Hans Küng, el pensador cristiano censurado por Roma y el teólogo más leído del siglo XX, recibe el doctorado honoris causa de la UNED
“He sido y soy un miembro fiel de la Iglesia. Creo en Dios y en su Cristo, pero no creo en la Iglesia. Rechazo toda equiparación de la Iglesia con Dios, todo infatuado triunfalismo y todo egoísta confesionalismo”. Con esta contundencia se expresa el teólogo Hans Küng a punto de cumplir los 83 años (lo hará en marzo próximo). Ayer, la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) celebró la festividad de Tomás de Aquino entregándole el título de doctor honoris causa. Era una deuda que tenía la universidad española con uno de los pensadores cristianos más relevantes del último siglo. El Papa firmó en 1970 un documento que cuestionaba el celibato “Sería mejor una Iglesia más modesta y sensible a todo lo que la gente piensa” “No es justo que la jerarquía se dedique a atacar a los otros” Küng recibió su primer doctorado honorífico a los 34 años en la Universidad de Sant Louis (Misuri, EE UU), y ha ido acumulando desde entonces otra veintena de las más altas distinciones académicas. Ninguna en España. Ayer le honró la UNED a propuesta de su Facultad de Filosofía, subrayando así su gran talla como filósofo pero, también, el que no haya sido una Facultad de Teología la que otorgase la distinción. Nacido en Sursee (Lucerna, Suiza) el 19 de marzo de 1928, Küng fue definido ayer como “el teólogo más católico” de este tiempo, en el sentido etimológico de la palabra católico (es decir, universal). Lo es por fama, prestigio e influencia, pero también por la difusión de sus obras, que ya suman los 60 títulos, muchos de ellos de más de mil páginas. Manuel Fraijó, el catedrático de Filosofía de la religión en la UNED y encargado de hacer la laudatio del nuevo doctor, lo subrayó recordando cómo fue recibido en 1974 “uno de sus libros más geniales”, Ser Cristiano. “Era -sigue siendo- una obra repleta de información histórica y pasión creyente. Jesús, su historia y su mensaje se acercaron a los hombres y mujeres del siglo XX. Desde él se puede mirar hacia atrás y hacia adelante, hacia Calcedonia y hacia el siglo XXI. El entusiasmo fue generalizado. Sólo disintió una voz: la del magisterio. Los guardianes de la fe parecieron pensar que lo genuinamente cristiano sólo es reconocible en fotografías muy antiguas. Desconfiaron del color, de la innovación, de la chispa, de la originalidad, de la libertad que reflejaba esta obra. Fue, probablemente el libro de teología más leído del siglo XX”, dijo. A Hans Küng lo nombró Juan XXIII teólogo oficial -perito- del concilio Vaticano II cuando aquel apenas había cumplido los 32 años. El carismático Papa había quedado fascinado leyendo la tesis doctoral del joven teólogo, publicada en 1957 con el título La justificación. Doctrina de Karl Barth y una interpretación católica. Küng se atrevía ahí con un tema que, desde los inicios de la reforma de Lutero, había dividido durante siglos a católicos y protestantes, causando guerras y sufrimientos terribles. Tomando como exponente del pensamiento protestante al gran Karl Barth, el joven teólogo mostraba que incluso en un asunto tan maldito -la justificación- era posible el entendimiento entre las dos grandes confesiones. Cuando Küng viajó poco después a Estados Unidos, invitado a hablar de ese libro y de su relevante papel de perito en el Vaticano II, su fama era tal que fue invitado a un almuerzo privado en la Casa Blanca por el presidente Kennedy. Como antes con Tomás de Aquino, o los místicos Juan de la Cruz, Teresa de Jesús e, incluso, Giordano Bruno, a Hans Küng su obra le ha costado muchos disgustos con la jerarquía de la Iglesia romana, que llegó a retirarle la licencia para enseñar teología católica. La orden la dio Juan Pablo II y fue ejecutada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI. “Toda nueva verdad nace como herejía, tanto más cuanto más nueva sea”, subrayó ayer Fraijó citando al jesuita Teilhard de Chardin, otro castigado por la moderna inquisición. Pese a todo, Küng no ha dejado de sentirse miembro de la Iglesia. Nunca tuvo la tentación de abandonarla cuando le llovían censuras y críticas. Pero tampoco renunció a decir lo que pensaba, en cada momento, incluso después de haber sido llamado amistosamente por Benedicto XVI a un largo encuentro meses después de haber sido elegido papa. Habían sido colegas en la Universidad de Tubinga (Alemania) y peritos del concilio, ambos a la misma edad, casi unos chavales. Deslumbrantes por igual, al parecer, Küng y Ratzinger han seguido caminos muy distintos, el primero culminando una obra teológica impresionante, el segundo renunciando a ella por una carrera eclesiástica en el Vaticano que le condujo finalmente al Pontificado. Ayer recordaba Manuel Fraijó que, poco antes de terminar el concilio, Pablo VI llamó a Küng a su despacho privado y le hizo una “oferta de trabajo” que hubiera podido cambiar su biografía. Lo cuenta con envidiable maestría literaria el mismo Küng en el primer volumen de sus memorias, Libertad conquistada. Pablo VI le dice: “Cuánto bien podría hacer usted si pusiera sus grandes dotes al servicio de la Iglesia”. Küng le responde: “¿Al servicio de la Iglesia? Santidad, yo ya estoy al servicio de la Iglesia”. Pero el Papa se refería a la Iglesia específicamente romana. Añadió: “Debe confiar en mí”. Respuesta de Küng: “Yo tengo confianza en Su Santidad, pero no en cuantos están en su entorno”. El Papa le sugirió que no sería necesario que estuviese de acuerdo con todo lo que sucede en la curia romana. Bastaría con adaptarse un poco, con practicar una cierta conformidad. “Küng sospecha que una oferta parecida debió de recibir, por aquellas mismas fechas, el otro gran teólogo joven del momento, su compañero Joseph Ratzinger, con resultados de sobra conocidos. No tendría sentido, en este momento, echar a pelear biografías”, concluyó el profesor Fraijó. Küng hace ahora memoria de su larga vida, a punto de terminar un nuevo libro y mientras avanza en la redacción del tercer tomo de memorias. En España acaba de publicar la editorial Trotta Lo que yo creo, donde contesta en 250 páginas hermosísimas a una pregunta que le hacen de continuo los admiradores: “Con toda sinceridad, señor Küng, ¿en qué cree usted personalmente?”. Esta es una de sus conclusiones: “Durante toda una vida de teólogo me he comprometido a favor de la renovación de la Iglesia y la teología católicas, así como en favor del entendimiento entre las Iglesias cristianas. He podido ser testigo de algunos éxitos, sobre todo bajo Juan XXIII y durante el concilio Vaticano II. Pero también he tenido que encarar reveses, en especial bajo los papas posconciliares. Ellos y su aparato curial del poder traicionaron el concilio reformista y pusieron de nuevo en pie, a fin de bloquear cualquier reforma, el sistema romano, antirreformado y antimoderno, propio de la Edad Media, con un colegio episcopal por entero domesticado”.
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