Era el final del verano. Convencí a una de mis nietas para venir a misa el domingo para dar gracias a Dios. Habíamos estado mucha familia junta y no había habido ni discusiones ni accidentes. Me costó mucho pues no es muy partidaria de ir a la iglesia y, como chica joven en vacaciones, se había acostado a las mil y quinientas, una frase de mi juventud que significaba la llegada a la cama de madrugada.
No refunfuñó mucho aunque parecía dormida. Al principio todo fue bien pero con la lectura de la epístola, era el 26 de agosto, se le cambió el semblante. No sé si recuerdan el texto pero dice así: “las mujeres que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo”. Yo esperaba que el sacerdote hiciera un comentario sobre el contexto de Pablo, las costumbres históricas que hoy ya no prevalecían y cosas semejantes, pero no dijo nada y, como el que calla otorga, parecía que daba por bueno el texto. Recuerdo que un sacerdote amigo se saltaba el Evangelio de la suegra de Pedro o el de los hermanos de Jesús porque así se evitaba preguntas embarazosas de los fieles. No creo que se debe de llegar tan lejos, pero escuchar que es palabra de Dios esa epístola de Pablo para una mujer en el siglo XXI es duro y exige muchas explicaciones. La primera es responder a los motivos por los que no se suprime esta lectura del leccionario, ya que se pueden escoger otras muchas, y la segunda es recomendar al oficiante que explique, aunque tiene poca explicación en nuestros días, el mundo en el que vivía Pablo que es en el que viven muchas mujeres contemporáneas nuestras. Cuando en los países a los que no ha llegado la liberación femenina ¿No son también para ellas unas palabras odiosas que justifican la opresión en la que viven? La moraleja es que a mi obligada nieta no le hizo ninguna gracia escuchar la lectura de la epístola y me echó en cara, sabiendo mi feminismo, que no hubiera levantado la voz o haber pedido explicaciones al sacerdote en la sacristía. No creo que este hecho le haya levantado las ganas de volver a misa pues como fue al principio ya no estuvo atenta a lo que podía inspirarle el Espíritu.
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