Respeto profundamente cualquier otro comentario que se haga del evangelio de hoy, pero no debe distraernos Juan Bautista, para captar mejor el mensaje central.
Una cosa es que tengamos una experiencia profunda y otra que tengamos los recursos apropiados para explicarla o compartirla. Cuando no encontramos las palabras apropiadas, recurrimos a las imágenes, símbolos, expresión corporal, música o danza… Los evangelistas nos repiten una y otra vez que Jesús, en diferentes momentos de su vida, tuvo la experiencia de ser Hijo Amado. Y punto. El resto son envoltorios que hay que quitar. Para que las primeras comunidades cristianas se hicieran una idea de lo que pudo experimentar Jesús, los evangelistas tuvieron el detalle de recurrir al lenguaje y a los símbolos propios de las teofanías. Sin duda, ayudaron a sus oyentes y a sus lectores. Hoy, en 2019, nos sobran los cielos abiertos, la paloma, las voces y todos los “efectos especiales” que van unidos al bautismo de Jesús. Corremos el riesgo de quedarnos con el envoltorio y pensar que la vida de Jesús transcurrió entre ángeles, nubes, voces y facilidades de todo tipo. La experiencia personal de ser y sentirnos hij@s amad@s¿marca un antes y un después en nuestra vida? ¿Hasta qué punto es la experiencia fundante, la raíz de nuestra vida cristiana? Sentirnos amad@s ¿impulsa nuestro comportamiento moral? San Agustín lo entendió muy bien: “Ama y haz lo que quieras”. ¿Hemos descubierto que el Amor nos ama? Si no lo hemos descubierto, o lo olvidamos, nuestro discurso moral se convierte en una retahíla de normas y mandamientos. Puede llevarnos a los escrúpulos o a concebir el seguimiento de Jesús como un código de la circulación que nos ayuda a movernos por la vida, con la amenaza de que puede caernos “una multa o un castigo divino” en cualquier descuido. Jesús no respetó el sábado reiteradas veces, se saltó leyes de pureza ritual, anduvo con compañías poco respetables… pero amó hasta el extremo. En sus entrañas estaba el manantial del Amor, que recibía el agua del Abbá. En el bautismo se entrelazaron y confluyeron más aún sus caudales. El sacramento del bautismo es uno de los muchos caminos que pueden ayudarnos a descubrir que somos hijos e hijas amados. Pero, en nuestra vida diaria ¿qué conexión hay entre estar bautizados y sentirnos amados, como Jesús? Ojalá, al leer o escuchar el evangelio de hoy, sintamos una sacudida y nos demos por aludidos. Ojalá el Espíritu Santo nos ayude a comprender que somos hijos e hijas, no siervos; y que hemos sido gratuitamente salvados. Si descubrimos también que todo ser humano es hijo amado, se habrá producido un milagro.
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Nadie debiera cerrar a nadie ningún camino, menos el camino apasionante, largo y venturoso de una vida joven. Nuestras hermanas, compañeras, hijas… deberían poder correr hasta que se acaben los horizontes, libres hasta el infinito sin mirar a los rincones. Ningún temor debería asaltar su gozoso trotar, su pensamiento echado también a volar. Pienso en el mundo que se le negó, en los niños que la aguardaban junto a la pizarra, en los viajes por los que suspiraba y cuyo billete no llegó a acariciar en el bolsillo…
Pienso en esa justa rebeldía que incendia toda nuestra geografía, en ese punto final urgente que hay que poner a tanta historia de abuso, agresión y explotación. Pienso en las mujeres y hombres valientes que se levantan en toda España por la vida, contra ese machismo tantas veces insaciable, demasiadas veces feroz. Al extraviado también será preciso abrazar. El asesino también merece nuestro regazo. No faltaré a quien pese a todo, no deja de ser mi congénere, mi hermano sufriente, fatalmente equivocado. Pienso también en él, en su terrible despertar. Puede haber algo más atroz que levantarse una mañana con ese inconmensurable peso en la conciencia, salir de un coche esposado y que te caiga toda la entera rabia del mundo. Mis brazos también son para él, para el salvaje humano. La compasión que trata de hacerse sitio en mí, no se pelea con la clara y radical denuncia, más bien se complementan. Abrazo la miseria, que en algún tiempo remoto, en alguna caverna apartada quizás también fue mi miseria… ¿Qué sabemos de nuestras prehistorias? Se puede comprender, pero no plenamente justificar, el revanchismo que aflora estos días en las Redes sociales. Luchar firmes, rotundas/os, infatigables por el correr libre, contra el miedo, por la integridad de nuestras compañeras, por la vida siempre sagrada es nuestro urgente deber, nuestro firme compromiso; desnudar esa lucha de todo rencor, constituye también nuestro más alto y difícil desafío. Representa titánica prueba de desbordado altruismo. Habrá que intentarlo. Mil veces lo olvidaremos, mil veces nos lo habremos de recordar, sobre todo cuando llega el apartado de sucesos en los telediarios, cuando se derrama la sangre inocente. Hay quien solo bajó a la tierra hace dos mil años para ponernos el más alto listón humano, para recordarnos que incluso había que amar a los enemigos, incluso al aparentemente desalmado de despiadada locura en la cabeza y descontrolado cuchillo en mano. La persona religiosa que camina en dirección a su vocación, al destino elegido, se ve forzada con frecuencia a modificar el rumbo. A veces solo es necesario un cambio en la forma de hacer las cosas. Pero para lograrlo, necesita fe además de tesón. Cuando esto ocurre -fe y tesón- descubrimos que cada mañana atesora una bendición escondida tras el largo camino de aprendizaje y maduración que es la vida, proyectada en origen para convertirse en la mejor posibilidad de cada persona.
