Me he asustado a leer la noticia del cura degollado en Normandia en una iglesia. En tiempos atrás también han llegado noticias de algún otro cura matado en su casa. Instintivamente me viene la idea de asegurarme y asegurar mi casa.
Me recuerda que un día, al irme a la cama, me di cuenta de que en la puerta del dormitorio de mi habitación había colocado un cerrojito para cerrar. A los días, el buen Tavo, me explicó que lo había puesto -con un corazón inmenso- pensando que alguien me pudiera hacer algo malo, para evitarlo. Y ese miedo nos acecha a todos; llaves, candados, cerrojos, trancas. Un negocio que no para, es el de las alarmas y similares. Es cierto que siempre hay peligro. Y que hemos pasado de tener las puertas abiertas a cerrarlas con mil cerrojos por miedo. Es una realidad: hay atracos, robos,.. pero cuanto más psicosis vivamos, más lo fomentamos. Pienso que hay un remedio. La solución es no tener cosas de valor especial. Por mucho que se lleven de mi casa, voy a poder seguir viviendo muy bien. Porque ¡con tan poco se puede vivir! Más miedo me da lo que me puedan quitar los negocios, los impuestos, las tasas… Si abrimos las puertas, puede ser un camino para abrir el corazón y entendernos. Y un cura degollado, es muy doloroso pero entre tantos millones muriendo de hambre, nos crea conciencia de odio a superar. Puede ser por razones políticas. Quizás religiosas. Igual podemos dialogar, crear ambiente de acogida, amistad. Más que cerrojos y llaves, se trata de abrir la puerta de la comprensión. Ante un peligro, se puede dar la postura de la defensa, la protección, el ataque. Jesús nos da una actitud más radical: amad a los que os odian y haced el bien a los que os perjudican. Ya sé que es muy sencillo decirlo y muy radical el hacerlo, pero la postura clara es cargar la máquina de vapor del mundo con amor, comprensión, cariño, perdón, ayuda. Un reto tremendo que nos puede llevar a purificar nuestra fe en Jesús. Veo un signo de esperanza cuando los musulmanes participan este domingo en las eucaristías cristianas. Mis dos mejores amigos son dos musulmanes pakistaníes que vivieron tres años en mi casa. Me llaman “padre” y me lo demuestran. Me decía un joven que vivía en mi casa, con un historial curioso: “sería tonto si te hiciese algo malo cuando me acoges, ¿A dónde voy a ir?” Es un tema delicado. Pero me gustaría que el miedo no superase al corazón y la acogida.
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