Realmente, los seres humanos no sabemos de dónde venimos. Sin duda, somos un producto avanzado del universo, tal vez el último eslabón de una larga cadena de evolución que ha hecho aparecer la vida sobre el planeta tierra. Mirando hacia atrás, nos asombra ver que nuestro desarrollo craneal y el inicial despegue de los ecosistemas nos llevó a la condición de seres autónomos, capaces de obrar libremente e incluso de dominar y someter la naturaleza a la conveniencia propia. Y tampoco sabemos adónde vamos, pues un gran misterio envuelve nuestro inexorable destino, al que solo podemos enfrentarnos armados de esperanza ciega, radical. Y, desde luego, no nos conocemos a nosotros mismos, pues no somos conscientes de la envergadura del potencial que nos otorga nuestra condición humana, razón por la que sería muy aventurado, pongamos por caso, vaticinar cómo serán, comparados con nosotros, los hombres que vivan dentro de mil años. Nuestras hazañas se han limitado a ir arañando, pasito a paso, gotas de verdad al universo del que formamos parte, pero es tanto lo que nos queda por descubrir que los más introducidos en el tema hablan de que todavía no hemos llegado a conocer ni el 5% de su contenido.
Por todo ello, debemos confesar, abierta y humildemente, que no sabemos a ciencia cierta de dónde venimos, adónde vamos y quiénes somos. Pero no hay duda alguna de que venimos de algún lugar (entidad) y de que somos un algo (entidad) que camina hacia algún destino (entidad), y es que el ser que somos, diametralmente opuesto a la nada de la que solo podemos servirnos como concepto dialéctico, jamás podrá identificarse con ella. Mucho peor lo tienen nuestros congéneres, los demás animales, que ni siquiera pueden plantearse tan entretenidas cuestiones y cuyo periplo vital les obliga a limitarse a nacer, a vivir comiendo y a procrearse copulando para, finalmente, morir sin ni siquiera tener conciencia de ello. Sin embargo, es muy curioso que, en el cúmulo de ignorancias referidas a nuestro entorno y a nosotros mismos, haya “palabras que quedarán en la memoria”, tal como nos asegura el libro del Deuteronomio en el texto recogido en la primera lectura de la liturgia de este domingo, y también es curiosa, por su claridad y contundencia, la sublime respuesta de Jesús al escriba que le pregunta cuál es el primer mandamiento, recogida en el relato del evangelio de hoy. Choca que, ignorando tanto sobre nosotros mismos, haya verdades a las que podamos asirnos y, sobre todo, que nos conste con meridiana claridad cuál es el primer y único mandamiento por el que deben regirse nuestras vidas. Por lo demás, subrayemos el contraste entre el texto de Hebreos de la segunda lectura de hoy y el que comentamos el domingo pasado en relación a Jesús como sumo sacerdote. El texto de hoy, rebasando la cicatería del anterior, nos lo presenta sin limitación ni debilidad alguna, pues dice de él que es “santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo”. De este sumo sacerdote sí que podemos decir, con el salmo, que es nuestra roca, nuestro alcázar, nuestro libertador, nuestra peña, nuestro refugio, nuestro escudo, nuestra fuerza salvadora y nuestro baluarte, sirviéndonos de un lenguaje que trasluce un fondo bélico en el que Dios interviene como gran valedor y defensor de su pueblo. Sin salirse del contexto de fortaleza y perfección que le son propias, el evangelio de hoy nos lleva afortunadamente a otro escenario para mostrarnos un Jesús sabio, menos alambicado y muchísimo más cercano, a la hora de entablar un diálogo fluido y abierto que le permite el acercamiento y la conversación llana y directa con el escriba ansioso de claridad. Frente a la dificultad de establecer una jerarquía entre los muchos mandamientos que contiene la ley, Jesús sorprende a su interlocutor con una respuesta asombrosa que pulveriza toda posible jerarquización, pues simplifica maravillosamente la complejidad legislativa al hacerla confluir en la dirección del mandamiento más coherente y de sentido común que cabe imaginar: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, mandamiento que lleva adosada, como reflejo o como proyección, la obligación de amar “a tu prójimo como a ti mismo”. El peso del propio egoísmo nos impide muchas veces no solo ponernos en el lugar del otro, lo que ciertamente es difícil, sino también identificarnos con él, lo que requiere incluso una buena dosis de heroísmo. Pero, por difícil que resulte, esa es la clave del proceder cristiano, claramente reflejada en el único mandamiento válido, el del amor que, a través del prójimo, nos lleva a Dios. Asombra ver la cantidad de cosas que los humanos especulamos a la hora de referirnos al cristianismo, rompiéndonos la cabeza con sus contenidos dogmáticos, y, sobre todo, la obsesión que tenemos con el tema de la “verdad”, y, más en particular, la cantidad de tácticas pastorales que proyectamos para que el mensaje de Jesús, su pan de vida y su bebida de salvación, sirva de alimento también a los seres humanos de nuestro tiempo. Y, sin embargo, el único mandamiento a que Jesús se atiene, que engloba cuanto es el cristianismo y lo que los cristianos debemos hacer, se limita a algo tan claro y simple como amar a Dios con todas nuestras fuerzas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Invito a los seguidores de este blog a reflexionar hoy en profundidad sobre tan clara y bella “verdad” para despejar su mente e inyectar energía a su corazón. Estoy seguro de que, de hacerlo, se sentirán felices, sensación difusa de seguridad y bienestar que, desgraciadamente, tantas veces nos conduce por senderos equivocados y que con frecuencia nos despeña en los acantilados que nos salen al paso. Todos buscamos ansiosamente la felicidad. ¿Alguien podría medir de alguna manera la fuerza y el empuje del instinto de supervivencia y el tesón con que procuramos no solo evitar cuanto nos hiere, sino también conseguir todo aquello que nos place? Me refiero al amor incondicional que nos profesamos a nosotros mismos, al trabajo que realizamos en el ancho campo de continua acción benevolente que somos. Podría decirse que nos amamos a nosotros mismos hasta los tuétanos. Pues bien, ese es precisamente el amor con que el mandamiento divino, rubricado por Jesús, nos dice que debemos amar a nuestro prójimo, sabiendo que nuestro prójimo es todo ser humano sin excepción, un ser que nos rodea por todas partes y que indefectiblemente se nos muestra necesitado de amor. Pero amar al prójimo, sobre todo con la intensidad con que lo hacemos a nosotros mismos, no es fácil, pues requiere un gran esfuerzo y un sufrido sacrificio que, como recompensa, nos deparan la grata sorpresa de descubrir que el amor a nosotros mismos solo se nutre del amor al otro, igual que el amor que debemos a Dios solo se concreta en el que profesamos a quienes nos reflejan su rostro, nuestros semejantes. Y así, el prójimo no solo es el único aeropuerto desde el que podemos despegar hacia Dios, sino también el único huerto que podemos cultivar para alimentarnos nosotros mismos. Los cristianos nunca deberíamos olvidar que todos los seres humanos formamos un único cuerpo, “el cuerpo místico” del que Jesús es la cabeza.
