Leo en la autobiografía de Oliver Sacks: “Fue solo entonces, en esa extraordinaria reunión, cuando comprendí plenamente la riqueza de la personalidad de Wystan, su genio para las amistades de todo tipo. Allí estaba, con una sonrisa radiante, en medio de sus amigos, totalmente relajado, o eso me pareció. Y sin embargo, entreverada con todo eso, también flotaba una sensación de ocaso, de despedida" 1.
Tengo la impresión de que tanto él como Lucas en el evangelio de este domingo, están contando, cada cual a su manera, una experiencia de transfiguración. Estamos ante dos narradores que dan cuenta de algo que les ha impactado profundamente a nivel relacional y, a partir de ahí y con diferente grado de intensidad, se salen de la esfera plana de las descripciones precisas y exactas y se expresan en el lenguaje de lo excesivo, lo simbólico y lo totalizante: “solo entonces”, “extraordinaria reunión”, “comprendí plenamente”, “totalmente relajado”, “riqueza”, “genio”, “radiante…” Son expresiones vigorosas de Sacks que comunican la emoción de haber descubierto el “rostro otro” de un amigo. También Lucas quiere transmitir algo de la experiencia límite de conocer a Jesús de una manera “otra” y emplea para ellos un lenguaje intenso: “subió a un monte”, “oraba”, “cambió de aspecto”, “sus vestidos resplandecían de blancura”, “su rostro se volvió otro”, Moisés y Elías, dos nombres que hacían estremecerse a cualquier judío, “aparecieron gloriosos”; una “nube hizo sombra”, y una “voz”, saliendo de la nube, llamó “Hijo” a Jesús dejándolo amparado y envuelto en una ternura torrencial. Una palabra grave: “éxodo”, tiñe también esta escena de la “sensación de ocaso y despedida”. Y como contraste oscuro frente a tanta luz, tres hombrecillos asustados que balbucean desatinos y que preferirían dormir y quedarse al margen de tanta desmesura. También nosotros lo preferiríamos, seguramente. Quedarnos tranquilos, entretenidos en lo inmediato, ajenos a la capacidad de transfiguración que se esconde tras la aparente trivialidad de las personas y las cosas. “El mundo está lleno de esplendor espiritual y de secretos maravillosos”, decía el Baal Sem Tov fundador del judaísmo jasídico, “pero basta una pequeña manita sobre nuestros ojos para esconderlo todo”. También Job reconocía esa ceguera al decir: “Cruza junto a mí y no lo veo, pasa rozándome y no lo siento” (Jb 9,11). El Evangelio de hoy nos propone precisamente lo contrario: una atención despierta capaz de detectar el roce de la vida y del Señor que la habita; una terca convicción de que toda realidad esconde en su entraña el poder de resplandecer, de “volverse otra”. Y una escucha expectante que nos permita oír, en medio de la algarabía de tantas voces, la Voz que se nos dirige a cada uno y que nos susurra las palabras que poseen el poder de transfigurarnos: “Tú eres mi hijo amado”.
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