Desde su nacimiento, uno de los elementos constitutivos de la Iglesia es la misión. De hecho, una Iglesia que no es misionera es una Iglesia estéril, sin frutos, condenada a desaparecer encerrada en sí misma. En América Latina, la última Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, celebrada en Aparecida (Brasil) en 2007, y cuyo documento final lleva por título: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, hace una llamada a vivir en estado permanente de misión.
La llegada del Papa Francisco, relator del Documento de Aparecida cuando era cardenal arzobispo de Buenos Aires, dio a la Iglesia universal un aire más misionero, incentivando ese espíritu que se hizo presente en la V Conferencia del CELAM. Se ha hecho famosa una frase que él pronunció poco después de ser escogido como Obispo de Roma, “prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse”. Por otro lado, es constante su llamada a hacerse presente en las periferias. Este espíritu se vive en la Iglesia Latinoamericana, respondiendo a que lo que fue denominado como Misión Continental. Es común que las comunidades, parroquias, diócesis vivan con este espíritu misionero, que se concreta en diferentes misiones a lo largo del año. Las misiones diocesanas se han convertido en uno de los momentos más importantes en los planos pastorales. Un ejemplo de esto es la misión diocesana de la Diócesis de Ruy Barbosa, que ha tenido lugar desde el día 28 de julio al 3 de agosto en la parroquia de Baixa Grande, en el interior del estado de Bahía. Preguntado sobre el por qué de la misión diocesana, Carlos Marçal Lima, coordinador diocesano de la pastoral misionera, respondía que este momento “es una oportunidad que la diócesis ofrece a una parroquia cada año para que pueda ayudar a fortalecer el modo de ser Iglesia de nuestras comunidades eclesiales de base, y, al mismo tiempo, es una oportunidad para que los misioneros, que están en sus parroquias y comunidades, puedan hacer una experiencia, recordando siempre ese aspecto de Iglesia Misionera, Iglesia que sale”. Teniendo como lema, “Discípulos misioneros de Jesucristo, viviendo en comunidad y transformando la realidad que nos rodea”, el obispo diocesano, junto con los sacerdotes, religiosos y laicos, que juntos sumaban más o menos una centena de misioneros y misioneras, han visitado cada familia de esta parroquia, formada por más de 40 comunidades, que tiene una población de unas veintidós mil personas, con una extensión de unos mil kilómetros cuadrados. Don André de Witte, misionero belga con casi 40 años de misión en el nordeste brasileño, primero como sacerdote y desde 1994 como obispo de Ruy Barbosa, resalta cómo “este momento es importante dentro de un camino que nos lleva a tener la esperanza de ser siempre una Iglesia Misionera”, y por eso, “esta Semana Misionera Diocesana, en la que participan los sacerdotes, religiosas y muchos misioneros laicos y laicas, y que anima una parroquia en la dimensión misionera, a través de los animadores y animadoras de las comunidades, las familias que acogen, el tema, los encuentros y celebraciones, incentivando el sentido de una Iglesia de comunidades, toda ministerial y misionera, que va al encuentro, que no se queda sólo esperando”. El obispo de Ruy Barbosa, tiene la esperanza de "que esta semana, una más dentro de la historia de la diócesis, haya dado un nuevo impulso aquí en Baixa Grande”. En este mismo sentido, Jeoval Oliveira Rios, párroco de esta parroquia donde ha tenido lugar esta semana misionera, cuestionado por los frutos que espera recoger de este momento, señalaba el deseo de que “las comunidades sean más fortalecidas, pudiendo surgir nuevos líderes y que en la ciudad puedan consolidarse las pequeñas comunidades a partir del incentivo que los misioneros han dado en estos días”. La misión es una tarea continua, intrínseca a la vida de la Iglesia, como señalaba Don André de Witte en la celebración final, que fue precedida por una Marcha por la Paz. Decía al respecto, “que fortalecidos y animados por el hecho de ser amados por Dios,podamos continuar la misión, en todo lugar, en las comunidades donde vivimos, para que juntos podamos crecer y realizar la misión que Dios nos confía”.
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Como el domingo pasado vemos una parábola en acción. No es fácil imaginar lo que en realidad pudo pasar, si es que hubo un episodio real, que diera pie a este relato. En este relato, lo que pasó tiene poca importancia; todo él está lleno de símbolos que nos quieren llevar más allá de una información de sucesos puntuales.
Este relato se parece más a los relatos de apariciones pascuales. Algunos exegetas sugieren que puede tratarse de un relato de Jesús resucitado, que han colocado más tarde en el contexto de la vida real. También hoy es la primera lectura la que nos empuja a una interpretación espiritual. Tanto Elías como Pedro reciben una magistral lección. Los dos habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. La experiencia les enseña que Dios no se puede meter en conceptos y que es siempre más de lo que creemos. Nunca se identifica con lo que pensamos de Él. Además de Mateo, lo narran Marcos y Juan. Los tres lo sitúan después de la multiplicación de los panes. Los tres presentan a Jesús subiendo a la montaña para orar. En los tres relatos, Jesús camina sobre el agua. También coinciden en señalar el miedo de los discípulos; Mateo y Marcos dicen que gritaron. La respuesta de Jesús es la misma: Soy yo, no tengáis miedo. En Marcos y Mateo, Jesús manda a los discípulos embarcar y marchar a la otra orilla; pero el verbo griego, deja entrever cierta imposición. En Juan, la iniciativa es de los discípulos y se deja entender que lo hacen despechados porque Jesús no acepta ser proclamarlo rey. En el AT, el monte es el lugar de la divinidad. Jesús, después de un día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino. Como Moisés la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue en esa cercanía a la esfera de lo divino. La multitud solo piensa en comer. Los apóstoles piensan en medrar. Para la tentación, Jesús se pone a orar. Es muy interesante descubrir que Jesús necesita de la oración, desbaratando así, la idea simplista que tenemos, de que él era Dios sin más. Jesús tiene necesidad de momentos de auténtica