Santidad, soy un barcelonés abandonado por su obispo, un obispo que vive de espaldas al Evangelio y a la ternura de Jesús, y que sólo busca mantenerse en el poder para acumular todavía más poder.
Somos muchos los que en mi ciudad no encontramos ningún refugio espiritual en nuestro obispo, cientos de miles de ovejas sin pastor que asistimos con desolación al tétrico espectáculo de ver cómo la mayoría de nuestras parroquias están cerradas todo el día y los seminarios trágicamente se vacían. Santidad, cada persona y cada rebaño necesitamos a nuestro pastor, alguien que nos ayude a estirar los dedos hasta tocar la cara de Cristo. El hombre sin espíritu es carne amontonada. Mientras nuestro obispo juega a repartir cargos para aferrarse al poder, miles de almas sin alimento ni guía se destensan, se desparraman, y cada vez estamos más solos, más alejados. Somos misterio y esperanza, y lo único que recibimos es tacticismo y burocracia. Somos la alegría de la Anunciación y un obispo agrio y desconfiado nos humilla con su desprecio y su cansancio. Reconozco y respeto el principio jerárquico, y la obediencia como valor cuando el poder se usa para concretar el deseo de un mundo mejor; pero lo que más minuciosamente hemos aprendido de Su Santidad en los intensos días de su papado es que el poder por el poder es una ofensa a Cristo, que contra el cinismo tenemos no el derecho sino el deber de rebelarnos, y que el Evangelio necesita ser proclamado. Santidad, con todo el respeto y con toda la humildad, y también con toda la inquietud y toda la ansiedad de tantos barceloneses que como yo nos sentimos abandonados, con las parroquias cerradas y nuestro pastor de espaldas; Santidad, con mi alma necesitada y el corazón en la mano, le pido un obispo que nos haga crecer en nuestra espiritualidad y en el Misterio de la Cruz, que nos acompañe en la alegría infinita de ser cristianos, que no tenga miedo de la verdad y no se esconda de ella en mediocres conspiraciones palaciegas. Somos un rebaño debilitado. La Iglesia en Barcelona tiene una presencia sombría y vulgar, como si el amor de Dios no salvara o María no fuera nuestra madre. Le imploramos, Santidad, un obispo que nos ame.
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