Entre el covid y La Filomena nos van haciendo experimentar el valor de la informática y de los encuentros por vídeo conferencia.
Yo había visto bastantes veces la eucaristía en la tele. Y la verdad que no me agrada mucho porque nos limita a ver, escuchar. Pero la vídeo-conferencia nos da otras posibilidades mayores de participación. Y no he participado en ninguna eucaristía así, pero me lleva a pensar que ¿podríamos llegar a celebrar con vídeo-conferencia? Veo estos valores: .- ESTAR UNIDOS. Todos ven a todos .- Todos cantan, escuchan, responden, siguen las posturas .- En torno al que preside y se siente en medio .- Pan en cada grupo y vino que ven todos y sobre los que va la bendición y la consagración .- No como la tele que no se ven un grupo a otro, ni el cura ve a cada grupo Si en algún momento se viera posible la celebración con este sistema, sería un paso gigante que facilitaría mucho las cosas para participar en la eucaristía del domingo: personas de varios pueblos en torno a un ordenador, centrados en el celebrante y sobre todo haciendo entre todos comunidad orante y celebrante. Sí que voy celebrando reuniones de catequesis así y las personas hasta están más atentas. No sé qué inconvenientes habrá. Me gustaría conocerlos. Pero como sugerencias, abro esta posibilidad. Sin duda, mejor es la eucaristía presencial. Aprovechar los adelantos y las facilidades que nos da la técnica no nos hace ni menos creyentes ni menos participativos, ni la Palabra y el Cuerpo de Jesús está menos entregándose por todos ¿Qué me decís? Seguro que alguna persona tiene estudiado este tema y me puede ayudar a clarificarme. Desde luego esto es mucho más rico que presenciar, más o menos pasivamente, una celebración en televisión. De lo que no tengo duda es de que se trata de una verdadera eucaristía, porque se siente ahí presente a Jesús de Nazaret y se comparte la vida, que es la esencia de la celebración.
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Consciente o inconscientemente, la búsqueda de la felicidad es el motor que nos mueve a todos en cada uno de los actos que realizamos en nuestra vida, y tanto es así, que no resulta extraño que muchos afirmen que la felicidad es el fin último del ser humano. Pero cada uno concibe la felicidad de forma distinta, y así, encontramos definiciones que llaman felicidad a «cualquier situación de satisfacción y contento», mientras que otras restringen el concepto de felicidad a un «estado de plenitud y armonía del alma».
No cabe duda de que fuera de nosotros podemos encontrar infinidad de cosas capaces de producirnos satisfacción, y que dentro de nosotros podemos generar gozo o contento al sentirnos importantes, virtuosos, listos o eficaces. Pero la experiencia nos dice que la felicidad, entendida como plenitud y armonía del alma —del ánimo—, es fruto exclusivo de la práctica de nuestra humanidad. La inteligencia, la conciencia de sí mismo, el sentido ético, la libertad, la capacidad para el arte y la capacidad de Dios son atributos netamente humanos, pero la auténtica calidad de lo humano es “la humanidad”. El término humanidad puede aplicarse al conjunto de personas que conforman el género humano, pero aquí lo vamos a referir a nuestra capacidad de afecto, compasión, comprensión y fraternidad hacia los demás; a nuestra inclinación a alegrarnos con sus alegrías y compadecernos con sus desgracias; a nuestra disposición a actuar en favor de quien nos necesita; a preferir dar que recibir… A este tipo de relación —quintaesencia de lo humano— lo llamamos amor. Se da plenamente y de forma natural en el seno de la familia, y hace que lo obligatorio sea siempre mucho menos que lo que se desea hacer por los otros. Si fuésemos capaces de hacer trascender esta actitud más allá del entorno familiar lograríamos un mundo mucho más humano, lo que nos lleva a pensar que humanidad y amor son conceptos sinónimos. Por eso, entre la multitud de expresiones que se han formulado para definir la felicidad, nos quedamos con la que afirma que «la felicidad consiste en amar y ser amado». Porque si la felicidad es el fin último del ser humano, en buena lógica debe estar íntimamente ligada a lo que mejor expresa la calidad de lo humano; a su esencia más íntima; al amor. Como afirma Erich Fromm, toda manifestación de amor produce felicidad, y si lo que produce es sufrimiento o desasosiego es que no es amor. Pero la plena felicidad —tal como aquí la estamos concibiendo— es algo que solo se presenta circunstancialmente. La identificamos cuando la sentimos, pero somos incapaces de comprenderla o definirla; y mucho menos de aprehenderla. Es como un paisaje entre nubes que solo vemos parcialmente. Tratamos de ver el resto, pero se nos resiste, y cuando estamos disfrutando de lo que vemos, cuando esperamos que se abra el cielo para verlo en su conjunto, se cierra todavía más y lo perdemos. Da la impresión de que tanto la felicidad, como el amor o la belleza son realidades ontológicas muy superiores a nosotros que no terminamos de abarcar desde la razón; que se nos escapan de entre los dedos cuando tratamos de penetrar en ellas. Desde nuestra atalaya en lo más alto de la evolución nos resultan familiares la materia, la vida, la inteligencia, la conciencia y la libertad, pero estos tres conceptos nos resultan insondables. Cabe pensar que se trata de realidades para las que todavía no estamos preparados; que son como eslabones que nos unen con algo muy superior en ciertos momentos de nuestra existencia; como un adelanto de las facultades del ser humano cuando se vea libre de sus limitaciones; cuando se manifieste en él su realidad completa. Recuerda que los evangelios no son crónicas de sucesos. Son teología narrativa. No tiene ninguna importancia que las palabras de Jesús sean exactamente las que él pronunció; ni que los hechos narrados hayan acontecido así. Lo importante es el mensaje que quieren trasmitirnos y que seamos capaces de traducirlo a nuestro lenguaje, siempre relativo, de manera que lo podamos entender hoy. Para ello es imprescindible que nos coloquemos en el ambiente de aquella época y conozcamos las características de aquella cultura.
