El tema principal que leemos hoy es el mismo que leíamos al final del domingo pasado y que no comentamos. Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén, donde le espera la Cruz. El evangelio nos dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque ahora está dedicado a la instrucción de sus discípulos. Esa nueva enseñanza tiene como centro la cruz. Trata de convencerles de que no ha venido a desplegar un mesianismo de poder sino de servicio a los demás, pero no lo consigue. Todos siguen pensando en su propia gloria.
Este segundo anuncio de la pasión es prácticamente repetición del primero. No deja lugar a dudas sobre lo que Jesús quiere transmitir. Los discípulos siguen sin comprender, a pesar de que ya el domingo pasado nos decía que se lo explicaba “con toda claridad”. Si les daba miedo preguntar es porque algo intuían que no les gustaba. Esa indicación nos muestra que más que no comprender, es que no querían entender, porque la muerte ignominiosa de Jesús significaba el fin de sus pretensiones mesiánicas. Hasta que no llegue la experiencia pascual, seguirán sin entender la parte más original del mensaje. ¿De qué discutíais por el camino? Jesús quiere que saquen a la luz sus íntimos sentimientos, pero guardan silencio porque saben que no están de acuerdo con lo que Jesús viene enseñándoles. Entre ellos siguen en la dinámica de la búsqueda del dominio y del poder. Tenemos que recordar que en aquella cultura el rango de las personas se tomaba muy a pecho, y era la clave de todas las relaciones sociales. “Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. Exactamente el mismo mensaje del domingo pasado. Y lo encontraremos una vez más en el episodio de la madre de los Zebedeos, pidiendo a Jesús los primeros puestos para sus hijos. No nos pide Jesús que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser el primero, pero por un camino muy distinto al que nosotros nos apuntamos. Debemos aspirar a ser todos, no sólo “primeros”, sino “únicos”. En esa posibilidad estriba la grandeza del ser humano. Dios no quiere que renunciemos a nada. A veces los cristianos hemos dado a los de fuera la impresión de que para ser Él grande, Dios quería empequeñecidos. Jesús dice: ¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica! Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio. Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domines, mayor humanidad. La sabiduría me hará ver que el bien espiritual (el mío y el del otro) está por encima del material. Si me pongo en esta perspectiva nunca haré daño al otro buscando un interés egoísta a costa de los demás. Acercando a un niño lo abrazó y dijo. No es fácil descubrir el sentido y la conexión con lo que antecede. En tiempos de Jesús, los niños no contaban, eran utilizados como pequeños esclavos. Por otra parte, la palabra griega “paidion” que emplea el texto, es un diminutivo de “pais”, que ya significa niño y también criado y esclavo. En algún códice utiliza el artículo determinado, que indicaría “el chiquillo”, no uno cualquiera. Sería, el pequeño esclavo, el chico de los recados. En el contexto de la narración, sería el chico de los recados de la casa donde estaban o que el grupo tenía a su disposición. Aquí descubrimos la relación con el texto anterior. El niño estaría en la escala más baja de los que se dedican a servir. El que acoge a un niño como éste, me acoge a mí. No se trata de manifestar cariño o protección al débil sino de identificarse con él. Al abrazarle, Jesús está manifestando que él y el muchacho forman una unidad, y que si quieren estar cerca de él, tienen que identificarse con el insignificante muchacho de los recados, es decir hacerse servidor de todos. Uno de los significados del verbo griego es preferir. Sería: el que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, el utilizado por todos, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús y le sigue de verdad. Y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Este paso es muy importante: acoger a Jesús es acoger al Padre. Identificarse con Jesús es identificarse con Dios. La esencia del mensaje de Jesús consiste en esta identificación. Repito, el mensaje no consiste en que debemos acoger y proteger a los débiles. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello. Esa actitud es la que mantiene Jesús, reflejando la actitud de Dios para con todos. Después de dos mil años seguimos sin enterarnos. Y además, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren las cosas; porque intuimos que no iban a responder a nuestras expectativas. Ni como individuos ni como grupo (comunidad o Iglesia) hemos aceptado el mensaje del evangelio. La mayoría de nosotros seguimos luchando por el poder que nos permita utilizar a los demás en beneficio propio. Siguen siendo inmensa minoría los que ponen su vida al servicio de los demás y les ayudan a vivir sin esperar nada a cambio. Hay dos maneras de servir: una es la del que voluntariamente se somete al poderoso para conseguir su favor y aprovechar de alguna manera su poderío. Esto no es servicio sino servidumbre, y lejos de hacer más humana a una persona la envilece. Esta actitud es muy criticada por Jesús. En torno a todo poder despótico pulula siempre una banda de aduladores que hacen posible el despotismo. La diaconía que se desarrolló en la primitiva Iglesia, significaba, en su acepción civil, “servir a la mesa”. En cristiano indicaba el servicio a los más necesitados por los que no tenían obligación de hacerlo. Este servicio es el que humaniza. Si es la esencia del mensaje ¿Por qué ha fracasado estrepitosamente? El domingo dijimos que no podía conocer a Jesús si no me conocía a mí mismo. Dando un paso más, decimos hoy que sin ese conocimiento, es imposible llegar a ser auténtico cristiano. Ahora bien, como llegar a conocerse a sí mismo es muy difícil, la iglesia trató de racionalizar el mensaje con razones externas. Resumiendo mucho, tal vez demasiado, podíamos resumirlo en dos: 1ª Es la voluntad de Dios. 2º Si lo cumples, Dios te premiará; si no lo cumples, te castigará. A la 1ª hay que decir: esa pretensión es tan etérea y difusa que con la mayor facilidad se puede tergiversar y deteriorar sin que tengamos posibilidad de advertirlo. Por otra parte, ¿Quién me asegura que esas exigencias son la voluntad de Dios? La 2ª es aún más burda. Bastaría caer en la cuenta de que es la misma técnica que utilizamos los seres humanos para domesticar a los animales: palo o zanahoria. ¡Cómo hemos podido llegar a pensar que Dios nos tiene que tratar como animales para que alcancemos nuestra meta! Haríamos bien en superar la idea de un Dios antropomórfico con cualidades humanas y motivaciones exactamente iguales a las nuestras. Como no nos han conducido por el camino del conocimiento de nosotros mismos y el Dios que nos habían propuesto es absurdo, los cristianos nos hemos quedado con el culo al aire. Ni somos capaces de descubrir las exigencias del evangelio en lo hondo de nuestro propio ser, ni encontramos razones externas suficientes para que nos motiven. Hemos quedado en la inopia. Meditación Si me doy a los demás hasta consumirme, ¿Dónde colocaré los adornos (la gloria) que pretendo alcanzar? Si estoy pensando en mí mismo, cuando me doy al otro, ¿Qué clase de entrega estoy llevando a cabo? En la medida que sirva a los demás sin esperar nada a cambio, en esa medida me estaré acercando al ideal cristiano.
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