Mil teólogos piden al Papa que rehabilite a los castigados por Ratzinger por: Juan G. Bedoya9/11/2013 La asociación Juan XXIII espera de Francisco esa prueba de aperturismo
“Pedimos la suspensión de las sanciones y la rehabilitación de los teólogos y teólogas represaliados, sobre todo durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, especialmente represivos en cuestiones de teología moral y dogmática”. Este es el último punto del manifiesto del 33 congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, que ha reunido este fin de semana a mil personas para debatir sobre la vigencia de la Teología de la Liberación. Según los reunidos, la rehabilitación de sus colegas “es exigencia de justicia”, pero, también, “condición necesaria de la tan esperada reforma de la Iglesia y prueba de la autenticidad de la misma”. Se refieren al recién estrenado pontificado de Francisco, argentino, jesuita y compañero de religiosos de esa corriente de pensamiento cristiano cuando era el provincial de la Compañía de Jesús en Buenos Aires. Durante el pontificado del polaco Juan Pablo II, con el cardenal Joseph Ratzinger como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el siniestro Santo Oficio de la Inquisición, fueron condenados o expulsados de sus cátedras cientos de pensadores católicos, en la mayoría de los casos por su vinculación con la teología de la liberación e incluso por seguir orientaciones del Concilio Vaticano II. Entre las execraciones más sonadas, figuran las condenas del suizo Hans Küng, el francés Jacques Pohier, el belga Jacques Dupuis, el brasileño Leonardo Boff y los españoles Marciano Vidal, Juan José Tamayo, Benjamín Forcano, José Arregi, Jon Sobrino, José María Castillo y Juan Antonio Estrada. Este congreso sobre la Teología de la Liberación ha contado con la participación del obispo mexicano Raúl Vera y del jesuita Juan Masiá, castigado por su teología bioética. Vera era auxiliar de Samuel Ruiz, el mítico prelado de Chiapas, y fue ‘exiliado’ a Saltillo por sus simpatías con el movimiento indigenista, acusado incluso de connivencia con los zapatistas. Ha hablado en Madrid sobre ‘La Iglesia de los pobres’. Muy crítico con las jerarquías, alejadas de los pobres, relacionadas con el poder, cuando se le preguntó qué esperaba del papa Francisco, dijo: “Espero un Papa con libertad evangélica, que hable directo, que no tenga miedo. Jesús no tuvo miedo. Me gustó su primer discurso. Nos advirtió sobre la Iglesia que tiene poder. Le dije al obispo que estaba a mi lado: Oye, qué bien, este Papa viene a por nosotros”. El congreso se cerró con la colecta de 11.300 euros para proyectos solidarios y se abrió con este mensaje del obispo emérito Pedro Casaldáliga, uno de los padres del catolicismo iberoamericano. “¿Quién le tiene miedo a la Teología de la Liberación? Con la llegada de Francisco se ha agitado el tema y nos hemos confirmado en la convicción de que la teología es Teología de la Liberación o no es teología, ciertamente no lo sería del Dios de Jesús. Para que seamos libres Él nos liberó. Os envío un abrazo del tamaño de nuestra utopía, el Reino”. También ha estado presente en el congreso la voz del brasileño Leonardo Boff, de 75 años y franciscano exclaustrado, a quien publicó la tesis doctoral Ratzinger cuando el futuro Benedicto XVI era profesor de teología en Alemania y veía en el joven estudiante brasileño una cabeza privilegiada para catolicismo americano. Años más tarde, acabaron rompiendo y protagonizando un sonado y largo proceso, que el inquisidor romano zanjó con una severa condena y la quema de algunos textos. Sostiene ahora Boff, en una conferencia leída por el secretario general de la Asociación Juan XXIII por la obligada ausencia del autor por un problema de salud: “La teología de la Liberación nació escuchando el grito del oprimido, de las mujeres bajo siglos de patriarcalismo, de las etnias destrozadas, de los afrodescendientes humillados y de millones de otros marginados de nuestra convivencia”. La presencia de los pensadores católicos en Madrid –el congreso se desarrolla desde hace años en la sede central del sindicato Comisiones Obreras- ha sido aprovechada para celebrar la asamblea general de la Asociación Juan XXIII. En la misma han sido reelegidos para un nuevo mandato de cuatro años su actual presidente, Federico Pastor, y el secretario general, Juan José Tamayo. La teología de la Liberación, hoy Este es el mensaje aprobado por el 33 Congreso de Teología celebrado este fin de semana en Madrid: “Del 5 al 8 de septiembre hemos celebrado en Madrid el 33 Congreso de Teología sobre “La teología de la Liberación, hoy”, que ha reunido a mil personas procedentes de los diferentes países y continentes en un clima de reflexión, convivencia fraterno-sororal y diálogo interreligioso, intercultural e interétnico. 1. Vivimos en mundo gravemente enfermo, injusto y cruel, en el que la riqueza se concentra cada vez más en menos manos y crecen las desigualdades y la pobreza. Entre 40.000 y 50.000 personas mueren al día por hambre y guerras, cuando existen recursos suficientes para alimentar al doble de la población mundial. El problema no es, por tanto, la escasez, sino la competitividad, la acumulación desmesurada y la injusta distribución, generadas por el modelo neoliberal. Los gobernantes dejan que gobiernen los poderes financieros y la democracia no ha llegado a la economía. La crisis europea actual tiene como efecto el desmantelamiento de la democracia. 2. La crisis económica se ha convertido en una crisis de los derechos humanos. Los llamados eufemísticamente “recortes” en educación y salud son, en realidad, violaciones sistemáticas de los derechos individuales, sociales y políticos, que habíamos conseguido con tanto esfuerzo a lo largo de los siglos precedentes. 3. Pero esta situación no es fatal, ni natural, ni responde a la voluntad divina. Se pueden romper las inercias cambiando nuestro modo de vivir, de producir, de consumir, de gobernar, de legislar y de hacer justicia y buscando modelos alternativos de desarrollo en la dirección que proponen y practican no pocas organizaciones hoy en el mundo 4. Estos días hemos escuchado los testimonios y las voces plurales de las diferentes teologías de la liberación, que se cultivan en todos los continente y que intentan colaborar en la respuesta a los más graves problemas de la humanidad antes descritos: en América Latina, en sintonía con el nuevo escenario político y religioso y con las experiencias del socialismo del siglo XXI; en Asia, en diálogo con las cosmovisiones orientales, descubriendo en ellas su dimensión liberadora, en África, en comunicación con las religiones y culturas originarias, en busca de las fuentes de la vida en la naturaleza. 5. Hemos comprobado que la teología de la liberación sigue viva y activa frente a los intentos del pensamiento conservador y de la teología tradicional de condenarla y darla por muerta. La TL es histórica y contextual y se reformula en los nuevos procesos de liberación a través de los sujetos emergentes de transformación: mujeres discriminadas que toman conciencia de su potencial revolucionario; culturas otrora destruidas que reivindican su identidad; comunidades campesinas que se movilizan contra los Tratados de Libre Comercio; jóvenes indignados, a quienes se les niega el presente y se les cierra las puertas del futuro; naturaleza depredada, que grita, sufre, se rebela y exige respeto; migrantes maltratados que luchan por mejores condiciones de vida, religiones indígenas y afrodescendientes que renacen tras siglos de silenciamiento. 6. La TL es teología de la vida, que defiende con especial intensidad la vida más amenazada, la de los empobrecidos, que mueren antes de tiempo. Hace realidad las palabras de Jesús de Nazaret: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Llama a descubrir a Dios en los excluidos y crucificados de la tierra: esa es la misión fundamental de las Iglesias cristianas, de la que han estado muy alejadas 7. Los reformadores religiosos han abierto y siguen abriendo caminos de compasión y liberación integral, que deben traducirse política, social y económicamente en cada momento histórico, de manera especial Siddharta Gautama el Buda y Jesús de Nazaret el Cristo (tema de la última conferencia del Congreso. 8. Denunciamos la falta de ética en las políticas gubernamentales que presentan los recortes como reformas necesarias para la recuperación económica. Nuestra denuncia se extiende a los bancos, las multinacionales y los poderes financieros como verdaderos causantes de la actual crisis en connivencia con los gobiernos que lo permiten. Optamos por otro modelo económico cuyos criterios sean el principio del bien común, la defensa de los bienes de la tierra, la justicia social y el compartir comunitario. 9. Denunciamos el uso de la violencia, el militarismo, el armamentismo y la guerra como formas irracionales y destructivas de solución de los conflictos locales e internacionales, a veces justificados religiosamente. Optamos por un mundo en paz, sin armas, donde los conflictos se resuelvan por la vía del diálogo y la negociación política. Apoyamos todas las iniciativas pacíficas que vayan en esa dirección, como la jornada de ayuno y oración propuesta por el papa Francisco. Rechazamos la teología de la guerra justa y nos comprometemos a elaborar una teología de la paz. 10. Denunciamos el racismo y la xenofobia, que se manifiesta de manera especial en las leyes discriminatorias, en la negación de los derechos de los inmigrantes, en el trato vejatorio a que son sometidos por las autoridades y en la falta de respeto a su estilo de vida, cultura, lengua y costumbres. Optamos por un mundo sin fronteras guiado por la solidaridad, la hospitalidad, el reconocimiento de los derechos humanos sin discriminación alguna y de la ciudadanía-mundo frente a la ciudadanía restrictiva vinculada a la pertenencia a una nación. 11. Denunciamos la negación de los derechos sexuales y reproductivos y la sistemática violencia contra las mujeres: física, simbólica, religiosa, laboral, ejercida por la alianza de los diferentes poderes: leyes laborales, publicidad, medios de comunicación, gobiernos, empresas, etc. Dicha alianza fomenta y refuerza el patriarcado como sistema de opresión de género. En la discriminación y el maltrato a las mujeres tienen una responsabilidad no pequeña las instituciones religiosas. La teología feminista de la liberación intenta responder a esa situación reconociendo a las mujeres como sujetos políticos, morales, religiosos y teológicos. 12. Pedimos la inmediata suspensión de las sanciones y la rehabilitación de todas las teólogos y los teólogos represaliados (de quienes han visto sus obras prohibidas, condenadas o sometidas a censura, de quienes han sido expulsados de sus cátedras, de aquellos a quienes se les ha retirado el reconocimiento de “teólogos católicos”, de los suspendidos a divinis, etc.), sobre todo durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que fueron especialmente represivos en cuestiones de teología moral y dogmática, en la mayoría de los casos por su vinculación con la teología de la liberación e incluso por seguir las orientaciones del Concilio Vaticano II. Dicha rehabilitación es exigencia de justicia, condición necesaria de la tan esperada reforma de la Iglesia y prueba de la autenticidad de la misma. Reivindicamos, a su vez, dentro de las Iglesias, el ejercicio de los derechos y libertades de pensamiento, de reunión, de expresión, de cátedra, de publicaciones, no respetados con frecuencia, y el reconocimiento de la opción por l@s pobres como criterio teológico fundamental. Con don Pedro Casaldáliga afirmamos que todo es relativo, incluida la teología, y que solo son absolutos Dios, el hambre y la liberación.
