de todos, invocar su nombre santo, pedir la venida de su reino y sembrar la esperanza de Jesús contra toda esperanza.
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Mt 5, 13-16
"Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? El texto que acabamos de escuchar es continuación literal de las bienaventuranzas que hemos leído el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mateo. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de extraordinario valor para la vida real del cristiano. Hay un gran peligro de que pasemos por alto estas pequeñas parábolas, que sin embargo tienen un profundo significado y son muy fáciles de entender. Las parábolas no necesitan explicación ni comentario. Se explican por sí mismas. Exigen, eso sí, una respuesta vital al interrogante que plantean. Si me dejo interpelar por ellas, descubriré una nueva dimensión de la existencia a la que soy invitado. Puedo aceptar el reto o rechazarlo. La parábola me coloca ante una alternativa: o seguir como estaba en mi modo de apreciar la realidad, o aceptar esa nueva manera de afrontar la vida que me sugieren. Si pretendo entender la parábola de una forma puramente racional, no me servirá de nada. Las explicaciones lógicas no sirven de nada en el orden espiritual. Las parábolas nos proponen un dato simple y cotidiano, pero es para llevarnos más allá de lo corriente y ordinario. Aunque la sal y la luz no tienen nada en común, hay un aspecto en el que coinciden. Ninguna de las dos es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. ¡Qué interesante! Resulta que cada uno de nosotros separados de los demás, no somos absolutamente nada. Mi existencia solo tendrá sentido en la medida que pase a formar parte de los demás disolviéndome en ellos. La sal es uno de los productos más simples, pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Sus propiedades son principalmente dos: da sabor a las comidas y conserva los alimentos. Partiendo de estas cualidades físicas, tenemos que descubrir el significado espiritual. Cuando se nos exige que seamos sal, se nos está pidiendo que ayudemos a los demás a evitar la corrupción y que les comuniquemos sabor humano. Naturalmente, eso será imposible si no estamos en plenitud de facultades humanas. La sal actúa desde el anonimato. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. No se puede comer directamente. Si no hay comida, la sal es simplemente veneno. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. Solo con sencillez y humildad podremos ayudar a los demás a dar sentido a su propia vida. La sal no se puede salar a sí misma. Su capacidad no le es útil en absoluto para nada. Pero es imprescindible para los demás. Tal vez nos hemos preocupado más por acumular sal en nuestro salero, y que se vea, que en distribuirla para que sea útil a los demás. Jesús dice que “sois la sal, la luz”. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Todos dependen de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única historia, el único mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por el mensaje de Jesús a través de los que le siguen. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. Cuando la sociedad sufre un exceso de religión, se atrofia. Las teocracias y el nacional-catolicismo nunca han traído nada bueno. No podemos olvidar un aspecto importante en las parábolas. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela producen luz, pero el aceite o la cera se consumen. Todos estaríamos dispuestos a salar o a dar luz, si con ello se potenciara nuestro “yo”. Es más, muchas veces obramos pensando en lo que puede reportarme el tratar a los demás con humanidad. Las obras de misericordia, que después te van a pagar con creces en el más allá, son exactamente lo contrario de lo que nos dice el evangelio. Los cristianos hemos contribuido más a quitar sabor a la vida que a dárselo. No nos hemos presentado como los que saben sacar jugo a la vida y por lo tanto capaces de ayudar a los demás a sacárselo. Nuestro anuncia ha sido muy triste noticia para los demás. No se entiende bien qué quiere decir: “pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salara? No sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. Parece ser que la sal se utilizaba como material refractario en los hornos de cocer el pan. Colocaban dentro del horno placas de sal para conservar el calor. Pero esas placas con el uso perdían su virtualidad y tenía que ser reemplazadas. Las retiradas se tiraban a los caminos para compactarlos. El tema de la luz es muy frecuente en el AT. Partiendo de un dato experimental se descubre su importancia para el desarrollo de la vida. No solo porque la luz es imprescindible para la vida, sino porque el ser humano no podría desenvolverse en la oscuridad. De ahí que la luz se haya convertido en el símbolo de la misma vida y de todo lo que la rodea. Así como la oscuridad se ha convertido en el símbolo de la muerte y de todo lo que la provoca. Cuando se nos pide que seamos luz del mundo, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz. Solo si vivo a tope, puedo ayudar a los demás a desarrollar su propia vida. Tengo que ser factor de progreso y maduración para todos. Ser luz, significa explotar nuestras posibilidades espirituales y poner todo nuestro bagaje espiritual al servicio de los demás. Pero, como en el caso de la sal, debemos de tener cuidado de iluminar, sin deslumbrar. La luz que aportamos debe estar al servicio del otro, es decir, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Si alguien sale de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con excesivas trascendencias y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día. Preferimos avasallar con nuestras verdades y normas absolutas, en vez de ayudar a cada uno, en su ámbito, a encontrar el camino que le haga crecer partiendo de su situación real. No sé si hemos caído en la cuenta que no se nos pide salar o iluminar, sino ser sal,ser luz. El matiz tiene su importancia. La tarea fundamental de cada uno está dentro de él mismo, no fuera. La preocupación de cada uno debe ser alcanzar la plenitud humana. Si eres sal, todo lo que toques quedará sazonado. Si eres luz, todo quedará iluminado a tu alrededor. Con demasiada frecuencia nos creemos luz y sal, pero sin darnos cuenta de que hemos perdido toda capacidad de salar e iluminar, porque somos sal sosa y luz extinguida. En el último párrafo del pasaje evangélico hay una enseñanza esclarecedora. ¿Cómo debemos ser sal y luz? “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz para trasmitir el mensaje es la acción, son las obras. Una actitud verdaderamente evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina muy elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra propia ideología o manera de entender la realidad. Son obras lo que nos pide el evangelio. Enseñando doctrinas, por muy sublimes que sean, no cumplimos el evangelio. Obligando a los demás a cumplir unas normas morales, no cumplimos el evangelio. Pero también aquí podemos caer en la trampa. Nuestras obras, nuestras acciones, con demasiada frecuencia no salen de dentro, sino que se nos imponen desde fuera. Son una programación. Nuestras "obras buenas" están programadas; vamos a misa, confesamos, comulgamos, damos una limosna, visitamos a un enfermo, etc. El resto de nuestras obras no tienen nada que ver con el evangelio de Jesús. Esas obras programadas no nos servirán de nada. El resto de las obras, las que nacen espontáneamente de nuestro interior, están delatando nuestra falsedad. Esta es la razón por la que nuestras peroratas y discursos no convencen a nadie. Las obras que son exclusivamente fruto de una programación externa, no ayudan a los demás a encontrar su propio camino. Sólo cuando esas obras son reflejo de una actitud vital auténtica, servirán de cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior, solo puede llegar a los demás a través de las obras. Yo mismo me conoceré a través de las obras. Constantemente estoy oyendo quejas de que los jóvenes abandonan las prácticas religiosas. ¿Tienen ellos la culpa? ¿No son más bien nuestras prácticas completamente vacías y carentes de autenticidad las que terminan por desanimarlos? Los jóvenes abandonan la religión, porque no ven relación alguna entre lo que decimos creer y lo que practicamo s. En las obras espontáneas de cada día es donde tenemos que dar cuenta de nuestra fe. Si no es así, estamos haciendo el ridículo desde el punto de vista personal, pero además, no conseguiremos trasmitir nuestros valores ni siquiera a los seres más queridos. Meditación-contemplación Puedo desplegar mi capacidad de sazonar o puedo seguir toda mi vida siendo insípido. Puedo vivir encendido y dar calor y luz o puedo estar apagado y llevar frío y oscuridad a todas partes. …………………… Soy sal para todos los que me rodean en la medida que hago participar a otros de mi plenitud humana. Soy luz en la medida que vivo en mi verdadero ser y muestro a otros el camino que les puede llevar a ser. …………………….. No intentes sazonar antes de convertirte en sal, solo conseguirás comunicar tu insustancialidad. No intentes dar luz, antes de arder. Solo conseguirás atormentarte. “Las personas suelen hallarse atrapadas por la vida, atrapadas por el universo, porque creen estar dentro del universo y que, en consecuencia, éste puede aplastarles como si de un bicho se tratase. Pero esa suposición es falsa porque usted no está en el universo, sino que es el universo el que está en usted.
