T. W. Adorno, de la escuela alemana de Frankfurt, escribió que después de Auschwitz no se podría hacer poesía, si bien luego matizó su alcance. Algo parecido tendría yo que decir hoy a la vista del holocausto del pueblo palestino a manos ahora de los descendientes de aquellos judíos que fueron cruelmente asesinados. Escribir, pues, sobre la ética eclesiástica no parece un asunto de máxima urgencia; pero, a mi parecer, es de gran relieve tanto por sus protagonistas como por el contexto en que vive la sociedad española.
Paseando un atardecer acompañado de alguien más joven que yo por los aledaños del polideportivo cubierto del que ahora es mi pueblo, Villaviciosa de Odón, en agosto de 2011, en plena jornada del JMJ, el que me acompañaba me advirtió de la gran pancarta que cubría la fachada del polideportivo con esta inscripción: “Busca la santidad”. El acompañante, sin más preámbulos, me espeta como un dardo furtivo: ¿”Qué significa eso de la santidad”? Por este interrogante deduje que no dominaba el lenguaje religioso. Y mi respuesta fue también a bocajarro: “Coherencia”. Después del paseo y volviendo a eso de la coherencia y de lo que conversamos luego en torno a este vocablo, pensé que había sido acertada esta traducción al lenguaje de hoy, a un lenguaje propiamente laico. Y creo que la coherencia debe ser el componente básico de la ética, es decir, del territorio del quehacer humano, pues la ética, en su derivación etimológica, significa “morada”, “hábitat”. Por lo tanto, la coherencia debe ser hábitat ineludible del actuar de cualquier ciudadano/a y, sobre todo, de cualquier responsable público, sea político o eclesial. Haciéndonos eco de M. Heidegger habría que decir que la coherencia es el pastor de la ética. Con razón Max Weber en 1919 distinguía entre ética de la convicción (hacer las cosas por su bondad intrínseca, sin tener en cuenta el contexto) y ética de la responsabilidad, que busca el bien teniendo en cuenta el contexto y sus consecuencias. Una y otra son necesarias en un servidor público. Y de un modo especial, con más razones aún, en un responsable de la comunidad eclesial, puesto que no sólo habla y actúa para la Iglesia española, sino también, teniendo en cuenta los medios de comunicación actuales, para toda la sociedad. Las llamadas redes sociales han evidenciado en estos últimos años, como fenómeno social y político más potente que el “mayo del 68”, que nuestra sociedad es más adulta, más autónoma, y goza de una democracia más saludable, como comprueba el profesor de la Universidad de Viena, Homero Gil de Zúñiga (cfr. Social media use for news and individuals’ social capital, civic engagement and political participation, 2012) Y una de las demandas más punteras de estos movimientos sociales es que el servidor público ha de ser coherente y honesto. Debe hablar y actuar con ejemplaridad. El discurso político ha de adaptarse a un parámetro compatible entre el dicho y el hecho; entre lo que se dice hoy y lo que se dice mañana; entre lo que dije yo ayer y lo mismo que dice otro hoy. La coherencia es una virtud laica relevante; una conquista inesperada, pero de gran valor social. La tarea es ingente, pero el camino está bien diseñado: acabar con aquello de “Del dicho al hecho va un trecho”. Esta virtud laica de la coherencia no puede ser ajena a los responsables eclesiásticos. Es un imperativo de la comunidad de creyentes. Más de uno de nuestros jerarcas, para desgracia de los creyentes, accede a la responsabilidad eclesial desde un hábitat propio de depredadores, y, aprovechándose de su status eclesial, imitan a aquellos políticos que llevan su discurso y su actuación al borde del cinismo, sin tener en cuenta lo que M. Weber recomienda sobre ética de la convicción y ética de la responsabilidad. “¿Ética eclesiástica? No, gracias”. Nos referimos a esa ética que tiene por morada el desprecio de la coherencia; que le importa un bledo entre el dicho y el hecho y, lo más llamativo, que considera a los creyentes, y ciudadanos/as en general, como menores de edad. En el mes de julio, para no ir más lejos, se han producido noticias que tienen como protagonistas a eclesiásticos españoles de gran responsabilidad eclesial. 1. El paro. Mi paisano, el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, José Gil Tamayo, en nombre de los obispos, se alegra del descenso en las cifras del paro en el mes de junio. Éste es un buen sentimiento: alegrarse por lo que ocurre de bueno en la sociedad. Pero… esto lo dice el portavoz de la CEE a los pocos días de que el Presidente de la CEE fuese recibido en la Moncloa por el Presidente del gobierno. Y, sobre todo, lo más llamativo es la ausencia de discurso, de una palabra de la jerarquía durante estos años de gobierno del PP sobre la destrucción del paro como consecuencia de una ley laboral depredadora, de unos recortes sociales cainitas en sanidad, en educación, en dependencia… ¿Dónde está el “hábitat” de este discurso halagüeño? ¿Desde la ética de la convicción y de la responsabilidad y de la coherencia, o desde la connivencia con el poder político? Otro dato no menos relevante es que el portavoz de los obispos también aprovechó la rueda de prensa sobre la presentación del nuevo catecismo para “manifestar nuestro dolor por el secuestro y asesinato de los tres jóvenes judíos, y señalar nuestra repulsa, condena y cercanía con el pueblo judío, tan masacrado en otras circunstancias”. Durante el mes de julio, con la masacre de civiles y niños palestinos por los bombardeos judíos, ¿ha habido alguna declaración institucional de nuestros obispos condenando la barbarie? No la conozco. 2. 13TV o los medios de comunicación social de la Iglesia. Se podrían multiplicar los textos de la jerarquía católica sobre los fines de los medios de comunicación social como servicio a la verdad, a la objetividad informativas; sobre el rol de los mismos como constructores de la convivencia pacífica, promotores de la diversidad y pluralidad, etc, etc. Ya en mayo de 2006: “Animamos, con respeto y humildad, a cuantos trabajan en los medios, ya sean de titularidad eclesial o civil, a un verdadero rearme ético…” La llamada TV de Rouco (13TV) o la COPE ni por asomo se acerca a ese “rearme ético” que propone la comisión episcopal. No digamos nada sobre la información objetiva o la pluralidad tanto política como eclesial o que sean medios de comunicación social favorecedores de la convivencia. Hasta algunos obispos se han atrevido tímidamente a denunciar estas carencias ¿Dónde está la coherencia entre el discurso y los hechos? Este horizonte ético cada vez se aleja más y es más inalcanzable, si se tiene en cuenta el nuevo nombramiento de Urdaci, como jefe de informativos de la 13TV. “En casa del herrero, cuchillo de palo”, sentencia nuestro refranero. La HOAC, en este mes de julio, ha puesto el dedo en la llaga al considerar que los medios de comunicación social de titularidad eclesial son un antitestimonio. 