El evangelio del 4º domingo de Pascua se dedica, en los tres ciclos, a recordar a Jesús como buen pastor. Aunque hoy día mucha gente solo ha visto un rebaño en televisión, la imagen sigue siendo muy expresiva. Pero el capítulo 10 del evangelio del cuarto evangelio es tan largo (42 versículos) que la liturgia ha seleccionado unos pocos para cada ciclo. Al C le ha tocado un fragmento tan breve que no se entiende bien si no se conoce lo anterior.
Un debate largo y complicado (el c.10 de san Juan) Jesús comienza contando una extraña parábola a propósito de ladrones y bandidos que intentan robar el rebaño sin entrar por la puerta, saltando la valla. El pastor entra por la puerta, conoce a las ovejas por su nombre y ellas lo siguen confiadas, mientras que de los ladrones no se fían. Cuando termina de contarla, los presentes “no entendieron de qué les hablaba”. Jesús, en vez de aclarar las cosas, las complica. A veces dice que él es la puerta del rebaño; otras, que es el buen pastor; y lo importante no es que conduce al rebaño a buenos pastos, sino que da la vida por las ovejas, porque tiene el poder de darla y de recuperarla. Y en medio introduce nuevos personajes: su Padre, “que me conoce y al que yo conozco”, y otras ovejas que no son de este redil. La conclusión a la que llegan muchos de los oyentes no extraña demasiado: “Está loco de remate. ¿Por qué lo escucháis?” (literalmente: “tiene un demonio y está loco”). El autor del cuarto evangelio disfruta irritando al lector y casi poniéndolo en contra de Jesús. El debate no termina aquí. Continúa en invierno, en la fiesta de la Dedicación del templo, mientras Jesús pasea por el pórtico de Salomón. Las autoridades judías (este es el sentido frecuente de “los judíos” en el cuarto evangelio) lo rodean y le piden que diga claramente si es el Mesías. Jesús responde que ya se lo ha dicho y que no creen en él. Y continúa ofreciendo el ejemplo tan distinto de sus ovejas. Las ovejas, el pastor, los ladrones y el padre del pastor (Juan 10,27-30) Las ovejas. El pasaje no comienza hablando del pastor, como sería lógico, sino de “mis ovejas”, las que escuchan la voz de Jesús y lo siguen, a diferencia de las autoridades judías, que no creen en él. Una lectura precipitada del capítulo puede producir la impresión de que hay personas predestinadas por Dios a seguir a Jesús y otras predestinadas a negarlo. Pero esta contraposición hay que entenderla a partir de lo dicho en el prólogo del evangelio: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron; pero a quienes lo recibieron les concedió convertirse en hijos de Dios”. La aceptación y el seguimiento de Jesús no excluyen la libertad humana. El pastor. En la parábola inicial el pastor llega al rebaño, le abren la puerta y saca a las ovejas. ¿A dónde las lleva? No se dice. Recordando el salmo 22 (“El Señor es mi pastor”), podríamos completar: “en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas”. Pero Jesús introduce un cambio capital: las lleva a “la vida eterna”. Algo que se realiza no solo después de la muerte, sino ya en este mundo. La fe en Jesús da una dimensión nueva a la existencia de quien cree en él. Los ladrones. La parábola comienza hablando de ellos. Aquí no se los menciona expresamente, pero son los que intentan arrebatar a las ovejas de las manos de Jesús. En el contexto del evangelio serían los fariseos y demás autoridades que se oponen a que la gente lo siga. En la iglesia de finales del siglo I serían los “cristianos” que niegan que Jesús sea el Mesías y el hijo de Dios (a los que se denuncia en la 1ª carta de Juan). En cualquier caso, no tendrán éxito, no podrán “arrebatarlas de mi mano”. El salmo 22, hablando desde la perspectiva de la oveja, dice algo parecido: “Aunque atraviese cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”. El Padre. A lo largo del c.10 hay diversas referencias a la relación de Jesús con “mi Padre”. A primera vista, más que ayudar, estorban y confunden al lector. La clave podría estar de nuevo en el salmo 22, donde el pastor es Dios. Jesús, al arrogarse el título y la función, deja claro que no elimina al Padre. “Yo y el Padre somos uno”. La reacción del auditorio es más dura en este caso: “cogieron piedras para apedrearlo”, y Jesús terminará huyendo al otro lado del Jordán (esto no se lee en la liturgia). Síntesis. ¿Qué nos dice este breve pasaje hoy día? 1) Lo esencial del cristiano es creer en Jesús y seguirlo. Algo que no es absurdo recordar, porque mucha gente piensa que lo importante es practicar una serie de normas y cumplir con determinados ritos. Todo eso tiene que basarse en una relación personal con Jesús. 2) Confianza en él. En otros momentos del capítulo se subraya su bondad, que culmina en dar la vida. Aquí la fuerza recae en que él no permitirá que nadie arrebate a las ovejas de su mano. Lo cual no significa que nos veamos libres de dificultades, como han dejado claro las dos primeras lecturas de este domingo. 3) Conocimiento de Jesús. Como en tantos otros pasajes del evangelio, se indica su estrecha relación con el Padre, hasta llegar casi a la identificación. Más adelante, en el discurso de la cena, dirá Jesús a Felipe: “El que me ha visto ha visto al Padre”. Algo que sigue resultando escandaloso a muchos cristianos, como lo fue para muchos judíos de su época. Insultos y expulsión (Hechos de los apóstoles 13,14. 43-52). La liturgia ha omitido los versículos 15-42, provocando algo absurdo. Al final del v.14 se dice Pablo y Bernabé “tomaron asiento”; e inmediatamente se añade que “muchos judíos y prosélitos se fueron con ellos”. Entonces, ¿para qué toman asiento? Si no hubieran mutilado el texto habría quedado claro que se sientan para tomar parte en la liturgia del sábado. Al cabo de un rato, les invitan a hablar, y Pablo hace un resumen muy rápido de la historia de Israel para terminar hablando de Jesús. Ahora se comprende que, al terminar la ceremonia, muchos judíos y prosélitos se fueran con los apóstoles. Pero, al cabo de una semana, cuando vuelven a la sinagoga, la situación será muy distinta. Los judíos responden a Pablo y Bernabé con insultos. Más tarde los expulsan del territorio. Dentro de lo que cabe, tuvieron suerte. Más adelante apedrearán a Pablo hasta darlo por muerto. Martirio y victoria (Apocalipsis 7,9.14b-17) Cuando el cristianismo comenzó a difundirse por el imperio, encontró pronto la oposición de las autoridades romanas y de la gente sencilla. Veían a los cristianos como gente impía, que daba culto a un solo dios en vez de a muchos, inmoral, enemiga del emperador, al que no querían reconocer como Señor, etc. El punto final en bastantes casos fue la muerte, como ocurrió a Pedro, Pablo y a los otros durante la persecución de Nerón (lo que cuenta el historiador romano Tácito impresiona por la crueldad con que se los asesinó). Sin embargo, la lectura del Apocalipsis no se centra en sus sufrimientos sino en su victoria.
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Nos encontramos en 4º domingo de Pascua. Todavía resuenan en toda la comunidad cristiana los ecos de la experiencia más esencial de nuestra fe. Este tiempo Pascual nos ofrece la oportunidad de conectar con el movimiento de la Vida. Estamos inmersos en la paradoja de la noche y la luz, la muerte y la vida, lo consciente y lo inconsciente. El mensaje de Pascua nos introduce en este movimiento para darnos a conocer que siempre triunfa la luz, la vida y la consciencia, aunque no sea como nuestra mente desea.
