La situación es en Chile es grave.
La explosión social en Chile ha obligado a hacer distinciones entre los actores. Esto ha llevado preguntarse: “dónde está la Iglesia”. Atiendo a este reclamo. Si por Iglesia se entiende la institución eclesiástica, habrá que acudir al portal iglesia.cl.. No han faltado declaraciones. Convendría, además, remontarse al año 2012 para encontrar el vaticinio episcopal de la tragedia en la que estamos. Pero la Iglesia no son los obispos. Lo son solo en cuanto bautizados. Los cristianos y las cristianas constituyen la Iglesia, y lo hacen cuando practican el amor con que ha sido amados. Así las cosas, la pregunta mejor es “dónde están los cristianos”. Respuesta: siempre es difícil saberlo. Primero, porque Jesús les mandó a sus discípulos no cacarear sus buenas obras. Segundo, porque muchas de las iniciativas de los cristianos y comunidades de lucha por la justicia, solidaridad y amor al prójimo no salen en la televisión y otros medios. Sea lo que sea, para los cristianos es la hora de la acción. De esta, a la vez, puede hablarse en dos sentidos. Una, la acción de arriba hacia abajo; y, otra, la de abajo hacia arriba. Los religiosos chilenos invitan a "pedir por nuestra patria, pedir por la paz, pedir por la justicia". Los religiosos chilenos invitan a "pedir por nuestra patria, pedir por la paz, pedir por la justicia". La acción de arriba hacia abajo es la de los cristianos que gobiernan el país y la de los que tienen responsabilidad en las decisiones empresariales, por ejemplo. Muchos de ellos son culpables de la destrucción del país en curso. Han profitado de una legalidad injusta. Tienen, por esto, más culpa que los “descartados” (Papa Francisco) que rompen semáforos y saquean sus supermercados. Pero ellos, no obstante su “pecado”, deben hoy imperiosamente usar su poder político y económico para contribuir a levantar el país. Los políticos debieran reemplazar el régimen económico y político liberal por uno democrático que garantice a los ciudadanos derechos sociales y posibilidades reales de invocarlos. Los empresarios, y los potentados en general, en vez de sabotear esta posibilidad, como lo han hecho los últimos 40 años, debieran secundarla. No basta con que paguen sueldos justos, es decir, no regulados solo por el mercado. Hacerlo puede constituir, en estos momentos, una buena estrategia para salvar el tipo de sociedad que los privilegia. La acción cristiana también debiera practicarse de abajo hacia arriba. No se está en cero. Se lo hace. Pero urge actuar con más prontitud y mayor generosidad. La acción cristiana desde abajo puede ser personal o comunitaria. Es personal, cuando consiste en tratar con justicia a los empleados y cuando se acude a socorrer a quienes lo están pasando mal, como son los que se han quedado sin trabajo (son muchos, serán más). La acción cristiana comunitaria, por otra parte, es la que realizan las parroquias, las comunidades de base, los movimientos cristianos y muchas otras asociaciones de Iglesia. En estos momentos urge detectar las necesidades. Es importante ofrecer una ayuda a los que más lo necesitan. Se dice que la demanda de ayuda en las comunidades de base se ha triplicado. A efecto de satisfacer estas necesidades, será necesario un trabajo de recolección de recursos: canastas de las ofrendas, bingos, cenas solidarias, rifas y otras iniciativas. Esperamos que no llegue a ser indispensable parar ollas comunes, pero no debiera descartárselo. Sea desde abajo, sea desde arriba, los cristianos por igual debieran pasar a la acción en otros planos. Han de ser agentes de paz. No será esta la primera vez que puedan recurrir a la no-violencia activa. Lo hicieron, no sin tremendos riesgos, los integrantes del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo. En cualquier caso, pueden ser pacíficos en su modo de expresarse, evitando descalificar a las personas o insultarlas como lo hacen los trolls en las redes sociales. Esta, además, es una ocasión para educar a los hijos en el valor de la democracia. ¿Podrán vacunarlos contra el virus del individualismo y la bacteria de la codicia, padre y madre del capitalismo que empuja al género humana barranco abajo? Es esta una oportunidad única para que las nuevas generaciones aprendan a hacerse cargo de su país.
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Hace algo más de dos años inicié la lectura lenta de un buen puñado de poemas que escribí entre los años 1995 y 1999. La impresora me ayudó a hacerlos tangibles, llevaban mucho tiempo durmiendo en un archivo del ordenador esperando no a un príncipe encantado que los despertara, sino a que la que los escribió cubriera las justas etapas de la vida como para lanzarlos al exterior, obedeciendo una consigna interior que cada vez se hacía más sonora: “Comparte, ya es hora”. Ya tiene cuerpo… de libro, y alas para volar, como hacen los hijos siguiendo las leyes de la naturaleza.
