Gracias Stefano Cartabia, por tu artículo en eclesalia de este pasado 9 de Febrero. Me sorprende gratamente tu reflexión-oración-estudio.
Curiosamente hacía un día que habíamos encontrado en la sección de Global Sisters Report, en el periódico norteamericano, National Catholic Reporter, un artículo de Margaret Gonsalves, “Life consacrated, not religious”, “Vida consagrada, no religiosa”. Ella pertenece a Sisters for Christian Community, hermanas por la Comunidad Cristiana. El Concilio Vaticano II había sugerido muchos cambios en la vida religiosa como en tantos otros aspectos de la vida de la iglesia. Lillanna Kopp, antropóloga y socióloga, miembro de una congregación religiosa, se convierte en 1970 en fundadora de esta comunidad mencionada anteriormente por un proceso de constatación de que las personas más inteligentes y capaces, dejaban las congregaciones e institutos y sin embargo no querían dejar la vida consagrada. Y se preguntó: ¿Y estas personas dónde irán ahora? Por ese motivo empezó esta comunidad que vive la colegialidad en lugar de la jerarquía piramidal, no posee propiedades como grupo, ni tiene “casas madre”, sino que busca enraizarse y trabajar en la comunidad donde viven; mujeres que proveen su propio sustento, su área pastoral de trabajo, viven solas o en grupo, con votos entendidos como manera de potenciar a cada persona al máximo. Ellas mismas dicen que se inspiran en las beguinas, mujeres independientes, no monjas que comenzaron en el siglo XI y en el XII ya se habían extendido por el norte de Europa. Una asociación de mujeres que vivían solas o en grupo y se dedicaban a distintas actividades tanto pastorales como caritativas, sin superioras ni compromisos de toda la vida. Muchas tuvieron experiencias místicas que dejaron plasmadas en escritos que nos han llegado hasta hoy. Sí, hoy queremos una vida consagrada porque hace muchos años que la vivimos con pasión a pesar de haber experimentado muchísimas dificultades en el camino. Y la queremos libre, sana, desinstalada, arriesgada. No queremos mirar atrás con nostalgia porque el pasado ya pasó y el futuro no está aquí, sólo nos queda el presente que se forja minuto a minuto. Pensar siquiera si nuestro carisma o estilo de vida seguirá en el futuro es creernos imprescindibles, cuando la evidencia nos dice que el espíritu se cuida de ir proveyendo y suscitando lo que hace falta en cada momento histórico. No queremos una vida constreñida, que lleva a la muerte del espíritu, determinada por la misoginia, el ansia de poder y control, los últimos coletazos del patriarcado. En este momento concreto de nuestra historia no hay espacio o no debería haberlo, para la desautorización, la competitividad, el recelo, la envidia, la calumnia, en ningún sitio, ¡cuanto menos en la iglesia! Y de eso hemos tenido mucho, en los últimos años demasiado: silenciamiento de teólogos y teólogas, prohibición de hablar de temas acuciantes para nuestra iglesia local y universal, persecución de religiosas en Estados Unidos, y hoy desautorización de los cambios que el Papa Francisco está intentando hacer, empezando por la jerarquía más alta hasta los líderes locales. Efectivamente, la vida religiosa está desapareciendo pero no así la vida consagrada, y mucho más rápidamente que lo que queremos reconocer. No va a volver por mucho que se empeñen algunos. Lo que nos ha demostrado la historia es que los tiempos suscitan maneras de vivir la pasión por el Evangelio y por la creación. Es nuestra tarea vivirla hasta el extremo.
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