Este breve texto, propuesto por la liturgia de hoy, puede ayudarnos a comprender cómo se gesta en el interior del ser humano la experiencia de fe desde la Pascua. Para comprender estos versículos es importante conocer el contexto en el que Jesús lo expresa. Forman parte del capítulo 10 del Evangelio de Juan. En este capítulo Jesús se autodefine como el Buen Pastor y, curiosamente, es uno de los pasajes más íntimos que narra el autor del evangelio de Juan: presenta a Jesús en comunicación auténtica con quienes le siguen. A lo largo de este capítulo se puede ver la gran controversia que ya había generado Jesús. Los judíos estaban alterados por la duda de si era el Mesías o no. Jesús había sido expulsado del templo por profanar las costumbres judías para las ofrendas, pero vuelve a él para celebrar la fiesta de la Dedicación. En esta fiesta se celebraba la purificación y consagración del templo por Judas Macabeo. Dice el texto, previo al evangelio de hoy, que Jesús se paseaba por el pórtico de Salomón que estaba al lado del Templo. Había traspasado los límites de una religión que consideraba el Templo como el lugar sagrado y espacio de poder; el Mesías transgrede esta ley dictada por las instituciones judías para afirmar que el lugar sagrado es su persona y todo el género humano. Jesús recupera la imagen del Pastor que ya se había usado en algunos pasajes del Antiguo Testamento para hablar de Yahvé. Pero en estos escasos versículos expresa muy pedagógicamente lo que supone vivir “religados” a Dios; que, en definitiva, es lo esencial de toda religión al margen de sus dogmas e instituciones. El proceso es muy claro y realiza un trayecto que va de las dimensiones más externas de la persona a las más profundas. El primer paso es “escuchar la voz”. Hay muchas voces que nos hablan en la vida y somos desafiados a descubrir la voz esencial, aquella que integra, equilibra y ensancha nuestra visión superando nuestro ego y sus ambiciones. Quienes descubren esa voz se fían de ella y la siguen. Este es el segundo paso que ya no es una actitud sólo de escucha sino de puesta en movimiento. Comienza el éxodo personal, el viaje de la zona de confort a la zona de aprendizaje. Desde una experiencia de fe es la etapa de la consciencia de ese vínculo profundo con la trascendencia: “ellas me siguen y yo les doy vida eterna”. Y la tercera etapa “el Padre y yo somo uno” es un paso esencial de todo creyente; es la mística de nuestra fe: Dios ya no es ese Otro al que tengo que ir o esperar a que venga, sino que forma parte de mi realidad, un espacio del que me puedo diferenciar, pero no separar: “nadie las arrancará de mi mano”. Desde esta visión del ser humano, los desafíos de la vida pueden afrontarse desde la fuerza que da ser consciente de esta presencia que no es ni pasado, ni futuro; no se encontró un día y no me paso la vida buscándolo hasta la vida futura. Es PRESENTE, movimiento permanente de “vida eterna” como dice Jesús en el texto. Deseo que este tiempo de Pascua no lo vivamos como espectadores de un acontecimiento histórico o desde la espera de la resurrección futura porque es un movimiento que “está siendo” en cada momento de la vida. Quizá lo que hay que buscar son las estrategias que nos ayuden a conectar con este espacio de VIDA y de LUZ. Murió precisamente para que ella y otros muchos como ella pudiéramos resucitar, pues como dice Jn 12,24: "Si el grano de trigo no muere...". Jesús era el grano de trigo, ella es el primer fruto. Por eso, más que la resurrección de Jesús, la pascua es la resurrección de María Magdalena y de millones de creyentes hasta el día de hoy.
Conforme a la primera creación (Gen 2), propia de la tierra, de la humanidad antigua (ADAM), nació ella, la mujer, la vida ya concreta (Eva), como primera persona de la historia. En esta nueva creación pascual, que es la definitiva (como dice Pablo en 1 Cor 15, 20-21.42-49), en el huerto donde han echado/enterrado a Jesús (como trigo inútil) nace/resucita Magdalena, primera creyente cristiana, como sigue diciendo Jn 20, 11-18, evangelio que vamos hoy a comentar. Más que la resurrección de Jesús, este evangelio cuenta la de María Magdalena, pues más que en sí mismo, Jesús resucita en los otros, en aquellos por quienes ha vivido, en aquellos por los que ha muerto. Así lo ha comprendido Magdalena, que es una persona individual, siendo, al mismo tiempo, signo de todas las mujeres que han seguido a Jesús, de todos los resucitados, varones y mujeres. Ella sigue siendo para la Iglesia, con el Discípulo Amado (con quien puede identificarse) y con la Madre de Jesús (con la que a veces parece confundirse), el signo más hondo de la humanidad pascual, esto es, de la Iglesia de los resucitados. Así la presentó el Papa francisco, al llamar apostola apostolorum (22.8.217), apóstol de los apóstoles, de manera que la iglesia, siendo apostólica (de los apóstoles) es magdalenita, es decir, de Magdalena. Así la recuerdo, esta semana de Pascua, como experiencia y esperanza de amor sobre la muerte. Introducción Empecemos leyendo todo el texto (Jn 20, 11-18) con cuidado, destacando cada uno de sus rasgos. Quizá podamos distinguir ya desde ahora dos aspectos en María: (a) Ella es la humanidad fracasada por amor, al final de todos los caminos, perdida en un jardín sin más flor que la muerte, llorando por la ausencia de su amado. Destacando algunos de esos rasgos, las visiones posteriores de los gnósticos dirán que la humanidad en una pobre figura de mujer prostituida, caída sobre el suelo. (b) Pero ella es al mismo tiempo la mujer del nuevo amor. No es simplemente una mujer caída, seducida, condenada al cautiverio, sino que representa a todas las mujeres y varones que buscan redención de amor sobre la tierra, apareciendo así como principio de nueva humanidad. Todos somos en esa perspectiva María Magdalena. Ella es nuestra voz y figura de Pascua. Siendo una mujer derrotada e impotente, sobre el huerto de una vida que se vuelve sepultura, María es, al mismo tiempo, una mujer que tiene y busca amor: signo de la humanidad que, ansiando al Cristo, quiere alcanzar la redención. No ha escapado como el resto de los discípulos varones, sino que permanece ante la cruz, con otras mujeres (cf. Mc 14, 27; 15, 40. 47). Ella permanece. Su amor a Jesús es mayor que la muerte y por eso queda, llorando y deseando más amor ante un sepulcro vacío. Interpretada así, la pascua será una respuesta de Dios a la búsqueda de amor de las mujeres y los hombres. María es signo de una humanidad que busca amor, que quiere culminar su desposorio, es decir, su alianza y camino de diálogo afectivo con el mismo Dios del cielo, en una tierra convertida en jardín de muerte. ¿Qué hace? Busca apasionadamente a su amigo muerto. Ésta es la paradoja. Conforme a tradiciones espirituales que elaboran más tarde los gnósticos, ella (la mujer caída) debería encontrarse anhelando solo una fuente espiritual de sabiduría, para recibir así la gran revelación de Dios. Sólo entonces podrían celebrarse las bodas finales del varón celeste (Palabra superior) y la mujer caída (humanidad que sufre condenada sobre el mundo). Pues bien, en contra de eso, ella busca sabiduría de amor, pero un amor concreto, inseparable del cadáver (de la historia) de su amigo muerto. Principio del texto Ésta es la paradoja: la Sabiduría y salvación de Dios parecen haberse escondido en un cadáver. Sobre el jardín del viejo mundo han enterrado a Jesús. María le busca apasionadamente, pues el amor verdadero resulta inseparable del cadáver, de la historia, del amigo muerto. Bien pensada, su acción puede llamarse una locura: María estaba fuera del sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se inclinó para mirar el monumento y vio a dos ángeles, vestidos de blanco, uno junto a la cabeza y otro junto a los pies, en el lugar donde había yacido el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: Mujer ¿por qué lloras? Ella les dijo: han llevado a mi señor y no sé dónde le han puesto. Mientras decía esto se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, y no supo que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo tomaré (Jn 20, 10-15). Éste es el principio de una conversación prodigiosa donde influyen y culminan todos los motivos de la historia humana. Esta mujer no necesita una teoría de iluminación interior: quiere un cadáver, busca el cuerpo de su amigo asesinado. De esa forma rompe los esquemas de la gnosis espiritualizante. No quiere un mundo edificado sobre cadáveres que se ocultan. No se responde con teorías al misterio del amigo muerto. Sobre el jardín de este mundo, que en el principio pudo haberse presentado como paraíso (cf. Gén 2), parece que sólo puede florecer el árbol de la muerte. El nuevo Adán hortelano sería en el fondo un custodio