Seguimos en el primer día de la actuación de Jesús. Marcos intenta perfilar a grandes rasgos y con firmes trazos la figura de Jesús. Se trata de un montaje programático para dejar muy clara la manera habitual que tenía Jesús de desarrollar su ministerio. No podemos desligar la perícopa que hemos leído hoy de la del domingo pasado. Ambas forman un todo teológico progresivo, que empieza en la sinagoga y termina orando solo en descampado. Allí consigue reavivar la experiencia de Dios, que le permite hablar y actuar con autoridad. El paso de la sinagoga a la casa, y después a la calle, nos dice que Jesús lleva la salvación a todos los lugares en donde se desarrolla la vida y a todas las personas que tienen necesidad de liberación. Con toda naturalidad se nos habla de la suegra de Pedro, aunque nunca se hable de la esposa. En aquella sociedad era impensable el estado de soltero y Jesús nunca cuestionó las normas existentes con relación a la sexualidad, al matrimonio o a la familia. Los cambios que después se produjeron, no se pueden vender como mensaje evangélico. La cogió de la mano y la levantó. La palabra katekeito para decir “estaba postrada”, puede significar enfermedad o muerta, en cualquier caso, falta de vida. También para decir que la levantó, Mc emplea hgeiren, que puede significar levantar o resucitar. Está claro que Mc quiere dar un doble sentido a las dos palabras, más allá del sentido material. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Jesús cura para que la mujer pueda servir. En el mundo griego, el servicio (diakonía) se consideraba una deshumanización. En las primeras comunidades cristianas, era el signo de seguimiento de Jesús. El verbo que se utiliza en griego es dihkonei = servía a la mesa. Los cristianos eligieron precisamente la palabra “diakonía” para expresar el nuevo fundamento de las relaciones humanas en la comunidad. El mismo Jesús dirá que no ha venido a ser servido sino a servir. Al anochecer... Nos está indicando que los que se admiraban de las palabras y obras de Jesús, eran judíos y no habían superado la dependencia de la Ley, que era la causa de la opresión. Al ponerse el sol terminaba el sábado y la obligación de descanso. Por lo tanto, ya podían ellos llevar a los enfermos y Jesús curarlos, sin faltar al primer precepto de la Ley. Curó a muchos y expulsó muchos demonios. Todos buscan a Jesús para ser curados. Aquí debemos hacer una profunda reflexión. En todos los evangelios se comienza con un éxito espectacular de la predicación de Jesús. Más tarde se verá que no les interesa nada más que ese beneficio material de ser atendidos en sus necesidades. Cuando queda claro que ese no es el objetivo de Jesús, le abandonan sin ninguna consideración. Se marcha al descampado y allí se puso a orar. En muchos lugares de los cuatro evangelios se dice lo mismo: "Se levantó de madrugada, se fue a un descampado y allí se puso a orar". "Pasó la noche en oración". "Por la mañana estaba allí sólo". Es la clave de la vida de Jesús. Realmente necesitaba orar como verdadero ser humano que era. Descubrir lo que era su Abba para él y lo que era él para su Abba, fue la clave de su espiritualidad. Esto solo se puede hacer apartándose de bullicio de la gente y en silencio. El domingo pasado decía el evangelio que hablaba con autoridad, no como los letrados. La clave está en este descubrimiento continuado de la presencia de Dios en él. A pesar de la absorbente actividad, encontraba tiempo para estar a solas consigo mismo y cargar las pilas. Los evangelios nos dicen que también iba a la sinagoga y al templo, pero el verdadero encuentro con Dios lo realizaba a solas y en medio de la naturaleza. ¡Todo el mundo te busca! En el relato encontramos tres exageraciones intencionadas: ‘todo el mundo te busca’; ‘la población entera’; ‘todos los enfermos’. Los discípulos están en la misma dinámica que la gente. No quieren que su Maestro pierda la ocasión de afianzar su prestigio (poder). Jesús sabía muy bien lo que tenía que hacer: “Vámonos a otra parte”. En el principio del relato se habló por dos veces de su enseñanza (didach). Ahora dice predicar (khruxw, de donde viene kerigma, concepto clave de la primera comunidad). Todos los evangelios empiezan constatando la euforia con que la gente sigue a Jesús. Pero pronto, se va apoderando de ellos, primero la decepción, después el abandono y finalmente la oposición total. En Jn este proceso se escenifica de manera genial en el capítulo 6, después de la multiplicación de los panes, cuando quieren hacerle rey y terminan abandonándole todos diciendo: “¿Quién puede hacerle caso?”