Mala máxima la de “nada más viejo que el diario de ayer”. Las cosas ocurren para que las pensemos y repensemos hasta saber cómo actuar. Veamos tres ejemplos.
1.- ¿Auto-anomías?. No existe la mentira absoluta, y hasta en la opinión del más distante puede haber algo de verdad. Eso me sucedió cuando oí al señor Aznar hablar contra el estado de las autonomías. Ya recordarán la que se armó: hasta el mismo Aznar, terco como es, tuvo que “matizar” su opinión dos días después. Sin embargo… cabría reconsiderar sus palabras de este modo: si no fue posible antaño el estado federal que algunos soñábamos, entonces lo único razonable era un estatuto de autonomía para Cataluña, Euskadi y Galicia, únicas comunidades esgrimen factores diferenciales de lengua, cultura o historia. Lo contrario, la obsesión del “café para todos”, es una solución falsa: puede brotar de los celos, y hace que aquellos que siempre se sintieron diferentes pidan entonces “copa y puro” además del café: porque lo que quieren es ver reconocida su diferencia. No abogo por el regreso a una centralización absurda: nuestros ayuntamientos han sido un ejemplo magnífico de lo que puede dar de sí el que las decisiones se tomen más cerca de cada ente local. Pero es imprescindible simplificar el armatoste gestor del estado, evitando duplicar administraciones y evitando gastos excesivos que éste país no puede permitírselos. ¿No está sucediendo que incluso estados federales, como Alemania, sienten haber llegado a un momento en que necesitan armonizarse un poco?. 2.- Concierto para pinganillo sin orquesta. Estrenamos un senado plurilingüe. Como cada cual barre para su adentro, unos esgrimieron la evidencia de la España plural, que todas las lenguas del estado son un tesoro y no un estorbo, y que ya es hora de que eso se refleje precisamente en una cámara llamada a ser la cámara territorial. Los otros se acordaron en seguida de que cada sesión cuesta 12.000 € en traductores y que éstos no son momentos para tales dispendios. Ambos inobjetables. ¿Hay modo de armonizarlos?. Sugiero una respuesta de Perogrullo: úsense todas las lenguas, pero no se recurra a traductores. - “¡Oh, pero entonces muchos senadores no se enterarán de nada!” objeta el ciudadano ingenuo. Y la respuesta es igual de simple: - ¿acaso sus señorías se enteran de algo en el Congreso donde todos hablan la misma lengua? Pues no. Soportan estoicamente los discursos sabiendo de antemano lo que votarán cuando llegue el momento. Entre tanto dormitan o leen o van al bar o, a lo sumo, atienden a ver en qué momento podrán abuchear o aplaudir. Nada más. Y si no, cítenme un solo caso de un parlamentario que decidiera cambiar su voto, convencido por el discurso y la argumentación de otro. La disciplina de partido impide eso. Mientras ella exista, mejor sería que a esa supuesta sede de la soberanía popular se le llamase parla-cuento en vez de parlamento. - ¿Es que entonces los discursos parlamentarios no sirven para nada? pregunta otra vez el ciudadano de buena fe. ¡No hombre, no!: sirven para algo muy importante que es salvar las apariencias cuando detrás de ellas no hay realidad que salvar…. 3.- ¿Malograda Familia? Un último punto muy serio para mí, como cristiano, y que puede herir sensibilidades, es esa especie de oxímoron construido con la Sagrada Familia. Recordemos algunas escenas evangélicas: el Templo de Jerusalén construido por Herodes era tan precioso que los judíos solían decir que quien no lo había visto “no conoce maravilla”. Pero cuando se lo enseñaron a Jesús ponderándole su belleza y su grandeza, el muy aguafiestas se limitó a comentar que, de todo aquello, “no quedaría piedra sobre piedra”. Por si fuera poco, a los pocos días se presentó en aquella maravilla, cogió un látigo y comenzó a derribar las taquillas y puestos de venta de ofrendas, diciendo que la casa del Padre ha de ser casa de oración para todas las gentes y no lugar de comercio. Tales conductas fueron factor decisivo de su condena a muerte: porque pretendía que todo aquello sólo era “obra de manos humanas”, y que Dios mora en otro tipo de templos: el templo de Dios es la comunidad fraterna, enseñará después san Pablo a sus cristianos. Y bien: cristianamente hablando ¿qué es esa Sagrada Familia de la que hoy tanto presumimos? No es una parroquia: pues la actividad parroquial sigue en la cripta como antes; no es una casa de oración para todos pues está cerrada y sólo se visita pagando entrada (o haciendo unas colas de tres horas en los escasos días en que está abierta… para visitas turísticas). Le hemos dado un nombre tan pomposo como vacío (basílica), pero esto no cambia su realidad concreta. No dudo de su extraordinaria belleza, por supuesto. Pero también son bellísimas las cataratas de Iguazú… Y cuenta san Agustín que cuando se extasiaba ante la belleza de algunas realidades, preguntándose si había encontrado en ellas al mismo Dios, las cosas le respondían: “busca más allá de nosotras”. Esa respuesta me evoca el deseo primero de Gaudí de que su templo fuera “una catedral para los pobres”. ¿Hemos sido infieles a aquel proyecto? Vivir es preguntar. Así que, entre luces y sombras, sigamos pensando.
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