La creencia habitual es la siguiente: mi conciencia está en mi cuerpo (fundamentalmente en mi cabeza); mi cuerpo está en esta habitación, y esta habitación está en el espacio que me rodea, el universo mismo. Y, si bien esto es cierto desde la perspectiva del ego, resulta, no obstante, completamente falso desde el punto de vista del Yo. Cuando yo descanso en el Testigo, en el Yo-Yo sin forma, resulta evidente que, en este mismo instante, yo no estoy en mi cuerpo, sino que mi cuerpo está en mi conciencia. Yo soy, por consiguiente, conciencia. Cuando descanso en el Testigo, en el Yo-Yo sin forma, resulta evidente que en este mismo instante, yo no estoy en esta casa, sino que esta casa es la que está en mi conciencia. Yo soy el Testigo puro en el que emerge ahora mismo esta casa. Yo no estoy en esta casa, sino que esta casa está en mi conciencia. Yo soy, por tanto, conciencia. Cuando miro fuera de esta casa al espacio circundante -tal vez una gran extensión de tierra, una gran apertura al cielo, otras casas, calles y automóviles-, cuando miro, en suma, al universo que me rodea y descanso en el Testigo, en el Yo-Yo sin forma, resulta evidente que, en este mismo instante, yo no estoy en el universo, sino que el universo está dentro de mi conciencia. Yo soy el Testigo puro en el que ahora mismo emerge el universo. Yo no estoy en el universo sino que es el universo el que está en mi conciencia. Yo soy, por consiguiente, conciencia. Es cierto que la materia física de su cuerpo se halla dentro de la materia de la casa y que la materia de la casa se halla dentro de la materia del universo. Pero usted es algo más que materia, usted no es sólo algo físico, usted también es Conciencia y la materia no es más que un cascarón externo. Cuando el ego adopta el punto de vista de la materia queda atrapado en la materia y se ve, por tanto, torturado de continuo por el aspecto físico del dolor. Pero el dolor también emerge en su conciencia y usted puede hallarse en el dolor o, cuando descansa en la inmensidad de la Vacuidad pura que constituye su identidad más profunda, puede darse cuenta de que es el dolor el que se halla en usted, de que es usted el que rodea el dolor y de que, en consecuencia, lo trasciende. ¿Qué es pues lo que soy? Si me contraigo en el ego, parece que estoy confinado al cuerpo, que, a su vez, está confinado en la casa que, a su vez, está confinada en el inmenso universo que la rodea. Pero cuando descanso en el Testigo -la conciencia abierta, inmensa y vacía - resulta evidente que yo no estoy en el cuerpo, sino que el cuerpo está en mí, que yo no estoy en esta casa sino que la casa está en mí, y que yo no estoy en el universo, sino que el universo está en mí. Todo eso es lo que emerge en el Espacio inmenso, vacío, puro y resplandeciente de la Conciencia primordial, ahora y también ahora y eternamente ahora. Yo soy, por consiguiente, Conciencia”. (Ken WILBER, Diario, Kairós, Barcelona 2000, pp. 194-195). l Evangelio de Mateo nos ha presentado hasta ahora a Jesús enviado de Dios, lleno del Espíritu, la invitación a la conversión y "la mentalidad" de Jesús, las Bienaventuranzas. Inmediatamente después se nos señala nuestra misión, bajo dos signos: la sal y la luz.
El significado es tan sencillo como profundo: la sal sirve para que los alimentos tengan su sabor; la luz sirve para que se pueda ver lo que ya existe. Ambos tienen una sola función: servir para que otras cosas sean válidas, para que sean lo que son. El tema de la luz entronca con una larga tradición en la Escritura. Es una de las líneas fuertes de la revelación: Dios se presenta desde el principio, como luz. o Su primera obra (Génesis 1) es la luz. o Para el pueblo en marcha (Exodo) Dios es la columna de luz que le guía de noche. o Los salmos recogen incesantemente la imagen de Dios, nuestra luz. o Es uno de los temas repetidos en Isaías. Recordemos: § Is.9. "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz" § Is.60. "Levántate, resplandece, Jerusalén, porque viene tu luz" (Textos utilizados en la liturgia de Navidad y Epifanía) Todo esto se recoge ampliamente en todo el NT. hasta culminar siendo uno de los preferidos de Juan para presentar a Jesús: “La Palabra era la luz verdadera..” (Jn.1), "Yo soy la luz del mundo"(Jn.8). De la misma manera, la luz se utiliza como manifestación de la divinidad, de la "Gloria del Señor", desde el Sinaí hasta el nacimiento en Belén, la Transfiguración y la conversión de San Pablo. El signo de la luz adquiere además otras tres connotaciones importantes a lo largo de la Escritura. En primer lugar, el pecado como tinieblas, en los dos sentidos que ya conocemos: tinieblas porque son un alejamiento de la luz, una ignorancia de Dios, una ausencia de la luz que es Dios; y tinieblas como hostilidad a la luz, tema obsesivo en Juan que plantea el Principio de su evangelio como Dios-luz rechazado por las tinieblas. (Recordemos el "es vuestra hora y el poder de las tinieblas"(Luc.22,53) En segundo lugar, los justos como luz. Israel es constituido como luz para los gentiles, tema también querido para Isaías, que constituye una de las líneas de evolución de la "elección". El Pueblo es elegido no para privilegiarlo sino para que sea luz para las naciones. Se le ha dado la luz para iluminar. Esta es la línea que entronca directamente con "La Misión". "Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros. Id y enseñad a todas las gentes...." Pero hay una tercera acepción, que completa definitivamente el mensaje, que empieza a aparecer - más bien tímidamente - en el salmo responsorial, y enlaza con otra línea profunda de la revelación ("Misericordia quiero y no sacrificios"). Dios resplandece en sus obras. Dios es luz para nosotros, ilumina nuestra vida porque es el Salvador. Nosotros tendemos muchas veces a identificar "luz" con "palabra que nos ilumina" o, peor aún, con resplandores celestiales. La luz es Jesús, no simplemente sus palabras, su mensaje, sino todo Jesús, sum manera de actuar, sus criterios, sus valores, sus comportamientos: en eso “resplandece” el Espíritu. Por esta misma razón, el pueblo es luz porque vive en la luz, porque vive las obras de la luz, porque vive libre del pecado, porque vive como hijo. Y por tanto, la luz que ofrecemos a los hombres no es ante todo un mensaje de palabras sino una manera de vivir que convence, que salva, que es capaz de mostrar a todos el sabor de la vida. Esta misma acepción aparece en la lectura de Isaías. El justo resplandece como luz por sus buenas obras, y aquí se señalan ya como buenas obras no precisamente las que hacen relación al culto, sino las que se refieren al prójimo. Es curioso mostrar también cómo el texto mezcla la pureza de este mensaje con una simbología que parece decir que es entonces cuando Dios te escuchará siempre y te dará salud. Evidentemente son símbolos de la amistad con Dios, tomados de una larga tradición anterior. A diferencia del término "luz", el término "sal" no representa en la Escritura una línea especialmente fuerte. Aparece muchas veces, porque la sal es alimento habitual e importante, y también como signo de muerte, pero no forma parte de ninguna