La escena, como las de los domingos anteriores, se sitúa en los últimos días de Jesús, en Jerusalén, en el contexto de un enfrentamiento definitivo con todas las autoridades de Israel.
Tras la entrada triunfal (¿?) en Jerusalén, Jesús purifica el templo. Vienen después las parábolas de la reprobación: la higuera estéril, los dos hijos, los viñadores homicidas, el festín nupcial que leíamos el domingo pasado. Entonces todos los "poderes" de Israel, los fariseos, los saduceos, los doctores, empiezan la ofensiva para desautorizarle en una discusión pública. El primer ataque viene de los fariseos, que se alían con sus mayores enemigos, los partidarios de Herodes. Le proponen la delicada cuestión del pago de tributos a Roma. Como siempre, es una pregunta-callejón sin salida: Jesús no puede decir que es lícito pagar tributo, porque va contra la Ley, contra la soberanía de Israel; para eso están ahí los discípulos de los fariseos. No puede decir que no es lícito, porque inmediatamente le acusarán ante el gobernador romano; para eso están ahí los partidarios de Herodes. Para ambientar bien la escena, conviene saber que los judíos usaban habitualmente la moneda oficial romana (la más común era el denario) pero existía moneda propiamente judía que casi se usaba solamente para pagar el impuesto al Templo: la más común era el siclo (que valía 4 denarios). En las monedas romanas, usadas para el tributo, estaba la efigie del César. En muchas de las otras, que a veces incluso se aceptaban para pagar al templo (por ejemplo la dracma), había imágenes paganas, incluso de dioses. Es clara la torcida intención de los fariseos, pero es magnífica la descripción que hacen de Jesús. Sin duda, aunque ellos no piensan así, es lo que piensa el pueblo: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias." Jesús no se deja engañar, y no entra en el tema que le proponen: no da doctrina sobre el tributo, sino que se limita a desenmascarar a sus adversarios. "Dad a César lo que es de César" es una evasiva; la siguiente pregunta debería ser: "¿qué es de César?". Jesús confunde dialécticamente a sus enemigos, les echa en cara su hipocresía, y "se sale" de la discusión, que no va con El, ni le interesa. Jesús va más adentro, a lo esencial: les está ofreciendo La Palabra, y ellos siguen cerrados, impermeables, proponiendo mil triquiñuelas legales para cazarle y desautorizarle. Jesús demuestra su superioridad incluso en el propio terreno de sus enemigos y parece despreciarlos. El centro de este mensaje será: ”dad a Dios lo que es de Dios”, que es precisamente lo que están soslayando sus interlocutores Hasta aquí, la interpretación "directa". Las aplicaciones que históricamente hemos hecho acerca del poder civil, Iglesia-Estado... pueden ser más o menos afortunadas, pero son palabra de hombre. Se trata por tanto de un contexto en el que se produce la definitiva ruptura con la religiosidad oficial. Lo podríamos resumir en "mi Reino no es de este mundo". Todavía, la polémica es un tanto general: pero los fariseos han creído preparar una trampa perfecta, y han fracasado. Y ya ha sonado por primera vez la palabra "hipócritas", (la traducción más apropiada sería “comediantes”) que será la protagonista del capítulo 23, en que Jesús pasa al ataque y llega a insultar gravemente a los escribas y a los fariseos. TODO ES DE DIOS A César lo que es de César: los negocios son los negocios. Doy el diez por ciento a Cáritas y ya no me preocupo de los problemas de nadie, ya están justificados mis otros gastos, aunque viva como un príncipe, porque ya he dado a Dios lo que es de Dios. Media hora a la semana para Dios y el resto para mí. Dios está en el Templo pero fuera ya no, hay espacios sagrados y profanos, hay tiempos sagrados y profanos... Y nada más profano que el dinero... o la política. ¡Pero todo es de Dios!, lo del César también es de Dios, a Dios hay que dárselo todo. "Todo es vuestro, disponed de todo a vuestra voluntad"... ¿En qué quedamos? ¡Qué fácil es coger el evangelio por donde nos apetece, sacarle conclusiones facilonas y decir luego: "¡Palabra de Dios!". Como los predicadores de las películas del Oeste, Biblia en mano, gritando: "Como dice el Señor, amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo; como dice el Señor, no comerás la sangre de los animales, te abstendrás del cerdo y de la liebre; como dice el Señor, exterminarás a tus enemigos...." Y esto es lo que solemos hacer con la Biblia entera: una línea, y queda probada una idea que se nos ha ocurrido. ¿Recuperaremos algún día la seriedad y el sentido