Despedida cristiana de quienes nos dejan en esta pandemia,
sin que quizás podamos hacerlo con presencia física. Unos y otros, familiares y amigos, nos sentimos íntimamente unidos como creyentes en Jesús de Nazaret, único en el mundo, de quien se dijo: HA RESUCITADO. RESUCITADO, después que cuestionó a los que ostentaban el poder religioso y civil de su pueblo. El reino de Dios, que él anunciaba, era un reino en el que todos habían de vivir como hermanos, en igual dignidad y derechos, en oposición radical al modelo que ellos pregonaban. Tan radical que no cejaron de espiarlo, odiarlo, y perseguirlo hasta verlo clavado en la cruz. RESUCITADO, después que todos sus discípulos lo abandonaron despavoridos. RESUCITADO, Después que las mujeres anunciaron que estaba vivo, y todos los otros creían que lo contaban era un desatino. RESUCITADOI, porque nunca, de nadie, en ningún lugar, se dijo lo que de Jesús: “Ha resucitado” . Y es que, familiares y amigos, ésta es la verdad original y más asombrosa del cristianismo. Jesús, con su amor extremo a los más empobrecidos y desechados, manifestó el verdadero valor de todo ser humano, y en ese amor, contra los que pensaban que todo acaba con la muerte, la muerte quedó vencida, mostrando él ser humano-divino. La muerte, es parte de nuestra vida, pero una muerte que resucita a diario cuando amamos como Jesús y alcanza su plenitud cuando se nos acaba el plazo temporal-terreno. Y, para colmo, lo que en él aconteció, acontecerá en cada uno de nosotros: “Os tomaré, dice, conmigo,para que donde esté yo, estéis también vosotros”. El gran teólogo moralista de la Iglesia católicas, , Bernhard Häring, profesor mío, escribe: “Cuando alguien me pide que hable sobre la muerte , yo digo que me lo imagino como la fiesta más grande a la que jamás me hayan invitado. Pará mí, y para todo creyente, representa la alegría del encuentro con el Señor de la vida”. Con razón, los sabios acaban venciendo el miedo a la muerte, que es madre de todos los miedos, porque con el morir terrenal recibimos el eterno y jubiloso abrazo del Dios de la Vida y del Amor. Morir, pues, es un cerrar los ojos, para un vivir más y mejor.
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