. El por qué de esta actitud es claro: buscan ser curados, liberados, queridos, no están interesados en curar, servir y amar. Si tomásemos conciencia del este cambio en la gente, comprenderemos donde falla nuestro cristianismo. La respuesta está en el relato de la curación de la suegra de Pedro. Jesús cura para que seamos capaces de servir. Esto es precisamente lo que no nos gusta. Cuando Jesús va dejando claro que Dios no es un tapagujeros, que su predicación lo que persigue es cambiar las actitudes fundamentales del ser humano y convertirle en libre servidor en vez de opresor, la gente empieza a sentirse incómoda y le abandona sin contemplaciones. El evangelio no habla de resignación ante cualquier clase de dolor, sea físico, sea psíquico, sea moral. Tampoco identifica la salvación con la supresión del dolor. Todo lo contrario, afirma expresamente que la verdadera salvación puede alcanzarla todo hombre a pesar del mal que nos rodea (bienaventuranzas). Siempre que se pueda, se debe suprimir, pero la victoria contra el mal no está en suprimirlo, sino en evitar que te aniquile. La solución al problema vital del hombre no puede venir de fuera, la tenemos que encontrar dentro. Solo un conocimiento de lo hondo del ser nos descubrirá lo que somos. El hombre tiene que aceptar sus limitaciones. Pero solo lo conseguirá descubriendo que esas limitaciones no le impiden alcanzar su plenitud. Conocerme a mí mismo es conocer a Dios como fundamento de mi propio ser. Ser fiel a sí mismo es la única manera de ser fiel a Dios. El fallo del cristianismo fue convertir la buena noticia del evangelio en una religión. Jesús quiso liberar al ser humano de todo lo que le impide ser él mismo, incluida la religión. Jesús nos quiso enseñar cómo ser libres a pesar de los problemas y aunque no se resuelvan. Hay problemas que no tienen solución, pero una vida más humana siempre es posible. El esperar que cambien las circunstancias adversas para sentirme bien es señal de pobre hedonismo. Ninguna circunstancia futura podrá ser mejor que la situación en la que ahora te encuentras Meditación No puede haber espiritualidad sin verdadera contemplación. No se trata de “rezar”, sino de fundirse con el Abba. Lo que te cambiará será la conexión con lo Absoluto que hay en ti. El conseguir la conexión puede llevar hora días o años. El quedar impregnados de Dios, es cuestión de un instante. El evangelio del domingo pasado contaba el asombro causado por la predicación de Jesús y por su poder sobre los espíritus inmundos. Todo eso ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El evangelio de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días siguientes.
En la primera parte se subraya el enorme poder de Jesús sobre las más diversas enfermedades, desde la fiebre de la suegra de Pedro hasta las manifestaciones de los endemoniados. Es una descripción maravillosa, que simboliza y anticipa el futuro Reino de Dios, cuando no habrá enfermedad, sufrimiento, llanto ni muerte. El contraste es enorme con lo que estamos viviendo a propósito del covid-19, con millones de víctimas y la angustia de no saber cómo evolucionará. Los breves pasajes del evangelio de este domingo nos obligan a pensar en tantos enfermos y a tenerlos presentes en nuestra oración. También nos descubren a los continuadores de la actividad de Jesús, que no son principalmente los obispos y sacerdotes, sino los miles de personas relacionadas con el ámbito de la salud: científicos, médicos, enfermeras y enfermeros, auxiliares, farmacéuticos… No tienen la facilidad de Jesús para curar. Atienden a los enfermos en circunstancias difíciles y exigentes, sufren con los que no pueden salvar. Para ellos, el Reino de Dios es algo que todavía se espera y se pide: «Venga a nosotros tu Reino». Merecen nuestro agradecimiento y nuestra oración. Elementos de un relato de milagro Un relato de milagro consta generalmente de los siguientes elementos: a) Se presenta al enfermo, subrayando a veces la gravedad de la enfermedad; b) El interesado u otra persona pide su curación; c) Jesús lo cura, a veces con solo su palabra, a veces con algún tipo de acción; d) El enfermo demuestra que ha sido curado; p. ej., el paralítico carga con su camilla, el cojo da saltos. Curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31) En este caso, el relato es extraordinariamente breve y todo se cuenta con rapidez. Quien lee este relato de Marcos no presta atención al hecho de que la curación tenga lugar en sábado. Pero cuando se conocen los otros evangelios, y se sabe que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue la de curar en sábado, el detalle adquiere mayor importancia. La fiebre de la enferma no es de escasa importancia, le obliga a guardar cama. Y el hecho de que se lo cuenten a Jesús significa que le preocupa a la familia. Él no dice una palabra, se limita a tomarla de la mano y levantarla. Para demostrar que se ha curado plenamente, se pone a servirlos. Una feminista radical estadounidense dedujo de este detalle final que ni siquiera el evangelio libera a la mujer de su situación de esclavitud a los varones. Pero es una visión demasiado estadounidense y actual del relato. Lo que quiere decir Marcos no es que la mujer cristiana deba estar al servicio del varón, sino que la suegra se curó plenamente. Curaciones al atardecer (Mc 1,32-34) Al ponerse el sol termina el descanso sabático. La gente puede caminar, comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados. En este contexto