común al leer la Biblia y al proclamar "Palabra de Dios"? Es posible que este domingo, en la Misa, algún predicador como los del Oeste explique lo del tributo al César hablando de la sumisión a los poderes civiles, o de que hay que distinguir entre lo sagrado y lo profano... Y demostrará con eso que dice solo lo que se le ocurre, sin ciencia, sin entender la Palabra. Jesús no ha entrado a la trampa que le han tendido, pero la ha aprovechado para desenmascararles. Jesús les da la vuelta al argumento y les echa en cara su increíble hipocresía. No van a buscar La Palabra de Dios; solamente les interesa desprestigiar al nuevo profeta, aunque sea aliándose con el mismo diablo. Jesús está harto de ellos, porque se fijan en cosas secundarias pero han abandonado el fondo de la Ley, que es la justicia, la misericordia y la fidelidad. Y Jesús pasa por encima de todas las pequeñeces, incluso por encima de la situación política concreta, porque lo que Él está predicando es mucho más interior, mucho más profundo, mucho más salvador que todos los dilemas de escuela, de política y de teología barata con que quieren cazarle sus enemigos. Un poco más adelante, Jesús les increpará en público, les llamará víboras, corrompidos, ciegos, malos pastores que engañan al pueblo... y esto será su sentencia de muerte. Porque Jesús tolera todo menos la mentira ante Dios; no soporta a los que se llaman a sí mismos santos y justos, pero no siguen la Palabra más que para su propio provecho. No los aguanta. Así que Jesús no ha entrado en la trampa política, no ha dado doctrina sobre la relación de Israel con Roma, sino que ha aprovechado la ocasión para desenmascarar la mala fe de los fariseos, los escribas y los sacerdotes. No se pueden sacar de este texto conclusiones acerca de "qué es de Dios y qué es del César", porque todo, también lo del César, es de Dios. El dinero es de Dios, la política es de Dios, el tiempo es de Dios, el trabajo es de Dios. Y todo eso hay que darlo a Dios. No por lo que dice este texto, que no dice nada de todo eso, sino por lo que dice el Evangelio entero. Y es que así hay que leer el Evangelio, no cogiendo una línea aislada y sacando de ella lo que me parece que dice, sino entendiendo el mensaje entero de Jesús, todo lo que dice del dinero, todo lo que dice del prójimo, todo lo que dice del templo. Y así evitaremos el peligro de hacerle decir al Evangelio lo que a mí me gusta, y nos acercaremos a lo que dice Jesús, nos guste o no. Sí, a propósito de este evangelio se pueden sacar muchas consecuencias superficiales, fundadas en lo mal que leemos la Biblia. Un buen propósito de esta semana sería aprender a leer la Biblia un poco mejor, que da vergüenza la ignorancia que tenemos sobre la Palabra. (Y cualquier predicadorcillo de cualquier secta, aunque no tenga ni idea de la Biblia, le pone a usted en un aprieto, de modo que usted prefiere no entrar en discusión con él, porque sabe que no podrá responderle. Una vergüenza). REFLEXIÓN FINAL Las religiones se basan en el poder de los dioses, y expresan y confirman las culturas de las sociedades, legitiman a los estados, justifican las costumbres, se expresan en actos cultuales... La religión de los fariseos, escribas y sacerdotes de Israel terminaba en ellos mismos: su propio saber, su propia santidad, su propia importancia. La religión de Jesús acaba en los otros, en las necesidades de los hermanos. La religión de todos aquellos se resume en “Dios para mí”; la religión de Jesús se resume en “yo para los hijos de Dios”. La religión de todos aquellos venía a significar: “Soy más importante porque conozco a Dios. La gente es insignificante, es “maldita” porque no conoce a Dios”. Pero Jesús está con la gente, con el pueblo, no con el “Pueblo de Dios” sino simplemente con el pueblo, con la gente, porque son los hijos de Dios, tanto mas queridos cuanto más necesitados. Y los importantes no le importan. Y no lo podían aguantar: su mundo se derrumbaba. Pensemos en nosotros, en la fotografía que nos han sacado al representar a aquellos enemigos de Jesús, cerrados a su Palabra... … si nos creemos "elegidos". … si creemos que sólo la Iglesia es el pueblo de Dios. … si contamos con dios para liberarnos o para tranquilizarnos. … si pedimos respuestas a Dios o respondemos a Dios. … si hacemos rendir nuestros talentos o estamos tranquilos. … si, como fondo de todo, nuestra fe en Jesús nos lleva ante todo a servir al hombre. … porque, el resumen de la ley y los profetas es: "tuve hambre y me diste de comer".
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