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Reproducimos la reciente entrevista al Padre General de los Jesuitas, Adolfo Nicolás, sobre Siria y los esfuerzos del Papa Francisco por alcanzar la paz.
Q. El Santo Padre ha salido de su protocolo normal para hablar en pro de la Paz en Siria. ¿qué piensa Usted al respecto? R. No tengo costumbre de comentar sobre situaciones internacionales o de carácter político. Pero en el caso presente estamos de frente a una situación Humanitaria que supera los límites normales que apoyarían el silencio. Y tengo que decir que confieso que no entiendo quién ha dado autorización a los Estados Unidos o a Francia para actuar contra un país de tal modo que sin duda aumentará el sufrimiento de una población que ya ha sufrido más de la cuenta. La violencia o acciones violentas, como la que se está preparando, solamente son justificables como último recurso y de tal manera que solamente los culpables reciban daño. En el caso de un país, esto resulta totalmente imposible y por lo tanto, a mí me resulta totalmente inaceptable. Nosotros, Jesuitas, apoyamos la acción del Santo Padre al 100% y deseamos del fondo de nuestro corazón que la anunciada acción punitiva no tenga lugar. Q. ¿Pero, no tiene el mundo la responsabilidad de hacer algo contra los que abusan del Poder contra su propio pueblo, como en el caso de un Gobierno que usa armas químicas en un conflicto? R. Tenemos en esta pregunta tres cuestiones, que conviene separar claramente. La primera tiene que ver con el hecho que todo abuso de poder ha de ser condenado y rechazado. Y, con todo respeto por el pueblo Norteamericano, creo que este concreto uso de poder que se está preparando constituye en sí mismo un abuso de poder. Los Estados Unidos de América tienen que dejar de actuar y reaccionar como el chico Grande en el barrio del mundo. Esto lleva inevitablemente al abuso, el atropello y el “matonismo” sobre los miembros más débiles de la Comunidad. La segunda, es que, si ha habido uso de armas químicas, todavía nos queda la obligación de mostrar al mundo de una manera clara que un lado del conflicto, y no el otro, las han usado. No basta con que algún miembro del gobierno del país que quiere atacar diga que está convencido. Hay que demostrar al mundo que esto es así, sin lugar a dudas, para que el mundo pueda confiar en este país. Esta confianza no se da actualmente, y han comenzado ya las especulaciones sobre ulteriores motivos que pueda tener USA en su proyectada intervención. Y la tercera, que los medios considerados adecuados para castigar el abuso, no dañen a las mismas víctimas del primer abuso, una vez se haya demostrado que esto es lo que ha sucedido. La experiencia del pasado nos dice que esto es imposible (aunque se llame a las víctimas con el eufemismo de “daño colateral”) y los resultados son que aumenta el sufrimiento de los ciudadanos ordinarios inocentes y ajenos al conflicto. Todos sabemos que la gran preocupación de los Sabios y Fundadores Religiosos de todas las tradiciones y culturas era “¿cómo reducir el sufrimiento humano?” Es muy preocupante que en nombre de la justicia planifiquemos un ataque que va a aumentar el sufrimiento de las víctimas. Q. ¿No es Usted especialmente duro con los Estados Unidos? R. No lo creo. No he tenido nunca prejuicios sobre este Gran País y ahora mismo trabajo con algunos Jesuitas de allá cuya opinión y cuyos servicios valoro grandemente. Nunca he tenido sentimientos negativos frente a los USA, un país que yo admiro enormemente por muchas razones, incluyendo en ellas su dedicación, espiritualidad y pensamiento. Lo que más me preocupa es que precisamente este país, que yo admiro sinceramente, está al borde de cometer un gran error. Y podría decir algo parecido sobre Francia: Un país que ha sido un verdadero líder en esprit, inteligencia, y que ha contribuido en gran manera a la Civilización y a la Cultura y que está ahora tentada a conducir a la Humanidad hacia atrás, a la Barbarie, en abierta contradicción con todo lo que ha simbolizado a lo largo de muchas generaciones. Que estos dos países se unan ahora para una medida tan horrenda es parte de la ira de tantos países en el mundo. No tenemos miedo al ataque; nos aterra la barbarie a la que somos conducidos. Q. ¿Y por qué hablar así ahora? R. Porque el problema es ahora. Porque el Santo Padre está tomando medidas extraordinarias para hacernos conscientes de la urgencia del momento. El haber declarado el día 7 de Septiembre como día de ayuno por la paz en Siria es una medida extraordinaria y nosotros queremos unirnos a ella. Podemos recordar que en un momento en el Evangelio los discípulos no pudieron liberar a un joven del mal espíritu y Jesús les dijo: “Este tipo de espíritus no se pueden echar si no es con oración y ayuno” A mí me resulta dificilísimo aceptar que un país, que se considera, al menos nominalmente, cristiano no pueda concebir más que una acción militar en una situación de conflicto y que con ello pueda llevar al mundo, de nuevo, a la ley de la jungla. (Fuente: Oficina de Comunicación y Relaciones Públicas de la Compañía de Jesús – Roma. 4 de septiembre.) En estos tiempos de nueva evangelización -y por tanto de nuevo anuncio del Reino de Dios- una pregunta me acucia en ocasiones: ¿dónde puede hoy anclar la idea de Dios? ¿en qué interés, en qué preocupación, en qué anhelo humano puede echar sus redes y su oferta?