de cadáveres, un sepulturero. Ella, María, parece aceptar ese destino, pero quiere el cadáver de su amigo muerte. No quiere que lo manipulen, no quiere que lo escondan. Algunos han dicho que se encuentra loca, pero lo está en la forma de los grandes amantes de la historia: como Juana, reina de Castilla, que seguía llorando por los campos, y siguiendo en luto el cortejo del marido muerto; como tantos varones y mujeres que recuerdan a su amado y quedan fijados para siempre en actitud de llanto. Necesita el cadáver: no quiere que lo oculten, que lo tapen, para que todo siga como estaba. Un mundo que oculta sus cadáveres Estamos en un mundo que quiere ocultar sus cadáveres… Enterrarlos, apartarlos, negarlos: que nadie se acuerde de ellos, que nadie sepa que nosotros (los ricos, los favorecidos) vivimos sobre los cadáveres de miles y millones de “crucificados”, muertos y enterrados (sin que nadie recuerde su cadáver). Necesitamos ocultar los cadáveres, echar sobre ellos más tierra, una piedra más grande, para así “lavar” nuestras manos y quedar tranquilos. Pues bien, en contra de eso, Magdalena necesita llorar por el amigo muerto, mantener el recuerdo de su cadáver. Éste es un amor que dura, un amor que mantiene el recuerdo, que no quiere olvidar a los amigos muertos. Humanamente hablando, el gesto de Magdalena parece una locura: no está permitido tomar un cadáver del sepulcro y llevarlo a la casa o ponerlo en la plaza, para que todos vean al que han matado; no es posible mantener de esa manera el recuerdo de un muerto… La historia de los vencedores avanza sobre el olvido de los asesinados (a los que se puede elevar un hermoso sepulcro para olvidarlos mejor). No se puede detener la muerte, pero mucho han querido hacerlo, de diversas maneras, pero siempre para olvidar mejor, para convertir a los muertos en un recordatorio de nuestro propio poder. En esa línea, los faraones de Egipto y otros grandes magnates de la historia desearon guardar su cadáver o el cadáver de sus familiares, en inmensas pirámides, para así mostrarse superiores e imponerse al resto de los hombres. Sobre la tumba de los grandes héroes muertos se edifican los imperios… Pero esta mujer no quiere construir una pirámide, no intenta mantener el control sobre los otros por medio de la muerte. Ella pretende algo más simple y más profundo: conservar el amor hacia su amigo muerto, mantener la memoria de su vida. Por eso necesita su cadáver, para llorar por él, para sentir el poder de la muerte y para continuar después su vida (la forma de vida del muerto). No quiere imponerse sobre nadie; le basta con amar, pero necesita el signo de su amado muerto, su cadáver. Podemos decir que está loca María, pero loca de amor, loca a favor de la vida. Sólo allí donde alguien ama a Jesús se hace posible la experiencia de la pascua. Ciertamente, Jesús estaba vivo y verdadero al interior de esta mujer. Pero la verdad que ella tiene y desea guardar (un cadáver) va a revelarse como fuente y principio de revelación mucho más honda. Ella tendrá a Jesús de otra manera. Diálogo de amor, resurrección Ya se han encontrado de algún modo; el jardinero ha preguntado, ella le ha dicho su amor, en el jardín de la muerte, al lado de la tumba vacía. Pero el encuentro verdadero empieza cuando el jardinero, Señor del nuevo huerto de la Vida, toma la palabra y llama a la mujer, diciéndole su nombre: – Jesús dijo: ¡María! – Ella se volvió y dijo en hebreo ¡Rabboni! (¡mi maestro!) – Jesús le dijo: No me toques más, que todavía no he subido al Padre. Vete a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. – María Magdalena vino y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor y me ha dicho estas cosas! (Jn 20, 16-20). María buscaba el amigo en la muerte, es decir, al final de un camino que había empezado en el jardín del paraíso: no quedaba árbol de vida, sólo había un tronco seco de muerte. Buscaba allí el amor de un muerto, pero Jesús le ha respondido ofreciéndole la vida y el amor de Aquel que está vivo, llamándole por su nombre: María. De esta forma, en gesto de conversación personal, ha culminado la experiencia de la pascua. Sólo quien escucha a Jesús cuando le llama de un modo personal sabe de verdad que existe vida, que hay resurrección. Todo lo demás es presupuesto o consecuencia. La resurrección es en el fondo encuentro personal de amor, descubrimiento de Jesús que se ha elevado de la muerte y que nos dice, llamándonos de un modo íntimo, por nuestro nombre: ¡vive, estoy contigo, sé tú mismo! Pascua, un encuentro de vida Esto es la pascua: encuentro con Jesús, encuentro para la vida. Eso significa que no estamos condenados a seguir amando a un muerto, buscando en el jardín nuestro cadáver (como buscaba antes María). El verdadero amor suscita vida, transformando el jardín del cadáver en huerto de gracia que dura por siempre. No se trata de negar el cadáver, sino todo lo contrario: de convertir el cadáver en principio de vida. No se trata de ocultar al muerto, para que sigan triunfando los que matan, sino de vivir desde aquel que ha muerto de amor, para vencer en amor a los asesinos de la historia. Sigamos leyendo el texto. En gesto que se parece al de Mt 28, 10, María se agarra a los pies de Jesús, en encuentro afectuoso donde se vinculan adoración (echarse a los pies), confianza (tocarle) y amor hondo (acariciarle). Ella pretende eternizar esa actitud: estaría así toda la vida, en actitud de unión profunda, en donación de corazones. Nada busca, ya no necesita cosa alguna, tiene todo lo que quiere. La pascua se le hace encuentro permanente de unión con el amado. No tiene miedo. Por eso, Jesús no tiene que animarle diciendo ¡no temas! (como en otras ocasiones: Mc 16, 6; Mt 28, 20). Como mujer que ha encontrado su dicha, como persona que al fin ha llegado a la meta del camino, María puede mantenerse para siempre en ese gesto de encuentro con su amado. Este es el tiempo de la dicha, de los ojos que se miran, de las voces que dialogan, de las manos que tocan. En la línea de algunas formulaciones posteriores de la gnosis, pudiéramos afirmar que, María ha empezado a vincularse con Jesús resucitado en desposorio místico, intimista. Ellos representan al ser humano entero: son la díada (o pareja) inicial que simboliza ya la salvación de los humanos, en el nuevo paraíso de este mundo, sobre el huerto de la muerte convertido en manantial de vida. Esa perspectiva es buena, pero debe completarse, como ahora indicaremos. Paradójicamente ha venido Jesús, se ha mostrado en persona, le ha dicho su amor… Es lógico que ella quiera mantener ese momento, mantenerse en gesto de intimidad por siempre. Pero Jesús responde: ¡No me toques! Noli me tangere, no me sigas tocando de esta forma Parece que esta palabra significa: no me toques más, no me sigas agarrando. De esa manera señalar que hay una unión de en este mundo que no puede cerrarse en sí misma. La experiencia pascual es un principio, una promesa que no puede separarse del camino de vida y de misión, es decir, de la tarea al servicio de los demás. Esta palabra ¡no me toques! recuerda la fragilidad del tiempo, nos sitúa dentro del misterio de una pascua que no puede culminar sobre la tierra. No existe en este mundo amor perfecto, para siempre; todo lo que aquí vamos viviendo sigue abierto hacia la muerte. Por eso, el encuentro con Jesús ha sido un signo de esperanza en el camino, no es aún la realidad cumplida. María ha descubierto por un breve momento el gran misterio: ha encontrado a Jesús, se ha llenado de su vida pascual y de su gloria. De ahora en adelante no será una pecadora: una mujer caída, estéril, fracasada. La experiencia pascual le ha convertido en portadora del misterio de Dios (Jesús) para los hombres. Al decirle no me toques, Jesús le está diciendo que ella debe ocuparse de tareas importantes, de misiones nuevas sobre el mundo. La pascua no se puede interpretar como experiencia de escapismo, no es huida hacia un nivel interno, puramente espiritual, de la existencia. Jesús resucitado hace a María misionera de su pascua y de la gracia de Dios ante los hombres. Conforme a la visión anterior, reflejada en Mc 16, 1-8 y Mt 28, 1-10, las mujeres de la pascua han de decir a los discípulos que vayan pronto a Galilea, para encontrarse allí con Cristo. Pues bien, nuestro pasaje muestra una experiencia pascual nueva. María es portadora de una forma de misión distinta; tiene que buscar a los discípulos para transmitirles el mensaje o misterio más profundo de Jesús: ¡subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios! María, mensajera de Pascua María es, según eso, la primera teóloga de pascua: ha descubierto en su vida el camino de Jesús; sabe que ha triunfado y sube al Padre y así debe decirlo. Desde esta perspectiva se comprende