contemplación. Jesús sube a lo más alto. Los discípulos bajan hasta el nivel más bajo, el mar. Creen que van a encontrar allí las seguridades que Jesús les niega al no aceptar la gloria humana. En realidad encuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas turbulentas representan las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte. Jesús camina sobre todo esto. En el AT se dice expresamente que solo Dios puede caminar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las aguas, se están diciendo dos cosas: que domina sobre las fuerzas del mal y que es Dios. En el relato se aprecia la visión que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Eraverdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios. La confesión final es la confirmación de esta experiencia. Esta confesión apunta también a un relato pascual, porque solo después de la experiencia de la resurrección, confesaron los apóstoles la divinidad de Jesús. La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles, son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Juan, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente saciada. Pero Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les hace descubrir el verdadero Jesús. El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra a gusto en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda. La respuesta de Jesús a los gritos es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El“ego eimi” (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia. El episodio de Pedro, merece una mención especial. Es muy probable que sea una tradición, seguramente legendaria, exclusiva de esa comunidad. Aunque así sea, tiene mucha miga. Pedro siente una curiosidad inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; haz que yo partícipe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser: ven. Estamos hablando de la aspiración más profunda de todo ser humano consciente. En todas las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que aún no han comprendido las exigencias del seguimiento. Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación. Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades. El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera y a través de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, solo puede ser vivida. El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Si te encuentras con dios, mátalo. Ese dios es falso, es una creación tuya; es un ídolo. Si lo buscas fuera de ti, estás persiguiendo un fantasma. También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús no está presente. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo. La gran tentación ha sido siempre que se manifestara de forma portentosa. Seguimos esperando de Dios el milagro. Dios no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro. Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestro ídolo, o atrevernos a la búsqueda del verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma: mantener el ídolo que hemos pulido y alicatado desde la prehistoria. La consecuencia es clara: nunca encontraremos al Dios verdadero. Esta es la causa de que se alejen de las instituciones los que mejor dispuestos están. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se encuentran, en cambio, muy a gusto con ese “dios” los que no quieren perder las seguridades que les dan los ídolos fabricados a nuestra medida. El ser humano ha buscado siempre al Dios todopoderoso que hace y deshace a capricho, que empleará esa omnipotencia en favor mío si cumplo determinadas condiciones. Si en la religión buscamos seguridades, estamos tergiversando la verdadera fe-confianza. Dios no puede darme ni prometerme nada que no sea Él mismo. Ni como Iglesia ni como individuos debemos poner nuestra meta en las seguridades externas. Las seguridades que con tanto ahínco busca nuestro yo, son el mayor peligro para llegar a Dios. Meditación-contemplación Mándame ir hacia ti… Ven. El ansia de lo divino es una constante en el ser humano. Es un anhelo positivo que está puesto ahí por Él. La trampa es querer conseguirlo por un camino equivocado. …………………… Lo divino forma parte de mí. Es la parte sustancial y primigenia de mi ser. Cuando descubro y vivo esa presencia, despliego todas las posibilidades de ser que ya hay en mí. ………………… El secreto está en la absoluta confianza en Él. Si pretendo buscarle como un bien más de consumo, solo me encontraré con seguridades ficticias. Solo lanzándome sin “paracaídas” conseguiré aterrizar en Él …………… Hay dos episodios en los evangelios bastante parecidos, aunque también muy diferentes. Se parecen en el escenario (una barca en medio del lago de Galilea en circunstancias adversas) y en los protagonistas (Jesús y los discípulos). Se diferencian en que, en el primer caso, la barca está a punto de zozobrar y los discípulos corren peligro de muerte; en el segundo, sólo se enfrentan a un fuerte viento en contra que hace inútiles todos sus esfuerzos.
Traducido a la experiencia de nuestros días, la tempestad calmada recuerda a numerosas comunidades cristianas, sobre todo de África y Oriente Medio, que se ven amenazadas de muerte y gritan a Jesús: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» El viento en contra hace pensar en tantas otras comunidades, especialmente de occidente, que luchan contra viento y marea, cada vez con menos fuerzas, y sin ver resultados tangibles. El primer episodio, la tempestad calmada, tiene un claro paralelo en el Salmo 107 (106), 23-32: en el Salmo, los navegantes gritan a Dios en el peligro y Él los salva; en el evangelio, los discípulos gritan a Jesús y es éste quien los salva. Pero el segundo episodio, el de la barca con viento en contra y Jesús caminando sobre el agua, no me recuerda ningún episodio del Antiguo Testamento (y tampoco le veo relación con la primera lectura de este domingo). Sin embargo, está tan anclado en la primitiva tradición cristiana que no sólo lo cuentan Marcos y Mateo, sino incluso Juan, que generalmente va por sus caminos. Es muy curioso que Lucas omita esta escena: probablemente pensó que presentar a Jesús caminando sobre el agua y confundido con un fantasma iba a plantear a sus cristianos más problemas que beneficios. El relato de Mateo Se inspira en el de Marcos, pero introduciendo cambios muy significativos. Podemos dividirlo en cuatro escenas. Primera escena: Jesús se separa de los discípulos Hablando en términos cinematográficos, es un montaje en paralelo. Inmediatamente después de la comida, Jesús obliga a sus discípulos a embarcarse, mientras él despide a la gente. Luego se retira a rezar «a solas» y, al anochecer, «seguía allí solo». Mientras, los discípulos se encuentran «a muchos estadios de tierra» (Juan dice que a unos 25-30 estadios, 5-6 km, lo que supone en mitad del lago). Con esto se acentúa la distancia física de Jesús con respecto a los discípulos; y también la distancia temporal, porque los despide por la tarde y no se dirige hacia ellos hasta el final de la noche. [La traducción litúrgica dice «de madrugada»; el texto griego, «a la cuarta vela», entre las 3 y las 6 a.m.; los romanos dividían la noche en cuatro velas, desde las 6 p.m. hasta las 6 a.m.]