Su libro «Islam. Cultura, religión y política» (Trotta) va por la tercera edición y tiene comprometidas traducciones al inglés, francés y árabe. Juan José Tamayo (1946), director de la cátedra de Teología y Ciencias de la Educación Ignacio Ellacuría, secretario de la Asociación de Teólogos «Juan XXIII», analizó ayer en el Antiguo Instituto, invitado por el Comité de solidaridad con la Causa Árabe, algunas de las claves de esa publicación y charló con este diario sobre religión y sociedad.
–En su libro ha esbozado las líneas de una teología islamo-cristiana de la liberación. Habrá quien se extrañe de ver esos dos términos unidos. –Pero la extrañeza surge más bien, creo yo, del desconocimiento que de la imposibilidad de la construcción. Al hablar del Islam, hay quien piensa, más bien, en una teología de la sumisión o de la violencia. Pero es fruto de los estereotipos, que están muy marcados en el imaginario europeo, y especialmente en el español. Todas las imágenes que tenemos del Islam están influidas por una herencia ideológica más que por los hechos. –Una de las ideas recurrentes en Occidente es la supuesta incompatibilidad entre Islam y democracia, a diferencia de lo que ocurriría con el cristianismo. –Hay que matizar. Si ha triunfado la democracia en Occidente no es por el cristianismo. El catolicismo se ha resistido a ella desde la Revolución Francesa hasta los años sesenta del pasado siglo. El Estado de la Ciudad del Vaticano no es, precisamente, un ejemplo de democracia. Es cierto que en Occidente ha triunfado mayoritariamente la democracia, pero pese al propio cristianismo institucionalizado. En el mundo árabe musulmán hay todo tipo de regímenes políticos y modelos de Estado. Hay monarquías absolutas como la saudí, o más abiertas, como la marroquí; hay repúblicas, algunas laicas, como Turquía, y otras islamistas, caso de Irán; hay democracias pluralistas y hay repúblicas multiconfesionales, como Indonesia. No se puede afirmar, por tanto, que en el mundo musulmán hay una uniformidad política, sino que existe el mismo pluralismo en otros espacios geopolíticos. Bien es verdad que muchos de esos estados dejan bastante que desear desde nuestro patrón occidental de democracia. –¿Hay choque de civilizaciones, como concluye Huntington, o sólo incompatibilidad de las ramas fundamentalistas de las religiones? –El fallo de la teoría de Huntington radica, a mi juicio, en que no parte de un análisis de hechos, sino que plantea una construcción ideológica. Si fuera así, el mundo estaría en llamas. Es la construcción ideológica de un sociólogo que utiliza la teoría para legitimar al imperio, a Estados Unidos, y al emperador. Hay una consideración de que el Islam es la religión más violenta, pero es que ninguna se salva. –¿Hay una semilla violenta en las religiones monoteístas? –En su esencia no, pero sí en sus derivaciones. Son religiones que reconocen un solo dios, sin rival. Es un dios único, universal, de los que creen y de los que no. Y es un dios que establece un plan de salvación. –Llevamos años oyendo hablar de la necesidad de un diálogo entre las grandes religiones. ¿Ha habido algún avance y Benedicto XVI ha hecho lo suficiente? –Creo que no. Creo que las iniciativas proceden de instancias separadas de la Iglesia institucional. Creo que la Alianza de las Civilizaciones ha contado con la oposición de la jerarquía católica, porque sigue pensando que la hegemonía le corresponde a ella al encarnar la religión verdadera. Piensa aún que fuera de la Iglesia no hay salvación. Y ahí hay un dogmatismo, un exclusivismo que dificulta a la hora de admitir el valor de religiones y culturas distintas del cristianismo. Para mí, el mayor error de la Iglesia romana es su eurocentrismo, su consideración de que el verdadero cristianismo es el occidental, cuando lo cierto es que nació de una religión oriental. –¿Y en el diálogo de las distintas confesiones cristianas? –Hay una clara parálisis en el diálogo ecuménico o intracristiano. ¿Por qué? Pues por lo que ya he dicho, porque se sigue pensado que la Iglesia católica es la única depositaria del mensaje cristiano, lo que es irrespetuoso y supone una arrogancia. Benedicto XVI se ha referido despectivamente en varias ocasiones a las otras confesiones, salvo a la Iglesia anglicana, con la que le está yendo muy bien. Esa parálisis es preocupante y llama la atención en una persona como Benedicto XVI, que participó en el Concilio Vaticano II. –Volvemos a su libro. En el título reúne las palabras «política» y «religión». Hay quien piensa que hay una incompatibilidad de fondo entre ambos términos. –Claro, pero es una verdad de hecho. La religión nunca ha estado separada de la política. El problema no es la vinculación, porque la religión también es