1. El aborto. Como botón de muestra recogemos una de tantas manifestaciones de obispos que están satisfechos con la ley del aborto de Gallardón. El obispo de Almería recientemente “en declaraciones a los periodistas junto al presidente de la Diputación Provincial de Almería, Gabriel Amat (PP), antes de inaugurar el curso de verano ‘Vida humana’, el prelado se ha mostrado conforme a la postura del Gobierno en cuanto a la reforma de la ley del aborto”. No es el momento de abordar el aborto en profundidad, sólo resaltar la incoherencia del discurso eclesiástico y el de este obispo acompañando al Presidente del PP de la Diputación. Cuando se acercan las elecciones generales los obispos españoles, con cierto descaro, aconsejan que se vote a los partidos que defienden la vida. El PP, según los obispos es defensor de la vida, gobernó con Aznar durante ocho años (una legislatura con mayoría absoluta) y no eliminó la ley del aborto y ahora, también con mayoría absoluta, sólo retoca la ley del aborto. Para cualquier ciudadano/a, si uno es coherente, defender la vida no es una actitud según convenga ni según el partido que gobierne: si gobierna un partido de izquierdas, la ley del aborto es mala; si es de derechas, no es mala del todo. Los obispos que estudiaron la escolástica deberían saber que “bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu”. Conversando no hace mucho sobre lo divino y lo humano con un cura amigo, le pregunté sobre el contenido de la última reunión de su arciprestazgo. Me respondió que el tema había sido la pastoral juvenil. Y al insistir sobre el análisis y conclusiones de la reunión de toda una mañana, me dijo escuetamente que habían decidido realizar una encuesta entre los jóvenes del arciprestazgo para detectar sus inquietudes religiosas. No pude por menos poner cara de sorpresa, pues le referí que las encuestas del CIS y de la Fundación Santa María manifiestan claramente cuáles son las actitudes y comportamientos de los jóvenes ante el hecho religioso. Y fui más allá: “Mientras no se encare con sinceridad el porqué de esta lejanía de los jóvenes, la pastoral juvenil carece de sentido. Es más, si el diseño de esa pastoral no contempla como uno de los factores básicos de su lejanía de lo religioso el hecho de la incoherencia de muchos creyentes y de muchos jerarcas de la Iglesia católica, es una pastoral fracasada”. No parece que mi amigo cura participaba de este análisis y seguimos, entonces, hablando de lo humano. Así las cosas: ¿Ética eclesiástica? No, gracias.
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Renacer, en el corazón mismo de la hoguera a que los destinaron tantas inquisiciones. Brotar en el núcleo del pueblo, para hacerse fiesta de presencia ardiente, contagiosa.
Nuestros mártires. Los riojanos y los otros. América dando a luz en la paradoja de los crímenes. Pascuas, para estos tiempos nuestros que reclaman nuevos corajes, que alimentan con leños de liberación la fogata fraterna que crece poco a poco y sin descanso. Pascuas que desde el fondo de su llama inextinguible permaneció en brasas ocultas, en hogares que parecían pequeños y al soplo del viento de la verdad vuelven a fluir en potencia plena, arrebolando lo comunitario con su intensidad de amanecer, de leño noble cuyo corazón se hace rojos y naranjas creando el día desde su madera. Cómo convocar a los que nunca se han ido porque han seguido latiendo en medio del pueblo; cuyos nombres se han multiplicado en miles de espacios, algunos atravesando el silencio y la clandestinidad, o vociferados en las marchas, pronunciados en la ternura de la mesa compartida de ojos mojados. Pascua de estos varones y mujeres que seguimos intentado hermanarnos en estas latitudes soñadoras del sur, donde con diversas denominaciones se espera y se gesta la tierra sin males del reino. Pascua que sigue desafiando muertes, que proclama los martirios del siglo XXI; que se riega una y otra vez de sangre y fuego y rebrota en trigo para el pan de todos y para todos. Pascua en agosto, en estos inviernos engañosos, entre abrazos de líderes que entretejen sueños, a veces genuinamente, otras creyendo que los pueblos no tienen memoria… Y es eso lo que nos mantiene en pie: la memoria, desde Túpac y la Juana Azurduy, desde Bolívar, el Chacho y Facundo, hasta las historias genocidas que pregonan que los asesinos son próceres y la “otra historia” que se murmura al oído en la ronda junto al fogón o se grita a voces entre aromas de neumático quemado. La historia que seguimos haciendo, entre reconocimientos que ocultan y las brasas que irrumpen en llama en “lugares pequeños” donde la vida se hace fénix y, contra toda previsión, se abre camino, enciende a otras generaciones, vuelve a abrigar los sueños de siempre. Como el fénix, de ardor resucitado y lágrimas sanadoras. En ciclos de coraje, incendio y calor sostenido que se vuelve olla popular y brasas que aguantan para el pescado en la orilla. Volver a nacer, en estos días, hacia el fuego que ya arde, qué duda cabe. Manos que no se dejan entumecer. Con la sabiduría de los sencillos que, ateridos, insisten con la chispa y recogen pascua “del fondo de las tristezas”, con su fe en la eternidad de los sueños intacta, aunque tan golpeada. No terminaba de escribirlo todavía, cuando me llega la noticia de que encontraron al nieto de Estela de Carlotto. Bendigo estos tiempos de verdad y justicia!!! Abrazos largos a cada uno/a Que las mujeres gozan de menos derechos que los varones en todos los rincones del mundo no es ninguna novedad. Eso está comenzando a cambiar, lentamente. Ya hay transformaciones importantes en curso, pero aún resta muchísimo por avanzar. El patriarcado, con mayor o menor virulencia, sigue siendo aún una cruel realidad en todo el planeta. No puede precisarse cómo seguirán esos cambios, y con qué velocidad.