Hay un poema titulado “Madre Tierra, Madre” (*) que me sorprendió. Lo reconocía perfectamente; recordaba el momento en que lo escribí, viajando en tren a finales de 1998. Quizás, entonces, fue una intuición; hoy, es la realidad que nos circunda y el peligro que amenaza, fruto de la irresponsabilidad de una forma de vida que arrasa lo que toca, incluida la vida humana. Del 2 al 13 de diciembre se celebra en Madrid la Cumbre del Clima 2019 y quiero contribuir de alguna manera, aunque sólo sea poética. Madre Tierra, Madre. Preñada de Vida, en continuo momento de parto. Generando continuidad, respetando el mandato divino: Multiplicación, diversidad, color... fluido eterno. Madre Tierra, enferma, Te falta el oxígeno; en cada contracción el dolor aumenta, Tu respiración falla. ¡Oxígeno... devolvedle el oxígeno! Madre Tierra, herida, Balazo de oro negro, úlceras en tu piel, antes verde. Y el ritmo del parto... Implacable. La vida llama a la vida, ¡dejadla parir tranquila! Madre Tierra, agonizante. Tus hijos, frutos de amor: Célula, árbol, flor, Insecto, ardilla, águila, Gorrión, delfín, caracol... Agua, piedra, azúcar, Vino, leche, néctar, Hombre, mujer.... todos exterminados. Los bastardos del desamor: egoísmo, ambición y ceguera, sólo escuchan los tambores que llaman a muerte. Esgrimen banderas de progreso y mercado, mientras arrasan y esquilman. Traman reventar tu vientre Al grito de guerra: ¡Que la Luz no dé a luz a la Luz! ¡Pobre Madre Tierra! Fecundada por el Amor, Embarazada de Esperanza... ¡Jadea… vamos… jadea! ¡Vencerás! Estamos ante dos maneras diferentes, en cierta manera contrarias, de prepararse para el acontecimiento que da sentido a ambos: la Navidad. Por un lado, a nivel litúrgico y religioso, la Iglesia recuerda a sus fieles que estaría bien mantener una actitud fuerte de vigilancia durante las cuatro semanas previas a dicho acontecimiento. De vigilancia no respecto a posibles intrusiones externas, sino a todo lo que pueda suponer desde el interior una distracción que impida descubrir donde se encuentra hoy para todo hombre y mujer la Buena Noticia. Para ello, las iglesias y lugares de culto se adornan de manera especial, dentro de la austeridad requerida. El color morado es el que predomina, acompañado de un signo propio y exclusivo de este tiempo litúrgico como es la corona de Adviento. Yendo más al fondo, en cuanto al mensaje y al testimonio, son los profetas los encargados de recordar que el momento está muy cerca y que, por ello, se hace necesario mantener una actitud activa y expectante de vigilia y de espera. Principalmente Isaías, por lo que al Antiguo Testamento se refiere, es el que recuerda que el “tiempo ya se ha cumplido” y que, por tanto, es hora de despertar y mantenerse alerta. Juan Bautista, en el Nuevo, será quien con su palabra y también su testimonio urgirá a abrir caminos que hagan posible la entrada de Aquel, el único, que trae la paz. Finalmente, María, también José, encarnarán de manera muy especial el mejor ejemplo de que no hacen falta ruidos ni aspavientos; el silencio es el instrumento más idóneo a la hora de oír ese susurro de “Aquel que viene sin romper la caña cascada”.
Lo que me temo es que quizás toda esta preparación no sirva más que para dar pábulo a un cierto sentimiento y sensiblería personal que la imaginación popular ha ido tejiendo a lo largo de veinte siglos a partir de algunos datos, poco precisos ciertamente, del nacimiento de un niño allá, por las tierras de Judea. Todo ello, en vez de asumir en forma de compromiso lo que un día más tarde este recién nacido espetará sin más a los discípulos que el Bautista le envió para preguntarle “si era Él realmente el Mesías”. Id y decid a Juan -les respondió- lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos caminan, etc.” (Lc. 7, 22-23). Junto a esta manera de prepararse para la Navidad, la sociedad en general, “cristiana” precisamente, lo vive y lo espera de manera muy diferente. En este sentido, cabe reconocer que acostumbra a madrugar un poco más. Hace algunos días que la mayoría de las calles y plazas de nuestras ciudades comenzaron a iluminarse de manera muy especial. No de la manera que se hace cada año, sino con mayor intensidad, cuando esto es posible; pues, no en vano, los unos y los otros se retan y compiten para a ver quién logra superar mejor el espectáculo conseguido el año anterior. La luz, con todo lo que supone y significa, en este caso deja de tener finalidad en sí misma, para convertirse en instrumento y medio que conduce a otras realidades. Así, pues, la luz queda convertida, por un lado, en signo y señal; mientras por otro, se la intenta imbuir de algo mucho más incisivo; es el mejor de los reclamos que llama a los unos y los otros, no solo para que compren lo que en muchos casos podría ser necesario; sino para que lo hagan hasta llegar al paroxismo, si hace falta. A la calle salen también unos cantos que otrora solamente se cantaban en los templos. Unos cantos preñados de una ternura y de un sentimiento profundo que obligan casi a la fuerza a hacerse portador/a de valores muy especiales. Valores tales como la bondad hacia todo y para con todas las personas; la solidaridad con el pobre, el perdón para con el ofensor, el deseo de paz para quienes, en un sentido o en otro, son víctimas de violencia o de abuso. Hablo de obligar, no porque alguien, desde fuera, imponga deberes más o menos onerosos que haya que esforzarse por llevar a cabo para convertir en realidad los valores antes aludidos. Se trataría de un esfuerzo en la línea, más bien, de una especie de auto obligación interior que nadie va a fiscalizar, sino que va a ser cada una y cada uno quienes lo ponga en práctica con la mayor generosidad del mundo y, curiosamente también, con una inmensa alegría. Vaya; que sí o sí, hay que ser buenos y buenas, porque toca; sin pretender ir más allá. Y eso mal que les pudiera pesar a no sé quién, o, incluso, a nosotras y a nosotros mismos. Claro que, vistos así estos “Advientos”, muy poco o nada se puede esperar de los mismos a corto y, mucho menos, a largo plazo; pues tengo la impresión de que no son fruto de convicciones sólidas y profundas, sino, más bien, de sentimientos bastante superficiales en general y, por lo visto hasta el momento, muy, pero que muy pasajeros. A pesar de todo, no estoy abogando, por si alguien lo pudiera llegar a pensar, por un año, en este caso por un diciembre 2019, sin Navidad; ¡Dios me libre! Mis deseos son totalmente otros: ¡Quiero la Navidad; solo faltaba! Pero, eso sí: una Navidad menos mezquina, menos superflua, menos sensible religiosamente, menos… Una Navidad de sentimientos profundos que, a su vez, esté libre de experiencias baladís. Una Navidad que sea fruto de una religión que predica y es testimonio de un compromiso con todas las consecuencias. Y, puestos a pedir, mi deseo es que fuera una Navidad más “evangélica”. Y, como los deseos son gratis, vayan todos los más posibles por delante, en cuanto a mi se refiere. De manera especial un SINCERO ADVIENTO y una FELIZ NAVIDAD para todos los hombres y mujeres sin ningún tipo de distinción ni diferencia. El verdadero ser de Jesús y María es exactamente el mismo que el nuestro. Dios te ha dado a ti exactamente lo mismo que a ellos, porque se te ha dado Él mismo totalmente. No te servirá de nada el escucharlo. Solo cuando lo experimentes, saltará por los aires el corsé que te aprisiona y te impide crecer y ser tú mismo. Haberlo descubierto en María y Jesús es un salto de gigante, pero no es suficiente. Tampoco los razonamientos sirven de nada, pero voy a intentar darte alguno a lo largo de este comentario.
