En la medida en que se conoce más el proceso como fueron redactados los evangelios, es posible distinguir en ellos diferentes estadios, correspondientes también a diferentes tiempos en la vida de la comunidad.
Así, el motivo por el que se dice que estaban "cerradas las puertas" parece haber variado en el tiempo: si en la redacción última, el hecho se atribuye al "miedo a los judíos", parece que, originalmente, ese detalle quería señalar la próxima venida de Jesús como un hecho tan portentoso como inesperado. Por otro lado, los exegetas coinciden en que el "episodio de Tomás" es un añadido posterior que tiene una intencionalidad clara: subrayar la igualdad de la fe de la comunidad actual (del año 100, en que pudo haberse redactado ese añadido) con la de la comunidad primera. El objetivo del relato original quiere poner de relieve que la "identidad" del resucitado es la misma que la del crucificado (señales de los clavos), asegurando la presencia del maestro en medio de la comunidad. Y esa presencia se traduce en alegría, en paz y en misión. Aunque en algún momento la misión se entendió en clave proselitista –para una consciencia mítica, era inevitable-, hoy nos queda claro que la misión solo es una, por más que se exprese en cada persona de una manera "peculiar". La misión consiste en ser canal o cauce por donde la Vida fluya. Esto es lo que vivió Jesús de Nazaret, y esta es la misión a la que somos convocados. La misión, por tanto, no nace del voluntarismo, sino de la comprensión de quienes somos. No nace de la mente y, por tanto, no es el ego quien ha de protagonizarla. Brota de la sabiduría profunda en la que saboreamos nuestra verdadera identidad. Por eso, aunque requiera desapropiación, desapego e incluso esfuerzo, no es en ningún caso tiránica, ni algo añadido a lo que ya somos. Si fuera algo "añadido" a nuestra vida, habríamos caído en un dualismo erróneo y perjudicial. Del mismo modo que la luz ilumina por sí misma, la persona que está anclada en su verdadera identidad –la persona sabia, que "saborea" lo que es- está siendo ya luz para los demás. Porque justo entonces, cuando estamos en conexión con nuestra verdadera identidad, sale de nosotros lo adecuado: se manifiesta la Vida que somos. Así entendida, es claro que el yo no puede apropiarse de la misión. Esta desaparecería en el mismo intento, para convertirse, sencillamente, en un proyecto del ego. Esto explica por qué, a lo largo de la historia, incluso las "misiones" mejor intencionadas, con frecuencia, se han convertido en experiencias negativas, de consecuencias desastrosas. Lo que nace del ego –por más que sea un ego "bienintencionado" o religioso- no construye, porque los criterios egoicos son inexorablemente estrechos y reductores. La "misión" no tiene sujeto ni es susceptible de ser apropiada por nadie. Sencillamente, es. Se trata de una desapropiación exquisita en la que se cumple aquella palabra sabia de Jesús:"que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha" (Mt 6,3). Una vez más, se trata de soltar las falsas identificaciones para reconocer nuestra identidad en la Vida, única y compartida, que a través de todo se expresa.
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