ya mejor el ¡no me toques! Ella es un signo viviente de la ausencia presente de Jesús; por eso puede decir que vive (ha resucitado) y que ha subido al misterio de Dios Padre. Entre el Jesús que en un sentido le ha dejado (¡no me toques!) y los discípulos a los que debe buscar y evangelizar, en clave de pascua, se encuentra ahora María. Buscaba un cadáver en el huerto; Jesús le ha ofrecido una misión y camino apasionante de vida. Ahora comprendemos que pascua es el ascenso final de Jesús que ha recorrido su camino sobre el mundo y viene a culminarlo en el seno de Dios Padre. Pero, al mismo tiempo, culminando su camino de subida y plenitud recreadora, Jesús abre un camino de seguimiento para sus discípulos, partiendo del mensaje de María. Ella ha sido la primera: ha tocado a Jesús por un momento sobre el mundo como, en algún sentido, pueden tocarle o descubrirle todos los creyentes. Pero luego, María y los discípulos deben saber que Jesús ha subido ya al Padre. No se encuentra a la mano, de manera externa, sobre el mundo. Por eso no pueden agarrarle para siempre, no pueden detenerle en nuestra historia. También aquí encontramos una perspectiva pascual que es contraria a la que ofrece en aquel tiempo la gnosis espiritualizante. El gnóstico es un hombre que piensa que ha encontrado plenamente a Jesús sobre la tierra; por eso puede afirmar que ha culminado su camino y ya no tiene que andar más. Por el contrario, María Magdalena ha descubierto que la pascua es experiencia de ascenso a lo más alto y de misión liberadora: es como una luz, un toque de presencia que nos hace capaces de entender buscar y caminar luego sobre el mundo. Subir con Jesús, volver a las tareas de la vida. Sólo se puede experimentar a Jesús cuando se asume su gesto de subida, al descubrir que no podemos tocarle al modo antiguo para siempre. Ha sido una experiencia breve, un consuelo de amor sobre el huerto. Después, la misma Magdalena que antes parecía loca tiene que volverse misionera, dando testimonio de aquello que ha visto y sentido, haciéndose iniciadora de misterio para los mismos apóstoles. La pascua de Jesús responde a algunas de nuestras preguntas, abriéndonos luego (al mismo tiempo) al misterio más alto del Padre. Si sólo existe pascua dentro de la vida de este mundo es que no hay pascua. El triunfo de Jesús, que se ha expresado sobre el huerto como encuentro de amor con María, viene a abrirse luego a modo de camino de ascenso hacia el Padre. Ella se había refugiado en el huerto de su propio llanto. Ahora debe dirigirse a los discípulos, hablarles, comenzando a realizar sobre la tierra la gran experiencia de la transformación que nos conduce hacia Dios Padre. De esa forma, la antes solitaria se convierte en mensajera de Dios sobre la tierra. La experiencia y palabra de María vale también para nosotros. Ya no tenemos que volver a Galilea; no tenemos que cerrarnos en las cosas de este mundo. Con Jesús que sube al Padre, unidos a María Magdalena, en el centro de la iglesia, debemos iniciar un camino de ascenso salvador que nos conduce de verdad hasta el misterio de Dios. María es la primera de aquellos que han hecho esta experiencia pascual. Añado nuevas y apesadumbradas riadas de dolor a la torrentera de ellos que hoy recorren los ámbitos culturales, religiosos, artísticos e históricos del mundo, con ocasión del desastre originado por el fuego devastador en la catedral parisina de “Notre Dame”, y decido redactar y expresar, entre otras, las siguientes consideraciones:
Respecto al futuro del templo y posible restauración del mismo, teniendo en cuenta las cifras que más o menos precipitada y fervorosamente se anticipan -treinta años de obras y alrededor de mil millones de euros-, suscribo y me adhiero a la opinión de quienes se muestran opuestos a afrontar cuanto antes las obras, que comportarían el intento d devolverle a la ciudad de París, y a todo el mundo, el preciadísimo tesoro de la catedral, “Patrimonio de la Humanidad”, con todos sus merecimientos. Aunque propiedad del Estado francés, el edificio es esencialmente religioso, cristiano –católico por más señas–, y tal condición para muchos constituiría una insalvable dificultad, que hasta llegaría a imposibilitar su rehabilitación. La fe cristiana, la eclesiología, el sentido y contenido de la común unión, las ideas renovadoras del Concilio Vaticano II, su fiel interpretación por el papa Francisco, parte importante del “sensus fidelium” que, por fin, se expone e impone en la Iglesia en la actualidad y la constatación pormenorizada de tantas, tan graves y tan dramáticas situaciones que se viven en determinados países, católicos o no, y que se subsanarían en parte o en todo, con la dedicación de las referidas e ingentes cantidades de dinero, es lógico y explicable que obligaran a los responsables “religiosos” a cambiar de opinión y de actitud. Dispendios exorbitantes y desproporcionados Cualquier religión, y más la cristiana, hoy por hoy y tal y como están vigentes y se predican, viven sus preceptos y sus disciplinas canónicas y principios dogmáticos más elementales, no podrían justificarse ante Dios, ante sí, ni ante el resto de la humanidad, dispendios tan exorbitantes y desproporcionados a costa de quienes los precisan con urgencia y con toda clase de argumentos divinos y humanos. La religión cristiana tiene sus límites y estos, por “religiosos” e intangibles que sean, y así lo reconozcan y crean algunos de sus miembros, aún jerárquicos, han de respetar siempre, y por encima de todo las necesidades más perentorias de los pobres… En el mismo contexto es indispensable situar el dato de que ya, y en mayor proporción en el futuro próximo, la “casa de la Iglesia”, y “en salida”, tendrá, al igual que en los primitivos y evangélicos tiempos, más de “casa”, que de “templo”- catedral, en el que oficialmente Dios es adorado con solemnidad, inciensos, ceremonias, ornamentos sagrados y ritos artificiales y, no pocos de ellos, reconocidamente apócrifos, por muy buena y “santa” intención que se tenga… En los templos-catedrales, por “Patrimonios de la Humanidad” que sean, y así se reconozcan, ni Dios ni la Iglesia se encuentran hoy satisfechos, ni en disponibilidad de ser y sentirse al servicio del pueblo, aunque así se adoctrine y se cante en lengua vulgar o en “gregoriano” monástico. Sí, pero en el caso concreto de “Notre Dame”…. y en la mayoría de los templos catedralicios, monasterios, abadías, templos, santuarios y ermitas… todos ellos fueron, y son, ricos arcones de tesoros artísticos, de historia e historias, de tradiciones patrias, de reliquias, de cultura en general y de atractivos turísticos, hasta superar a los más acaudalados museos… Es evidente que todos los edificios religiosos, y en mayor proporción posiblemente los de estilo gótico, y más flamígero –arquitectura, escultura, pintura, vidrieras…– configuran catálogos pletóricos de arte y de riqueza. De modo parecido a como lo logran los de otros estilos. Estos –los estilos– son, o pueden ser, todos religiosos. Pero ningún estilo es en exclusiva religioso. “El estilo es el hombre” y Dios, en Cristo Jesús, compendia, ama, entiende y consiente ser entendido y amado por todos… A quien corresponda De todas formas, como “escarmentar en cabeza ajena” es principio de sabiduría , tanto popular como jerárquica, bueno será que, con ocasión de la desgracia que a la humanidad le ha supuesto el incendio de “Notre Dame”, se piense que en España entre modelos y ejemplares de templos y edificios precisamente góticos, destacan las catedrales de Toledo, Burgos, León, Barcelona, Gerona, Tudela, Tarragona, Tarazona, Palma de Mallorca, Cuenca, Pamplona, Lérida, Ávila, la Seo de Zaragoza, Burgo de Osma, Palencia, los monasterios de Moreruela, Rueda, Piedra, Veruela, Las Huelgas, Santa María de Huertas, La Oliva, Poblet, Iranzu, La Espina….y construcciones civiles como las lonjas de Palma de Mallorca, Valencia y Barcelona. ¿Tiene por tanto, sentido pleno, urgente y valioso, no escatimar esfuerzos y dineros de procedencia universal, teniendo sagradamente presente tantas y tales necesidades como padece y define al mundo en la actualidad? Es pregunta eminente y comprometidamente religiosa, que a su luz es indispensable plantearse con responsabilidad “por quienes corresponda”, sean cristianos o no. Los "chalecos amarillos" y la izquierda radical critican que hay otras prioridades: Francia lanza un concurso internacional para reconstruir la aguja de Notre Dame. Expertos analizan los retos de rediseño y también por qué fue tan difícil apagar el fuego: ¿Cómo será el proceso de reconstrucción de Notre Dame? ¿Nuestro Dios es Dios? ¿Es ACTIVO, autónomo y libre? ¿O es un ser PASIVO al que manejamos con los hilos de la oración insistente para moverle a cumplir sus deberes?