Pero si la fe y el tesón no se riegan suficiente y adecuadamente, lo que predominará no es la construcción del sentido vital sino la identificación de Dios con nuestra propia cultura y con los dioses particulares que facilitan el desarrollo del poder (potestas) por encima de la actitud de servidor (minister). Entonces se quiebran el ejemplo y la confianza, que son las dos bases de cualquier convivencia humana sana, también entre cristianos. El ejemplo genera confianza y ambos incardinan la base del verdadero liderazgo humano, el que irradiaba Jesús con amor (auctoritas). En este sentido, uno de los campos peor arados por la institución eclesial es el de los seglares, mayoritarios en número, pero tratados en clave de minoría de edad religiosa durante muchos siglos. Las consecuencias han sido graves al constatar que la institución eclesial es más importante que el Mensaje: imponer en lugar de convencer (zelotismo), clericalismo (paternalismo que busca poder), encastillamiento con los suyos (casta selecta), abuso de autoridad, dureza de corazón... y las dos conductas que más disgustaron a Jesús: hipocresía y falta de misericordia. Cuando sale a la luz algo tan terrible como la pederastia, la actitud de la estructura clerical se revela frente al Papa Francisco, verdadero azote de la hipocresía y el poder estructural que escandalizan a cualquier persona de buena fe. Ocurrió algo parecido con las finanzas vaticanas. Ahora es muy difícil separar tantos siglos de malas praxis de la buena noticia de Jesús. El Papa sorprendió con su Carta al Pueblo de Dios, publicada en plena crisis de la pederastia norteamericana, denunciando al elitismo y autoritarismo eclesial, da igual si es promovido por los clérigos o los laicos, porque favorecen los abusos en la Iglesia. El Papa llega a afirmar que el clericalismo es autoritarismo. Nadie puede acaparar o ignorar la acción del Espíritu en los demás. Esa es la gran tentación de una jerarquía centrada en sí misma: creer que el Espíritu tiene que pasar necesariamente por ella para actuar, dinamizar y dirigir a su Iglesia. Es la gran tentación también del laicado que no se compromete en las realidades que el Evangelio señala, cuando otras muchas personas actúan cristianamente desde su agnosticismo o ateísmo manifestando al Espíritu sin saberlo. Y todo lo anterior cuando más que el homo sapiens el ser humano debería ser llamado homo religiosus (Robert R. Marett) ya que lo sagrado es un elemento en la estructura de la conciencia humana. A pesar de todo, el laicado cristiano está madurando y es verdad que hay motivos para vislumbrar una realidad eclesial diferente ante un clericalismo que también ha entrado en crisis. Es cierto que los laicos y laicas tenemos que sacudirnos pasividades, comodidades e inhibiciones para dedicar tiempo al compromiso activo en la comunidad cristiana y en la sociedad. Pero los presbíteros deben superar el control total de la comunidad y los recelos con los laicos para fomentar un verdadero liderazgo de servicio. La crisis de vocaciones ha agravado el problema, porque no hay vocaciones sacerdotales ¡ni laicales! y la misión de evangelizar solo se produce con el ejemplo. Es falsa la división clásica que separaba a los cristianos en dos sectores: el llamado a una vida de perfección en la consagración de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia), y el de la mayoría laical como cristianos de segunda categoría. Todos estamos llamados a seguir a Cristo y evangelizar según el espíritu de las bienaventuranzas desde los diversos carismas. No hay estados más o menos perfectos, sino formas diversas de escuchar y vivir la llamada al seguimiento según el modelo del mandamiento de la Última Cena. A partir de entonces, Cristo es el gran mediador y maestro que reúne en su persona a los tres: Sacerdote, Profeta y Rey. Y quienes recibimos el bautismo somos proclamados como tales ante el obispo cuando nos confirma los tres derechos y deberes evangélicos adquiridos por el bautismo: testimonio, misión y servicio. Sobre la distribución de los dones del Espíritu nada indica que estén repartidos solo entre los varones. Todo creyente hombre o mujer, judío o gentil, esclavo o liberto, recibe los dones que lo capacitan. Pablo encuentra a cristianas en los lugares de misión y él las respeta a la vez que reconoce y admira su labor. Los prejuicios androcéntricos han intentado rebajar la importancia paulina de la mujer pero "Ya no hay hombre ni mujer porque todos vosotros sois uno en Cristo". Conocemos incluso la existencia de ministerios femeninos en las comunidades cristianas y nuestro santoral, sin ir más lejos, cita a 27 diaconisas: santas Tatiana, Susana, Justina, Irene... La casa de Dios, es de todos y todas por igual; solo es cuestión de tiempo. “Quiero aprender cada vez mejor a ver lo necesario de las cosas como bello; así seré de los que vuelven bellas las cosas. ¡«Amor fati»: que ese sea en adelante mi amor! No quiero librar batalla a lo feo. No quiero acusar, no quiero ni siquiera acusar a los acusadores. ¡Apartar la mirada: que esta sea mi única negación! Y, en definitiva, y en grande, ¡quiero ser, un día, uno que solo dice sí!”.
La última frase de ese texto de La gaya ciencia, del lúcido y penetrante filósofo Friedrich Nietzsche constituye, a mi modo de ver, uno de los modos más acertados de expresar lo que es un modo de vida sabio: “ser uno que solo dice sí”. Si se entiende bien, me parece evidente que el camino de la sabiduría –de la espiritualidad– es un camino de aceptación. Porque lo decisivo es el desde dónde nos vivimos y actuamos, es decir, el dónde estamos posicionados. Y, básicamente, solo se puede estar en dos “lugares”: en el “sí” o en el “no” a la Vida. La sabiduría nos sitúa siempre en el primero de ellos. Situarse ahí significa que hemos comprendido que somos uno con la totalidad –con la propia Vida– y nos reconocemos alineados con ella. El “no”, por el contrario, es sinónimo de resistencia, constricción, retorcimiento y, en último término, ignorancia: porque nace de la creencia de que la Vida –la Totalidad– es algo separado o incluso enfrentado a nosotros, que deberíamos domeñar. Tal vez, una metáfora que lo expresa adecuadamente es aquella del río y los remolinos. En su ignorancia, el remolino puede percibirse como separado de la corriente del río, que ve incluso como amenaza de la que debe defenderse y contra la que ha de protegerse. La realidad, sin embargo, es bien distinta: el remolino no es sino la misma agua del río que, temporalmente, ha adoptado la forma en la que ahora se encuentra. En cuanto lo comprenda, abandonará la resistencia –y el sufrimiento que esta siempre conlleva– y podrá fluir en libertad. Lo que ocurre es que la mente no puede situarse en el “sí” –ni nosotros mismos mientras permanecemos en el estado mental– porque, de acuerdo con el guion por el que se rige, no puede renunciar a la resistencia. Tal guion es sencillo de formular: la vida debe responder a mis expectativas. Cada vez que eso no se cumple, aparece la frustración, el sufrimiento y la resistencia, que no hará sino incrementar la confusión. Mientras estamos identificados con el yo no podremos salir de ese “lugar”, de la confrontación con lo real. Pero hay más. No solo es que no pueda vivir en el “sí”, sino que además confunde la aceptación con la resignación, por lo que tiende a rebelarse incluso violentamente en cuanto escucha hablar de aceptar. Pero la aceptación no tiene nada que ver con la resignación; de hecho, es su opuesto. Resignarse significa claudicar; aceptar es alinearse con lo real, y lleva siempre consigo un dinamismo que se traduce en movilización y acción adecuada, más creativa y eficaz que cuando actuamos desde la frustración. La aceptación –vivir en el “sí” a lo que es– trae de la mano paz, consuelo y acción justa. Porque tal acción no nace de los intereses del ego ni de las expectativas de la mente, siempre alicortas y miopes, sino de la propia Vida que se expresa, a través de la persona, de manera libre y desapropiada. Y la aceptación trae también consigo gratitud. Hasta el punto de que me atrevería a reformular la afirmación nietzscheana con un dicho repetido por otro hombre sabio, Thích Nhất Hạnh: “Por todo lo que ha sido, GRACIAS; a todo lo que venga, SÍ”. Entre el “GRACIAS” y el “SÍ” discurre la vida sabia. ¡FELIZ AÑO 2019! URTE BERRI ON! Siempre que llega el tiempo de Navidad recuerdo las que he pasado en Belén, y extraño particularmente a mis amigas y amigos cristianos palestinos, esos grandes olvidados e incomprendidos por las iglesias de Occidente. Cuando empiezan a llegarme las imágenes de las callejuelas del barrio antiguo y la plaza del Pesebre decoradas para recibir a peregrinos/as de cerca y de lejos, me inunda una mezcla de nostalgia y compasión al ver cómo, en medio de tantas adversidades, la población de Belén –cristiana y musulmana por igual− se esfuerza por recordarle al mundo que allí comenzó la historia de Navidad.
