Conforme iba penetrando en el torrente impetuoso de las páginas del libro, surgía en mi interior hasta hacerse insostenible un doble sentimiento de arrodillamiento e indignación, como reza el título, aunque con sentido distinto. Indignación ante mí mismo. Arrodillamiento ante lo que abrían a mi mirada las reflexiones teológicas del libro que tengo el honor de presentar.
Hace muchos años en el Seminario de Derio-Bilbao tuve la osadía de explicarle al autor del libro, por entonces un joven más inquieto que ahora, dos materias tituladas “Introducción a la Teología” y “Teología Fundamental”. Al leer hoy las páginas de este libro me avergüenzo y me indigno de aquella fechoría. ¿Cómo pude explicar lo que ha de ser la Teología de forma tan racional y teórica, tan alejada del mundo real que, por otra parte, era el mío propio, el de quien había nacido en un pueblo industrial y obrero, en un país aplastado por el capitalismo de los triunfadores de la guerra civil? Muchos de nosotros, en lo que llamábamos “hacer teología”, no teníamos en cuenta la realidad y la cuestión de la injusticia como punto de partida, ignorando, probablemente sin culpa, que no se puede pensar la fe sin escuchar la voz de Dios que está con los oprimidos y humillados. El eje fundamental del libro y su línea argumentativa se encuentran ya enunciados en el primer párrafo del mismo: el vínculo indisoluble entre la fe cristiana y la lucha por la justicia en nuestro mundo. Pero no por razones morales, como si lo segundo fuera la consecuencia operativa de lo primero, sino por razones estrictamente teológicas. Con un trabajo minucioso y exhaustivo sobre la enorme producción de CiJ durante sus 30 años de vida el autor va desentrañando y sistematizando los análisis de las realidades generadoras de injusticia, las denuncias de las mismas desde el compromiso y la propuesta de alternativas que permitan avanzar hacia un mundo más humano y más justo y también –por usar una expresión del papa Francisco– hacia “una Iglesia de los pobres y para los pobres”. La reflexión científica sobre Dios y la salvación que Él nos otorga debe realizarse necesariamente desde el lugar de la injusticia. Si no se hace así, no es teología. Porque la teología es una reflexión sobre la experiencia de nuestra relación con el Dios revelado por Jesús. Y tal Dios es un Dios que se enfrenta a la injusticia como realidad que no es un fenómeno natural, producto del azar y moralmente neutro, sino un hecho histórico, fruto de la libertad y cargado de responsabilidades. ¿Cómo puede pensarse en el Dios revelado por Jesús cerrando los ojos a un mundo donde millones de los llamados seres humanos viven de manera infrahumana, mientras simultáneamente una minoría privilegiada se queda impasible ante el dolor de tantos seres injuriados y de espaldas a sus responsabilidades ante el exterminio? Por tanto la pregunta que debe hacerse la teología es si lo que hoy nos conmociona en nuestra reflexión, lo que nos hace sufrir en nuestros planteamientos evangelizadores es 1) la increencia, el relativismo, la indiferencia religiosa o 2) la injusticia practicada contra los débiles. Esta última es la teología que indica el título de nuestro libro: arrodillada ante el dolor de los sufrientes e indignada por la apatía y la falta de sensibilidad frente a los sufrimientos abismales que tenemos ante nuestra mirada. Es una teología cuyo impulsor es la escucha del grito en que consiste la pregunta radical sobre Dios: ¿dónde está presente el Dios bueno que parece habernos abandonado, que parece desinteresarse de nuestros sufrimientos siendo inocentes como somos? Esta es la pregunta clave: no quién es Dios, sino dónde está Dios. Porque su verdadera identidad se dilucida en relación con su presencia o ausencia en los lugares del sufrimiento injusto. Solo aclarando este interrogante, podremos realizar la tarea de explicar razonablemente quién es Dios. Javier nos muestra en su libro cómo CiJ durante 30 años ha elaborado con modestia pero con tenacidad una teología conmocionada por el dolor de los que yacen heridos en la cuneta de la historia, imbuida de solidaridad con los pobres, promotora de la lucha en favor de la justicia. Y ello por dos razones: porque no somos inocentes de tal sufrimiento y porque no podemos llamarnos cristianos y pasar de largo ante aquel clamor como el sacerdote y el levita de la parábola del samaritano.
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