¿Será un Padre volcado siempre por sus criaturas? ¿O será una "marioneta sagrada" a la que damos "bondadosas instrucciones" a través de los hilos de la oración? Os invito a prestar atención a las oraciones litúrgicas y comprobar que la gran mayoría pretenden MOVER a Dios. Le tratan como a una Gran Marioneta omnipotente que, gracias a nuestros tirones, se moverá y actuará. Ese es el mayor error de los creyentes. No nos han enseñado a identificar quién es y cómo es el Padre. Ni nos han motivado a buscarle en el interior, ni a ser fieles al Abba revelado por Cristo. Se conforman con que seamos fieles "al pie de la letra" a lo que manda el Clero. Y nos tienen sumidos en una "Iglesia infantil" que cree en los Reyes Magos, en los Santos milagreros o en las Vírgenes curanderas, etc. Lo importante es que tengamos "fe", cuanto más irracional más grande es la "fe", no importa en qué o en quién. Todavía se exigen dos milagritos para canonizar a un santo. ¿Esa tacañería es la gran prueba de santidad? A los que nos atrevemos a pensar nos llaman "racionalistas", "incrédulos", "herejes"… Cuando el uso de la inteligencia es la mayor prueba de fidelidad al Espíritu Santo. Me propongo demostrar en esta meditación -continuación de la anterior- que gran parte de nuestro CREER y nuestro ORAR son absurdos, es decir, irracionales. Son contrarios a la "inteligencia", que es un don del Espíritu Santo y nuestra principal herramienta humana. En estos tiempos tan pragmáticos y racionales querer mantener una "fe mítica y sometida" es un gravísimo error. La existencia de Dios es evidente para cualquiera que sepa utilizar la cabeza y palparse la ropa. De la NADA no sale NADA. Lo absurdo es seguir creyendo e imponiendo una "imagen de Dios" judía, bárbara, humanoide y contraria a la razón. La religión es para "religare", volver a unir a la criatura con su Fuente límpida, positiva, inagotable… Se les pedirá cuentas a los que la han reducido a un "método breve y ritual" de conseguir prebendas y anestesiar conciencias. Tendrán que convertirse, es decir, rectificar para no conducirnos a una religión momificada, inútil y residual. Sin embargo la religión es esencial para el ser humano y forma parte de su ADN sicológico. Quien no ratifique esta afirmación que observe un poquito la Naturaleza o analice su fragilidad personal o se deje sentir sus profundas aspiraciones humanas. Tenía razón san Agustín: "Nos hiciste Señor para ser tuyos y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti". Por eso siempre he predicado una "religión humanizadora, positiva, luminosa y alegre". En "humanizadora" está incluido el "racional". Cada día estoy más convencido. Meditemos un ratito. No tengas prisa. Es un tema muy importante. A los rígidos y tenedores de la "verdad absoluta" no les recomiendo que sigan leyendo. Dios pasivo A un Dios ACTIVO le hemos convertido en un dios pasivo y falso. A un Dios Misericordia infinita le hemos transformado en un "dios distraído y cicatero". Prestad atención a las preces de la misa, por ejemplo. O comprobad con atención los "grandes logros" que conseguimos con rimbombantes preces en millones de misas diarias. A un Dios infinitamente bueno le tratamos como a uno "malo y cruel" (iracundo, tacaño, vengativo, impositivo, celoso, amenazante, castigador, olvidadizo, ausente…). No hay más que oír bien los salmos de cada día, si la rutina nos permite estar atentos... Un "dios incoherente" es rechazado espontáneamente por cualquier ser humano que piense un poco. Somos nosotros los que expulsamos de nuestra Iglesia a las personas, no es que ellas sean peores que nosotros. Empecemos por escuchar los argumentos de los ateos frente a nuestra "fe irracional". Ellos ven los enormes males del mundo y dicen: "Si existiera un Dios bueno, no permitiría estos desmanes". Miran las catástrofes naturales y concluyen: "Imposible que exista un Dios mínimamente piadoso que no evite estos dramas". Los que han suprimido a Dios de sus vidas o han abandonado toda religión lo han hecho con sentimientos y argumentos muy sólidos. No son tontos. Muchos son inteligencias eminentes. Los irracionales somos, a lo peor, muchos de los creyentes. Libertad Además nos han observado. Y a la mayoría de los católicos nos han visto sometidos a una "clase clerical", que se atribuye una autoridad divina, cuando ellos -los ateos- defienden la "libertad humana" como parte de nuestra esencia. Y tienen razón. No digo nada si han tenido ocasión de experimentar, directa o indirectamente, los muchos casos de prepotencia clerical, de mala educación, de contradicciones doctrinales y hasta la ausencia de moralidad natural y cívica… Para rematar el espectáculo, nos ven de rodillas pidiendo favores y milagros, que raramente llegan. Deben de creer -dicen- en un "dios indiferente, cicatero, avaro, rácano y malhumorado". Y el colmo les llega cuando nos ven tan complacidos con algún supuesto milagrito conseguido por una virgen o un santo que, por fin, han arrancado alguna dádiva a ese "dios tacañón". Si la consecución del favor ha sido porque tenían una tía monja, un hermano fraile o algún otro enchufe, entonces las cosas se complican. El "dios tacañón" en que creen éstos -siguen diciendo- no solo es "roñoso" sino que es "manipulable" y solo atiende a los enchufados. Luego no es Dios porque no es absoluto e inmutable, como se supone en simple lógica, que debe ser un posible Dios eterno y verdadero. Se trata de un "dios" relativizado, condicionado, influenciado y manipulado por sus criaturas. Es pues un "dios imaginario y absurdo" -sucesor de los dioses del Olimpo- que no puede existir más que en la fantasía de esos creyentes ignorantes o fanatizados. En este mundo todo es consecuencia, confluencia y complejidad de las fuerzas de la naturaleza y su evolución -terminan diciendo-. Henos aquí a los cristianos en general -no conozco otras religiones-, con sus Jefes al frente, convertidos en la mayor fábrica de ateos, agnósticos, indiferentes y contrarios a toda religión. Médico Un médico famoso, ateo y muy humano, me decía con total sinceridad: ¿Si yo pudiera hacer alguno de esos "milagros" que atribuyen a la oración o a la influencia de algún santo, tú crees que me limitaría a hacer "un solo milagro"? ¡Dejaría el Hospital más vacío que el desierto! No puedo creer, es imposible creer, en ese "dios mezquino y manipulable", al que vosotros pedís continuamente sin resultado. Yo soy médico y busco el bienestar de las personas con total determinación. Es más, te aseguro que si yo pudiera hacer "milagros" o "curaciones inmediatas" no solo me volcaría por mis enfermos, curaría a todos, hasta el último rincón del mundo. Es imposible que un Dios Todopoderoso sea menos misericordioso que yo. Por eso no creo en vuestro "dios" y SÍ en la capacidad, que tenemos todos los seres humanos, de evolucionar, de superarnos y de hacer el bien. Amigo mío, estoy de acuerdo contigo -le contesté-. Pero NO es ese "dios" en el que yo creo. Por razones que desconozco, en parte por no haberse despegado del arcaico judaísmo, nuestros Jefes religiosos mantienen una imagen de Dios falseada: Dios Un "dios sordo, distraído, manipulable y pasivo", al que hay que MOVER con nuestras oraciones, al que hay que ARRANCAR los favores con continuas súplicas y sacrificios, al que hay que CONVENCER continuamente para que nos ayude. Para mí es inexplicable que sigan formando a los fieles, conduciendolos y rezando con presupuestos absurdos y rígidos. Con tantos años de estudio, con tantas facultades, con tantas estructuras eclesiales, con tantas personas dedicadas al cuidado de los fieles, no puedo entender que sigan anclados -no todos- en unas tradiciones religiosas, ya denunciadas en el Evangelio. Han olvidado el "principio de evolución" del ser humano -que se cita en el Evangelio- y me temo que no han dado la misma importancia a la oración personal y a la meditación como al estudio teórico o la mera erudición. Han olvidado aquella conclusión a la que llegó el gran teólogo Tomás de Aquino cuando, al final de una vida de estudio, confesó que "había aprendido más en la oración que en los libros". Yo creo en un Dios ACTIVO y NO en el "dios pasivo, sordo y olvidadizo" (escúchanos, acuérdate, escucha y ten piedad) al que dedicamos la mayor parte de nuestros ritos y oraciones. Realmente le rebajamos a todo lo que tú dices. Tampoco creo en un "dios intervencionista" que tiene que curarnos, alimentarnos, dirigirnos, castigarnos, conseguirnos metas, darnos regalos, etc. Creo en un Dios Torrente, volcado sobre sus criaturas, que nos lo dio TODO desde el principio y que nos acompaña siempre. Pero que no interviene en el mundo directamente, ni hace milagritos, para lucirse de vez en cuando. Nos dio la libertad con todas sus consecuencias y nos ha confiado la administración del mundo y de nuestra vida personal. Ese Dios no nos ha abandonado, NO, está presente en nuestro interior, en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, en toda nuestra vida. Buscar a Dios No hace falta llamarle para que baje. Está aquí, con nosotros. Lo que necesitamos es abrirnos a todas las capacidades que nos ha dado, cultivarlas, rentabilizarlas y administrarlas bien. Nosotros somos los administradores de este mundo, Él permanece oculto tras la Creación, pero muy activo en nuestro interior, respetando siempre a sus hijos y sus decisiones. Somos nosotros los que tenemos que discernir, decidir y actuar en el mundo, dirigidos por esa "inteligencia, energía y amor" que llevamos dentro y que es parte de la mismísima esencia de Dios. Somos "pequeños dioses" con los mismos genes de Dios. Nosotros somos sus manos cuando actuamos desde ese "íntimo" de la persona en el que portamos todos sus dones, sus capacidades, sus luces, las que nos insertó al crearnos "a su imagen y semejanza". Y que van creciendo a medida que las cultivamos. Ese es el "tesoro de los humanos", el "reino de Dios" del que habla el Evangelio. Somos nosotros lo que podemos y debemos hacerlo patente y actuante en este mundo. Buscar dentro No existe un Dios al que haya que "pedir piedad". No existe un Dios al que haya que "pedir la paz". La piedad y la paz ya residen en tu interior. Eres tú el que debe acrecentarlas y manifestarlas. Por eso yo rezo en la Misa: "Señor Tú tienes piedad", "Señor Tú nos das la Paz". Eso me recuerda que ya me lo dio y lo llevo dentro. Y estoy llamado a acrecentarlo y manifestarlo, a parecerme a mi Padre, a vivir desde esa "central de energía" interior, a derramar por el mundo ese caudal. Ese es un Dios muy racional, muy comprensible, muy admirable y deseable. Te ha creado con "sus poderes" dentro (lo puedes comprobar y lo puedes sentir si te sumerges). Te motiva continuamente a que los ejerzas, los manifiestes y los siembres a través del "dinamismo de crecimiento" que todos llevamos dentro (lo dice claramente el Evangelio, recuerda por ejemplo la "mostaza" o el "sembrador"). Vamos a la iglesia a fortalecer ese interior, a motivarnos, a salir iluminados, fortalecidos y crecidos. (Pero nos obligan a "pedir" a Dios que recuerde sus deberes, actúe, resuelva y nos saque las castañas del fuego). Mi Dios amor En ese Dios ACTIVO y PRESENTE sí podrías creer amigo ateo y sí podrías confiar. Un Dios que te crea con "inteligencia, libertad y voluntad" (a su imagen) y te respeta, te deja conducir y te deja elegir tu destino. De lo contrario NO serías libre. Fíjate lo que decía, ya al principio, nuestro apóstol Pablo: "Ya que lo que se puede conocer de Dios, ellos lo tienen a la vista, pues Dios mismo se lo ha manifestado. Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se pueden descubrir a través de la inteligencia. Hasta el punto que no tienen excusa porque, conociendo a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias; por el contrario, su mente se dedicó a razonamientos vanos y su insensato corazón se llenó de oscuridad" (Rom 1,19). Y lo enseña el Evangelio. Lee, por ejemplo, lo que dice de la Luz el primer capítulo de Juan. Pero lo hemos olvidado. Y nos lo han cambiado por un "ídolo manipulable", que nosotros hacemos bailar al son de influencias. E "inmisericorde" puesto que no se prodiga. Cambiar El amor y todo lo que llevas dentro crece cuando lo manifiestas y entregas. Eres tú el "enviado de Dios" para construir un mundo nuevo y feliz. Me llamarán "enemigo de la Iglesia" por decir todo esto. Si esta misma mañana un periodista, muy católico, decía del Papa Francisco que "cabalga a lomos de un caballo cismático", qué puedo yo esperar… Solo sé que el Espíritu Santo actúa e ilumina a todos los católicos de buena voluntad que buscan sinceramente. A esos pretendo ayudar. Los demás que me tiren a la papelera. Creer en la vida es elemento fundamental para continuar apostando por ella, para no quedarse anclado en la muerte, en la desesperanza que nos paraliza y no nos permite ir abriendo nuevos caminos que nos lleven a avanzar. Las amenazas de muerte, y la propia muerte, es una realidad cada día más presente en la Amazonía, que se manifiesta en la persecución y asesinato de sus pueblos y del medio ambiente.