línea especialmente cuidada. De hecho, en los evangelios apenas aparece más que en este contexto, y Juan ni siquiera la usa. Es pues un término "nuevo" en esta acepción, podríamos pensar que "inventado" por Jesús. Aunque su paralelo con "luz" en cuanto al significado del mensaje es profundo, nos parece advertir el "sello" de Jesús, esa capacidad suya de entender todas las cosas principalmente por su referencia al Padre, al Reino. Jesús es el más extraordinario creador de parábolas, símbolos, imágenes. El que más increíblemente ha sido capaz de hablar de Dios y del hombre y del Reino utilizando las cosas cotidianas. Esto es más profundo de lo que parece. Las cosas cotidianas, visibles y habituales, tienen una realidad normal, la que conocemos y usamos normalmente, pero son -todas- más en el fondo y con mayor importancia, palabra de Dios. Y Jesús lo ve. Jesús es un auténtico contemplativo en la acción, porque es capaz de ver a Dios en todas las cosas, porque está recibiendo la palabra de Dios habitualmente, por sus sentidos, porque ve al Padre en todas las cosas, y en todas sus acciones le responde. El simbolismo de la sal aquí es extraordinario. Diríamos que no vale para nada por sí sola. Es para añadirse a otro alimento, es para resaltar su sabor. La humilde sal hecha para otros, para que los otros sean ellos mismos, nos parece un signo aún mejor que la luz, que puede parecer más pretencioso. Dos preciosos símbolos, un mensaje de fuerte calado. Pensemos en la luz de la humilde lámpara casera, o mejor aún, de la vela, del cirio. El cirio: un poco de cera y una mecha: inútil y feo, de poco valor. Encendido, es una maravilla. Sirve para saber dónde está cada cosa, por dónde moverme... La oscuridad me paraliza: todo está ahí, pero no puedo ni moverme... Esa pequeña luz "pone las cosas en su sitio", me hace capaz de valerme. Es como una creación. Pero, de todo lo que es el cirio, la luz es, precisamente, lo que no es suyo, lo que recibido de fuera: ha de ser encendido en otra llama. Precioso símbolo nuestro: inútiles y feos si no estamos encendidos en la luz de Jesús. Y la luz nos consume: el cirio da la vida para ser luz: nuestra vida es, entera, para ser luz. "Vosotros sois la luz de la tierra" puede ser un mensaje pedante (¡soy la luz!). Puede ser la definición de nuestra misión ("Si no me consumo en ser luz, no valgo para nada"). La sal sólo se nota si falta o sobra. Un mundo sin Dios no tiene sabor. La fe, la Palabra, ponen el sabor. Pero su sabor, no un sabor añadido. La fe, la palabra "descubren" el propio sabor de las cosas, como la luz no pone nada, sino que hace ver lo que cada cosa es. Si sobre la sal, todo se hace incomestible. Su sabor, que ni falte ni sobre.... ¡el genio de Jesús!. Podemos reflexionar en nosotros la Iglesia, quizá velas apagadas o sal sin sabor que para nada sirve; quizá sal que quiere dar su propio sabor de sal a las cosas... sin reconocer que las cosas tienen su sabor, que solamente hace falta iluminarlas para que luzcan sus colores, aderezarlas un poco para que surja su sabor. Pero, completando a Isaías, todo esto no se hace con palabras, con ritos, con ceremonias, con ayunos, con sacrificios... Se hace simplemente siendo austeros, limpios de corazón, misericordiosos, trabajadores por la justicia... Sobran palabras sobre la luz, faltan cirios. Sobran tratados de cocina sobre la sal. Falta poner sal en mi propia vida. Sobra predicar la palabra, falta ser palabra; sin gritar, que nos pasamos de sal, pero dejando que mi vida se consuma en ser luz. Ningún texto del Evangelio muestra a Jesús en grandes ceremonias del Templo, en sacrificios rituales. Terminado su ayuno en el Monte de la Tentación, no se le muestra como un asceta espectacular. Ora por las noches en soledad, pero está constantemente hablando al padre y del Padre. Cura constantemente, rompe ritos y leyes y tabúes por curar y consolar, desprecia cumplimientos... pero actúa, constantemente: no solo oímos de sus labios palabras estupendas sino que - sobre todo - vemos actuar en Él la Fuerza del Espíritu. Jesús sí que es para nosotros cirio encendido, que se quema para iluminar. Jesús sí que es la sal que da sabor a todo, a vivir, trabajar, descansar, triunfar y fracasar, estar sano y enfermo, morir... a todo: toda nuestra vida tiene sabor por Jesús, nuestra sal. Sobre la pedantería de "creerse luz de los demás". Puede ser realmente molesto para cualquier persona sentirse así, y más aún para el considerado "tinieblas". ¿Cómo puede una persona normal ir por la vida "creyéndose luz" de los otros? Me parece que existe esta mentalidad en algunos cristianos, y que es muy desagradable. El enfoque correcto es muy diferente. En primer lugar, porque nuestra luz no es propia. No tiene sentido creerse algo por haber recibido la luz. Somos como un cirio: cera y mecha: completamente inútiles si no se enciende: y la luz no es del cirio, es recibida. Además, no nos han dado la luz sino porque hace falta en el mundo: haber recibido una misión no nos hace mejores, sino que nos compromete a más. El complemento de esta imagen de la luz está en las parábolas de los Talentos y del fariseo y el publicano. Si alguien tiene cualquier cosa, cualidad, don, propiedad... Dios lo ha puesto en él porque es la manera de dar esas cosas a los hombres. Sólo por eso. Por tanto, la postura correcta es ofrecer con sencillez lo que hemos recibido. Pero hay más. Nadie lo ha recibido todo, y de todos recibimos. Nadie es "La Luz", sino que tiene un poco de luz. Y todos, creyentes y no creyentes nos damos la luz de Dios. Sólo así, dando lo que tenemos y recibiendo lo que nos dan, podemos ser hermanos en el caminar, revelándonos mutuamente a Dios. Pero es muy peligrosa esa "raza" de personas "religiosas" que dan gracias a Dios por ser como son. Deberíamos leer muchas veces la parábola del Fariseo y el Publicano: es una de las interpretaciones más logradas de "psicología religiosa", y, leída a fondo, nos interpela profundamente. Pero es extraordinariamente importante descubrir, bajo estos signos, la revelación de Dios. Luz y Sal: Dios es luz y sal. Luz y sal es resaltar y potenciar todo lo positivo de la vida humana. ¿Quién ha dicho que Dios limita, impide, coarta...? Dios revela, potencia, ilumina, da sabor. La vida humana tiene color y sabor, y con Dios se ve mejor y sabe más. O entendemos así la Revelación de Jesús o estamos estropeando la buena noticia. Y disfrutar con el estilo de Jesús. Ante todo, me gusta Jesús porque no define a Dios, porque no lo expresa en conceptos, sólo con metáforas, porque Dios no cabe en la razón, pero el ser humano es capaz de captarlo mejor que si lo entendiera. Su libro «Islam. Cultura, religión y política» (Trotta) va por la tercera edición y tiene comprometidas traducciones al inglés, francés y árabe. Juan José Tamayo (1946), director de la cátedra de Teología y Ciencias de la Educación Ignacio Ellacuría, secretario de la Asociación de Teólogos «Juan XXIII», analizó ayer en el Antiguo Instituto, invitado por el Comité de solidaridad con la Causa Árabe, algunas de las claves de esa publicación y charló con este diario sobre religión y sociedad.