. A nivel simbólico, quedan contrapuestos dos mundos: el de la intimidad con Dios (Jesús orando) y el de la dura realidad (los discípulos remando). Ha sido Jesús el que los ha abandonado a su destino. Segunda escena: Jesús se acerca a los discípulos Mateo cuenta con asombrosa naturalidad y sencillez algo inaudito: el hecho de que Jesús se acerque caminando sobre el lago. Los discípulos no reaccionan con la misma naturalidad: se asustan, porque piensan que es un fantasma, tienen miedo, gritan. Es la única vez que se usa en el Nuevo Testamento el término “fantasma”, que en griego clásico se aplica a los espíritus que se aparecen, o a «las visiones fantasmagóricas de mis ensueños» (Esquilo, Los siete contra Tebas, 710). Es la única vez que Jesús provoca en sus discípulos un pánico que les hace gritar de miedo. Es la única vez que les dice «¡animaos!». Una escena peculiar sobre la que volveremos más adelante. Tercera escena: Jesús y Pedro Quien conoce los relatos de Marcos y Juan advierte aquí una gran diferencia. En esos dos evangelios, Jesús sube a la barca y el viento se calma. Pero Mateo introduce una escena exclusivamente suya, que subraya la relación especial entre Jesús y Pedro. Igual que en otros pasajes de su evangelio, Mateo aporta rasgos de la personalidad de Pedro que justifican su importancia posterior dentro del grupo de los Doce. Pero no ofrece una imagen idealizada, sino real, con virtudes y defectos. Su decisión de ir hacia Jesús caminando sobre el agua lo pone por encima de los demás, igual que ocurrirá más adelante en Cesarea de Filipo. Pero Pedro muestra también su falta de fe y su temor. Incluso entonces, es salvado por la intervención de Jesús. Dentro de la sobriedad de Mateo, esta escena llama la atención por la abundancia de detalles expresivos, que adquieren su punto culminante en la imagen de Jesús alargando la mano y agarrando a Pedro. Cuarta escena: confesión de los discípulos (32-33) Marcos termina su relato diciendo que los discípulos «no cabían en sí de estupor, pues no habían entendido lo de los panes, ya que tenían la mente obcecada» (Mc 6,51-52). Mateo introduce un cambio radical: los discípulos no se asombran, sino que se postran ante Jesús y confiesan: «realmente eres Hijo de Dios». Esta actitud y estas palabras significan un gran avance. Anteriormente, en el relato de la tempestad calmada (Mt 8, 23-27), los discípulos terminan preguntándose: «¿Quién será éste que hasta el viento y el agua le obedecen?» Desde entonces, el conocimiento más profundo de Jesús ha provocado un cambio en ellos. Ya no se preguntan quién es; confiesan abiertamente que es «hijo de Dios», y lo adoran. Este título no podemos interpretarlo con toda la carga teológica que le dio más tarde el Concilio de Calcedonia (año 451). También el centurión que está junto a Jesús en la cruz reconoce que «este hombre era hijo de Dios». Lo que quiere expresar este título es la estrecha vinculación de Jesús con Dios, que lo sitúa a un nivel muy superior al de cualquier otro hombre. De aquí a confesar la filiación divina de Jesús sólo queda un pequeño paso. Anticipando la gloria de Jesús resucitado. Este relato, tal como lo cuenta Mateo, ofrece tres datos curiosos: 1) el cuerpo de Jesús desafía las leyes físicas; 2) los discípulos no reconocen a Jesús, lo confunden con un fantasma; 3) Jesús, a pesar del poder que manifiesta, trata a los apóstoles con toda naturalidad. Estos tres detalles son típicos de los relatos de apariciones de Jesús resucitado: 1) su cuerpo aparece y desaparece, atraviesa muros, etc.; 2) ni la Magdalena, ni los dos de Emaús, ni los siete a los que se aparece en el lago, reconocen a Jesús; 3) Jesús resucitado nunca hace manifestaciones extraordinarias de poder, habla y actúa con toda naturalidad. Por consiguiente, lo que tenemos en Mateo (no en Marcos) es algo muy parecido a un relato de aparición de Jesús resucitado. ¿Qué sentido tiene en este momento del evangelio? Anticipar su gloria. Igual que el relato de la muerte de Juan Bautista, contado poco antes, anticipa su pasión, su maravilloso caminar sobre el agua anticipa su resurrección. Sentido eclesial y personal Desde antiguo, se ha visto en la barca una imagen de la Iglesia, metida por Jesús en una difícil aventura y, aparentemente, abandonada por él en medio de la tormenta. Este sentido, que estaba ya en Marcos, lo completa Mateo con un aspecto más personal, al añadir la escena de Pedro: el discípulo que, confiando en Jesús, se lanza a una aventura humanamente imposible y siente que fracasa, pero es rescatado por el Señor. En la imagen de Pedro podían reconocerse muchos apóstoles y misioneros de la Iglesia primitiva, y podemos vernos también a nosotros mismos en algunos instantes de nuestra vida: cuando parece que todos nuestros esfuerzos son inútiles, cuando nos sentimos empujados y abandonados por Dios, cuando nosotros mismos, con algo de buena voluntad y un mucho de presunción, queremos caminar sobre el agua, emprender tareas que nos superan. Ellos vivenciaron que Jesús los agarraba de la mano y los salvaba. La misma confianza debemos tener nosotros. Este precioso relato resulta ser una hermosa metáfora de nuestra vida. Abandonada la lectura literalista que, además de no corresponder a la intención del redactor, lo empobrece y falsifica, hallamos en él una “descripción” de nuestro modo de funcionar cuando estamos instalados en el ego (en la lectura que nuestra mente hace de las circunstancias).