Ese recuerdo se activa, además, porque cada diciembre el movimiento ecuménico Kairós Palestina[1] realiza en Belén su encuentro nacional e internacional para conmemorar un nuevo aniversario de su llamamiento a las iglesias y comunidades del mundo −lanzado en diciembre de 2009− para que les ayudemos a luchar contra la ocupación y colonización de su tierra. Por razones quizás culturales o lingüísticas, el llamado de Kairós Palestina (KP) ha sido mejor escuchado y respondido por las iglesias del mundo anglosajón, sobre todo protestantes −a pesar de que uno de los fundadores y líderes espirituales del movimiento es el Patriarca católico Michel Sabbah (ex Presidente de Pax Christi internacional)−. Precisamente es en la meca del cristianismo sionista, Estados Unidos, donde el llamamiento de KP ha suscitado mayor adhesión. Además de existir una organización hermana (Kairós USA), cada año nuevas iglesias o comunidades de fé en ese país declaran su solidaridad aprobando medidas de boicot o desinversión contra compañías israelíes o multinacionales que lucran con el statu quo, tal como nos piden nuestras hermanas y hermanos de Palestina −que integran el movimiento BDS junto a decenas de organizaciones de la sociedad civil palestina−. “Occidente no nos comprende” Hace un par de años, estando en Madrid, me invitaron a compartir mi experiencia en Palestina con un grupo de jóvenes católicos/as que estaba en un retiro de formación y sensibilización. Cuando les pregunté si sabían en qué idioma rezan las cristianas y cristianos en Palestina, se hizo un gran silencio. Nadie supo decir: “En árabe”. Ese silencio resume para mí el desconocimiento que existe en nuestras iglesias sobre esa comunidad cristiana autóctona, la más antigua del mundo. Y que persiste aún entre quienes visitan Tierra Santa según el esquema tradicional (a menudo controlado por Israel), que nunca incluye encuentros con quienes se consideran “piedras vivientes” y herederos directos de los seguidores y seguidoras de Jesús de Nazaret. Esa indiferencia, ignorancia o incomprensión de las iglesias occidentales hacia la situación de la comunidad cristiana palestina es perfectamente funcional a los intereses del régimen israelí y del movimiento sionista mundial, que instrumentaliza la religión –como viene haciendo desde su misma fundación− para presentarse como el baluarte que defiende el “mundo libre” (occidental y judeocristiano) del avance del Islam bárbaro. Pero la narrativa de las y los cristianos palestinos desmiente ese relato falaz, al denunciar que la persecución, represión y negación de derechos fundamentales del régimen israelí hacia la población palestina no distingue entre musulmanes o cristianos, y les afecta por igual. Las comunidades y familias cristianas también sufren el bloqueo y los bombardeos en Gaza, el robo de tierras, el avance del Muro, la violencia de los colonos invasores, la destrucción de viviendas, árboles y cultivos, el laberinto de carreteras segregadas y sistemas kafkianos de permisos y documentos de identidad que limitan su libertad de movimiento, de residencia, de matrimonio, y también religiosa[2]. Porque antes que cristianas o musulmanas, son palestinas. Y el proyecto sionista se propuso, desde hace un siglo, acabar con la presencia árabe en toda la tierra histórica de Palestina. Por eso cuando las iglesias occidentales manifiestan su preocupación ante el peligro de que la presencia cristiana en la Tierra Santa donde nació y murió Jesús desaparezca[3], la respuesta de las y los cristianos palestinos es que la forma de impedirlo y de revertir la tendencia es poner fin a la ocupación israelí. Porque, como repiten una y otra vez, la razón de la constante emigración cristiana de Palestina no es la supuesta persecución musulmana (una mentira desparramada por Israel y muy cara a las derechas islamófobas occidentales), sino la imposibilidad de realizar una vida digna y plena, en libertad y justicia, en su propia tierra. Y, como me dijo una vez un pastor anglicano palestino: “Los cristianos occidentales creen que nos ayudan facilitándonos la emigración, en lugar de ayudarnos a permanecer en nuestra tierra”. “No me imagino a esta tierra sin su población cristiana”, me dijo también hace unos años el director de un centro cultural en el campo de refugiados de Aida, en las afueras de Belén. “Yo, como musulmán, no puedo imaginar que no haya más cristianos en Palestina”. Y cualquiera que haya estado en Palestina durante las festividades cristianas puede darle la razón: las familias musulmanas visitando la Iglesia de la Natividad, o junto al árbol de Navidad y el pesebre en la plaza de Belén (y en las ciudades de tradición cristiana, como Nazaret, Ramala o Nablus); las