Del viaje de Francisco a Irak bien estará que perduren los discursos y las fotos de encuentros con dirigentes políticos o religiosos. Pero hay algo que me parece más importante conservar: la imagen y el recuerdo de sus encuentros con el padre de Aylan y con Doha Sabah Abdalah, víctimas del crimen de la guerra siria y del crimen del terrorismo islámico.
La foto del niño de tres años ahogado en una playa turca dio la vuelta al mundo y nos produjo una pequeña sacudida pero ya nos habíamos olvidado de ella. Tampoco nos dijeron que su padre había perdido además a otro hijo de 5 años y a su esposa. Por impactante que pareciera, ver solo la foto del cuerpo del niñito inmóvil en la playa no es lo mismo que haber visto nacer y crecer a aquella criatura inocente, para encontrárselo después así. Lo que habrá pasado por el corazón de aquel pobre hombre serio, no lo sabremos nunca. Tampoco lo que pasó por aquella mujer cristiana de la llanura de Nínive que oyó una explosión, se asomó a la calle y le dijeron que su crío de 4 años acababa de morir. Que solo pudo “llevarlo al cementerio y rezar unas oraciones”, y que ha tratado de perdonar a los terroristas, aun reconociendo que “muchas veces la naturaleza humana es más fuerte que la llamada del Espíritu”. Que ese dolor y esa amargura, soportados diariamente en el silencio, hayan encontrado el reconocimiento, la atención, el tiempo y el abrazo de alguien que figura como líder o persona importante de un universo religioso puede ser una pequeña señal o promesa de que ni el mal ni el dolor tendrán la última palabra en esta historia. Ojalá en adelante haya un poco más de paz en sus vidas. Y ojalá nuestra humanidad, laica y plural, sepa encontrar la forma de crear una especie de “santos mártires laicos” de nuestra historia, que tuvieran la misión que deben tener los santos en la iglesia católica: unos recuerdos que interpelan(y no unos meros diosecillos de los que aprovecharnos). Y ojalá encontráramos las imágenes de esos santos mártires laicos en los locales de Naciones Unidas, en todos los gobiernos y parlamentos del mundo, en la OIT y -ya no me atrevo a decirlo- en los locales del FMI, del Banco Mundial y de todas las fábricas de armas del planeta: en esos que son los verdugos estructurales y las causas últimas de tanto dolor y de tanta amargura silenciosa como puebla esta tierra. Eso ya no me atrevo a esperarlo. Hay otra cosa importante dentro del campo de mi Iglesia. El padre de Aylan no sería cristiano sino musulmán, supongo. Doha era cristiana pero no católica. El abrazo de Francisco tiene aquí otro significado que podemos calificar como “ecumenismo del dolor”. Eso me evoca el comentario -más genérico- de Francisco a los periodistas, en su vuelo de regreso de Irak: “Algunos me acusan de herejía por estas cosas”. Quisiera dirigirme fraternalmente a esos acusadores. Leamos primero todos el pasaje evangélico de la mujer sirofenicia (Mt 15, 21-28). Jesús comienza allí hablando como quizá gustaría a esos acusadores: humilla a la mujer, defendiendo su proyecto inicial de comenzar “congregando a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,6; 15,24), con la idea de pasar luego de Israel al mundo. Desde nuestra mentalidad actual, la mujer pudo haberse despachado diciendo a Jesús que era un judío fanático o un machista o cosas así. Se habría desahogado pero habría perdido a su niña. Prefirió aceptar la humillación personal para ver si así salvaba a su hija. Y no solo consiguió eso, sino que la sensibilidad divina de Jesús percibió inmediatamente que allí estaba Dios, y modificó su proyecto inicial (en los evangelios, cuando Jesús dice a alguien “grande es tu fe” es como si le estuviera diciendo que Dios habla por ti). Jesús sabe perfectamente lo que ya venía practicando con sus modos de curar: que lo que más une a los hombres ante Dios es el dolor compartido; más que todas las inevitables y dolorosas divisiones de mentalidad, religión o iglesia que la historia ha venido provocando. Si no bastara el que, ante Dios, antes que ateos, musulmanes, budistas o cristianos, somos todos seres humanos y, por tanto hijos suyos, queda todavía el que ante Dios, podemos ser todos iguales por el dolor compartido. Eso es lo que creo que ha comprendido Francisco y no comprenden sus acusadores: ellos tienen una mentalidad religiosa, pero no una mentalidad divina. Y la religiosidad humana está tan expuesta al pecado como su ausencia (historia magistra vitae). Solo el Espíritu de Dios puede librarnos de ese pecado de nuestra religiosidad que Jesús parece haber combatido tanto. Y ojalá que Abdulah Kurdi (el padre de Aylan) y Doha Sabah Abdalah vengan a ser como las puertas de ese nuevo ecumenismo. Como he dicho otras veces, lo que necesita nuestro mundo occidental es tener el valor de poner encima de la mesa todo el inmenso dolor del mundo. Aunque no esté bien citarse me atrevo a repetir lo que escribí hace ya más de cuarenta años: “el servicio al dolor del mundo es el lugar de superación de la eterna antinomia entre inmanencia y trascendencia” (La Humanidad Nueva, p. 692 de la última edición).
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1.¿En qué consiste ser cristiano?
En el mundo y en la historia, el cristianismo no existiría sin Jesús de Nazaret, ni nosotros podríamos ser hoy cristianos, ni llamarnos tales. La Comunidad cristiana, históricamente hablando , proviene de Jesús de Nazaret. Por El comenzó a existir, por él creció y se expandió, de él recibió los principios que debían guiarla, de él aprendió el sentido de la vida y el destino final que le aguarda Como cristianos reservamos, dentro de la gran Comunidad cristiana, un espacio de singular memoria y veneración para cuantos supieron cumplir el mensaje de quien fundó esa gran Comunidad. ¿Qué queremos decir con esto? Muy sencillo: que todos los que hemos decidido seguir a Jesús, debemos saber que “estamos movidos y llamados a amar a Dios con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas y a amarnos los unos a los otros como Cristo nos amó; un amor que nos hace partícipes de la vida divina y que debemos cultivarla día a día, hasta lograr que nuestra vida sea un reflejo de la vida de Dios, una vida santa” (Lumen Gentium, 40). De modo que todos como cristianos estamos llamados a practicar esa vida santa, no sólo algunos excepcionales, ¡Todos! Nadie debe amilanarse, acomplejarse, pensar que para escalar esa cumbre, sólo pueden hacerlo algunos, pues se necesitan condiciones y cualidades especiales que ellos no tienen. No. Dios nos ama a todos por igual y Jesús, su enviado, presente entre nosotros, nos dice que todos podemos amar como él, todos tenemos vocación de santidad. Lo afirma, con gran autoridad, – la mayor en la Iglesia- el concilio Vaticano II: “Todos los fieles de cualquier condición o estado están llamados a la plenitud de vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad con la cual, aún en la sociedad terrena, se promueve un modo de vivir más humano” (LG, 40). 2.Vivir y amarnos como Cristo nos amó Dejemos, pues, claras dos cosas: Pimera: La vida cristiana la poseemos por seguir a Jesús. El es la fuente, el modelo, el camino y la meta. Ser cristiano es, primero de todo, seguir a Jesús de Nazaret, vivir como él, tratar de sentir, pensar y actuar como él. Todo lo que se aparte de este objetivo, debe ser sometido a examen. Segunda: siempre y también ahora, somos muchos los que nos presentamos como cristianos. A cualquiera que nos analice, le surge inmediata esta pregunta: – Pero, ¿en qué hacéis consistir vuestro cristianismo? Si hubiéramos de