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Se trata de un relato muy sencillo, que recuerda a las “Florecillas” de San Francisco de Asís. Lo importante no es su valor histórico sino su mensaje. Destaco algunos detalles.
1. La pobreza de los protagonistas. En el mundo antiguo, de estructura patriarcal, las personas más marginadas eran las viudas y los huérfanos; la muerte del marido o del padre los condenaba en la mayoría de los casos a la miseria. En nuestro relato, esta situación se ve agravada por la sequía, hasta el punto de la mujer está segura de que ni ella ni su hijo podrán sobrevivir. 2. La fe y la obediencia de la mujer. Muchas veces, comentando este texto, se habla de su generosidad, ya que está dispuesta a dar al profeta lo poco que le queda. Pero lo que el autor del relato subraya es su fe en lo que ha dicho el Señor a propósito de la harina y el aceite, y su obediencia a lo que le manda Elías. 3. La categoría excepcional de Elías, al que Dios comunica su palabra y a través del cual realiza un gran milagro. Teólogos presumidos y una viuda generosa (evangelio) El relato tiene dos partes: la primera denuncia a los escribas, la segunda alaba a una viuda. Las relaciona la actitud tan contraria de los protagonistas: mientras los escribas “devoran los bienes de las viudas”, la viuda echa en el arca “todo lo que tenía para vivir”. ¡Cuidado con los escribas! Los escribas eran especialistas en cuestiones religiosas, dedicados desde niños al estudio de la Torá. Tenían gran autoridad y gozaban de enorme respeto entre los judíos. Pero Jesús no se fija en su ciencia, sino en su apariencia externa y sus pretensiones. La descripción que ofrece de ellos no puede ser más irónica, incluso cruel. Forma de vestir (amplios ropajes), presunción (les gustan las reverencias en la calle), vanidad (buscan los primeros puestos en la sinagoga y en los banquetes), codicia (devoran los bienes de las viudas), hipocresía (con pretexto de largos rezos). Todo esto es completamente contrario al estilo de vida de Jesús y a lo que él desea de sus discípulos. Por eso los amonesta severamente: «¡Cuidado con los escribas!». No es preciso añadir que los discípulos le hicieron poco caso a Jesús y terminaron vistiendo como los escribas, exigiendo reverencias y besos de anillo, ocupando primeros puestos, y devorando bienes de viudas, viudos y casados. Por desgracia, de este evangelio no se puede decir: «Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia», aunque debemos reconocer que la situación ha mejorado bastante. Elogio de la viuda En la 1ª lectura y en la segunda parte del evangelio tenemos personajes parecidos: una viuda y un profeta (Elías-Jesús). Pero la relación entre ellos se presenta de manera muy distinta. Basta fijarse en los siguientes detalles: ¿De qué hablan la viuda y el profeta? Elías y la viuda mantienen un diálogo, mientras que Jesús no dirige ni una palabra a la viuda. Cuando ve lo que ha hecho, no la llama para dialogar con ella, sino que llama a sus discípulos para darles una enseñanza. ¿Qué hace la viuda por el profeta? La viuda entrega todo lo que tiene a Elías y trabaja para él; la viuda del evangelio no hace nada por Jesús. ¿Qué hace el profeta por la viuda? Elías hace un gran milagro para resolver el problema económico de la viuda; Jesús no le da ni un céntimo. La enseñanza silenciosa de la viuda Los relatos anteriores de Marcos (que no se han leído en las misas del domingo) han ido presentando una serie de personas y grupos que se presentan ante Jesús para discutir con él las cuestiones más diversas: su autoridad, el pago del tributo al César, si hay resurrección de los muertos, cuál es el mandamiento principal, etc. Al final aparece esta viuda, que no se preocupa de cuestiones teóricas ni teológicas, ni siquiera se interesa por Jesús; sólo le preocupa saber que hay gente pobre a la que ella puede ayudar con lo poco que tiene. La viuda es un símbolo magnífico de tantas personas de hoy día que no tienen relación con Jesús, pero se preocupan por la gente necesitada e intentan ayudarlas, sin considerarse ni ser cristianos. Y la preocupación de la viuda no es de boquilla, entrega todo lo que tiene. Jesús, que no la llama para hablar con ella e invitarla a formar parte del grupo de sus discípulos, nos puede servir de ejemplo para la actitud que debemos adoptar ante esas personas. No hay que intentar convertirlas a toda costa. En los tiempos que corren, de tanta necesidad para tanta gente, el evangelio de este domingo nos da mucho que pensar y que rezar. Los letrados (escribas) y la viuda constituyen dos símbolos que encarnan maneras de vivir diametralmente opuestas.