dice Marcos, casi de pasada, que Jesús «expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar». Esta idea, que ya apareció en el relato del endemoniado y que se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm Wrede en 1901 como «el secreto mesiánico». Jesús no quiere que la gente sepa desde el principio su verdadera identidad, tienen que irla descubriendo poco a poco, escuchándolo y viéndolo actuar. No se dice cuánto tiempo dedicó a curar a muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el Mediterráneo, la noche no cae de repente. Tampoco se dice dónde cenan Jesús y sus discípulos, ni dónde se quedan a dormir. Los evangelios no son biografías ni se detienen en detalles que consideran secundarios. Jesús y sus colaboradores siguen proclamando el Reino (1,35-39) La conducta de Jesús, levantándose de madrugada para rezar, trae a la mente las palabras del Salmo 63: «¡Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo!». Estamos al comienzo del evangelio, y Marcos indica algo que será una constante en la vida de Jesús: su oración, el contacto diario e intenso con el Padre, del que saca fuerzas para llevar adelante su misión. Esta misión no se caracteriza por elegir lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la gente pregunta por él, quiere verlo y escucharlo. Sin embargo, él decide recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había hecho solo, cuando metieron a Juan en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los cuatro discípulos. Y no solo predica, también expulsa demonios. El demonio de la depresión (Job 7,1-4.6-7) La primera lectura, tomada del libro de Job, ha sido elegida pensando en los enfermos a los que cura Jesús. Job pertenece al grupo de los endemoniados, pero en sentido moderno. No se trata de que esté poseído por un espíritu inmundo, sino de que se halla sumido en una profunda depresión. No le encuentra sentido a la vida, la ve como una carga insoportable, una noche que no se acaba, un futuro sin esperanza. La solución le vendrá por un duro enfrentamiento con Dios, que le obligará a salir de sí mismo, a abrir la ventana y contemplar las maravillas que lo rodean, hasta terminar reconociendo humildemente que no puede discutir con Dios ni culparlo de lo que le ocurre. Relacionando esta lectura con el evangelio, parece sugerir al deprimido: acude a Jesús, o que alguien te lleve a él. No te hablará duramente, como Dios a Job, pero quizá te ayude a salir de ti mismo y a superar tu depresión. Porque, como dice el Salmo de hoy: «Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas» (Sal 146,3). «Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados (Sal 146,1) En las diversas y numerosas curaciones que ha contado el evangelio, resulta extraño que nadie dé las gracias a Jesús. Ni la suegra de Simón, ni su familia, ni los que acuden al ponerse el sol, ni los enfermos de toda Galilea. Pasa haciendo el bien sin esperar recompensa. Por eso es bueno que el Salmo nos invite a alabar al Señor, reconociendo todo el bien que nos ha hecho. Este himno recoge motivos muy diversos para alabar a Dios: empieza por la reconstrucción de Jerusalén y la vuelta de los deportados, pero no pierde de vista a cada individuo, vendando las heridas de los que tienen el corazón destrozado y sosteniendo a los humildes. La curación de la suegra de Pedro es el relato más corto del Evangelio de Marcos y podemos calificarlo como primera escena comunitaria de Jesús con los suyos: los miembros de la incipiente comunidad están juntos en el espacio privado de una casa. Simón y Andrés, Santiago y Juan, las dos parejas de hermanos, están ya vinculados a Jesús desde la llamada recibida en el lago. Los cinco forman un cierto “bloque” mientras que la suegra de Simón está fuera del grupo: ellos de pie y ella separada, en cama y con una fiebre que “la posee”, le dicta el espacio en que debe estar (la cama) y la mantiene a distancia de los demás.
“Le hablan enseguida de ella”: se sobreentiende que es Simón quien toma la palabra, quizá también su mujer, y hablan de ella como de alguien ausente. Jesús, después de lo que oye, toma la iniciativa y franquea la distancia que le separa de la mujer. Su acción principal -“la levantó”, usando el mismo verbo de resucitar, va acompañada de dos gestos: acercarse y agarrarla de la mano. Al aproximarse y establecer contacto con la mujer, ella ya no esté separada, lejos o fuera, sino agarrada de la mano de él y erguida: Jesús ha suprimido la distancia, la ha puesto a su misma altura y ahora pueden mirarse a los ojos. Consecuencia: desaparece la fiebre que la postraba y la excluía. El final del relato evoca una comida comunitaria en la que la excluida está ahora incorporada y se pone a hacer lo que sabe: servir. No como “rol de género”, sino desde esa diakonía que, según Jesús, es la marca del discípulo/a. Su manera de agradecer es precisamente esa y como ahora “está en pie”, puede inclinarse para servir. Vamos a dar ahora la palabra al único personaje femenino de la escena – sin nombre propio y solo existente