responder. ¿Tendríamos una respuesta unánime? Seguramente, muchos piensan que ser cristiano consiste en practicar una serie de preceptos y leyes y también una serie de ritos y actos religiosos de vez cuando, sin que ello suponga un estilo de vida semejante al de Jesús. Hay que ir pues directos a lo que es bien simple: En la vida de cada día, ¿Cómo procedemos? ¿Cómo nos comportamos en la familia, en el trabajo, en el comercio, en la enseñanza, en el turismo, en la administración, en la política? ¿El comportamiento nuestro es semejante al de Jesús? Seguramente hay cristianos que van regularmente a Misa y su vida va por otro lado que la de Jesús. Y, sin embargo, puede haber personas que pocas veces o nunca van a Misa y su comportamiento no dista mucho del de Jesús. Por eso, conviene dejarl bien bien claro: la santidad es cosa de todos, de todos los que nos hemos apuntado a seguir y vivir como Jesús. La santidad no consiste en tener revelaciones especiales de Dios ni en hacer cosas milagrosas, sino en ser fieles a nosotros mismos, en realizar todo lo que Dios nos ha dado , utilizando responsablemente nuestra razón y nuestra libertad, amando a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. El amor a Dios y al prójimo van inseparables, no es posible el uno sin el otro: “Si alguien dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermanos a quien está viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo” (I Juan, 4, 20-21). . Y ésta es tarea individual, irreemplazable, en la cual nadie nos puede sustituir. Cada uno es único, singular y debe aspirar a ser él mismo, sin complejos de inferioridad ni ensoñaciones de grandeza, sino como uno más, dentro de la común dignidad, igualdad y solidaridad compartidas en fraternal comunidad. 3. ¿Y los Santos, qué son para nosotros? Dentro de esa gran comunidad cristiana, recordamos y veneramos con especial cuidado a personas, -varones y mujeres-, que mejor supieron asimilar la vida y enseñanza de Jesús. Son los Santos. Y no hay pueblo o ciudad que no tenga sus Santos. ¿A quién recordamos y veneramos nosotros? ¿Qué significa para nosotros tenerlos como patronos? Creo que podríamos honrarlos e imitarlos si aplicáramos su ejemplo al contexto y circunstancias concretas de nuestra época y sociedad. ¿Qué retos o tareas nos plantean? ¿Cuáles son los dioses falsos a los que nosotros debemos renunciar? ¿Dónde, con qué criterios y con qué acciones? ¿Qué alternativas de pensamiento y acción nos sugieren nuestros Santos? ¿Cómo ponerlas a rodar en nuestro pueblo , en nuestro contorno diocesano y nacional? 6 UNA PROPUESTA EFICAZ Y ASEQUIBLE Alerta preambular Llego hoy a vosotros con un mensaje de resolución, esperanza y compromiso. El ambiente que nos envuelve rezuma incertidumbre, temor, desconfianza y cesión a los agentes que solapada y criminalmente generan ese ambiente. Todo como si no supiéramos de dónde surge la calamidad globalizada del CORONAVIRUS y no tuviéramos más suerte que la resignación . No es fácil ver qué y cómo hacer. Pero, lo peor es dar por válido que es así y que no hay alternativa, es decir, causas que lo provocan y que está en nosotros combatirlas y reemplazarlas. Lamentablemente, la información mediática,supercontrolada, es tan poderosa y sutil, que la mayoría ni lo sospecha ni plantea alternativa posible. Utópicamente,nosotro decimos que no, que nada ocurre al azar, ni es fruto del fatalismo ni de la voluntad vindicativa de los dioses. El terreno donde fermenta es terreno humano como el nuestro y, por eso, podemos descifrarlo y ponerlo al descubierto. Lo primero, pues, desenmascarar los propósitos de esa minoría – financiera primordialmente- malvada, cruel e indecente. Creo que tenemos alternativa y es lo que debemos intentar. |
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