Los primeros se mueven por el poder, queriendo ofrecer una imagen ostentosa y persiguiendo reconocimiento, privilegios y dinero por cualquier medio. Jesús denuncia el “amplio ropaje” que suele utilizarse, en los ámbitos más dispares, como signo distintivo de superioridad. (Si se me permite un paréntesis: ¿qué sentido tiene que, todavía hoy, la jerarquía de la iglesia siga vistiendo capisayos que producen vergüenza ajena y que, para más inri, tienen su origen en los que vestían los poderosos del Imperio romano? Indudablemente, la resistencia a abandonarlos, parece indicar la necesidad, consciente o inconsciente, de manifestar una posición de poder). En un nivel más profundo, los “letrados” pueden verse como símbolo del ego (religioso), que se mueve en virtud de sus propias necesidades e intereses narcisistas. Por su parte, la imagen de la viuda, tal como es presentada en el relato, representa a la persona capaz de entregar y entregarse (“todo lo que tenía para vivir”), de manera generosa y desapropiada. El contraste que el relato pone de manifiesto refleja el que cada uno de nosotros vivimos en nuestro interior. En nosotros conviven, mejor o peor, y en diferentes “dosis”, tanto el “letrado” -el ego que gira constantemente en torno a sí mismo- como la “viuda” -la dimensión profunda que vive en la comprensión y se expresa en el amor que se entrega-. La psicología profunda nos enseña que “todos tenemos de todo” porque, más allá de la imagen que mostramos y en la que nos reconocemos, hay otra parte equivalente -la sombra- donde se albergan aspectos ocultos de signo contrario. La sombra no es mala. De hecho, en cuanto somos capaces de reconocerla y de abrazarla, la sombra nos humaniza, regalándonos, a partes iguales, humildad y compasión. Dejamos de “ver la mota en el ojo ajeno” -como diría el propio Jesús-, porque ya hemos visto la “viga” en el propio (Lc 7,41). ¿Reconozco al “letrado” y a la “viuda” que habitan en mí? Hay experiencias de fe que deberían divulgarse con fuerza en toda la comunidad cristiana. Incluso convertirse en luz para el día a día por su fuerza universal, católica, y porque su luminosidad choca con la condición hedonista en la que estamos inmersos. La experiencia que traigo a colación está sacada de un libro que ya pasa de las diecisiete reimpresiones; al releerlo, siento la necesidad de compartir al menos lo que entiendo es el cuore de este libro titulado Cartas del desierto, de Carlo Carletto, seguidor de Carlos de Foucauld.
¿Acaso cuando vino Jesús a este mundo, el omnipotente, el Amor, no podía curar a todos los enfermos, saciar el hambre a todos los pobres, curar todas las llagas, resucitar a todos los muertos? ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué dejó al mundo como lo encontró, necesitado, dolorido, injusto, malo? Un día iba el autor del mencionado libro en camello por una pista bajo el sol sahariano, cuando se encontró con un grupo de trabajadores que reconstruían el camino deteriorado. No había máquinas ni técnica, sólo el trabajo humano de pico y pala en medio del calor y el polvo del desierto. De pronto, uno de esos obreros manuales le sonríe a Carlo Carletto de una manera que no olvidará jamás, según su propio testimonio, aun viéndole “pobre, desgarrado, sudoroso, sucio”. Es su compañero Pablo (otro hermano de Foucauld con quien había coincidido en el seminario), que había escogido este trabajo para mezclarse en aquella masa humana como levadura evangélica. “Nadie habría descubierto a aquél ingeniero europeo bajo aquellos vestidos, aquella barba, y aquél turbante amarilleado por el polvo y el sol”. Ahora era un pobre como los demás. Un ingeniero convertido en obrero manual… ¡Cuánto mejor sería que al menos utilizara sus conocimientos para arreglar carreteras con medios técnicos más eficaces y humanizados!, se preguntaba la madre del hermano Pablo. En realidad, la pregunta es para el propio Jesús: ¿Por qué quiso ser pobre? ¿Por qué quiso ocultar su divinidad y su poder y vivir entre nosotros como el último y padecer la ignominia del Calvario? Es no entender el escándalo de que alguien que se proclama Hijo de Dios no ha evitado el suplicio. Pero la respuesta aparentemente más lógica, no es la que responde al amor más grande: la Iglesia no necesita con urgencia de otro ingeniero, de lo que está muy necesitada es de un grano de trigo más que haga fecundar el amor compartiendo la vida con aquellos trabajadores saharianos en aquella remota senda del desierto; a su nivel, sin ventajas, como Cristo hizo con nosotros. Ese “habitar entre nosotros” se manifiesta sobre todo en Belén y en el Calvario: Jesús se pone junto al ser humano y le enseña a vivir la impotencia y a sufrir el dolor con amor. Tenía mil modos de ayudarnos, pero escogió el más duro, el más radical: ponerse en nuestro lugar, parecerse a nosotros lo más posible. “Se hizo semejante en todo menos en el pecado”. Así, pasó junto a nosotros como uno más, sin ventajas ni privilegios, para enseñarnos a vivir en plenitud. No nos lo enseñó desde un pedestal, o desde fuera de nuestra realidad, sino viviendo la misma vida limitada con todos sus condicionantes y sin utilizar el poder; solo el amor. ¿Qué diría la humanidad, si siguiendo a Jesús al Calvario, le viera de repente volverse airado hacia un hombre que le ha dado un puntapié y le gritara: “Sabes quién soy yo?” Es el amor el que justifica nuestras acciones, afirma Carletto. No olvidemos que somos sembradores y solo Dios es el recolector. Y lo hace a su manera, a veces indescifrable, a veces contradictoria: Quien de vosotros quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos, nos recuerda el evangelista Juan. Todo un eslogan de liderazgo de servicio. Este tipo de experiencias con fuerte mensaje, como la que nos cuenta Carletto, debería ser trending topic entre los cristianos, al menos los católicos. La fuerza del testimonio, el liderazgo de servicio, la apuesta humilde por convertirse en grano fecundo… Aquellos trabajadores saharianos tuvieron un gran regalo de Dios personalizado en el hermano Pablo, algo mucho mejor que la máquina más moderna capaz de aligerar el trabajo en el desierto. Esa pobreza elegida es desasimiento, es libertad y amor. Es un modo de ser, de estar; es un don del Espíritu Santo para quien acoge esta vocación y para quien tiene la suerte, en su marginación, de encontrarse con este tipo de personas. Vivimos una realidad. Nuestra Iglesia está viviendo una enfermedad y necesitamos ayuda, conversión, empuje, sanación. Todos conocemos el grave problema de los sacerdotes pederastas. Son muchos en número dentro de la Iglesia en estos cincuenta años. Otra realidad que se ha salido de cauce es el problema económico. Personas significativas de la comunidad eclesial se han aprovechado del dinero común y lo han empleado en gastos e inversiones propias. Son los dos aspectos que más se notan y sobresalen, que más rompen la noticia del evangelio. Además, podemos añadir, los fallos que hacemos y vivimos todos los cristianos, lejos del Evangelio.