En la “barca” del ego, nos sentimos fácilmente sacudidos por todo tipo de olas, llenos de miedos y creyendo ver fantasmas alrededor. Miedos y fantasmas, sin embargo, se disipan en cuanto salimos de las interpretaciones que nuestra mente hace de las cosas, y nos anclamos en el “Yo soy”, nuestra identidad última, aquella que compartimos con todos los seres. En ella, aceptamos lo que acontece, la mente se silencia… y retorna la paz. Porque nuestra identidad más profunda se halla siempre a salvo. El “Yo soy” –la Consciencia de ser- no puede ser afectado negativamente por nada. Reconocerse en esa identidad y vivirse conectado a ella es el culmen de toda sabiduría. En esto consiste toda la “destreza”, según lo expone Papaji: “Lo que sea que venga, déjalo venir; lo que quede, déjalo estar; lo que se va, déjalo ir. Quédate callado y adora al Ser”. En el reconocimiento de que el “Ser” no es una realidad que corriera paralela a nosotros, que se hallara “fuera” o nos resultara extraña. El Ser es otro nombre de nuestra verdaderaidentidad, que se expresa en la personalidad que tenemos. Por eso, el mismo Papaji concluye: “Durante todas las actividades de la vida recuerda siempre que tú eres el Ser”. Al identificarnos con nuestra personalidad (o yo), desconectamos de nuestra identidad, nos encerramos en la “barca” del ego, y ahí todo se vuelve oscuridad, oleaje, confusión, miedo y sufrimiento. A veces, aun estando en la “barca”, notamos el impulso de ir “más allá”, de trascender ese pequeño encierro y lanzarnos al mar abierto del “Yo soy”. Tal impulso no es sino expresión de nuestra misma identidad que, en forma de Anhelo, clama en nosotros, a pesar incluso de nuestra ignorancia. Algo nos dice que la Vida es más que los hábitos a los que la hemos reducido y la rutina a la que nos hemos acostumbrado; y que nosotros no somos el ego que nuestra mente piensa, por más que habitualmente nos hayamos vivido desde él. Nos fiamos de aquella “voz” que viene de no sabemos dónde y salimos de la estrechez que nos aprisionaba. Sin embargo, suele ser tan grande la inercia de generaciones y de toda nuestra propia vida, que basta sentir la “fuerza del viento”, para que el miedo se apodere de nuevo de nosotros y pensemos que nos estamos hundiendo. “¡Qué poca fe!”, dice Jesús a Pedro. Qué poca certeza en lo que somos. La mano que agarra a Pedro no es otra que el “Yo soy”, identidad en la que Jesús se reconocía y que todos compartimos con él. Para no ser víctimas del miedo, necesitamos cultivar el contacto y la conexión con quienes realmente somos: esa es la única plataforma donde es posible la paz y la sabiduría. Por eso, puede venirnos bien la enseñanza de Nisargadatta: “Rechace todos los pensamientos excepto uno: «Yo soy». La mente se rebelará en el comienzo pero, con práctica, paciencia y perseverancia, cederá y se mantendrá en calma. Una vez que usted esté en calma, las cosas comenzarán a suceder espontáneamente y de forma totalmente natural, sin ninguna interferencia de su parte. No se preocupe por nada que usted quiera, piense o haga; solo permanezca establecido en el sentimiento-pensamiento «Yo soy«, enfocando «Yo soy» firmemente en la mente. En el momento que usted se desvíe, recuerde: todo lo que es perceptible y concebible es pasajero, y solo el «Yo soy» permanece. Después de todo, el único hecho del que usted está seguro es de que «usted es». El «Yo soy» es seguro, el «Yo soy esto» no lo es”. Así quise titular este escrito, aunque en realidad no sepa el día exacto en que descubrí a Jesús; sé que acaeció hace unos cuatro o cinco años atrás, cuando tendría 19 o 20 años de edad.
Cuando hago referencia a "descubrir a Jesús" no me refiero a que no sabía nada sobre él (fui a un colegio católico de asiduas misas y clases catequísticas), sino a embarcarme en la apasionante búsqueda del personaje histórico que vivió en la Palestina del primer siglo. Y tengo que admitir, con cierta tribulación, que muchas de las cuestiones que me aleccionaron en el colegio sobre Jesús, estaban cargadas del fundamentalismo más aversivo y, en muchas ocasiones, muy alejadas de la enseñanza del maestro de Nazaret. No tardaron en adoctrinarme que Jesús fue el Hijo de Dios, que preexistía desde antes que Dios creara el cosmos de la nada, que por obra del Espíritu Santo nació de una madre virgen, llevó a cabo milagros y prodigios, y por último, con plena consciencia de ello, se entregó al suplicio de la cruz en busca de redimirnos de nuestras pecados. Es decir: me explicaron que Jesús sabía que era Dios encarnado, y debido a que estábamos en falta con su Padre por nuestra condición pecadora, se ofreció como sacrificio expiatorio de manera que pudiésemos volver a entablar una relación apropiada con él, que se había roto en el momento que nuestros antepasados habían infringido sus directrices. Sí, sé que suena realmente espantoso, pero por increíble que parezca, estas cosas se siguen instruyendo en muchos colegios cristianos y en diversos grupos religiosos. Ay Jesús, si supieras las cosas que dicen sobre ti y tu Padre, ¿qué pensarías? Probablemente te azoraría que el semblante de un Dios bondadoso y amoroso como el que pregonaste, pueda llevar a cabo un acto tan monstruoso y repugnante como el de derramar tu sangre inocente para poder indultarnos. Pero no te preocupes, de Dios se han dicho tantas cosas abyectas (¡incluso se sigue matando en su nombre!); lo importante es lo que tú mismo pensaste y dijiste sobre Dios; lo relevante es la buena noticia de Dios que proclamaste, ese Misterio al cual le diste nombre de Padre de todos los seres humanos. Gracias a Dios, los agnósticos y ateos hemos contribuido a purificar el Evangelio. Fue a partir de la Ilustración cuando se comenzaron a poner en duda los hechos narrados en los Evangelios, en donde proliferaban los acontecimientos extraordinarios y los milagros eran moneda corriente. Pero luego de que la exégesis soplara el polvo que se había acumulado durante tanto tiempo en los evangelios- que se escribieron en otro tiempo y lugar y con una visión heterónoma del mundo- y pretendiese encontrar el significado de los textos detrás de la lectura literal de los mismos, Jesús de Nazaret resurgió con una fuerza arrolladora y un poder de fascinación que deja estupefactos a los entendidos de la historia , al punto de ser quizá, la figura más estudiada y admirada que ha dado la humanidad. Ya lo han dicho teólogos como José Antonio Pagola: Jesús no es propiedad de los cristianos, es patrimonio de la humanidad. Su mensaje sigue siendo una buena noticia para los hombres y mujeres de hoy, seamos creyentes o no creyentes. Es que la vida y el mensaje de Jesús seguirían valiendo la pena aun cuando la muerte sea el fin del ser humano y estuviésemos inexorablemente destinados a la nada infinita. ¿Cuál es la buena noticia que introdujo Jesús en la historia de la humanidad, y más precisamente, en mi vida? La quiero resumir muy breve y sencillamente. Jesús me enseñó que lo importante de la vida no es si creemos en una deidad o cumplimos rigurosamente los ritos y preceptos que prescriben las religiones, sino que a Dios se le busca y se le encuentra en el prójimo, sobre todo en el necesitado; en ese ser humano que sufre, que no come y no lleva una existencia digna que le permita ser feliz y disfrutar del milagro de estar vivo. Jesús me enseñó que la verdadera grandeza de la vida consiste en erradicar todas aquellas barreras que causan exclusión, discriminación y sufrimiento; que hay que construir puentes que nos permitan acercarnos a los últimos, a los débiles, a los vulnerables, a los que nadie defiende y de los que nos avergonzamos de su compañía. Jesús me enseñó que aquellas personas que ven aplastada su dignidad día a día son las más bienaventuradas en el Reino de Dios; no porque su condición sea buena en si misma, sino debido a lo contrario: su situación los hace merecedores del amor de Dios, que no quiere otra cosa que la felicidad de sus hijos e hijas en esta vida. Jesús me enseñó que al misterio de Dios lo hallamos en la fragilidad y en la miseria humana; que es allí precisamente donde radica el Dios de los últimos y al que alcanzamos sólo con la entrega solidaria hacia el prójimo, entrega que sobrepasa a los humanos y llega hasta el mismo Dios. "En verdad os digo que cuando lo hicisteis con alguno de mis hermanos más pequeños, lo hicisteis conmigo". Y Jesús me enseñó, sobre todo, que la filantropía es la forma más excelsa y decorosa de transitar esta existencia frágil y limitada. Por último, no le agradezco a Jesús que haya muerto por mis pecados, sino el hecho de entregarse hasta el final defendiendo a los últimos y a los pobres como siempre lo hizo, aunque le haya valido ultimar la aventura de su vida de un modo tan ruin e ignominioso. Luego de escribir todo esto, no puedo más que comprobar tristemente lo alejado que estoy de Jesús y de su proyecto del Reino de Dios; pero más triste es saber que gran parte de la Iglesia, que se hace llamar seguidora de Jesús, esté igual o más alejada que yo... Cohetes más grandes para matar más. En ésas anda aún el ser humano. El perímetro de la muerte se amplía con las nuevas armas en manos de los extremistas. Los nuevos "Quassam" vuelan más lejos, pueden llamar a puertas más lejanas, causar sangre, dolor y muerte a 150 kms. Nunca dispusieron los milicianos palestinos de artillería tan poderosa. Dicen que van a abrir la "puerta de los infiernos", pero el único infierno es el del olvido de que todos los humanos somos hermanos; la única gloria, la recuperación de esa memoria.
