La celebración de hoy tiene dos partes: la procesión de los ramos y la eucaristía, que deben unirse en un único mensaje. Tenemos la tendencia a celebrar la entrada triunfal independizándola de la Pasión y Resurrección. Pero forman un conjunto: no solo los sucesos son un todo sino el mensaje es único.
Nuestra tendencia es celebrar una entrada triunfal, asemejándola demasiado a la entrada de un rey terreno que triunfa de sus enemigos. Más que una entrada triunfal es una entrada mesiánica, y no del mesías que el pueblo y sus jefes esperaban, sino del siervo sufriente que no viene a hacer triunfar al estado sobre sus enemigos sino a convertir los corazones a Dios. Aunque los rasgos de la entrada mesiánica han sido magnificados por los redactores de los textos, para mostrar su fe en Jesús Señor, todavía podemos descubrir en los textos la modestia de la entrada de Jesús en Jerusalén, y los símbolos de su negación a conformarse con la imagen mesiánica al uso (el borrico como cabalgadura). El cuarto evangelio subraya mucho la actuación de Jesús que se niega a entrar como Rey y viste su entrada con todos los signos de su porfiada negación del Mesianismo Davídico. Es por tanto importante que nuestra celebración de este "suceso" no degenere en superficiales aclamaciones triunfalistas. Los mismos textos, y especialmente la profunda elaboración del cuarto evangelio, nos muestran a los discípulos entusiasmados por un triunfo exterior, y a Jesús empeñado en dar sentido interior a su mesianismo. Como siempre, los evangelios se preocupan de subrayar que los discípulos no se han enterado de gran cosa, y siguen pensando en quién es el mayor y en sillones ministeriales a la derecha y la izquierda del Rey. No podemos caer en la misma tentación, sino atender al mensaje de Jesús. Y para eso están ahí las dos primeras lecturas de la Eucaristía, que nos darán un contexto estupendo en el que enmarcar toda la celebración. Ver textos y comentario de las lecturas En contraposición con estas lecturas, los dos salmos que se ofrecen para acompañar la procesión (23 y 46) parecen incitar más bien a una celebración triunfal, exterior. Deberemos cuidar de que nuestras aclamaciones a Cristo Señor no hagan olvidar que, al decidirse a entrar en Jerusalén, Jesús está subiendo a la cruz, precisamente por el rechazo de los jefes, el olvido del pueblo y la cobardía de los discípulos. Serían perfectamente aplicables a esta celebración las consideraciones que solemos hacer al celebrar la fiesta de Cristo Rey. Los relatos de la Pasión, que son sin duda desarrollo de las más antiguas tradiciones orales y escritas sobre Jesús, constituyen el núcleo del Kerygma primitivo, y una de las pruebas más importantes de dos aspectos básicos de nuestra fe en Jesús: · Son un argumento irrefutable de la historicidad básica de los evangelios. La dificultad que suponía para las primeras comunidades predicar la fe en el ajusticiado muestra bien que no inventan sus relatos a su conveniencia, sino que repiten el mensaje recibido por muy molesto que este sea. Ejemplos evidentes de esto son por ejemplo la unanimidad de los textos en no ocultar (al revés, en insistir en) las negaciones de Pedro y la desbandada de los Once, más el mismo hecho de los sufrimientos, Getsemaní etc., etc. · El anuncio de Jesús no tiene ningún matiz mítico. Jesús no es un mito sagrado que se viste luego con narraciones realistas para consumo popular. Esta es precisamente la vía errada de los Apócrifos, y la razón de su rechazo por las comunidades. Si en otros momentos de los evangelios los aspectos simbólicos o las citas de los profetas hacen casi irreconocible la historia, aquí el mensaje es la historia, lo que pasó, y los añadidos interpretativos o simbólicos son pocos y sirven para señalar el valor y sentido de la historia, de lo que vieron los ojos. La entrada de Jesús en Jerusalén, en vísperas de la Pascua, entrada pública, no a escondidas, fue una imprudencia y un desafío. Le buscan para matarle y han puesto a precio su cabeza. Hasta este momento, Jesús se ha ocultado, se ha alejado del peligro. La gente piensa que no se va a atrever a venir a la ciudad por Pascua. Pero Jesús toma la decisión de subir a Jerusalén y entra en la ciudad públicamente. Es posible que sus discípulos aprovecharan la ocasión para hacer de esa entrada una manifestación triunfal, incluso con signos mesiánicos. Es claro que las comunidades posteriores vieron en ese suceso la entrada del Mesías en su ciudad, y así la interpretaron. Los datos de los evangelios permiten adivinar los hechos: los galileos que han subido a la fiesta aclaman a Jesús. La gente de Jerusalén se extraña, preguntan qué pasa, y algunos se juntan a la fiesta. Jesús estropea la fiesta y entra en la ciudad llorando. Jesús convierte los signos de triunfo davídico en signos de mesianismo inverso: el pollino (no caballo regio), el llanto sobre Jerusalén… Jesús sabe que entra en la ciudad a morir, y que ese, no las aclamaciones de la multitud, será su triunfo. Los discípulos no se dieron cuenta entonces de lo que estaba pasando. Solamente comprendieron más tarde… como tantas veces. Como nosotros, cuando celebramos esta fiesta como un triunfo davídico, con palmas y cánticos de gloria, sin pensar en que Jesús llora por Jerusalén y se dirige, consciente y decidido, hacia la muerte. LO QUE VE LA GENTE Y LO QUE VE JESÚS La gente de Jerusalén ven un espectáculo un tanto sorprendente, a algunos les parece ridículo: un puñado de galileos aclamando a su líder, un carpintero sin cualificación del que dicen – insensatos – que es el Mesías. Como tantos otros, como tantas veces. Los escribas, los doctores, los sacerdotes, ven un posible peligro: fue un predicador dudoso, de doctrina y costumbres nada ortodoxas. Llamó la atención por presuntas curaciones, tiene algunos discípulos. Pero tiene la osadía de presentarse en el Templo, le aclaman como Mesías. Esto se puede ir de las manos, provocar la reacción de los romanos. Esto se tiene que acabar. Los discípulos ven el triunfo definitivo de Jesús Mesías. Ha llegado el momento, Jesús se instalará en el Templo, el Altísimo lo respaldará con algún prodigio cósmico, los doctores y los sacerdotes se postrarán ante él, los romanos serán expulsados. Comienza el Reinado de Israel sobre las Naciones, que vendrán a adorar a Dios en su (de Israel) santo Templo. Jesús ve la ciudad engalanada para la fiesta. Ve la Fiesta de la Pascua, un gran negocio para Jerusalén. Ve Escribas y Doctores ciegos, que impiden que el pueblo crea en Dios. Ve Sacerdotes dueños del Templo y de la conciencia de la gente. Ve gente aclamando a otro, porque él no es como el que aclaman. Ve discípulos galileos sin convertir. Jesús ve el camino de la muerte. Adivina el Gólgota al otro lado de las murallas del Templo. Ve el esplendor del Templo, sabe que de todo eso no quedará nada… Y SE ECHA A LLORAR. Llora porque Jerusalén no va a aceptar la Buena Noticia, no va a entrar en el Reino, no va a conocer al Padre. Como dice, tan sabiamente, nuestro villancico popular: “todo el mundo sonríe, solo Dios llora”.
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