jóvenes con gorritos de Santa Claus colocados sobre sus hijabs; los desfiles de las agrupaciones de scouts con sus estandartes, gaitas y tambores por las avenidas; la procesión llevando el Fuego Santo el día de Pascua por el centro de la ciudad; son todas celebraciones colectivas que la población palestina –tanto cristiana como musulmana− vive como una afirmación de su identidad nacional. Y sin embargo, cuesta mucho hacer entender de quiénes son víctimas las y los cristianos de Palestina. Más aún, esa falsa creencia de la amenaza musulmana se afianzó al calor de fenómenos regionales como el Daesh/ISIS. Aunque sus víctimas son comunidades de diversos orígenes étnicos y religiosos, y sobre todo musulmanas, el discurso sobre las minorías cristianas perseguidas por la mayoría musulmana ha prendido en círculos conservadores con agendas más políticas que religiosas, que ¿deliberadamente? hacen a un lado la historia de convivencia pacífica y tolerancia entre ambas religiones en lugares como Siria o Palestina[4]. Hacia el Año Kairós El 9° aniversario de Kairós Palestina, titulado “Esperanza donde no hay esperanza”, reunió este año a 300 personas en Belén (200 palestinas y 100 internacionales). La declaración final del encuentro califica la actual coyuntura como “tiempos calamitosos”, y menciona como puntos más críticos: - Jerusalén está siendo forzada a una judaización exclusiva y excluyente, negando la identidad de sus demás habitantes (especialmente tras el traslado de la embajada de Estados Unidos). - La nueva ley constitucional del Estado Nacional Judío oficializa a Israel como un régimen etnocéntrico y de apartheid, que sólo reconoce a la población judía el derecho a la autodeterminación. - El bloqueo prolongado a Gaza y el castigo colectivo de su población han creado una crisis humanitaria sin precedentes. - Estados Unidos se unió a Israel para negar el derecho al retorno, retirando su apoyo económico a la población palestina refugiada (incluyendo el recorte de fondos de la UNRWA). - El aumento del robo de tierras y la demolición de propiedades palestinas. Israel está estrechando el control incluso sobre las iglesias y organizaciones cristianas mediante pretextos fiscales impredecibles, con el objetivo de garantizar a perpetuidad la propiedad judío-israelí del suelo. Y afirma: “¡Esto es el apartheid! Hemos venido señalando estos signos de injusticia. Israel está institucionalizando su superioridad etno-religioso-céntrica. Está allí para que todos lo vean. No se puede negar.” La declaración hace un llamamiento a que 2019 sea un año Kairós para la comunidad cristiana mundial y los grupos de justicia y solidaridad, en el que se intensifiquen los esfuerzos y las acciones en favor del pueblo palestino. “Les pedimos oraciones, protestas pacíficas, decisiones costosas orientadas por la justicia, boicots, desinversión y medidas de sanción, visitas de solidaridad (“Vengan y vean”) con el compromiso de “Ir y contar”, rechazo a las teologías pro-apartheid, e incidencia sobre los gobiernos.” La propuesta es lanzar el Año Kairós el 15 de mayo (conmemoración de la Nakba) y llegar a su pico el 29 de noviembre (Día Internacional de Solidaridad con Palestina), culminando en diciembre con el 10° aniversario de Kairós Palestina. A su vez, en la conferencia de apertura del encuentro, su Coordinador Rifat Kassis enumeró los desafíos que el movimiento tiene por delante, tanto a nivel nacional como internacional. En otras palabras, lo que la comunidad cristiana palestina espera y necesita de sus hermanos y hermanas en todo el mundo. A nivel nacional, Kassis señaló la importancia de fortalecer las relaciones: “No puede haber Tierra Santa sin el cristianismo; y no puede haber iglesias sin sus ‘piedras vivas’. Es responsabilidad de todos y cada una/o de los cristianos del mundo abrazar la misión de mantener una presencia cristiana palestina viable y vibrante en la Tierra Santa, para (…) salvaguardar el lugar donde nació el cristianismo. Tenemos un mensaje, y es un mensaje de esperanza, de que Dios está abriendo un futuro. Dios puede y quiere hacer nuevas todas las cosas”. Es una de las fiestas más antiguas, anterior a la Navidad. “Epifanía” significa en griego manifestación. Parece ser que en su primer significado hacía referencia a la primera luz que aparecía en Oriente y anunciaba el nuevo día. Hasta hace bien poco se conmemoraban este día tres ‘manifestaciones’ de Jesús: la adoración de los magos, la boda de Caná y el bautismo. Hoy celebramos en occidente la adoración de los magos, más conectada con la Navidad y como símbolo de la llamada de todos los pueblos a la salvación ofrecida por Dios en Jesús. En oriente se sigue celebrando hoy la Navidad.