Lo que sí está claro es que las religiones –todas– no juegan un papel precisamente progresista en ese cambio: más que ayudar a la igualación de las relaciones entre los géneros, promueven el mantenimiento de las más odiosas y repudiables diferenciaciones injustas (¿puede haber alguna diferenciación injusta que no se odiosa y repudiable?). Amparados en la pseudo explicación de “ancestrales motivos culturales”, podemos entender –jamás justificar– el patriarcado, los arreglos matrimoniales hechos por los varones a espaldas de las mujeres, el papel sumiso jugado por éstas en la historia, el harem, la ablación clitoridiana; podemos entender que una comadrona en las comunidades rurales de Latinoamérica cobre más por atender el nacimiento de un niño que el de una niña, o podemos entender la lógica que lleva a la lapidación de una mujer adúltera en el África. En esta línea, entonces, podríamos decir que las religiones ancestrales son la justificación ideológico-cultural de este estado de cosas; las religiones en tanto cosmovisiones (filosofía, código de ética, manual para la vida práctica) han venido bendiciendo las diferencias de género, por supuesto siempre a favor de los varones. ¿Por qué los poderes, al menos hasta ahora, han sido siempre masculinos y misóginos? Esto, secundariamente, demuestra que todas las religiones son machistas, nunca progresistas, nunca promueven la equidad real; y si hay diosas mujeres, como efectivamente las hay, la feligresía está atravesada por el más absoluto patriarcado. Quizá en un arrebato de modernidad podríamos llegar a estar tentados de decir que las religiones más antiguas, o los albores de las actuales grandes religiones monoteístas, son explícitas en su expresión abiertamente patriarcal, consecuencia de sociedades mucho más “atrasadas”, sociedades donde hoy ya se comienza a establecer la agenda de los derechos humanos, incluidos los de las mujeres, sociedades que van dejando atrás la nebulosa del “sub-desarrollo”. Así, no nos sorprende que dos milenios y medio atrás, Confucio, el gran pensador chino, pudiera decir que “La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo”, o que el fundador del budismo, Sidhartha Gautama, aproximadamente para la misma época expresara que “La mujer es mala. Cada vez que se le presente la ocasión, toda mujer pecará”. Tampoco nos sorprende hoy, en una serena lectura historiográfica y sociológica de las Sagradas Escrituras de la tradición católica, que en el Eclesiastés 22:3 pueda encontrarse que “El nacimiento de una hija es una pérdida”, o en el mismo libro, 7:26-28, que “El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer justa entre todas”. O que el Génesis enseñe a la mujer que “parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti”, o el Timoteo 2:11-14 nos diga que “La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio”. Siempre en la línea de intentar concebir la historia como un continuo desarrollarse, y al proceso civilizatorio como una búsqueda perpetua de mayor racionalidad en las relaciones interhumanas, podría entenderse que cosmovisiones religiosas antiguas como la que aún mantienen los ortodoxos judíos repitan en oraciones que se remontan a lejanísimas antigüedades: “Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer”, o “El hombre puede vender a su hija, pero la mujer no; el hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no”. Reconociendo que los prejuicios culturales, racistas para decirlo en otros términos, siguen estando aún presentes en la humanidad pese al gran progreso de los últimos siglos, desde una noción occidental (eurocentrista), podría pensarse que son religiones “primitivas” las que consagran el patriarcado y la supremacía masculina. Así, ente la población africana, es común que en nombre de preceptos religiosos (de “religiones paganas” se decía no hace mucho tiempo) más de 100 millones de mujeres y niñas son actualmente víctimas de la mutilación genital femenina, practicada por parteras tradicionales o ancianas experimentadas al compás de oraciones religiosas a partir del concepto, tremendamente machista, de que la mujer no debe gozar sexualmente, privilegio que sólo le está consagrado a los varones, mientras que eso por cierto no sucede en sociedades “evolucionadas”. Igualmente desde un prejuicio descalificante puede decirse que la dominación masculina queda glorificada en religiones que, al menos en Occidente, son vistas como fanáticas, fundamentalistas, primitivas en definitiva. En ese sentido, en esa lógica de discriminación cultural, puede afirmarse que los musulmanes ya en su libro sagrado tienen establecido el patriarcado, lo cual podría ratificarse leyendo el verso 38 del capítulo “Las mujeres” del Corán (en la traducción española de Joaquín García-Bravo), que textualmente dice: “Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Dios es elevado y grande”. Incluso podría decirse que si la religión católica consagró el machismo, eso fue en tiempos ya idos, pretéritos, muy lejanos, y no es vergonzante hoy que uno de sus más conspicuos padres teológicos como San Agustín dijera hace más de 1.500 años: “Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de Dios”. Curioso modo de ver las cosas, a leerse psicoanalíticamente, pues el mismo Obispo de Hipona, años atrás, antes de su conversión, cuando era un joven aristócrata sibarita había expresado que “es de mal gusto acostarse dos noches seguidas con la misma mujer”. Es decir: la mujer siempre como objeto, y más aún: objeto peligroso. Y tampoco llama la atención que hace ocho siglos Santo Tomás de Aquino, quizá el más notorio de todos los teólogos del cristianismo, expresara: “Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir a los hijos”. Pero, ¿no debe abrirse una crítica genuina de todo esto? Las religiones ven en la sexualidad un “pecado”, un tema problemático. Sin dudas, ese es un campo problemático. Pero no porque lleve a la “perdición” (¿qué será eso?) sino porque es la patencia más absoluta de los límites de lo humano: la sexualidad fuerza, desde su misma condición anatómica, a “optar” por una de dos posibilidades: “macho” o “hembra”. La constatación de esa diferencia real no es cualquier cosa: a partir de ella se construyen nuestros mundos culturales, simbólicos, de lo masculino y lo femenino, yendo más allá de la anatómica realidad de macho y hembra. Esa construcción es, definitivamente, la más problemática de las construcciones humanas, y siempre lista para el desliz, para el “problema”, para el síntoma (o, dicho de otra manera, para el goce, que es inconsciente. ¿Cómo entender desde la lógica “normal” que un impotente o una frígida gocen con su síntoma?). A partir de esa construcción simbólica, se “construyó” masculinamente la debilidad femenina. Así, la mujer es incitación al pecado, a la decadencia. Su sola presencia es ya sinónimo de malignidad; su sexualidad es una invitación a la perdición, a la locura. En la tristemente célebre obra “Martillo de las brujas” (“Malleus maleficarum”) de Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, aparecida en 1486 como manual de operaciones de la Santa Inquisición, puede leerse que: “Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos; saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás”. (…) “La facultad que todas tienen en común, así las de superior