A lo largo de los siglos y hasta nuestros días, la Iglesia católica, vivida en régimen de cristiandad, encontró un punto de anclaje en el concepto del pecado. Desde Adán, por su desobediencia, y después de él por las obras de cada uno, el pecado nos sumergía en una historia de perdición de la que sólo Jesús nos podría salvar. Una predicación y un orden basados en ese esquema dio lugar a la Iglesia que hemos vivido hasta hace poco. Los curas definían lo que era bueno y lo que era malo, administraban el perdón -o su negativa- a los fieles, establecían condiciones para la redención y luchaban por convertir sus propios preceptos en normas sociales. La Iglesia era la gran administradora de la lucha contra el pecado y la fiscal que amenazaba con el castigo. Es fácil hacer un recordatorio de las diversas tácticas para gestionar este combate: era necesario bautizar a los niños cuanto antes para librarlos del pecado original. Bajo pena de pecado mortal cada semana había que ir a misa y a menudo pasar por el confesonario. La cuaresma era tiempo para arrepentirse, para confesar y comulgar en Pascua florida (un certificado atestiguaba ese cumplimiento). Las misiones populares llamaban al orden, bautizaban, confesaban y casaban a los descuidados o remisos. En los ejercicios espirituales, la meditación de la muerte -y del infierno- ocupaba el lugar central. En definitiva, en la base había una concepción negativa de la persona humana y la certeza de que fuera de la Iglesia no había salvación. Pretendiendo en otros terrenos encontrar una perspectiva nueva, a este respecto Lutero permaneció sin duda en la misma óptica: "(El pecado original) no es meramente una insuficiencia de cualidad en la voluntad o una mera insuficiencia de iluminación en su intelecto o de fuerza en la memoria. Por el contrario, es una completa depravación de toda la rectitud y la habilidad de todo poder del cuerpo, al igual que del alma y del interior y exterior entero del hombre... Es una inclinación al mal, una repugnancia a lo bueno, una inclinación opuesta hacia la luz y la sabiduría; es el amor al error y las tinieblas, un escape de las buenas obras y un aborrecimiento de ellas, un correr hacia el mal..." De ahí esa predicación protestante que hemos visto en tantas películas, en que el fiel era sobre todo un acusado, un pecador, un réprobo al que sólo la fe en Jesucristo podría librar de un pecado que dominaba su ser más profundo. La Ilustración y los movimientos liberadores nacidos de ella acabaron con este esquema. Acordes con una visión positiva de lo humano y de sus posibilidades, sostenían que cada uno puede liberarse a sí mismo, y la sociedad puede hacerlo en su conjunto. De hecho está caminando hacia la liberación y la primera es liberarse de la religión, la gran opositora a la libertad. Una moral autónoma, una conciencia ciudadana, la lucha contra las opresiones llevarán a la única liberación que al ser humano le cabe esperar. Hoy nos encontramos sin duda en una situación distinta: las grandes utopías liberadoras no han producido el resultado esperado, la humanidad es capaz de avances pero éstos se acompañan de retrocesos y fracasos, la técnica a la vez nos libera y nos amenaza. Pareciera que hay que volver a la vieja predicación del pecado y a la amenaza del castigo. De hecho muchas sectas protestantes retornan a ese camino y no pocas de las católicas – el opus, los "kikos"- lo hacen también. Hay que reconocerlo, con su pequeña cuota de éxito. No es esta sin embargo la senda que hay que tomar porque ya no puede ignorarse que en la conciencia general el concepto de Dios ha cambiado. Ya no es el ojo insomne -"mira que te mira Dios, mira que te está mirando..."- y amenazador, no es el juez con el castigo dispuesto, no es el que ayuda a los suyos y abandona a los ajenos. Si Dios existe, ha de ser otro Dios y ¿cuál si no, sino el Dios para nosotros? Por eso ya Pannenberg ha sostenido que el género humano pertenece a la definición de Dios. Pues bien, con un juicio muy somero podría decirse que el hombre se mueve hoy día en un mundo que es el del gozo y el del sufrimiento. Nunca han tenido los seres humanos tantas posibilidades de gozar, tantas ofertas de belleza, de conocimiento, de relación. Y a la vez nunca en la historia han tenido tanta experiencia del sufrimiento. A mi modo de ver, el Dios verdadero ha de hacer una invitación a vivir a fondo lo mejor del mundo y a la vez a no escaparse de la realidad del sufrimiento. Afirmar lo que antecede asemeja una banalidad. Se dirá que cada domingo la Iglesia ha invitado a celebrar, en cada momento ha recordado a los que sufren, nada parece haber de nuevo en todo lo dicho. Pero claro está ¿no es el reino de Dios como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas? Celebración, acción de gracias, culpa, pecado, liberación son cosas antiguas pero tienen que verterse en odres nuevos. Me propongo hacerlo en futuros artículos. Seguimos en camino hacia Jerusalén. Jesús advierte a esa multitud que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura.
Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final... Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra, no es que te hayas quedado a la mitad, es que has fracasado. Una casa a medio hacer no sirve para nada. Ni siquiera Jesús te exige que seas cristiano, pero si decides caminar con él, no hay más remedio que dejar de caminar en otras direcciones. Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. "Si uno quiere..."La respuesta tiene que ser también personal y adulta. No hay pues, cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión, no puede ser más contraria al mensaje de Jesús. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta. No se trata de machacar o anular el instinto. (Es lo que se ha predicado con demasiada frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia un objeto distinto del suyo propio. Como seres humanos, debemos comprender que el fin que el instinto quiere garantizar, aunque es bueno en sí, no es absoluto. Fin último solo hay uno. Todos los demás serán penúltimos, es decir, medios. De este modo, la tendencia instintiva seguirá ahí y cumplirá su objetivo, pero la última palabra la tendrá la parte específicamente humana, es decir, el conocimiento y la voluntad. Tres son las exigencias que propone Jesús: 1ª.- Posponer a toda su familia. 2ª.- Cargar con su cruz. 3ª.- Renunciar a todos sus bienes. Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de hablar nos puede jugar una mala pasada. La radicalidad absoluta tiene una explicación. En una lengua que carece de comparativos y superlativos tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea. Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice "misei" = odia, aborrece, ten horror. También se ha mantenido en latín que dice simplemente "odit" = odia. No podemos entenderlo al pie de la letra. Fijaos que también dice "...incluso a sí mismo". Ni debemos entenderlas al pie de la letra, ni podemos ignorarlas. Son como los famosos "koan" del zen. Tienen que hacernos trascender la formulación y meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino ontológica. Por mucho que nos exprimamos el coco, no podemos entenderla con la razón, pero podemos indicar por donde van los tiros. Para la primera exigencia la clave está en la frase: "...incluso a sí mismo". El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al 'falso yo' que desemboca en el egoísmo. Ese falso yo tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos. Posponer a la familia. El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca la potenciación del individualismo y la seguridad de los "yoes" de los demás. Lo que se busca en ese amor es que mi egoísmo quede garantizado, sumado al egoísmo de los demás miembros de la familia. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegura mejor el interés del pequeño yo de cada uno. El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que está mal planteado. El amor que nos pide el evangelio está más allá del sentimiento, pero no estará nunca en contra. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más y mejor también a nuestros familiares. Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. El tema del rechazo está más ligado al aceptar la cruz que al amor a la familia. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder por un amor mal entendido, aunque eso cause un verdadero dolor. El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso el profesar un verdadero amor a una persona, no puede impedir ni condicionar la entrega a otros. Si un amor impide otro amor, es que no es verdadero amor evangélico. Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de un condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente. Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de todas las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús todo lo que pueda impedir seguir adelante hay que superarlo cueste lo que cueste. Renunciar a todos sus bienes. No es nada fácil entenderlo esto hoy. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran a disposición de la comunidad todo lo que tenían. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy sería imposible llevar a la práctica este ideal de desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de las carencias de otros seres humanos, hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otro ser humano. En realidad se trata de elegir entre las seguridades que da la posesión de cualquier bien o alcanzar un mayor grado de humanidad. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor para mí. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro verdadero ser. Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino. En cuanto a las dos parábolas, el cálculo que nos propone Jesús es que no se puede repicar e ir en la procesión, cosa que estamos intentando nosotros a todas horas. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. Queremos lo mejor para el espíritu, pero intentando a la vez satisfacer los sentidos. Eso es imposible. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo a la plenitud de ser, es un error de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Es una opción vital que requiere toda nuestra atención. Nuestro problema hoy es que somos cristianos sin haber hecho una clara opción personal. Radicalidad no quiere decir rigorismo. El mismo Jesús dijo que su yugo era suave y su carga ligera. La radicalidad nace de dentro, de la libertad, una vez conocido lo que es verdaderamente bueno para mí, la voluntad no tiene problema alguno para elegirlo. El rigorismo llega de fuera, nace del miedo y nos hace esclavos. Por abandonar la radicalidad de la opción, la Iglesia se ha visto obligada a reforzar el rigorismo. ¡Así nos luce el pelo! Meditación-contemplación "Sí alguno quiere venirse conmigo..." Jesús no impone nada, simplemente propone. Las condiciones no las impone él: son exigencia de la misma naturaleza humana. ..................... Elegir lo que es mejor para mí por convicción personal, nunca puede ser renuncia o sacrificio. Sólo si me muevo por programación externa renunciaré a aquello que sigo creyendo que es mejor. .................... Sólo el verdadero conocimiento, la iluminación, la sabiduría puede llevarme a una búsqueda de los bienes definitivos. Mientras no alcance esa luz, andaré dando tumbos. Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde valor. Si Jesús había insistido en que la puerta que conduce a la vida es "estrecha" (Lc 13,24; comentario del domingo 25 de agosto), el texto que leemos hoy vuelve sobre la misma cuestión, ahora desde una perspectiva diferente.
