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Testigos de la luz por: José Enrique Galarreta

12/2/2011

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Es el comienzo del segundo evangelio. Marcos, como Juan, omite todo lo referente a la infancia, y comienza el evangelio por la Predicación del Bautista en el Jordán. (Juan antepone su prólogo sobre la Palabra hecha Carne).

Citando a los profetas, entre ellos el mismo texto de Isaías que vemos en la primera lectura, se presenta a Juan como heraldo de Jesús. Jesús se presenta por tanto como "El Señor que viene", y se subraya la necesidad de prepararle el camino.

Juan prepara ese camino por medio de la conversión, el arrepentimiento y confesión pública de los pecados, y el rito del bautismo como expresión de esa preparación. Todo ello sirve de preparación para recibir a Jesús, que es mucho mayor que Juan, es la presencia en el mundo de "El Espíritu".

Isaías y Juan bautista son los dos heraldos del Salvador. Isaías anuncia la restauración del pueblo. Juan Bautista anuncia la restauración definitiva, la presencia de Jesús, Dios-con-nosotros-Salvador.

Es el principio de todo el anuncio evangélico: el Reino de Dios está en medio de vosotros, volveos, cambiad. La religión es un encuentro: el hombre camina hacia Dios, Dios camina hacia el hombre. Dios es el Salvador, la voluntad de Dios es salvar, Él es fiel y cumple su parte. Se trata de que nosotros cumplamos la nuestra, nos volvamos a Él.

Este es el contexto y el sentido de "abandonad los ídolos", "salid al encuentro de Dios que viene", "vigilad", "la Promesa", que Dios cumple siempre, "la Alianza" que Dios ofrece y nosotros podemos aceptar o no aceptar.

Esta es la función de "los profetas", las personas que "Dios suscita" entre su pueblo para que el pueblo se vuelva a Dios. Dios siempre está invitando a la salvación. Convertirse es volverse a ese Dios que siempre está, darse la vuelta hacia Él.

Los profetas incitan constantemente al pueblo a volverse hacia Dios. Y ésta es una vocación propia de todo cristiano: profeta, y sacerdote y rey. Profeta, que hace presente en el mundo la palabra; sacerdote, que ofrece su propia vida como ofrenda al Señor; rey, instalado en el reino, liberado de toda esclavitud.

Este aspecto de la predicación del Bautista es un modelo magnífico de la vida cristiana. Y es espléndidamente definido por Juan el Evangelista:

                   “Hubo un hombre enviado por Dios, llamado Juan, que vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino un testigo de la luz…"

…que puede ser un perfecto resumen de nuestra vida cristiana. Nuestro testimonio de Jesús consiste en que se vea en nosotros la luz de Jesús. Esta luz se ve incluso en nosotros pecadores, porque no anunciamos al mundo nuestra luz, sino la luz de Jesús que va cambiado nuestra vida y hace a la gente preguntarse por qué.

Así, nuestro anuncio profético, nuestro testimonio de Jesús, no son preferentemente nuestras palabras, sino nuestro modo de vivir, nuestra jerarquía de valores, nuestro modo de estar en el mundo, al estilo de Jesús. Esta idea se expresa perfectamente en el Sermón del Monte (Mateo 5, 16):

"Que brille vuestra luz ante los hombres de modo que al ver vuestras buenas obras reconozcan a vuestro Padre de los cielos"

Así, cada uno de nosotros ha asumido la vocación de ser para los demás "el testigo de la luz": la dinámica interna de nuestra conversión, el motivo de nuestro esfuerzo por salir del pecado es, sobre todo, la necesidad de no entorpecer la visibilidad de Dios. Dios ha de ser visible en nuestra conversión, y es ese el motor más íntimo de nuestra liberación del pecado.

Otros motivos para salir del pecado (el miedo al castigo, el deseo de perfección propia...) son válidos (si es que son válidos) "después" de éste. El encuentro con Dios es aceptar al Señor que viene a salvar, a salvar a todos, a salvar todo.

El Adviento remueve en nosotros algunos elementos básicos de nuestra postura religiosa, de nuestra condición de creyentes. Nuestro descubrimiento de Dios se ha dado por medio de otras personas que han sido para nosotros "testigos de la luz".

Nuestra conversión no ha sido simplemente un proceso de autoconvencimiento, sino responder a una llamada, descubrir que Él está ahí, invitando, dispuesto, ofrecido. Nuestra vida cristiana es allanar el terreno, porque Él viene si yo le hago sitio. Y a partir de eso, nuestra condición cristiana es ante todo de heraldo, de testigo del Señor, porque esa es la misión: aceptar la misión es vivir para que el mundo crea.

Y todo esto, en el contexto de absoluta alegría en que nos introduce la profecía de Isaías. Jesús es el reino, su mensaje es "La Gran Noticia"; descubrimos el Reino, una manera de vivir mucho más satisfactoria, un tesoro que vale más que cualquier otra cosa.

Descubrimos sobre todo cómo es Dios para nosotros, y abandonando los ídolos del Juez Altísimo Justiciero y sus semejantes, aceptamos a Dios Luz y Pan para el camino, Agua de vida y fecundidad. Y con ese Dios se puede vivir mejor, encontrar sentido a todos los rincones de la vida, incluso los más oscuros.

Entrar en el Reino, aceptar el Dios de Jesús y la vida como misión de hacerlo visible, es una inmensa alegría: y ése será el mensaje básico de la navidad:

Os anuncio una gran alegría para todo el pueblo:

os ha nacido un Libertador.

        

 S A L M O   4 0

Elevamos a Dios esta oración en nombre de la iglesia entera, presentándole nuestros temores y pidiéndole que nos libre, a nosotros la iglesia, de nuestras oscuridades.

En Dios pongo toda mi esperanza.

Inclina tu oído hacia mí y escucha mi oración.

Salva mi vida de la oscuridad,

afirma mis pies sobre roca

y asegura mis pasos.

Mi boca entona un cántico nuevo

de alabanza al Señor.

Dichoso el que pone en Dios su confianza.

No quieres sacrificios ni oblaciones

pero me has abierto los ojos,

no exiges cultos ni holocaustos,

y yo te digo : aquí me tienes,

para hacer, Señor, tu voluntad.

Tú, Señor, hazme sentir tu cariño,

que tu amor y tu verdad me guarden siempre.

Porque mi errores recaen sobre mí

y no me dejan ver.

¡Socórreme, Señor, ven en mi ayuda!

Que sientan tu alegría los que te buscan.

Tú, mi Dios, mi Salvador, no tardes.

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