La alegoría de la vid y los sarmientos, cargada de simbolismo, hondura y belleza, nos introduce directamente en la sabiduría de la no-dualidad.
Ciertamente, la vid y los sarmientos son no-dos. La mente dualista no puede sino verlos separados –lo característico de la mente es separar la realidad-, pero no hay separación alguna. Es cierto que el sarmiento puede percibirse como sarmiento, pero no por ello deja de ser vid. Una rama es árbol, del mismo modo que mi dedo es cuerpo. La trampa radica en el hecho de que la mente, al separar –la característica primera de la mente es la separatividad, ya que es el único modo en el que ella puede funcionar-, se queda mirando únicamente el sarmiento, la rama o el dedo. Da origen, de ese modo, al dualismoque fractura incesantemente toda la realidad. Cuando somos capaces de aquietar la mente, alcanzamos a ver "más allá" de esas aparentes separaciones, percibiendo la unidad de lo que es. Con otro ejemplo: ante un conjunto de joyas de oro, la mente ve la especificidad de cada una de ellas, con su propio nombre y su forma peculiar. Pero, si no nos quedáramos en las formas, lo que percibiríamos sería el oro que es, de hecho, la única realidad que se halla presente en todas ellas. Somos diferentes, pero no-separados: no somos iguales, pero somos lo mismo. La alegoría habla de "cortar" y de "podar". Una vez más, me parece necesario recordar que no hay que leer tales afirmaciones en clave de amenaza, sino como palabra de sabiduría. Si bien en aquella cosmovisión, a partir de la imagen de un dios intervencionista, todo se atribuía directamente a él, hoy podemos captar mejor el significado, como una descripciónde lo que ocurre. Del mismo modo que es imposible que el sarmiento que se desconecta de la vid pueda dar fruto, así también, la persona que vive desconectada de su fondo, experimentará su existencia como vacío. Y no será extraño que se note mortecina y carente de sentido. La "poda" forma parte ineludible de todo el proceso de crecimiento. En síntesis, podría expresarse de este modo: se trata de morir a lo que no somos para que pueda vivir lo que realmente somos. En este sentido, recuerda aquella otra palabra de Jesús acerca del grano de trigo, que únicamente da fruto cuando es enterrado (Jn 12,24): la fecundidad está en razón directa de la muerte. En último término, se trata de la poda del yo –que creemos ser- para que pueda desplegarse la Vida que realmente somos. Gracias a la poda, el sarmiento se convierte sencillamente en "vehículo" de la vid, desde la consciencia de ser él mismo vid. La poda puede nacer de una decisión propia, característica de todo camino espiritual, o puede venir de una manera imprevista, en forma de crisis de cualquier tipo. En este último caso, solemos vernos sorprendidos y, a veces, incluso zarandeados. Sin embargo, justamente eso que nos sorprende y remueve puede constituir la mejor oportunidad para una poda eficaz. Para que así sea, con lucidez y humildad, habremos de situarnos en la consciencia de eso mismo que está ocurriendo, desde la aceptación más profunda, rindiéndonos a ello y dejándonos hacer por la Vida.
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