A la vez gozamos de muchas personas -muchísimas- que viven en pequeñas comunidades -con entrega, pobreza y un servicio estupendo- que están viviendo el evangelio con valentía y generosidad. Lo cierto es que hoy en día, empezando por el papa y siguiendo por todos los cristianos, vivimos en medio de estas realidades. Queremos convertir la pederastia hacia una vivencia sana y creativa del evangelio, queremos que el dinero se invierta en servicio a los pobres. Queremos conocer y vivir la Buena Noticia de Jesús. Son tareas y misiones muy fuertes, necesarias y atractivas. Para eso viene una revolución: una conversión. Cambiar, dar un giro a la vivencia del cristianismo. Quitar lo que hay de negativo y apoyar lo positivo que está surgiendo. A ese cambio lo llamamos Sínodo: y quiere decir que lo vamos a hacer entre todos, desde la vivencia y la colaboración. Que descubramos la realidad en la que vivimos, con sus luces y sombras, y empujemos la carreta de la Iglesia para que vaya por los caminos, gozosos y positivos, que nos marca Jesús. Cristianos más sencillos, más auténticos, hasta la jerarquía y el papa. Se trata de que todos y todas pongamos de nuestra parte la Fuerza del Espíritu que Dios nos da a través de todos. Recuerdo que estando en un pueblo se provocó un fuego en el monte y echaron este bando: “que todos mayores de dieciocho años se presenten en la plaza con herramientas”. Y allí fuimos todos y conseguimos apagar el fuego. Lo mismo aquí se trata de que todas las personas echemos una mano, vivamos como Jesús y colaboremos con nuestro estilo de vida. Todos estamos citados. La Nueva Sociedad que Jesús quiere es como un carromato y todos podemos empujar y vivir con alegría. Porque aún recuerdo que el día del fuego cenamos unas sopas exquisitas. Se trata de vivir el Sínodo con ilusión y con entrega. Con nuestro testimonio, con nuestro análisis, con nuestra práctica… ayudar a que la Iglesia vuelva al proyecto que Jesús tenía para su comunidad. Todas las personas. Y quiero hacer una llamada a los no cristianos, porque nos pueden ayudar mucho, quizás porque ellos ven mejor los fallos y los cambios que tenemos que dar en la Iglesia. Y por supuesto los cristianos, porque creemos en Jesús y en el tipo de sociedad que nos plantea. Todos somos necesarios. Veréis como sí. Al tiempo que estudiábamos los “mandamientos de la Ley de Dios”, surgía en nuestras mentes infantiles la imagen de un Dios Juez absoluto y arbitrario -podía hacer lo que quisiera-, que exigía, por encima de todo, ser obedecido. Explicado con categorías actuales, tal imagen de Dios se caracterizaba por la auto-referencialidad, por lo que aparecía como un gran Narciso caprichoso y pronto a la ira cuando sus mandamientos eran desobedecidos.
Uno de los errores graves de la religión -aunque sea comprensible si tenemos en cuenta el momento histórico en que nace- fue justamente el de leer los “mandamientos” desde la heteronomía. Tal idea presuponía una cosmovisión -Dios habitando en un “piso” superior al de la creación- y una determinada concepción de la autoridad -omnímoda, arbitraria e incuestionable-. Y daba como resultado, por un lado, la imagen de un Dios antropomorfo empeñado en que hiciéramos lo que él quería y, por otro, en los creyentes, una actitud infantiloide de sometimiento pasivo, aderezado con miedo y resentimiento. La propia evolución de la consciencia en nosotros va haciendo posible la superación de aquellas imágenes míticas, en la medida en que nos abre a una comprensión mayor. Los llamados “mandamientos” no son caídos del cielo -no hay un dios que los haya entregado escritos en las “Tablas de la Ley” a Moisés en el monte Sinaí, a no ser que caigamos en la que he llamado «sutil trampa teísta»-, sino un constructo mental, plasmación de aquello que los seres humanos han ido descubriendo como “reglas” para ordenar su convivencia y responder a las circunstancias de la manera más sabia posible. En este sentido, los mandamientos son expresión de la comprensión: aquello que los humanos creían ir comprendiendo lo plasmaban, con mayor o menor acierto, en forma de “mandato”. Si así fueron escritos, ahí también se halla la clave para una lectura adecuada. Por ejemplo, cuando en el “primer mandamiento” se dice que “amarás al Señor tu Dios” y “al prójimo como a ti mismo”, no se está dando una orden heterónoma, nacida de alguna voluntad superior. Se está expresando una verdad profunda: la unidad de todo lo real. De modo que, en un lenguaje laico, no teísta, podría formularse de este modo: “Cuando comprendes lo que somos, amas lo que es y vives la unidad -el amor- con todo”. Si, más allá de la infinidad de formas diferentes, lo realmente real -el fondo de todas las formas- es uno, solo cabe una actitud adecuada: el amor, entendido como certeza de no separación, que genera un comportamiento en esa misma línea. ¿Cómo veo la realidad? ¿Cómo veo a los otros? El 7 de septiembre pasado, la oficina de prensa del Vaticano publicó el Documento preparatorio de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión.