Para poder comprender ambos textos en su profundidad, hay que tener en cuenta que los dos son una palabra de sabiduría –constituyen una llamada a despertar- y que se explican mutuamente –son complementarios-. La aparente "rudeza" de estos textos hay que entenderla siempre como signo de la importancia del tema que se aborda. En concreto, en el que estamos comentando, vendría a decirle al lector: algo definitivo se halla en juego cuando se pide "posponer" al padre y a la madre, a la mujer y a los hijos, a los hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo. Si son los valores habitualmente más altos para cualquier persona, eso significa que nos están presentando otro valor inaudito, ante el cual, todos estos quedan atrás (la expresión original griega todavía suena más fuerte: no se trata solo de "posponer", sino de "renunciar" o incluso "aborrecer"). Con esta clave, el texto manifiesta toda su hondura y sabiduría. Por el contrario, cuando se lee desde la mente –desde el ego-, se convierte en un galimatías incomprensible e incluso, para no pocos, antihumano. ¿Cómo se puede pedir que se renuncie a los seres más queridos, y que incluso necesitan de nosotros? La lectura mental fomenta un voluntarismo extraño y, finalmente, imposible de vivir..., a no ser que la persona optara por el celibato o la vida monástica. Y, en efecto, no pocas veces se leyó de ese modo, con lo cual sacerdotes y religiosos adquirían como un más elevado "grado de perfección" porque habían hecho una renuncia "mayor". ¿Resultado? Otra forma de engordar el ego, que se consideraba en un estatus superior. La trampa de la lectura mental, que siempre termina alimentando el ego, no es otra que eldualismo característico de la mente, que la hace funcionar de manera dicotómica: "o... o...". O se sigue a Jesús y se pospone la familia, o se queda con la familia y se pospone a Jesús. El dualismo separa y fragmenta la realidad. Es inevitable que llegue a conclusiones absurdas, dado que lo real es unitario. Por eso repetimos que la mente puede manejarse admirablemente en el mundo de los objetos separados, pero yerra siempre que quiere explicar lo que hay más allá de los objetos. Desde la perspectiva no-dual, la lectura es luminosa e integradora. Empecemos por el final. En la metáfora de la "puerta estrecha", el valor al que se apuntaba se llamaba "Vida". En este caso, se le nombra como "ser discípulo" de Jesús. Pero se trata de la misma realidad. En uno y otro, lo que está en juego es que descubramos, por propia experiencia, quiénes somos en profundidad. Ser "discípulo de Jesús" no consiste en "seguir" un comportamiento ajeno, ni en "imitar" una existencia diferente de la propia. Eso sería, simplemente, borreguismo, alienación e infantilismo, nacidos de nuevo de una lectura mental y dualista. (No parece casual que un cierto infantilismo haya coloreado no pocas expresiones y formas religiosas). Ser "discípulo de Jesús" significa reconocer conscientemente que se está compartiendo su misma identidad; que, más allá de las diferencias, somos lo mismo. Y que en esa identidad nos encontramos todos, también "el padre y la madre, la mujer y los hijos, los hermanos y las hermanas". En resumen, se trata, como siempre, de caer en la cuenta de quién somos en realidad. Una vez reconocido, todo se ajustará: en nuestras actitudes, nuestras percepciones, nuestro comportamiento... Y haremos, también en nuestra familia, lo que tengamos que hacer. Porque será la Consciencia la que se exprese a través de nosotros. Y, ¿qué significa "renunciar" a sí mismo y "posponer" a los seres más queridos? Salir de la visión egocentrada, nacida de la creencia errónea de que somos el ego. Tal vez pudiera expresarse de esta forma: "Deja de creer que eres el yo separado y descubrirás la riqueza de tu verdadera identidad; no veas ni siquiera a tu familia desde el ego, porque sufrirás y harás sufrir; míralos desde tu verdadera identidad, donde todos sois uno, pero sin apropiación ni comparaciones". Las dos breves parábolas constituyen un toque de realismo: calcula tus fuerzas porque solo podrás llegar a la meta si te entregas con determinación. Estos capítulos de Lucas son una especie de cajón de sastre en que se alternan enseñanzas y actividades de Jesús, hasta cierto punto unificadas en el marco genérico de "la subida hacia Jerusalén".
La lectura litúrgica nos ha privado de los versos 15 - 24 de este capítulo 14, la gran parábola del banquete nupcial, quizá porque ya propuso esta parábola en su paralelo de Mateo 22, el domingo 28º del ciclo A. Se desarrollan dos temas diferentes, aunque conectados. El primero, la renuncia, enunciado al principio, posponer al padre... incluso a sí mismo, y al final, en la frase que cierra la lectura. El segundo tema se expresa en dos ejemplos: el que construye la torre y el rey que mide su ejército. El tema de la renuncia se expresaba antes en otra traducción más violenta: "el que no odia a su padre...", que sería la traducción literal del original. La traducción actual "pospone" no es literal, pero da mejor el sentido que tendría la palabra "odiar" para los oyentes de Jesús. Por otra parte, "odiar" o "posponer" al padre, madre, mujer, hijos, hermanos, cobra sentido completo cuando se lee el último objeto de ese odio: "incluso a sí mismo". Esta expresión sitúa bien el sentido del pasaje entero: incluso lo más querido puede ser puesto en cuestión frente a las exigencias del Reino. En definitiva, la doctrina es la misma que la de "si tu mano o tu ojo te escandalizan...", de Mateo 9,47, y, en el fondo, la de la de la parábola del Tesoro. Pero en esta ocasión se insiste solamente en la parte de la renuncia, en el precio, no en el inapreciable valor de lo que se compra. (Volvemos a insistir: el mensaje del Evangelio es el Evangelio entero; fragmentarlo puede ser muy peligroso. La cruz es mensaje, pero separada de la resurrección puede ser fuente de toda clase de espiritualidades aberrantes). Esta renuncia, este precio, exige valor, hay que ser capaz de ello, hay que atreverse. Esto se subraya en los dos ejemplos, de la torre y del rey. Estas pequeñas parábolas van en la misma línea del episodio del joven rico: no quiso pagar el precio. (Lo cual no significa que no se salva, que no entra en La Vida, sino que no sigue a Jesús en el Reino, que es algo bien diferente). Los dos temas, por tanto, expresan desde ángulos diferentes un mismo mensaje: el Reino tiene un precio. Parece que el contexto interior de estas expresiones se ha de poner precisamente en el tiempo en que fueron dichas, que es muy probablemente el final de la vida de Jesús, cuando el Reino va a tener un gravísimo precio para él mismo. Jesús tiene que optar, ha hecho ya su opción; por eso va a Jerusalén, y sabe que va a Jerusalén a pagar ese precio. La invitación a seguirle cobra en consecuencia tintes extremos, y las fórmulas con que se expresa son especialmente disonantes. ¿Qué es lo que más quiero en este mundo? Mi madre, mi padre, mis hermanos, mis amigos, mi marido, mi mujer, mis hijos ... Y, sobre todo, en lo más íntimo, yo mismo. Es muy inteligente la formulación del Gran Mandamiento: "Al prójimo como a ti mismo", porque del amor a nosotros mismos no nos cabe la menor duda. Poner el amor al prójimo a la altura del propio amor es un reto y una inversión profunda de valores: yo mismo ya no soy un absoluto. Yo mismo soy también para el Reino. Se invierte también el sentido de la religión: ya no es "Dios para mí", soy "yo para Dios". Lo cual no destruye que yo me ame a mí mismo, que yo busque como máximo bien mi propia felicidad, sino que posiciona correctamente esa aspiración, me libra de considerarme el centro del universo, de hacer orbitar a todos, Dios incluido, alrededor de mí; esta liberación me lleva a una felicidad verdadera, mucho más plena, me libra de una limitación frustrante, porque revela lo mejor de mi ser, que es "ser con otros y para otros". "Ser para el Reino" es una dimensión humana superior al "ser para mí". Cuando el ser humano entiende que lo más íntimo y caracterizador de su propia persona es la misión, su papel en el Reino, su dimensión personal se engrandece, las limitaciones infantiles y empequeñecedoras de lo individual dejan paso a la responsabilidad del adulto. El placer de disfrutar aquí y ahora de lo que aquí y ahora me apetece deja paso a la satisfacción de encontrar profundo sentido a todo, de saberse querido personalmente por Dios y tenido en cuenta para el Proyecto común. El Reino es Misión y la misión sitúa correctamente al individuo y lo engrandece. A esto invita Jesús. Esto hizo cuando dejó Nazaret, su honrado oficio, probablemente respetable, su madre, su clan, sus hermanos y amigos. Todo esto era para el Reino. Quedarse en ello hubiera