–En su libro ha esbozado las líneas de una teología islamo-cristiana de la liberación. Habrá quien se extrañe de ver esos dos términos unidos. –Pero la extrañeza surge más bien, creo yo, del desconocimiento que de la imposibilidad de la construcción. Al hablar del Islam, hay quien piensa, más bien, en una teología de la sumisión o de la violencia. Pero es fruto de los estereotipos, que están muy marcados en el imaginario europeo, y especialmente en el español. Todas las imágenes que tenemos del Islam están influidas por una herencia ideológica más que por los hechos. –Una de las ideas recurrentes en Occidente es la supuesta incompatibilidad entre Islam y democracia, a diferencia de lo que ocurriría con el cristianismo. –Hay que matizar. Si ha triunfado la democracia en Occidente no es por el cristianismo. El catolicismo se ha resistido a ella desde la Revolución Francesa hasta los años sesenta del pasado siglo. El Estado de la Ciudad del Vaticano no es, precisamente, un ejemplo de democracia. Es cierto que en Occidente ha triunfado mayoritariamente la democracia, pero pese al propio cristianismo institucionalizado. En el mundo árabe musulmán hay todo tipo de regímenes políticos y modelos de Estado. Hay monarquías absolutas como la saudí, o más abiertas, como la marroquí; hay repúblicas, algunas laicas, como Turquía, y otras islamistas, caso de Irán; hay democracias pluralistas y hay repúblicas multiconfesionales, como Indonesia. No se puede afirmar, por tanto, que en el mundo musulmán hay una uniformidad política, sino que existe el mismo pluralismo en otros espacios geopolíticos. Bien es verdad que muchos de esos estados dejan bastante que desear desde nuestro patrón occidental de democracia. –¿Hay choque de civilizaciones, como concluye Huntington, o sólo incompatibilidad de las ramas fundamentalistas de las religiones? –El fallo de la teoría de Huntington radica, a mi juicio, en que no parte de un análisis de hechos, sino que plantea una construcción ideológica. Si fuera así, el mundo estaría en llamas. Es la construcción ideológica de un sociólogo que utiliza la teoría para legitimar al imperio, a Estados Unidos, y al emperador. Hay una consideración de que el Islam es la religión más violenta, pero es que ninguna se salva. –¿Hay una semilla violenta en las religiones monoteístas? –En su esencia no, pero sí en sus derivaciones. Son religiones que reconocen un solo dios, sin rival. Es un dios único, universal, de los que creen y de los que no. Y es un dios que establece un plan de salvación. –Llevamos años oyendo hablar de la necesidad de un diálogo entre las grandes religiones. ¿Ha habido algún avance y Benedicto XVI ha hecho lo suficiente? –Creo que no. Creo que las iniciativas proceden de instancias separadas de la Iglesia institucional. Creo que la Alianza de las Civilizaciones ha contado con la oposición de la jerarquía católica, porque sigue pensando que la hegemonía le corresponde a ella al encarnar la religión verdadera. Piensa aún que fuera de la Iglesia no hay salvación. Y ahí hay un dogmatismo, un exclusivismo que dificulta a la hora de admitir el valor de religiones y culturas distintas del cristianismo. Para mí, el mayor error de la Iglesia romana es su eurocentrismo, su consideración de que el verdadero cristianismo es el occidental, cuando lo cierto es que nació de una religión oriental. –¿Y en el diálogo de las distintas confesiones cristianas? –Hay una clara parálisis en el diálogo ecuménico o intracristiano. ¿Por qué? Pues por lo que ya he dicho, porque se sigue pensado que la Iglesia católica es la única depositaria del mensaje cristiano, lo que es irrespetuoso y supone una arrogancia. Benedicto XVI se ha referido despectivamente en varias ocasiones a las otras confesiones, salvo a la Iglesia anglicana, con la que le está yendo muy bien. Esa parálisis es preocupante y llama la atención en una persona como Benedicto XVI, que participó en el Concilio Vaticano II. –Volvemos a su libro. En el título reúne las palabras «política» y «religión». Hay quien piensa que hay una incompatibilidad de fondo entre ambos términos. –Claro, pero es una verdad de hecho. La religión nunca ha estado separada de la política. El problema no es la vinculación, porque la religión también es una manifestación pública. Ofrecer una imagen apolítica de la religión es una falacia. –La modernidad es fruto de una lucha constante por separar religión y política. –Pero se equivocó cuando quiso retirar la religión al ámbito privado. –¿No es ahí dónde debe estar? –Es uno de sus lugares prioritarios, pero también tiene un mensaje que llevar a la sociedad. –¿Esta posición no contradice pronunciamientos suyos, como abogar por la retirada de símbolos religiosos de las escuelas? –Eso es otra cosa. El espacio público y el cívico tienen que ser laicos, donde no caben símbolos que confesionalicen ese espacio. Soy un defensor del laicismo como el marco político y jurídico en el que caben todas las religiones y concepciones filosóficas. Pero eso no significa que impida a las religiones que se expresen públicamente sobre cuestiones éticas. Otra cosa es que se interfiera en el ejercicio de los tres poderes del Estado democrático. –¿España ha avanzado en el laicismo, como han denunciado el Papa y otras jerarquías de la Conferencia episcopal? –Es algo que me sorprende. Si habido un Gobierno en los treinta y cinco años de democracia española que ha mantenido e, incluso, incrementado los privilegios de la Iglesia católica ése es el de Zapatero. Ha dado más apoyo económico; siguen las situaciones de ventaja en la enseñanza, haciéndose cargo de 15.000 profesores de religión católica; sigue manteniendo unos acuerdos anacrónicos, y creo que inconstitucionales, con la Santa Sede… Si añadimos que se ha retirado el proyecto de ley de libertad religiosa para agradar a Roma, es una prueba de que Zapatero, lejos de ser un fundamentalista laicista, ha hecho concesiones a la Iglesia católica. –Regresemos a los países musulmanes. ¿No hay una excesiva supeditación de la vida cotidiana la religión? –Sí, creo que es una desmesura. Hay que replantear la relación entre Estado y religión. –¿Turquía puede ser un modelo? –Con un Gobierno islamista moderado ha conseguido para el país las mayores cotas de democracia y defendiendo un Estado laico. Para mí, lo ideal es la separación, en el ámbito de poder, entre religión y Estado. La ética religiosa sólo compromete a los creyentes. –La revuelta de Túnez, protestas en Egipto, personas inmolándose en Marruecos… –Vuelvo a lo de antes. Yo creo que el Estado laico es el que mejor protege la libertad de los ciudadanos y muy especialmente la religiosa. ¿Los procesos para llegar ahí tienen que ser los mismos en todos los países árabe-musulmanes? No necesariamente. A mí me ha llamado la atención que haya sido un partido islamista el que esté garantizando esos espacios laicos en Turquía. Respecto a estas revueltas en países como Túnez o Egipto, me parece muy positivo que no estén lideradas por partidos islamistas. Quienes están promoviendo esos cambios son sectores laicos, no los imanes o los ulemas. Eso es esperanzador y no significa que tengan que se excluidos los partidos islamistas. –¿Cabe que se produzcan procesos que concluyan como en Irán, en teocracias? –Tal como yo lo veo, no. Es cierto que Irán, al principio de la revolución parece que la deriva era laica y, luego, se torció. No sé si cabe o no, pero habría que evitarlo por todos los medios. ¿Cómo? Pues con el apoyo de Occidente, que hasta ahora muestra timidez. –Posiblemente por temor a que regímenes que han metido en cintura al fundamentalismo islamista acaben como Irán. –Pero no puede ser a costa de tener dictaduras como la tunecina, que eliminó a toda la posición. Es el precio que no se puede pagar. –Este año se conmemora el decimotercer centenario de la invasión musulmana de España. ¿Son esperables las tensiones? –Todo lo contrario. Creo que es un motivo de celebración, un acontecimiento que debemos festejar. La llegada del mundo árabe-musulmán supuso un enriquecimiento cultural, una revitalización de la vida política y un espacio para el diálogo y el encuentro entre culturas, religiones, etnias y lenguas. Lamentar, en cambio, que lo que pudo ser un diálogo maravilloso intercultural acabara en guerras. La conmemoración debería ser la base para pensar en una sociedad española en la que quepamos todos sin discriminaciones. JUAN JOSÉ TAMAYO Teólogo, secretario de la Asociación «Juan XIII» «Es positivo que tras las revueltas de Túnez y Egipto no haya imanes o ulemas; hay que evitar que acaben como Irán» «El Estado laico es el que mejor protege las libertades, incluida la religiosa» «Con Benedicto XVI no ha habido avance en el diálogo entre las grandes religiones, ni siquiera entre las confesiones cristianas» «La Iglesia católica ha mantenido e incluso incrementado sus privilegios con el Gobierno de Zapatero» Entrevista publicada en “La Nueva España” Gijón Un “pecado” para el que no hay piedad ni perdón