Los días 9 y 10 de Octubre en Roma se iniciará en Roma y a partir del 17 de octubre y hasta el 22 de Abril se llevará a cabo en todas las iglesias particulares del Mundo, para culminar en octubre de 2023 con la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de obispos. Se pretende implicar a toda la Iglesia (no sólo a obispos y sacerdotes) en este proceso sinodal. Anoto las palabras textuales junto con las mías, subrayadas; con ellas quiero resaltar el espíritu con que Francisco promueve esta Asamblea Internacional eclesial: que llegue a todos, que participen todos, de abajo arriba, no de arriba abajo. Vivir un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno – en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales – la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios; .../.... - regenerar las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, organizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc. (2) 15.- La perspectiva del “caminar juntos”, además, es todavía más amplia, y abraza a toda la humanidad, con que compartimos «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias» (GS, n. 1). (15) La pregunta fundamental que guía esta consulta al Pueblo de Dios, como se ha recordado en la introducción, es la siguiente: En una Iglesia sinodal, que anuncia el Evangelio, todos “caminan juntos”: ¿cómo se realiza hoy este “caminar juntos” en la propia Iglesia particular? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar juntos”? (26) La segunda perspectiva considera cómo el Pueblo de Dios camina junto a la entera familia humana. La mirada se concentrará así en el estado de las relaciones, el diálogo y las eventuales iniciativas comunes con los creyentes de otras religiones, con las personas alejadas de la fe, así como con ambientes y grupos sociales específicos, con sus instituciones (el mundo de la política, de la cultura, de la economía, de las finanzas, del trabajo, sindicatos y asociaciones empresarias, organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil, movimientos populares, minorías de varios tipos, pobres y excluidos, etc.). (29) En la Iglesia y en la sociedad estamos en el mismo camino uno al lado del otro. En la propia Iglesia local, ¿quiénes son los que “caminan juntos”? Cuando decimos “nuestra Iglesia”, ¿quiénes forman parte de ella? ¿quién nos pide caminar juntos? ¿Quiénes son los compañeros de viaje, considerando también los que están fuera del perímetro eclesial? ¿Qué personas o grupos son dejados al margen, expresamente o de hecho? (30 / I Los compañeros de viaje) La escucha es el primer paso, pero exige tener una mente y un corazón abiertos, sin prejuicios. ¿Hacia quiénes se encuentra “en deuda de escucha” nuestra Iglesia particular? ¿Cómo son escuchados los laicos, en particular los jóvenes y las mujeres? ¿Cómo integramos las aportaciones de consagradas y consagrados? ¿Qué espacio tiene la voz de las minorías, de los descartados y de los excluidos? ¿Logramos identificar prejuicios y estereotipos que obstaculizan nuestra escucha? ¿Cómo escuchamos el contexto social y cultural en que vivimos? (30 / II Escuchar) Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. ¿Cómo se identifican los objetivos que deben alcanzarse, el camino para lograrlos y los pasos que hay que dar? ¿Cómo se ejerce la autoridad dentro de nuestra Iglesia particular? ¿Cuáles son las modalidades de trabajo en equipo y de corresponsabilidad? ¿Cómo se promueven los ministerios laicales y la asunción de responsabilidad por parte de los fieles? ¿Cómo funcionan los organismos de sinodalidad a nivel de la Iglesia particular? ¿Son una experiencia fecunda? (30 / VIII Autoridad y participación) Será igualmente valiosa la contribución de las otras realidades eclesiales a las que se enviará el Documento Preparatorio, como también de aquellos que deseen enviar directamente su propia aportación. Finalmente, será de fundamental importancia que encuentre espacio también la voz de los pobres y de los excluidos, no solamente de quien tiene algún rol o responsabilidad dentro de las Iglesias particulares. (31) Que participen los colectivos de pobres, los marginados y excluidos, las ONGS, los movimientos populares, los sindicatos, sectores del mundo del trabajo, no sólo los sectores más eclesiásticos. Que intervengan "Otras realidades eclesiales" que podrán incluso enviar directamente sus propias aportaciones. Y cuando hablamos de marginados y excluidos no debemos pensar sólo en colectivos sociales. También en la Iglesia hay muchos sectores excluidos y marginados que deben oír su voz y merecen ser escuchados y a los que nunca se les escucha ni se les presta atención. Pienso en el colectivo de curas casados (uno de cada cuatro curas en el mundo están casados), de mujeres presbíteras, de comunidades cristianas de base, teólogos y teólogas a los que no se les tiene en cuenta, parroquias de sectores populares, religiosas, jóvenes, mujeres... Su voz en la Iglesia debe ser escuchada y éste es un buen momento. Mucho me temo que, como ya alguien ha señalado, todo quede en un intento sincero del Papa Francisco por revitalizar la Iglesia, pero que la gran mayoría de obispos intenten hacerlo a su modo y manera, sin tener en cuenta estas consideraciones que señala el documento oficial de la Iglesia que estamos comentando y que trata de ser un revulsivo, para que haya un verdadero proceso democrático y participativo de todos, no sólo de los sectores eclesiásticos más allegados a cada obispo. Si eso fuera así, de nada habrá servido porque todo seguirá igual. Personalmente pienso que Redes Cristianas, que aglutina a más de 200 colectivos de la Iglesia de base y renovadora, podría y debería recoger en un documento no superior a diez folios, como pide el texto preparatorio, las grandes aspiraciones que desde hace ya muchos años venimos demandando y que no voy ahora a enumerar para no extenderme, pero que creo están en la mente de todos. O incluso las que actualmente demanden esos colectivos. Ese documento debe llegar a la secretaría general del Sínodo de la mejor manera que se vea. Pero nuestra voz debe ser escuchada y así colaboramos con Francisco de modo positivo, mientras otros muchos procurarán no hacerle mucho caso o ignorarlo, sencillamente porque no están de acuerdo con su línea renovadora y participativa y quieren seguir actuando como siempre, sin escuchar realmente a todo el mundo. En dos meses caducarán 241 millones de dosis de vacunas contra el Covid-19, sin contar los 34 millones que ya se vencieron y fueron descartadas en EEUU. Estos 241 millones forman parte de los 1.200 millones de dosis que les sobran a EEUU, Canadá, Reino Unido, Japón y la Unión Europea, las cuales también están próximas a vencerse e irán a parar al basurero si no son donadas y aplicadas antes de diciembre de este año (Informe de Arirfinity sobre pronóstico y caducidad de las vacunas contra el Covid-19 para 2021 y 2022).