significado buscarse sólo a sí mismo. Bajar al Jordán, aceptar el Espíritu, pelear cuarenta días con la tentación en el desierto... Jesús tuvo que pagar un precio por aceptar la Misión. Tendrá que pagar más. Y lo pagará. ¿Mereció la pena? La doctrina de la resurrección significa entre otras cosas que sí mereció la pena. Que Jesús es "El Señor" porque pagó el precio, un precio que, aunque pareció grande en el momento, no lo fue respecto a lo que se compraba con él. Debemos aplicar todo esto a nuestra situación respecto al Reino. El Reino, aquí, es una sociedad en que reinen los criterios y valores de Jesús. El Reino, a nivel individual, es un conjunto de criterios y valores que se viven. El Reino es también la realidad definitiva, que supera a ésta y es su fruto. Y las tres son realidades que hay que construir: la invitación de Jesús es a intentarlo, a meterse en esa aventura, en todas sus dimensiones: convertirse al Reino, crecer para el Reino, construir el Reino, esperar el Reino. El Reino abarca todas las realidades vitales: mis cualidades, para el Reino; salir de mis pecados, porque estorban al Reino; trabajar, para el Reino; irse de vacaciones, para el Reino; casarse, para el Reino... Porque el Reino no es huir de la realidad humana sino dar pleno sentido todas las realidades humanas. Por eso, el Reino no es esencialmente renunciar a nada sino dirigirlo todo hacia ese fin. ¿Y todo lo que no vale para ese fin, todo lo que estorba al Reino? A eso hay que renunciar. La fundamentación de la renuncia está en que el ser humano siente la tentación de conformarse con poco, con apariencias de felicidad. La invitación al Reino es una oferta más ambiciosa, de mayor plenitud humana. Pero todas las mediocridades atrayentes atrapan nuestra ambición, nos domestican, y acabamos viviendo para ideales superficiales que a la postre resultan deshumanizadores. En un extremo está el Reino, la plena realización humana; en el otro extremo está el fracaso, la deshumanización. En medio, el Espíritu, alentando, soplando, despertando, invitando... siempre a más. Jesús sabe que este dilema es muy radical. El ser humano se puede echar a perder. Diríamos que es el único viviente (que conozcamos) que puede no llegar a realizarse; por eso es libre, dignidad y riesgo, pero en todo caso, condición y destino. Por eso, puede realizarse y puede fracasar. Y por eso son radicales las expresiones de Jesús. El resumen final es el mismo de tantas parábolas: no tires tu vida; tú eres mucho más que todo eso; el Espíritu te invita a mucho más; se puede pagar mucho, incluso todo, por El Tesoro. Pero tampoco así está perfectamente enfocado el tema, porque no se trata de dejarlo todo a ver si consigo encontrar el tesoro, sino de encontrar el tesoro y volverse loco de alegría, de manera que el valor de las demás cosas palidece e incluso desaparece. Importante para la vida ascética, para el progreso espiritual: no es primero la renuncia para llegar a la alegría: es primero la alegría, de ella se derivan las renuncias... que no se sienten como renuncias sino como liberación. Ha sido muy frecuente que los directores espirituales y los libros de espiritualidad lo enfoquen al revés. Se pone el secreto de todo en la fuerza de voluntad, en el esfuerzo ascético. No es así. Lo que todo lo cambia no es mi voluntad ni mi esfuerzo: es la alegría de encontrar el Reino, que es regalo de Dios, no un logro de nuestra voluntad. Una vez más, la palabra clave es alegría: nada ni nadie puede hacernos más felices que el Reino: ya lo dijo, preciosamente, Pablo en Filipenses 3,6. "Lo que era para mí ganancia, lo he considerado pérdida a causa de Cristo. Más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las considero basura por ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene del cumplimiento de la Ley, sino la que viene de la fe de Cristo, la que viene de Dios, apoyada en la fe." En estos tiempos de nueva evangelización -y por tanto de nuevo anuncio del Reino de Dios- una pregunta me acucia en ocasiones: ¿dónde puede hoy anclar la idea de Dios? ¿en qué interés, en qué preocupación, en qué anhelo humano puede echar sus redes y su oferta?
A lo largo de los siglos y hasta nuestros días, la Iglesia católica, vivida en régimen de cristiandad, encontró un punto de anclaje en el concepto del pecado. Desde Adán, por su desobediencia, y después de él por las obras de cada uno, el pecado nos sumergía en una historia de perdición de la que sólo Jesús nos podría salvar. Una predicación y un orden basados en ese esquema dio lugar a la Iglesia que hemos vivido hasta hace poco. Los curas definían lo que era bueno y lo que era malo, administraban el perdón -o su negativa- a los fieles, establecían condiciones para la redención y luchaban por convertir sus propios preceptos en normas sociales. La Iglesia era la gran administradora de la lucha contra el pecado y la fiscal que amenazaba con el castigo. Es fácil hacer un recordatorio de las diversas tácticas para gestionar este combate: era necesario bautizar a los niños cuanto antes para librarlos del pecado original. Bajo pena de pecado mortal cada semana había que ir a misa y a menudo pasar por el confesonario. La cuaresma era tiempo para arrepentirse, para confesar y comulgar en Pascua florida (un certificado atestiguaba ese cumplimiento). Las misiones populares llamaban al orden, bautizaban, confesaban y casaban a los descuidados o remisos. En los ejercicios espirituales, la meditación de la muerte -y del infierno- ocupaba el lugar central. En definitiva, en la base había una concepción negativa de la persona humana y la certeza de que fuera de la Iglesia no había salvación. Pretendiendo en otros terrenos encontrar una perspectiva nueva, a este respecto Lutero permaneció sin duda en la misma óptica: "(El pecado original) no es meramente una insuficiencia de cualidad en la voluntad o una mera insuficiencia de iluminación en su intelecto o de fuerza en la memoria. Por el contrario, es una completa depravación de toda la rectitud y la habilidad de todo poder del cuerpo, al igual que del alma y del interior y exterior entero del hombre... Es una inclinación al mal, una repugnancia a lo bueno, una inclinación opuesta hacia la luz y la sabiduría; es el amor al error y las tinieblas, un escape de las buenas obras y un aborrecimiento de ellas, un correr hacia el mal..." De ahí esa predicación protestante que hemos visto en tantas películas, en que el fiel era sobre todo un acusado, un pecador, un réprobo al que sólo la fe en Jesucristo podría librar de un pecado que dominaba su ser más profundo. La Ilustración y los movimientos liberadores nacidos de ella acabaron con este esquema. Acordes con una visión positiva de lo humano y de sus posibilidades, sostenían que cada uno puede liberarse a sí mismo, y la sociedad puede hacerlo en su conjunto. De hecho está caminando hacia la liberación y la primera es liberarse de la religión, la gran opositora a la libertad. Una moral autónoma, una conciencia ciudadana, la lucha contra las opresiones llevarán a la única liberación que al ser humano le cabe esperar. Hoy nos encontramos sin duda en una situación distinta: las grandes utopías liberadoras no han producido el resultado esperado, la humanidad es capaz de avances pero éstos se acompañan de retrocesos y fracasos, la técnica a la vez nos libera y nos amenaza. Pareciera que hay que volver a la vieja predicación del pecado y a la amenaza del castigo. De hecho muchas sectas protestantes retornan a ese camino y no pocas de las católicas – el opus, los "kikos"- lo hacen también. Hay que reconocerlo, con su pequeña cuota de éxito. No es esta sin embargo la senda que hay que tomar porque ya no puede ignorarse que en la conciencia general el concepto de Dios ha cambiado. Ya no es el ojo insomne -"mira que te mira Dios, mira que te está mirando..."- y amenazador, no es el juez con el castigo dispuesto, no es el que ayuda a los suyos y abandona a los ajenos. Si Dios existe, ha de ser otro Dios y ¿cuál si no, sino el Dios para nosotros? Por eso ya Pannenberg ha sostenido que el género humano pertenece a la definición de Dios. Pues bien, con un juicio muy somero podría decirse que el hombre se mueve hoy día en un mundo que es el del gozo y el del sufrimiento. Nunca han tenido los seres humanos tantas posibilidades de gozar, tantas ofertas de belleza, de conocimiento, de relación. Y a la vez nunca en la historia han tenido tanta experiencia del sufrimiento. A mi modo de ver, el Dios verdadero ha de hacer una invitación a vivir a fondo lo mejor del mundo y a la vez a no escaparse de la realidad del sufrimiento. Afirmar lo que antecede asemeja una banalidad. Se dirá que cada domingo la Iglesia ha invitado a celebrar, en cada momento ha recordado a los que sufren, nada parece haber de nuevo en todo lo dicho. Pero claro está ¿no es el reino de Dios como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas? Celebración, acción de gracias, culpa, pecado, liberación son cosas antiguas pero tienen que verterse en odres nuevos. Me propongo hacerlo en futuros artículos. Queridos hermanos en el episcopado:
Somos tres obispos eméritos que, de acuerdo con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, a pesar de no ser más pastores de una Iglesia local, participamos siempre del Colegio episcopal, y junto con el Papa, nos sentimos responsables de la comunión universal de la Iglesia Católica. Nos alegró mucho la elección del Papa Francisco en el pastoreo de la Iglesia, por sus mensajes de renovación y conversión, con sus contantes llamados a una mayor simplicidad evangélica y mayor celo de amor pastoral por toda la Iglesia. Nos tocó también su reciente visita al Brasil, particularmente sus palabras a los jóvenes y a los obispos. Hasta nos trajo a la memoria el histórico Pacto de las Catacumbas. ¿Nos damos cuenta nosotros, los obispos, de lo que, teológicamente, significa ese nuevo horizonte eclesial? En Brasil, en una entrevista, el Papa recordó la famosa máxima medieval"Ecclesia semper renovanda". Por pensar en esa nuestra responsabilidad como obispos de la Iglesia Católica, nos permitimos este gesto de confianza de escribirles estas reflexiones, con un pedido fraterno para que desarrollemos un mayor diálogo al respecto. 1. La Teología del Vaticano II sobre el ministerio episcopal El Decreto Christus Dominus dedica el 2º capítulo a la relación entre obispo e Iglesia Particular. Se presenta cada Diócesis como "porción del Pueblo de Dios" (no es más sólo un territorio) y afirma que, "en cada Iglesia local está y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica" (CD 11), pues toda Iglesia local no es sólo un pedazo de Iglesia o filial del Vaticano, sino que es verdaderamente Iglesia de Cristo, y así la designa el Nuevo Testamento (LG 22). "Cada Iglesia local es congregada por el Espíritu Santo, por medio del Evangelio, tiene su consistencia propia en el servicio de la caridad, esto es, en la misión de transformar el mundo y testimoniar el Reino de Dios. Esa misión se expresa en la Eucaristía y en los sacramentos. Esto se vive en la comunión con su pastor, el obispo". Esa teología sitúa al obispo no por encima o fuera de su Iglesia, sino como cristiano inserto en el rebaño y con un ministerio de servicio a sus hermanos. A partir de esa inserción, cada obispo, local o emérito, así como los auxiliares y los que trabajan en funciones pastorales sin diócesis, todos, en cuanto portadores del don recibido de Dios en la ordenación, son miembros del Colegio Episcopal y responsables de la catolicidad de la Iglesia. 2. La sinodalidad necesaria en el siglo XXI La organización del papado como estructura monárquicacentralizada fue instituida a partir del pontificado de Gregorio VII, en 1078. Durante el primer milenio del Cristianismo, el primado del obispo de Roma estaba organizado de forma más colegial y la Iglesia toda era más sinodal. El Concilio Vaticano II orientó a la Iglesia hacia la comprensión del episcopado como un ministerio colegial. Esa innovación encontró, durante el Concilio, la oposición de una minoría disconforme. El asunto, en verdad, no fue suficientemente asumido. Además, el Código de Derecho Canónico de 1983 y los documentos emanados del Vaticano, a partir de entonces, no priorizaron la colegialidad, sino que restringieron su comprensión y crearon barreras a su ejercicio. Eso favoreció la centralización y el creciente poder de la Curia romana, en detrimento de las Conferencias nacionales y continentales y del propio Sínodo de los obispos, de carácter sólo consultivo y no deliberativo, siendo que tales organismos detentan, junto con el Obispo de Roma, el supremo y pleno poder en relación a la Iglesia entera. Ahora, el Papa Francisco parece desear restituir a las estructuras de la Iglesia Católica y a cada una de nuestras diócesis unaorganización más sinodal y de comunión colegiada. En esa orientación, constituyó una comisión de cardenales de todos los continentes para estudiar una posible reforma de la Curia Romana. Sin embargo, para dar pasos concretos y eficientes en ese camino - lo que ya está sucediendo - él necesita de nuestra participación activa y consciente. Debemos hacer eso como forma de comprender la propia función de obispos, no como meros consejeros y auxiliares del Papa, que lo ayudan a medida que él pide o desea, sino como pastores, encargados con el Papa de velar por la comunión universal y el cuidado de todas las Iglesias. 3. El cincuentenario del Concilio En este momento histórico, que coincide también con el cincuentenario del Concilio Vaticano II, la primera contribución que podemos dar a la Iglesia es asumir nuestra misión de pastores que ejercen el sacerdocio del Nuevo Testamento, no como sacerdotes de la antigua ley, sino como profetas. Esto nos obliga a colaborar efectivamente con el obispo de Roma, expresando con más libertad y autonomía nuestra opinión sobre los asuntos que piden una revisión pastoral y teológica. Si los obispos de todo el mundo ejerciesen con más libertad y responsabilidad fraternas el deber del diálogo y diesen su opinión más libremente sobre varios asuntos, ciertamente, se quebrarían ciertos tabúes, y la Iglesia podría retomar el diálogo con la humanidad, que el Papa Juan XXIII inició y el Papa Francisco está señalando. La ocasión, pues, es la de asumir el Concilio Vaticano II actualizado, superar de una vez por todas la tentación de Cristiandad, vivir dentro de una Iglesia plural y pobre, de opción por los pobres, una eclesiología de participación, de liberación, de diaconía, de profecía, de martirio... Una Iglesia explícitamente ecuménica, de fe y política, de integración de Nuestra América, reivindicando los plenos derechos de la mujer, superando al respecto las cerrazones provenientes de una eclesiología equivocada. Concluido el Concilio, algunos obispos - muchos del Brasil - celebraron el Pacto de las Catacumbas de Santa Domitila. Aproximadamente 500 obispos los siguieron en ese compromiso de radical y profunda conversión personal. Fue así cómo se inauguró la recepción valiente y profética del Concilio. Hoy en día, muchas personas, en diversas partes del mundo, están pensando en un nuevo Pacto de las Catacumbas. Por eso, deseando contribuir a la reflexión eclesial de ustedes, enviamos anexo el texto original del Primer Pacto. El clericalismo denunciado por el Papa Francisco está secuestrando la centralidad del Pueblo de Dios en la comprensión de una Iglesia cuyos miembros, por el bautismo, son elevados a la dignidad de "sacerdotes, profetas y reyes". El mismo clericalismo viene excluyendo el protagonismo eclesial de los laicos y laicas, haciendo que el sacramento del orden se sobreponga al sacramento del bautismo y a la radical igualdad en Cristo de todos los bautizados y bautizadas. Además, en un contexto de mundo en el cual la mayoría de los católicos está en los países del Sur (América Latina y África), se torna importante dar a la Iglesia otros rostros además del usual, expresado en la cultura occidental. En nuestros países, es preciso tener la libertad de des-occidentalizar el lenguaje de la fe y de la liturgia latina, no para crear una Iglesia diferente, sino para enriquecer la catolicidad eclesial. Finalmente, está en juego nuestro diálogo con el mundo. Está en cuestión cuál es la imagen de Dios que damos al mundo y de la cual damos testimonio por nuestro modo de ser, por el lenguaje de nuestras celebraciones y por la forma que toma nuestra pastoral. Ese ponto es el que más nos debe preocupar y exigir nuestra atención. En la Biblia, para el Pueblo de Israel, "volver al primer amor", significaba retomar la mística y la espiritualidad del Éxodo. Para nuestras Iglesias de América Latina, "volver al primer amor" es retomar la mística del Reino de Dios en la caminada junto a los pobres y al servicio de su liberación. En nuestras diócesis, las pastorales sociales no pueden ser meros apéndices de la organización eclesial o expresiones menores de nuestro cuidado pastoral. Al contrario, es lo que nos constituye como Iglesia, asamblea reunida por el Espíritu para dar testimonio de que el Reino está viniendo y que de hecho oramos y deseamos: ¡venga tu Reino! Esta hora es, sin duda, sobre todo para nosotros, los obispos, con urgencia, la hora de la acción. El Papa Francisco, al dirigirse a los jóvenes en la Jornada Mundial y al darles apoyo en sus movilizaciones, así se expresó: "Quiero que la Iglesia salga a la calle". Eso es un eco de la entusiasta palabra del apóstol Pablo a los Romanos; "Es hora de despertar, es hora de vestir las armas de la luz" (13,11). Sea esa nuestra mística y nuestro más profundo amor. Abrazos, con fraterna amistad. Dom José Maria Pires, arzobispo emérito de Paraíba Dom Tomás Balduino, obispo emérito de Goiás Dom Pedro Casaldáliga, obispo emérito de São Félix do Araguaia Reflexión y Liberación En el 25 aniversario de su fallecimiento
