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¿Y si Dios no viniera de las alturas? por: Claude Lacaille

6/10/2015

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"Yo soy la viña, la verdadera, mi padre es el viñador. Los sarmientos que no me dan fruto, los quita, los sarmientos que dan frutos los aliviana para que puedan seguir produciendo aún más. La palabra que les digo ya los ha alivianado. Permanezcan en mí, que yo permanezco en vosotros. El sarmiento que no da frutos se quita de la viña, como también vosotros si os separéis de mí. Yo soy la viña y vosotros los sarmientos. Quién esté en mí y en quién yo estoy da muchos frutos. Sin mí vosotros nada podéis hacer, Si alguno vive fuera de mí, fuera, se le arroja como a un sarmiento, se seca, se hace con el un atado y se lo arroja al fuego para que se queme, Si vosotros habitáis en mí, habitados por mis palabras, pedid lo que queráis y lo tendréis. Que deis muchos frutos, que os convirtáis en mis discípulos, esa es la gloria de mi Padre"

Juan 15, según la traducción de la Biblia de Bayard y Mediaspaul, 2001

Desde la noche de los tiempos, los seres humanos se han sentido impotentes ante la muerte, las enfermedades, las catástrofes naturales. El granizo y el rayo que destruye las cosechas y los bosques, los violentos huracanes, las inundaciones, calamidades que en su mayor parte proceden del cielo. Pensaron entonces que allí, en el cielo existía un patrón todopoderoso que controlaba nuestras vidas y nos indicaba qué hacer. Era necesario por lo tanto serle agradables, hacerle ofrendas, suplicarle que nos protegiera, ponerlo en fin de nuestro lado. En mi juventud en primavera, en la fiesta de San Marcos, el 25 de abril se celebraban todavía rogativas en todas las parroquias. Se organizaban procesiones en los caminos  que surcaban la campaña. Se ayunaba y los curas bendecían los campos y los sembrados. Las cruces a la vera de los caminos lo recordaban, Se rogaba a Dios por la lluvia y el buen tiempo. Esto ya no se hace. Hoy en día recurrimos a los agrónomos. Nos hemos  vuelto autónomos y la alimentación se ha convertido en un buen negocio.

Jesús vino a decirnos que Dios no vivía en el segundo piso. Toda nuestra concepción religiosa describe al universo como un mundo de dos pisos: el del cielo y el de la tierra, el mundo sobrenatural y el mundo natural. El Símbolo de los Apóstoles evoca un intercambio de va y viene entre la planta baja y las alturas: el ascensor sube y baja continuamente entre los dos niveles: "descendió a los infiernos, subió a los cielos desde donde vendrá..."  En la apertura de las sesiones en la Cámara de los Comunes en Otawa, hasta 1980, aún se leía esta oración: "Oh! Señor nuestro Padre Celestial, Alto y Poderoso, Rey de Reyes, Señor de Señores, el único soberano de los  príncipes que contemplas desde Tu trono a todos los habitantes de la tierra..." Esta representación resulta problemática en un mundo que ha alcanzado autonomía y que no espera nada de un hipotético mundo de arriba cuya existencia no ha sido jamás probada.

El Jesús del Evangelio de Juan en el capítulo 15 nos conduce a una imagen de Dios de dimensiones terrestres (una característica, en general, de las parábolas) La imagen de la viña es muy inspiradora porque compara a Dios con un viñador cuyo  orgullo es hacer producir a cada uno de los sarmientos de su viña.   Dios es una Fuente, una Inspiración, un Soplo interior, no está arriba sino dentro, en los más íntimo de nuestra intimidad, vive en nuestro mundo, es el alma del cosmos, es el Soplo que anima la vida en la tierra y aún más anima a toda la humanidad en su evolución, está presente en su historia, Jesús es la viña a la que estamos unidos por la confianza, la fe. Permanecemos en él y él en nosotros. "Confiar en mí no es tener confianza en mí sino en quién he sido delegado" Jesús es la encarnación de Dios en nuestro mundo. Es la viña que nace del ser divino; arraiga en la divinidad y hace crecer sus ramas en la humanidad. Dios es la savia que le da vida a la planta, es este impulso vital que desde siempre crea incesantemente al mundo y actúa en lo más íntimo de nosotros mismos.

Es a través de esa vinculación con Jesús, por nuestra confianza en él que vivimos plenamente "Si alguno me ama, seguirá mis palabras, lo amará mi Padre y nosotros habitaremos en él" (Juan 14,23). En la medida en que estemos unidos a la persona de Jesús, a su buena nueva nos convertiremos más y más en el ser que Dios programó lograr, maduramos, somos lo que realmente somos. Dios es la fuente de nuestra humana libertad. El no nos maneja con órdenes desde las alturas escritas hace miles de años en un libro sagrado interpretado por sus pretendidos representantes aquí abajo. La ley de Dios está inscrita en nuestros corazones. Nuestra búsqueda del bien, nuestra capacidad de discernir en temas complejos como el ejercicio de la sexualidad y el amor, la igualdad entre hombres y mujeres, la ayuda a bien morir, por mencionar tan solo tres ejemplos de actualidad, nuestro discernimiento se inspira en la ley del amor que está dentro de nosotros. Al tanteo y alimentados por la divina savia de la Vida buscamos juntos y avanzamos con la esperanza de ver en la tierra el Reino de Dios.

"Galileos ¿por qué permanecéis mirando al cielo?" (Hechos 1,11) Es el mensaje que nos dejó Jesús al irse. Dejemos pues de mirar al cielo buscando la solución de nuestros problemas. Somos seres autónomos. Volvamos a nuestros Galileos, volvamos a nuestras ovejas, a nuestra cotidianeidad y allí lo encontraremos entre los hombres y las mujeres de nuestras modernas sociedades cualesquiera fueren sus creencias o su incredulidad. Dios está permanentemente vinculado a la humanidad y es su inspiración para conducirla a la perfección. Nosotros somos sus hermosos, jugosos y sabrosos racimos "La gloria de mi Padre es que deis muchos frutos" Este otro modo de mirar hacia un Dios muy bajo y muy íntimo nos ayudará a vivir mejor en una sociedad plural y laica sin entreverarnos en devociones rígidas, fuentes de divisiones y de estériles disputas. La humanidad debe sobrevivir en un planeta que debe permanecer azul y vivo. Para lograr realizar esta urgente y colosal tarea necesitamos el Soplo de Vida que anima nuestro mundo desde su interior y es preciso anunciar la Buena nueva de otro mundo posible en todas las lenguas, a todos los pueblos y todas las naciones.

La ley de Dios está inscripta en nuestros corazones



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