A pesar de esto, los países ricos antes mencionados y miembros del G-7 siguen cerrando contratos con las empresas farmacéuticas para adquirir vacunas contra el Covid-19. Según la programación de compras hasta junio 2022 y considerando incluso que apliquen una tercera dosis a su población, les estarían sobrando y muy probablemente caducando 2.228 millones de vacunas para mediados del próximo año, cantidad que equivale al 41% de los 5.400 millones de dosis que se requieren para vacunar al 70% de la población de los países de bajos y medianos ingresos. De estos 2.228 millones de dosis excedentes, el 40% estará en los depósitos de EEUU, el 5% en el de Reino Unido (121 millones), el 45% en los países de la Unión Europea (999 millones de vacunas) y el 5% en Canadá (111 millones) (Airfinity). El hecho de que 1.200 millones de vacunas se estén venciendo en los países ricos mientras más de la mitad de la población mundial espera ser inmunizada es una manifestación más de las grandes e inhumanas desigualdades que caracterizan al sistema económico que impera en más del 95% de los países del mundo. Es una señal más, entre muchas otras, del fracaso del capitalismo para dar respuesta a las mayorías, el mismo que, basado en la explotación, da prioridad a la ganancia de unos pocos por encima de la vida de muchos, ese mismo sistema económico que algunos insisten en defender y en calificar de exitoso por su supuesta “eficiencia”. Al respecto, Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dijo: “Debo ser franco: el mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico, y el precio de este fracaso se pagará con las vidas y el sustento de los países más pobres”. Denunció que incluso aun cuando defienden el acceso equitativo, algunos países y empresas continúan dando prioridad a los acuerdos bilaterales, evitando el mecanismo COVAX, lo que está provocando un aumento de los precios y mayores ganancias para la industria a costa de menor acceso para los pueblos. A la fecha, se han producido 7.500 millones de dosis de vacunas contra el Covid-19 incluyendo la producción de China. Se están produciendo unos 1.500 millones al mes, al parecer, la industria farmacéutica ha acelerado la producción. De seguir este ritmo, para diciembre de 2021 se habrán fabricado 12.227 millones (Airfinity). Es el caso que, en el mundo se requieren 11.300 millones de dosis para inmunizar al 80% de la población mayor de 12 años. Eso significa que, si los países ricos no acumularan y concentraran las vacunas que luego se les terminan venciendo en sus depósitos y, por el contrario, hubiese habido una distribución justa, es decir, humana, de las vacunas, no solo hubiésemos podido alcanzar la meta de inmunización antes de finalizar el 2021, sino que se podría evitar 1 millón de muertes de aquí a junio 2022. Desde que comenzó la pandemia han muerto 4.757.000 personas. Antonio Guterres, director general de Naciones Unidas informó en la reciente Cumbre de ese organismo celebrada el 22 de septiembre que, hasta el momento se han administrado más de 5.700 millones de dosis de vacunas en el mundo (se han vacunado 3.490 millones de personas, el 44% de la población mundial), pero que el 73% de ellas se aplicaron en sólo diez países. Dijo que: “los países de ingresos altos han administrado 61 veces más dosis por habitante que los países de ingresos bajos. Solo el 3% de los africanos se ha vacunado”. Los países pobres no han vacunado ni el 2% de su población. La cada vez mayor acumulación y concentración de capital, y por lo tanto de poder, es uno de los objetivos y de las principales características del modo de producción que hoy impera en el mundo sin importar a costa de qué o, mejor dicho, a costa de quiénes y de cuántos. La humanidad ha llegado al punto que, en esta fase superior del capitalismo, la concentración y con ella la desigualdad es tan bárbara que, no solo el 1% de la población mundial se apropia del 84% de lo que produce la clase trabajadora (OXFAM), sino que 5 empresas privadas tienen hoy el monopolio y el poder de decidir quiénes viven y quiénes mueren en el mundo, nos referimos a Pfizer/BioNtech, Moderna, Astrazeneca, Johnson&Johnson y Novavax que se reparten el 45%, 24%, 12%, 12% y 6% respectivamente del mercado mundial de 100.000 millones de dólares en vacunas contra el Covid-19. Poder que, obviamente, está por encima del de los gobernantes y de la propia ONU. A los hechos nos remitimos. La propuesta planteada esta semana por Joe Biden en la 76° Asamblea Nacional de la ONU de comprar 500 millones más de dosis de vacunas a la empresa Pfizer para donarlas a los países pobres, no solo es inmoral y descarada cuando acaban de botar 34 millones de dosis vencidas y cuando igual destino pudiesen tener 576 millones que están por vencerse de aquí a diciembre de 2021 en ese país, sino que termina siendo una trampa para seguir garantizando ventas, ganancias y poder a las farmacéuticas. La verdadera solución a la pandemia no pasa por gotear caridad, sino por intervenir sobre la causa de la desigualdad en el acceso a las vacunas, nos referimos a eliminar el monopolio del complejo médico farmacéutico lo que, a su vez, pasa por levantar uno de los mecanismos más inhumanos que inventó el capitalismo para legalizar y legitimar la mayor concentración de capitales y con ésta dichos monopolios/poderes privados: los derechos de propiedad intelectual y las patentes. El asunto de la concentración de los capitales que derivan en monopolios privados es tan perverso que los propios padres del monetarismo/neoliberalismo (lo más salvaje del capitalismo) lo reconocen. Friedrich von Hayek, escribió en su libro “Los fundamentos de la libertad”: “…si existe peligro de que un monopolista adquiera poder de coacción, el método más eficaz para impedirlo consiste, probablemente en exigirle que sus precios sean los mismos para todos y prohibirle toda discriminación entre sus clientes”. Por su parte, Milton Friedman, discípulo de Von Hayek, escribió en su libro “Capitalismo y libertad”: “…la elección entre los males del monopolio privado, del monopolio público o de la regulación pública no puede hacerse de una vez para siempre independientemente de las circunstancias de los hechos. Si el monopolio técnico lo es de un servicio o artículo que se considera esencial, y si su poder monopolístico es considerable, puede ser que incluso los efectos a corto plazo de un monopolio privado, sin regulación, fueran intolerables. En este caso la regulación o la propiedad estatal sería lo más conveniente.” ¿Qué tal? Y resulta que en este mundo capitalista en el que vivimos y en medio de la peor pandemia, los inmorales gobiernos de los países ricos se oponen a la eliminación de las patentes y por el contrario, insisten en legalizar el monopolio y el poder de la industria farmacéutica privada sin importar cuántos mueran. Quienes pretenden que esa afirmación del título es una muestra del masoquismo cristiano, solo ponen de relieve lo atrevida que puede llegar a ser la ignorancia. Digamos en su descargo que esa afirmación es algo imprecisa: lo que quiere decir es que el Crucificado es el centro del cristianismo.