gracias a su yerno – para que nos cuente su propio relato en versión actualizada: “Además de la dichosa fiebre, la verdad es que estaba pasando una mala racha y, de haber tenido más fuerzas, me hubiera puesto a tararear lo de “Hoy no me puedo levantar” de Mecano. Se me había vuelto borrosa la frontera entre los síntomas de la gripe y la sensación sombría de que me estaba haciendo vieja: tenía fatal los huesos, empezaba a sentirme inútil, se me había quemado varias veces la comida, ya no acertaba a enhebrar la aguja y derramaba la sopa porque me temblaban las manos. Me estaba metiendo poco a poco en un bucle tóxico que me hacía imaginar murmuraciones siniestras a mi alrededor: “no hay que hacerle mucho caso, se está volviendo hipocondríaca y maniática”; “todo el día nos está dando la brasa con sus batallitas y sus achaques”; “mejor que se quede quieta y no haga más estropicios en la cocina”; “piensa que, como tiene una buena pensión, puede hacer lo que le dé la gana…”. Tengo que reconocer que en aquel momento, además de paracetamol, estaba necesitando Prozac. Así andaban mis ánimos, por los suelos, cuando vi de pie delante de mi cama al nuevo amigo galileo de mi yerno. Me dijo su nombre y yo el mío, se sentó a la cabecera y empezó a preguntarme cómo me sentía, desde cuándo estaba fastidiada y qué remedios tomaba. Me contó que también a su madre le dolía la espalda y que le iba a pedir la receta de un ungüento que aliviaba la artrosis de las manos. Le dije que de joven yo había vivido cerca de su pueblo, en Séforis, y que allí había aprendido a hacer unas rosquillas riquísimas. Él también las había comido en Nazaret y quedamos en que se las haría algún día. Luego me preguntó si me sentía con fuerzas para levantarme, me sostuvo mientras lo intentaba y, mientras me iba incorporando despacio, él silbaba algo que dijo se cantaba en las fiestas de su pueblo. Luego me acompañó hasta la cocina y me dejó allí. Cuando nos sentamos a cenar aquella noche, yo traje las rosquillas que había preparado para todos. “- Están buenísimas, dijo, mejores que las mi madre, pero jamás lo repetiré si ella está delante…” Todos nos reímos y la velada se prolongó mientras yo iba y venía ocupándome de servirles; esa noche dormí tan profundamente como no recuerdo haberlo hecho nunca…” Vuelve la amenaza de confinamiento. Los políticos ponderan en estos momentos críticos de la pandemia, la posibilidad de encerrarnos de nuevo en nuestras casas. No polemizaré sobre la enredada cuestión, sólo apuntar que el contacto con la Madre Tierra, los paseos por sus parques, bosque y playas, sólo pueden aportarnos salud…
En el retiro llegar al fondo, en el recogimiento voluntad de renacer. Si la cotidianidad estrecha horizontes, no nos resignemos. Si volvemos a las cuatro paredes, no sea en balde. Ahora sí nos repensemos. Nos pensemos de nuevo a nosotros/as mismos/as, pensemos en cómo hemos llegado a todo esto. Repensemos la civilización, el modelo caduco que ha destruido la Naturaleza y ha dado entrada a perniciosos virus como el COVID. Consideremos seriamente que nos equivocamos, que hay que empezar de nuevo desde una actitud más respetuosa, más solidaria, de más amor a cuanto nos rodea, a los Reinos que son con nosotros/as, a la Creación que el Misterio sin Nombre nos otorgó como escenario evolutivo. Si nos han de encerrar que no sea en balde, que podamos apagar todas las pantallas y aprovechar para poner foco bien dentro, para evaluar las posibilidades que cada uno de nosotros tenemos para contribuir, en nuestro ámbito, a dar vida a una nueva civilización; de alentar un paradigma por fin en armonía con todo lo que existe, en paz y fraternidad por supuesto con todos nuestros congéneres. Si nos han de encerrar otra vez que no acumulemos papel higiénico, sino que nos empleemos en la higiene de desechar cuanto no nos sirve, sobre todo el pernicioso pensamiento de colocarnos a nosotros mismos por delante de todo cuanto existe y late, de nuestros congéneres, de la Tierra nuestra Madre, de los hermanos que corren y vuelan, de los otros que permanecen silentes y erguidos… Si nos han de encerrar que sea para que, al abrirse de nuevo las puertas, avance cargado de futuro un humano nuevo. Continúa vigente y cada día con más urgencia la llamada apremiante del Papa Francisco para ‘una Iglesia en salida’ de la que Religión Digital sigue haciéndose eco con interesantes colaboraciones. En concreto en nuestras circunstancias actuales, no sólo los aspectos negativos que muestran una situación eclesial preocupante, sino sobre todo, siguiendo al Concilio Vaticano II, los signos de los tiempos son hoy especialmente claros y piden una respuesta urgente. Nuestra Iglesia necesita ‘salir’; pero la pregunta inmediata que se plantea es de dónde y hacia dónde. Hay respuestas y posiciones diversas, que pueden ser mutuamente complementarias. Este pluralismo que se refleja en los artículos que publica RD creo es necesario para encontrar vías de salida. Precisamente es en este punto donde quisiera incidir con esta aportación.