La doctrina de la Inmaculada es un dogma, proclamado por Pío IX en 1854. Puede ser interesante recordar el proceso histórico que llevó a esta formulación. Ni los evangelios ni los Padres de la Iglesia hablan para nada de María inmaculada. La razón es muy simple, no se había elaborado la idea que hoy tenemos del pecado original. Solo cuanto se creyó que todos los hombres nacían con una mancha o pecado (mácula, S. Agustín) se empezó a pensar en una María in-maculada. Este pensamiento caló muy pronto en el pueblo sencillo, siempre abierto a todo lo que estimule su sensibilidad. Hoy nos parece infantil la discusión que se mantuvo durante la Edad Media entre los “inmaculistas” y los “maculistas”. Entre los más de doscientos teólogos importantes, que no creían en la inmaculada, tal como se concebía en aquella época, encontramos a figuras tan destacadas y tan marianas como S. Bernardo, S. Alberto Magno, S. Buenaventura, Santo Tomás de Aquino. Esto nos muestra que lo que pensaban no tiene nada que ver con la mayor o menor devoción a María. S. Bernardo dice en el año 1140: “esa invocación ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua”. La discusión se centraba en un punto muy concreto: La santificación de María, que nadie discutía, ¿se realizó en el primer instante de su existencia o un instante después? Fue Juan Duns Escoto el que, por fin, dio con el argumento decisivo. “A Dios le convenía que su madre fuera inmaculada. Como Dios, puede hacer todo lo que quiera. Lo que Dios ve como conveniente lo hace; luego Dios lo hizo. Ni la idea de Dios ni la idea de salvación ni la idea de pecado original que se manejaba entonces pueden ser sostenidas hoy. Aunque la realidad del pecado original es un dogma, los exégetas nos dan hoy una explicación del relato del Génesis que no es compatible con la idea de pecado original de S. Agustín: “una tara casi física, que se trasmite por generación a todos”. Menos sostenible aún es que la culpa la tengan Adán y Eva. Hoy sabemos que no ha existido ningún Adán, creado directamente por Dios. El paso de los simios al “homo sapiens” ha sido mucho más lento de lo que habíamos creído. Si un usuario quema el motor de su coche por no ponerle lubricante, es ridículo pensar que por ese hecho, saldrán desde entonces de fábrica todos los coches chamuscados. El coche sale de fábrica ¡impecable! (fijaros como nos delata el lenguaje), pero tiene que empezar a rodar y ahí quedará patente que hay desgaste. Si el fallo se debiera a un defecto de fábrica, no solo el usuario no tendría ninguna responsabilidad sino que tendría derecho a una indemnización. En nosotros hay una parte divina, pero también hay un parte humana, que termina por prevalecer. El pecado, incluido el original, no es ningún virus que se pueda quitar o poner. El primer “fallo” (¿pecado?) en el hombre, es consecuencia de su capacidad de conocimiento. En cuanto tuvo capacidad de conocer y por lo tanto de elegir, falló. El fallo no se debe al conocimiento, sino a un conocimiento limitado, que le hace tomar por bueno lo que es malo para él. La voluntad humana elige siempre el bien, pero ella no es capaz de discernir lo bueno de lo malo, tiene que aceptar lo que le propone el entendimiento como tal. El concepto de pecado como ofensa a Dios necesita una revisión urgente. Creer que los errores que comete un ser humano pueden causar una reacción por parte de Dios, es ridiculizarlo. Dios es impasible, no puede cambiar nunca. Es amor y lo será siempre y para todos. Al fallar, yo me hago daño a mí mismo y a las demás, nunca a Dios. Sea yo lo que sea, la oferta de amor por parte de Dios será siempre invariable. Pero esa oferta no la puede hacer Dios desde fuera de mí. Para Él no hay afuera. Lo divino es el fundamento, la base de mi propio ser. Ahí puedo volver en todo momento para descubrirlo y vivirlo. El dogma dice: “por un singular privilegio de Dios”. En sentido estricto, Dios no puede tener privilegios con nadie. Dios no puede dar a un ser lo que niega a otro. El amor en Dios es su esencia. Dios no tiene nada que dar, o se da Él mismo o no da nada. Nada puede haber fuera de Dios. Además no tiene partes. Si se da, se da totalmente, infinitamente. Lo que nos dice Jesús es que Dios se ha dado a todos. Lo extraordinario de María y Jesús no lo puso Dios sino ellos mismos. Ahí está su grandeza y singularidad. María fue lo que fue porque descubrió y vivió esa realidad de Dios en ella. Todo lo que tiene de ejemplaridad para nosotros se lo debemos a ella, no a que Dios le haya colmado de privilegios. Puede ser ejemplo porque podemos seguir su trayectoria y podemos descubrir y vivir lo que ella descubrió y vivió. Si seguimos considerando a María como una privilegiada, seguiremos pensando que ella fue lo que fue gracias a algo que nosotros no tenemos, por lo tanto, todo intento de imitarla sería vano. Hablar de María como Inmaculada tiene un sentido mucho más profundo que la posibilidad de que se le haya quitado un pecado antes de tenerlo. Hablar de la Inmaculada es tomar conciencia de que en un ser humano (María) descubrimos algo, en lo hondo de su ser, que fue siempre limpio, puro, sin mancha alguna, inmaculado. Lo verdaderamente importante es que, si ese núcleo inmaculado se da en un solo ser humano, podemos tener la garantía de que se da en todos. Esa parte de nuestro ser, que nada ni nadie puede manchar, es nuestro auténtico ser. Es el tesoro escondido, la perla preciosa. Para descubrir esa realidad tienes que bajar hasta lo más hondo de tu ser. Descubrirás primero los horrores de tu falso yo. Será como entrar en un desván oscuro lleno de muebles rotos, ropa vieja, telarañas, suciedad. Al encontrarte con esa realidad, la tentación es salir corriendo, porque tendemos a pensar que no somos más que eso. Pero si tienes la valentía de seguir bajando, si descubres que eso, que crees ser, es falso, encontrarás tu verdadero ser luminoso y limpio, porque es lo que hay de divino en ti. La fiesta de María Inmaculada manifiesta la cercanía de lo divino en ella y en nosotros. En ella descubrimos las maravillas de Dios. Pero lo singular de María está en que hace presente a Dios como mujer, es decir, podemos descubrir en ella lo femenino de Dios. Para una sociedad que sigue siendo machista, debería ser un aldabonazo. María es grande porque descubrió y vivió lo divino que había en ella. No son los capisayos que nosotros le hemos puesto a través de los siglos, los que hacen grande a María sino haber descubierto su ser fundado en Dios y haber desplegado plenamente su feminidad desde esta realidad. Meditación “Él nos eligió para que fuésemos inmaculados”, dice Pablo. Esa elección es para todos sin excepción. Que nadie te convenza de que eres basura. No basta con haber oído que el tesoro está ahí. Es necesario experimentar y vivir esa presencia. Hoy, los profetas Isaías y Juan tienen la palabra. La palabra de un profeta no es fácil de aceptar porque obliga a cambiar, y eso no nos gusta. El profeta es el hombre que ve un poco más allá, o más hondo, que el resto de los mortales. Esa ventaja nace de su postura escudriñadora. No le gusta lo que ve a su alrededor y busca algo nuevo. Esa novedad la encuentra entrando dentro de sí y viendo las exigencias de su verdadero ser. El profeta no es un portavoz enviado desde fuera; es siempre un explorador del espíritu humano que tiene la valentía de advertir a los demás de lo que ve.