categoría como las inferiores y corrientes, es la de llegar en su trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales”. No está de más recordar que gracias a instructivos como éste pudieron ser quemadas en la hoguera miles de mujeres en la Edad Media, por supuesta brujería. Fue la idea religiosa en juego la que provocó esto, más allá del declarado “amor al prójimo”: la mujer como incitadora al pecado, como puerta de entrada a la perdición. ¿Amparados en qué derechos varones misóginos pudieron, o pueden, mantener esta monstruosa injusticia? Toda esta misoginia, este machismo patriarcal tan condenable podría entenderse como el producto de la oscuridad de los tiempos, de la falta de desarrollo, del atraso que imperó siglos atrás en Occidente, o que impera aún en muchas sociedades contemporáneas que tienen todavía que madurar (y que, por ejemplo, aún lapidan en forma pública a las mujeres que han cometido adulterio, como los musulmanes, o les obligan a cubrir su rostro ante otros varones que no sean de su círculo íntimo). Pero es realmente para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el siglo XXI, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana sigue preparando a las parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales donde puede leerse que “La profesión de la mujer seguirá siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos. En el amor desea ser conquistada; para ella amar es darse por completo y entregarse a alguien que la ha elegido. Hasta tal punto experimenta la necesidad de pertenecer a alguien que siente la tentación de recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con toda facilidad a los requerimientos del hombre. La mujer es egoísta y quiere ser la única en amar al hombre y ser amada por él. Durante toda su vida tendrá que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo contrario, no se hará desear por su marido”, tal como puede consultarse en “20 minutos Madrid” del lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132, página 8. La idea de “pecado decadente” ligado a las mujeres, no sólo en el catolicismo, sigue estando presente en diversas cosmovisiones religiosas, todas de extracción patriarcal. El actual papa Francisco tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más protagónico a las mujeres en la práctica de la religión católica desde la institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué no? Es hora que la Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos, que formulen una genuina autocrítica, que evolucionen. Las religiones, quizá no puede ser de otra manera dado el papel social que cumplen, tienden a ser conservadoras. En eso, las mujeres salen siempre mal paradas: desde el machismo ancestral que nos constituye, todas las religiones hacen de las mujeres el “chivo expiatorio” que refuerza la construcción machista. Aunque ya va siendo hora de romper esos atávicos esquemas, ¿verdad? ¿Por qué la suerte de las mujeres tiene que estar supeditada al parecer de unos cuantos varones misóginos? Cambiar esquemas es algo siempre difícil, tortuoso, complicadísimo. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, dijo sabiamente Einstein. Pero más allá de esas enormes dificultades, es un imperativo ético de toda la sociedad (varones y mujeres) plantearse estos cambios. Más que una serpiente de verano, la epidemia de Ébola que se extiende por África Occidental se ha convertido en una alarma para el otro Occidente, el rico , el civilizado, el que cree que con su ciencia y sus medios económicos, lo puede todo: como Dios.
Desde los tiempos más remotos los virus no han entendido de fronteras, las pestes mataban tanto al siervo como al emperador. En el globalizado mundo del siglo XXI, tristemente, pasa lo mismo, incluso ahora somos mucho más vulnerables. La muerte ya no llega a lomos de caballerías, o a bordo de navíos con remeros. Ahora puede viajar en avión. Mientras la enfermedad afectaba a habitantes de aldeas perdidas de la selva africana apenas era noticia. Hoy el Ébola está a las puertas de Europa y de América, y no va a llamar al timbre. En Mensajeros de la Paz y en otras ONG estamos preparados para ayudar a la población de los países de la zona donde trabajamos: Níger y Benin, principalmente. Pero, ¿y España?, ¿y la Unión Europea?, ¿están preparadas? La alarma ha saltado y hay –por qué no decirlo- miedo entre la población. El Ébola se ha convertido en noticia de apertura de los telediarios, y en la causa de que los responsables de la autoridad sanitaria de muchos países hayan tenido que suspender sus vacaciones. No debe de extrañarnos. Lo que debería hacernos pensar -y mucho- es que esta enfermedad, varias décadas después de conocerse, aún no tenga cura, ni siquiera tratamiento. Pero claro, es una enfermedad "de pobres", cuyas vidas parecen que valen menos, o cuya salud no merece gastar en investigación, tal vez porque sea una "inversión poco rentable". Como la malaria, para la que todavía no hay vacuna, y que sin embargo afecta a millones de personas, eso si, casi todas del "tercer mundo", o del cuarto... Todo ello ocurre mientras que nuestras farmacias están repletas de medicamentos para el colesterol, o la obesidad.Para nuestras enfermedades "de ricos" sí hay tratamientos, sí hay I+D. Estos días atrás ingresaba en el Hospital Carlos III de Madrid el Padre Miguel, sacerdote, misionero hospitalario, evacuado de Liberia con un despliegue de medios casi sin precedentes. Se merece eso y más. Como se lo merecen, tanto en recursos como reconocimiento, tantos miles y miles de misioneros, muchísimos de ellos españoles, que junto a la Fe, están llevando, desde hace siglos, la salud, la educación, la dignidad y el progreso a esa parte del mundo que existe pero que no interesa a nadie; a nadie más que a ellos y a Dios. Jesús dio de comer y de beber, curó a los enfermos, resucitó a los muertos... luego al final, dio la Comunión. El trabajo silencioso y casi invisible de los misioneros es modelo para los cooperantes y ONG de todo el mundo, de todos los credos, y hasta para los ateos. En esola Iglesia ha sido pionera y sigue siendo campeona. La dedicación de tantos sacerdotes, frailes, monjas, y laicos a los olvidados es el Triunfo más hermoso de la Fe. Es la victoria, el testimonio, pero también es el grito. El grito de nuestros hermanos pobres que 2.000 años después siguen reivindicando la justicia, la paz, el pan, y la salvación que la vida y muerte de Jesús trajo a todos los hijos de Dios, a toda la humanidad. Para ello dio su vida, como ha dedicado la suya el Padre Miguel. Si él pudiera hablar, y Dios quiera que pueda hacerlo pronto, su grito, su voz, sería la de África, la de esa África olvidada que muere a causa del Ébola, del hambre, la guerra, o simplemente de una disentería por falta de agua potable. Hoy las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma dirección: La salvación universal de Dios. El tema de la apertura a los gentiles fue de suma importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos judíos pretendían mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de la nueva comunicad, conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no pocas discusiones entre los discípulos y no se vio nada claro hasta pasado casi un siglo de la muerte de Jesús. Por eso es tan importante este relato.