No hay la más mínima posibilidad de que el relato, que hoy leemos del evangelio de Mt, sea histórico. Esto no nos debe preocupar en absoluto, porque lo que se intenta con esa “historia” es dar un mensaje teológico. Dios se está manifestando siempre. El que lo descubre tiene que convertirlo en imágenes para poder comunicarlo a los que no lo han descubierto. Si nos quedamos en los signos, no descubriremos la realidad. Dios se manifiesta siempre, pero nosotros lo descubrimos solo en circunstancias muy concretas. El concebir la acción de Dios como venida de fuera, y haciendo o deshaciendo algo en el mundo material, sigue jugándonos muy malas pasadas. Muchas veces he intentado explicar cómo es la actuación de Dios, pero acepto que es muy difícil de comprender, mientras sigamos creyendo en un Dios todopoderoso, apto para deshacer cualquier entuerto. Pensemos, por ejemplo, en el comienzo de la mayoría de las oraciones de la liturgia: “Dios todopoderoso y eterno… para terminar poniendo el cazo.” Debemos superar la idea de Dios creador como hacedor de algo que deja ahí fuera. Dios no puede desentenderse de la criatura, como hacemos nosotros al ‘crear’ algo. Lo que llamamos creación es manifestación de Dios, que está ahí sosteniendo en el ser a su criatura. Imaginad que la creación es la figura que se refleja en el espejo. Si quitamos del medio la realidad reflejada, el espejo no podría reflejar ninguna imagen. Dios crea porque es amor y en la creación manifiesta su capacidad de darse. Al crear, Dios solo puede buscar el bien de las criaturas, no puede esperar nada para Él. La creación no falla nunca. Siempre está manifestando a su creador. En el Génesis se repite una y otra vez, que lo que iba haciendo Dios era “bueno”. Cuando llega a la creación del hombre, dice: era todo “muy bueno”. La idea de un Dios que tiene que estar haciendo chapuzas con la creación, es mezquina. La idea de una salvación como reparación de una creación que le salió mal, es consecuencia de un maniqueísmo mal disimulado. Cada ser humano puede no ser consciente de lo que es y vivir como lo que no es, pero en el fondo seguirá siendo manifestación de Dios, y como tal, único y perfecto. Podemos seguir diciendo que Dios actúa puntualmente en la historia, que se sigue manifestando en los acontecimientos, pero conscientes de que es una manera impropia de hablar. Con ello queremos indicar que el hombre, en un momento determinado, se da cuenta de la presencia de Dios, y para él es como si en ese momento Dios se hiciera presente. Como Dios está en toda criatura y en todos los acontecimientos, está ahí en todo momento. La manifestación de Dios es siempre la misma para todos, pero sólo algunos, en circunstancias concretas, llegan a descubrir su teofanía. La presencia de Dios nunca puede ser apodíctica, nunca se puede demostrar, porque no tiene consecuencias que se puedan percibir por los sentidos y por lo tanto no se puede obligar a nadie a admitir esa presencia. Es indemostrable. Tener esto claro equivaldría a desmontar todo el andamiaje de las acciones espectaculares como demostración de la presencia del poder de Dios. No digamos nada cuando ese poder se quiere poner al servicio de los “buenos”, e incluso, en contra de los “malos”. Pascal decía: “Toda religión que no confiese un Dios escondido es falsa”. Dios es a la vez, el Dios que se revela siempre y el Dios que siempre está escondido. La experiencia de los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el ausente. S. Juan de la Cruz lo dejó claro: "A dónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eres ido." Y el místico sufí persa Rumi dice: "Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a mi alma das vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu faz escondida. El relato de los Magos. No hace referencia a personas sino a personajes. Ni eran reyes ni eran magos ni eran tres. Eran sabios que escudriñaban el cielo para entender la tierra. Porque estaban buscando, encontraron. Fijaos que lo descubren los que estaban lejos, pero no se enteraron de nada lo que estaban más cerca del niño. Para descubrir la presencia de Dios, lo único definitivo es la actitud. Al descubrir algo sorprendente, se pusieron en camino. No sabían hacia donde encaminarse, pero arriesgaron. Otro mensaje importantísimo para los primeros cristianos, casi todos judíos, es que todos los seres humanos están llamados a la salvación. Para nosotros hoy esto es una verdad obvia, pero a ellos les costó Dios y ayuda salir de la conciencia de pueblo elegido. Pablo lo propone como un misterio que no había sido revelado en otro tiempo: “También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la de la promesa”. Lo definitivo no es pertenecer al pueblo elegido, sino estar en sincera búsqueda. Preguntan por un Rey, contrapuesto al rey Herodes. La ciudad se sobresaltó con él, es decir identificada con el rey en su tiranía. Es Herodes el que lo identifica con el Mesías. Los sacerdotes y escribas “sabían” donde tenía que nacer, pero no experimentan ninguna reacción ante acontecimiento tan significativo. Una vez más se demuestra que el conocimiento puramente teórico no sirve de nada. En aquellas culturas, el signo de la presencia extraordinaria de Dios en una vida humana era la estrella. Se creía que el nacimiento de todo personaje importante estaba precedido por la aparición de su estrella. El relato nos dice que la estrella de Jesús solo la pudo ver el que está mirando al cielo. Solo los que esperan algo nuevo están en condiciones de aceptar esa novedad. Los magos, insatisfechos, siguen escudriñando el cielo y por eso pueden detectar la gran novedad de Jesús. En Jerusalén nadie la descubre. Los dones que le ofrecen son símbolo de lo que significa aquel niño para los primeros cristianos después de haber interpretado su vida y su mensaje. El oro, el incienso y la mirra son símbolos místicos de lo que el niño va a ser: el oro era el símbolo de la realeza; El incienso se utilizaba en todos los cultos que solo se tributan a Dios; la mirra se utilizaba para desparasitar el cuerpo y para embalsamar, como hombre. Meditación ¿Por qué no descubrimos a Dios? Muy sencillo: O busco un dios que no existe. O le busco donde no está. O le busco con la razón y no con el corazón. No hay que buscar a Dios si no la luz que nos permita verlo en todas partes. Fiesta de la Epifanía
El autor del primer evangelio (el de Mateo), que probablemente reside en Antioquía de Siria, lleva años viviendo una experiencia muy especial: aunque Jesús fue judío, la mayoría de los judíos no lo aceptan como Mesías, mientras que cada vez es mayor el número de paganos que se incorporan a la comunidad cristiana. Algunos podrían interpretar este extraño hecho de forma puramente humana: los paganos que se convierten son personas piadosas, vinculadas a la sinagoga judía, pero no se animan a dar el paso definitivo de la circuncisión; los cristianos, en cambio, no les exigen circuncidarse para incorporarse a la iglesia. Mateo prefiere interpretar este hecho como una revelación de Dios a los paganos. Para expresarlo, se le ocurre una idea genial: anticipar esa revelación a la infancia de Jesús, usando un relato que no debemos interpretar históricamente, sino como el primer cuento de Navidad. Un cuento precioso y de gran hondura teológica. Y que nadie se escandalice de esto. Las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano son también cuentecitos, pero han cambiado más vidas que infinidad de historias reales. La estrella Los antiguos estaban convencidos de que el nacimiento de un gran personaje, o un cambio importante en el mundo, era anunciado por la aparición de una estrella. Orígenes escribía en el siglo III: “Se ha podido observar que en los grandes acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la tierra siempre han aparecido astros de este tipo que presagiaban revoluciones en el imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo. Yo mismo he podido leer en el Tratado de los Cometas, del estoico