Hoy Isaías anuncia lo que debía ser cada hombre personalmente y lo que podía ser la comunidad. Pero extiende los beneficios de una comunidad auténticamente humana a toda la creación. El causante de ese maravilloso cambio será el Espíritu. Los tiempos mesiánicos llegarán cuando las ciencias humanas no tengan la última palabra, sino que la norma última sea “la ciencia del Señor”. Sencillamente genial. Hoy sabemos que esa sabiduría de Dios está en lo hondo de nuestro ser y allí debemos descubrirla. Lo primero que nos anuncian es que nacerá algo nuevo de lo viejo. En lo antiguo, aunque parezca decrépito y reseco, siempre permanece un germen de Vida. La Vida es más resistente de lo que normalmente imaginamos. En lo más hondo de todo ser humano siempre queda un rescoldo que puede ser avivado en cualquier instante. Ese rescoldo es el punto de partida para lo nuevo, para un verdadero cambio y conversión. El evangelio del hoy, leído con las nuevas perspectivas que nos da la exégesis, nos puede abrir increíbles cauces de reflexión. Es un alimento tan condensado, que necesitaría horas de explicación (diluirle para convertirlo en digerible). El problema que tenemos es que lo hemos escuchado tantas veces, que es casi imposible que nos mueva a ningún examen serio sobre el rumbo de nuestra vida. Y sin embargo, ahí está el revulsivo. Pablo ya nos lo advierte: “La Escritura está ahí para enseñanza nuestra”- En aquellos días. Este comienzo es un intento de situar de manera realista los acontecimientos y dejarlos insertados en un tiempo y en un determinado lugar. Jesús ya tenía unos treinta años y estaba preparado para empezar una andadura única. Sin embargo, los cristianos descubren que los primeros pasos los quieren dar de la mano del único profeta que aparecía en Israel después de trescientos años de sequía absoluta. En el desierto. La realidad nueva que se anuncia, aparece fuera de las instituciones y del templo, que sería el lugar más lógico, sobre todo sabiendo que Juan era hijo de un sacerdote. Esto se dice con toda intención. Antes incluso de hablar del contenido de la predicación de Juan, nos está diciendo que su predicación tiene muy poco que ver con la religiosidad oficial, que había desfigurado la imagen del verdadero Dios. Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios. Está claro que se trata de una idea cristiana, aunque se ponga en boca del Bautista. Es exactamente la frase con que, en el capítulo siguiente, comienza su predicación el mismo Jesús. Sin duda quiere resaltar la coincidencia de la predicación de ambos, aunque más adelante deja claro las diferencias. Convertirse no es renunciar a nada ni hacer penitencia por nuestros pecados. Conversión (metanoia), en lenguaje bíblico, es cambiar de rumbo en la vida. Éste es el que anunció el profeta Isaías. Esta manera de referirse al Bautista es muy interesante, porque resume muy bien lo que pensaban los primeros cristianos de Juan. Para ellos, la figura de Juan responde a las expectativas de Isaías. Juan es Elías (correa de cuero) que vuelve a preparar los tiempos mesiánicos. Llevaba un vestido de piel de camello. La descripción del personaje es escueta pero impresionante. Su figura es ya un reflejo de lo que será su mensaje, desnudo y sin adornos, puro espíritu, pura esencia. ¡Qué bien nos vendría hoy un poco más de coherencia entre lo que vivimos y lo que predicamos! Esa falta de coherencia es lo que denuncia a continuación en los fariseos y saduceos. Juan es un inconformista que no se amolda en nada a la manera religiosa de vivir de la gente normal. Acudía a él toda la gente. La respuesta parece que fue masiva. Se proponen dos ofertas de salvación: la oficial, Jerusalén (templo) y la protestante en el desierto. La gente se aparta del templo y busca la salvación en el desierto junto al profeta. La religión oficial se había vuelto inútil, en vez de salvar esclavizaba. Más tarde, Mt llevará a toda esa gente a Jesús, en quien encontrará la salvación definitiva. Dad el fruto que pide la conversión. A los fariseos y saduceos, Juan les pide autenticidad, de nada sirve engañarse o engañar a los demás. Los fariseos y los saduceos eran los dos grupos más influyentes en tiempo de Jesús. También van a bautizarse. Las instituciones opresoras tratan por todos los medios de domesticar ese movimiento inesperado, pero son desenmascarados por Juan. Los fariseos conocedores de todas las normas, cumplían más de lo que estaba mandado, por si acaso. Los saduceos eran el alto clero y los aristócratas, los que estaban más cerca del templo y de Dios. Éstos son los que tienen que convertirse. ¿De qué? Aquí está la clave. Un cumplimiento escrupuloso de la Ley compatible con una indiferencia e incluso desprecio por los demás, es contrario a lo que Dios espera. Estar todo el día trajinando en el templo no garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios. La conclusión es demoledora. Ninguna religiosidad que no valore en su justa medida al hombre puede tener sentido, ni entonces ni ahora. Los seres humanos somos muy propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Sin pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos buenísimos. El Dios, con el que nos relacionamos prescindiendo del otro, es un ídolo. Convertirse no es arrepentirse de los pecados y empezar a cumplir mejor los mandamientos. No se trata de dejar de hacer esto y empezar a hacer aquello. No podemos conformarnos con ningún gesto externo. Se trata de hacerlo todo desde la nueva perspectiva del Ser profundo. Se trata de estar en todo momento dispuesto a darme a los demás. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Se trata de otra idea absolutamente cristiana. Juan está hablando de un bautismo distinto y superior al suyo. Toda plenitud es siempre realizada gracias al Espíritu. No está hablando propiamente del “Espíritu Santo”, sino de la fuerza de Dios que capacita a Jesús y a todo el que “se bautice en él”, para desplegar todas las posibilidades de ser humano. Meditación La presencia de Dios Espíritu en nosotros es la clave. Meditar es emprender un camino hacia el hondón de mi ser. Si de verdad quiero ser auténtico, tengo que descubrir mi ser. El camino puede ser largo y difícil, pero no hay alternativa. Si no lo descubro, mi vida se centrará al “ego” (falso yo). Si el próximo domingo se leyeran las lecturas normales del Ciclo A, aparecería Juan Bautista predicando la conversión y el perdón de los pecados. Y, al terminar los cuatro domingos de Adviento, el ciclo A no habría dedicado ni un solo pasaje a María (salvo la mención del ángel a José en el cuarto domingo). Cosa rara, porque, cuando va a nacer un niño, la gran protagonista es la madre. Afortunadamente, este año 2019, el segundo domingo cae el 8 de diciembre, día de la Inmaculada, y cede el puesto a esta fiesta (al menos en algunos países).
María inmaculada no significa que sea virgen El dogma católico no está pensado para gente sencilla, y es fácil que la gente termine confundiendo los términos. Muchos relacionan “inmaculada” con “virgen antes del parto, en el parto y después del parto”. No tiene nada que ver. Inmaculada significa “sin mancha del pecado original”. Como dice la oración después de la comunión: María fue preservada, en el momento de su concepción, de los efectos del primer pecado (el de Adán y Eva), con los que nacemos todos los demás. Este Hijo se merece la mejor madre La idea que impulsó este dogma se encuentra en la oración inicial: “Oh Dios, que preparaste a tu Hijo una digna morada”. Idea que se desarrolla ampliamente en el Prefacio: “Libraste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo…”. El problema Aunque lo anterior parezca lógico, a los teólogos les planteaba un gran problema: ¿cómo podía alguien estar libre de pecado antes de que Cristo muriese, si es él quien nos redime del pecado con su muerte? Así se explica que, en la Edad Media, grandes teólogos como San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, estuviesen en contra de la idea de que María nació sin la mancha del pecado original. En siglos posteriores hubo grandes debates y enfrentamiento sobre el tema, aunque cada vez fue mayor el número de sus partidarios, especialmente en España. La solución Curiosamente, en la declaración del dogma influirá, al menos indirectamente, la rebelión de los romanos en 1849, deseosos de instaurar la República. Pío IX se vio obligado a huir de los Estados Pontificios, refugiándose en Gaeta. Según el historiador Louis Baunard, fue el cardenal Luigi Lambruschini quien lo animó a proclamar el dogma: “Beatísimo Padre, Usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Sólo esta definición dogmática podrá restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden”. Pío IX estuvo de acuerdo, pero antes quiso recabar la opinión del episcopado universal, que me manifestó de acuerdo. El dogma fue proclamado en 1854. Buscando una base bíblica Un dogma debe fundamentarse en la Escritura. Y los dos textos que se adujeron son los que tenemos en la primera lectura y el evangelio. En el texto del Génesis, después de maldecir a la serpiente, Dios dice: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. El texto hebreo original no habla de ella, sino del él, que se refiere a la enemistad atávica entre el campesino y la serpiente (y que podría aplicarse a Jesús). Pero la traducción latina de la Vulgata cambió él por ella, facilitando la identificación de la mujer con María, la nueva Eva que aplasta la cabeza de la serpiente. El argumento no es muy fuerte, como reconoció Juan Pablo II, porque tergiversa el texto original. El segundo argumento se encontró en el saludo de Gabriel a María cuando la llama “llena de gracia” (kejaritomene). Esa plenitud excluiría cualquier tipo de pecado, incluido el original. Solucionando el problema teológico Suponiendo que los textos anteriores probasen suficientemente, ¿cómo pudo estar libre de pecado María cuando la concibió su madre, si Jesús todavía no había muerto? Los teólogos encontraron la respuesta: Dios la libró “en previsión de la muerte de su Hijo”. Pensando en el pobre cristiano que va a misa Lo anterior le resultará a muchos un galimatías teológico y no creo que le aumente su devoción a María. Por eso añado unas reflexiones sencillas. En el 2º domingo de adviento del ciclo A, Juan Bautista exhorta a la conversión, que consiste en volver a Dios y cambiar de vida. María es el mejor ejemplo de esta conversión. En realidad, no es ella quien vuelve a Dios, es Dios quien se dirige a ella a través de Gabriel. Pero la relación que se establecerá entre Dios y María será la más fuerte que se puede imaginar, mediante la acción del Espíritu Santo y el nacimiento de Jesús. Y si Juan Bautista exige abandonar los proyectos propios y cambiar de forma de actuar, María renuncia a todos sus planes y se pone en manos de Dios: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. ¿Se imaginaba María lo que estaba aceptando? Gabriel la engañó, al menos de entrada, al decirle que su hijo iba a ser grande, heredaría el trono de Dios y reinaría en la casa de Jacob para siempre. No le dijo que su hijo iba a ser criticado, que lo iban a considerar endemoniado y blasfemo, mucho menos que terminarían condenándolo a muerte. Pero, aunque se lo hubiera dicho, María habría respondido del mismo modo: “He aquí la esclava del Señor”. María libre de todo pecado no significa que fuera impasible, que asistiera como una estatua a la pasión de su hijo. Significa que el odio, el espíritu de venganza, el rencor, el desánimo, nunca la dominaron. Gabriel le dijo: “has encontrado gracia ante Dios”. Gracia y mucho sufrimiento. Pero, a pesar de sus mentiras piadosas, Gabriel lleva razón. María encontró gracia