A mi entender, y en él otras muchas personas, a la Iglesia en nuestro contexto se le plantea la necesaria salida de lo que llamo paradigma de la cristiandad, vigente todavía en muchos de nuestros estratos y ambientes tanto jerárquicos como laicales. Con la categoría paradigma me refiero no sólo a estilos pastorales que se conservan en nuestras iglesias. Implica, de manera más amplia y profunda, conceptos, creencias, conductas y actitudes, formas de acción, que responden a concepciones de Iglesia, visiones del mundo, relaciones con otras religiones, con personas no creyentes, con los avances científicos. Durante muchos siglos se afianzó el paradigma de la cristiandad que resistió a la modernidad, al pluralismo religioso, a la laicidad y secularización, encerrando a la Iglesia en su autoconcepción excluyente. ‘Fuera de la Iglesia no hay salvación’, fue el axioma de un eclesiocentrismo persistente. Concilio Vaticano II Después de los concilios de Trento y Vaticano I que confirmaron y fortalecieron ese paradigma, fue necesario un nuevo Concilio, el Vaticano II, que trató, no sin vacilaciones, de armonizar el pasado con las exigencias de los nuevos tiempos y propuso un cambio en profundidad. Juan XXIII lo llamó ‘aggiornamento’. Su Constitución pastoral, Gaudium et spes, fue una clara apuesta por un nuevo paradigma que superara el viejo y milenario paradigma y propuso un cambio significativo que afectaba a lo más profundo del ser Iglesia hoy y para el mundo de hoy. Pero no iba a resultar fácil abandonar el peso y lastre de la tradición conservadora. Y, en efecto, al poco tiempo, en medio del optimismo inicial, que tal vez pecó de superficial, la Iglesia oficial trató de atrincherarse en los “cuarteles de invierno”, en frase de Rahner; el cardenal Martini, arzobispo de Milán, confesaba que “sus sueños de una Iglesia pobre, humilde, abierta, plural, joven se habían disipado amargamente”. El sector involutivo eclesiástico impuso con fuerza su paradigma conservador. Los intentos y realizaciones pastorales, teológicos, sinodales, organizativos encontraron pronto el control férreo de los organismos eclesiásticos dominantes. Y, como lo ha mostrado José María Castillo, entre otros, con sus clarividentes análisis, la religión ha seguido oscureciendo e impidiendo ver la claridad del evangelio que ilumina nuevos horizontes y su realización para construir el Reino de Dios. Ha sido el Papa Francisco quien, sobre todo con tres documentos de profundas implicaciones eclesiales (Evangelii gaudium, Laudato si’, Fratelli tutti), ha vuelto a plantear las claves de una Iglesia guiada por el paradigma evangélico que le pide ser como el grano de trigo que muere para dar fruto (Jn 12,24) e invita a salir al mundo desposeída, como lo expresó Pere Casaldàliga, de todo poder, es decir, del paradigma de la cristiandad: “No llevar nada/ No poder nada / No pedir nada/… Solamente el Evangelio, como una faca afilada”. Y aquí estaría, a mi entender, el primer paso de una Iglesia en salida de su eclesiocentrismo al mundo, a sus problemas y esperanzas, angustias y gozos sobre todo de los pobres; de su uniformismo, a una iglesia plural y sinodal; de su occidentalismo, a una Iglesia universal y plural; de su jerarquismo, a una Iglesia sinodal, pueblo Dios; de su concepción doctrinal y estancada de la revelación, a lecturas abiertas a los signos de los tiempos y a la verdad de otras religiones. Sin embargo hasta ahora, y todavía hoy para bastantes obispos y fieles, lo que interesa ante todo es mantener la Iglesia y la pertenencia a ella, lograr vocaciones para que los ministerios subsistan y se garantice su ejercicio dentro de un modelo conservador. Desde el control estadístico del Vaticano se siguen pidiendo números de bautizados, casados por la Iglesia, funerales, etc. Pero su disminución es creciente y rápida. Además, y es lo más preocupante, a un número progresivamente más amplio de jóvenes, de adultos, de familias, no interesa ni atrae lo que se anuncia como Buena Noticia y, menos aún, la Iglesia. Incluso ante las angustiosas preguntas que hoy son centrales para tantas personas en una sociedad tan preocupada, con toda razón, por la pandemia, la situación económica, la inmigración, la degradación ecológica, la desigualdad mundial, no se comprenden ni interesan los mensajes que ofrecen nuestras homilías en templos cada vez más vacíos, nuestras ofertas formativas en grupos reducidos, nuestro culto con un lenguaje de otras épocas. Es preciso, por tanto, para que la invitación del Papa a una ‘Iglesia en salida’ tenga incidencia y se haga real, salir del viejo paradigma de la cristiandad. No es tarea fácil ya que, como todo paradigma, está fuertemente inscrito en muchas conciencias cristianas; influye directivamente y sospecha o excluye cualquier otro que sea innovador considerándolo desviacionista y amenazador para el bien de la Iglesia y de los fieles. Todo está sometido a ese paradigma que es como la dovela central o clave que sostiene y mantiene todos los arcos de construcción del edificio de esa Iglesia y le confiere su sentido y figura. Entonces admitirá cambios, pero serán superficiales; se propondrán reformas que se quedarán en retoques; se planificarán remodelaciones, pero manteniendo la estructura; se repararán sus grietas, pero para mantener el edificio donde el grupo creyente encuentra su seguridad espiritual. Incluso se saldrá al exterior, pero para volver de nuevo porque necesita donde reclinar su cabeza y sentirse protegido. Queda entonces muy lejos de quien dijo que “este hombre no tiene donde reclinar su cabeza” (Lc 9,58) y, por supuesto, preferirá adorar a Dios en el templo, más que, “con espíritu y verdad” (Jn 4,23), en los lugares donde la humanidad se juega su futuro: en los pobres y desde quienes luchan por una sociedad justa, por una tierra cuidada como casa común, por “colaborar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época”, según insistió el Vaticano II (Gaudium et spes 10). Es indudable que una salida de paradigma es altamente compleja; conlleva riesgos imprevistos; supone abandonar lo que para muchas personas ha sido y es garantía de su seguridad adquirida con fidelidad tradicional. Sin embargo, cada día más personas lo están haciendo; pero en dos direcciones. Unas simplemente abandonan el paradigma que sostiene esta Iglesia en la que no creen y ya nada les dice con su mensaje y se entregan al paradigma que les ofrece o les impone la globalización capitalista a la que están sometidos y resignados, sin más horizontes. Han renunciado al sentido profundo de sus vidas. Se contentan con lo inmediato. Pero también hay personas y grupos comunitarios, conscientes de la complejidad del cambio de paradigma, que optan por intentar la construcción de otro nuevo y trabajan con sus actitudes, con sus aportaciones, con sus modos de vida, en colaboración abierta en la ardua pero esperanzadora tarea de lograr un paradigma auténticamente evangélico y, por tanto, también humano y liberador. Si hoy la Iglesia