A los pueblos originarios de Aby-Yala de ayer, de hoy y de mañana, adoradores del Sol como fuente de vida y primeros ecologistas de la historia, en recuerdo de la experiencia indígena-fraterno-sororal de monseñor Proaño siempre en mi memoria y en mi vida, con respeto, agradecimiento y emoción. El recuerdo subversivo de las víctimas El 25 aniversario de la muerte y resurrección de monseñor Leonidas Proaño (1910-1988), obispo de los indios de Abya-Yala, que estamos celebrando del 28 al 31 de agosto de 2013 en Ecuador, no podía pasar inadvertido. Y no porque queramos honrarlo como un héroe de la patria, o colocarlo en una hornacina, o declararlo siervo de Dios, beato o santo. Como tampoco hacerle homenajes o entonar panegíricos de su persona. Menos aún celebrar pompas fúnebres por su alma. Ninguna de esas cosas le agradaron en vida, ni nos agradan a sus amigos y seguidores. ¡Cuánto menos con motivo de la celebración de su resurrección. ¿Por qué, entonces, la dedicación tan generosa de la Fundación de Pueblo Indio del Ecuador a celebrar este evento? ¿Por qué la participación de las comunidades indígenas de todo el continente, de activistas sociales, e líderes de los pueblos originarios, de comunidades eclesiales de base, de movimientos sociales, de organizaciones cívicas y de derechos humanos, de teólogos y teólogas, de personas y organizaciones de muchos países del mundo en esta efemérides? La respuesta es muy sencilla: para hacer memoria del paso por la historia de un hombre que dejó huella, hacer el largo itinerario que él hizo durante los fecundos setenta y ocho años de su vida, recordar a las víctimas de la dominación colonial y seguir su ejemplo creativamente practicando las grandes opciones que Proaño asumió. Opción por la pobreza y por los pobres, y lucha contra la pobreza La opción fundamental de monseñor Proaño fue sin duda la pobreza. Pobre nació, pobre vivió. Pobre murió. La pobreza es la única herencia que nos dejó, pero entendida y vivida como don y valor, la austeridad como estilo de vida, el compartir como forma de realización. ¿Por qué poner la pobreza como un valor? Porque gracias a ella podemos vivir en austeridad y en libertad frente al consumismo. Pero también la opción por los pobres tomando como propia su causa, participando activamente en sus luchas liberadoras, compartiendo su vida, y la lucha contra la pobreza como realidad injusta y situación indigna y la denuncia de sus principales causantes. Opción por los pueblos indígenas El compromiso que con más radicalidad asumió monseñor Proaño fue la defensa de los derechos de los indígenas. Un compromiso que le fue connatural. De su padre y de su madre aprendió a acoger a los indígenas como iguales en dignidad, hermanos y hermanas e hijos e hijas de Dios. Proaño se identificó con los pueblos indígenas hasta hacerse uno con ellos y corresponsabilizarse por los cinco siglos de injusticia para con los indios y por la complicidad de la Iglesia en dicha injusticia. Siguiendo el método jocista ver-juzgar-actuar, Proaño constató que dos terceras partes de la diócesis de Riobamba eran indígenas y descubrió su deplorable situación económica, cultural, política, social educativa y religiosa. La Iglesia de Riobamba era dueña de grandes extensiones de tierras como heredera de sistemas poscoloniales. La respuesta de Proaño fue solidarizarse con sus luchas reivindicativas y la entrega gratuita de cientos de hectáreas propiedad de la Iglesia a familias que se constituyeron en cooperativas. Opción por la Pachamama La experiencia de la compasión y de la solidaridad fue la que marcó la vida de monseñor Proaño. Una experiencia que se dirigía a las personas y a la naturaleza, a los excluidos del sistema, a la Pachamama, amenazada de destrucción. Creyó en el ser humano y en la comunidad como fermento de transformación social, amó y respetó la naturaleza hasta identificarse con la tierra, el agua, los animales, las plantas. Su programa era “volver a las fuentes para redimir la vida”, convencido como estaba de que no existe redención fuera de la Pachamama, de la Tierra, de la Naturaleza. Para lograr la liberación integral es necesario volver a la Naturaleza. Ahí está la fuente, el manantial, el origen de la vida. La Naturaleza puede vivir sin nosotros. Y de hecho ha vivido sin nosotros durante millones de años. Nosotros, empero, no podemos vivir sin ella. Opción por la liberación y lucha contra el cautiverio Para monseñor Proaño la historia es cautiverio y liberación. Cautiverio, sí, sobre todo la historia de Ecuador, que contaba entonces con un alto porcentaje de habitantes analfabetos, especialmente en la provincia del Chimborazo, con el mayor grado de analfabetismo del país, ya que la mayoría de la población indígena no había ido a la escuela. Cautiverio fue también su vida al identificarse con los sufrientes de la historia y vivir en carne propia la represión militar y el control detectivesco del Vaticano. Precisamente porque vivió con los indígenas la doble experiencia del cautiverio – la política y la eclesiástica-, monseñor Proaño optó por la liberación. Y lo hizo siguiendo la pedagogía de la concientización a través de un lento proceso educativo popular con la creación de las Escuelas Radiofónicas Populares y del Centro de Estudios y Acción Social (CEAS) para toda la provincia del Chimborazo, que contribuyeron al despertar de los indígenas de un sueño de siglos. Opción por las comunidades de base La experiencia de la pobreza fue para Proaño el lugar privilegiado para vivir la comunidad, practicar la solidaridad, aprender la fraternidad y sentir la amistad. El concilio Vaticano II (1962-1965), en el que participó siendo un joven obispo, le ayudó a descubrir la dimensión comunitaria de la Iglesia. A partir de los textos conciliares tomó conciencia de necesidad de transformar radicalmente la Iglesia renunciando a su carácter piramidal y asumiendo su dimensión comunitaria. Su participación en la Conferencia Episcopal de Medellín (Colombia) en 1968 contribuyó sobremanera a cambiar el rumbo de la Iglesia latinoamericana y a orientarla por el camino de la liberación. Inmediatamente después del Concilio Vaticano II, monseñor Proaño fue uno de los pioneros en la puesta en marcha de las comunidades eclesiales de base. Y la estructuración comunitaria de la diócesis de Riobamba influyó decisivamente en la centralidad que los documentos de Medellín reconocen a las comunidades eclesiales de base como principio de organización de la Iglesia, ámbito privilegiado de evangelización y cauce de promoción. “La vivencia de la comunión a que ha sido llamado el cristiano –afirma Medellín- , debe encontrarla el cristiano en su ‘comunidad de base’: una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, y que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros… Ella es, pues, célula inicial de estructuración eclesial y foco de evangelización, y actualmente factor primordial de promoción humana y desarrollo”. El ideal expresado tan nítidamente en Medellín ya se había hecho realidad en la diócesis de Riobamba en el hogar de Santa Cruz, maravillosa experiencia de vida comunitaria forjada durante casi treinta años a partir de una amistad auténtica y profunda, indispensable para una vida y una pastoral comunitarias, no sin dificultades que hubo que vencer y de conflictos que hubo que encauzar. Opción por una espiritualidad evangélica y una teología vivida en el seguimiento de Jesús La espiritualidad del seguimiento de Jesús de Nazaret el Cristo Liberador fue el alimento cotidiano para el compromiso de monseñor Proaño con los pobres. Su compatriota y hermano en el episcopado Fray Alberto Cuenca Tobar, arzobispo de Cuenca (Ecuador), lo definía como “un contemplativo no enclaustrado”. Y seguía: “Podría decirse que su timidez, su sencillez, su primitiva y rústica humanidad le enclaustraban. Pero su valentía, su acción apostólica, su pasión de enamorado de la verdad, lo emanaban de sí mismo y salía con lo que la contemplación le había dado… La forma de Proaño de apelar en todo al Evangelio era revelación de su permanente estado de reflexión evangélica Era la suya una espiritualidad evangélica, cristológica, comunitaria: “Para que el hombre cambie –escribía el obispo de los indios en 1977-, es necesario vivir la Teología. En otras palabras, es necesario vivir el Evangelio…experimentar