En nuestra sociedad no es raro constatar momentos en que prevalecen estados de opinión generalizada condicionados negativamente por el ambiente, la cultura o los “medios”, pudiendo generar actitudes y comportamientos exacerbados e injustos que afecten a ciudadanos concretos, con lo que se suele caer en el mal detestable del puritanismo y que a la vez resta crédito a la crítica. Quizás sea un Caín, pero es humano, Y, por él, Dios, celoso, nos pregunta: -Abel, Abel, ¿qué has hecho de tu hermano? (Pedro Casaldáliga) Una noticia sorpresiva La noticia trascendió veloz. Francois Houtart, a sus 85 años, después de 40 años de haber ocurrido, es denunciado por cometer un abuso sexual con un niño de ocho años. La denuncia la hace una prima suya, hermana del niño, precisamente cuando se estaba impulsando la campaña para postular para el sacerdote el Premio Nobel para la Paz. En octubre de 2010, la hermana pasó la información a la oficina CETRI (fundada por el mismo Houtart en la década de los setenta). Houtart renunció inmediatamente a la candidatura y fue paralizada por la comisión organizativa. En el arco de tiempo de más de 60 años, Houtart ha tejido una vida meritoria, de esfuerzo y dedicación, a favor de los más pobres y de los pueblos más explotados y esclavizados por la lógica colonizadora e imperialista. Destacado analista, sociólogo y teólogo ha denunciado los intereses, tramas y procedimientos de una dominación, que ha reportado a miles y aun millones de seres humanos carencias, sufrimientos, humillaciones y marginaciones intolerables. Esa entrega le ha valido sobresalir como una bandera , en torno a la cual, muchos se han unido, acogiendo y promoviendo sus causas y combatiendo a su lado el feroz dominio del Primer sobre el Tercer Mundo. Sin duda, su trabajo desinteresado ha hecho una siembra que ha fructificado en luz, entrega y compromiso de innumerables ciudadanos. Gracias a Houtart, a su esforzada entrega de tantos años, la vida de muchas personas y pueblos ha mejorado y ha evolucionado hacia niveles superiores de conciencia, de solidaridad, de liberación y de bienestar. Resulta natural, por tanto, que servida la noticia, la exclamación espontánea haya sido: ¡Qué lastima! ¡Qué pena! Esta primera impresión no debe borrar el otro aspecto básico de la relación: el daño infligido a la víctima. Como me comentaba un profesor amigo: “Así como el desliz de Houtart no afecta a todo lo bueno que él hizo, también hay que tener en cuenta que todo lo bueno que él hizo no moraliza el delito cometido. Encuadre y significado del hecho Ciertamente, es una pena. Pero quisiera enmarcar el significado de esta pena. Porque la pena, en este caso, parece referirse a él, como si una fuerza ciega lo hubiera fulminado. Es decir, el incidente del abuso sexual – real, pero esporádico, efecto de una imprudencia e irresponsabilidad según ha confesado él mismo, resuelto entonces con acuerdo de Houtart con los padres del niño y silenciado por 40 años- irrumpe ahora como un rayo que mata al autor: social, política y éticamente. La acción del abuso sexual se impondría como monstruosidad absoluta, que borraría la estela luminosa de su vida en beneficio de sus semejantes. “¡Qué lástima!”, parecería deplorar esta injusticia , pero la cargaría como inexorable destino. Son dos, por tanto, los aspectos que conviene evidenciar: por una parte, la severísima condenación que, por lo general, hacen los eclesiásticos sobre las transgresiones sexuales y, por otra, la paradójica tolerancia y ocultamiento que han ejercido sobre los abusos sexuales con menores. El ocultamiento de esos abusos, mantenido por siglos, ha perjudicado a la víctima, ha protegido al transgresor y al lograr publicidad en nuestros días se ha hecho detestable e intolerable, obligando a los responsables a comparecer por vez primera ante la jurisdicción civil y sin que les valga la mera solución del pecado ante el confesor. La justicia civil exige reparar daños y aplicar sanciones al transgresor. Prevenirse contra un puritanismo cruel Es justo y plausible lo que la sociedad demanda ante los abusos de este tipo: nadie, sea quien sea, queda exento del tribunal de la Justicia. Al demolerse la cobertura cómplice de la clandestinidad mantenida por el sistema, puede ocurrir que el transgresor sea ahora escarnecido y maltratado más allá de los límites de la justicia. Me temo que es esto lo que pueda ocurrirle a Houtart, marcado con el irremisible sello de la exclusión y sin que puedan redimirle sus muchos y enormes méritos acumulados. Desgraciadamente, la hegemonía y prepotencia del poder eclesiástico y la primacía ético-jurídica ejercida en los países de Occidente, le han permitido elaborar un sistema propio de leyes y procedimientos que lo sustraían a la jurisdicción civil y le conferían autonomía en su aplicación. Hoy, en una sociedad democrática, todos somos regidos por un mismo Derecho y sin que ningún credo religioso pueda servir de escape o exención para el cumplimiento de lo que son derechos y deberes cívicos universales. Desde esta perspectiva, no resulta difícil entender que si, antes, al transgresor, le amparaba y defendía el sistema, ahora, tras minarlo en su capacidad de autonomía y responsabilidad individuales, lo deja solito e indefenso y, encima, le aplicará el rigor que ha ejercido sobre las otras transgresiones sexuales. Se le aplicará con toda probabilidad una desproporcionada justicia; desproporcionada por la absolutización del abuso y por contraposición a otros “pecados” sociales mucho más graves y en los que la complicidad, la indulgencia, el perdón o la amnistía actúan con una medida distinta. El trasfondo cultural de esta extrema severidad de la moral sexual Y es aquí a donde quería llegar con estas mis reflexiones: descubrir la injusticia de un sistema que, por una parte, minusvalora, oculta y absuelve abusos sexuales que dañan profundamente al prójimo y, por otra, ensalza el puritanismo más cruel al sobrevalorar la gravedad de los pecados sexuales y perseguirlos con inusual rigor. Está claro que en medio de todo, anda como sujeto de lo bueno y lo malo, la condición humana, débil y transgresora, y también la cultura que la condiciona y reviste de peculiar pecaminosidad en cada momento y situación de la historia. La contradicción a que me refiero viene de siglos. Bastaría señalar como síntoma de esta contradicción el que en relación a ningún otro pecado se encuentra en la literatura eclesiástica la denominación de pecado nefando (innombrable) como se aplica al hecho del “pecado” homosexual. Tan es así que los padres, de tener que elegir, optarían porque su hijo fuera delincuente antes que homosexual. Y la masturbación se la consideraba como más grave que la fornicación, por ser aquella “contra naturam” y ésta “secundum naturam”. Pienso que esta calificación ética, aplicada al campo sexual, puede entenderse si analizamos la marcha de los cambios culturales en los últimos siglos. Poco a poco la ignorancia, el miedo, y la represión han ido supliéndose por el conocimiento, el amor y la liberación. Y es que, en la cultural occidental, -y no sólo en