En estos días en que la Iglesia celebra el nacimiento de Jesús, la liturgia propone reiteradamente la lectura de este "Prólogo" del cuarto evangelio. Como si, frente al riesgo de quedarnos en las figuras del nacimiento, quisiera invitar a que miremos más allá, hasta ver a Jesús "en el seno del Padre".
De ese modo, nos introduce en una paradoja admirable: "A Dios nadie lo ha visto jamás" y, sin embargo, se le ve en ese bebé. En esa paradoja, se encierra el Misterio de lo Real: lo invisible y lo visible no son sino las dos caras de la única Realidad, que es no-dual. Ni nuestros sentidos ni nuestros órganos neurobiológicos pueden acceder a lo invisible; sin embargo, se hace manifiesto en todo lo que percibimos. Tal como afirma algún físico moderno, en el corazón de la materia se esconde la consciencia. Algo similar se tendría que afirmar desde la mejor teología cristiana: no hay nada donde no se vea a Dios. En una ocasión, una maestra de infantil pidió a los niños y niñas que dibujaran lo que quisieran. Cada cual se puso a la tarea, mientras la maestra iba recorriendo la sala y observando lo que hacían. Al llegar a una niña, le preguntó: — Y tú, Sara, ¿qué estás dibujando? — Yo dibujo a Dios, señorita, respondió la niña. — Pero, Sara, si nadie sabe cómo es Dios... — Espere un poquito, señorita, que en cuanto termine mi dibujo, lo sabrán. En su candidez, la niña tenía razón: fuera lo que fuera que dibujara, se "vería" a Dios en ello. Sin embargo –de nuevo la paradoja-, cuando pretendemos saber quién es Dios a través de nuestra mente –cuando creemos tenerlo en nuestros conceptos-, caemos en el engaño y la idolatría. Como dijera Joseph Ratzinger (el que fuera Papa Benedicto XVI), en 1969, "todo intento de aprehender a Dios en conceptos humanos lleva al absurdo. En rigor, solo podemos hablar de Él cuando renunciamos a comprender y lo dejamos tranquilo". No se puede pensar a Dios; solo se le puede ver, en la consciencia de que Dios y nosotros somos no-dos. Todos estamos ya "en el seno del Padre". Por eso, una de las mayores trampas religiosas consiste en pensar a Dios como un Ente separado. Frente a eso, el "misterio de la encarnación" –la celebración de la Navidad- viene a recordarnos que no hay ni puede haber nada separado de Dios.
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