A la mayoría de los creyentes –y no creyentes también- nos duele hoy el cristianismo, como a Ortega y Gasset le dolía España.
Un cristianismo teológicamente tuneado apenas inaugurada la Factoría Ecclesia en los primeros siglos de nuestra era. Nada digno de escándalo, por otra parte, como se puede apreciar en el censo de todos los Panteones de cuantas Factorías Teístas en el mundo han sido. Conferir nombres y atributos a los dioses era un modo de otorgarse dominio sobre ellos: “Adán puso nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo”, relata el Génesis. Y luego Adán –los hombres- han continuado con esta práctica de nominación y de poder hasta nuestros días. Y así, el Dios de Todos y de Todo, sujeto de una Espiritualidad y de una Mística ecuménica, se torna objeto de deseo de toda Religión. Pierde entonces su carácter de Patrimonio Universal de la Humanidad y queda sometido a los estrechos límites de una visión cultural castrante de la espiritualidad, aunque por su naturaleza sin fronteras espacio-temporales. A partir de ahí se inaugura el sarao de los tuneos. Objetivo: la personalización del vehículo Dios identificado como propio, como único auténtico y confortable. Y no solo en cuanto a sus atributos, sino en su misma esencia y existencia expresada en esos mismos atributos. Todos los seres vivos se han percatado de siempre, que solo se puede sobrevivir en el seno de una comunidad fuerte regida por reglas. Así lo evidencian desde las más elementales colonias de eucariotas hasta las estructural y funcionalmente más complejas de los organismos pluricelulares biológicos y sociales. En las religiones –en todas- rige el mismo principio y, en cuanto se organizan en colonia, se institucionalizan. Es el momento en que los poderes constituidos inician con desmedido celo su tarea de diferenciación, de cisma con lo universal. En primer lugar, los propios nombres atribuidos a Dios, con los que se pretende diferenciarle –a Él, el Inefable, el Innombrable- con los apelativos que, modo humano, le hemos atribuido: los apelativos de todopoderoso, justiciero, eterno, creador… etc. Aunque es cierto que la mayoría de ellos han tenido su origen en las tradicionalmente denominadas –¿otro tuneo?- Sagradas Escrituras. Los Concilios han sido la factoría más importante –nueva fragua de Vulcano- donde la jerarquía eclesial se ha mostrado consumada maestra en el arte de forjar y fundir modificaciones sustanciales en la mecánica, y también cambios exteriores de la carrocería e, incluso, de los interiores de la cabina de mando. Con ello no han hecho otra cosa, en la mayoría de los casos, que desfigurar el rostro original del cristianismo. Los credos de Nicea y Trento lo testimonian. Fruto de ese arrebato de celo, la Excomunión. Un avance deplorable de bomba atómica con efectos físicos y morales más destructivos aún –anathema sit- que las de Hiroshima y Nagasaki. ¿No necesitaremos igualmente un escudo antimisiles espirituales? Declaraciones de dogmas, implantación de sacramentos, dictados de normas y ritos a destajo que –y perdón por la imagen- no han sido más que marcas de territorio que han llevado a la Iglesia a una diferenciación sí, pero también –y esto es más grave- a un gheto excluyente y excluido sin apenas cabida ya en los cauces vivos del Evangelio. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”: una Verdad en la que todo es vida y todos son caminos. En el Diccionario de la Real Academia de Jesús no existen vocablos como expatriado, anatema…etc., que separan: todo en él rezuma unión y comunión. Del seno del brahmanismo nació Buda y el budismo (siglo V a. C.), movimiento espiritual que significó una reacción contra la rigidez dogmática y, principalmente, contra la casta sacerdotal como depositaria exclusiva de la religión, la ciencia y el poder socioeconómico. Jesús levanta similar bandera frente al Templo, los fariseos y cuantos, a golpe de tuneo –filacterias, kipa, alba, tiara, silla gestatoria… etc.- habían transfigurado la doctrina vital de la Biblia: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”. Tenemos una religión tuneada; nosotros estamos también tuneados, la sociedad es una sociedad tuneada: extrodeterminada, diría Riesman El signo es más importante que lo significado, lo accidental que lo esencial. Y así el hombre y la mujer del s. XXI se han identificado con el signo y, como señala Tiziano Terzani, se creen un Armani. La Iglesia cristiana de este tercer milenio, aunque anclada todavía en muchos aspectos en la Edad Media y en la nebulosa de que el reino de Dios no es de este mundo, ha intentado virar significativamente hacia tierra firme. Pero el Vaticano II fue un fracasado golpe de timón. ¿Hay crisis sistémica en la Iglesia como la hay económica en Europa en expresión reciente de Trichet, gobernador de Banco Central Europeo? Personalmente me temo que sí. Y lo más grave es negarla.
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