ella- el sustrato de nuestra cultura lleva incorporados elementos remotos de dualismo atroz entre la materia y el espíritu, teniendo a la primera como innoble y degradante y al segundo como noble y enaltecedor. La perfección humana, vista desde la óptica humana y también cristiana, estaba en proporción al grado de adhesión al espíritu y de desapego al cuerpo. Nada había tan opuesto a Dios y que nos alejara tanto de El como el ejercicio de la sexualidad. El camino perfecto era la abstinencia, el celibato, la castidad. De donde surgían dos caminos desiguales: el celibato como camino de primer orden y el matrimonio como camino de segundo orden. La castidad, virtud angelical, era la virtud reina y la caridad, virtud central y primera, la virtud súbdita. Durante siglos se mantuvo como norma la de que, en materia sexual, todo pecado era grave, no había parvedad de materia. En cualquier tipo de pecado podía haber un más o un menos; aquí no, todo era grave. Se podía ser un poco rencoroso, un poco envidioso, un poco orgulloso, ¿un poco lujurioso?, no. Y, así, los pecados sexuales fueron acaparando la totalidad de la moral , siendo los únicos que acababan por ser llevados al confesionario y allí recibir severas amonestaciones y obsesivos controles. Pasos para superar la cultura recibida 1.La reducción de la ética al ámbito sexual. La reducción de la ética a la ética sexual, fue una operación intelectualmente mediocre y de efectos psicológicamente devastadores. La cristiandad andaba al acecho de las faltas y transgresiones sexuales, consumiendo en autoexámenes neuróticos energías personales y, a su vez, adormecida y alejada de la conciencia de otras transgresiones que afectaban a la raíz y centro de la existencia: amor, igualdad, justicia, solidaridad, sinceridad, ternura, misericordia, etc. No aparece que este rigorismo tenga base en el Evangelio , ni en el sentido profundo de la ética humana. Pero, se ha impuesto de hecho, determinando en las conciencias y en la sociedad mecanismos de extrema crueldad y normas de desmesurada y ridícula represión sexual. Pueden darse diversas explicaciones a este rigorismo. Y no resulta irrelevante la razón de quienes pretenden atribuirlo a un secreto poder coercitivo, que provendría de quienes, guardianes de lo sagrado, consideran el mundo de la sexualidad como el más opuesto a la Divinidad y el que representa la mayor degradación de la persona. La raíz de la represión cobraría legitimación en la convicción de estar luchando por la “dignidad” humana, que demandaría repudiar el ejercicio mismo de la sexualidad. ¿La fuente de tal severidad sería la enseñanza y práctica de Jesús o la voluntad vindicativa de cuantos, frustrados, y luego entregados a servir más y mejor a Dios, consideran la sexualidad como camino indigno e incompatible para unirse a él? Explica también el hecho, saber que nunca a la sexualidad se le ha reconocido el intrínseco valor del placer, justificándolo únicamente como subordinado al proceso y fin de la procreación: “Tota enim quanta est (la relación sexual) propter generationem”, recogía el manual del moralista Arregui, libro de cabecera de los confesores. El placer sexual, en sí mismo, no era ético, era indigno y reprobable, pecado . La “animalidad” de la relación sexual eclipsaba la grandeza de una relación personal e interpersonal unitaria, donde el amor era vivido y experimentado a través de las redes y poros del cuerpo, sin necesidad de tener que ser justificado por su conexión y dependencia de la procreación. Otra razón de esta especial severidad la ven otros en que la intensidad del placer sexual amenazaría con identificarse con la felicidad misma. En lugar de considerarlo un elemento parcial de esa felicidad se lo constituiría en razón y centro absoluto de la misma, lo cual atentaría contra el mensaje mismo del Evangelio que coloca la felicidad en el seguimiento de Jesús, con la última y eterna posesión de la felicidad de Dios. La solución dada no parece haber sido atinada, pues para evitar el posible riesgo de una posible absolutización del placer, se ha optado por demonizar la realidad misma del placer, elemento constitutivo e integrativo de la sexualdiad. Y para no caer en el riesgo, se preconiza como óptimo y encomiable el camino de la abstinencia y castidad completas. A más castidad, menos sexualidad; y a menos sexualidad, más virtud y perfección de la persona. 2. Revisión y cambio de modelo cultural Revisar este trasfondo cultural es condición necesaria para rectificar una visión desajustada, que se traduce hacia dentro en obsesión y culpabilidad y hacia fuera en rigor y represión. Lo que va contra la naturaleza, desnaturaliza. Y la naturaleza humana es racional y libre, psicomáticamente unitaria, para relacionarse con conocimiento, amor y respeto con cualquier semejante y también en la relación específica masculino-femenina. Esta unidad racional y responsable de la persona se puede perder y degradar ciertamente por el egoísmo en la manipulación sexual del otro, pero no menos por otras manipulaciones que puedan infligirle daño, humillación, sometimiento, tortura, desprecio, anulación del yo. La erótica del placer, absolutizada, buscada como panacea de la felicidad es un error y un espejismo, pero dicha erótica puede reprimirse y disfrazarse bajo la erótica del poder, el cual suele actuar con dosis incalculables de orgullo, prepotencia y desprecio a quienes lo critican y tratan de ponerle límites razonables. 3. Justicia y magnanimidad ética La convivencia humana necesita una regulación basada en el Derecho, que trata de aplicar la razón y la justicia cuando el conflicto estalla entre ciudadanos. El respeto al otro, si no se ha cumplido, debe ser urgido por la autoridad y normas competentes. De otra manera, la parcialidad y arbitrariedad subjetivas harían imposible la convivencia. Hay una dignidad de todos, unos derechos y obligaciones universales, y unas mediaciones jurídicas que tratan de asegurar en el ámbito externo, lo más posible esa dignidad. Si la sociedad pide que un asesino como José Ignacio Juana de Chaos, -que mató a 25 personas y que confiesa estar dispuesto a volver a matar-, siga en la cárcel es porque nuestro derecho a vivir está amenazado por él y no se hace acreedor al derecho de vivir en libertad. Eso no obsta a que yo piense que él puede cambiar, puede reconocer sus errores, puede regenerarse y ser readmitido a una convivencia positiva. Esta actitud supone una “fe” en el ser humano, en su bondad, en propiciarle condiciones que lo pueden humanizar y, al mismo tiempo, acredita la magnanimidad con que estamos hechos y que nos dispone a proceder, superando las reacciones instintivas contra los fallos humanos. ¿Quién puede autoproclamarse mejor que otro y erigirse en juez sin disponer de la interioridad, circunstancias y tramas de la vida del otro? ¿Podemos estar seguros de que, en las mismas circunstancias, no haríamos nosotros lo mismo? ¿Podría valer para esto lo dicho por San Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor? En ese sentido, la ley no puede asegurar que los sujetos en cuestión, acompañen interiormente el cumplimiento de lo exigido por la dignidad y derechos del otro. En ese terreno son la ética y pedagogía quienes tienen que sembrar reflexiones que hagan nacer actitudes libres y consecuentes de comprensión, de respeto y, si preciso, de enmienda y rectificación. Las personas pueden cambiar, son sujetos que aprenden y han podido ser influenciadas por ideas o comportamientos que deshumanizan a sí mismo y en su relación con los demás. ¿Es descabellado o razonable pensar que no habría transgresión alguna, por muy perversa y cruel que fuera, que no pudiese ser corregida, transformada, devolviendo de nuevo salud y sanidad ética al sujeto que la ha cometido? ¿Y que, desde esa sanación que le permite renacer a lo humano, pueda reintegrarse a la convivencia y ser restaurado y potenciado con su valer en su relación con los demás? 