Y esto sugiere una primera aclaración: no puede haber crucificados sin alguien que los crucifique: uno podrá azotarse o maltratarse a sí mismo, pero no puede crucificarse a sí mismo. (N.B. En un sentido metafórico hablamos, con Jesús, de “llevar la propia cruz”: se puede cargar con una cruz pero no es posible clavarse en ella). Hecha esta precisión terminológica elemental, podemos ver qué significa eso de que el Crucificado es el centro del cristianismo. En primer lugar nos descubre una dura ley histórica: siempre que alguien se pone a favor de los de abajo: de los pobres, de las víctimas y de los maltratados, corre el riesgo de que acaben quitándolo de en medio violentamente. No hace falta apelar a Jesucristo como prueba: pensemos en nombres no católicos como Gandhi, como Nelson Mandela y hasta como Espartaco. En segundo lugar, quienes crucifican no son los malos, sino los oficialmente buenos. Y lo hacen en nombre de las más grandes palabras y los más grandes valores: como Dios, la democracia, la libertad… “Llega la hora en que los que os maten creerán hacer un servicio a Dios” había dicho Jesús. Y a él no lo mataron los publicanos, ni las prostitutas, ni los zelotes, sino los sumos sacerdotes y el Sanedrín. En tercer lugar, eso nos lleva a una disyuntiva fundamental. O nuestra historia no es más que la hipocresía de un progreso del que presumimos, pero que está labrado sobre cadáveres de víctimas inocentes… ¿O?: o resulta que la muerte de aquellos crucificados es nacimiento a una vida más alta y hasta sirve de perdón para los mismos verdugos. Este es el mensaje del cristianismo. Increíble; pero el único que da sentido a esta historia cruel, ante la que cerramos los ojos tan tranquilamente. El Resucitado es precisamente el Crucificado. No otro, por mucho que pueda haber triunfado en la historia. Hecha esta reflexión quisiera concretarla con un ejemplo concreto entre otros mil: un matrimonio que será desconocido por casi todos los lectores. Lo tomo adrede de aquella Nicaragua que tan ilusionante y preciosa fue en los años 80 tras la revolución sandinista, y que ha acabado teniendo un Judas, como también lo tuvo Jesús. Felipe y María Eugenia Barreda: un matrimonio profundamente cristiano con dos niños pequeños. Habían organizado un proyecto de ayuda para dar comida, vestido y educación a los niños y niñas más pobres. Tras la revolución decidieron ir al Norte del país para colaborar en el corte del café y en aquella maravilla que fue la alfabetización, formando allí una comunidad cristiana (“si aprenden a leer, que aprendan a leer la Biblia”). En diciembre de 1982, junto con otros cuatro jóvenes, fueron secuestrados y llevados a Honduras por lo que entonces se llamaba “La Contra”, subvencionada y armada por el gobierno de EEUU, en nombre de la libertad y de la democracia. El resto lo transcribo de una biografía reciente, tomado del testimonio de uno de los jóvenes: “Felipe fue obligado a caminar varios kilómetros de rodillas. Se le negó el agua y, al no poder subir a un cerro, fue amarrado a un caballo. Al amanecer, su rostro estaba bañado en sangre, sus ropas eran harapos y él gritaba: ’Dios mío llévame, llévame’. Al no poder sacarle información, el dirigente del grupo ordenó que lo amarraran desnudo a un árbol. Su esposa fue llevada a su presencia con signos de haber sufrido torturas y abusos sexuales colectivos. Allí mismo, ambos fueron salvajemente golpeados y, cuando cayeron al suelo desvanecidos, ametrallados. Dos vidas tan unidas en el amor y el servicio evangélico a los pobres que ni la muerte pudo separarlos”. No son los únicos. Hay otros muchos que nunca aparecerán en nuestros medios de comunicación. Son solo un ejemplo para entender el título: El Crucificado (y en él todos los crucificados) es el centro del cristianismo. Con una simple matización: la cruz no es lo mismo que el victimismo. Los crucificados no se quejan, no hacen de su situación un arma en favor propio. Solo claman como Jesús: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”; y “Padre, en tus manos pongo mi vida”. Podemos pues resumir parodiando a un gran cantante: Oye querido Serrat, - amigo: decirte quiero que ese Jesús del madero - es el que anduvo en la mar. A la mar fue por sus pasos - calmando la tempestad. Del madero lo colgamos - nosotros, por molestar…[1] [1] Como es sabido, Joan Manel Serrat puso música el poema de Machado a la saeta: “oh no eres tú mi cantar ,no puedo seguir ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar” “pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante” (Fil:3.13).
No significa que el cristiano no deba recordar el pasado, especialmente las bondades pretéritas de Dios, como hizo Pablo (1Cor 15:10 y 2Cor 11:23). Lo que quiere sugerir es que la vida cristiana es esencialmente progreso. Detenerse en el pasado sería una ruina. Quien empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios: cfr. Lc 9, 51-62 ¡Hemos de desear la enmienda por amor, y no la venganza por odio! Tenemos que recordar el pasado con los colores de la alegría y la gratitud. Si hubo errores, agradecer el perdón recibido de Dios y de las personas ofendidas. Si hubo hechos positivos, sentir satisfacción por lo realizado y por el bien que cosechamos. Tagore, decía: “¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros!... deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico”. Si fuimos víctimas de la maldad ajena, debemos perdonar generosamente al culpable y orar pidiendo a Dios que lo perdone y lo restituya. Remover con amargura los males pasados es prolongar el sufrimiento y el dolor; Temer el futuro es sufrir anticipadamente. Es pintar con tintas oscuras el día de mañana. Por el contrario, encarnar el futuro con esperanza es bordar el horizonte con hilos de oro del Sol naciente. Son reglas generales que se encuentran dispersas aquí y allá en las páginas de la Biblia. La precipitación en acusar, a la ligera, en juzgar y la severidad en condenar nos producen muchos sinsabores. La tolerancia y el perdón nos vuelven mansos y acogedores. El perdón nace del amor y el amor nos libera, dándonos alas para volar y creando condiciones para crecer espiritualmente. Cuando algunas personas nos hieren y nos ofenden, no son conscientes muchas veces lo que hacen. Nos hieren porque ellas mismas están heridas, porque padecen complejos de inferioridad y la única manera de hacerse notar y sentirse superiores es pinchar y molestar. En realidad son ellas las únicas perjudicadas. Pero si repetimos las palabras de Jesús en la cruz no necesitamos saltar por encima de nuestra indignación y dominarnos. Para sentirnos capaces de perdonar nos basta con no considerar al ofensor como un enemigo, sino simplemente como una persona que se siente ella misma herida. Perdonar a esas personas no significa por nuestra parte un gesto de debilidad, sino una manifestación de nuestra libertad y fortaleza. Por el contrario, si