ante Dios y ante nosotros, que la proclamamos bienaventurada. En estos momentos en que el odio y el rencor se difunden por tantos ambientes y países con fuerte tradición cristiana, es bueno pedirle que su intercesión “repare en nosotros los efectos de aquel primer pecado”. Bendita ella, bendito Dios, benditos nosotros La segunda lectura no menciona a María, subraya el protagonismo de Dios Padre y de Jesús. No solo ella es la gran beneficiada en esta fiesta. También nosotros hemos recibido “toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Hemos sido elegidos; hemos sido destinados a ser sus hijos; y, con ello, también a ser sus herederos. Que María nos ayude a vencer las más diversas inclinaciones al mal y a agradecer a Dios por tanto bien recibido. La liturgia de este domingo nos sitúa la fiesta de la Inmaculada en el marco del Adviento. Nos propone una honda reflexión sobre el texto de la Anunciación del nacimiento de Jesús adquiriendo la figura de María un protagonismo indiscutible. Para una comprensión más ajustada hemos de inscribir este relato en el contexto del pueblo de Israel y su esperanza mesiánica. Éste sería su aspecto de continuidad, pero es importante notar también sus puntos discontinuos y que son fuerza de arranque del cristianismo. Hay mucho silencio en torno a María y su historia, existen más antecedentes de reflexión teológica que históricos pero los datos de su vocación la sitúan en un primer plano en la historia cristiana.
Todos los líderes de Israel llevan asociados un relato de vocación, pero en este caso es la vocación de María la que es narrada por Lucas con una explícita intencionalidad. Se trata de un texto muy profundo que alterna la vocación de María con el anuncio del nacimiento de Jesús. Esta narración discurre en paralelo con el anuncio del nacimiento de Juan anunciado a Zacarías. La anunciación del nacimiento de Juan se realiza a un sacerdote en el Templo, en María, Dios se hace presente en el pueblo, en la realidad del mundo; el mensaje salvador ahora se inscribe en la historia. En este anuncio hay una doble particularidad que rompe con los esquemas de la tradición judía: es a una mujer con nombre propio (ni varón, ni sacerdote) y el impacto de este encuentro no es una misión para cumplir, sino la misma entrada de Dios en la historia como humano. La revelación ya no es a través de un rol religioso sino en la cotidianidad del ser humano que ahora es susceptible de la acción de Dios. Es la persona el lugar sagrado, el nuevo escenario de Dios. Comienza el texto con un saludo del personaje del ángel que representa a Dios, un saludo que incluye un desglose de la identidad de María. Antes de revelar la misión, revela su identidad: “llena de Dios”. No la convierte en un instrumento del “Altísimo” sino que reconoce su condición de persona usando la misma expresión que con otros líderes israelitas: “el Señor está contigo”. María reacciona como persona; primero desde la emoción “se turbó…” y posteriormente racionaliza lo que vive: se preguntaba por el significado de aquel saludo. Ya hay una elaboración importante de lo que está viviendo. El ángel continúa con su mensaje y ahora presenta la misión de María con expresiones indicadas en futuro. La maternidad de María, como misión explícita, no es una imposición de nadie, pero sí tiene un sentido que trasciende lo biológico porque su Hijo será un nuevo referente de humanidad a través del cual Dios se hace liberación. La evolución del conocimiento humano hace consciente a un Dios que habita y actúa en su misma entraña. Continúa el texto aludiendo a que María pide datos para avanzar en la comprensión de lo que se le está proponiendo para una aceptación responsable. Es un diálogo que va revelando la identidad humana y divina en unidad y distinción. Dios no anula a María, espera su respuesta porque el amor más auténtico es aquel que respeta la libertad, el que no invade, sino el que espera a ser aceptado. Termina María con unas palabras que vuelven a recordarnos a los grandes líderes de Israel: “he aquí la sierva del Señor”, palabras que la liberan de toda dependencia de otro semejante y la vinculan a la Historia de Israel con voz propia y como potencia mesiánica. Sus últimas palabras “Hágase en mi” renueva el hágase pronunciado por Dios en la Creación para dar paso a una nueva humanidad; ahora Dios ya no es un Otro que llega sino sustrato que construye desde dentro lo humano en una dinámica de “encarnación”. Desde estas claves la Inmaculada Concepción de María adquiere todo su sentido: Dios ha suscitado un nuevo modo de existencia y María se convierte en la primera persona de la cadena humana que es consciente del origen divino de su Ser. Se establece un nuevo orden en la trama humana: el pecado y la ruptura con Dios queda en un plano inferior porque existe un espacio de gracia y de conexión con Dios indestructible. Creer que es destructible es darle poder al pecado y minimizar el amor liberador de Dios. María es un referente de persona liberada de todo aquello que mutila la dignidad y la inviolabilidad de nuestra existencia. Hay una nueva revelación de la Creación, una confirmación de que la realidad divina forma parte de nuestra humanidad. María, mujer que coopera en la liberación del género humano, nos invita este domingo a recuperar nuestra capacidad de encarnar la VIDA en nuestra historia personal y eclesial. Una Iglesia consciente de que vive “llena de Dios” es capaz de avanzar hacia lo esencial. La atracción que desde siempre ha ejercido el evangelio de Juan se explica por la profundidad de su sabiduría y por la belleza y elegancia de su simbología. Sin embargo, y a pesar de una apariencia contraria, hay algo que lo hace único entre los escritos cristianos de primera hora: la comprensión no-dual que lo sostiene y que permite nombrarlo como “el evangelio de la no-dualidad”.