Queremón, que han aparecido a veces en vísperas de algún acontecimiento favorable; de lo que nos proporciona numerosos ejemplos” (Contra Celso I, 58ss). Sin necesidad de recurrir a lo que pensasen otros pueblos, la Biblia anuncia que saldrá la estrella de Jacob como símbolo de su poder (Nm 24,17). Este pasaje era relacionado con la aparición del Mesías. El bueno: los magos De acuerdo con lo anterior, nadie en Israel se habría extrañado de que una estrella anunciase el nacimiento del Mesías. La originalidad de Mt radica en que la estrella que anuncia el nacimiento del Mesías se deja ver lejos de Judá. Pero la gente normal no se pasa las noches mirando al cielo, ni entiende mucho de astronomía. ¿Quién podrá distinguirla? Unos astrónomos de la época, los magos de oriente. La palabra “mago” se aplicaba en el siglo I a personajes muy distintos: a los sacerdotes persas, a quienes tenían poderes sobrenaturales, a propagandistas de religiones nuevas y a charlatanes. En nuestro texto se refiere a astrólogos de oriente, con conocimientos profundos de la historia judía. No son reyes. Este dato pertenece a la leyenda posterior, como luego veremos. El malo: Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas La narración, muy sencilla, es una auténtica joya literaria. El arranque, para un lector judío, resulta dramático. “Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes”. Cuando Mt escribe su evangelio han pasado ya unos ochenta años desde la muerte de este rey. Pero sigue vivo en el recuerdo de los judíos por sus construcciones, su miedo y su crueldad. Es un caso patológico de apego al poder y miedo a perderlo, que le llevó incluso a asesinar a sus hijos y a su esposa Mariamme. Si se entera del nacimiento de Jesús, ¿cómo reaccionará ante este competidor? Si se entera, lo mata. Un cortocircuito providencial Y se va a enterar de la manera más inesperada, no por delación de la policía secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt escribe con asombrosa habilidad narrativa. No nos presenta a los magos cuando están en Oriente, observando el cielo y las estrellas. Omite su descubrimiento y su largo viaje. La estrella podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el contraste entre los magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La solución es fácil. La estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando sólo faltan nueve kilómetros para llegar, y los magos se ven obligados a entrar en Jerusalén. Nada más llegar formulan, con toda ingenuidad, la pregunta más comprometedora: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. Una bomba para Herodes. El contraste Y así nace la escena central, importantísima para Mt: el sobresalto de Herodes y la consulta a sacerdotes y escribas. La respuesta es inmediata: “En Belén, porque así lo anunció el profeta Miqueas”. Herodes informa a los magos y éstos parten. Pero van solos. Esto es lo que Mt quiere subrayar. Entre las autoridades políticas y religiosas judías nadie se preocupa por rendir homenaje a Jesús. Conocen la Biblia, saben las respuestas a todos los problemas divinos, pero carecen de fe. Mientras los magos han realizado un largo e incómodo viaje, ellos son incapaces de dar un paseo de nueve kilómetros. El Mesías es rechazado desde el principio por su propio pueblo, anunciando lo que ocurrirá años más tarde. Los magos no se extrañan ni desaniman. Emprenden el camino, y la reaparición de la estrella los llena de alegría. Llegan a la casa, rinden homenaje y ofrecen sus dones. Estos regalos se han interpretado desde antiguo de manera simbólica: realeza (oro), divinidad (incienso), sepultura (mirra). Es probable que Mt piense sólo en ofrendas de gran valor dentro del antiguo Oriente. Un sueño impide que caigan en la trampa de Herodes. Los Reyes magos no son los padres, somos nosotros A alguno quizá le resulte una interpretación muy racionalista del episodio y puede sentirse como el niño que se entera de que los reyes magos no existen. Podemos sentir pena, pero hay que aceptar la realidad. De todos modos, quien lo desee puede interpretar el relato históricamente, con la condición de que no pierda de vista el sentido teológico de Mt. Desde el primer momento, el Mesías fue rechazado por gran parte de su pueblo y aceptado por los paganos. La comunidad no debe extrañarse de que las autoridades judías la sigan rechazando, mientras los paganos se convierten. Nosotros somos los herederos de esos paganos convertidos. Y debemos preguntarnos hasta qué punto nos parecemos a ellos. No se trata de hacer un largo viaje de miles de kilómetros, ni de llevar regalos costosos. A Jesús lo tenemos muy cerca: en la iglesia, en el prójimo, en nosotros mismos. ¿Tenemos el mismo interés de los Magos en presentarnos ante él y adorarlo? Si buscamos en nuestro interior, encontraremos algo que ofrecerle. La mitificación de la estrella La estrella ha atraído siempre la atención, y sigue ocupando un puesto capital en nuestros nacimientos. Mt, al principio, la presenta de forma muy sencilla, cuando los magos afirman: “hemos visto salir su estrella”. Sin embargo, ya en el siglo II, el Protoevangelio de Santiago la aumenta de tamaño y de capacidad lumínica: “Hemos visto la estrella de un resplandor tan vivo en medio de todos los astros que eclipsaba a todos hasta el punto de dejarlos invisibles”. Y el Libro armenio de la infancia dice que acompañó a los magos durante los nueve meses del viaje. En tiempos modernos incluso se ha intentado explicarla por la conjunción de dos astros (Júpiter y Saturno, ocurrida tres veces en 7/6 a.C.), o la aparición de un cometa (detectado por los astrónomos chinos en 5/4 a.C.). Esto es absurdo e ingenuo. Basta advertir lo que hace la estrella. Se deja ver en oriente, y reaparece a la salida de Jerusalén hasta pararse encima de donde está el niño. Puesta a guiarlos, ¿por qué no lo hace todo el camino, como dice el Libro armenio de la infancia? ¿Y cómo va a pararse una estrella encima de una cuna? Para Dios «nada hay imposible», pero dentro de ciertos límites. El número y nombre de los magos En el Libro armenio de la infancia (de finales del siglo IV) se dice: “Al punto, un ángel del Señor se fue apresuradamente al país de los persas a avisar a los reyes magos para que fueran a adorar al niño recién nacido. Y éstos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el momento en que la Virgen daba a luz... Y los reyes magos eran tres hermanos: el primero Melkon (Melchor), que reinó sobre los persas; el segundo, Baltasar, que reinó sobre los indios, y el tercero, Gaspar, que tuvo en posesión los países de los árabes”. Para Mt, el dato esencial es que no son judíos, sino extranjeros. Según Justino proceden de Arabia. Luego se impone Persia. En cuanto al número, la iglesia siria habla de doce. El contraste entre la primera lectura y el evangelio La liturgia parece ver en el relato de los magos el cumplimiento de lo anunciado en el libro de Isaías (Is 60,1-6). Sin embargo, la relación es de contraste. En Isaías, la protagonista es Jerusalén, la gloria de Dios resplandece sobre ella y los pueblos paganos le traen a sus hijos, los judíos desterrados, la inundan con sus riquezas, su incienso y su oro. En el evangelio, Jerusalén no es la protagonista; la gloria de Dios, el Mesías, se revela en Belén, y es a ella adonde terminan encaminándose los magos. Jerusalén es simple lugar de paso, y lugar de residencia de la oposición al Mesías: de Herodes, que desea matarlo, y de los escribas y sacerdotes, que se desinteresan de él. Epifanía: Manifestación de Jesús como Mesías esperado, como salvador universal, a todos los pueblos y culturas. El relato de “la Adoración de los Magos” representa de manera simbólica que, en Jesús, Dios se hace visible, se manifiesta. Epifanía es, también, la fiesta de la luz. Dios, desde Jerusalén, es la luz para todos los pueblos (1ª lectura de hoy). Jesús de Nazaret es la luz de todos los hombres. Y Jesús nos encomienda a sus seguidores “ser luz del mundo y sal de la tierra”.
