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¿Y si la humanidad fuera iglesia, cuáles serían sus sacramentos? por: Oscar Fortin, Québec- Canadá

2/18/2014

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¿Por qué no? Se trata de una pregunta que los cristianos deberían plantearse a la luz del mensaje evangélico, como, de igual modo, los no creyentes a la luz del sentido que dan a esta Humanidad. ¿Para los creyentes, la Humanidad no es, acaso, esa cara de Dios que se revela progresivamente y se expresa desde milenios? Verdadera cara de una Humanidad nueva que se deja descubrir en la aurora de un nuevo día, cada vez más liberada de las sombras de la noche y la bruma de la mañana. Pierre Teilhard de Chardin, paleontólogo del siglo pasado, tenía esta visión de una Humanidad en evolución, surgiendo de la opacidad de la materia y que se convertía cada vez más en energía y vida.

Creyentes o no, somos de esta humanidad y participamos todos en su evolución. La etapa que nos corresponde vivir es, sin ninguna duda, una etapa bisagra. Llegamos hasta el punto llamado por Teilhard de Chardin la emergencia de la conciencia de las conciencias.

¿Cuáles son los grandes problemas que vive esta humanidad de más de 7 miles millones de personas? Es forzoso reconocer el hecho que 1% de esta gran comunidad humana posee 52% de todas las riquezas de la tierra. Se dice incluso que las 85 personas más ricas de la tierra cumulan tanta riqueza que las 3,5 mil millones de personas más pobres. No es sorprendente que los pobres sean cada vez más pobres y que los ricos sean cada vez más ricos. Constatamos que las creencias se multiplican, que las sectas se manifiestan cada vez más con fanatismo, que las ideologías pasan a ser verdaderas religiones, mientras que otros se dejan guiar e interpelar por los imperativos del mundo en el cual viven. Se remiten a su conciencia y a su coraje.

Realizamos que la casualidad y el destino no son la única explicación del origen de todos estos males. Los análisis nos revelan que hay ambiciones del poder, llevadas por la codicia y la búsqueda de las grandezas, que han llegado a crear sistemas que les permitían controlar todo los hombres y sociedades. ¿Qué padre, qué madre, amando a la humanidad, podrían permanecer los brazos cruzados delante de tanta ignominia y sufrimiento?

Tan paradójico que eso pueda parecer, el tiempo que es nuestro y al cual participamos no comporta un solo lado, oscuro y perverso, sino también un lado lleno de esperanza. Constatamos un empuje de vida, un poco como aquel que surge a través de los dolores del parto.

Una mirada rápida sobre lo que pasa actualmente en el mundo nos revela un despertar de los pueblos que no aceptan más acomodarse de sistemas políticos, económicos, sociales, religiosos que no respondan a lo que son y esperan. Tenemos la primavera árabe, el M-15 en España, los “Indignados” en Europa y los Estados Unidos, las manifestaciones estudiantes en Chile que reciben el apoyo de los de Argentina y México. Tenemos la conciencia de los pueblos emergentes en América Latina que declaran con voz alta y fuerza que hay otra manera de hacer política y dirigir el mundo. Los problemas de corrupción son denunciados y los políticos deshonestos mostrados del dedo. Todos esos movimientos están llevados por la esperanza de una nueva humanidad. Una nueva conciencia, esta vez a nivel planetario, toma forma y se manifiesta. La llegada del papa Francisco llega a ser para la Iglesia y el mundo una especie de símbolo de estos cambios tan esperados. No es para nada que se volvió en poco tiempo en una de las tres personalidades más admiradas y respetadas en el mundo.

Somos esta humanidad que vive estos dolores de parto. Los dueños de este mundo no se alegran y quisieran proceder a su aborto, recurriendo a la potencia de las armas, a la amenaza de torturas y encarcelamiento, haciendo callar a los y las que denuncian. El dinero para la corrupción, las armas para matar, la mentira para engañar.

No podemos vivir aún haciendo abstracción de esos 7 mil millones de humanos. Ellos son nosotros, nosotros somos ellos. Para el cristiano se trata de la catolicidad en lo que más tiene de existencial y interpelante. Para el no creyente es la humanidad en lo que más tiene de respetable. Para los unos y los otros, todos son unos hermanos, hermanas, camaradas, compañeros. El ¿“Qué hiciste a tu hermano?”, pedía Dios a Caín, se convierte en una interpelación que va dirigida a la conciencia de cada uno y cada una de nosotros. Para el no creyente, impregnado de justicia, de verdad, de solidaridad, esta humanidad a construir le empuña el corazón tanto como a los cristianos. Ya no estamos en las ceremonias de los templos, hechos de piedras, sino en las celebraciones de compromisos que cambian el mundo.

Si las potencias de soberanía son fuertes, las de la resistencia y denuncia se vuelven cada vez más enérgicas. Las mentiras con las cuales dirigen a los pueblos se evaporan a la luz de una verdad que no abdica. La codicia, cubierta de virtudes de caridad y humanidad, se revela en toda su desnudez. El mundo cambió y con él la consciencia. Hablamos de esta conciencia que cruza este mundo y que llega a su nivel superior. Ella es la nueva sinergia que hace pasar la humanidad de la dependencia de los grandes y potentes a la solidaridad y libertad compartida por los humildes de la tierra.