Esa característica lo inscribe en la corriente de la llamada “sabiduría perenne”, a la vez que lo conecta con la sensibilidad cultural de nuestro momento histórico, en el que se abre paso con fuerza la no-dualidad como clave de lectura y de comprensión de lo real. El presente comentario, fruto de más de diez años de estudio, ha sido compartido y trabajado en grupos muy diferentes, que lo han enriquecido, cada uno desde su particular perspectiva. El autor, desde aquella misma clave no-dual, va comentando el texto, párrafo a párrafo, para mostrar la sabiduría que encierra. Y, en ese mismo movimiento, hace ver que todo el escrito evangélico está hablando constantemente de nosotros mismos. Hacia el siglo III a.C., cuando, como consecuencia de la conquista de Alejandro en Oriente viene a ser impuesta la cultura helenista, surge en Israel un movimiento de resistencia que queda como un hito en la historia del pueblo judío. Y es que el helenismo obedece a la política de Alejandro de unificar culturalmente, por motivos de dominación, lo que va surgiendo como un imperio. Empero y dado que en Israel la cultura no se limita a la lengua, las costumbres y la organización socioeconómica, sino que tiene su núcleo en el monoteísmo, la aceptación del helenismo viene a resultar equivalente a renegar la fe en un único Dios, que ha sido —y habrá de continuar siendo— el elemento aglutinante, por antonomasia, del judaísmo.
Luego de mantenerse al margen de la lucha armada, se alinea a la resistencia un segmento religioso conocido como los piadosos: éstos son, justamente, los antepasados de los fariseos. Con todo y al correr del tiempo, los fariseos van tomando un perfil muy peculiar caracterizado no solo por la observancia rigurosa de la Ley, sino por haber generado una tradición oral que, para el tiempo de Jesús de Nazaret, acaba imbricándose con la Ley misma. Sea como fuere, tanto por su origen como por su cercanía al pueblo llano, el pensamiento religioso fariseo acaba siendo cuantitativamente dominante en la Palestina del primer tercio del siglo I. No resulta, entonces, difícil suponer que los fariseos, gozando de la aceptación y el respeto popular, acaben percibiéndose a sí mismos como el paradigma perfecto de la relación con Yahvé, cosa que conlleva una serie de privilegios que protegen celosamente ora con sus actitudes, ora con su vestimenta. En una sociedad mediterránea —como aquélla judía de entonces— donde el código honor-vergüenza determina el puesto que el individuo ocupa en su colectivo, el fariseo viene a ser el referente por antonomasia del honor. Por lo contrario, el publicano es el exponente más acabado de la vergüenza, tanto por lo que es en sí, como por su origen. Allá por el 133 a.C. y a propósito de la donación de un reino, el Senado romano acaba utilizando la infraestructura para el cobro de impuestos propia de las monarquías de Oriente. Así y para no mancharse las manos, los senadores adoptan la institución de los publicanos que consiste en el arrendamiento de un sector geográfico para la exacción. Los arrendatarios de la cosa impositiva vienen a ser inversionistas que, provistos de recursos considerables o formando sociedades de capital, pujan por los sectores sujetos a cobro y responden ante el Estado comprometiéndose a entregar una cantidad determinada de impuestos recaudados o, en su defecto, a cubrirla con su propio peculio. La ganancia del negocio está en la diferencia del monto a entregar y la cantidad recaudada, misma que habrá de depender de la habilidad de los cobradores de impuestos para aumentarla. Lógicamente, no son los inversionistas quienes se hacen cargo personalmente del cobro de los tributos: para esto contratan empleados recaudadores —que acaban siendo llamados, por extensión, publicanos— con la consigna de extorsionar tanto cuanto puedan a los sujetos de impuesto: sobra decir que el trabajo de recaudador es odioso y odiado, por lo que quienes se contratan como publicanos suelen ser gentes que no tienen otra posibilidad de ganarse la vida. Tal es el contexto de los protagonistas de la parábola: ambos, el fariseo y el publicano, suben al Templo a orar. Según el uso común, se oraba de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada dirigida hacia abajo; y si bien los golpes de pecho son un gesto tradicional y frecuente en las mujeres, en caso de extrema angustia también los hombres lo hacen tal como, en este caso, el publicano, que, observando la postura tradicional de la oración, al añadir los golpes en el pecho, muestra la conciencia de sí que su propia realidad le evidencia. Se podría considerar al publicano como el elemento de contraste que Jesús usa en lo que, evidentemente, viene a ser una crítica severa, no tanto ni solo a los fariseos, sino a aquellos que, a partir de una conciencia inflada y mistificada de sí mismos se arrogan el derecho de dividir a los seres humanos en buenos y malos. Porque es éste el meollo de la cuestión: no se pone en duda las obras de las que se jacta el fariseo, sino su convicción de que tales obras justifican el situarse por encima del publicano con un desprecio excluyente. Convicción peligrosa. Sumamente peligrosa. Y es que justamente de la conciencia de la propia perfección se deriva el derecho autootorgado no solo de juzgar, no solo de pensar, sino de pasar a los hechos en relación con quienes se considere en un estatus inferior, o peor, censurable. A mayor abundancia, cuando la conciencia de la superioridad se tiene como justificada por el mismo Dios, lo que es de suyo peligroso acaba siendo letal en tanto que resulta ser la raíz del fundamentalismo: ¿o es que no está detrás de tantas exclusiones que llegan incluso a la muerte —sea por vía de la violencia, sea por una legalidad sumamente cuestionable— la certeza arbitraria de la perfección y la superioridad, personal o colectiva, bendecida por el único Dios de judíos, cristianos y musulmanes? La hipótesis de Penrose y Hameroff cobra cada vez más fuerza.