Mateo escribe para una comunidad de judeo-cristianos en lenguaje y simbología judía del siglo I de nuestra era. Su audiencia conoce el Antiguo Testamento y Mateo lo usa como punto de partida para la enseñanza de la Buena Nueva que les trae. En el relato de la Adoración de los Magos, actualiza y adapta los siguientes textos bíblicos: Num 24,17. Is 60,6 (nuestra primera lectura de hoy) y el Salmo 72. Diríamos que Mateo se acomoda a su audiencia para facilitarles los nuevos aprendizajes. Les habla en su vocabulario a partir de sus conocimientos previos y su cultura. Es un buen ejemplo que tenemos que imitar nosotros. Para comprender y asimilar el mensaje que la Biblia trasmite, tenemos que traducir ese texto a pensamiento cristiano del siglo XXI. Leerlo y predicarlo desde nuestra cultura, con nuestro vocabulario, metáforas y modos de pensar. En el Evangelio de hoy, la Adoración de los Magos, se nos relata cómo unos sabios (astrólogos) de Oriente buscan lo que una estrella nueva les revela. Buscan al Rey de los judíos. A los Magos su inquietud, (“han visto su estrella”) los lleva a lo imposible e inverosímil. Nada los detiene. Tienen muy claro lo que quieren y no renuncian a su logro. La necesidad no repara en medios. Tesón no les falta. Los guía una estrella que han visto nacer. Los Magos (sabios) de Oriente son símbolo (semeia significa que trasmite “experiencias”) del ser humano en su búsqueda de Dios, su anhelo de infinito y plenitud. La estrella simboliza la fuerza de los anhelos más profundos del ser humano. Es la impronta, la huella, la marca de cantero que Dios ha dejado en nosotros. La nostalgia de lo divino, lo sublime, lo infinito, lo pleno, lo Otro. Intentemos seguir los pasos del proceso de búsqueda-encuentro-manifestación que siguieron los Magos. Los Magos buscan al Rey de los judíos porque “hemos visto su estrella” (los prohombres de la Antigüedad eran anunciados por una estrella. Ejemplos: Alejandro Magno, César Augusto). Lo encuentran en un niño, en casa, con su madre, María. Descubren lo divino en lo humano, en lo más débilmente humano. Este es el núcleo del mensaje del relato de la Adoración de los Reyes Magos. Lo divino está en lo humano. Cuanto más humano más divino. ¡Hace falta tener ganas para descubrirle de esa guisa! ¿Dudarían los Magos de lo que estaban viendo? ¿Cómo puede ser que este niño sea “el Rey de los judíos que ha nacido “el hijo del Altísimo”? Como los Magos nosotros también somos buscadores de Dios. Y como ellos debemos preguntarnos ¿A qué Dios buscamos? ¿Dónde lo encontraremos? ¿Cómo sabremos que lo hemos encontrado? A nosotros también nos será difícil descubrir a Dios donde hoy sabemos que está pero no parece que nos convenza la propuesta. En nuestra cultura postmoderna, con frecuencia, nos hemos hecho “incapaces de Dios”. Dios no cuenta en nuestras vidas tanto como necesitamos. Nuestra fe está descafeinada, es demasiado líquida, inoperante. Confundimos a Dios con los ídolos. Parece que no necesitamos a Dios, superficialmente, pero en el fondo “mi alma tiene sed de Ti”. Este es nuestro dilema, nuestra contradicción. El Dios que necesitamos buscar es el Dios de Jesús, el Abba, el Padre, que es Amor-ágape (fusión). El Dios que es Uno con nosotros y en nosotros. El Dios que solo puede amar y busca solo nuestra felicidad. Toda otra imagen de Dios no nos vale. Nos destruye. Lejos de ser nuestra fuerza es nuestro peligro, nuestro placebo. De ahí el miedo y temor a esas imágenes “tétricas” del dios que no puede ser Dios en quien confiar ya quien amar. La fe cristiana es la experiencia de la bondad de Dios, de su amor para con nosotros, de su presencia en nuestra historia personal y comunitaria. Por eso podemos vivir con confianza en su preocupación por nuestra felicidad. A este Dios hay que buscarle en donde está. En ti, en los otros, en la naturaleza, en el Evangelio, en Jesús. No le busques fuera, está dentro de ti. Más íntimo a ti que tu mismo (S. Agustín) o como Elías en el Horeb. Dios no esta en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego. Está en la brisa suave: paz, silencio, sosiego, esperanza. Lo que buscas está en ti y en los otros. Por último ¿cómo puedo saber que lo he encontrado? Por los frutos. Si de mí surge la necesidad de un compromiso con las tareas del Reinado de Dios. Si lo que he recibido gratis yo lo doy gratis. Si soy amor porque Dios es amor. Si mi vida no tiene sentido sin “el principio Dios”. Si soy para mis próximos un regalo de Reyes. Entonces ten la seguridad de que has encontrado lo que buscabas, tu plenitud humana. Y ahora serás lámpara encendida y puesta en el candelero para iluminar a los que te rodean. En resumen: El mensaje del evangelio de los Reyes Magos es un mapa que nos muestra el terreno a pisar en la búsqueda, encuentro y manifestación del “Enmanuel”, Dios con nosotros. Y en versión siglo XXI. “Dios en nosotros”. “Ser feliz”. Yo creo que no hay otra meta más importante en la vida de toda persona. De hecho, es tan importante que se ha convertido en un deseo que repetimos de manera muy frecuente y, de forma especial, para las personas que más queremos. Lo repetimos en cualquier evento y en aniversarios de todo tipo; y, se ha hecho tan común, que se repite a trote y moche, de manera más que reiterativa, al comenzar un nuevo año.