4. Perdonar setenta veces siete A este respecto, conviene señalar que los cristianos se confrontan con una valoración específica ante quien peca o conculca la ley. Es la postura de Jesús: al enemigo incluso hay que perdonarle, y al que te ofende hay que perdonarle setenta veces siete, es decir, siempre. El perdón no depende de que el otro admita su pecado y se arrepienta, aunque es imprescindible de cara a su rehabilitación para la convivencia, sino de saber que su bondad está por encima de la maldad, de que nunca esa disponibilidad para el bien se puede dar por perdida, de que es muy probable que su pecado sea producto más de unas circunstancias adversas que de su propia libertad, de que, en definitiva, nuestro comportamiento adopta el comportamiento de Dios, único en llegar al fondo de las cosas y saber que allí permanece la bondad secreta de su criatura humana, que merece confianza y perdón. La maldad más bien la creamos nosotros, -con nuestros deformados hábitos y justificaciones, con nuestras estructuras deficientes o perniciosas - más que provenir de la íntima realidad del ser humano. 5.Dolor y justicia dentro de la condición y totalidad de cada persona La conclusión no puede ser más obvia e interpelante: la noticia del abuso sexual, en el caso comentado, merece nuestro dolor y reprobación; pero sin perder de vista la condición y totalidad del ser humano que lo realiza. El amor a nuestra propia dignidad exige la vigilancia y reprobación cuando ésta se desmanda, pero los desmanes son diferentes en magnitud y calidad. La verdad humana reclama hacer justicia, lamentar lo que se daña y determinar los pasos para repararlo, no confundir lo que es un mal eventual con otro sistemático, no reducir la total valía de una persona a un acto y no olvidar nunca la medida de lo sensato y razonable. Lo expuesto sobre la severidad y puritanismo acerca de los pecados sexuales, apunta en primer lugar a exorcizar toda una cultura netamente antisexual y represiva, provista de falsos presupuestos y planteamientos y, en segundo lugar, a abrir el corazón a actitudes y reacciones menos virulentas e instintivas y a una educación que comience por comprender más la complejidad y diversidad de las circunstancias de cada vida humana y nos haga confiar más en todos. El puritanismo sexual –tanto individual como colectivo- con su autojustificada reacción de acciones vindicativas y represivas, puede ser muy bien un termómetro de la propia e interior frustración, del miedo y represiones personales acumuladas. Nadie da lo que no tiene: el reprimido da represión; el libre libertad; el muy reprimido da mucha represión y el muy libre da mucha libertad. 6. A Jesús lo mataron los guardianes del poder y de los códigos ético-religiosos. Es curioso, y da que pensar, que Jesús de Nazaret fustigase por encima de cualquier otro pecado el orgullo y la avaricia, la dureza de corazón y la hipocresía, la violencia y humillación de los más pobres ejercidas en nombre de Dios y de la religión, el desprecio de los mas humildes y desfavorecidos, en definitiva la ausencia del amor, la compasión y la ternura. No le mataron ciertamente los humildes y pequeños, los más insignificantes de la sociedad, sino los dirigentes y sabios, los dueños del poder civil y religioso. Sabía El muy bien que en esa esfera, es donde fermentan los pecados más graves, los que se sobreponen a toda consideración, los que son colados como si nada y se los pretende incluso convertir en virtud con apelación a Dios y a la religión o, en versíón más secular, como requisito para lograr la democracia, los derechos humanos, la seguridad de todos. El poder, con su multiforme faz opresiva, actúa en la sociedad, en las estructuras y en las conciencias y acaba por distorsionar demasiadas veces el curso de la existencia individual, de la pareja, de la familia, de la ciudad y de la política, con efectos muy negativos en el desarrollo del ámbito familiar, laboral, social y político. Benjamín Forcano, ( D.N.I. 39614473 D ) Hacia una nueva Catequesis Ecuménica y Ecológica por: Padre Dr. Leonardo Belderrain (Argentina)2/2/2011 Reconciliar Pascua y Carnaval
Comparto con nuestros lectores nuestro programa de catequesis con el fin sumarme a un intecambio con otros catequistas y en la ezperanza que solo creciendo en comunión se pueda hablar de Dios de un modo que inspire a todos los interesados a hacer experiencias cumbres (zazen budismo Tabor cristianismo) Privilegiamos a niños, adolescentes y adultos con alta sensibilidad espiritual. Preparamos para la Primera Comunión y Confirmación, en armonía con la búsqueda de la liberación de nuestros pueblos , procurando la comunión con nuestro cuerpo cultural (con mitos y tradiciones populares), con nuestro cuerpo físico (enseñando a vivir sanamente), con el cuerpo espiritual (cuidando especialmente los vínculos con nuestros ancestros y con nuestros prójimos), y con la naturaleza (enseñando a niños y padres a ser cocreadores y cuidadores de nuestra casa). Todo lo anterior viviendo la comunión eclesial desde la capilla, compartiendo y circulando los bienes espirituales y materiales, desde los countries de la zona sur hasta los asentamientos de inmigrantes bolivianos. Explicamos la historia de la salvación desde el trabajo corporal, desde el movimiento, el canto, la danza y percusión, interiorizando el ritmo y melodías musicales tanto para atacar como para defendernos intentando reconciliar la plenitud del espíritu (pentecostés) con la plenitud del disfrute de los sentidos (carnaval). Educamos en el valor de los sentidos y desde aquellos lugares donde se hace posible la plenitud de la alegría Experiencia de Jesus en medio). Buscando no hacemos esclavos del placer ni del dolor. Intentamos prevenir adicciones, desarrollando hábitos de cuidado de nuestro cuerpo, del universo como casa y de nuestro templo como santuario natural, al que asistimos también cuando es posible con nuestras mascotas. Trabajamos desde nuestra reserva del ECAS la comunión con los animales de la zona. Desde el Museo de La Plata proponemos la observación y análisis de la creación del mundo y sus primeros habitantes y de esta manera ver cómo se articula el discurso de la fe, la ciencia y las culturas mal llamadas paganas. Jerarquizamos en nuestra catequesis personas no creyentes, de otras religiones o de otras iglesias como así también y particularmente, los chicos y adultos con alguna dolencia crónica, con discapacidad y/o apremio económico. Procuramos estar atentos en descubrir en cada chico su espíritu “cristal” o “índigo”. Educamos desde el eneagrama, desde el eneatipo de cada niño y sus padres, con la idea de limpiar el defecto dominante y trabajar la virtud esencial que cada uno posee y la buena convivencia familiar, sabiendo que somos distintos para ser como Dios familia y disfrutarnos como regalo. Buscamos cambiar la imagen que tenemos del Dios de la cultura mecanicista y consumista. De un Dios de afuera, a un Dios de adentro; de un Dios con nosotros del Antiguo Testamento, al Dios “en nosotros” amigo compañero de viaje del Nuevo. También buscamos cambiar la imagen que tenemos de Jesús y de la Iglesia cuando han estado distorsionadas : Algunas comunidades cristianas se han focalizado en defender la divinidad de Jesús. No la negamos, pero nos interesa ante todo su estilo de humanidad ya que cuando sólo se enfatiza el carácter divino de un fundador ( llámese Jesús o Buda) absolutamente superior y distinto a los demás fundadores, y como único salvador de la humanidad, no siempre se hace facil el diálogo entre las religiones. El Dios que aprendemos de Jesús y manisfestamos en nuestra catequesis, es un Dios para niños “cristales”, sin alardes de Dios, oculto, como lo estuvo en Jesús y también lo está, de alguna manera misteriosa en nosotros, vibrante en las fiestas populares, apasionado en nuestras historias de amor, cariñoso con ancianos y niños, sustento amoroso y fundamento de nuestro ser y de todo el universo. Queremos llegar a la divinidad como llegaron los apóstoles, y los místicos, desde lo oculto de los establos (Navidad), desde nuestro compromiso con los excluidos, desde abajo, como Jesús. Nuestra catequesis pone el énfasis más que creer en Jesús, en creer como Jesús creía, más que llenar de oraciones recetadas para niños, vivir a Dios en el amor recíproco, la compasión y el servicio. La Iglesia dejaría, de ser vista como una presunta sociedad perfecta, piramidal y jerárquica, “fuera de la cual no hay salvación”, y se haría más creíble y confiable como una comunidad en la que cristianos y no cristianos, podríamos sentirnos acogidos y en familia, y ello nos ayudaría a aprender a vivir en comunidad, en democracia, en justicia sabiendo que todos podemos aprender de todos usando como herramienta el diálogo fraterno. Transformarnos en una iglesia orgánica, un espacio donde por el amor recíproco usted sea quien es y pueda tranquilamente “sacarse los zapatos”,sin que existan superiores y por lo tanto sin inferiores; un lugar donde el que sabe más, será el que sirva más y no al revés y todos podamos ser constructores de la única familia humana. En el fondo buscamos que su casa sea nuestra capilla y la capilla su casa. Hans Küng, el pensador cristiano censurado por Roma y el teólogo más leído del siglo XX, recibe el doctorado honoris causa de la UNED
