En un conflicto donde hace tiempo que la ética está ausente y sólo cuenta la astucia, haría falta un Bobby Fischer para responder a esa pregunta. Yo sólo sé decir que Puigdemont me parece mejor ajedrecista que Rajoy. Y como ya no tenemos a Fischer, sugiero que antes de todo diálogo, nuestro presidente debería aceptar la demanda que se le hizo de una mediación. Si le molesta esa palabra vamos a hablar de un arbitraje.
¿Arbitraje sobre qué? Primero para dilucidar qué valor tiene el referéndum del 1-0, que es donde más se concentran hoy las diferencias. Comenzar escuchando y valorando los argumentos de ambas partes. Unos arguyen que actuaron así porque era la única manera de actuar, dado que la legalidad les impedía poner en acto algo legítimo. Los otros argumentan que no tiene valor un referéndum que se ha convocado en contra del Estatut catalán (que exige dos tercios de votos para una ley electoral: 90 y no 72); cuyos resultados no los ha validado la Sindicatura, como exige también el Estatut, sino el mismo gobierno que convocaba ese referéndum; y que, finalmente, ha permitido votar en cualquier sitio, facilitando así que alguien votara varias veces sin que eso tuviera ningún control neutral. Ese arbitraje podría dictaminar también sobre la parcialidad o imparcialidad de TV3 y de Catalunya-radio. Y sobre la existencia o inexistencia de un clima de miedo y opresión en una buena parte de ciudadanos de Catalunya. Tal arbitraje, junto con las consecuencias que de él se sigan, deberá ser aceptado por ambas partes. Sólo a partir de ese veredicto aceptado se podría comenzar a dialogar sin guardarse comodines para cuando hagan falta. Pero ese diálogo, para ser válido y auténtico, exige que se pueda hablar de todo y que, ya antes de comenzarlo, ambas partes se comprometan a aceptar o la independencia (por un lado), o la no independencia (por el otro), si se ha llegado hasta allí de una manera ética y legal a la vez. Sin esta neutralidad previa, el diálogo es imposible. Y esa neutralidad viene impuesta porque hay valores superiores a las dimensiones de una nación. Como escribí otra vez, a propósito de Euskadi, "lo que más me interesa de los vascos es que sean mis hermanos, no que sean mis compatriotas". Dicho esto, permítase una palabra sobre cada uno de los dos responsables máximos. La decisión del "requerimiento" me parece sensata y prudentepero sólo como forma de ganar tempo. Dije antes que Puigdemont me parece mejor ajedrecista que Rajoy aunque ahora está en posición más difícil; y me sospecho que su respuesta será algo así como que NO ha declarado la independencia; pero con alguna postdata de que ha manifestado su legitimidad y que "toda Catalunya" la quiere. ¿Qué hacer entonces? Seguir adelante con el 155 sería tan contraproducente como entregar una pieza al adversario en una partida de ajedrez: porque la sensación de víctima es semilla de más independentistas. Convocar elecciones cuando el pueblo tiene fiebre alta podría poner a Rajoy ante una situación como la que él tiene en España: los independentistas sacan la minoría mayor, y gobiernan por la imposibilidad de que se unan los otros (puesta ya de relieve por el fundamentalismo de Ciudadanos). Y temo que por ahí se incline Rajoy, porque me recuerda a un viejo profesor de metafísica, muy conservador y del que los alumnos decíamos que todo lo captaba unívocamente, sin que existiera para él lo análogo. Dicho de manera más clara: que, aunque diga el refrán que "de noche todos los gatos son pardos", para él todos los gatos eran pardos ya en pleno día. Por eso añadiría aquí un aviso para Pedro Sánchez: no presumas de haber conseguido el pacto para la reforma de la Constitución, porque las promesas de don Mariano valen menos que la falsa moneda. A Puigdemont le pediría que retire aquellas palabras de su discurso del martes que calificaban su decisión como un acto "de generositat i de responsabilitat". Hombre President: después de haber alabado tanto a los catalanes ¿ahora Ud. los cree tontos? Si le impuso esa decisión la llamada del presidente de la comisión europea Tusk, como dicen algunos, fue más bien un acto de cobardía. Si se la impuso el pavor por la retirada de empresas de Cataluña, como dicen otros, entonces fue un acto de tacañería: porque debería Ud. haber reaccionado como aquel Méndez Núñez que prefería más honra sin pan que pan sin honra ("barcos" dice el refrán en que ha cuajado la frase, paro históricamente tampoco es segura esa palabra). Y si se la impuso la necesidad de agasajar a una CUP irritada, es Ud. un prisionero. Personalmente me da lo mismo ser catalán solo que ser español. Lo único que quisiera es que esto se acabe pronto, porque se está convirtiendo en una especie de autoerotismo infecundo que nos permite olvidarnos de tragedias e injusticias mucho más serias: como la de nuestros pensionistas, saqueados por un gobierno que encima presume de subir las pensiones; la de acabar con la ley de reforma laboral y con la diferencia escandalosa de sueldos entre ellos y ellas; la de toda la corrupción y el famoso 3% de CiU; o que el hambre ha vuelto a aumentar en el mundo mientras el número de niños obesos se ha multiplicado casi por 10... "Esto es lo que habría que hacer, aunque no se olvide lo otro", diría aquel gran denunciador de hipocresías que fue Jesús de Nazaret. Y a eso quisiera sumarme modestamente hoy.
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