Mateo relata este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de Jesús con los fariseos y letrados, acerca de los alimentos puros e impuros. Seguramente la retirada a territorio pagano está motivada por esa oposición. Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere apartarse un tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato pretende romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos pretendían mantener: Judío=creyente y extranjero=pagano y ateo. El evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre un acontecimiento más bien anodino. Quiere dejar claro, que si una persona tiene fe en Jesús, no se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea “pagana”. Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posibles. En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de los cristianos como en la necesidad de que lo paganos tuvieran unas disposiciones adecuadas de reconocimiento y humildad. La alusión de Jesús a los perros es más dura de lo que pensamos. Los perros son considerados impuros en muchas culturas. La idea que nosotros tenemos de hiena, es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo. Pero hay gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía que pueden ser considerados como de la familia. A esta diferencia se aferra la mujer para salir airosa. Jesús no podía prescindir de los prejuicios que el pueblo judío arrastraba. Era el pueblo elegido, y todos los demás eran perros. Jesús, como buen judío, tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero nos encontramos con un Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer y además pagana. En el AT hay chispazos que nos indican ya la apertura total por parte de Dios a todo aquel que le busca con sinceridad. La primera lectura nos lo confirma: "A los extranjeros que se han dado al Señor les traeré a mi monte santo". No cabe duda de que Jesús participa de la mentalidad general de su pueblo, que hoy podríamos calificar de racista, pero que, en tiempo de Moisés, fue la única manera de garantizar su supervivencia. Gracias a que para Jesús la religión no era una programación, fue capaz de responder vivencialmente ante situaciones nuevas. Su experiencia de Dios y las circunstancias le hicieron ver que solo puede uno estar con Dios si está con el hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experiencia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que aprender de la experiencia. Jesús toma en serio a la mujer Cananea; no como los discípulos que solo quieren quitársela de encima porque venía molestando. Curiosamente el texto litúrgico quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice ‘atiéndela’. Pero el “apoluson” griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario. La respuesta de Jesús: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la Cananea. La dureza de la respuesta no desanima a la mujer, sino todo lo contrario. Le hace ver que el atenderla a ella no va en contra de la atención que merecen los suyos. Por ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende y la cananea también aprende. Se produce el milagro del cambio en ambos. Lo que en este relato resalta de Jesús, es su capacidad de reacción. A pesar de su actitud inicial, sabe cambiar en un instante y descubrir lo que en aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más confianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo. En el diálogo con esta mujer, Jesús es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea demuestra una sensibilidad mucho mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió Jesús que debía superar sus prejuicios racistas. Aprendió que hay que proteger ante todo a los débiles; una idea femenino-maternal. Le sorprendió la confianza absoluta que en él tenía aquella mujer; otro valor típicamente femenino. Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos que descubre en aquella mujer. Jesús descubre su "anima" y la integra. La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido al que no pueden ayudar. La profunda relación entre madre e hija impide delimitar dónde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema; de hecho le dice; socórreme. La enfermedad de la hija no es ajena a la actitud de la madre, tienen relación directa y curar a la madre supone curar a la hija. Los problemas sicológicos de la hija nos hace pensar en problemas de relación materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús, empieza a solucionarse el problema de la hija. Los cristianos hemos heredado del pueblo judío el sentimiento de pueblo elegido y privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura que nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del evangelio de Jesús, que me parece hasta ridículo tener que desmontarlo. Dios es de todos, y todos y cada uno de los seres humanos son igual de valiosos para Él. El que se crea otra cosa está ante su propio ídolo. Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión a través de dos mil años de existencia. Va siendo hora de que admitamos los tremendos errores cometidos por actuar de esa manera. Debemos reconocer, que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones de superioridad y como consecuencia, todo atisbo de intolerancia y rechazo. El mensaje de este texto, para nosotros, es que ser cristiano es acercarse al otro necesitado, superando cualquier diferencia de edad, de sexo, cultura o religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Los cristianos no hemos tenido, ni tenemos esto nada claro. Nos sigue costando demasiado aceptar a “otro”, y dejarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender del relato, que el que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve excluido. También en este punto está la lección sin aprender. También debemos aceptar, como la Cananea, que muchas de las carencias de los demás, se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el ambiente familiar, una relación inadecuada padres-hijos e hijos-padres, es la causa, en la mayoría de los casos, de las tensiones y mal comportamiento del otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por no ponerse en su lugar e intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al otro con cariño y comprensión podría evitar muchísimas situaciones que pueden llegar a ser crónicas y por lo tanto enfermizas. Meditación-contemplación “¡Qué grande es tu fe!” La Cananea tiene lo verdaderamente importante: una confianza ilimitada en Jesús. A ver si aprendemos nosotros hoy, que todo lo demás tiene una importancia relativa. …………… Esa confianza no se fundamenta en lo que yo soy, sino en lo que Dios es para mí. Pero todo lo que Dios es para mí, lo es para todos los seres humanos sin excepción. ………………… Mi relación con un dios abstracto será siempre ilusoria. El verdadero Dios está en mí y está en el otro. Solo volcándome sobre el otro y ayudándole a ser, manifestaré que estoy cerca del verdadero Dios. Un evangelio políticamente incorrecto