Nada que objetar, pues, respecto al momento concreto en que se manifiesta de manera tan imperiosa semejante deseo; tan noble, por cierto. El problema viene cuando se trata de concretar la esencia o, lo que es lo mismo, en qué consiste dicha felicidad. Partiendo del hecho que sobre esta cuestión debe de haber tantas opiniones como personas o, como mínimo, como grupos sociales, nos tiene que llevar a pensar que hablar de felicidad es meternos de lleno en medio de un contexto en el que la relatividad campa a sus anchas. Si cogemos como parámetro, por ejemplo, la cuestión económica, nos daremos cuenta enseguida que, mientras unas personas con unas cantidades elevadas de dinero y de posesiones no son felices o, al menos, no llegan a serlo en el grado en qué desearían, otras, en cambio, con cantidades mucho más pequeñas, lo son, ¡y de qué manera! Por ello, pienso que está bastante en las manos de cada persona llegar a ser un poco más feliz durante el nuevo año que comienza. Aunque, para ser más exactos, yo matizaría en el sentido de conseguir más instantes de felicidad y más intensos, dejando la puerta abierta en todo momento, pues siempre existen nuevas metas por conseguir, lo cual le da a la vida un aliciente de novedad, sin la cual correríamos el peligro más que seguro de que la felicidad acabase convirtiéndose en monótona y aburrida. Para ello me propongo dos cosas que quiero brindarlas a toda persona por si pudieran ayudarla de alguna manera. En primer lugar, pararse y hacer de tanto en tanto un alto en el camino, para ver en qué medida vamos cumpliendo aquello que nos propusimos al comenzar el año. Estaríamos simplemente ante una metodología que, por nuestra condición humana, necesitamos, ya que nuestras dos facultades más importantes, mente y corazón, tienden de manera casi instintiva y natural a acomodarse. La segunda va más adentro y considero que es la realmente importante. Se trata del hecho que, dado que las personas somos seres sociales, nadie puede ser feliz de manera aislada. Es por ello por lo que me doy cuenta de que, sin un contorno feliz, debe resultar muy difícil que cada persona podamos serlo de manera individual. Así, pues, lo primero de todo es que hagas lo que esté en tus manos por ir creciendo y avanzar en aquellos valores que te ayuden a ser una persona sincera contigo mismo/a y con los demás: no te engañes ni engañes, pues acabarías perdiendo la confianza en ti mismo/a, que es mucho más grave de lo que te imaginas; a la vez que los/as demás te negarían su credibilidad, viéndote obligado a vivir siempre a la defensiva, ¡qué pena, no! A ser también, una persona honrada y honesta con los/as demás con quienes tienes relación del tipo que sea: familiar, social, de trabajo, familiar, de amistad, etc.; pues no sé si lo has experimentado, pero estar en paz con uno/a mismo/a es de las experiencias que más satisfacen y, en el caso que nos atañe, más felicidad proporcionan. No pierdas de vista que vives en un cosmos y en medio de una sociedad. Creo que debe resultar difícil ser feliz viendo como el planeta en el que habitamos se va degradando poco a poco, porque quienes lo habitamos, también tú y yo, abusamos de él de manera egoísta, sin tener en cuenta que es la casa común a la que tuvo, tiene y tendría que tener derecho toda criatura. Por tanto, tengo el pleno convencimiento de que también tu felicidad tendrá algo, o quizás mucho, que ver con el cuidado y el respeto que manifiestes hacia el mismo. Y, si importante es la casa, mucho más son las personas que la habitan. Seguro que es muy poco lo que puedes hacer para que nadie viva con indignidad o en condiciones infrahumanas, sin que sus derechos más elementales sean respetados. Pues bien, esfuérzate por hacer esto poco que te ayudará a sentirte más hermano y menos competidor con quienes alguien se ha encargado en decirte que son tus rivales. No seas indiferente por nada del mundo, pues ningún ser humano puede ser nunca ajeno a ti. Por último, en el caso de que tengas alguna creencia o practiques algún tipo de religiosidad, no busques nunca en ellas ningún tipo de justificación ni de nada que te tranquilice. Busca, más bien, motivos que te lancen a comprometerte contigo mismo/a, con el cosmos en qué habitas y con los hermanos que lo compartes. ¡Que seas feliz! Pero no lo mires como un deseo vacío de contenido, ni como una casualidad o una surte que a lo mejor te llega. No olvides que, excepto en lo que tú no puedas evitar, está totalmente en tus manos. En el brindis de nuestros padres fuimos engendrados, nacimos para unirnos al coro infinito de vidas. Sean nuestras voces los latidos generosos de nuestra madre tierra.
1- Somos artesanos de nuestras vidas: Las abejas se nutren del polen de las flores, arquitectas de sus panales para reservar los prodigios de su miel. Nuestras manos inteligentes se nutren de las riquezas de la tierra, de mares, de los cielos para orquestar las conciencias en sus construcciones majestuosas, en sus épicas libertarias de independencias, de migraciones, y, en nuestros quehaceres hogareños. 2- Lo claro-oscuro de nuestras vidas: Las personas somos frágiles como las lágrimas, somos peregrinas del útero al sepulcro, y, nos confunden los espejismos de la vida pero, hay relámpagos de verdades que nos despiertan; las caricias maternas nos retornan a nuestras inocencias; los susurros de belleza nos expanden el alma. Las personas somos como las estaciones: de inviernos y primaveras, de otoños y veranos. Somos auroras y ocasos. Nuestros cuerpos raciman la sabiduría divina: sus entrañas son tejidos perfectos como un telar, y en su andar como la tierra girando en torno al sol. 3- Nos asfixiamos cuando: Las personas se enclaustran en sus egoísmos, cuando oprimen sus libertades, intoxican las relaciones, ausentan las Gracias en sus palabras, cuando ajenan su felicidad, se exilian de amar, ignoran que el sol y la luna son para todos, cuando eclipsan el bien común. 4- Las personas recrean sus vidas cuando: Las personas se suman a la creación y colaboran con su Creador; cuando cuidamos los pulmones de la tierra, nuestra casa común; cuando aprendemos de las infinitas transformaciones, cuando inhalamos la ternura de los crepúsculos y sembramos compasión. Plantamos árboles solidarios para un bosque de conciencias. 5- La tecno-ciencia se hermane a la conciencia: De la inteligencia artificial vayamos a las raíces de la inteligencia del corazón; desde la inteligencia del corazón leguemos a las futuras generaciones una humanidad que siempre reconcilie cielo y tierra. Ser nuestro corazón: que irrigue sin cesar todo nuestro cuerpo, todos los cuerpos; ver todo y sentir a imagen y semejanza del Corazón Creador. |
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