Ante esta realidad, la Pascua nos trae la posibilidad de regenerar nuestra esperanza, de aumentar nuestra fe, de entender que también depende de nosotros el echar una mano para hacer realidad ese mundo mejor para todos que Jesús anunció con su Resurrección. Ser testigo de la Pascua, de la vida, de la Resurrección es un desafío para todo bautizado, que debe llevar a cabo en medio de aquellos con quienes divide la vida del día a día. La misión nos lleva a eso, y en este momento, la misión que el Papa Francisco ha encomendado a la Iglesia que peregrina en la Pan-Amazonía es la de abrir nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral. Esa es una tarea que dará mejores frutos en la medida en que todos los bautizados, y la propia Iglesia como un todo, lleve a cabo un ejercicio de escucha, de contemplación, que ayudará a descubrir las señales de vida, de Resurrección, presentes en medio de aquellos que nunca escucharon, o lo hicieron vagamente, hablar sobre el mensaje cristiano, pero que encierran muchos signos que nos pueden ayudar a entender que Dios siempre tiene sus canales de comunicación. En la Amazonía la vida se regenera con una velocidad extraordinaria, siempre y cuando esa vida no es decepada por la acción maligna de agentes externos, principalmente el ser humano, que al servicio de un sistema que mata en busca de lucro y aparente bienestar, va destruyendo esa vida para siempre. Decir que creemos en la Resurrección y la Vida reclama de quien pronuncia esas palabras un compromiso cada día más firme y auténtico, que nos lleve a anunciar que Él está vivo y que debemos hacer todo lo que está en nuestras manos para que aquello que es de Dios pueda vivir para siempre. Podemos decir, como recoge el Documento Preparatorio del Sínodo para la Amazonía, que “con la muerte y resurrección de Jesús se ilumina el destino de la creación entera, impregnado de la potencia del Espíritu Santo, ya evocada en la tradición sapiencial (cf. Sab 1,7). La Pascua lleva a cumplimiento el proyecto de una “creación nueva” (cf. Ef 2,15; 4,24), revelando que Cristo es la Palabra creadora de Dios (cf. Jn 1,1-18) y que «todas las cosas han sido creadas por medio de él y para él» (Co 1,16)”. Es un tiempo nuevo, una nueva oportunidad de apostar por la Vida, de sembrar esperanza, de abrir nuevos caminos. No dejemos pasar una nueva oportunidad que Dios nos da, que en cada momento histórico nos habla a través de sus enviados, de aquellos en quienes podemos descubrir una voz que nos remueve, que nos regenera, que nos hace mujeres y hombres nuevos, a imagen de Aquel que se entregó a la muerte porque confiaba en la presencia de un Dios que nunca nos abandona en nuestras luchas, en nuestro empeño de hacer realidad el Reino en medio de los que nunca abandonaron el proyecto de Dios. Es Pascua, Resurrección, tiempo de nuevos caminos. Nuestro problema sigue siendo la experiencia pascual. Se trata de una vivencia interior que, o se tiene y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera de explicarla. Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos evangélicos que quieren transmitir dicha experiencia. No hay ni palabras ni conceptos en los que poder meter la realidad vivida, por eso lo primeros cristianos acudieron a los relatos simbólicos.
El objeto de estos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo. Descubriremos la fuerza arrolladora de esa Vida y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos. Las autoridades religiosas y romanas no solo pretendieron matar a Jesús, sino borrarle de la memoria de los vivos. La crucifixión llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada de ninguna manera. La probabilidad de que Pilato condenara a la cruz a Jesús por la mañana y por la tarde permitiera que fuera enterrado con aromas y ungüentos, en un sepulcro nuevo, es prácticamente inexistente. Pero es lógico que los primeros cristianos tratasen de eliminar las connotaciones aniquilantes de la muerte de Jesús. También es natural que, al contar lo sucedido a los que no conocieron lo hechos, tratasen de omitir todo aquello que había sido inaceptable para ellos mismos y los sustituyeran por relatos más de acuerdo con su deseo. En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece. Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo qué pasó en un lugar y momento determinado, sino transmitirnos la experiencia de una comunidad que está deseando que otros seres humanos vivan la misma realidad que ellos estaban viviendo. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas, era a través de relatos, que podían estar tomados de la vida real o construidos para el caso. "Se manifestó" (ephanerôsen) tiene el significado de “surgir de la oscuridad”. Implica una manifestación de lo celeste en un marco terreno. “Al amanecer”, cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver ni oír ni tocar. Seguimos el esquema, de que hablábamos el domingo pasado. 1º Situación dada.- Los discípulos están pescando, es decir, habían vuelto a su tarea habitual, ajenos a lo que les va a pasar, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, es decir, forman comunidad. No se hace alusión a los doce. Aparece el siete que es signo de plenitud, (todas las naciones paganas). Misión universal de la nueva comunidad. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la labor misionera es estéril. El relato distorsiona la realidad a favor del simbolismo. La pesca se hace de noche, no de día. Sin embargo, aquella a la que se refiere el relato se consigue cuando se siguen las directrices de Jesús. 2º Jesús se hace presente.- Toma la iniciativa y, sin que ellos lo esperen, aparece. La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. Jesús no les acompaña; su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos. Las palabras de Jesús son la clave para dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, encuentran pesca y le descubren a él mismo. 3º Saludo.- Una conversación que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos" (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”. Al darles ese nombre, está exigiéndoles una disponibilidad total. Por parte de Jesús, la obra está terminada. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo ese alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar directamente en la acción que ellos tienen que realizar. 4º Lo reconocen.- La dificultad de reconocerle se manifiesta en que solo uno lo descubre, el que está más identificado con Jesús. Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. Solo el que tiene experiencia del amor sabe leer las señales. El éxito, es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo. Juan Comunica su intuición a Pedro. Así se centra la atención en éste para introducir lo siguiente. Pedro no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo comprendió enseguida. El cambio de actitud de Pedro, reflejado de un modo simbólico en la palabra "se ató". La misma que se utilizó Jn para designar la actitud de servicio cuando Jesús se ató el delantal en el relato de la última cena. Se tira al agua después de haberse ceñido el símbolo del servicio, dispuesto a la entrega. Solo Pedro se tira al agua, porque solo él necesita cambiar de actitud. Jesús no responde al gesto de Pedro; responderá un poco más tarde. No ven primero a Jesús, sino fuego y la comida, expresión de su amor a ellos. Son los mismos alimentos que dio Jesús antes de hablar del pan de vida. Allí el pan lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva. Es lo que ahora les ofrece. El alimento que él les da se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito, otro se consigue con el esfuerzo. El primero lo aporta Jesús. El segundo lo deben poner ellos. El don de sí mismo queda patente por la invitación a comer y es tan perceptible que no deja lugar a duda. Recuerda la multiplicación de los panes. Es el mismo alimento, pan y pescado. Jesús es ahora el centro de la comunidad, donde irradia la fuerza de vida y amor. Esa presencia hace capaces a los suyos de entregarse como él. Al decirnos que es la tercera vez que se aparece, significa que es la definitiva. No tiene sentido esperar nuevas apariciones. 5º La misión.- Hoy se personaliza la misión en otro personaje, Pedro. Había reconocido a Jesús como Señor, pero no lo aceptaba como servidor a imitar. Con su pregunta, Jesús trata de enfrentar a Pedro con su actitud. Solo una entrega a los demás, como la de Jesús, podrá manifestar su amor. La respuesta es afirmativa, pero evita toda comparación. Solo él lo había negado. Jesús usa el verbo “agapaô” = amor. Pedro contesta con “phileô” =querer, amistad. Apacentar. Jesús le pide la muestra de ese amor. Procurar pasto es comunicar Vida. Solo puede hacerse en unión con Jesús. “Corderos” y “ovejas” indican a los pequeños y a los grandes. Debe renunciar a toda idea de Mesías que no coincida con lo que Jesús es. Pedro le había negado porque no estaba dispuesto a arriesgar su vida. Para la misión, Jesús es modelo de pastor, que se entrega por las ovejas. Para la comunidad, es el único pastor. Al preguntarle por 3ª vez, pone en relación este episodio con las tres negaciones. Espera una rectificación total. Ahora es Jesús el que usa el verbo “phileô”, ¿me quieres?, que había utilizado Pedro. Le hace fijarse en ello y le pregunta si está seguro de lo que ha afirmado. Ser amigo significa renunciar al ideal de Mesías que se había forjado. Jesús no pretende ser servido sino que sirva a los demás. Pedro comprende que la pregunta resume su historia de oposición. Meditación Solo el discípulo más cercano a Jesús lo reconoce. Si vivo la presencia de Jesús, dentro de mí, lo descubriré en los acontecimientos más sencillos de la vida. No lo buscaré en personas o hechos espectaculares. Si pongo amor en las cosas que hago, estaré haciendo presente al Dios manifestado en Jesús. Las lecturas de este domingo nos ofrecen tres rasgos muy distintos de Jesús.