quiere ponerse en actitud de salida debe ir al encuentro de esas “soluciones plenamente humanas”, como insistió el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes 11), confiada en la presencia del Espíritu que alienta donde quiere (Jn 3,8) y hace brotar una nueva vida en los lugares más impensados, sobre todo, en los pobres que buscan la justicia y la fraternidad. El Papa Francisco propone buscar y construir en una ética compartida un mundo fraternal donde la salvación no está en la Iglesia sola y aislada en su viejo paradigma excluyente, sino en todos, con la clara “conciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie” (Fratelli tutti). Esto no significa por supuesto relativizar el evangelio o reducirlo a una simple referencia más, sino comprenderlo desde su lugar auténtico: los pobres y quienes con ellos buscan la justicia, según las bienaventuranzas (Mt 5,3-12). Para ello hace falta ponerse en salida a fin de oír sus voces de denuncia con oídos atentos, ver con ojos abiertos su situación y actuar con manos samaritanas, eficazmente. La seguridad y confianza, la razón profunda para asumir este riesgo decisivo de salir del viejo paradigma de la cristianad y buscar un nuevo paradigma y el impulso y motivación para construirlo están, para las personas creyentes, en la fe en el Reino de Dios, presente ya en nuestra tierra (Lc 17,20), que supera todo paradigma y al mismo tiempo mueve y empuja a un dinamismo transformador con una nueva espiritualidad y desde una Iglesia en salida para servir y no para ser servida. “Padre, guárdalos unidos a tu persona-eso que me has entregado-, para que sean uno como lo somos nosotros” (Juan 17,11b)
Me atrae esta traducción, porque refleja una gran intimidad y confianza de Jesús en su Padre (Abba). Si comprendiéramos un poco el significado y las consecuencias de esa relación, tendríamos más fuerza para vivir con menos agobio y negatividad. Me descoloca que se inviertan miles de millones en todo el mundo para informarnos de cada contagiado de covid a todas horas, y lo que es vital de verdad se quede encerrado en un libro no leído en una estantería. Me da la impresión de que teniendo la fórmula no damos en el clavo. Tal vez no hemos hecho del todo nuestra la esencia del amor incondicional y total de Dios. Ese amor materno, cercano, al que Jesús llama Abba le permite aceptar el regalo de la persona de ese Abba en su vida porque experimenta que esa relación es tan buena que unifica todo. Y que esa unidad no es una ecuación o una exégesis complicada que hay que interpretar, esa unidad, si es tal, produce amor. ¿De qué amor estamos hablando? De la calidad de amor que toma forma en todo y en todos: desde la naturaleza al último niño o niña naciendo en estos momentos en todo el mundo. Muchas personas temen demasiada cercanía con la divinidad, por una mala formación religiosa. Debemos de-construir los ídolos que intoxican nuestra mente y espíritu, causándonos incluso enfermedad que significa ausencia de firmeza, en nuestros cuerpos y mentes. El amor es una experiencia inexplicable, sólo podemos poner ejemplos, espejos, de ahí el término Abba que emerge de la relación de Jesús con el Dios que va experimentando. Casi seguro que las personas que leemos estas líneas somos madres o padres o abuelas o consagrados que deseamos una formación integral positiva y actualizada para nuestros seres queridos o alumnos. La toma de consciencia de Jesús de que Dios es como un Abba, nos invita a entrar en una relación con ese Dios que él nos transmite y dejar que esa relación se desarrolle. Creo poder decir que muchas personas estamos viviendo esta experiencia hace años, con sus más y sus menos, pero con fidelidad y seriedad y podemos decir hoy que ese profundo texto, nos lleva más allá de las personas a integrar al cosmos: Que TODO sea uno, nos saca del antropomorfismo exacerbado que la cultura occidental nos ha impuesto y la institución eclesiástica ha cultivado, y nos lanza a una súper maravillosa integración de todo lo creado en labios de Jesús. Padre que Todo sea uno. Que no rompamos esa unidad de la vida, en sus millones de formas, en ese entramado indescriptible de eco sistemas, de hábitats, de redes y conexiones que permiten que todo fluya, que la vida siga, que el oxígeno esté siempre ahí y el mar no salga de su cauce y el agua dulce se almacene en los acuíferos y pozos en el subsuelo y las flores se dispongan para que las abejas entren en su corazón y se lleven el polen que hará posible que en nuestras mesas haya fruta y verdura y carne y pescado y vino y cerveza y miel y nueces… Todo está ahí, siguiendo unas leyes de un amor infinitamente sabio que otorga la capacidad a cada ser vivo a desarrollarse, a dejarse hacer en un ciclo fascinante de corrientes, vientos, lluvias, sequías, producción y cariño. Que todo sea uno significa también que dejemos ser para no invadir y con esa actitud dividir, es decir, romper el ciclo de la vida, y ser incluso involuntariamente los que interrumpimos las cadenas de vida y energía que producen todo. El bosque, como ejemplo de unión, tiene su modo de comunicarse los peligros. Si un árbol está enfermo el resto se pone en marcha y le hacen llegar nutrientes sanadores, y le protegen desde sus claves, de la mano invasora, destructora, avariciosa, consumista del que se cree el rey de la creación. Y si eso es así, si nuestra capacidad maravillosa de ser conscientes nos conduce al egoísmo letal, ¿qué primeros pasos podemos dar para convertirnos, por lo menos, en seres tan integrados como los árboles? Ellos, los árboles, viven la experiencia de todos ser uno, se ayudan, protegen, cuidan y saben que sólo si cada uno está bien enraizado puede estar firme y hacer bosque, vivir su identidad y cuidar de los otros. ¿Qué nos falta al ser humano para vivir algo tan básico y aparentemente tan poco común? Me atrevo a lanzar que es la propia persona la que está dividida por dentro. Es decir, nosotros, como colectivo humano, no hemos logrado la integración de mente-espíritu-cuerpo. Mucha culpa la tiene el dualismo que nos ha valorado el espíritu por encima del cuerpo, o la mente-razón por encima de la experiencia. Que Todo sea Uno. Que estemos integrados. Que trabajemos en la naturaleza y con ella para que nos enseñe, para que de su mano aprendamos a integrarnos en diálogo de amor con el Dios que nos da una creatividad como la suya y una oportunidad de tiempo limitada para realizarnos en comunión con todo. Os invito a meditar como proceso hacia esa integración. A escuchar a las personas que hacemos Lectura Orante de la Palabra, porque nos conecta con el bosque que es nuestra interioridad y nos pone en comunión con Todos y Todo. El camino es precioso y la experiencia única. Sabes que puedes ponerte en contacto si lo deseas. Que Todo sea uno, este año 2021 nos invita y urge a ello. Antes de conocer la noticia por los medios de comunicación me llegó un comentario rápido a través de una amiga. Como no pudimos seguir conversando pensé que había entendido mal.