Hace años, durante una estancia en Argentina, me invitaron a tener una charla en la parroquia de Lomas de Zamora (Gran Buenos Aires). En el coloquio posterior, una muchacha me comentó que no le gustaba el pasaje en el que Jesús trata muy mal a una mujer cananea. Le dije: «Es cierto. Ese relato parece políticamente incorrecto. Te lo voy a contar de otra forma, a ver si te gusta más». «Una vez Jesús se dirigió al territorio de Tiro y Sidón. Una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: ― Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Jesús se volvió hacia ella y le dijo: ― Vuelve a tu casa. Tu hija está sana.» «¿Te gusta más así?» La muchacha se quedó desconcertada, porque había algo en esta versión que no acababa de convencerle. Le resultaba demasiado sencilla, faltaba algo. Efectivamente, falta todo lo que escandaliza; pero falta también la prueba de sabiduría de la mujer, capaz de retorcer el argumento de Jesús y dejarlo sin palabras. El Mesías antipático y la pagana insistente Para entender la versión que ofrece Mateo de este episodio hay que conocer la de Marcos, que le sirve como punto de partida. Marcos cuenta una escena más sencilla. Jesús llega al territorio de Tiro, entra en una casa y se queda en ella. Una mujer que tiene a su hija enferma, acude a Jesús, se postra ante él y le pide que la cure. Jesús le responde que no está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos. Ella le dice que tiene razón, pero que también los perritos comen de las migajas de los niños. Y Jesús: «Por eso que has dicho, ve, que el demonio ha salido de tu hija». Mateo describe una escena más dramática cambiando el escenario y añadiendo detalles nuevos. El encuentro no tiene lugar dentro de la casa, sino en el camino. Esto le permite presentar a Jesús y a los discípulos andando, y la cananea detrás de ellos. La cananea no comienza postrándose ante Jesús, lo sigue gritándole: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Pero Jesús, que siempre muestra tanta compasión con los enfermos y los que sufren, no le dirige ni una palabra. La mujer insiste tanto que los discípulos, muertos de vergüenza, le piden a Jesús que la atienda. Y él responde secamente: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» La cananea no se da por vencida. Se adelanta, se postra ante Jesús, obligándole a detenerse, y le pide: «Señor, socórreme». Vienen a la mente las palabras de Mt 6,7: «Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso». Esta pagana no es palabrera; pide como una cristiana. Imposible mayor sobriedad. Sigue el mismo diálogo que en Marcos sobre el pan de los hijos y las migajas que comen los perritos. Pero el final es muy distinto. Jesús, en vez de decirle que su hija está curada, le dice: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» ¿Cuáles son los cambios fundamentales que introduce Mateo? 1) Presenta a Jesús de forma antipática: no responde ni una palabra a pesar de que la mujer va gritando detrás de él; parece un nacionalista furibundo al que le traen sin cuidado los paganos; es capaz de avergonzar a sus mismos discípulos. 2) En cuanto a la mujer, acentúa su angustia y su constancia. No se limita a exponer su caso (como en Marcos), sino que intenta conmover a Jesús con su sufrimiento: «Ten compasión de mí, Señor», «Señor, socórreme». Y lo hace de manera insistente, obstinada, llegando a cerrarle el paso a Jesús, forzándolo a detenerse y a escucharla. Ni obstinación ni sabiduría, fe Jesús podría haberle dicho: «¡Qué pesada eres! Vete ya, y que se cure tu hija». O también: «¡Qué lista eres!» Pero lo que alaba en la mujer no es su obstinación, ni su inteligencia, sino su fe. «¡Qué grande es tu fe!». Poco antes, a Pedro, cuando comienza a hundirse en el lago, le ha dicho que tiene poca fe. Y a los discípulos les dirá que «si tuvierais fe como un granito de mostaza…», dando por supuesto que no tienen ni eso. En cambio, la pagana tiene gran fe. Y esto trae a la memoria otro pagano del que ha hablado antes Mateo: el centurión de Cafarnaúm, con una fe tan grande que también admira a Jesús. Con algunas mujeres no puede ni Dios El episodio de la cananea recuerda a otro aparentemente muy distinto: las bodas de Caná. También allí encontramos a un Jesús antipático, que responde a su madre de mala manera cuando le pide un milagro (la expresión hebrea mâ lî walak siempre se usa en contexto de reproche), y que busca argumentos teológicos para no hacer nada: «Todavía no ha llegado mi hora». Sólo le interesa respetar el plan de Dios, no hacer nada antes de que él se lo ordene o lo permita. En el caso de la cananea, Jesús también se refugia en la voluntad y el plan de Dios: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Yo no puedo hacer algo distinto de lo que me han mandado. Sin embargo, ni a María ni a la cananea les convence este recurso al plan de Dios. En ambos casos, el plan de Dios se contrapone a algo beneficioso para el hombre, bien sea algo importante, como la salud de la hija, o aparentemente secundario, como la falta de vino. Ellas están convencidas de que el verdadero plan de Dios es el bien del ser humano, y las dos, cada una a su manera, consiguen de Jesús lo que pretenden. En realidad, el título de este apartado se presta a error. Sería más correcto: «Dios usa a algunas mujeres para dejar clara cuál es su voluntad». Pero resulta menos llamativo. «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel» Con estas palabras pretende justificar Jesús su actitud con la cananea. Si los discípulos hubieran sido tan listos como la mujer, podrían haber puesto a Jesús en un apuro. Bastaba hacerle dos preguntas: 1) «Si sólo te han enviado a las ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué nos has traído hasta Tiro y Sidón, que llevamos ya un montón de días hartos de subir y bajar cuestas?» 2) «Si sólo te han enviado a las ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué curaste al hijo del centurión de Cafarnaúm, y encima lo pusiste como modelo diciendo que no habías encontrado en ningún israelita tanta fe?» Como los discípulos no preguntaron, no sabemos lo que habría respondido Jesús. Pero en el evangelio de Mateo queda claro desde el comienzo que Jesús ha sido enviado a todos, judíos y paganos. Por eso, los primeros que van a adorarlo de niño son los magos de Oriente, que anticipan al centurión de Cafarnaúm, a la cananea, y a todos nosotros. Primera lectura y evangelio La primera lectura ofrece un punto de contacto con el evangelio (por su aceptación de los paganos), pero también una notable diferencia. En ella se habla de los paganos que se entregan al Señor para servirlo, observando el sábado y la alianza. Como premio, podrán ofrecer en el templo sus holocaustos y sacrificios y serán acogidos en esa casa de oración. La cananea no observa el sábado ni la alianza, no piensa ofrecer un novillo ni un cordero en acción de gracias. Experimenta la fe en Jesús de forma misteriosa pero con una intensidad mayor que la que pueden expresar todas las acciones cultuales. Los estudiosos judíos que se han acercado a la figura de Jesús (Joseph Klausner, Schalom Ben Chorim, Pinchas Lapide, Geza Vermes, David Flusser, Jacob Neusner, Mario Javier Saban…) insisten, con razón, en el carácter judío del Maestro de Nazaret. Denuncian la des-judaización a que lo sometió la teología cristiana y se rebelan contra la pretensión de esa misma teología cuando afirma una supuesta superioridad ética del cristianismo con respecto al judaísmo. A quien le interese toda esta cuestión, le recomiendo la lectura del libro de M.J. SABAN, El judaísmo de Jesús. Las enseñanzas éticas de la Torá y de la tradición israelita de Yeshua de Nazaret, edición del autor, Buenos Aires 2008. (www.mariosaban.com).