Esta nueva humanidad, marchando por adelante, está dominada por polos que mantienen todas las partes unidas y vivas. Estos polos pueden sintetizarse en lo que siempre ha estado presente en la historia de la humanidad, pero nunca de manera tan consciente y universal como ahora. Para algunos, ellos serán los “sacramentos de la vida” y para otros las “grandes señales éticas”, permitiendo evitar los descontroles y al mismo tiempo comprometiendo a todos y todas para el desarrollo de la humanidad. He aquí los siete sacramentos y señales éticas que me parecen más fundamentales y universales.

La VERDAD

¡Cuántas marrullerías y mentiras estallan en pleno día! Los maestros brujos capaces de disfrazar las mentiras en verdades se encuentran cada vez más desprovistos de su poder de trampear. Rápidamente están desenmascarados y devueltos a sus marrullerías. Las guerras se hacen y se defienden con mentiras conscientemente calculadas y bien envueltas. Este tiempo del fraude ha alcanzado sus límites como la oscuridad de la noche alcanza sus límites con la llegada de la aurora. Practicar la verdad y denunciar las marrullerías se convierten en una señal (sacramento) de conformidad con la humanidad.

La JUSTICIA

En nombre de una supuesta libertad, los amos de este mundo transformaron las leyes fundamentales de la justicia humana en leyes que les garantizaban todos los poderes para pillar, explotar, especular en toda impunidad. Aquí no se trata de esta justicia sino de la que envuelve los derechos de todas las personas de la “casa común”. Luchar contra estas derivas de la justicia a la carta para los potentes es hacer acto de humanidad tanto como de cristiandad.

LA SOLIDARIDAD

Hay la solidaridad de los grandes y potentes cuya solidez se basa en vínculos de intereses, ambiciones, conquistas abastecidas por la corrupción, la marrullería y la manipulación. La solidaridad humana es totalmente otra. Se basa en vínculos de gratuidad, respeto, bondad, verdad, justicia, compartimiento y compasión. De ella debemos alimentarnos y viviendo con ella haremos obra de humanidad.

LA CATOLICIDAD

No la de una religión o de una creencia, sino aquélla que interpela a toda persona de buena voluntad en cuanto al alcance de sus compromisos humanos. Existe la mirada que se limita a nuestro medio ambiente inmediato, pero hay también la mirada que abraza la humanidad entera, del más pequeño al más grande, del más rico al más pobre, del más inteligente al menos inteligente, etc. La catolicidad nos obliga a superar nuestras individualidades para unirnos a esta humanidad en gestación en cada ser humano y a la cual estamos estrechamente asociados. La catolicidad es esta “casa común” de que habla el papa Francisco en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” la cual es inclusiva y no exclusiva. Llevar este espíritu de catolicidad, es responder a la aspiración de la humanidad entera.

LA VIDA

Estoy siempre interpelado fuertemente por estos movimientos que se levantan contra el aborto apoyando con voz alta y fuerte la defensa de la vida de los fetos, siendo al mismo tiempo partidarios de estas guerras que matan por centenares de millares de hombres, mujeres y niños. Estar en favor de la vida es estar en contra de todas las guerras que matan y por las vías del diálogo que permiten solucionar los problemas. Estar en favor de la vida es hacer también posible todo desarrollo y su aparición (nacimiento) en el mundo de la comunidad humana. No se puede estar en favor de la vida y solidarizarse con los sistemas que generan la pobreza, las hambres que matan por centenares de millones de personas anualmente. El combate por la vida debe ser el de todas las mujeres, de todos los hombres y de todos los niños de nuestro planeta tierra.

LA LIBERTAD

Tenemos la libertad de los anarquistas, de las oligarquías, de los individuos, de los grupos que usurpan, de alguna manera, la libertad de los demás. La libertad en cuestión, aquí, es la que se alimenta con la libertad de todos los demás humanos. El verdadero artesano de la libertad no podría estar plenamente libre sin que el último de los humanos no lo sea. Esta libertad se distancia mucho de la libertad que representa la medalla de la libertad con la cual los potentes de este mundo honran a aquellos que les facilitan esta libertad construida sobre la dominación de los demás. La lucha por la libertad que abre el espíritu a la verdad y a la solidaridad es otro imperativo de la humanidad.

El AMOR

Esta palabra “amor” expresa y resume, al mismo tiempo, las seis grandes referencias previas. El “amor” es su inspiración y coronación. Amar es dejar entrar en sí a la humanidad con todo lo que es y con todo lo que conlleva. Es domesticarlo y dejarse domesticar. Como lo escribía St-Exupéry, “se conoce bien, solamente con los ojos del corazón.”

CONCLUSIÓN

Aquí, hemos llegado a esta HUMANIDAD, única et verdadera COMUNIDAD de los hombres y mujeres que la incorporan, en esta “casa común”. Para los cristianos, allí está la casa de Dios, para los no creyentes, allí se encuentra la vida en lo que tiene de reto, de dignidad y razón de ser. En un caso u otro estamos todos interpelados por estos siete sacramentos (imperativos) o, si se quiere, esas siete señales incontorneables de una humanidad que sea la auténtica imagen de su autor. Jesús de Nazaret es esta imagen y sigue siendola a traves de todas las personas de buena voluntad que andan por este camino.

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