Escrupulosa neutralidad por lo tanto en esa guerra maldita que por enésima vez rebrota en Oriente Medio. Ninguna simpatía hacia ningún bando contendiente, ningún guiño hacia ningún lado, siquiera hacia el Cielo para que agote la sed de venganza en el alma del humano. La propia Gaza debería acallar a los milicianos exaltados y sedientos de venganza. Si las milicias de Hamas detuvieran sus ataques, cesaría el dolor sobre su pueblo. No terminamos de hallar nobleza en la causa violenta palestina. No hay jaleo posible a los cohetes que se lanzan desde su territorio. Una noble causa se estropea desde el instante en que sus métodos dejan de ser nobles. En algún punto será preciso quebrar esa diabólica espiral de violencia. El presidente Mahmud Abas reclama la solidaridad internacional, pero echamos en falta la condena de los misiles lanzados desde Gaza. No podremos acercamos a causa alguna que tenga entre sus objetivos el generar el mayor daño en los inocentes civiles del otro lado. No podremos vestir el pañuelo palestino, mientras que de ese bando no se opte por una respuesta no violenta al ya legendario abuso del Estado de Israel. No podemos creer en ninguna Intifada que no sea florida y pacífica a favor de la fraternidad humana y el encuentro entre los hombres y mujeres de cualquier raza, religión, ideología o condición. A estas alturas del telediario, sólo podemos apoyar las causas que pregonan la integración, el acercamiento entre las gentes y los pueblos diversos. Sólo ese camino nos lleva a las puertas de los Cielos. A estas alturas sólo podemos apoyar a quienes, desde una altura moral, hacen frente a la injusticia y la opresión con unas manos desnudas y un verbo sereno, cargado de argumentos y razones. Por su parte los tanques de la estrella de David se reúnen de nuevo a las puertas de Gaza. Aguardan la hora de arrancar los motores y entrar en la franja, como si toda una historia colmada de batallas no bastara, como si milenios de "ojo por ojo" no hubieran servido para nada, como si el dolor ajeno pudiera remotamente traer seguridad propia, como si las bombas que el ejército israelí lanza sin tregua no cayeran un día sobre los tejados de su propio pueblo… La seguridad, la paz y prosperidad de una nación jamás vendrán de la mano de los proyectiles. Más pronto o más tarde, las mismas bombas que sembramos, son las que cosechamos. El pueblo judío y sus mandatarios debieran haber aprendido ya esa lección, conocer la ley infalible del "karma”, la sentencia ineludible de la causa y el efecto. “Quedan largos días de combate” proclama una Israel que no acusa el llanto de los inocentes. Su lluvia de destrucción y muerte no cesa. La evidente superioridad armamentística debiera ir acompañada de una mayor conciencia, de una cierta ética de perdón y anhelo de reconciliación. Cese esa ofensiva sin piedad, nunca se enciendan tampoco los motores de esos tanques. El Gobierno israelí discute en estos momentos el alcance de la respuesta a los ataques de Hamas. Triunfe la opción más moderada, menos sangrienta y arrasadora. Toca ya abrir otras puertas que no las del Averno. Éste ya lo frecuentamos. Surquen un día los aires de Oriente Medio otra suerte de cohetes. Se agote la sed de venganza en unas y otras gargantas. No más infiernos para nadie. Ahora ya algo de ese cielo de humana armonía y fraternidad. ¡Prevalezca la paz en aquel suelo sagrado, prevalezca la paz en todo el planeta! ¡Shalom! ¡Salaam! Otro verano es posible ¿Qué le falta de paz a la placidez de nuestro descanso estival? Seguramente que todos nuestros congéneres puedan alcanzar esa paz. ¿De qué adolece nuestro disfrute, sino de que todos los humanos seamos ese gozo en contacto estrecho con el mar o la montaña, en conexión cercana con los seres queridos, con la Madre Naturaleza…? Ni la seguridad que reclaman los israelíes, ni la justicia que, en pura ley, reivindican los palestinos vendrán con ningún calibre de artillería. Se encendieron ya los temidos motores. Han arrancado los tanques de la devastación. Durante diez días la muerte caía de los cielos, ahora rueda ya por tierra arrasando cuanto encuentra a su paso. Somos solidarios con quienes no conciliarán sueño, con quienes en estos momentos ven acercarse el horror y la destrucción a sus hogares. Definitivamente no podemos dormir a pierna suelta tampoco en este verano. Sus noches en vela son también nuestro insomnio; sus escombros son también nuestro fracaso. Sus brazos que claman al cielo son también nuestra desolación. Cada estruendo, cada golpe artillero nos aleja de nuestro destino de hermandad humana. La solidaridad desde Europa, desde nuestra geografía privilegiada ha de seguir fluyendo, pero la responsabilidad es seguramente de la entera condición humana. El viejo continente no puede mirar para otro lado, ¿pero es justo que sea en estos días diana de tantas y afiladas críticas? Caminar las playas sabiendo que todas las playas son holladas en paz y tranquilidad, que los niños juegan en la arena sin mirar a un cielo amenazante, que los padres la gozan con esa estampa de sus pequeños. Pasear las playas conscientes de que no hay ningún litoral amenazado, que ningún misil ensangrentará ninguna arena. Coger aviones, surcar continentes, llegarnos a otro rincones remotos del planeta, sin temor a que ningún descerebrado en ninguna parte del mundo, ahíto de jugar con la violenta consola, apretará ningún gatillo y derribará cuanto vuela sobre su cabeza. Pasear tu pequeño mundo, pero saber que más lejos, en el gran mundo, otros pasos son también sin temblor, sin terror, sin minas en los pies, sin cohetes sobre las cabezas. Nos cansamos ya de dilapidar culpables, nos agotó escrutar la historia buscando en ella todos los males. Las espirales de violencia, en cualquier rincón de la tierra pueden acabar en este preciso presente. Lo estamos lamentablemente comprobando estos días en Gaza y en Ucrania: sencillos misiles nunca alcanzaron tan alto y tan