no perdonamos, el otro sigue ejerciendo poder sobre nosotros, es él quien determina nuestra manera de pensar y sentir. El perdón nos libera de ese poder extraño porque el otro ya no es un adversario para nosotros, sino un individuo herido y obcecado, incapaz de obrar de otra manera. Incluso en el caso de que llegara a crucificarnos no ejercería poder sobre nosotros. Es necesario abrir el corazón al perdón, liberarlo de toda esa carga que está pesando y no deja avanzar. Perdonar desde la comprensión amorosa, no para cambiar a los que hicieron daño o justificar los hechos acontecidos. Perdonar para poder ser felices y recuperar la paz. Así lo sintió Jesús en la cruz. Los hombres pudieron hacerle sentir exteriormente los efectos de su maldad y del pecado, pero no pudieron llegarle a lo más profundo de su interior donde él seguía orando por ellos con una oración que les hacía transparente su obcecación y su ignorancia. En los Hechos de los Apóstoles cuenta Lucas cómo los discípulos se comportaban de la misma manera que Jesús. Por ejemplo en el caso de Esteban, que muere con las mismas palabras de Jesús en los labios. Rezaba mientras era apedreado. Me extiendo con mi cuerpo y mi mente en tensión, cara al futuro, sea corto o largo. En el pensamiento de Pablo está olvidar el pasado y ocupar el tiempo futuro para el bien. Cada momento que pasa es una migaja que cae de mesa de la vida y que jamás volverá. Quien usa el tiempo de la vida para crecer en el amor no tiene tiempo para odiar. Quien se dedica con laboriosidad al futuro non tiene tiempo para lamentar el mal que se encuentra a su alrededor. El mundo es una escuela y en la vida las pruebas surgen como provocación. El pasado no es más que un punto de partida para conquistar el futuro olvido lo de atrás dice el apóstol. Me extiendo, con mi cuerpo y mi mente en tensión, cara al futuro, sea corto o largo. Del interior de un capullo irrumpe la vida de una mariposa, para vivir una nueva fase de su existencia. Esa fase es el futuro, que comienza a partir de mañana. Cargar con el resentimiento nos daña y nos enferma y sobre todo, nos aleja de Dios. (Col. 3:8) El resentimiento es en primer lugar un sentimiento negativo que causa un enorme daño al que lo padece. Resentimiento es sentir, una y otra vez, el enojo y el dolor que vivimos en el pasado y que fue provocado por una persona o situación. Es preciso aclarar que es legítimo que las personas expresen su malestar, su descontento cuando son tratadas de manera injusta y que pidan que se les reconozcan sus derechos, usando los mecanismos y controles establecidos por la sociedad. Lo que no es útil ni sano es cultivar esos sentimientos hostiles atacando cada vez que es posible. El resentimiento no va a cambiar al otro y daña e intoxica, como un veneno, al resentido. La persona resentida rumia de manera interminable la afrenta sufrida, su queja es infinita. La situación por la que pasa puede compararse con la de un auto patinando en un barrial. El resentimiento causa mucho sufrimiento al que lo padece. Es importante tener en cuenta que la persona resentida se hace daño a sí misma con sus sentimientos negativos. Diana Hulse-Killacky, de las universidades estadounidenses de Alabama del Sur y de Nueva Orleans, que fue publicado en 2011 por la revista Journal of Counseling Development, muestra cómo el perdón fue la clave para que una decena de mujeres superaran los abusos sexuales que habían sufrido durante su infancia. Todas relataron que perdonar al agresor supuso un gran logro para dejar atrás ese capítulo de su vida. Saber olvidar es, por tanto, poner la felicidad en nuestras manos y no en manos del otro. Según algunas investigaciones, perdonar garantiza más años de vida, menos depresión y riesgo de infarto, una presión arterial más baja e incluso un sistema inmunitario fortalecido. En definitiva, la exoneración trae consigo bienestar y salud. Perdonar no es un acto de una sola vez, sino un estilo de vida, cuyo propósito es el de adentrarnos en cada bendición en Cristo. Jesús nunca dijo que el trabajo de perdonar sería fácil. Cuando ordenó, “Ama a tus enemigos, “la palabra griega para “amar” no significa “afecto” sino “entendimiento moral.” Simplemente, perdonando a alguien no es asunto de revolver afecto humano, sino hacer una decisión moral para quitar el odio de nuestros corazones. Según Jesús, el perdón no es una cuestión de escoger o elegir a quiénes debemos perdonar. No podemos decir: “Me has herido demasiado para perdonarte”. Cristo nos dice: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (5:46). El perdón transforma vidas, haciendo que las ventanas del cielo se abran. Llena nuestra copa de bendición espiritual hasta el borde con abundante paz, gozo y reposo en el Espíritu Santo. “Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15). ¡No te equivoques! Dios no está haciendo un trato con nosotros aquí, al decir: “Porque has perdonado a otros, yo te perdonaré”. Más bien, Jesús está diciendo: “La confesión completa del pecado requiere que perdones a otros. El verdadero arrepentimiento significa confesar y abandonar todo rencor, crucificando todo rastro de amargura hacia los demás”. “Perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará … porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:37-38). Esto va de la mano con su Bienaventuranza del mismo sermón: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Él quiere que perdones a los demás para que puedas avanzar hacia las bendiciones y el gozo de ser hijo. A través del profeta Ezequiel, el Señor dijo: “Os daré́ corazón nuevo, y pondré́ espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré́ un corazón de carne. Y pondré́ dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27) Nuestro orgullo nos impide perdonar, pero el perdón es el camino más corto para librarnos de la pesada carga que nos genera la ofensa. Guardar rencor hacia quien nos ofendió se convierte en una carga difícil de soportar. Conforme pasa el tiempo, se torna más pesada. Nos roba la paz y hace que nuestras acciones y pensamientos estén volcados hacia el ofensor. El resentimiento toma forma. Se convierte en una sombra que nos sigue a todas partes. El apóstol Pablo nos enseña cómo tratar con nuestros ofensores. Durante su ministerio había personas que siempre lo ofendían y cuestionaban su obra, pese a sus desvelos por ayudar al prójimo y predicar la Palabra de Dios. A veces le hacían la vida imposible. Lo difamaban. Desconocían su autoridad. ¿Qué hizo Pablo? Perdonar, olvidar la ofensa y actuar como Cristo lo hizo con sus ofensores. Vivimos pensando que el perdón es para la persona que nos ofende, pero la realidad es que el perdón nos hace libres a nosotros mismos. Si hermoso es el amor, también lo es el perdón, porque permite que nuestro corazón pueda latir al unísono con el corazón de Jesús. |
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