En cuanto abrí compuertas al móvil y al ordenador la abundante información sobre el tema entró a chorro: el Papa Francisco había firmado una carta apostólica a “Motu proprio” (1) modificando el Código de Derecho Canónico sobre el acceso de las mujeres al lectorado y acolitado (2). Pensé que eso se venía haciendo desde que finalizó el Concilio Vaticano II. Quedé muy sorprendida. Como tantísimas mujeres he participado en estos dos servicios desde que era una chica muy joven de parroquia, y de aquellos catecumenados donde faltaban sillas para sentar a tantísimos jóvenes. Participábamos en las Eucaristías, en las tareas de lectorado y de acolitado, entendiendo que no eran cuestión de sexo, sino de servicio. Nunca supe que pudiera ser una concesión subliminal a las féminas, producida por los vientos favorables del Concilio. Nadie me habló nunca de que “siguiendo una venerable tradición, la recepción de los ‘ministerios laicales’, que san Pablo VI reguló en el Motu Proprio Ministeria quaedam (17 de agosto de 1972), precedía como preparación a la recepción del Sacramento del Orden, aunque tales ministerios se conferían a otros fieles idóneos de sexo masculino” (3) ¿He de entender que desde aquellos tiempos hasta ahora las mujeres estamos realizando este servicio fuera de la legalidad canónica? ¿He de entender que ha sido una concesión silenciosa a las mujeres en esta eterna minoría de edad en la Iglesia Católica? ¿He de aceptar que pueda ser por falta de mano de obra en tantas liturgias en donde sólo asisten mujeres, cada vez menos y de más edad? A la sorpresa se le unió una profunda alegría: el acceso con reconocimiento oficial de las mujeres al lectorado y al acolitado fue tema en el Sínodo para la Amazonía. “Esto oficializa y abre a un reconocimiento oficial que no es sólo la buena voluntad de quien quiere ponerse a disposición como acólito sino que es el encargo oficial que la Iglesia le reconoce por tener igual dignidad que los hombres y esto hace de este servicio ministerial un don y un encargo oficial: algo que en la preparación del Sínodo para la Amazonia había sido pedido por la gente y por los fieles, es decir, que la ministerialidad en la Iglesia encontrara igualdad entre hombres y mujeres contando con un reconocimiento oficial”, dice Eugenio Coter, obispo del Vicariato Apostólico en Pando (Bolivia), que fue el encargado de solicitar al Papa, el cambio en el Sínodo de la Amazonía celebrado en Roma del 6 al 27 de octubre de 2019, en nombre de los participantes (2). Pensé poner punto final y firma a este escrito, pero lo archivé y me fui a dar un paseo mi barrio. Sorteando el hielo y la distancia de seguridad por los pasillos abiertos tras la avalancha de nieve, me inundó una extraña sensación de preocupación: Desde el Motu Proprio del Papa Pablo VI (17.08.1972) al del Papa Francisco (8.01.21) han pasado la friolera de cuarenta y nueve años y medio. Medio siglo. Agradezco al papa Francisco que haya puesto esto encima de la mesa y se airee, pero no es como para echar campanas al vuelo, salvo si sirve para otros Motus Propios, avanzando en el camino del reconocimiento de la mujer en la Iglesia Católica. Me entristece y me preocupa que la Iglesia vaya siempre renqueando. Para finalizar, he llamado a mi nieto mayor (13 años) y le he preguntado si sabía qué es un acólito. Me ha dicho que no. Le he explicado que es la persona que ayuda al sacerdote en las misas. La segunda pregunta que le he hecho ha sido si en las misas y oraciones en la pastoral juvenil de la parroquia ayudaban al sacerdote y catequistas. Me ha dicho que sí. He insistido: ¿Ayudan tanto los niños como las niñas? Con voz de asombro me ha contestado: “¡Sí, claro!”. |
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