En los años 90 del siglo pasado, los investigadores Sir Roger Penrose y Stuart Hameroff propusieron que la consciencia se deriva de la actividad de las neuronas del cerebro en la escala más mínima, la escala cuántica o subatómica. Los últimos estudios sobre por qué la anestesia “desconecta” nuestra consciencia parecen darles la razón. La unión de física, biología y neurología quizá podría desvelar por fin un enigma de siglos: el origen de la consciencia. La imagen del cerebro como un ordenador va quedando cada vez más obsoleta, pues no logra explicar el origen de la consciencia. Como alternativa, en los años 90 del siglo XX, dos científicos, Sir Roger Penrose (Profesor Emérito de Matemáticas en la Universidad de Oxford) y Stuart Hameroff (anestesista y profesor de la Universidad de Arizona) propusieron una hipótesis a la que bautizaron como Reducción Objetiva Orquestada (“Orch OR”). Esta apasionante teoría señalaba que la consciencia se deriva de la actividad de las neuronas del cerebro en la escala más mínima, la escala cuántica o subatómica. Más concretamente, la Orch OR apuntaba a que la consciencia dependería de procesos cuánticos biológicamente orquestados que se desarrollan en (y entre) los microtúbulos del citoesqueleto de las neuronas del cerebro. En principio, esta hipótesis fue muy criticada, pero en 2014 Penrose y Hameroff la revisaron en la revista Physics of Life Reviews a partir del descubrimiento de vibraciones cuánticas a temperaturas cálidas en los microtúbulos del interior de las células cerebrales, realizado por el investigador Anirban Bandyopadhyay, del Instituto Nacional de Ciencias Materiales del Tsukuba, Japón. Estas vibraciones eran resonancias autosimilares, que se repetían en rangos de frecuencias determinados y levísimos. Entonces, Penrose y Hameroff también trajeron a colación los hallazgos de otro científico de la Universidad de Pennsylvania (EEUU), Roderick G. Eckenhoff. Estudiando la anestesia, Eckenhoff había descubierto que esta deja inconsciente gracias a que actúa –a nivel cuántico- sobre los microtúbulos de las neuronas del cerebro. Efecto de la anestesia a nivel cuántico Tal y como se explica en la revista Newswise, en el siglo XIX, se halló que un grupo de gases con diversas estructuras químicas tenían una acción común: Cuando eran inhalados, hacían que los seres humanos y los animales quedaran inconscientes. Una vez que estos gases eran exhalados, los sujetos volvían a estar conscientes. Pero entonces nadie pensó que la anestesia podría ayudar a entender la consciencia. En los últimos años, se ha ido comprendiendo por qué la anestesia “desconecta” la mente. Este efecto es posible gracias a que sus moléculas interaccionan con una proteína que se encuentra en los microtúbulos del citoesqueleto de las neuronas y que se llama tubulina. La tubulina es tan pequeña que solo tiene unos cuantos nanómetros de diámetro. Lo que sucede es que esta proteína de los microtúbulos neuronales y la anestesia establecen interacciones cuánticas débiles con frecuencias de oscilación características, del tipo Fuerzas de Van der Waals. En 2015, un estudio dirigido por el investigador de la Universidad Nova Southeastern y colaborador de Hameroff, Travis Craddock, arrojó aún más evidencias sobre este punto. Craddock y su equipo hicieron pruebas con ocho gases anestésicos, lo que reveló que la presencia simulada de una molécula de gas anestésico cercana a los microtúbulos podía amortiguar significativamente la frecuencia de oscilación de estos. En otras palabras, la anestesia haría descender la frecuencia de oscilación de los microtúbulos. Por tanto, bloquearía la consciencia mediante la reducción de la frecuencia de las oscilaciones de la proteína tubulina en los microtúbulos neuronales. Un nuevo estudio de Craddock y su equipo ha profundizado ahora en las implicaciones de este efecto para el uso de la anestesia en cirugía y para las complicaciones cognitivas que la anestesia puede ocasionar. Fruto de una orquestación cuántica Volviendo al tema inicial, Penrose y Hameroff señalan que estos hallazgos implicarían que, para tener consciencia, se debe mantener la frecuencia de oscilación de la tubulina. Y no solo eso, la oscilación individual de cada microtúbulo debe mantenerse dentro de una jerarquía de múltiples escalas, es decir, estar orquestada dentro de una oscilación colectiva con las oscilaciones de la tubulina de otras neuronas. Según Penrose y Hameroff, ese “trabajo orquestado” está constituido por procesos cuánticos, que son los que, en última instancia, regulan la membrana y la sináptica neuronales –la actividad normal de las neuronas, de la que emerge la consciencia. Además, la evolución de dicha orquestación culminaría gracias a la llamada “Reducción Objetiva”, un concepto estrechamente vinculado al colapso de la función de onda de la mecánica cuántica. Dado que la física cuántica subyace a todos los procesos de la materia, el enfoque de Penrose y Hameroff parece ofrecer una explicación de cómo de dicha materia puede emerger la vida consciente e inteligente. La confluencia de los últimos avances físicos, biológicos y neurológicos está permitiendo profundizar hasta el nivel cuántico en la arquitectura funcional del cerebro, para conocer “la interacción psicofísica de sus constituyentes fundamentales”, como ha explicado en Tendencias21 el físico Manuel Béjar. Referencias bibliográficas: Craddock TJA, et. al. Anesthetic Alterations of Collective Terahertz Oscillations in Tubulin Correlate with Clinical Potency: Implications for Anesthetic Action and Post-Operative Cognitive Dysfunction. Science Report (2017). DOI: 10.1038/s41598-017-09992-7. Kurian P, Dunston G, Lindesay J. How quantum entanglement in DNA synchronizes double strand breakage by type II restriction endonucleases . Journal of Theorical Biology (2016). Craddock TJA, Hameroff SR, Ayoub AT, Klobukowski M, Tuszynski JA Anesthetics act in quantum channels in brain microtubules to prevent consciousness. Current Topics in Medicinal Chemistry (2015). Hameroff S, Penrose R Consciousness in the universe: A review of the ‘Orch OR’ theory. Physics of Life Reviews(2014). Hameroff S, Nip A, Porter M, Tuszynski J. Conduction pathways in microtubules, biological quantum computation, and consciousness. Biosystems (2002). |
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