Y algunos de ellos se apoyan en este texto para mostrar la reacción de Jesús como la propia de un rabino judío de la época. Su mensaje se dirigía únicamente al pueblo de Israel, por lo que ignora la súplica de la mujer cananea. Más aún, ante la insistencia, Jesús se dirige a ella con el despectivo término (“perros”) que usaban los judíos para referirse a los gentiles. Nos encontramos, por tanto, ante un rabí judío, fiel a la tradición de su pueblo, aunque en tantos otros puntos ofreciera una interpretación novedosa de aquella misma tradición, en la línea del rabino Hillel, el Anciano. ¿En qué consiste la novedad de la situación que se refleja en este relato? Parece claro que en la flexibilidad de Jesús, que no duda en modificar su perspectiva en cuanto, gracias a la actitud de la mujer cananea, se abre a un horizonte mayor. No parece exagerado decir que Jesús vivió aquí una experiencia de “conversión”. De pronto, se dejó “salir” de un esquema preestablecido, sancionado por la tradición de su pueblo, abriéndose a la novedad desconcertante que rompía las barreras nacionales y religiosas. Gracias a esa nueva perspectiva, cayó la etiqueta con la que un judío miraba a los gentiles (“perros”) y fue posible una relación sencillamente humana, más allá de barreras o fronteras artificialmente construidas. En realidad, “pensar” equivale a poner etiquetas. Por eso, creemos que, pensando, nos acercamos a la verdad, pero bien pudiera ocurrir justamente lo contrario. Porque, en el hecho mismo de pensar, lo que hacemos es sobreimponer nombres y formas a cualquier realidad, acontecimiento o persona que aparece ante nosotros. Por eso mismo, más que “ver”, lo “interpretamos” desde nuestros juicios previos. Cuando eso ocurre –y es lo más habitual mientras estamos en la mente-, no solo no vemos con limpieza, sino que desfiguramos y falseamos la realidad. Es decir, con frecuencia, el pensamiento nos aleja de la verdad. Hasta el punto de que tomamos como “verdad” lo que no es sino una convención social, sostenida por nuestros esquemas mentales. Ese es el funcionamiento típico del ego. Dado que el ego no es otra cosa que nuestra identificación con la mente, solo sabe moverse a partir de las etiquetas que esta le muestra. Con un añadido: coloreará todas ellas con un “me gusta” o “no me gusta”, y hará de este juicio su única ley. El ego es rígido, porque se ve obligado a una búsqueda afanosa y ansiosa de seguridad. Por ello, rechazará cualquier “novedad”, y exigirá que la realidad se acomode invariablemente a sus propios criterios. Hace falta mucho valor y mucha humildad para asumir un cambio como el que, en este relato, percibimos en Jesús. Sin embargo, no es menos cierto que no es posible el crecimiento humano si no ponemos en cuestión nuestras supuestas “verdades” –que no suelen ser otra cosa que rutina aceptada-, y nos abrimos a la Realidad sin etiquetas que la disfrazan. "La verdad –decía Krishnamurti- está en la observación de lo que es. Verse a uno mismo tal como es, es el principio y final de toda búsqueda”. La Verdad no está en la mente, sino que es una con la Realidad. Y, para verla, necesitamos serla, lo cual requiere aprender a silenciar la mente, para tomar distancia de sus esquemas y etiquetas. No hace mucho tiempo en el mundo las monjas pasaban desapercibidas y cuando aparecían lo hacían de forma anónima o estereotipada. Hoy no pasa un día sin que el mundo descubra su presencia.
La ironía es palpable, cuando aparecíamos como “monjas” no se nos veía y ahora que somos simplemente nosotras, todo el mundo conoce lo que hacemos. Está claro que el testimonio es, al menos, tan poderoso como los hábitos. Y las religiosas han dado claro ejemplo de contemplación, igualdad y justicia en estos últimos años. El problema con esta forma de pensar es que las personas que se consideran adultas plenas empiezan a actuar como si lo fueran. Pero con sus consecuencias. La próxima semana la LCRW tomará decisiones que moverán el tema de la actuación de las mujeres en una iglesia de varones, hacia delante o hacia atrás. Aunque parezca mentira en el siglo XXI, el problema estriba en si las mujeres son capaces de escuchar a varios conferenciantes y continuar siendo católicas. El problema estriba en si las mujeres pueden discutir diversos puntos de vista sobre temas candentes y seguir siendo fieles católicas. El problema estriba en si las mujeres son capaces de manejar sus propias organizaciones y seguir siendo católicas. La respuesta vaticana es negativa pero en los últimos 45 años la respuesta de la LCRW a estas mismas preguntas ha sido un claro y pertinente sí. Los hombres y las mujeres del mundo entero están viendo cómo se mueve la sociedad, buscan modelos para resolver los problemas, buscan guía espiritual para manejar sus frustraciones. La hermana benedictina Mary Lou Kownacki cita en su blog Old Monk’s Journal a Catalina de Siena: “Ya hemos escuchado suficientes exhortaciones para permanecer calladas. Gritad con mil lenguas. Veo al mundo podrido por causa del silencio”. Esta cita es la que su blog medita ante la asamblea de la LCRW en Nashville, en agosto del 12 al 16. El silencio ante la injusticia es un crimen, un pecado, un acto horrible que ha utilizado la autoridad eclesial, a lo largo de los siglos, para matar preguntas, nuevas ideas y castigar a los que se atreven a cuestionar. Me rompió el corazón el comentario de Tom Fox, editor del National Catholic Reporter sobre la próxima asamblea de la LCRW: “Este grupo que se había vanagloriado de tener un liderazgo sin miedo y una transparencia inmejorable se ve ahora restringido ante los medios, como ninguna otra organización católica incluyendo a los obispos de los EEUU”. Es este tipo de intimidación con el que cuenta la Iglesia, guardar los abusos en secreto, tras puertas cerradas. Mary Lou Kownacki reza y pide para la LCRW: “Queridas hermanas, no habéis hecho nada malo. Es vuestra obligación como religiosas preguntaros las cuestiones que necesitan ser oídas. Es la santa obligación de los religiosos defender a los más desfavorecidos. Estad orgullosas de las preguntas que os habéis hecho, de los conferenciantes que habéis invitado a vuestras asambleas, de las cuestiones que habéis planteado, de las liturgias que habéis celebrado. Id al micrófono y decid: Creemos en la teología feminista y en la ordenación femenina, creemos en los derechos de los homosexuales, gays y lesbianas de manera que continuaremos hablando de estos temas. Con todo respeto no obedeceremos la orden de dar la lista de los conferenciantes a nuestra asamblea anual al Vaticano para su aprobación. Si eso quiere decir que la LCWR no será reconocida como asociación católica, mala suerte. Hemos entregado nuestras vidas a la Iglesia pero no hemos dado nuestras conciencias a nadie, sino a Dios. Reconocemos la legitimidad de la ley eclesial pero creemos que en ocasiones entra en conflicto con el evangelio y nuestros corazones, desde nuestra juventud, han ardido con el mensaje radical y la vida de Jesús de Nazaret. Obrar de otro modo afectaría a nuestra integridad. Como miembros de la LCWR estamos de acuerdo con nuestra hermana Catalina de Siena recordando a los fieles: “Ya hemos escuchado suficientes exhortaciones para permanecer calladas. Gritad con mil lenguas. Veo al mundo podrido por causa del silencio”. Desde mi posición, me parece que si la cantidad de medios de tinta y de artículos aparecidos nos dicen algo es que hay muchas personas a las que les importa que se mantengan fuertes las voces de las religiosas de USA. reyentes judíos, islámicos, budistas, cristianos... pueden y deben rezar juntos por la paz.