lejos, pero no es menos cierto que nunca la comunidad internacional ha albergado tanta conciencia e instrumentos para la paz. Ello no bastará si falta predisposición por parte de quienes aún se obcecan en la batalla. Hoy, aquí y ahora el humano puede disfrutar de un verano sin fin, de una paz sin quebrantos. No, la Unión Europea no es culpable de que Palestina siga sangrando, de que en Orientes más lejanos se impongan leyes salvajes. La hormigonera de aquí dejará un día de dar vueltas allá. La Unión Europea ha de ayudar a los palestinos, pero no puede estar siempre recomponiendo sus casas, sus escuelas, sin que ellos manifiesten voluntad de frenar a sus elementos más exaltados, sin que se rebelen ante el clientelismo de Hamas… Europa puede ayudar a tumbar tiranos en la antigua Yugoslavia, en Líbano, en Iraq…, pero después sus súbditos, sus facciones, sus pueblos y tribus deberán ensayar vivir en comunión, en integración, en armonía. Sí, albergamos responsabilidad. Absolutamente ningún dolor humano nos es ajeno, ¿pero no será preciso que arríen su índice los sempiternos fiscales de fácil dedo acusador? Somos responsables en tanto en cuanto humanos, pero no primeros culpables, si no estamos directamente implicados en el origen, en las causas de esos conflictos. El eco del dolor humano alcanza nuestro sosiego veraniego. Explosiones más o menos lejanas perturban nuestro descanso. Nuestra paz no será total, en tanto en cuanto la humanidad siga sangrando, en tanto en cuanto todos los seres no respiren paz. Desde ese sentimiento de intransferible responsabilidad y solidaridad, apuntar que quizás los europeos no albergamos “plus” de culpa. El ciudadano del mundo tiene un lugar de referencia, sabe que en un continente los diferentes superaron la guerra, crearon un espacio de convivencia, decidieron colaborar y mirar juntos al futuro. Sí, verano y paz para todos/as, pero esa incontenible aspiración ha de nacer primero en el corazón de quienes, en uno u otro lado, contienden. Cada quien virar la historia, instaurar en su entorno un espacio de correctas relaciones, cada quien superar abismos, ancestrales litigios y confrontaciones, cada quien fomentar a su alrededor ese espíritu de sana cohabitación y armonía. Todo nuestro apoyo, toda nuestra fuerza para ese puro, impostergable y cada vez más universal anhelo. Queridos amigos y amigas del mundo:
La noche pasada fue extrema. La “invasión terrestre" de Gaza resultó en decenas de furgones con palestinos y palestinas con todo tipo de heridas, mutilados, destrozados, desangrándose, temblando; de todas las edades, todos civiles, todos inocentes. Los héroes en las ambulancias y en todos los hospitales de Gaza están trabajando turnos de 12 y 24 horas, grises por el cansancio y la carga inhumana de trabajo (sin haber recibido ningún pago en Shifa en los últimos cuatro meses). Ellos atienden, derivan, tratan de entender el incomprensible caos de cuerpos, de tamaños, de miembros, de seres humanos que caminan, o no pueden caminar, que respiran, que no pueden respirar, que se están desangrando, y que no se desangran. ¡SERES HUMANOS! Hoy, una vez más tratados como animales por “el ejército más moral del mundo” (sic). Mi respeto por los heridos es infinito, en su sobria determinación en medio del dolor, la agonía y el shock; mi admiración por el personal y los voluntarios es infinita también; mi cercanía al sumud palestino me da fuerzas, aunque por momentos solo quiero gritar, abrazar fuerte a alguien, llorar, oler la piel y el cabello cálido de un niño cubierto de sangre, protegernos a nosotros mismos en un abrazo sin fin… pero no nos podemos permitir eso, y ellos tampoco. Caras cenicientas… ¡Oh, no! No más cargas de decenas de mutilados y sangrantes… todavía tenemos lagos de sangre en el suelo en la sala de emergencias, pilas de vendas empapadas en sangre para limpiar… Oh, los limpiadores… en todas partes, quitando rápidamente la sangre y los tejidos descartados, el pelo, la ropa, las cánulas… los restos de la muerte… todo quitado del medio… para ser preparado nuevamente, para que todo se repita. Más de 100 casos llegaron a Shifa en las últimas 24 horas. Ya bastante para un gran hospital bien entrenado y equipado con todo lo necesario, pero aquí… casi no hay nada: no hay electricidad, ni agua, ni materiales desechables, ni medicamentos, ni mesas de operación, ni instrumentos, ni monitores… es como si todo hubiera sido sacado de museos de hospitales del pasado. Pero estos héroes no se quejan. Ponen manos a la obra, como guerreros, de frente, inmensamente resueltos. Y mientras les escribo estas palabras, solo, en una cama, derramo lágrimas, cálidas pero inútiles lágrimas de dolor y de pena, de enojo y de miedo. ¡Esto no puede estar pasando! Y entonces, justo ahora, la orquesta de la máquina de guerra israelí comienza de nuevo su espantosa sinfonía: salvas de artillería desde los barcos de la marina en la costa, los rugientes F16, los drones enfermantes (los “zennanis” árabes), los hummers y los molestos Apaches. Todo, demasiado, hecho y pagado por los Estados Unidos. Señor Obama: ¿tiene usted corazón? Yo le invito: pase una noche, solo una noche con nosotros en Shifa. Tal vez disfrazado de limpiador. Estoy cien por ciento convencido de que cambiaría la historia. Nadie con corazón Y –además– con poder, podría marcharse de una noche en Shifa sin la decisión de ponerle fin a la masacre del pueblo palestino. Pero los crueles y despiadados han hecho sus cálculos y han planeado otro ataque sobre Gaza. Los ríos de sangre van a seguir corriendo la próxima noche. Puedo escuchar que han afinado sus instrumentos de muerte. Por favor. Hagan lo que puedan. Esto, ESTO no puede continuar. ¿Sabía usted que el primer órgano que se pone en marcha en el embrión humano es el corazón? En efecto, dos genes, GATA4 y NKx 2-5 ponen en marcha la migración de células formadoras de tejido cardíaco alrededor de 21 días después de la gestación.