“He sido y soy un miembro fiel de la Iglesia. Creo en Dios y en su Cristo, pero no creo en la Iglesia. Rechazo toda equiparación de la Iglesia con Dios, todo infatuado triunfalismo y todo egoísta confesionalismo”. Con esta contundencia se expresa el teólogo Hans Küng a punto de cumplir los 83 años (lo hará en marzo próximo). Ayer, la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) celebró la festividad de Tomás de Aquino entregándole el título de doctor honoris causa. Era una deuda que tenía la universidad española con uno de los pensadores cristianos más relevantes del último siglo. El Papa firmó en 1970 un documento que cuestionaba el celibato “Sería mejor una Iglesia más modesta y sensible a todo lo que la gente piensa” “No es justo que la jerarquía se dedique a atacar a los otros” Küng recibió su primer doctorado honorífico a los 34 años en la Universidad de Sant Louis (Misuri, EE UU), y ha ido acumulando desde entonces otra veintena de las más altas distinciones académicas. Ninguna en España. Ayer le honró la UNED a propuesta de su Facultad de Filosofía, subrayando así su gran talla como filósofo pero, también, el que no haya sido una Facultad de Teología la que otorgase la distinción. Nacido en Sursee (Lucerna, Suiza) el 19 de marzo de 1928, Küng fue definido ayer como “el teólogo más católico” de este tiempo, en el sentido etimológico de la palabra católico (es decir, universal). Lo es por fama, prestigio e influencia, pero también por la difusión de sus obras, que ya suman los 60 títulos, muchos de ellos de más de mil páginas. Manuel Fraijó, el catedrático de Filosofía de la religión en la UNED y encargado de hacer la laudatio del nuevo doctor, lo subrayó recordando cómo fue recibido en 1974 “uno de sus libros más geniales”, Ser Cristiano. “Era -sigue siendo- una obra repleta de información histórica y pasión creyente. Jesús, su historia y su mensaje se acercaron a los hombres y mujeres del siglo XX. Desde él se puede mirar hacia atrás y hacia adelante, hacia Calcedonia y hacia el siglo XXI. El entusiasmo fue generalizado. Sólo disintió una voz: la del magisterio. Los guardianes de la fe parecieron pensar que lo genuinamente cristiano sólo es reconocible en fotografías muy antiguas. Desconfiaron del color, de la innovación, de la chispa, de la originalidad, de la libertad que reflejaba esta obra. Fue, probablemente el libro de teología más leído del siglo XX”, dijo. A Hans Küng lo nombró Juan XXIII teólogo oficial -perito- del concilio Vaticano II cuando aquel apenas había cumplido los 32 años. El carismático Papa había quedado fascinado leyendo la tesis doctoral del joven teólogo, publicada en 1957 con el título La justificación. Doctrina de Karl Barth y una interpretación católica. Küng se atrevía ahí con un tema que, desde los inicios de la reforma de Lutero, había dividido durante siglos a católicos y protestantes, causando guerras y sufrimientos terribles. Tomando como exponente del pensamiento protestante al gran Karl Barth, el joven teólogo mostraba que incluso en un asunto tan maldito -la justificación- era posible el entendimiento entre las dos grandes confesiones. Cuando Küng viajó poco después a Estados Unidos, invitado a hablar de ese libro y de su relevante papel de perito en el Vaticano II, su fama era tal que fue invitado a un almuerzo privado en la Casa Blanca por el presidente Kennedy. Como antes con Tomás de Aquino, o los místicos Juan de la Cruz, Teresa de Jesús e, incluso, Giordano Bruno, a Hans Küng su obra le ha costado muchos disgustos con la jerarquía de la Iglesia romana, que llegó a retirarle la licencia para enseñar teología católica. La orden la dio Juan Pablo II y fue ejecutada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI. “Toda nueva verdad nace como herejía, tanto más cuanto más nueva sea”, subrayó ayer Fraijó citando al jesuita Teilhard de Chardin, otro castigado por la moderna inquisición. Pese a todo, Küng no ha dejado de sentirse miembro de la Iglesia. Nunca tuvo la tentación de abandonarla cuando le llovían censuras y críticas. Pero tampoco renunció a decir lo que pensaba, en cada momento, incluso después de haber sido llamado amistosamente por Benedicto XVI a un largo encuentro meses después de haber sido elegido papa. Habían sido colegas en la Universidad de Tubinga (Alemania) y peritos del concilio, ambos a la misma edad, casi unos chavales. Deslumbrantes por igual, al parecer, Küng y Ratzinger han seguido caminos muy distintos, el primero culminando una obra teológica impresionante, el segundo renunciando a ella por una carrera eclesiástica en el Vaticano que le condujo finalmente al Pontificado. Ayer recordaba Manuel Fraijó que, poco antes de terminar el concilio, Pablo VI llamó a Küng a su despacho privado y le hizo una “oferta de trabajo” que hubiera podido cambiar su biografía. Lo cuenta con envidiable maestría literaria el mismo Küng en el primer volumen de sus memorias, Libertad conquistada. Pablo VI le dice: “Cuánto bien podría hacer usted si pusiera sus grandes dotes al servicio de la Iglesia”. Küng le responde: “¿Al servicio de la Iglesia? Santidad, yo ya estoy al servicio de la Iglesia”. Pero el Papa se refería a la Iglesia específicamente romana. Añadió: “Debe confiar en mí”. Respuesta de Küng: “Yo tengo confianza en Su Santidad, pero no en cuantos están en su entorno”. El Papa le sugirió que no sería necesario que estuviese de acuerdo con todo lo que sucede en la curia romana. Bastaría con adaptarse un poco, con practicar una cierta conformidad. “Küng sospecha que una oferta parecida debió de recibir, por aquellas mismas fechas, el otro gran teólogo joven del momento, su compañero Joseph Ratzinger, con resultados de sobra conocidos. No tendría sentido, en este momento, echar a pelear biografías”, concluyó el profesor Fraijó. Küng hace ahora memoria de su larga vida, a punto de terminar un nuevo libro y mientras avanza en la redacción del tercer tomo de memorias. En España acaba de publicar la editorial Trotta Lo que yo creo, donde contesta en 250 páginas hermosísimas a una pregunta que le hacen de continuo los admiradores: “Con toda sinceridad, señor Küng, ¿en qué cree usted personalmente?”. Esta es una de sus conclusiones: “Durante toda una vida de teólogo me he comprometido a favor de la renovación de la Iglesia y la teología católicas, así como en favor del entendimiento entre las Iglesias cristianas. He podido ser testigo de algunos éxitos, sobre todo bajo Juan XXIII y durante el concilio Vaticano II. Pero también he tenido que encarar reveses, en especial bajo los papas posconciliares. Ellos y su aparato curial del poder traicionaron el concilio reformista y pusieron de nuevo en pie, a fin de bloquear cualquier reforma, el sistema romano, antirreformado y antimoderno, propio de la Edad Media, con un colegio episcopal por entero domesticado”. |
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