Jesús perseguido (1ª lectura) [Nota previa muy importante: La traducción litúrgica ha suprimido algo esencial: los azotes a los apóstoles. El texto griego dice: “llamando a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron”. En el leccionario, al faltar los azotes, no se comprende por qué se marchan “contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”]. En esta lectura, Jesús es perseguido no en sí mismo, en su persona, sino en sus seguidores. Lo ocurrido en Sri Lanka hace pocos días es la versión ampliada y más trágica de lo que cuenta el libro de los Hechos. A los apóstoles los dejaron con vida; gran parte de los cristianos (y no cristianos) de Sri Lanka murieron. Los apóstoles salieron contentos de sufrir por Jesús; los de Sri Lanka seguirán llorando a sus difuntos, con el único consuelo de la fe en la resurrección. La celebración de la Pascua no anula las dificultades y angustias de muchos cristianos a lo largo del mundo. Jesús exaltado (2º lectura) Este tema lo ha tratado Pedro ante el sumo sacerdote cuando dice: “La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador”. El Apocalipsis desarrolla este aspecto hablando del Cristo glorioso del final de los tiempos. «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Jesús misterioso (evangelio) El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia. Un comienzo sorprendente Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada. Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”. Dos reacciones: el impulsivo y el creyente El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta. El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro. [La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse. Según Plinio el Viejo, existían ciento cincuenta y tres variedades de peces. El evangelista habría querido decir que la pesca se extendió al mundo entero, abarcando a toda clase de personas. “Se non è vero, è ben trovato”.] El misterio de la fe: seguridad sin certeza La mayor sorpresa para el lector, y uno de los mensajes más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma. Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar. Pedro de nuevo: humildad y misión La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades. Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “misovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio. Reflexión final Las lecturas de este domingo son muy actuales. Además de la persecución sangrienta de Jesús a través de los cristianos, está el intento de silenciarlo, como pretendía el sumo sacerdote. Aunque a veces, el problema no es que nos prohíban hablar de Jesús, sino que no hablamos de él por miedo o por vergüenza. Otras veces nos resulta difícil, casi imposible, identificarlo en la persona que tenemos enfrente. O admitir ese triunfo suyo del que habla el Apocalipsis. Las lecturas nos invitan a reflexionar y rezar para vivir de acuerdo con la experiencia de Jesús resucitado. El evangelio de Juan se nos muestra siempre cargado de símbolos y de una gran hondura narrativa. Su complejidad es a veces difícil de desentrañar para los lectores y lectoras contemporáneos porque nuestros marcos culturales y sociales están ya muy lejos de los que estaban vigentes en el mundo en que vio la luz este texto.
Las comunidades cristianas, que están detrás de este evangelio, se fueron configurando entrono a un proyecto de discipulado en el que confluyeron diferentes corrientes no sin conflictos, tanto en su desarrollo interno como en sus relaciones con otros grupos cristianos. Este caminar fue dejando su huella a lo largo de todo el evangelio y posibilitó que los y las creyentes que sostenían su fe en estas comunidades fuesen progresivamente profundizando en la persona de Jesús de Nazaret a la luz de las tradiciones heredadas y de su fe en él. El capítulo 21 que hoy comentamos, fue añadido cuando la obra ya estaba terminada y es signo de un proceso difícil de consenso que posibilitó a la comunidad joanica incorporarse plenamente a la corriente mayoritaria de la Iglesia naciente. Una corriente que posteriormente se denominó la Gran Iglesia y en la que se sustenta la Iglesia que conocemos hoy. El relato de la pesca milagrosa se presenta como un escenario en el que van a confluir dos personajes que van a representar las dos corrientes cristianas que han de articularse para que las comunidades receptoras del evangelio puedan responder a los desafíos doctrinales y organizativos que están viviendo. Estas figuras son Pedro y el discípulo amado. En el marco de un peculiar relato de aparición del Resucitado Juan pone las bases de la incorporación de las comunidades de su círculo a las que ya han reconocido a Pedro como el líder indiscutible de los comienzos cristianos. En el centro de la escena está Jesús invitando a sus compañeros galileos a un nuevo encuentro con él. Los discípulos, decepcionados y cansados después de una pesca infructuosa, no son capaces de ver en el visitante que se acerca a la orilla al maestro con el que tantas veces compartieron la comida y la tarea. Solo uno de ellos, el discípulo amado, es capaz de recordar la voz y los gestos del Maestro. Él era el testigo central de la fe en Jesús para las comunidades destinatarias del cuarto evangelio. Y en el relato es él que confiesa la fe primero. Sin embargo, Pedro, necesita una nueva llamada por parte del Maestro para tomar conciencia y asumir la nueva realidad que amanece en su vida tras el encuentro con el resucitado. Pedro va a ser confirmado como la figura que ha de liderar el nuevo comienzo de la primera comunidad de creyentes en Cristo. El desarrollo de la escena, la actitud de los dos personajes centrales y la autoridad del resucitado ofrecen a las comunidades jónicas el fundamento y las razones para incorporarse al grupo mayoritario. Pero en esta incorporación no se difuminan las diferencias, sino que se reconocen los carismas diferentes y los valores que cada grupo representa. El discípulo amado cree y su fe sale fortalecida en el encuentro con el Resucitado. Pedro, arriesga un nuevo comienzo, confía en los resultados de la pesca y la pesca es milagrosa. Su fe necesita mas tiempo y más dialogo, pero se compromete con valentía en el seguimiento. Esta experiencia vivida por las comunidades joanicas, sus desafíos iluminados por su encuentro con el Resucitado, nos hablan a nosotras y a nosotros hoy. Las diferencias enriquecen, pero solo el dialogo, el encuentro, el respeto nos permitirán reconocer nuestros dones diversos, nuestras miradas plurales, nuestros orígenes diferentes como una “pesca milagrosa” que nos hace comunidad, fortalece nuestra fe y nuestra esperanza y nos constituye en testimonio auténtico de Cristo Resucitado. Decía Lutero que en la Iglesia hay demasiada jerarquía, demasiada autoridad, exceso de rango. La palabra “jerarquía” viene de dos vocablos griegos y significa “orden sagrado”. ¿Creen los fieles que en la Iglesia de Jesús que tiene su origen en Aquel que se humilló hasta la muerte y una muerte de cruz, exista tanto rango y se luche por ocupar una posición más alta que otros? Esto afecta al terreno de las iniciativas. No se reconocen más que aquellas que procedan de la superioridad o del poder. No hay otros principios de legitimidad que la superioridad, la autoridad, que no es, como tal, una convicción sino una condición de la financiación de las ideas. Porque en los superiores está la llave de la caja. ¿Creen los fieles que cuando lleguen al cielo y toquen el timbre les va a abrir la puerta un cardenal, un obispo? Decía Nietzsche que el cielo estaba vacío de cristianos. Busquen obispos en el cielo. No les encontrarán. La muerte iguala a todos. La reducción es total. Todos han sido reducidos al estado laical de creyentes. Allí no hay poder. Sólo hay gloria. En el cielo nuevo y en la tierra nueva no hay lágrimas ni dolor pero tampoco rango y autoridad. La jerarquía se ha convertido en anarquía. Todos laicos.
Mucha autoridad y poca libertad. Mucho mandato y mucha obediencia. Falsa obediencia ante tanta falsa autoridad. Demasiada organización. Esa es la fórmula y la ecuación en la Iglesia Católica. Cuando Lutero critica el exceso de autoridad temporal en la Iglesia de su tiempo se refiere a estos dos aspectos: primero demasiado poder temporal dentro de la comunidad de fe y segundo, relaciones de poder del Papado en relación con los otros poderes de este mundo, de esta sociedad. Aquí comienza la crítica a la Iglesia dual. Primero Marx con la religión como alienación económica. Y ahora Freud con la afectividad como descarga y sublimación. Estos son los dos problemas de la Iglesia de hoy: la riqueza y la afectividad. Muchos de sus miembros más cualificados han cambiado o mezclado la economía, el amor al dinero por sensaciones, por emociones, por otras sensaciones de la epidermis. Marx y Freud. A este paso, como disminuyan tanto los clérigos y sigan nombrando tantos obispos y jerarquía, va a haber más jerarquía que fieles. Esto no puede seguir así. La fe no nace de la autoridad. Los obispos, como decía San Agustín, son los primeros creyentes. Comparaba a la Iglesia con una esfera que tiene dos mitades, dos caras: una oscura, opaca y otra clara, luminosa. Pero está girando y a medida que se oscurece una parte se ilumina otra. La Iglesia organización está perdiendo credibilidad. Ojalá la gane por la otra parte. |
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