a Cristo… experimentar a Dios en Cristo experimentar a Dios a través de Cristo…experimentar esta vivencia entre los discípulos de Cristo, en el seno de la Iglesia en su sentido más concreto”. Opción por la diversidad cultural y el pluralismo religioso Monseñor Proaño fue especialmente sensible a la diversidad cultural y al pluralismo religioso. “No era un obispo. Era un indio entre los indios”: así lo define Ana María Guacho, colaboradora de Proaño desde 1982 en el Movimiento Indígena del Chimborazo. Su inmersión en las tradiciones religiosas y culturales indígenas le ayudaron a relativizar la Iglesia romana inculturada en la tradición occidental y a valorar las dimensiones liberadoras de la culturas y religiones indígenas como fuentes de sabiduría, caminos de salvación, lugares de liberación integral y espacios de rico simbolismo. Su pensamiento, su forma de vida, su quehacer pastoral y su concepción del mundo se caracterizaron por el reconocimiento del pluriverso religioso, étnico, lingüístico y cultural como hecho histórico innegable, como valor a potenciar y como riqueza de la naturaleza, de la humanidad y de las religiones. Opción por la pobreza y por los pobres, y lucha contra la pobreza, opción por los pueblos indígenas, por la Pachamama, por la liberación y lucha contra el cautiverio, por las comunidades de base, por una espiritualidad evangélica y una teología vivida en el seguimiento de Jesús, por la diversidad cultural y el pluralismo religioso: estas fueron las grandes opciones de monseñor Proaño, que me atrevo a convertir en virtudes cardinales y que invito a seguir no solo a todas vosotras y vosotros, sino a los hombres y mujeres de buena voluntad bajo la ética del Sumak Kawsay. Muchas gracias. Los papas Juan XXIII, Juan Pablo II y Francisco [y procesos de canonización] por: Pablo Richard9/2/2013 Introducción
Una clave de interpretación histórica, comparativa y global de la Iglesia Católica podría ser la sucesión de tres papas: Juan XXIII, Juan Pablo II y el papa actual Francisco. La pronta canonización del papa Juan Pablo II la podemos valorar desde la perspectiva del papa anterior Juan XXIII y del actual papa Francisco (sin olvidar los papas Paulo VI y Benedicto XVI). El Papa Francisco ha tenido la sabiduría profética de proclamar la canonización de Juan XXIII junto con la de Juan Pablo II. Los futuros dos papas que serán canonizados juntos revelan la complejidad, a veces contradictoria, de la historia de la Iglesia Católica en los últimos 50 años aproximadamente, desde la elección de Juan XXIII, en 1958, hasta la elección del papa Francisco, en este año 2013. El proceso que culminó y determinó la canonización del papa Juan Pablo II fue impulsado por el papa anterior Benedicto XVI. El papa Francisco proclama la canonización del papa anterior Juan XXIII y así se recupera y revitaliza la tradición del Concilio Vaticano II y su interpretación en América Latina en las Conferencias de Medellín y Puebla. Juan XXIII (1958-1963) Juan XXIII fue elegido papa el 28 de Octubre de 1958. Por su edad se pensó que sería “un papa de transición”; pero en pocos años hizo lo que no hicieron otros papas en el siglo XX: el 25 de enero de 1959 anunció la convocación de un concilio ecuménico. Era una ruptura con 400 años de retroceso en la Iglesia, entre el final del Concilio de Trento (1545-1563) y el inicio del Concilio Vaticano II (1962), Juan XXIII buscó poner al día a la Iglesia; adecuar su mensaje a los tiempos modernos, superando errores y afrontando los nuevos problemas humanos, económicos y sociales. Hubo expresiones suyas que marcaron el tiempo de su pontificado: “aggiornamento”; “sacudir el polvo imperial que recubre la Iglesia”; “abrir las ventanas para que entre un aire fresco en la Iglesia”. Juan XXIII entregó a la Iglesia universal dos encíclicas que marcarían el futuro de la Iglesia: “Mater et Magistra” (1961) y “Pacem in terris” (1963). Antes de su muerte, acaecida el 3 de junio de 1963, Juan XXIII inauguró, el 11 de octubre de 1962, el Concilio Vaticano II. Urgió a los 2.400 obispos presentes a superar el pesimismo y el integrismo, y trabajar por un Concilio eminentemente pastoral, de renovación y no condenatorio. El Proemio de la “Constitución Gaudium et Spes” es el texto que muy pronto concretizó el espíritu que el papa Juan XXIII quería que fuera el fundamento del Concilio: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”. Juan Pablo II (1978 al 2005) Elegido Papa en 1978. Es el primer Papa no italiano en 456 años. Tuvo una presencia pastoral pública extraordinaria: 104 viajes fuera de Italia y 146 en Italia. En audiencias generales en el Vaticano acogió alrededor de 18 millones de peregrinos. Tuvo encuentros con 738 jefes de Estado. Fortaleció la estructura jerárquica y espiritual de la Iglesia: creando 231 cardenales y canonizando 482 santos. Publicó 14 encíclicas. Fue un evangelizador universal, comunicador y políglota, fecundo en el apostolado de la palabra y en sus escritos. En los tiempos de crisis que ha vivido el mundo, el papa Juan Pablo fue el pastor espiritual que la humanidad buscaba y necesitaba. Encarnó un símbolo sagrado de fe universal con la cual se identificaban millones de creyentes de todas las confesiones eclesiales, espirituales y religiosas. Hay sin embargo dos grandes traumas que en este mismo tiempo han estremecido a la Iglesia católica universal, a su pueblo y a sus estructuras, especialmente en América y Europa. Estos son la pedofilia de clero y obispos y los escándalos en el área económica y financiera. Muchos denuncian el silencio pontificio en estas tragedias prolongadas y desgarradoras. Se privilegió la defensa del prestigio de la Iglesia sobre el grito de las víctimas. Ciertamente el papa Juan Pablo II fue valiente y pidió perdón en nombre de toda la Iglesia y exigió tolerancia cero en estos asuntos. Los casos más significativos fue el escándalo del Padre Maciel en México, fundador de los “Legionarios de Cristo”, y del Padre Karadima en Chile, fundador del mayor centro de “espiritualidad” en la historia reciente de Sudamérica. La Iglesia durante su pontificado, en algunas estructuras y definiciones teológicas, “caminó hacia atrás”, pero también surgieron movimientos espirituales, teológicos y eclesiales que impulsaron a la Iglesia “hacia delante”. En todos estos procesos difíciles y contradictorios el papa Juan Pablo demostró su fuerza profética y espiritual para restaurar la esperanza en el futuro de la Iglesia. Es ahí donde el papa construyo e hizo visible su santidad que hoy la Iglesia universal reconoce en su proceso de canonización. Los santos olvidados y silenciados de América Latina y El Caribe Solo cito algunos testimonios tomados del documento pontificio “Verbum Domini”, del papa Benedicto XVI, publicado el 30 septiembre del 2010. Ahí leemos sobre “Los santos y la interpretación de la Escritura” (números 48 y 49) donde son nombrados san Ignacio de Loyola, san Juan Bosco, san Juan María Vianney, san Pío de Pietrelcina, san Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975, fundador del Opus Dei), la beata Teresa de Calcuta, y también los mártires del nazismo y el comunismo: santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), monja carmelita, y por el beato Luís Stepinac, cardenal arzobispo de Zagreb. Es muy significativo que en este documento pontificio no se mencione al padre jesuita Alberto Hurtado (1901-1952), luchador social que dedicó su vida a los pobres, canonizado el 23 de octubre del 2005 por el papa Benedicto XVI. Es inquietante también la ausencia en el documento Verbum Domini de todos los mártires y santos latinoamericanos asesinados por las dictaduras militares: Mons. Óscar A. Romero, asesinado en 1980; y otros obispos mártires: Mons. Juan Gerardi (Guatemala 1998) y Mons. Enrique Angelelli (el “mártir prohibido”, en Argentina). Igualmente los mártires jesuitas de la Universidad Católica de San Salvador (1989) y los llamados “Testigos del Morral Sagrado”: que son esos cientos de Catequistas y Delegados de la Palabra, en su mayoría indígenas, asesinados como “subversivos” y “terroristas”, por las dictaduras militares de Centro América, inspirados no por el comunismo o el nazismo, sino por las ideologías de la “seguridad nacional” y del “neoliberalismo”. Estos santos y santas ausentes y olvidados en los procesos de canonización nos revelan que significa ser santo en la Iglesia, especialmente en la “Iglesia de los Pobres”. Finalmente es muy importante mencionar que el papa Francisco ya canonizó a dos santos latinoamericanos: a Laura Montoya, de Colombia; y María Guadalupe García Zavala, de México. Ambas monjas que dedicaron su vida a los pobres. |
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