De las cuatro posturas siguientes, las tres primeras son cuestionables. Querríamos acercarnos a la cuarta. 1)La postura que dice: “todas las religiones son iguales”, “da lo mismo una que otra”, “todas igualmente verdaderas”, o “todas igualmente falsas”. Es el indiferentismo relativista. 2)La postura que dice: “Sólo la mía es la auténtica”. Es el exclusivismo. 3)La postura que dice: “todas son caminos igualmente válidos que conducen a lo mismo, que cada persona escoge a su gusto”. Es un pluralismo indiferenciado y sin criterio. 4)La postura que reconoce que ninguna tiene el monopolio de la Verdad Absoluta, que por ser diferentes pueden y deben aprender mutamente, corregirse y transformarse mutuamente. El Espíritu, diríamos con el evangelista Juan, nos conduce a la totalidad de la verdad, que ninguno poseemos todavía plenamente (Jn 16,13). Reconocemos, como dice Paul Ricoeur (La nature et la regle,p. 300 ss.), que “pertenecer a una tradición religiosa es como pertenecer a una lengua... yo tengo acceso al lenguaje a través de mi lengua materna,.. también mi acceso a lo religioso es un acceso parcial, ...un reconocimiento mutuo entre lo mejor del cristianismo y del judaismo, lo mejor del islam y del budismo... lleva a descubrir la verdad en lo profundo”, en el centro de la esfera, en vez de en las luchas o los encuentros en su superfice o en los intentos de abarcar sincretísticamente la superficie entera. “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” (Mt 20, 20-28)
La Iglesia puede ser democracia, teniendo al Evangelio como “constitución” Ante la petición de primeros puestos por parte de la madre de dos discípulos, y la reacción de los otros discípulos, Jesús ofrece su modo de entender la autoridad en el reinado de Dios. Les remite al anuncio de la pasión: antes dejarse matar que matar. Lo importante es la entrega y el servicio. La reacción de los discípulos demuestra que ninguno ha entendido a Jesús. Por eso, los reúne y les plantea el cambio de perspectiva. La comparación con los gobernantes refleja gráficamente que la autoridad en sus comunidades no es poder. Está al servicio del Reino. “Grande” es “el que sirve y se hace esclavo de todos”. El mismo Jesús es modelo a seguir: “da su vida en rescate por muchos”. Los primeros cristianos inspiraban sus normas comunitarias, en este evangelio “Propusieron a dos… les repartieron los votos, el voto recayó en Matías, y fue cooptado por elección a los once apóstoles” (He 1, 23-26). “Escoged entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu Santo y saber” (He 6, 3). “Que se ordene como obispo a aquel que, siendo irreprochable, haya sido elegido por todo el pueblo” (Tradición Apostólica, de Hipólito, s. III). “Lo que concierne a todos, debe ser tratado y aprobado por todos” era un principio eclesial vigente en el primer milenio, pero no respetado a partir del absolutismo papal. Sobre todo desde el Dictatus Papae de Gregorio VII, en 1075, cuyas bases son tres: 1.El Papa es señor absoluto de la Iglesia, por encima de fieles, clérigos, obispos, Iglesias locales, regionales y nacionales, y de los concilios. 2. El Papa es señor supremo del mundo, todos le deben sometimiento incluidos los príncipes, los reyes y el propio emperador. 3. La Iglesia romana no erró ni errará jamás. En su olvido evangélico dice que “sólo el Papa tiene derecho a que le besen los pies todos los príncipes” (nº 8), “puede deponer emperadores” (nº 12). ¿Para qué necesitamos ya a Dios mismo: Padre, Hijo y Espíritu? Escuchar al Papa es igual que escuchar a Dios. A esta aberración nos ha traído la marginación del Evangelio. No hemos sabido mantener las normas primitivas. Eran “inventos” cristianos inspirados en la vida de Jesús. La religión y el poder político, abrazados, pervirtieron el evangelio. Ya el banquete de Constantino a los obispos de Nicea, para clausurar el concilio, fue visto por aquellos obispos como la “imagen del reino de Cristo” en la tierra (Eusebio, “Vit. Const. III, 15, 21). El Evangelio servía de apoyo y legitimación del régimen establecido. Los emperadores, dando a los obispos títulos y favores, son reconocidos “amigos de Dios” (Eusebio, “Hist. Ecl., X, 9). Los primeros concilios ecuménicos, en los que fue concretado el “Credo” de la Iglesia, fueron convocados y presididos por los emperadores: Nicea (a. 325), por Constantino; I de Constantinopla (a. 381), por Teodosio I; Éfeso (a. 431), por Teodosio II y Calcedonia (a. 451), por Marciano. La servidumbre interesada para obtener privilegios sustituyó a la libertad profética del Evangelio. Y lo peor es que sigue la idea de que dar privilegios a la Iglesia es el mejor camino para que triunfen la verdad y el bien. El principio electivo podría funcionar desde la base Los hermanos pedirían un determinado servicio a aquel que ellos crean más cualificado. Los cargos no tienen que ser necesariamente vitalicios. En los grupos, parroquias, diócesis… deberíamos ser invitados a reflexionar, deliberar y decidir sobre los temas que el Evangelio ha dejado a nuestra discreción. Esto era claro en los inicios (He 6, 2-6). Las órdenes religiosas han conservado lo que era comportamiento de toda la Iglesia. Educarnos para esta “democracia” sería un ejemplo para la sociedad. Lutero pedía en el siglo XVI lengua vulgar en liturgia, el cáliz para los laicos y el matrimonio libre para los presbíteros. Una Iglesia participativa ¿hubiera tardado 450 años en conceder sólo las dos primeras peticiones? |
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