Desde la anatomía, el corazón es descrito como “un órgano musculoso hueco cuya función es bombear la sangre a través de los órganos del cuerpo”. La embriología explica que el corazón es una banda de tejido muscular que se pliega tempranamente sobre sí misma. La fisiología muestra que el corazón es “biogénico”, esto es, se excita a sí mismo, produciendo contracciones rítmicas que pueden ser modificadas por múltiples factores. La patología nos dice que el corazón puede ser afectado por numerosas enfermedades llamadas cardiopatías. Pero ¡¡el corazón es mucho más de lo que nos enseña la medicina!! Podemos afirmar que a los 21 días después de la gestación se ponen en marcha en el interior del organismo humano el amor, la compasión y el altruismo, poderosas fuerzas de fecundidad que más tarde contribuirán a la construcción de la paz y de la armoniosa convivencia. El corazón se encuentra en el vórtice de energías conocido como Anahata, donde confluyen las energías de los planos superiores, psico-espirituales, y los planos inferiores físico-emocionales, del organismo. La doctora Annie Marquier, matemática, pianista, profesora en La Sorbonne y fundadora del Instituto para el Desarrollo de la Persona con sede en Quebec, ha mostrado que el corazón es un complejo sistema neural independiente del cerebro, capaz de tomar decisiones, aprender, recordar y actuar de modo autodeterminado. Es el corazón quien envía más conexiones al cerebro que este al corazón, activando o inhibiendo la actividad cerebral y modificando de este modo la percepción de la realidad. El corazón produce la hormona ANF, que inhibe la producción de cortisol y activa la producción de oxitocina, una hormona con propiedades ansiolíticas, analgésicas y activadora de la afectividad. Su campo electromagnético es muy potente, superando en más de 5.000 veces el tamaño del campo electromagnético del cerebro; abarca por lo tanto unos 4 metros a nuestro alrededor. En otras palabras, desde el campo energético de nuestro corazón, nosotros podemos irradiar amor y compasión hacia quienes nos rodean. Pero el miedo, la ira, la frustración, tornan caótico a este campo de energías; la pérdida de la coherencia vibratoria se extiende al cerebro, alterando de modo negativo nuestra percepción de la realidad. Es el corazón, en efecto, quien arrastra a la cabeza cuando de emociones se trata. Un corazón que vibra armoniosamente, de modo coherente, “con ondas de frecuencia elevada”, nos permite percibir la realidad de un modo igualmente armonioso; su energía radiante, transmisora de paz, de quietud, de confianza, de apertura, alcanza a los otros, haciendo posible el sueño de la unidad entre nosotros y quienes están a nuestro alrededor. Lograr un corazón amorosamente irradiante es posible, pero exige trabajo, constancia, voluntad… Y fe en que es este el verdadero camino evolutivo. Es preciso comenzar tempranamente dicho trabajo, cuando somos niños “de ojos todavía encantados”, en palabras de Rubem Alves. El dilema es que los adultos debemos ser sus guías, “cardiodocentes”, para lo cual debemos aprender estrategias generadoras de paz y de armonía… Y ser nosotros mismos agentes de sana y fecunda convivencia. Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da de comer a una multitud en un despoblado. Es seguro que algo muy parecido, pasó en realidad y probablemente más de una vez. Es importante, acercarnos lo más posible a la realidad de los hechos; solo desde lo histórico, podremos desentrañar su verdadero sentido para nosotros.
Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio. Podríamos decir que es una parábola en acción. También hace falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús:dadles vosotros de comer. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás. Por otra parte, ni tenían dinero suficiente para comprar tanto pan, ni había donde comprarlo. No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo de hambre en el mundo. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecha añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho. Lo que pasó no fue un milagro, como lo entendemos normalmente. En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tenían hasta conseguir que nadie quedara con hambre. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús predicaba. Es muy útil recordar la importancia que tienen en la Biblia las comidas. Con frecuencia se hace referencia a los tiempos mesiánicos con la imagen de un banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente. Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús rompe con toda lógica y les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera. Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permites interpretar el relato, más allá de la letra. El evangelio nos dice que Jesús se preocupó de las necesidades materiales de la gente. Pero también se quejó de que le entendieran mal, y terminaran creyendo que había venido para eso. El mensaje del evangelio de hoy no es que, al ver el milagro, concluyamos que Jesús es Dios; ni que podemos esperar de Dios que nos saque las castañas del fuego. El ver a Jesús como un taumaturgo, está ya muy criticado en los mismos evangelios. Seguir creyendo en el siglo XXI en milagros para solucionar los problemas, es la mejor demostración de nuestra falta de madurez religiosa. El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan” indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar el pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él. Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían, lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se deja de acaparar los bienes, llegan a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida, lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera egoísta. Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían ser un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura. Solo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, dónde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús. Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y peces resecos. Ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio. El mensaje del evangelio de hoy es muy profundo. Cada vez que se comparte el pan, se comparte la vida y se hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta, no es el pan que se come, sino el pan que se da. Meditación-contemplación ¡Dadles vosotros de comer! No deberíamos olvidar nunca estas palabras. Es lo primero que espera Dios de cada uno de nosotros. Es lo que esperan todos los “muertos de hambre”. ………………… Si de nuestra relación con Dios no se desprende esta exigencia, podemos estar seguros de que ese dios es falso. Si no veo a Dios en el que muere de hambre, mi dios es un ídolo que yo me he fabricado. ………………………… La clave del mensaje de Jesús es la compasión. Si no me aproximo al que me necesita, me estoy alejando del Dios de Jesús. Si he descubierto a Dios dentro de mí, lo estaré viendo siempre en los más pobres. Una vez terminado el discurso en parábolas sobre el Reino de Dios, el evangelio de Mateo ofrece una sección que podríamos titular «Del escándalo a la fe» (13,53-16,20). El escándalo se da en Nazaret, donde sus paisanos lo rechazan; la fe, en la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe. En conjunto se trata de nueve episodios, de los que la liturgia ha elegido cuatro para los próximos domingos:
― la multiplicación de los panes (domingo 18) ― la tempestad calmada (domingo 19) ― la curación de la hija de la mujer sirofenicia (domingo 20) ― la confesión de Pedro (domingo 21) Suave tarea veraniega Quienes no sepan en qué entretenerse durante el mes de agosto, pueden leer estos capítulos de Mateo, con las sugerencias que ofrezco a continuación. a) El tema capital de la sección es la pregunta: ¿quién es Jesús? Encontrará respuestas muy distintas: los nazarenos: un hombre (13,55-56) Herodes: Juan Bautista resucitado (14,2) los de la nave: Hijo de Dios (14,33) la cananea: Señor, hijo de David (15,22) la gente: diversidad de opiniones (16,14) Pedro: el Mesías (16,16) b) Jesús intensifica su contacto con los extranjeros viajando a Tiro, Sidón (15,21) y Magadán (15,39). Por el contrario, su patria, Nazaret, lo rechaza; y de Jerusalén viene el peligro, la oposición (15,1). c) Jesús aparece en continuo movimiento. Mateo parece sugerir que la actividad misionera es intensa, aunque la mayoría de los episodios se sitúa en torno al lago de Galilea. A pesar del movimiento continuo, la gente cada vez se une más a él. Y Jesús les demuestra su preocupación y afecto de modo cada vez mayor. d) El tema de los milagros (dynameis) es fundamental; más aún que en los capítulos anteriores. Se convierten en signo de la salvación mesiánica y, al mismo tiempo, de la aceptación o rechazo de Jesús, de la fe o incredulidad. Jesús alimenta a su comunidad (la multiplicación de los panes) Cuando los discípulos de Juan le comunican a Jesús la muerte del maestro, Jesús se retira en barca a un sitio apartado. Este detalle es significativo de la postura de Jesús. No va en busca de Herodes a denunciarlo. Huye, para poder seguir cumpliendo su misión. Le sigue mucha gente de todas los pueblecillos, Jesús siente lástima y cura a los enfermos. Pero lo más importante ocurre al caer la tarde, cuando Jesús multiplica los panes para alimentar a una gran multitud formada por cinco mil varones acompañados de mujeres y niños. ¿Cómo hay que interpretar este episodio? Problemas de la interpretación puramente histórica Podríamos entender el relato como el recuerdo de un hecho histórico que demostraría el poder de Jesús y su preocupación, no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales. Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, quizá diez o quince mil personas, si incluimos mujeres y niños. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. La propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a tanta gente. Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por sólo doce camareros (a unas mil personas por cabeza) plantea grandes problemas. ¿Cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para coger nuevos trozos cada vez que se acaban? ¿Por qué no dice nada Mateo del reparto de los peces? ¿Es que éstos no se multiplican? Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan de lo sucedido? Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta Mateo. ¿Se basa su relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por el evangelista para transmitir una enseñanza? Problema de la interpretación racionalista y moralizante En el siglo XIX, por influjo especialmente de la Vida de Jesús de Renan, se difundió la tendencia a interpretar los milagros de forma racionalista, que no supusieran una dificultad para la fe. En concreto, lo que ocurrió en la multiplicación de los panes fue lo siguiente: Jesús animó a sus discípulos y a la gente a compartir lo que tenían, y así todos terminaron saciados. El relato pretende fomentar la generosidad y la participación de los bienes. Esta opinión, que sigue apareciendo incluso en libros pretendidamente científicos, inventa algo que el evangelio no cuenta, incluso en contradicción expresa con él, e ignora el mundo en el que fueron redactados los evangelios. La interpretación simbólica y eucarística A la comunidad de Mateo este episodio no le resultaría extraño. Con su conocimiento del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos pasajes bíblicos. En primer lugar, la imagen de una gran multitud de hombres, mujeres y niños, en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Hay también otro relato sobre Eliseo que les vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente: «Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: - Dáselos a la gente, que coman. El criado replicó: - ¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: - Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará. Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor" (2 Reyes 4,42-44). Cualquier lector de Mateo podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo en tiempos antiguos. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder lo sobrepasa también de forma extraordinaria: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta. Sin embargo, aquellos lectores antiguos se preguntarían qué sentido tenía ese relato para ellos. Porque su generación no podía beneficiarse del poder y la misericordia de Jesús para saciar su hambre en momentos de necesidad. Y sabían que otros muchos contemporáneos de Jesús habían pasado hambre sin ser testigos de ningún milagro parecido. En el fondo, la pregunta es: ¿sigue saciando Jesús nuestra hambre, nos sigue ayudando en los momentos de necesidad? Aquí entra en juego un aspecto esencial del relato: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Es cierto que estos detalles no pueden exagerarse. Por ejemplo, el levantar la vista y pronunciar la bendición antes de la comida era un gesto normal en cualquier familia piadosa. También era normal recoger las sobras. Sin embargo, Mateo ofrece un detalle importante: omite los peces en el momento de la multiplicación. Algunos autores se niegan a darle valor a este detalle. Pero es interesantísimo. Cuando se come pan y pescado, lo importante es el pescado, no el pan. Carece de sentido omitir la mención del alimento principal. Si se omite, es por una intención premeditada: acentuar la importancia del pan, con su clara referencia a la eucaristía. Porque en ella acontece lo mismo que en la multiplicación de los panes. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: «Tomad y comed... tomad y bebed». Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Un cristiano de hoy debería sacar el mismo mensaje de este pasaje: Jesús se compadece de nosotros y manifiesta su poder alimentándonos con su cuerpo y su sangre, mucho más importante que la multiplicación de los panes y los peces. También podríamos sacar otras enseñanzas: la obligación de preocuparnos por las necesidades materiales de los demás, de poner a disposición de los otros lo poco o mucho que tengamos. Así, los benedictinos alemanes han querido recordar la preocupación de Jesús por los necesitados instituyendo en el sitio donde se recuerda la multiplicación de los panes un centro de atención a niños disminuidos físicos. Pero lo esencial del relato es lo que decíamos anteriormente. |
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