una manifestación pública. Ofrecer una imagen apolítica de la religión es una falacia. –La modernidad es fruto de una lucha constante por separar religión y política. –Pero se equivocó cuando quiso retirar la religión al ámbito privado. –¿No es ahí dónde debe estar? –Es uno de sus lugares prioritarios, pero también tiene un mensaje que llevar a la sociedad. –¿Esta posición no contradice pronunciamientos suyos, como abogar por la retirada de símbolos religiosos de las escuelas? –Eso es otra cosa. El espacio público y el cívico tienen que ser laicos, donde no caben símbolos que confesionalicen ese espacio. Soy un defensor del laicismo como el marco político y jurídico en el que caben todas las religiones y concepciones filosóficas. Pero eso no significa que impida a las religiones que se expresen públicamente sobre cuestiones éticas. Otra cosa es que se interfiera en el ejercicio de los tres poderes del Estado democrático. –¿España ha avanzado en el laicismo, como han denunciado el Papa y otras jerarquías de la Conferencia episcopal? –Es algo que me sorprende. Si habido un Gobierno en los treinta y cinco años de democracia española que ha mantenido e, incluso, incrementado los privilegios de la Iglesia católica ése es el de Zapatero. Ha dado más apoyo económico; siguen las situaciones de ventaja en la enseñanza, haciéndose cargo de 15.000 profesores de religión católica; sigue manteniendo unos acuerdos anacrónicos, y creo que inconstitucionales, con la Santa Sede… Si añadimos que se ha retirado el proyecto de ley de libertad religiosa para agradar a Roma, es una prueba de que Zapatero, lejos de ser un fundamentalista laicista, ha hecho concesiones a la Iglesia católica. –Regresemos a los países musulmanes. ¿No hay una excesiva supeditación de la vida cotidiana la religión? –Sí, creo que es una desmesura. Hay que replantear la relación entre Estado y religión. –¿Turquía puede ser un modelo? –Con un Gobierno islamista moderado ha conseguido para el país las mayores cotas de democracia y defendiendo un Estado laico. Para mí, lo ideal es la separación, en el ámbito de poder, entre religión y Estado. La ética religiosa sólo compromete a los creyentes. –La revuelta de Túnez, protestas en Egipto, personas inmolándose en Marruecos… –Vuelvo a lo de antes. Yo creo que el Estado laico es el que mejor protege la libertad de los ciudadanos y muy especialmente la religiosa. ¿Los procesos para llegar ahí tienen que ser los mismos en todos los países árabe-musulmanes? No necesariamente. A mí me ha llamado la atención que haya sido un partido islamista el que esté garantizando esos espacios laicos en Turquía. Respecto a estas revueltas en países como Túnez o Egipto, me parece muy positivo que no estén lideradas por partidos islamistas. Quienes están promoviendo esos cambios son sectores laicos, no los imanes o los ulemas. Eso es esperanzador y no significa que tengan que se excluidos los partidos islamistas. –¿Cabe que se produzcan procesos que concluyan como en Irán, en teocracias? –Tal como yo lo veo, no. Es cierto que Irán, al principio de la revolución parece que la deriva era laica y, luego, se torció. No sé si cabe o no, pero habría que evitarlo por todos los medios. ¿Cómo? Pues con el apoyo de Occidente, que hasta ahora muestra timidez. –Posiblemente por temor a que regímenes que han metido en cintura al fundamentalismo islamista acaben como Irán. –Pero no puede ser a costa de tener dictaduras como la tunecina, que eliminó a toda la posición. Es el precio que no se puede pagar. –Este año se conmemora el decimotercer centenario de la invasión musulmana de España. ¿Son esperables las tensiones? –Todo lo contrario. Creo que es un motivo de celebración, un acontecimiento que debemos festejar. La llegada del mundo árabe-musulmán supuso un enriquecimiento cultural, una revitalización de la vida política y un espacio para el diálogo y el encuentro entre culturas, religiones, etnias y lenguas. Lamentar, en cambio, que lo que pudo ser un diálogo maravilloso intercultural acabara en guerras. La conmemoración debería ser la base para pensar en una sociedad española en la que quepamos todos sin discriminaciones. JUAN JOSÉ TAMAYO Teólogo, secretario de la Asociación «Juan XIII» «Es positivo que tras las revueltas de Túnez y Egipto no haya imanes o ulemas; hay que evitar que acaben como Irán» «El Estado laico es el que mejor protege las libertades, incluida la religiosa» «Con Benedicto XVI no ha habido avance en el diálogo entre las grandes religiones, ni siquiera entre las confesiones cristianas» «La Iglesia católica ha mantenido e incluso incrementado sus privilegios con el Gobierno de Zapatero» Entrevista publicada en “La Nueva España” Gijón
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